domingo, 8 de julio de 2018

Alí Chumacero, la trágica armonía

8/Julio/2018
Confabulario
Ernesto Lumbreras

El 1 de julio de 1918, después de 13 años de ausencia, el poeta nayarita Amado Nervo, pone pie en territorio nacional. Desde el Puerto de Veracruz envía telegrama al General Cándido Aguilar, ministro de la Secretaría de Relaciones Exteriores, anunciando su arribo a México en la expectativa de recibir en la capital su nueva misión diplomática. Poco días antes de tan relevante acontecimiento, el 9 de julio, nace Alí Chumacero Lora (1918-2010), en Acaponeta, pueblo situado a 120 kilómetros de Tepic. La coincidencia del retorno del más popular de nuestro líricos con el nacimiento de uno de los poetas de mayor complejidad discursiva —y en consecuencia, autor de una selecta y fiel minoría—, proyecta un relevo simbólico de estafetas entre estos dos autores tan lejanos en vida como en obra. No obstante esas diferencias, el lugar del poeta de En voz baja (1909) siempre tuvo un lugar dominante en la biblioteca del escritor de Páramo de sueños (1956) como en sus trabajos y reflexiones de crítica literaria.

En aquel momento, el poeta modernista estaba por cumplir 48 años; nunca recuperado de la pérdida de su “amada inmóvil”, tal vez intuía que el hilo de la vida no le alcanzaba para otro ciclo solar como infelizmente ocurrió en mayo de 1919. En cambio, para el recién nacido, la generosidad de las Parcas habían dotado una madeja de 92 vueltas al astro rey. Siempre orgulloso del paisanaje común, Chumacero no escatimó elogios para la obra de su coterráneo: “Amado Nervo es el intelectual reflexivo, el prosista acertado, el poeta hondísimo, el hombre sereno que nuestra historia literaria reconoce como una figura que, a la lucidez y a la inteligencia, unió la más vehemente pasión por un mundo no siempre acorde con sus deseos.”1 Ahora, cien años después de aquel cruce en la realidad de los mortales de estos dos escritores, el centenario del poeta de Imágenes desterradas (1948) impone una relectura a su rigurosa y breve obra poética como a los territorios de sus otros haceres, fecundos y generosos.


Además del poeta de piezas memorables como “El responso del peregrino” o “Salón de baile”, a Alí Chumacero se le recuerda como extraordinario lector de galeras y tipógrafo excepcional, especialmente, en esa universidad de las letras nacionales que fue el Fondo de Cultura Económica. Fue también amanuense y espeleólogo estelar de la lengua de Cervantes como escritor consuetudinario y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua; maestro socrático y epicúreo de varias generaciones de narradores y poetas en el legendario Centro Mexicano de Escritores; crítico del arte de la reseña y la monografía en la contra reloj del periodismo por varios lustros en Tierra nueva, Letras de México, El hijo pródigo, México en la Cultura de Novedades, La Cultura en México de Siempre!, El Nacional, Revista de la Universidad entre otra publicaciones de la segunda mitad de nuestro siglo XX; personaje carismático, irónico y procaz de la vida literaria y mundana sobre la que ha dejado anécdotas mordaces y chistes con ingenio artístico y jiribilla de carpa que se repiten, aquí y allá, con el efecto estruendoso de la carcajada y del festejo.


