lunes, 31 de enero de 2011

El cine, la novela y los muertos

31/Enero/2011
El Universal
Guillermo Fadanelli

Hace un tiempo un periódico español me pidió escribir unas líneas sobre el escritor Roberto Bolaño que recién acababa de morir. Si bien no recuerdo qué cosa argumenté en ese momento sí he guardado en la memoria lo siguiente: si debiera seleccionar 50 libros para hacer una brevísima biblioteca no tomaría ninguno de los que ha escrito Bolaño. Traigo esto a cuento porque si bien se trataba de un gran escritor, el revuelo que causa su literatura me parece un tanto pintoresco. Cuando un escritor muere su hipotético deber sería ponerse hombro a hombro con los muertos más que sumarse a quienes aún tienen la desgracia de existir. Su lugar está entre los muertos, no entre los vivos. Entonces podríamos compararlo con otros integrantes del panteón literario como Kafka, Walser, Wilde, Chejov, Borges, Arlt, Bernhard, McCullers, Poe, Tolstoi, Cortazar y muchos otros. El asunto en este caso es que yo poseo cincuenta nombres antes que el del magnífico escritor chileno. A veces tengo la impresión de que tanta alharaca proviene más de una ausencia de gusto o de conocimiento que de pasión por la literatura.

Hermann Broch, a quien cito sin haber leído a fondo (Broch carece de fondo), dice que la única moral de la novela es el conocimiento y que es inmoral aquella novela que no descubre parcela alguna de la existencia hasta antes desconocida. Eso escribe Broch y yo estoy de acuerdo con su afirmación (me pregunto por qué me causan tanta atracción los escritores austriacos si aquí no hace tanto frío y la amargura mexicana no ha producido todavía literatura desquiciada). Si la novela no es conocimiento y no trae a este mundo algo que no existía antes, entonces no se aproxima al arte y ya puede ir cavando su tumba: si nada más es entretenimiento o testimonio de la realidad no tiene un lugar seguro en los tiempos actuales pues el cine o las series de televisión han avanzado mucho por estos caminos. El cine ha contado todas las historias posibles en tan sólo un siglo de edad. El entretenimiento es necesario para hacer más soportable la vida, pero es un punto muerto, un respiro antes de avanzar en alguna dirección. Por eso creo que las novelas no sobrevivirán si sólo aspiran a ser un pasatiempo o a contar una buena historia. El cine y las series de televisión están llenas de buenas historias y un ejército de guionistas se hallan dispuestos a crear una buena historia a cada segundo. Ahora, mientras escribo este artículo, los guionistas del orbe han escrito ya varias obras “inolvidables” que veremos pronto en la pantalla.

Esto me hace pensar que las buenas novelas son las que no pueden ser llevadas al cine. Es inútil llevar estas obras al cine porque cuando son desplazadas a un lenguaje distinto al suyo pierden casi todo en la travesía. ¿Una buena novela? La que no puede ser llevada a la pantalla y que se resiste a ser comprendida en otro lenguaje que no sea el escrito, así como una anciana se niega a correr al ritmo de los niños. Traducir una buena novela a otra lengua puede llamarse entropía, pero insistir en llevarla al cine es virtualmente suicidio. Por cierto, una virtud de la novela es hacerse vieja demasiado pronto (quiero decir sabia y reacia al manoseo publicitario). Si la novela tiene sentido es porque es una anciana prematura. El insulto o desprecio de los jóvenes pone a los viejos de nuevo en marcha pues los invita a la guerra. Y todo vuelve a comenzar. Por eso las amenazas de los medios electrónicos en contra de la literatura resultan estimulantes para algunos escritores. Una vez anunciado nuestro fin podemos comenzar a escribir novelas armados de una renovada tranquilidad, aunque esta extraña calma provenga del desasosiego.

domingo, 30 de enero de 2011

30/Enero/2011
Jornada Semanal
Antonio Valle

Cien años de inteligencia

Si el siglo xx latinoamericano tiene una correspondencia crítica con algún escritor, ese hombre es Ernesto Sábato. Sus orígenes intelectuales se remontan a los años treinta, cuando hacía el doctorado en física y matemáticas. Esa vocación por la ciencia será determinante al escribir su primera obra: Uno y el universo (1945). Sábato dice que este “librito”, repertorio de pequeñas joyas, lo redactó después de un intento fallido para hacer una novela que llevaría por título La fuente muda. Además de abordar temas absolutamente contemporáneos como el tiempo, la causalidad, la geometrización de la novela, la expansión del universo, el eterno retorno y el poderío del lenguaje, son relevantes las reflexiones que hace en torno al surrealismo, y también a la obra de Jorge Luis Borges, con quien mantuvo una relación de crítica, admiración y desconcierto.

