sábado, 28 de agosto de 2010

La escritura, un tanteo en la oscuridad

28/Agosto/2010
Laberinto
José Luis Martínez

La escritura no proviene de la reflexión, no proviene del conocimiento, sin embargo, el conocimiento y la reflexión colaboran en la escritura: en la revisión de lo escrito uno trabaja con elementos intelectuales, con la formación que uno tiene, con las lecturas que uno ha hecho.

La escritura nace de una confluencia de factores que tienen que ver con la emotividad, con la inteligencia, con las relaciones humanas, con eso que suele verse con una actitud despectiva: la inspiración, que no es sino un estado psicológico que permite una apertura, una capacidad de coordinar diversos elementos que responden a una incitación intelectual. Hay una especie de maduración interna que indica que uno está en condiciones de escribir.

Cuando uno escribe no sabe muy bien hacia dónde va. La escritura es un tanteo en la oscuridad. Surge de una presión interna que uno sigue y lo lleva a un lugar que ignoraba.

Recuperar lo que está en la interioridad, en la memoria, en la vida del poeta, eso es lo que se intenta a través de la poesía, y para hacerlo no hay una ruta precisa.

El poema aparece —a veces— convocado por una palabra; en ocasiones una palabra llama a las otras y esas palabras que abren los poemas son palabras madre.

Paul Valéry dice que la primera palabra de un poema proviene de Dios. Como yo no soy muy creyente que digamos, pienso que esa primera palabra viene del mundo inconsciente del poeta, que es el resultado de la vida, de las características, del tipo de inteligencia que el poeta tiene; esa primera palabra no es buscada, llega y luego hay que seguir haciendo el poema. Porque un poema es algo complejo: necesita una elaboración, una estructura, una forma que no está hecha y no se puede comprar en el supermercado; no hay tal posibilidad.

La verdadera poesía inventa su forma, no sólo inventa la tonalidad de lo que va a expresar, sino la forma, que es más que la tonalidad, que son los cortes, las aliteraciones, los sonidos que están presentes y que de alguna manera el poeta, en el momento de escribir, tiene que articular, conectar, desarrollar. En poesía, la forma no es un camino secundario, accesorio; la forma es fundamental.

La forma que adquieren los poemas está dada por la respiración de quien escribe, esto es lo que da una personalidad, una repetición tonal, una repetición de acentos que son propios de quien escribe —aunque al momento de escribir no se dé cuenta que los tiene.
Uno lee un poema de Juan L. Ortiz o de Borges y sabe quién es el autor, no hace falta que lea la firma, hay otros elementos que revelan quién es, y en ellos reside la personalidad de un poeta, de un escritor. En la prosa sucede lo mismo: uno lee la prosa de Borges y no se confunde fácilmente, porque hay tonalidades, ritmos, movimientos con el lenguaje que denotan que eso proviene de una fuente
determinada.

Yo tengo mala memoria intelectual, no me acuerdo de muchas cosas leídas o pensadas, muchas cosas que he leído dos o tres veces se me olvidan rápidamente, sin embargo, hay otras que he leído una sola vez y se me han quedado grabadas para siempre. Estos días me acordaba de algunos versos de Ungaretti, un poeta al que quiero mucho y que, por ejemplo, dice: D’altri diluvi una colomba ascolto: “De otros diluvios escucho una paloma”, Ungaretti era un poeta católico y para él la palabra “paloma” tiene aquí un significado simbólico, se refiere al Espíritu Santo.

El silencio es una parte muy importante de la poesía, es anterior a ella y le da espesor a la palabra. En el poema lo que se intenta es cargar de peso a las palabras, no como sucede en la prosa periodística en donde uno va llenando renglones; en la poesía, a veces una sola palabra es suficiente, porque llega imbuida de toda la existencia, registra una gran cantidad de elementos, de significados.

En la frase “el calor dilata los cuerpos”, cada palabra dice lo que dice, ni más ni menos, y el sentido de la expresión es claro. Pero si uno lee en un poema “lago, luna, alba, noche”, pareciera que no es algo comprensible, sin embargo a través de los sonidos se sugieren cosas, se percibe una trama.

Hay un poema de Verlaine que dice: “Les sanglots longs/ des violons/ De l’automne/ blessent mon coeur/ D’une langueur/ monotone”: “Los sollozos largos, lentos, de los violines en las tardes otoñales van resonando en mi alma con monótona calma”, la traducción hace perder prácticamente toda la riqueza que tienen estos versos en francés. En este poema, Verlaine se propuso trabajar con sonidos, quería recoger la importancia de los sonidos, hacerla evidente, y lo hizo.

El poema captura todas las posibilidades de la palabra. Un poema logrado es un poema que usa la palabra en todas sus posibilidades, la carga
de significados, de densidad, de sugerencias, de reminiscencias; esto no es un defecto sino una virtud de la poesía.

Mi relación con la lectura proviene del placer que me provoca; la lectura me brinda la posibilidad de sumergirme en una experiencia distinta a la mía, y en ese sentido me enriquece.

La mejor manera de apropiarse del pensamiento de un poeta es traducirlo, es detenerse en cómo ejerció su oficio, en conocer la mecánica interna de sus poemas.
Nunca he traducido por encargo, siempre he trabajado con los poetas, con los escritores que a mí me interesan. Pavese me interesó vivamente cuando lo descubrí y sentí muchas ganas de traducir sobre todo El oficio del poeta, un libro en el que plantea los problemas específicos de la poesía.