Después de cursar sus estudios primarios en su pueblo natal, de leer la invitación al viaje en el tren o en el río que cruzan Acaponeta, su familia decide enviarlo a Guadalajara. Para 1930 se le ve retratado en un grupo del Colegio López Cotilla según la iconografía que reproduce Pastor de la palabra, Alí Chumacero (2004); en ese mismo álbum, aparecen sus credenciales que lo acreditan como miembro de la Federación de Estudiantes de Jalisco, del club recreativo y cultural Amado Nervo y de un programa de descuentos para ver películas en algunos cines de la capital tapatía. La segunda mitad de la década de los treinta está por comenzar y la administración del General Cárdenas, para desconcierto de propios y extraños, empieza a definir su plan de gobierno, polémico y sin precedentes. Justo en esos años de furores políticos, Chumacero conoce y frecuenta a quienes serán sus cómplices y compañeros de letras en las próximas décadas: José Luis Martínez y Jorge González Durán. Al lado del primero, el nayarita pasará un par de semanas en la cárcel municipal acusados de comunistas. No pasará mucho tiempo para que estos “tres alegres compadres” se vayan con su música a otra parte y abandonan la aburrida y decente Perla de Occidente.


“En apariencia, Chumacero, con su melodía sutil, que él ha explicado en términos musicales remitiendo al impresionismo de Claude Debussy, es curiosamente uno de nuestros poetas más vivos y sensuales”. /Jorge Serratos / EL UNIVERSAL

Para junio de 1937, el poeta en ciernes vive en la ciudad de México, en compañía de sus hermanos, gracias al dinero que envía su padre. Habita un cuarto de vecindad de la calle de Costa Rica, en las inmediaciones del barrio de Tepito. Vino a la Capital con el propósito de continuar sus estudios de preparatoria pero, por la avidez de ponerse al día en materia de poesía y poetas, pospone sus anhelos escolares. Se despacha con voracidad y beneficio la Generación del 27, a los poetas de Contemporáneos, a Claudel, Valéry, Eliot, Perse, Huidobro… Con esa sed libresca, la mayor parte de su tiempo transcurre en la Biblioteca Nacional donde, de paso, habrá de escribir –un 15 de abril de 1938, según recuerda el propio poeta− el primer poema que merece la hoja impresa, “Poema de amorosa raíz”, hermoso texto que es digno de figurar en cualquier antología de poesía amorosa en castellano: “Cuando aún no había flores en las sendas / porque las sendas no eran ni las flores estaban / cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, / ya éramos tú y yo.”

Poco tiempo después, Martínez, González Durán, Chumacero y Leopoldo Zea sueñan con tener una revista literaria; gracias a los buenos oficios y a la complicidad del Dr. Mario de la Cueva, entonces Secretario General de la UNAM, este sueño se hará realidad y, en enero de 1940, aparece el primer número de la revista Tierra nueva, aventura editorial que duraría tres años. Revisando los índices de sus 13 números, salta a la vista la confluencia de varias generaciones de escritores mexicanos que coinciden en sus páginas, la de Ulises y Contemporáneos, la de Taller y las de un buen número de autores españoles que llegaron a México después de la Guerra Civil española; este escenario de encuentro transgeneracional se habrá de repetir y enfatizar en las dos revistas que Octavio G. Barrera animó por esos años, Letras de México y El hijo pródigo donde Alí Chumacero destacaría como uno de los colaboradores más constantes y versátiles en las faenas editoriales y literarias. Afortunadamente para el lector curioso, la edición de Los momentos críticos (1987) reúne una vasta compilación realizada por Miguel Ángel Flores del trabajo extenuante y programático de crítica literaria que el poeta realizó a lo largo de 30 años.