Ciudades laberinto de Sábato y dédalos borgeanos

Hace unos meses, mientras intentaba llegar a la casa de Sarita Poot, me extravié en la ciudad de Mérida. Después de caminar un buen rato por las calles de la ciudad blanca alcancé a darme cuenta de que había llegado al punto donde inicié el recorrido. Sin duda, la sensación laberíntica que experimentaba tenía como origen la traza de sus arterias. La belleza simétrica reproducida innumerables veces hizo que imaginara algunos de los laberintos relatados por Borges. Diametralmente opuestas –recordé– son las ciudades mineras de Taxco, Guanajuato y Zacatecas, construidas con cantera gris, azulada, verde y rosa. Estas ciudades podrían representar el tipo de construcciones laberínticas que retratan las novelas de Ernesto Sábato, novelas que, como sabemos, fueron creadas sobre una red de túneles y galerías subterráneas. Por el contrario, las ficciones laberínticas de Borges parecerían desarrollarse en dédalos no por diáfanos me-nos complejos. Dentro de esa clase de laberintos geométricamente dibujados se encuentran los tableros de ajedrez, juego con el que los indios se propusieron ensayar las partidas y variantes que posee el infinito. Sin embargo, las novelas-dédalo de Sábato, cuyas tramas se estructuran mediante una intrincada red de zonas veladas, también se afanan en establecer contactos con la luz abierta. Retomando algunos de los elementos laberínticos desarrollados por Kafka y por Allan Poe, cuya precisión estructural fue evidentemente apreciada por ambos narradores argentinos, encontramos algunas analogías entre esa clase de literaturas y las metrópolis laberínticas de México. Las estructuras de Sábato serían como las ciudades precortesianas del altiplano y la arquitectura borgiana sería semejante a las capitales dédalo de Pueblo Nuevo y de Casas Grandes en el norte del país. En las ficciones borgeanas las estructuras funcionan con la perfección de un mecanismo de relojería, además de ser agraciadas como las calles de Mérida, cuya belleza es casi metafísica. Por el contrario, en las escabrosas historias de Sábato, protagonistas y antagonistas son determinados por la condición humana. Se trata de relatos que genética y psicológicamente suelen estar cruzados por complicaciones de carácter histórico y sexual.

Postmodernidad literaria en América Latina

La narrativa de Borges presenta algunos elementos técnicos, temáticos y conceptuales, con toda su carga de artefactos, brillos, fantasmagoría, simulacros y superposiciones que hacen del invidente prodigioso (todo vidente verdadero es ciego) el gran forjador de la postmodernidad literaria del siglo xx en América Latina. Ernesto Sábato es heredero y precursor de tradiciones inclinadas hacia un humanismo más comprometido socialmente. Sábato ha asimilado una larga tradición que viene del siglo de las luces y que culmina en el positivismo. Esa metodología, tan útil como certera, le funcionó para erradicar una serie de patrañas escatológicas y religiosas. Sin embargo, con los estallidos enceguecedores y mortales de Hiroshima y Nagasaki, con los que simbólicamente se inaugura la postmodernidad, el brillante fisicomatemático termina por cuestionar algunos postulados científicos éticamente insostenibles. Después del Holocausto, para Sábato es imposible dejar de preguntarse por qué, para qué, cómo y a quién sirven la ciencia y la tecnología.

El socialismo y la revuelta antiautoritaria

Sábato es uno de los primeros escritores latinoamericanos del siglo xx que se sumerge en la vorágine de los movimientos revolucionarios y socialistas. Sin embargo, poco antes de que el narrador termine por comprometerse con los postulados estéticos y políticos de una influyente Unión Soviética, abandona la causa “proletaria” al darse cuenta de que Stalin, mientras instaura el realismo socialista, le clava un cuchillo a la cultura rusa, a sus intelectuales y artistas. Por supuesto, la literatura al servicio de una ideología no es una tarea para un escritor libertario como Ernesto Sábato. Pronto rompe con ese socialismo autoritario tomando una distancia crítica que a muchos poetas y artistas latinoamericanos les toma décadas emprender.