Algunas veces, en clase les ponía a los alumnos algún poema de William Carlos Williams y les pedía que lo tradujeran. Había veinte alumnos y veinte versiones distintas del mismo poema, porque la traducción es también una forma de creación, un ejercicio realmente importante para alguien que desea escribir.

El magisterio es la oportunidad de tener un público cautivo. Como profesor, yo hice leer a mis alumnos a muchos escritores que para mí son importantes. Este tipo de lecturas ayudan a la poesía, abren la posibilidad de que uno, por su cuenta, llegue al poema, de que se lance por sí mismo a la búsqueda de los poetas.

Editar una revista de poesía y de reflexión sobre poesía como El poeta y su trabajo es un intento de crear o ayudar a crear un público, de desarrollar un gusto por la poesía, algo que no hacen ni las escuelas, ni las universidades, ni las revistas que acogen todo tipo de materiales sin ningún juicio crítico o analítico.

En la poesía hay afinidades, relaciones, aproximaciones que se dan de una manera accidental y que dejan huella. Si uno descubre a un poeta que nadie valora todavía, pero que considera importante, esto le ayudará toda la vida; la poesía suele darse también a través de estos descubrimiento. Por eso, el mejor estímulo para editar una revista no es publicar materiales de autores famosos, sino de los que aún son desconocidos.

En la actual poesía mexicana veo una deficiencia: el uso de un lenguaje que no es el cotidiano, que no es el lenguaje cargado de la experiencia de todos los días, como el que utilizó William Carlos Williams, quien escribió una poesía hecha con la lengua hablada de Estados Unidos, con el ritmo de esa lengua, que encontró y estableció una relación entre el mundo real y la expresión literaria de ese mundo.

La poesía debe reunir las características del mundo y de la lengua del poeta. Cuando yo escribo: “Es/ ahora/ apenas el alba/ el vacío inicial/ de la mañana// el vacío mayor/ que se deshace/ afuera// aquí/ la lámpara/ abre otro/ espacio// y el libro/ río/ sin orillas/ sube de pronto// hay un recipiente/ azul/ reposando a tu/ costado/ y las paredes/ lisas// un espacio real/ un abrigo/ diría/ contra una/ desdicha/ que se impone”, todas las palabras son de uso diario, porque creo que la verdadera poesía está hecha con ese lenguaje, no con el lenguaje excepcional, sino con el que nos enseñaron en nuestra casa.

Hay un trabajo de Juan José Saer sobre el lenguaje. Afirma que en el poema 23 de Trilce, Vallejo escribe: “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos/ pura yema infantil innumerable, madre.” En esa primera estrofa utiliza la palabra “madre”, pero al final, cuando pareciera que se quiere reencontrar con el lenguaje que ella le enseñó ya no dice “madre”, dice “mamá”.


En su departamento, al sur de la Ciudad de México, Hugo Gola habla de su nuevo libro: Retomas, publicado por Aldus. De ojos azules y cejas pobladas, explica:

—Yo nunca escribo libros, escribo poemas, al cabo de un tiempo los reviso y si no me dejan totalmente disconforme los reúno e intento publicarlos. Así ha sucedido con este libro:

Retomas, que apareció primero en la editorial Alción de Argentina, donde está también Prosas, un conjunto de notas sobre poesía, literatura, escritores; son apuntes, esbozos, porque a mí no me gusta escribir ensayos, para hacerlo se necesitan muchos conocimientos y yo más bien tengo pocos, que además se me van borrando porque tengo muy mala memoria.

El título del libro —dice— proviene de alguna manera del cine:

—Cuando se filma una película se hace una toma y luego otra; es decir: una retoma, de esta manera se asegura el trabajo. El nombre también tiene que ver con hecho de que en el libro retomo los temas en los que suelo incursionar.

Exiliado en México desde 1976, Hugo Gola nació en 1927 en Pilar, provincia de Santa Fe, Argentina. Editor, traductor, profesor de literatura, es sobre todo poeta. En 2004, el Fondo de Cultura Económica reunió su poesía en el libro Filtraciones.

Al referirse a ese material, al que incluye en

Retomas y al que continúa escribiendo en su casa, austera, con pocos muebles y muchos libros, asegura:

—En él está mi manera de relacionarme con mis amigos, está la recordación de lo que he vivido y leído.

Unas de las actividades por las que Hugo Gola tiene mayor reconocimiento, es por la editor de libros y revistas de poesía y de reflexión sobre poesía, como él siempre enfatiza.

—En México —comenta—, la primera revista que hice fue El poeta y su trabajo (1980-84) en la Universidad de Puebla. La segunda fue Poesía y poética, que publicó la Universidad Iberoamericana durante diez años, a partir de 1990. Y la tercera es El poeta y su trabajo, que en su nueva etapa apareció en el 2000 y que, como las anteriores, tiene un considerable nivel de exigencia.

Además de Retomas, Gola acaba de publicar Las vueltas del río: Juan L. Ortiz y Juan José Saer (Mangos de Hacha, 2010), donde rinde homenaje a sus dos grandes amigos y maestros.

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