La década de los cuarenta es central en la gestación y publicación de la mayor parte de su obra poética, concentrada y poliédrica, meditada y de múltiples pliegues. A la edición en el suplemento de Tierra nueva del número 6, su primer libro, Páramo de sueños, se publicaría en 1944 por la UNAM; en 1948, la editorial Stylo publicaría su segunda colección de poemas, Imágenes desterradas. Con estos dos volúmenes, Chumacero pone sus cartas sobre la mesa y muestra una obra poética imposible de obviar por su resolución formal, pulcra y melodiosamente acabada, libre de resabios anecdóticos y de sentimentalismos donde, sobre todo, vale la imagen que se desdobla como un caleidoscopio o se repite como eco o reflejo a la búsqueda de una expresión más acabada; sin ocultar sus orígenes y filiaciones poéticas y, también, filosóficas, los poemas del nayarita parten de los presupuestos teóricos del simbolismo y de la poesía pura −Mallarmé y Valéry, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Pedro Salinas, los poetas colombianos de Piedra y cielo, así como varios de los Contemporáneos− para despegar hacia una exploración cada vez más personal. Con la publicación de su tercer y último libro, Palabras en reposo (FCE, México, 1956), Alí Chumacero entra a una dimensión mayor en su propuesta poética y nos entrega uno de los libros esenciales de la poesía mexicana, categórico en su decir musical y conceptual, con indagaciones extremas en los zonas abismales de la condición humana, incandescente o hermético en un primer avistamiento para después, con la exigencia y la curiosidad de un lector atento, desvelarnos un paisaje de familiar transparencia, relatos de los hombres y las mujeres que sobreviven a la soledad y al ruido de la gran ciudad.


Durante los últimos años de la década de los sesenta y toda la década siguiente su obra estuvo en un limbo hasta que, con la publicación de su Poesía Completa (1980) obtuvo, “tardíamente”, el Premio Xavier Villaurrutia de 1984. A partir de ese reconocimiento, las premios, homenajes y reediciones de su libros estuvieron a la alza. En 1986 obtuvo el Premio Internacional Alfonso Reyes; al año siguiente recibió el Premio Nacional de Lingüística y Literatura, en 1996 se le entregó la Medalla Belisario Domínguez por parte del Senado mexicano y en el 2004 el Premio Centenario Gilberto Owen, entre otros estímulos de mucho mérito. El reto actual para su poesía, de cara al encuentro de nuevos lectores, se puede resumir en este verso del propio Chumacero: “Sobre el mármol unánime, el presente / su juventud prolonga.”

Las otras literaturas de Alí Chumacero

8/Julio/2018
Jornada Semanal
Xabier F. Coronado


La literatura es más amplia y trascendente

de lo que la gente se sospecha.

Antonio g. Barreda



Es común que escritoras y escritores abarquen en su propia obra diversos géneros del frondoso árbol de la literatura. También hay autores que escalan una sola rama de ese árbol literario: poetas, narradores, dramaturgos o ensayistas que concentran su obra en el género afín a sus preferencias y aptitudes.

A veces se da el caso de escritores que pese a recorrer diferentes ramas del árbol de las letras son encasillados en una de ellas. En la literatura mexicana tenemos el ejemplo del poeta Alí Chumacero (1918-2010), a quien siempre recordamos ubicado en una rama principal del tronco literario: la poesía. Sin embargo, su obra se extiende a otros géneros ya que publicó abundante crítica y ensayos sobre literatura y arte. El escritor nayarita también cultivaba el discurso, rama menos robusta y frondosa del árbol de las letras que subsiste suspendida en el aire, a merced del viento. Para completar una vida dedicada a la palabra escrita, trabajó durante más de seis décadas ejerciendo el oficio de hacer libros, los frutos del árbol literario.



Poesía, ensayo y discurso



Sabemos que la prosa es el arma de la razón, mientras que la poesía es sólo un reflejo del
incendio intuitivo. Esto indica que la prosa debe pervertirse con el fulgor de la poesía, y ésta ha
de afirmarse en algunos engaños de la prosa.

Alí Chumacero



Para Alí Chumacero, la literatura fue una innegable aptitud y un evidente destino. Ese “algo más” que Alfonso Reyes apuntaba como necesario para ser escritor, Chumacero lo reveló en su definitiva trilogía poética: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1947), Palabras en reposo (1956). Obra exigua para algunos, pero de calidad tan reconocida, que concedió a su autor certificación literaria para prevalecer como poeta y convertirse en referente de la literatura mexicana.

Alí Chumacero fue bardo de madurez precoz y poesía de intenso fulgor estilista. Completó su obra en pocos años, algo que extrañó a muchos pero que él mismo explicaba sin ambages: “Es mejor dejar una línea perdurable que un grupo de libros que se tire al cesto de la basura.”

