sábado, 8 de mayo de 2010

Llueve sobre mojado: la crítica y los críticos

8/Mayo/2010
Suplemento Laberinto
Héctor González

La crítica literaria en México vive un mal momento. Lo dicen los mismos críticos y lo corroboran el desdén de los lectores y los pocos espacios dedicados a ella. Las revistas, las secciones y los suplementos culturales son cada vez menos y no parece que en el futuro esta situación vaya a cambiar.

Consultados por estas páginas, varios críticos exponen puntos de vista al respecto. El primero, es David Miklos: “La crítica literaria está un estado paupérrimo, me temo. Si bien hay una proliferación súbita de narradores (algunos muy buenos, otros tantos muy malos), la crítica escasea, lo mismo que los espacios para publicarla. El problema de fondo es la ausencia de formadores de críticos. Todo se hace desde una espontaneidad carente de rigor”.

Razones puede haber varias, Geney Beltrán destaca el tema de los lectores. “Primero habría que acotar lo que sería la crítica de novedades, porque es un género que también aplica a la historia literaria. Respecto a la crítica de novedades, faltan espacios y hay poco aliento para el ejercicio crítico imparcial —muchas veces se publican textos por encargo para presentaciones o para ayudar a los amigos—. Las revistas no consideran fundamental tener un ejercicio continuo, duro, de crítica, porque la demanda parece ser muy baja. No hay un público lector que exija o espere que haya esa continua crítica sobre novedades literarias”.

Para Gabriel Bernal Granados, el dilema atraviesa por la formación de propios críticos: “No contamos con críticos capaces de ubicarnos en el contexto en el que nos encontramos, no hay alguien capaz de desarrollar una perspectiva crítica histórica. La mayoría de la gente que escribe crítica lo hace sin haber tenido la experiencia de publicar un libro. Se escribe a ciegas y para posicionarse en la escena de la literatura mexicana. La reseña o el texto seudocrítico se ha convertido más en un peldaño que en una forma de ejercer el pensamiento crítico”.

En el lado opuesto se encuentra Christopher Domínguez Michael, quien argumenta: “El estado de la crítica debe medirse por dos cosas que, aunque se relacionan son diferentes: por un lado está la actividad periodística, lo que se escribe en las revistas literarias y los suplementos sobre la narrativa reciente es algo importante, pero los libros de ensayo que hacen los críticos sobre nuestra narrativa lo son aún más. En el primer caso veo que hay nuevos críticos interesantes como Geney Beltrán o Rafael Lemus, que empiezan a hacer su propia obra ensayística”. Rafael Lemus aborda el problema desde una posición relacionada con el quehacer creativo del mismo crítico: “Es curioso pensar que el crítico sólo tiene dos sopas: fijarse en los autores o sumergirse autistamente en la obra. Desde luego que puede atender otros asuntos: la escritura de su propio texto, la recepción de la obra, el punto en que la obra y el mundo se tocan, por ejemplo. Ahora, sigo creyendo que el mayor problema de la crítica mexicana no es el amiguismo sino, en la mayoría de los casos, el complejo de inferioridad, esa certeza de que la crítica es, o sólo debe ser, el comentario de un texto. No otro género, no una discusión teórica, no una reflexión sobre el estado de las cosas a partir de distintas escrituras: un comentario. ¿Y el amiguismo? Claro que jode, y es a veces parte del mismo problema: el crítico se acerca a los poetas y narradores como para buscar en su amistad la legitimidad que no cree encontrar ejerciendo su propio oficio”.

Con pies de plomo

Para Ignacio Trejo Fuentes, el objetivo primordial del crítico es “privilegiar a los lectores, porque el crítico es un intermediario entre éstos y el autor; se espera que con su trabajo dé noticias al lector de autores, obras, tendencias, y en un grado más ambicioso que aclare y dilucide para aquéllos la significación e importancia (o lo contrario: su intrascendencia) de los libros que comenta”.

No obstante, en México esto no siempre es posible porque el medio literario está dividido en grupos y, además, los reseñistas o críticos tienen que andar con pies de plomo pues el autor revisado hoy, puede ser jurado en algún certamen mañana. “Más que criticar tal o cual obra, se critica a tal o cual escritor, más por actitudes particulares que por su escritura en sí —afirma Miklos—. De pronto, hay que dar un plumazo y acabar con la generación creadora en turno (los nacidos en los setenta y en los ochenta), vilipendiar a la generación previa (los nacidos en los sesenta) y, hasta donde se pueda y por conveniencia, porque ocupan escaños de poder y tienen voz, ensalzar a la generación progenitora (la de los cincuenta). Es la actitud predominante, muy de una República de las Letras no iluminada ni altruista. Nada nuevo bajo el sol, pues: priismo literario”.