La etapa surrealista

Poco después Sábato se encuentra en un París que vive la creciente del movimiento surrealista. En esa estética, que como dice Paz es el último gran movimiento cultural que produce el siglo xx en Occidente, el narrador encuentra una opción para atemperar sus aspe-rezas con el mundo de las ciencias duras. En Uno y el universo, además de relatar sabrosas experiencias con artistas notables, como Salvador Dalí, Benjamin Péret, Roberto Matta y Wifredo Lam, Sábato se interroga por qué el surrealismo reivindica el automatismo como instrumento de investigación psicológica, discrepando con André Breton, quien aseguraba que el surrealismo es una expresión del funcionamiento “real” del pensamiento. El autor de El túnel pensaba que el surrealismo constituiría una especie de capítulo “especial” del psicoanálisis, al que habría que quitarle una serie de vagas ideas que abonaban a la confusión mental. No obstante, Sábato aceptó que sus experiencias con los surrealistas le permitieron indagar más allá de los límites de una racionalidad restrictiva, aceptando su valor catártico y reconociendo que algunas de las expresiones plásticas y literarias de los surrealistas consiguieron constituirse como obras perdurables. Esto había sido posible gracias a que en esas obras predomina la construcción, el método y el oficio. He aquí otro de los clásicos ajustes críticos que el escritor llevará a cabo con su propio proceso creativo.

El milagro, la oligarquía y la dictadura

En los años sesenta comienza a desmoronarse el llamado “milagro económico” que algunas naciones latinoamericanas experimentaban. Este modelo generó el surgimiento de una clase media que de pronto vio rotas sus expectativas de consolidación y desarrollo. A finales de los sesenta, en distintos países del Cono Sur, poderosas expresiones políticas de descontento cuestionaban la hegemonía de las oligarquías. Las tendencias políticas y sociales que buscan modernizar a distintos países de la región fueron reprimidas, mientras se instituían las funestas y célebres dictaduras militares.

Ante la intolerancia, heterodoxia.
Continuación de la inteligencia y la verdad

La historia política de Ernesto Sábato es tan insólita como su obra literaria. Si es cierto que renuncia al socialismo autoritario y se convierte en un ferviente antiperonista, poco después defenderá a Evita. Si una mañana desayuna con Borges y Videla, más adelante, ya con Raúl Alfonsín en la presidencia, dirige la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que abre las puertas para que sean juzgadas las juntas militares de la dictadura. Heterodoxia (1953) es el título de un ensayo publicado por el intelectual libertario. Ese concepto define las posiciones de un pensador rebelde, de un hombre cuya visión es discordante con todos los dogmas. Sábato es el gran disidente herético, cuyas posiciones políticas le valieron críticas de los más polarizados intelectuales de izquierda y de derecha. En un texto titulado Continuidad de la creación, Sábato dice que “nadie puede ver en una novela, en un cuadro, en un sistema de filosofía, más inteligencia, más matices del espíritu que los que él mismo tiene”. Esa inteligencia, esos matices son los que ha hecho valer en su obra.

Nunca sabremos a ciencia cierta en qué estará meditando ahora mismo el fantástico escritor en su casa de los Santos Lugares construida muy cerca de Buenos Aires; aunque tal vez no sea tan difícil adivinarlo, porque se trata de un hombre que asegura que no es cierto que exista “un abismo entre la realidad y la ficción”. Sábato es un escritor que piensa que “la inteligencia persigue interminablemente a la verdad”; y que ésta “tiene infinitos cómplices e infinitos lugares”.

Literatura postmoderna en una realidad premoderna

Una novela como Sobre héroes y tumbas (1961), cuya trama aborda los estertores de una familia decadente y aristocrática, que al mismo tiempo contiene algunos de los elementos más emblemáticos de la postmodernidad literaria del continente, es un buen ejemplo de cómo a partir de los años cincuenta los escritores más sensibles e inteligentes se propusieron trascender el trabajo y los métodos de las vanguardias. Sábato nos hace recorrer un dédalo de túneles; metáfora de las ciudades mineras que crecieron al amparo de fraguas y alquimistas, y que por lo tanto también expresan –en un tono absolutamente contemporáneo– la lucidez extrema de una conciencia que se permite “narrarlo todo”. La novela se desarrolla mediante distintos planos y dimensiones, que van de lo histórico, representado por el general Juan Lavalle –personaje representativo de la independencia argentina–, al discurso cínico e intimista del narrador. Con mayor fuerza política se desenvuelve Abaddón el exterminador (1974), relato apocalíptico que recupera algunos de los sucesos más nefastos en la historia de la República Argentina. Se trata de un caleidoscopio de escenas y fragmentos, cuya simultaneidad temporal y espacial ha convertido a esta novela en un clásico de la narrativa postmoderna de América Latina. Sábato pertenece a una generación de creadores brillantes, como piensa Vargas Llosa dela obra de Juan Carlos Onetti –escritor fuera de serie nacido en la otra orilla del Río de la plata. El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador, también pueden ser leídas como obras de creación postmodernas que exploran en realidades culturales, políticas y sociales cuya introducción a la modernidad ha sido lentísima.

