lunes, 7 de junio de 2010

Una lista detestable

7/Junio/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Uno de los libros más malos que han llegado a mis manos últimamente lleva por título Me acuerdo, y que es una lista de ocurrencias escrito por el artista Joe Brainard, un libro que quizás tuviera interés para el sicoanalista del autor, pero dudo mucho que tenga un valor más allá de eso, aunque Paul Auster se haya referido a él llamándolo “obra maestra”. “Me acuerdo de los cinturones muy finos”, “me acuerdo de los bolsos de cocodrilo”, y frases similares rebosantes de vacío llenan estas páginas. En todo caso, me inclinaría por leer la lista de las ciento una cosas que más ama el cineasta John Waters, publicada en Crackpot (fue traducido como Majareta). Waters comienza su lista diciendo que ama recordar las pesadillas que ha tenido la noche anterior y saborearlas con placer durante el día entero hasta que llega la noche siguiente. La breve lista que haré a continuación es desordenada y dudo que cause interés. Lo hago porque de ese modo pondré un poco de orden en mis rencores. Un orden en el caos del rencor es cosa buena.

Escribo de manera automática conforme se me ocurren algunas cosas que me desagradan. Primero están las parejas que muestran su amor en todo momento y no pierden oportunidad para prodigarse camelos ante los demás (su fracaso amoroso será inevitable). Y luego están las mujeres que van por la calle con un hermoso perro y en cierto momento deben recoger la mierda del can con un guante de plástico, yo no sé qué pensar. Opino mal de los padres que piensan que sus hijos pequeños son simpáticos. Los dejan correr por los restaurantes como si eso nos infundiera alegría a todos: yo siempre llevo una dotación de tachuelas por si los niños se acercan demasiado. Me irritan las personas que se aprenden datos de memoria y los arrojan en la mesa con semblante docto: son una monserga. Las mujeres de tus amigos que aguardan a que sus hombres estén borrachos para coquetearte son tan nocivas como la rabia. La misma impresión me despiertan los borrachos necios, quienes con los ojos inyectados de sangre te declaran su admiración o su simpatía.

Excepción hecha de uno que otro erudito, me irrita que alguien diga que ha leído a los clásicos. Los políticos que citan a escritores me repugnan (cierta vez un diputado me recomendó leer a Suetonio y para corresponderle le aconsejé leer la constitución mexicana). ¿Y las mujeres que cuentan chistes o dicen majaderías sólo cuando se hallan con otras mujeres? ¡Qué plaga! Los abstemios que piensan que no beber los hace personas virtuosas son intratables. Y quienes se emocionan cuando ven o conocen a una persona famosa son en verdad ingenuos y desagradables. Yo he tenido la mala fortuna de conocer a personas que se creen inteligentes cuando sabemos que considerarse a uno mismo inteligente es el símbolo más honesto de la imbecilidad. Detesto a quienes hacen un comentario y dan por sentado que estamos de acuerdo con él. Los vegetarianos que no saben cómo curarse la cruda y sueñan con albóndigas son seres, por lo menos, extraños. A los que te cobran puntualmente la renta (lo hacen hasta en domingo) se los chupará pronto el diablo. Todos los que bailan y se mueven realizando una representación del coito me hacen bostezar tanto que me despiertan el vómito: es verdad, los hombres duros no bailan. El joven futbolista en su carro deportivo es un lugar tan común como las caries. Los manteles rojos me recuerdan la sangre derramada en el ruedo. Abomino a los perros Rottweiler: sus dueños regularmente poseen el mismo semblante timorato y amenazante. Si algo me despierta una seria animadversión son esos automovilistas que hacen sonar el claxon por cualquier motivo. Detesto que las mujeres no puedan usar minifalda en las calles porque un ejército de patanes las amedrenta y acosa en todo momento. En fin, como se verá, mi amargura se extiende como una nube negra sobre mi vida. Termino citando a un escritor polaco, Jerzy Pilch, que dice que a los verdaderos borrachos les da vergüenza beber, pero les da más vergüenza no beber. A mí me ha sucedido lo mismo al hacer esta clase de listas, me embarga cierta incómoda vergüenza (y no tengo sicoanalista), pero me ha sido imprescindible para limpiar un poco el oscuro cuarto de las fobias y los rencores.

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