lunes, 15 de febrero de 2010

Lealtad

15-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Tengo la impresión de que cualquier persona es capaz de imaginar lo que existe detrás de palabras como justicia, lealtad, amistad, humildad y demás términos que son vitales para la convivencia diaria. Iris Murdoch llegó incluso al extremo de afirmar que la moralidad es cuestión de pensar claramente (no me refiero a la precisión o a la exactitud, sino a la claridad como valor intelectual). Se trata de observar, aprender y construir un “yo”, más que de especular o disertar acerca de los orígenes de los conceptos, las etimologías o la historia que se encuentra detrás de cada una de estas palabras. La construcción de ese “yo” tiene sentido porque es una manera de oponerse a la manipulación o al engaño del que somos víctimas (el “yo” como un punto real desde donde mirar y juzgar el mundo). En vista de que las instituciones políticas han perdido nuestra confianza y de que es notorio que casi todos los habitantes de este país albergan rencor o sospechas acerca de la probidad de los políticos, nada parece más conveniente que deshacerse de ellos y comenzar desde el principio a construir de manera humilde y personal nuestras ideas sobre justicia y la convivencia amistosa.

Un ejemplo: en vez de buscar definiciones racionales o categóricas para explicar qué es la justicia, el filósofo Richard Rorty pone más atención en el sentimiento de lealtad que es común a casi todos los seres humanos. En algún momento de la vida uno ha sido leal a los parientes cercanos o a los amigos más queridos. ¿Por qué no ampliar esa lealtad con los extraños y hacer de la justicia una más de las distintas posibilidades de la lealtad. Escribe Rorty: “Cuanto más difícil se vuelve la situación, más se estrechan los lazos de lealtad con las personas que nos son cercanas y más se debilitan con todos los demás”. Es sencillo comprobar la verdad de estas palabras sopesando lo que se vive en México. En cuanto más nos percatamos de la miseria moral de la clase política, la ausencia de instituciones que procuren el bien y la injusticia predominante en casi todos los órdenes de la vida pública, es cuando más estrechamos los lazos de lealtad con quienes queremos. Se busca en casa lo que no existe fuera de ella. En ausencia de los hermanos civiles los amigos toman una importancia inédita.

Además de la lealtad ampliada a los extraños (sea porque son vecinos o viven en la misma ciudad o hablan una lengua común), vamos a poner otra palabra en la mesa que todos aceptan como buena pero que nadie practica: la humildad. Ahora Murdoch añade que sólo el ser humilde, al verse a sí mismo como “nada”, tiene la capacidad de comprender las cosas con mayor claridad. En cuanto uno tiende a cero lo que está a su alrededor se hace más evidente y adquiere presencia y peso. En la humildad uno desaparece para que el otro exista. Esta tendencia a la humildad como norma de la moralidad es contraria a Nietzsche que siempre detestó a las ovejas del rebaño que perdían su individualidad y la posibilidad de sobresalir en el horizonte. En sus libros me encuentro todas las veces esa queja contra el hombre reducido, carente de ambiciones y condenado a no vivir nunca. Del siguiente modo se refería a los europeos de su tiempo “especie empequeñecida, casi ridícula, un animal de rebaño, un ser dócil, enfermizo y mediocre... el europeo de hoy”. Contra estas acusaciones dirigidas al hombre corriente, Murdoch dice que la humildad es extraña en la actualidad, una rara virtud, algo asombroso ya que en todas las personas es común la avaricia y la ansiedad por el poder. En consecuencia el humilde sería en estos tiempo no la oveja, sino la excepción.

En mi caso he preferido concentrarme en la amistad, es decir en la lealtad limitada, pese a saber que ningún amigo lo será por siempre (las pasiones humanas cruzan las fronteras a su antojo). Lo contrario, practicar la lealtad ampliada es casi imposible porque la desconfianza en la sociedad mexicana es endémica y su clase política mantendrá las cosas como están (es decir como les conviene). En cuanto a la humildad como una rara virtud civil estoy totalmente de acuerdo. Es extraña y al mismo tiempo necesaria. Se me perdonará tamaña ingenuidad pero creo que existen las personas humildes (o si se quiere las buenas personas) y no necesito de conceptos racionales ni de sermones morales para reconocerlas. Ellas sí que merecen ser objeto de lealtad.


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