Antes del fin, la resistencia

Antes del fin (1999) y La resistencia (2000) son dos títulos de los libros más recientes de Sábato. Este narrador que ha conocido el siglo xx como pocos, plantea que si la humanidad ha de sobrevivir será mediante la restauración de valores espirituales. Expresa que al aislamiento, generador de una “indiferencia metafísica”, es preciso oponerle resistencia. Si nuestro planeta –y con él la especie humana– no ha de terminar en un basurero del cosmos, será necesario frenar su vértigo. A tan inhumana aceleración habría que oponerle cierto tipo de lentitud, “como se suceden las estaciones, el crecimiento de las plantas y de los niños”. Al consumo enloquecido de ciencia y de tecnología que genera una “indolencia abstracta, cínica y violenta”; evidencia de un “poder extraño y casi sobrehumano”, habrá que resistir apoyados en la intuición y en nuestra capacidad crítica. Antes del fin todavía sería posible desatar cierto tipo de inteligencia como la que Sábato despliega en sus tramas. Se trata de un escritor que, leal y amistoso con nosotros, ha completado un ciclo trazando grandes novelas y ensayos del siglo xx en América Latina; geografía política de vastas áreas premodernas, que fuera de experiencias originales y recientes como la del Brasil de Luis Inacio Lula, presenta síntomas de pérdida de la memoria, la sensibilidad y la razón. Por fortuna, mientras el proceso mental que se propone deshumanizarnos sigue su curso, para resistir contamos con la obra del legendario maestro Sábato.

sábado, 29 de enero de 2011

29/Enero/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

La nueva narrativa mexicana —hecha por nacidos en los 70 y 80— responde cada vez menos a lo vertical.

Las nuevas narrativas no buscan imitar, continuar o superar a un autor nacional consagrado (Rulfo, Fuentes o Elizondo) ni inmediato anterior (Sada, Rivera-Garza o Bellatin) sino que forman grupos y temas en vínculo con la realidad nacional actual (y los medios).

Se trata menos de una tradición lineal que de un campo horizontal.

La literatura mexicana se descentraliza. Hay mayores oportunidades de publicar fuera del DF. La propia importancia de los “maestros” o influencias se diluyó, en parte, por esta expansión editorial. E internet.

Sí, se horizontaliza pero con crisis de nostalgia centrípeta. Los críticos, en buena medida, son quienes intentan conservar la “Literatura mexicana” y quienes contextualizan a estas obras en ese paradigma agónico.

Otros dos rasgos claros: 1) Cantidad y calidad creciente de narradoras. 2) Un balance cuantitativo y cualitativo entre la narrativa hecha en el DF y la hecha en otras ciudades.

Estas dos tendencias imparables, por cierto, también son frenadas por los reseñistas de estas generaciones adscritos a revistas nacionales, muchas veces varones en el DF (real o mental).

¿Por qué los jóvenes críticos son tan conservadores? Al contrario de la narrativa, ellos se formaron queriendo imitar a Christopher Domínguez en lo patrio y a Harold Bloom en lo que imaginan como internacional. La crítica de ese periodo es canónica (¡y canóniga!), clásica, ¡mainstream sin darse cuenta!

A falta de ensayistas intrépidos acompañantes, los narradores tampoco han desarrollado teoría ni radicalizan la forma narrativa, anclada aún en la estilística. Prosa en que Nada Sobra, como meta.

Y como Neta: el espíritu filisteo. Sin filosofía —y monopolizada por lo mediático y con aversión al arte contemporáneo, la teoría de género o las ciencias sociales— esta narrativa no ha actualizado su construcción del sujeto, la voz textual y la página como zona experimental.

Inspirados por los mass media —música, cine, televisión, internet—, en un país sin bibliotecas o revistas literarias innovadoras, la oferta editorial les educa en dos o tres cadenas de librerías. No tienen ideas propias sino editoriales favoritas.

¿Qué pasará con esta narrativa?

La imagen que de ella se construirá en el mundo de las letras la intentarán domesticar las revistas literarias nacionales y las antologías encargadas.

Y a falta de una conciencia crítica —formal, política y teórica— podría ser que la nueva narrativa mexicana quede a medias: ni continúe la narrativa mexicana “maestra” ni tampoco decida irse por la libre.

¿Su pesadilla? Quedarse sin becas. ¿Su cielo? Publicar en Anagrama.

La nueva narrativa en México es esclava de la política cultural pública y privada.