A pesar de no publicar más libros de poemas después de 1956, Chumacero nunca dejó de hacer literatura. El poeta escribió numerosas reseñas y ensayos sobre el sentido de la poesía, la narrativa y el arte, publicados entre 1940 y 1973, en revistas y suplementos culturales donde participaba como redactor y editor. Una obra, que en su conjunto, constituye una guía razonada sobre literatura y arte, lecturas y autores. Una parte importante de esos textos está a disposición de los lectores en el volumen, Los momentos críticos, recopilado y catalogado por Miguel Ángel Flores en 1987.

Todo comenzó en 1940 cuando tres jóvenes escritores de provincias, José Luis Martínez, Jorge González Durán y Alí Chumacero, con el apoyo del filósofo Leopoldo Zea, y el patrocinio de Mario de la Cueva, coordinador de Humanidades de la unam, gestaron y dieron a luz la revista Tierra Nueva. Los tres escritores, amigos en Guadalajara, se habían reagrupado en México donde pronto encajaron en la movida literaria capitalina. Al poco tiempo ya frecuentaban la tertulia del Café París, centro de reunión de artistas y escritores, donde alternaron con reconocidos autores que publicaban en revistas literarias de la época: Contemporáneos, Barandal, Taller poético, Taller y Letras de México.

En Tierra Nueva, Alí Chumacero comienza a publicar su obra como poeta y como crítico literario. También se ocupa del formato y se interesa por la tipografía. El poeta desde muy joven es un compulsivo lector que ahora encuentra en la Biblioteca del Congreso –organizada en 1936 por Francisco Gamoneda en el convento de Santa Clara en la calle de Tacuba–, el sitio ideal donde saciarse, “excelente no sólo porque cerraba a las ocho de la noche, sino también porque tenía una repisa llena de novedades. Ahí comencé a leer a los escritores que no había podido conocer en Guadalajara: Novo, Pellicer, Villaurrutia y Owen”. La revista sobrevive hasta 1942, para Chumacero fueron dos años intensos que cimentaron su inclinación literaria.

Antes de la desaparición de Tierra Nueva, Octavio g. Barreda invitó a Alí Chumacero a colaborar en la revista Letras de México, donde asiste a Ermilo Abreu en el trabajo editorial. En 1943, se unió al nuevo proyecto de Barreda, la revista El Hijo Pródigo; en ella hace reseñas y publica un ensayo sobre Ramón López Velarde, uno de sus poetas de referencia. Sobre esta época comentaba con ironía: “Me ligué mucho con Octavio Barreda, que hacía la revista, yo la manejé también, estuve en la imprenta, era el esclavo.” En estas tres relevantes publicaciones, donde convergen los Contemporáneos, la nueva generación de autores mexicanos y los escritores españoles exiliados, publica la primera parte de su obra crítica y poética.

Cuando las revistas de Octavio Barreda dejaron de salir, Alí Chumacero se une a la estela de Fernando Benítez y, de 1947 a 1964, colabora en sus proyectos editoriales. Primero en El Nacional y la Revista Mexicana de Cultura, donde escribe fundamentalmente sobre poesía, escritores mexicanos, literatura francesa y española. Después lo secunda en su etapa de México en la Cultura, suplemento del periódico Novedades, donde Chumacero publica el grueso de su obra como crítico literario: decenas de reseñas en la sección “Panorama de los últimos libros” y ensayos sobre géneros y autores. La mayoría de los libros analizados eran publicaciones de la editorial argentina Losada y del Fondo de Cultura Económica (fce) donde trabajaba.