Bernal Granados toma una postura similar, para él la crítica ha devenido en una forma para escalar puestos: “Se ha convertido en una forma de conseguir algo y, en el mejor de los casos, una manera de llamar la atención a través del vituperio, el exabrupto o la mera majadería. Los grupos literarios, las mafias, se encuentran en este momento en un proceso de reconfiguración. No existen propiamente grupos, en el sentido que antaño pudo tener este término. Existen casos aislados de escritores que quieren llegar ‘alto’, y la mejor manera que han encontrado para conseguirlo es a través del ejercicio falsamente crítico”.

Ante este fenómeno surge el tema de la credibilidad. Actuar en función de un escalafón o encaminado por intereses prederminados resta rigor y confianza, sin embargo para Geney Beltrán pensar en una actividad crítica alejada de circunstancias como éstas, obedece a un mundo ideal. “Es una cuestión de supervivencia. No lo justifico pero entiendo que ante la falta de una demanda de crítica literaria, no hay mucha posibilidad de que el crítico sobreviva de manera independiente. La lógica de las ediciones, las becas, los espacios de publicación se manejan desde tiempos del priismo literario con base en ese intercambio. Sin embargo creo que sí hay críticos, evidentemente que no en la situación más cómoda y ecuánime frente al lector, porque la crítica de novedades en México se publica teniendo en mente al autor criticado, y el crítico debe escribir dirigiéndose al lector sin importarle absolutamente nada más. Pero como este es un medio literario muy autófago y endémico —todos se conocen, todos en algún momento se cruzan, pueden ser jueces unos de otros a la hora de un concurso—, esto hace que ante tanto incesto, los críticos se vayan con cautela. La situación debería cambiar desde los mismos medios, es decir, que las revistas y suplementos consideren que es importante un ejercicio crítico y ecuánime ante las novedades”.

“No hay de que sorprenderse”, argumenta Domínguez Michael, quien aclara que esto no es privativo de México. El autor de Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005), explica: “Así ha sido la crítica literaria desde que empezó en el siglo XIX. Es un espacio donde están, por naturaleza y por fortuna, en conflicto los grupos literarios, las revistas culturales, las personalidades artísticas y los temperamentos políticos. Una de las cosas que habla de la vitalidad de una crítica literaria es este espacio de conflicto.

“En el caso mexicano hay ciertas características que siempre salen a discusión cuando se habla de este asunto, por ejemplo, la importancia que tiene el financiamiento público de la cultura. ¿Las becas son buenas o malas para la crítica?, ¿los escritores son más o menos dependientes con estos apoyos? Esta particularidad tiene sus virtudes y defectos. El hecho de que en México el medio literario sea endogámico propicia una convivencia literaria muy encarnizada y promiscua. Pero eso no es particularidad de la literatura mexicana, se da en otros lados. El otro modelo es el anglosajón, de críticos encerrados en las universidades. Pero ese escenario no corresponde a México, donde la situación no es la ideal, pero es la que tenemos”.

Del papel al blog

En México no son demasiados los críticos que se dedican exclusivamente a esta labor, la mayoría son narradores, poetas o académicos.

Rafael Lemus ejemplifica el caso de un crítico que ha experimentado con la novela: “Hace poco Javier Marías señalaba, en su columna de El País Semanal, que no era elegante practicar al mismo tiempo la crítica y la narrativa. Pero ¿quién diablos quiere ser elegante cuando se puede ser, digamos, brutal o complejo o improbable? No sé si de un tiempo para acá muchos críticos escriban narrativa, pero sí creo que todos, en algún momento, deberían hacerlo. No es sólo que uno aprenda a leer narrativa mientras la escribe. Es también que en el paso de un género a otro —de la crítica a la narrativa, de la narrativa al aforismo, del aforismo a la crítica, por ejemplo— uno va ganando ciertos elementos y perdiendo otros y contagiando el género siguiente. Y al menos a mí eso es lo que me interesa: la contaminación de los géneros, la escritura informe, y no la pureza. ¿O hay algo más aburrido que ver a un cuentista intentándonos demostrar que, en efecto, sabe escribir un cuento?”

Con más de treinta años alternando entre la narrativa y el análisis de textos literarios, Ignacio Trejo Fuentes argumenta que no es necesario decantarse por una actividad: “Siempre es bueno que un crítico predique con el ejemplo, aunque no es necesario ser novelista para criticar novelas. Recuerdo que alguien reclamó a un crítico que cómo podía juzgar novelas si él no había publicado alguna; el cuestionado respondió: ‘Tampoco sé hacer sopa, pero sé cuando está buena’”.

Pese a los escollos del oficio, la tradición de crítica literaria mexicana es amplia. Al preguntarles al respecto, cada entrevistado enlista nombres. Las respuestas lejos de ser canónicas, reflejan la posición teórica y literaria personal. “Sigo a quienes me enseñaron a hacer crítica literaria, algunos son amigos, otros no. Adolfo Castañón, José Joaquín Blanco, Guillermo Sheridan o Tomás Segovia. Los críticos nunca somos demasiados, en cualquier literatura los críticos siempre seremos menos que los poetas”, dice Domínguez Michael.