Telegramas a un joven escritor

29/Enero/2011
Laberinto
Luis Arturo Ramos

Afirma siempre que odias el poder en cualquiera de sus disfraces (chamba, beca, grupo, cargo o etcéteras equivalentes); pero abstente de señalar a quien se beneficia de él.

•El poder es abstracto, sus beneficiarios concretos.

•Precisa los elogios, generaliza los ataques. De generalizaciones está empedrado el camino hacia donde quieras llegar.

•Mantente al margen del poder; pero no tan lejos que no te alcancen sus beneficios ni pueda pedirte una opinión pública.

•La distancia más corta entre el poder y el escritor no es la línea recta. Es más, en tal geometría no existe la línea recta.

•Advierte que si sustituyes “escritor” por el nombre de algún otro oficio, varios telegramas siguen vigentes. Recuerda que siempre podrás dedicarte a otra cosa.

•Habla sin pena de ti mismo. El escritor, como los strippers, suele vivir de hacer públicas las partes privadas.

•Trata de ser irónico. La ironía ha salvado más vidas (literarias) que la penicilina.

•No titules tu columna “La estatua iconoclasta” o tu editorial Corpus delicti. Yo los usaré algún día. (Éste, por ejemplo.)

•Cuando vayas a solicitar, no una beca sino la beca, investiga primera quienes la otorgan. Haz lo mismo si se trata de el premio.

•Si Dios es creación humana, los Jurados también. Esto se vuelve evidente cuando el ganador resulta más grande que los jueces.

•No te envanezcas si te dan el premio o la beca. Tampoco entristezcas si no lo obtienes; pero sobre todo, nunca abandones el impulso de concursar aunque tengas que dejar de escribir.

•No creas que ser jurado te convierte en dios; a veces sólo eres juguete de quien los vuelve dioses.

•Frecuenta a los miembros de tu generación e invéntate las razones que la justifiquen como tal. Te sugiero la edad, los temas, la filiación política o las preferencias sexuales.

•La literatura no es cuestión de principios sino de finales. Texto que no remata bien, vale mal, por buenos que hayan sido sus principios o primeras intenciones.

•Ya que habitas la República de las Letras, averigua quién es el presidente, quiénes los ministros de justicia y quiénes los coordinadores de las principales fracciones parlamentarias. PD. No olvides a la chiquillería.

•Si viajaras 100 años al futuro y no encontraras señales de tu paso por la literatura en la enciclopedia, ¿seguirías escribiendo cuando volvieras a tu tiempo? Un sí o un no, resulta irrelevante. Escribe porque te da la gana.

•De los libros habla bien, mirando siempre a quién. Y mal, también.

•Acude a fastos y celebraciones literarias; pero desdéñalas de palabra o gesto. De preferencia lo segundo, porque el gesto tiene la virtud de convertirse en su contrario cuando conviene.

•Pronuncia los nombres de Lacan o Derrida como si los hubieras leído. Escríbelos siempre con corrección.

•En las encrucijadas, evade el problema con un rotundo “no lo he leído” o un precavido “lo estoy leyendo”.

•Pero sobre todas las cosas, joven amigo, recuerda siempre el dicho de Apuleyo: “No porque el médico diagnostique la enfermedad, queda libre de padecerla”.

El canon del ensayo

29/Enero/2011
Laberinto
Armando González Torres

De entrada, no hay que olvidar quién es el autor: a riesgo de un regaño, nadie intente acurrucarse en un sillón para leer este libro, es necesario buscar un pupitre, sentarse erguido y poner la mayor atención en la prédica tajante del Profesor Bloom, quien compilará la historia del ensayo, desde que la tierra empezaba a arder hasta el presente, en unos cuantos autores. En efecto, en Ensayistas y profetas, el canon del ensayo (Páginas de Espuma, 2010) Harold Bloom, el campeón de la noción de canon occidental y uno de los más visibles adversarios de los relativismos culturales, reúne semblanzas de una veintena de ensayistas desde algunos profetas de la Biblia hasta Camus pasando por Montaigne, Dryden, Ruskin, Hazlitt, Carlyle, Pater y Freud. Si se atiene a la selección que realiza Bloom, el ensayo oscila entre la visión profética y la sapiencia vital y se desarrolla en una geografía que apenas sobrepasa el mundo anglo y, un poquito, francoparlante. Así pues, nadie esperará una aproximación amplia al ensayo y sus usos y transfiguraciones en diversas latitudes, sino un panorama arbitrario y etnocéntrico, guiado, a ratos, por esa inclinación de Bloom a ilustrar la evolución literaria con parejas dialécticas de maestros titánicos y discípulos insumisos. Y esa visión de la literatura como la pugna de influencias salva el libro pues, en sus mejores momentos, Bloom inventa una trama casi novelesca de magisterios y discipulados incómodos que, con sus continuidades y oposiciones, forman una historia fragmentaria del género ensayístico y le dan al conjunto, si no solidez, sí un aire de saga narrativa en torno a una gran familia de la inteligencia.

