sábado, 6 de febrero de 2010

Tomás Eloy Martínez: la metáfora del cuerpo

06-02-2010
Suplemento Laberinto
Claudia Posadas

Para Tomás Eloy Martínez (1934-2010) su visión del periodismo significaba una responsabilidad con el lenguaje; al mismo tiempo, dicha responsabilidad implicaba el compromiso de dar cuenta de manera encarnada los hechos del hombre, y una actitud de escritura acorde con ello. Estos planteamientos derivarían en una ética del quehacer periodístico y en una obra que es un parteaguas en nuestras letras.

Si para el autor la redacción “del más anónimo de los boletines” significaba una poética, cuantimás lo era el punto de vista con que se debía informar acontecimientos fundamentales para nuestro devenir. En la antología La otra realidad (Fondo de Cultura Económica, 2006), Tomás Eloy cita a Borges: “en algún instante decisivo, la suerte de un hombre resume la de todos los demás”. Encontrar y narrar la hybris, el conflicto de fuerzas que desata acciones y la anagnórisis de ese hombre (entendido como arquetipo) implicado en un acontecimiento real, es lo que mostraría en su profundidad la magnitud social, política y trascendente de ese hecho. Así, el hablar del vuelo de una mariposa herida para hablar de una tormenta, fue la consigna que marcó el trabajo de Tomás Eloy Martínez pero sobre todo la ética con que renovó el quehacer periodístico de nuestro continente.

Sus textos periodísticos, y sus crónicas maestras, La pasión según Trelew (1974) y Lugar común la muerte (1979) además de Las memorias del general (1996), son un magisterio de esta ética. También lo es, en grado mayor, La novela de Perón (1985) pero sobre todo Santa Evita (1995), porque representa una vuelta de tuerca a la non fiction.

Santa Evita es una novela escrita a partir de una investigación periodística apócrifa donde el límite entre lo real y lo ficticio se desvanece y crea una “realidad” más allá del tiempo.

En esta novela convergen los temas del autor argentino: el cuerpo ausente, desaparecido durante la dictadura, y los espacios abandonados debido al exilio como símbolos de una memoria, además de los procesos de vida que derivan en una muerte específica que marcan “la pasión” de los personajes. Sus recientes novelas, El cantor de tango (2004) y Purgatorio (2009) son muestra de esta temática, cuyo ciclo se cierra con su obra póstuma, El Olimpo.

El siguiente diálogo reúne y sintetiza diversas conversaciones sostenidas con él a lo largo de varios años y pretende una revisión de la temática y estética con que ha forjado sus obras más significativas, las que, como toda obsesión literaria de autor, trascienden el tiempo y espacio.

¿De sus libros, cuáles son sus preferidos?

Con los libros a uno le pasa como con sus hijos. Los más desvalidos son los que más le gustan. Lugar común la muerte es un ejercicio entre esa frontera imprecisa entre la literatura y el periodismo. Son textos que aparecieron en periódicos, que tienen forma de relatos y están contados como cuentos. Para muchos ése es mi mejor libro. Es un volumen que conoció una corta difusión. El otro libro que me gusta es La mano del amo (1991), que es una meditación, tal vez exageradamente poética, de la creación artística, en la cual el trabajo del lenguaje es más refinado.

La mano del amo es diferente de sus temáticas y estética. ¿Podría ser su obra más experimental?

Con ese libro quise romper el tema del peronismo en el que se me había encasillado. La figura central es una madre represora que trata de castrar la vocación artística del protagonista, que es un cantante que puede alcanzar todos los registros del bel canto. Esto es porque en mis obras hay un estudio sobre las formas que asume el abuso del poder sobre la identidad. Sin embargo pasó inadvertida. Por otro lado me interesa esa estética que ya estaba presente en Sagrado (1969).

Santa Evita creó un mito del mito y es la referencia para hablar de Evita. ¿Qué opina?

El crear un mito del mito corresponde a una tradición de la cultura argentina y surge con Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento. En la obra compite la imagen que del personaje histórico el autor quiere que permanezca como más verdadera, con la imagen que se desprende de los documentos. Así, lo que intenté establecer en La novela de Perón y en Santa Evita fue que los documentos, en tanto escritos por el poder, son parciales. El novelista tiene derecho a crear una verdad que él imagina más veraz y que configura un personaje que tiene una fuerza más poderosa en la imaginación que el real. Santa… es una recolección de los mitos que existen sobre Eva Perón donde el lector compondrá su propia imagen de Evita.

Y en cuanto a la técnica periodística, ¿cuál es el aporte que usted hace en esta obra?

Al revés de las grandes novelas de non fiction de los 50 y 60, que eran narraciones periodísticas escritas con la técnica de la novela, Santa Evita

es una serie de invenciones escritas con las técnicas del periodismo. Nada es cierto, pero la técnica da veracidad, lo que ha causado confusiones. Hay artículos que cuentan la historia del cadáver de Evita sobre la base de mi obra, y existe el extremo de la película Evita, la verdadera historia, que saquearon de mi libro sin darme el crédito. Hay que diferenciar Las memorias del general, que es un texto periodístico en donde reconstruyo la vida de Perón a través de entrevistas que me concedió, con La novela…, que es mi fabulación opuesta a la versión oficial.

Un aspecto central de su obra son las estructuras complejas en las que al final, en una imagen simbólica, convergen los diversos planos narrativos que abrió. ¿Cómo surge este recurso?

En esa imagen final se concentra todo y es una manera de dar fuerza al planteamiento. Si no tuviera esa estructura de tiempos que se mueven y se desplazan y de rompecabezas o de cajas chinas que sólo hasta el final convergen, la obra no tendría sentido. Todo se construye por omisiones. Va estableciendo complicidades con el lector diciendo: “no te cuento esto ya vas a ver por qué”. Ahí se ve la diferencia entre novela histórica tradicional y literatura. La primera entrega el material digerido. En la segunda el lector debe construir la historia y los personajes.

Otro tema fundamental en su trabajo es la muerte y su vestigio en el alma y el cuerpo como un exorcismo de su sociedad. ¿Qué implica?

Si se imagina el peso de la tradición que tenemos los argentinos de que no podemos enterrar a nuestros muertos, porque nos escondieron sus cuerpos, hay una desdicha, una ausencia. Además, esto se refuerza con otra tradición de casi venerar los cuerpos. En El sueño argentino (1999), hablo sobre las raíces de la necrofilia argentina, las cuales se remontan a la fundación de la ciudad de Buenos Aires y tienen dos momentos cruciales. Uno es el entierro de la esposa de Juan Manuel de Rosas que fue semejante al de Evita. El otro es el traslado en un caballo, en 1841, del cadáver de un prócer unitario, de un lugar a otro del país porque sus soldados no querían que el cuerpo quedara en manos enemigas. Por supuesto, el cuerpo iba deshaciéndose en el camino. Posteriormente, los cadáveres empiezan a utilizarse en Argentina como arma de negociación política.

En Santa Evita se dice que ese cuerpo contiene a su sociedad. ¿Sería interesante saber en qué estado se encuentra como una clave?

Ese cuerpo es una metáfora de lo que nos pasa a los argentinos. Habría que ver si la corrupción aumentó o no, o si es un cuerpo resplandeciente. Ese cadáver es una clave de la historia, al mismo tiempo que podría decirse que en todo cuerpo, se depositan sueños, es como en el amor, una convención. El ser que uno ama es mucho menos la persona que uno cree que es. Lo mismo pasa con Evita. Los argentinos aman ese cuerpo que es el sueño de una nación, la construcción del deseo y la imaginación de un país entero.




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