Geney Beltrán pone énfasis en las generaciones recientes: “Del horizonte de la nueva generación, arbitrariamente considerada de los nacidos de los setenta en adelante, destaco a Gabriel Wolfson, Ignacio Sánchez Prado, Rafael Lemus, Nicolás Cabral y Heriberto Yépez. Ellos han estado publicando crítica de diferentes formas, la mayoría son de novedades, pero en el caso de Sánchez Prado y Yépez, han escrito libros de crítica que dejan de lado el presente y miran hacia atrás”.

Miklos se decanta por Nicolás Cabral, director editorial de La Tempestad: “es un crítico riguroso y fiel a determinadas lecturas, poseedor de un aparato crítico congruente y nunca veleidoso. Otro es Juan Villoro: es un lector portentoso y es una pena que no reseñe literatura viva. Me gusta, también, la postura de Gerardo Piña, un crítico ortodoxo en apariencia, que rescata la necesidad de incluir el contexto dentro de la reseña. Otro gran reseñista crítico, no muy presente en nuestros escasos espacios críticos desde hace tiempo, es Aurelio Asiain. Finalmente, mencionaría a Gabriel Bernal Granados, que se apega a las enseñanzas de Guy Davenport, crítico de ánimo victoriano e iluminado al que me parece imprescindible leer si uno decide dedicarse de verdad a la crítica”.

Los espacios perdidos

En un texto publicado en marzo de 2009 en Laberinto, Evodio Escalante escribió: “La crítica radical brilla ahora por su ausencia. Quizás no sea exagerado del todo hablar de un declive creciente del género. ¿O es que sólo está cambiando su modalidad? Un dato que me parece significativo: la paulatina desaparición de las reseñas, verdadera escuela de iniciación en los trabajo de la crítica. En otras épocas, toda publicación cultural digna de ese nombre, incluía de modo obligado una más o menos nutrida sección de reseñas de libros. El periodismo cultural empieza a prescindir de esta sección. No me resigno a pensar que éste sea un signo de los tiempos. En dado caso, lo califico como una pérdida”.

Sobre esta pérdida de espacios, Domínguez Michael dice: “Estamos en un momento malo. Para mi generación el espacio de la crítica literaria estaba en las revistas y suplementos. Sin embargo, actualmente hay menos publicaciones impresas que cuando empecé a escribir hace treinta años. Ahora hay un mundo que para mí es relativamente nuevo: el ciberespacio, los blogs donde se compensa lo que hemos perdido en letra impresa. Yo desde luego, por razones históricas, prefiero la letra en papel, pero a lo mejor todos tenemos que trasladarnos a internet”.

Más radical es Bernal Granados: “No existen espacios para la crítica, en el sentido abstracto del término. Existen foros donde publicar reseñas o comentarios de libros. Pero México podría definirse como un país acrítico, que carece de las herramientas intelectuales y morales para el ejercicio de la crítica”.

Si a esto sumamos que en ocasiones se hacen pasar por críticas, textos leídos en presentaciones de libros, que más que analizar privilegian el elogio, los espacios para la crítica —comenta David Miklos— “son cada vez menos y cada vez más cerrados y exclusivos. Vivimos un momento terrible: la muerte (o la banalización) del suplemento literario y cultural.

“Es la ley del mínimo esfuerzo: aprovecho la presentación (casi siempre adulatoria), por la que no me pagan, para colocarla y cobrar por ella. Gajes del oficio”.

Ante la búsqueda de independencia y la reducción de páginas en medios impresos, la red se ha convertido en una alternativa para publicar, aun cuando no se remunere el trabajo del crítico. Habla Geney Beltrán: “Lo ideal sería que desde las revistas y suplementos se buscaran a los críticos más independientes, honestos e íntegros en lo que es el juicio literario, y que no se les diera espacio a quienes usan la crítica para escalar posiciones y ganarse becas. Si no sucede esto, se hará en los blogs. Las páginas en internet serán las que reciban esas voces críticas, incluso cuando los autores no obtengan una remuneración económica. Mauricio Salvador ha hecho su ejercicio crítico en la revista virtual Hermano cerdo, que ya apunta el camino a seguir. No sé si será la crítica el primer género que se aloje por completo en la red, pero quizá sea ésta la única manera para que se transforme de cara al lector”.

Los detractores de estos foros cibernéticos argumentan que sólo la minoría de lo que se publica en los blogs, es “profesional”. Sobre esto, Lemus revira: “Primero habría que decir que no hay o apenas si existen espacios para la crítica literaria, que los suplementos culturales son pocos y tambaleantes. Pero luego hay que decir que sí, desde luego que existen espacios, que allí está internet, y hay que hacer, por ejemplo, el elogio de los blogs para luego, claro, también criticarlos. Por lo pronto ya sé que es verdad que allí, en la blogósfera, conviven y convivirán comentarios amateurs y profesionales, ideas y chispazos, textos y maquinazos, escritura e imagen, y que no hay ni habrá jerarquías ni control editorial alguno. Lo que no entiendo es qué tiene eso de malo. Mejor eso que esto: la respetable culturita mexicana”.


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