En 1962 vuelve a acompañar a Fernando Benítez en un nuevo proyecto, el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre!, donde colabora hasta 1964. Durante los treinta años que dedica a la labor crítica, Alí Chumacero participó en otras publicaciones: la revista Universidad de México, entre 1946 y 1960, en una sección llamada “Por el mundo de los libros”; en 1961 colabora en la revista Nivel; y hasta 1964 en el suplemento cultural En las Artes, Letras y Ciencias, del periódico Ovaciones, que dirigían Enmanuel Carballo y Alfredo Leal Cortés, donde publicó decenas de artículos, el último con motivo del fallecimiento de Octavio Barreda. Posteriormente, de 1972 a 1974, colaboró en el suplemento cultural de El Universal. También escribió varios prólogos en libros y antologías del fce.

Los ensayos de Alí Chumacero son, como él mismo apuntaba, de carácter periodístico, “lo que Guillermo de Torre ha llamado, crítica de urgencia, y que Azorín denominó, crítica de actualidad”. Cuando se releen conservan la frescura de una visión literaria lúcida y profunda que fue madurando con la experiencia. El poeta justificaba su pasión por la crítica con estas palabras: “No hay contradicción entre el poeta y el crítico: para escribir poesía se emplea la imaginación,
y para escribir crítica se hace uso de la razón y el conocimiento.”

La percepción que tenía sobre el ensayo literario, y su trabajo en este género, se resume en estas frases extraídas del discurso de presentación de su libro Los momentos críticos (20/ix/1987): “La crítica es una creación dentro de otra creación, un lenguaje sobre otro lenguaje. La crítica explica y enjuicia: explica desde el punto de vista del autor y enjuicia desde el punto de vista del crítico. Yo nunca fui más allá de la reseña, entre la crítica que explica y la que juzga, elegí desde un principio la primera.”

No podemos dejar de lado su comentada reseña, “El Pedro Páramo de Juan Rulfo”, donde Alí Chumacero emitió un dictamen equivocado: “Mi falla con la novela de Rulfo, que ha causado cierta sonrisa, es que al final dije que el libro estaba muy bien pero que no estaban controlados los tiempos […] Pero, advertí, después de todo es la primera novela de Rulfo, ya se corregirá.” (“Entrevista con Mario Bojórquez”, 2006). Por su parte, Juan Rulfo explicaba: “En la Revista de la Universidad, el propio Alí Chumacero comentó que a Pedro Páramo le faltaba un núcleo al que concurrieran todas las escenas. Pensé que era algo injusto, pues lo primero que trabajé fue la estructura, y le dije a mi querido amigo Alí: ‘Eres el jefe de producción del Fondo y escribes que el libro no es bueno.’ Alí me contestó: ‘No te preocupes, de todos modos no se venderá ’.” (“Cómo escribí Pedro Páramo”, Domingo, abril, 1985)

Otra falla sucedió en su análisis sobre Muerte sin fin, el poema de José Gorostiza. Chumacero nos lo cuenta con esa chispa de humor que le caracterizaba: “Me equivoqué de tal manera que cuando me encontré con Gorostiza me dio una palmadita y me dijo: ‘Me gusta mucho que mis amigos me digan qué quiso decir lo que escribí.’ Una forma burlesca y muy graciosa de decirme que lo que yo había expresado no tenía que ver nada con el poema.” (Bojórquez, 2006)

Tal vez por estas experiencias, el poeta y ensayista hacía esta advertencia a quienes se dedican a la crítica literaria: “Si el crítico dicta cátedra ante los lectores advirtiéndoles que la verdad está de su parte, no debe olvidar que sus aseveraciones serán revisadas por otros críticos, y quizá resulte advertido de que sus reflexiones no fueron cer­teras.” (“Discurso presentación de Los momentos críticos”).

En las últimas décadas de su vida, Alí Chumacero nos ha dejado un buen número de discursos pronunciados en los múltiples homenajes y premios recibidos, en presentaciones de libros y exposiciones de arte. En ese indefinido género del discurso, el poeta declamó textos de gran interés, cargados de estrofas poéticas y axiomas literarios. Sus discursos fueron recopilados por Jorge Asbun Bojalil en el volumen Alas de centella (uam, 2008).



