sábado, 20 de febrero de 2010

Un padrino sin mafia

20/2/2010
Suplemento Laberinto
Carlos Marin

En el despacho de la embajada en la colonia Bellavista en esta capital dominicana, Fernando Benítez consume un Marlboro tras otro, bebe café, interrumpe a cada rato la entrevista para ofrecer con vehemencia y generosidad hospedaje, café, piscina, comida, transporte, amistad y todo lo que tiene; acepta sin reservas hablar del “grupo de Benítez”, que desde México en la Cultura y La Cultura en México, en Novedades y Siempre!, determinó en gran medida el derrotero de la vida cultural:

—Mi primer colaborador fue Alfonso Reyes. Me dirigí al autor de Las mesas de plomo y le hice ver que sus libros circulaban muy poco (con frecuencia pagados por él mismo), y le ofrecí un público de 100 mil lectores. Aceptó, y hasta su muerte fue nuestro más constante colaborador.

“Trabajaron conmigo en forma excepcional los más eminentes refugiados españoles, como Adolfo Salazar, Moreno Villa o Luis Cernuda, para hablar de los fundamentales. Le di entrada a los muy jóvenes, que tenían entonces 18 años, como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Juan García Ponce. Después llegaron Gabriel Zaid, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea y los mejores escritores de esa lejana época”.

¿Y qué les vio a los más jóvenes?

Vi un gran talento en ellos: Elena ha sido la mejor entrevistadora de México. Con preguntas al parecer muy ingenuas logra respuestas decisivas. Todo lo que ha escrito de importancia, como La noche de Tlatelolco, se trata de entrevistas que a veces duraron muchos meses, con sus personajes como Jesusa, que la convirtió en una novela (Hasta no verte Jesús mío) donde la que habla es su personaje. En La noche... quienes hablan son los sobrevivientes de la matanza. Con esas entrevistas hace libros extraordinarios que son testimonio ineludible de los grandes acontecimientos ocurridos en el país en la historia reciente.

¿Y cuál era el chiste de Monsiváis?

Su ironía increíble, su sentido crítico. Es un clásico del periodismo nacional. Hay que ver sus crónicas de los años sesenta, sus Días de guardar. Desgraciadamente habla en un lenguaje cifrado. Sus lectores, además de mexicanos, deben ser algo así como iniciados y por eso no ha logrado ser traducido.

Y José Emilio Pacheco, que fue su jefe de redacción, ¿siempre escribió muy bien o lo sorprendía usted con faltas elementales de ortografía?

No. Por supuesto que no. Era un devorador de libros. En su casa ya no hay espacios libres, ya no hay comedor, ya no hay nada; los libros cuelgan del techo y de todas partes, y solamente él sabe en dónde está la obra que necesita. (…) Realiza un enorme trabajo. José Emilio Pacheco es ya una especie de Alfonso Reyes, con otra ventaja: no solamente es un gran poeta sino un gran traductor de poesía. Ha traducido al español los cuartetos de Eliot, conservando la rima y el ritmo del verso inglés, lo cual es una hazaña extraordinaria que le llevó varios años. Aparte de eso, es un ensayista notable, novelista e historiador. Hay que ver lo que exhumó sobre el crimen de Huitzilac y el obregonismo. Y qué prosa tan extraordinaria tiene. Escribe tan bien, tan magníficamente bien, tanto en prosa como en verso. Es muy tímido, detesta las comidas, detesta las reuniones. Y su mujer, Cristina, también me parece un caso extraordinario. Es la voz de los pobres, tanto en prensa como en televisión… Con un equipo así yo trabajé seguro de contar con lo mejor, porque tengo buen ojo para saber quién tiene talento y quién no lo tiene.

En sus suplementos muchos escritores fueron desdeñados...

Para mantener cierta calidad en el suplemento rechazamos a los mediocres o a los francamente detestables. Había una gran cantidad de gente desechada por nosotros.

¿Como quiénes?

Ahora no recuerdo.

Luis Spota, por ejemplo...

Luis Spota... Porque era muy contradictorio en sus libros. Tenían un gran éxito editorial, pero no un éxito literario superior. Era populachero y estaba en otros suplementos. Lo que le perjudicó mucho es que tuviera varios puestos y ocupaciones y no estaba con unos ni con otros. Siempre defendió y estuvo de parte del gobierno. Hay que leer La plaza para verlo.

¿Y Jaime Sabines?

