lunes, 10 de mayo de 2010

Cuando los padres se van

10/Mayo/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

A mi parecer el problema más agudo que tenemos como sociedad es que los padres se han marchado y ya nadie nos regaña o nos pone en paz. Como si antes de nuestra llegada al mundo nos hubiera precedido un inmenso vacío. Una prueba de ello es que hoy en día se pueden expresar públicamente, en casi todos los niveles sociales, las tonterías más infames sin que asome en el semblante de quien las expresa ningún atisbo de pudor. No me extraña que se viva una situación semejante pues todos sabemos que la casa es distinta cuando los niños se quedan solos: un nuevo espacio se inventa y las reglas cambian, la imaginación se vuelve otra y los deseos no encuentran sus límites. Cuando eres niño aguardas con ansiedad el momento en el que los padres se marchen un momento para husmear en donde no es permitido, cambiar el orden o la función de los símbolos y abrir las ventanas que siempre han estado cerradas, pero si después de un tiempo los mayores no vuelven entonces comienza el terror, el desasosiego que no tarda en volverse llanto. Si se les deja demasiado tiempo a solas, los niños son capaces de incendiar en una sola tarde lo que sus padres reunieron durante toda su vida. Es por eso que ellos deben volver y poner orden con el fin de que la vida pueda continuar.

Cito de memoria a Guy Debord cuando resalta el hecho de que ahora somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres. Tal parece que en buena parte hemos aligerado la carga, cortado las raíces y sólo acudimos a los padres motivados por un respeto frívolo y sin sustancia que no se le desearía ni al peor enemigo. Cuando expreso que estos padres deben volver es porque el terror, la miseria y el desorden que acompaña a la destrucción se han instalado en casa. Y no me refiero al regreso de una institución autoritaria o a un conjunto de personas que tomen el poder y se nombren a sí mismos salvadores o padres de la patria, sino al sencillo hecho de volver a escuchar la voz de los muertos.

Seguimos de largo sin mirar atrás para evitar el regaño y porque el afán de comunicarnos nos empuja a mostrar nuestro rostro a los demás. Quién va a ponerle un límite a los huérfanos que se empeñan en quemar la casa. Quién les dirá que una comunicación sin sustancia no es más que un piar de pájaros. Yo mismo intento responderme por qué he tenido ahora este arrebato que a primera vista puede parecer, además de reaccionario, la rabieta de un anciano en el exilio. Probablemente se debe a que me he hartado de todo el escándalo desatado por las redes sociales, la tecnología de la comunicación y la posibilidad de expresarnos a toda hora y en todo momento.

El encuentro de voces distintas tiene como consecuencia la construcción de sentido, de polémica, de reflexión y sobre todo nos ofrece la posibilidad de conocer a los que son distintos a nosotros. La moral o los fundamentos éticos de una sociedad se inventan, se descubren o se imponen cuando los seres que piensan diferente se encuentran en el campo del lenguaje, la discusión y el reconocimiento, ¿pero acaso esto es lo que sucede con las redes sociales y el entusiasmo desmedido que provoca la comunicación vía tecnología? Hace 40 años escuché decir por primera vez en mi vida que la técnica haría progresar las instituciones democráticas y el sistema de justicia en nuestra comunidad. Lo sigo escuchando.

Ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en limpiar el jardín de la casa, ni siquiera hemos logrado edificar instituciones sólidas que apuntalen el bien común, el bienestar y la seguridad de las personas. ¿Cuántos asesinatos se dan a la hora en que los trabajadores vuelven a sus casas situadas en la periferia de nuestra ciudad? Asaltan y asesinan dentro de los autobuses en los que estas personas se transportan. Y ese transporte es también comunicación, relación entre dos puntos, distancia impuesta para trabajar o sobrevivir, restablecimiento del orden subjetivo, pero es evidente que esta no es la clase de comunicación que nos interesa. Resulta más espectacular comunicarse cada 10 segundos para vociferar sandeces y presumir tecnología cuando se carece del menor sentido de comunicación. Es esto lo que sucede cuando los padres (es decir filosofías, tradición, buenos libros, memoria histórica, imaginación) se van y abandonan la casa. Y no volverán.

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