Tipografía y edición



Yo soy más que un escritor, un tipógrafo,

un hombre de libros, que hace y lee libros.

Alí Chumacero



Hay otro aspecto relacionado con la literatura en la vida de Alí Chumacero: su labor como editor. Empezó en revistas donde se desempeñaba como tipógrafo y asesor de publicaciones. En 1950 entró como corrector en el departamento técnico del fce, cuando Arnaldo Orfilia era presidente y Joaquín Díez-Canedo gerente de la editorial. Junto a ellos participó en la edición de los libros de la serie Letras Mexicanas, donde se publicaron las obras de Alfonso Reyes, Mariano Azuela, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia, entre otros autores.

Hay quienes equiparan las obras de Alí Chumacero y Juan Rulfo pues comparten trascendencia y brevedad. Ambos son nacidos en 1918 y mantuvieron una larga amistad. Los dos disfrutan de una beca en el Centro Mexicano de Escritores y coinciden en el departamento de ediciones del Instituto Indigenista, donde trabajan durante un año. También tuvieron una relación de editor y escritor: Chumacero intervino en la edición de los dos libros de Rulfo, cuando el fce publicó la obra del narrador jaliciense.

A este respecto, se propagó un rumor que llegó a convertirse en leyenda literaria: se aseguraba que el poeta ayudó al narrador a organizar y retocar sus textos. Una afirmación desmentida por Alí Chumacero: “Se ha dicho que yo le corregí la novela. Eso es simplemente una graciosa estupidez. Yo no le corregí ni una coma a lo escrito por Juan Rulfo, absolutamente nada. Yo hice la edición como tipógrafo.” (“Entrevista con Leopoldo Lezama”).

En 1959, Alí Chumacero es nombrado subgerente del departamento técnico del fce y en 1962, cuando Díez-Canedo deja la editorial para fundar Joaquín Mortiz, ocupó su puesto como gerente de producción. Una faceta poco conocida de su trabajo es que fue redactor de solapas de los libros del Fondo, sus textos tienen un
lenguaje preciso y sugestivo que inducen a
la lectura de la obra.

Alí Chumacero trabajó en el fce hasta el final de su vida. En 2008 recordaba: “Desde muy joven trabajé en imprentas; aprendí de todo para formar libros, y ese oficio tan bonito es en el que sigo: corregir un libro, revisar una traducción, calcular un original, en fin, hacer todo el mecanismo de la estructura de un libro y de su hechura misma.” (“Entrevista con Moramay Herrera y Alberto Arriaga”).

En resumen, la vida de Alí Chumacero fue de dedicación plena a la literatura: en la creatividad lírica, el ensayo literario, el discurso, y en el oficio de hacer libros dentro del engranaje editorial. También apoyó a jóvenes autores que acudían a él buscando opinión o asesoría.

Hubo una constante en su vida que el poeta siempre resaltaba, su inclinación desde niño a la lectura. Para él, esa había sido la clave de su vínculo con la literatura: “De las lecturas surge el escritor como de la piedra, la estatua”. Los libros publicados, reseñados y leídos son los frutos del árbol de la literatura que el poeta, crítico y editor cosechó durante su larga vida. Todos ellos están actualmente a disposición de los lectores en la Biblioteca de México José Vasconcelos donde se encuentra la biblioteca personal de Alí Chumacero, integrada por 45 mil volúmenes que incluyen libros, folletos y publicaciones periódicas.

“Más que un escritor soy un lector, de manera que he leído muchos libros y he escrito muy pocos. Esto se agradece. Cuántos lectores quisieran que unos escritores hubieran escrito menos y hubieran leído más libros.”