Uno de los magisterios conflictivos que aborda Bloom es el de Montaigne (en cuya prosa se encuentran condensados todos los poderes y funciones del ensayo moderno), y Pascal que, además de plagiar a su mentor, lo fustiga para convertirlo en doctrinario. Igualmente, Bloom se introduce en la compleja convivencia de Johnson y Boswell y dice que estos dos seres, casi ficticios, sólo adquirieron cierta sustancia gracias a su congenialidad literaria. Bloom también se ocupa de las distinciones en matiz y temperamento entre Emerson y Thoureau, titanes del trascendentalismo naturalista tan caro al espíritu norteamericano. Otra continuidad-oposición conmovedora es la de Ruskin y Pater: si Ruskin funde experiencia estética, intelectual, moral y religiosa, Pater lleva al límite el arte de la percepción y practica una crítica que, más que análisis, “contiene ensoñación”. No todas las semblanzas son tan estimulantes y llenas de vínculos como las anteriores, pues ya se sabe que la pedagogía poco amable de Bloom combina auténticas revelaciones con ideolecto crítico, largas citas y frases huecas. Sin embargo, quedan de este elenco de escritores dos lecciones en torno al ensayo: que el gran ensayo es revelación interior y que el método crítico más certero es “uno mismo”.

lunes, 24 de enero de 2011

Los vanidosos

24/Enero/2011
El Universal
Guillermo Fadanelli

Cuando alguien me pregunta sobre cuáles serían los cinco libros que elegiría para llevarme a una isla desierta, respondo que no me llevaría tantos libros y que me bastaría con un diccionario. A partir de este diccionario creo que podría imaginar el mundo nuevamente. Y aunque las islas abandonadas no son lugares apropiados para leer, llevaría conmigo el diccionario de María Moliner. Lo haría por dos razones: la primera es que esta mujer les robó tiempo a sus hijos y a su marido para escribir su obra, como ella misma lo confiesa en la dedicatoria del libro, hecho que reviste al diccionario de una aura dramática que se aproxima a la literatura. La segunda es porque un considerable número de definiciones incluidas en este libro son en realidad brevísimas novelas.

María Moliner describe la vanidad como "la cualidad de la persona que tiene afán excesivo y predominante de ser admirada. Si halagas su vanidad conseguirás de esta persona lo que quieras pues, dadas sus cualidades y su posición, se cree con derecho a la admiración y acatamiento de los demás mostrándolo con su actitud y palabras." Pues bien: Moliner ha creado de este modo una breve novela acerca de la vanidad (los personajes van por cuenta de nosotros). Debido a razones inexplicables las personas vanidosas me son bastante simpáticas. El hecho de que se aprecien tanto a sí mismas y de que un halago represente para ellas un placer incomparable las vuelve ante mis ojos seres extraordinarios e indefensos. Escribió Alberto Caeiro: “porque yo soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura”.

Un diccionario menos ilustrado -el que publica la Real Academia Española-, dice que la vanidad representa la caducidad de las cosas de este mundo, lo cual me parece un tanto determinante. El vanidoso sería entonces un ser que habita la nada; un habitante de la nada. Sin embargo, es justo dicha cualidad la que hace del vanidoso un ser excepcional. Cioran declaró en un ensayo que hacer ejercicio físico le parecía tan vacuo como esculpir un grano de arena. ¿Cómo preocuparse por algo tan minúsculo como el ser humano? ¿Acaso los piojos se creen a sí mismos indispensables en el mundo de las cosas? Así es: tanto los hombres como los piojos desean hacerse presentes a toda costa. Y es aquí donde considero se encuentra la esencia de todo este asunto: la vanidad ayuda a existir a quien, en esencia, no es nadie.

