sábado, 14 de agosto de 2010

Becas, vocación y vacas flacas

14/Agosto/2010
Laberinto
Iván Ríos Gascón

Si se aborda la legitimidad o los alcances de las becas desde el concepto de sinecura, lucro o canonjía, el planteamiento de mi buen amigo Braulio Peralta en “La danza de las becas, la ausencia de libros” (Laberinto, 7/08/10) sería irrefutable: becar a un individuo por escribir un libro es un despropósito, sí, porque un artista no debería gozar (ni requerir) de la tutela del Estado para ejercer su vocación, desarrollar su talento, sostener una disciplina que responde sólo a intereses personales o, sencillamente, por una libertad creadora emancipada de El ogro filantrópico. Quizá es por eso que las becas huelen a dádiva, soborno o privilegio y que sean objeto de reproche, porque suele decirse que el artista es artista a pesar de la estrechez o el desamparo y que es más meritorio mantenerse en pie en los infinitos rounds de sombra con la inestable y caprichosa realidad.

Sin embargo, opino lo contrario. Y antes de aportar mi punto de vista sobre algunos argumentos de Braulio, aclaro que no disfruto de ninguna subvención, que me gano la vida con el temblor de mis neuronas y el sudor de mi laptop.

1) Las becas no le resuelven la vida a nadie. No liquidan la hipoteca, no garantizan el bienestar ni la riqueza. Sólo sirven, momentáneamente, para dedicarle más espacio a la obra en el disco duro cerebral. ¿Quién viaja para beber un tinto a orillas del Sena con la mensualidad del Fonca, si los montos son iguales o menores a la percepción de los mandos medios institucionales? Cuestionar la beca de un pintor o un escritor en este país en el que nuestros impuestos costean lujos y despilfarros de la clase política (funcionarios culturales incluidos), o rescatan bancos y empresas privadas o sostienen sindicatos charros, también es un despropósito, pues ¿acaso la ordeña del erario a través de un contrato sexenal sí es legítima, incontrovertible, en este México heredero del Tlacuache Garizurieta (“vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”)?

2) ¿Dónde están, qué trascendencia tienen los libros o los escritores beneficiados por las becas? Esto es ambiguo. A la obra la evalúan el tiempo y los lectores que recauda. Su virtud radica en la resonancia colectiva, sea ruidosa o marginal, y no en el índice de ventas. En un mundo donde el marketing es el dictaminador más poderoso (con excepción de las firmas independientes), la obra corre el riesgo de perderse. Y de eso, el autor (con o sin beca), no es responsable.

3) Las becas no son el dilema, se ha enrarecido su función. Jurados que favorecen a sus cuates o conversos; artistas con una situación económica estable pero que gozan del ingreso, dejando fuera a quien sí lo necesita; pugnas grupales por el control de los repartos. Se trata de un problema ético, no de políticas públicas ni de dignidad o romanticismo existencial porque las becas, efectivamente, no dan prestigio ni consolidan vocaciones pero sí sosiegan fugazmente los mugidos de las vacas flacas. Y claro, cualquiera podría insistir en que una beca es un regalo espurio, porque como dice Vila-Matas en Dublinesca “los escritores son resentidos, celosos hasta la enfermedad, siempre sin dinero y finalmente unos grandes desagradecidos, tanto si son pobres como pobrísimos”…

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