Era un caso especial. Era un lobo solitario. Nosotros nos ocupamos de sus libros pero nunca logramos establecer contacto con él porque se encontraba en Chiapas y nunca perteneció a ningún grupo literario. Yo creo que lo invitamos varias veces a colaborar y él no contestó. El vivía apartado en una tienda de ropa.

¿Acepta que a la par de propiciar el periodismo cultural usted y su grupo, su mafia o no mafia, determinó quiénes eran o no los intelectuales de México más capaces en el campo de la cultura y las ideas?

Si tengo una virtud, es la de saber apreciar el talento. Yo no descubrí a nadie. Me concreté a apoyar al talento. Para saber si una novela es buena o mala, me basta leer las primeras cinco líneas. La entrada es siempre lo más difícil. Cómo comenzar un libro (sobre el muerto las coronas). Si la entrada es mala, no puede componerse el libro. La entrada te da toda la pauta del libro, sobre todo en la novela. Fui jurado en Casa de Las Américas con Claude Lévi-Strauss, Ítalo Calvino y Roger Caillois. Tenía un altero así de novelas para leer y que por supuesto no leí. Strauss dijo cuál le parecía que debía ganar, Calvino lo apoyó, yo dije: “Qué buena coincidencia la mía”, y Caillois aprobó nuestra decisión. Ni yo ni nadie había leído completas esas novelas porque, como digo, bastaban las primeras cinco líneas para saber si eran buenas o no.

Hable de Carlos Fuentes.

Con Carlos Fuentes mantengo una amistad extraordinaria, de unos 20 años. En él encuentro muchas virtudes: él, como García Márquez, le tenía un gran miedo a los aviones. Prefería viajar en trenes o barcos. Después que me corrieron de Novedades (tuvieron que pagarme un alto precio), hicimos un viaje de ocho meses alrededor del mundo, en un trasatlántico inglés que abordamos en Acapulco. Así de amigos. En Europa tomamos como nuestra sede Holanda, donde su padre era embajador. En el barco, Carlos, inmediatamente, se hizo amigo de una de las dueñas de esa empresa y ella nos recibía echada en un diván, vestida un día de rosa, otro día de azul, en tules transparentes y comiendo chocolates. Carlos se reía mucho de mi inglés porque yo decía: “Oh lady!, no it more chocolates or you can deterioreted your siluet”. La lady se reía mucho y Carlos se burlaba de mi inglés. Yo no sé si esa mujer nos quería seducir o tuvo alguna aventura con Carlos. Las mujeres han desempeñado un papel definitivo en nuestras vidas. Muchas mujeres. Yo me casé tardíamente, a los 55 años, con Georgina, que tenía 25. Antes tuve muchas amantes y Carlos tuvo a todas las que quiso. Muy guapo, extraordinariamente simpático y de un genio formidable. Daba unas fiestas en su casa, cuando todavía estaba casado con Rita Macedo, verdaderamente colosales. Escurría el semen de las escaleras, todos se cogían.

¿Y García Márquez?

Fuentes y yo conocíamos El coronel no tiene quién le escriba, que es una novela de perfección extraordinaria, comparable a un cuento de Pushkin, antes de que Gabriel hubiera escrito Cien años de soledad. Éramos los únicos que sabíamos que García Márquez era un genio literario.

Efraín Huerta fue también un escritor ninguneado en esos suplementos.

Fuimos muy amigos desde los años cuarenta y fue muchas veces nuestro colaborador. Luego de esa década él se separó un poco de nuestro grupo. Sin embargo, publicamos nosotros sus poemínimos, que son algunos de sus últimos textos.

Acerca de la mafia de Benítez, Luis Guillermo Piazza (1921-2007) publicó un libro: Cría Cuevas y te sacarán los ojos...

Piazza no es nadie y Cuevas está considerado como uno de los más grandes dibujantes del mundo. Además, es un amigo entrañable. Pero dese usted cuenta: las capillas se han constituido entre personas que tienen el mismo criterio o la misma calidad y nunca han sido únicas. Siempre han sido varias y esto me parece muy saludable. Nunca he pertenecido a ningún partido político ni adoptado una determinada corriente. Mi ocupación fundamental ha consistido en difundir la cultura a través de la prensa, sin importarme cuáles son las ideas políticas de mis colaboradores. Para mí, es un orgullo que hoy todos los periódicos se ocupen de la cultura antes desdeñada.


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