La modestia, en cambio, es una redundancia: como el feo que va gritando a los cuatro vientos que es feo. Quien se rodea de personas modestas corre un grave peligro, pues no sabe a qué hora los modestos revelarán sus verdaderas intenciones. Nunca se sabe en qué momento ellos se decidirán a existir. El que es vanidoso a causa de su belleza o de su poder es casi siempre un pusilánime. Eso no es vanidad, es un alarde ordinario sin ninguna trascendencia. El vanidoso sabe que su valor va más allá de toda duda. No pone en cuestionamiento que el mundo sin él estaría mucho peor. En realidad nos compadece ya que somos sus inferiores -sin importar en qué posición nos encontremos- y jamás lo podremos humillar. Mis mejores amigos son tan pagados de sí mismos que me resultan absolutamente simpáticos. En verdad creo que el mundo sin ellos sería menos habitable. Por el contrario, la vanidad femenina no existe. Eso es una patraña y una contradicción. Además las bellas son por antonomasia desgraciadas pues su belleza día con día va en picada y tarde o temprano terminarán como manzanas podridas. Por eso cuando veo a una mujer hermosa sonreír me entran unas enormes ganas de llorar: la pobre no sabe lo que le espera. Y si lo sabe, ¿por qué sonríe?

domingo, 23 de enero de 2011

Leer para escribir la vida

23/Enero/2011
Jornada Semanal
Luis Enrique Flores

Mónica Lavín es una de las escritoras más representativas de la literatura contemporánea en México. Recientemente fue galardonada con el tercer Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2010 por su obra Yo, la peor, texto acerca de Sor Juana Inés de la Cruz. Como platillo de entrada, e hincándole el diente a la eterna y magullada cuestión de que en México se lee poco o nada, Mónica Lavín responde si el nuestro es un país de no lectores.

–Las estadísticas dicen que se lee poco. Uno se topa con personas y hay pocas con las que puedes tener una conversación sobre libros. En esto tienen que ver varios factores. Uno de ellos es qué valor social tiene la lectura, por qué importa leer. Hace poco leí en El Universal un artículo de Álvaro Enrique que me llamó mucho la atención. Decía: “La lectura no nos va a hacer personas mejores, no, porque a lo mejor tú eres una persona con un carácter terrible y vas a seguir siéndolo, pero nos hará ciudadanos más tolerantes”, o sea, la lectura te hace ver que hay muchos puntos de vista, maneras de pensar, enfoques, estilos de vida y eso, finalmente, te forma como ciudadano crítico y tolerante.

–Entonces, ¿se debería empezar por darle valor a la lectura?

–Sí, yo siempre he dicho: ¿por qué no tiene un valor curricular el ser lector?, ¿por qué cuando vas a una empresa a pedir empleo en la entrevista no te pregunten qué libro está leyendo, cuántos libros lee al año? Le debería interesar a un empleador que va a contratar a alguien, que por lo menos [ese alguien] lee libros, que por lo tanto va a tener la posibilidad, quizás, de expresarse mejor. También tenemos otras dificultades: ¿qué libro leer? Pongamos que alguien quiere ser lector, ¿cómo se topa con el libro adecuado? Por ejemplo, en Estados Unidos han resuelto este problema, creo que bastante bien, con este programa de Oprah Winfrey, que siempre hace sus recomendaciones de libros y, como el programa es masivo y tiene un peso en la opinión pública, los libros que ella recomienda se vuelven bestsellers.

–En este sentido, ¿un libro tendría que pensarse o crearse con un sentido popular, buscando un consumo masivo?

–Para que se lea a nivel masivo lo que gusta mucho es una literatura a todos los niveles de acción, donde pasen cosas, y esto nos puede deslizar a otros niveles de lectura, más sutiles, más sugerentes, que no tengan que ver con que los temas sean populares ni que sean localistas. Ahora que doy clases en la Universidad de la Ciudad de México me doy cuenta de que los jóvenes sí están desarmados de lecturas, igual que los alumnos de escuelas particulares, pero aquí hay algo interesante: basta con que les acerques el libro apropiado, en el que sí va a pasar algo, en el que se van a reflejar, en el que los va a enamorar el lenguaje o el ritmo, para que así cambien de ser lectores muy pobres a lectores sedientos de nuevas lecturas.

–Hablemos un poco de tu oficio de “cuenta-trozos (y trazos) de la vida”. ¿Hay que leer para escribir? ¿Hay que leer la vida para escribirla?

–El gusto por la escritura no puede nacer más que de la lectura, de ser tomado por las palabras, por la ilusión de realidad que provocan, por el gozo estético de su sonido y su sugerencia, de su plasticidad. Por lo menos, a mí me surgió el gusto por escribir porque me había enredado en libros como Robinson Crusoe cuando era niña. La escritura es un juego de la mirada, leer la vida también lo es.

–Las historias que cuentas son de soledades. Soledades que no quieren ser eso, que quieren encontrarse con otra(s) para acompañarse, aunque sea por un instante, y así darle un poco de sentido a sus vidas. ¿Tú crees que el mal o el bien de nuestro tiempo es la soledad? ¿Necesitamos del otro para existir?

