martes, 1 de junio de 2010

¿Futbol o ajedrez?

31/mayo/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Veo futbol desde que tenía seis años de edad, cuando la familia entera se reunía los domingos para acudir al estadio o para ver los encuentros en la televisión. Mi padre y su hermano menor jugaron en un equipo de nivel medio y los hijos aplaudimos desde las gradas los aciertos y errores de los jefes de familia. Las esposas bostezaban y se arrepentían de no haberse casado con un buzo. Los árbitros hacían el papel de cristo y durante 90 minutos ponían su mejilla para recibir las reclamaciones e insultos de los jugadores y el público. Hasta los niños lanzábamos de vez en cuando una mentada. Al pasar de los años aprendí a reconocer que el futbol de calidad es un juego complejo de amplias posibilidades éticas y estratégicas, un andar humano que involucra habilidad más saber técnico, además de temperamento, humor, azar y fortaleza física. Y a veces es también entretenimiento. A su lado el ajedrez se antoja una actividad de variantes limitadas que por razones extrañas ha devenido en símbolo de la inteligencia. Quizás se debe a que en el ajedrez son raros los insultos. No he escuchado decir: “A tu reina se la va a llevar el carajo.”

Una vieja amiga me dijo una vez que no había nada menos erótico que un hombre en tenis. Yo añadí que entre una mujer con tenis y una con sandalias prefiero a una mujer descalza. No llegamos a ningún lado en este aspecto, pero coincidimos en que el futbol es una puesta en escena donde los actores reciben críticas según su desempeño. Los jugadores encarnan en héroes, traidores, pusilánimes, astutos y demás personajes dramáticos. En este deporte las pasiones idiotas se abren camino, y también lo hacen la argumentación razonada, la hipótesis, la retórica vacua, la manipulación estadística y también la fe ciega que lleva a las personas a caer al vacío como peras podridas. Las polémicas que se dan en los medios difícilmente llegan a ser polémicas. En buena parte son cháchara para entretenerse y vender pasteles a los públicos cautivos que de pronto se ven arrastrados por una densa marea que en estas fechas amenaza llenar todos los espacios.

Los políticos se ponen la camiseta de la selección mexicana y dan por sentado que esto los hermana con los pobres. Y tienen razón. Las cadenas de televisión promueven la imagen de una selección nacional que no existe. ¿Por qué lo harán? En realidad lo que se tiene es un equipo mediano que camina gracias a un par de excepciones en la cancha. No estoy añadiendo nada a lo que todos sabemos. Y lo sabemos porque el futbol mantiene una estrecha relación con el país de donde procede. El jueves en la madrugada escuché a un taxista decir que, a juzgar por su selección, en Francia todos son negros. Yo estuve de acuerdo porque los franceses tienen el alma negra e inventaron el humanismo. Yo le pregunté al señor taxista: “¿me va a asaltar?” Entiendo el rencor que muchas personas cultivan con respecto a este deporte. Ven en su constante corrupción un espejo de lo que sucede en los gobiernos en turno. Creo que su fobia es legítima y bien fundamentada. A estas alturas del partido incluso la sociología tiene sentido.

Yo casi no sigo el torneo mexicano porque es tedioso y deprimente. Quizás lo hiciera si aumentara mi dosis de antidepresivos. No debe esperarse mucho de una liga cuyos equipos en general se desentienden de la cantera (es decir de la incubadora) para contratar jugadores sudamericanos de medio pelo que además cobran cantidades sobradas en ceros. En el futbol sobran ceros lo mismo a la derecha que a la izquierda. La liga mexicana -controlada por dos o tres empresas- evita los torneos largos (es decir la guerra verdadera), para ofrecer dos finales en un año (es decir ruido y masturbación). De ese modo se crea la ilusión de un deporte emocionante y se acarrean aficionados a los estadios. Son torneos diseñados por comerciantes.

Y pese a ello el balompié de calidad continúa siendo una actividad de buena cepa que en sus mejores momentos da rienda suelta a la imaginación y a la crítica. Tengo un amigo escritor que cuando se emborracha es de izquierda y cuando está sobrio es de derecha: a sus dos personalidades les atrae el futbol. Y entonces coincidimos.


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