–Sin saberlo, comencé escribiendo cuentos de “desencuentro”, así se llamó mi primer libro. Creo que la soledad es una condición de lo humano y hemos tenido la virtud de encontrar formas de romperla: religión, amor, amistad, rituales. No creo que estemos peor, sólo las formas han cambiado. La gente conversa en Facebook; yo prefiero la intimidad de la sobremesa. Claro que necesitamos del otro, o de los otros. No existe la autosuficiencia emocional.

–Se sabe de tu afición por la gastronomía. De hecho, uno de tus libros trata asuntos del paladar. Con este gusto por los sabores, ¿cómo se cocina una historia?

–Un cuento se cocina en la cabeza y cuando está listo para volcarse (tintineando la olla express) se escribe. Sobre todo cuando se tiene la frase de arranque. Una novela pasa por procesos de cocción distintos; se juntan los ingredientes, se explora, se tira a la basura, se prueba, se mezcla, se cambia la disposición en el platón, se deja enfriar (como un pastel) para revisar sin la emoción original. Es asunto de equilibrio y de seducción, como un buen guiso.

–Siguiendo el recetario, ¿cuál es el banquete de historias que te gusta preparar?

–A la manera de mi muy admirado Chéjov: encontrar en lo pequeño, en lo sutil, en lo cotidiano, el drama humano.

–Cuéntanos un poco de Sor Juana en la cocina.

–Son las recetas que se encontraron en el convento de San Jerónimo, atribuidas a Sor Juana, que mi amiga Ana Benítez, fallecida el año pasado, adecuó a tiempos actuales. Las acompaña un texto donde me refiero a la comida en tiempos coloniales, la que salió de los conventos, la barroca, mestiza, y a la propia Sor Juana y su relación con el mundo a través de la poesía y los confites del convento; a qué sabía el siglo xvii que le tocó vivir y cómo la cocina también reflejaba desmesuras y gustos, caprichos e intercambios.

sábado, 22 de enero de 2011

Academias, teorías y desempleo

22/Enero/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Recientemente asistí a la convención anual de la Modern Language Association (MLA) norteamericana, que reúne académicos (investigadores y profesores) de literatura y lenguas. Se realiza desde 1883.

Este 2011 ocurrió en Los Angeles del 6 al 9 de enero. Imposible pormenorizar lo sucedido. Fueron 821 sesiones. Pude asistir a 20. En esas sesiones ubiqué curiosas constantes.

Consenso: la academia norteamericana está en aprietos. La Convención incluso dedicó su primera jornada al tema: “La academia en tiempos duros”.

Hay crisis global de las Humanidades, que sufren eliminación, recortes o, al menos, choteo, debido a su aparente o real inutilidad social.

El tema troncal fue “narrar vidas”. Fue intrigante cómo el tema de la narración de la vida y el tema de la crisis académica se relacionaron subterráneamente durante la Convención.

La crisis económica creció tanto en USA que llegó a la élite académica, que al sentir amenazada su fuente de trabajo está buscando consciente e inconscientemente el tema de la intimidad: como si el peligro económico inspirará a la academia a resaltar la debilidad del cuerpo y la relevancia de la tribulación individual; como si la recesión le recordara al académico su propia fragilidad y, sin darse cuenta, esa vulnerabilidad la vuelca en lo “otro”, lo literario que “analiza”.

La crisis presupuestal hizo que una cantidad sorprendente de académicos en diferentes foros hablaran de volver a la biografía como criterio de interpretación del texto (¡volver al Autor!), volver a la belleza (y dejar la teoría fría, decían, dejar la jerga). En algunos casos, negar la historia y volver a la estética. Se habló inclusive de darle una segunda oportunidad al liberalismo —que, se dijo, después de todo, no hay porqué satanizar— y, en otra ocasión, de “retornar a lo real”.

Este afán de retroceder teóricamente está ligado al deseo de proteger su puesto.

Algunos creen que la abstracción teorizante los hizo perder piso. No quieren seguir ese camino. Quieren desandar sus “excesos”.

Ser accesible, sensata y vincularse al ciudadano normal, también encarnado, sufriente y en riesgo laboral. La Convención fue estimulante pero dominada por el pensamiento conservador.

Los paradigmas de la academia están directa pero secretamente vinculados a la defensa de su profesión. Los académicos creen analizar textos y contextos cuando, en realidad, justifican y diagnostican su área de trabajo.

La academia fabrica o retoma ideas con tal de asegurar su sobrevivencia. En tiempos de bonanza esto no se nota; en tiempos de desempleo, se evidencia y casi explota.

El objeto secreto de la academia es su futuro enjuto. Lo demás es secreto pretexto.

Dice Bachelard que la concha es la forma del miedo. La Convención del MLA tuvo la forma de una concha protectora.