De la perfección al silencio: cien años de Alí Chumacero

8/Julio/2018
Jornada Semanal
Juan Domingo Argüelles

Junto con José Gorostiza, de todos los poetas mexicanos el más concentrado, el menos desbocado y uno de los más intensos es Alí Chumacero, acerca del cual José Emilio Pacheco afirmaría (en su ensayo “Chumacero o hay demasiada luz en las tinieblas”) que, desde su primera composición publicada en 1940 (“Poema de amorosa raíz”), encarnó la paradoja, en nuestro ámbito, “de ser el más intelectual y el más antiintelectual”.
Nacido en Acaponeta, Nayarit, el 9 de julio de 1918, y muerto en Ciudad de México en 2010, Chumacero buriló una obra breve, ceñida, en la que regaló a los lectores algunos de los poemas perfectos de la lírica mexicana del siglo xx, pues, como poeta, Alí Chumacero pertenece a ese siglo, en gran medida heredero, como él mismo lo reconoció tantas veces, de los Contemporáneos, sus maestros.
Para Pacheco, “su aprendizaje en el silencio fue también su aprendizaje del silencio. En dieciocho años hizo lo que tenía que hacer, dijo cuanto tenía que decir, y desde entonces limitó su actividad poética a la no menos difícil e inventiva de lector”.
No pocas veces se ha hecho el paralelismo de brevedad y silencio entre la obra narrativa de Juan Rulfo (1917-1986) y la poética de Chumacero. Tres libros componen la producción literaria de Rulfo: El Llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955) y El gallo de oro (1956); tres libros también integran la obra poética de Alí Chumacero: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1956). En ambos la obra no se mide por la cantidad de páginas, sino por la intensidad y la maestría en Chumacero, y por la genialidad en Rulfo.
Dos veces entrevisté a Alí Chumacero: en febrero de 1992, cuando tenía setenta y cuatro años, y en septiembre de 2009, cuando había cumplido ya noventa y uno. (Moriría un año después: el 22 de octubre de 2010.) Ya era un gran escritor maduro cuando lo conocí a mediados de la década de los ochenta, y dos cosas que lo hicieron célebre, además de su maestría y su silencio poéticos, eran su sentido del humor y su ausencia absoluta de solemnidad. A propósito de ellas, Pacheco escribió que, en el trato diario, la conducta de Chumacero, fue siempre “una defensa contra la solemnidad de quienes se toman en serio a sí mismos y andan por el mundo proclamando que son poetas hasta cuando no escriben”.
Pasión, rigor formal, autocrítica, cultura literaria, perfección y silencio caracterizan la obra de Chumacero. A Marco Antonio Campos, amigo suyo y uno de sus mayores estudiosos, le dijo: “La autocrítica, que en mí fue extrema, es en cierta forma la reversión de lo que he opinado sobre la obra ajena: mis juicios acerca de las otras obras se han revertido sobre aquello que en horas muy solitarias he decidido convertir en palabras.”
Sin embargo, contra toda suposición obvia y contra toda lectura superficial, Chumacero no es un poeta intelectual en el sentido libresco, sino inteligentemente emotivo. En 1992 le pregunté: ¿Qué es lo que domina en tu poesía: la inteligencia o la pasión? Y su respuesta no pudo ser más lógica para quienes nos hemos emocionado con poemas tan entrañables como “Poema de amorosa raíz”, “Elegía del marino”, “Monólogo del viudo”, “Alabanza secreta”, “La imprevista”, “La noche del suicida”, “Al monumento de un poeta”, “Salón de baile”, “El triunfo del sosiego”, “Losa del desconocido” y otros más que forman parte de lo que Octavio Paz denominó “una liturgia de los misterios cotidianos”. En aquella ocasión, el autor de Palabras en reposo me dijo:
“Pienso que la poesía sin sentimiento, sin pasión, es endeble y más bien libresca. La poesía debe ser un arranque del ser, del sentimiento; del corazón, diríamos cursimente. Y no debe ser, de ninguna manera, una cosa inventada. No es un ajedrez, sino un juego de futbol: un juego en el que se pone todo; una forma de que el ser mismo se exprese. Para mí, la poesía arranca del sentimiento, de la sensibilidad, de la emoción, y se convierte en palabras a fin de que quien lea esas palabras pueda, a su manera, resucitar esa emoción que tuvo el poeta. Diríamos que la poesía es un punto de referencia, de comunicación, entre el poeta y el lector, con la idea de que éste logre recrear en sí mismo la emoción inicial que produjo esa poesía.”
La afirmación, la certeza, el principio de que la poesía no debe ser nunca “cosa inventada”, fantasía, ficción, es lo que hace que este gran poeta intelectual y a la vez pasional que es Chumacero consiga hacer vivir en el lector una experiencia íntima y no un trozo de “literatura”. En la creación literaria, como lo supo Verlaine y como lo reafirmó Chumacero, con excepción de la auténtica poesía, “todo lo demás es literatura”.
Fruto de esta emoción es el arranque inolvidable del “Responso del peregrino” (“Yo, pecador, a orillas de tus ojos/ miro nacer la tempestad”), que cumple todas las expectativas de la pasión, lo mismo que cada uno de los versos del “Monólogo del viudo” que así inicia y nos transforma para siempre: “Abro la puerta, vuelvo a la misericordia/ de mi casa donde el rumor defiende/ la penumbra y el hijo que no fue/ sabe a naufragio, a ola o fervoroso lienzo/ que en ácidos estíos/ el rostro desvanece. Arcaico reposar/ de dioses muertos llena las estancias,/ y bajo el aire aspira la conciencia/ la ráfaga que ayer mi frente aún buscaba/ en el descenso turbio.”
Y ni qué decir de la perfección de “Alabanza secreta”, “Salón de baile” y “Losa del desconocido”. Son poemas que hay que leer una y otra vez y que, en cada lectura, brindan su esencia de palabra precisa y profundo sacudimiento emocional. Pero no sólo es la emoción, es también la inteligencia que se cumple en el espíritu: “Inmóvil a la orilla del torrente,/ yo era el aprendiz de la violencia, el sorprendido/ olivo y el laurel mudable, porque a solas/ solía renacer cuando salía de aquel inmundo cuarto.”
Pocas veces la poesía mexicana es más profunda y a la vez más sencilla, más elemental sin ser jamás superficial, como en la obra de Alí Chumacero. Pocas veces nos hace ver, como escribió Rosario Castellanos, “que la palabra tiene una virtud:/ si es exacta es letal/ como lo es un guante envenenado”. De “Salón de baile”: “Sudores y rumor desvían las imágenes,/ asedian la avidez frente al girar del vino que refleja/ la turba de mujeres cantando bajo el sótano. [...]/ Desde su estanque taciturno increpan los borrachos/ el bello acontecer de la ceniza, y luego entre las mesas/ la tiranía agolpa un muro de puñales. [...]/ Cuando cede la música al fervor de la apariencia, grises/ como las sílabas que olvida el coro,/ casi predestinados se encaminan los rostros a lo eterno.”
Quizá no haya dístico a la vez más enigmático y más sencillo en su cifra y en su significado que este barroco, elemental e inolvidable que abre la “Losa del desconocido”: “Cuando hayas terminado, mira este muro ardiente/ donde la bestia cumple su reposo.”
En 1992, Chumacero me reiteró lo que ya había dicho otras tantas veces: “Dejé de escribir precisamente porque ya había dicho todo.” Y al preguntarle cómo juzgaba, pasado el tiempo (medio siglo), su obra poética, sentenció:

Pienso que mi último libro, Palabras en reposo, va a quedar como un libro digno de aprecio en la literatura mexicana. Los dos libros juveniles no creo que sean reprochables; son textos muy vivos; todavía no tienen la concentración del último, pero en conjunto los tres se complementan. Creo que ayudan a dar una imagen de un escritor.

A los noventa y un años me habló del que consideraba su mejor poema (“Responso del peregrino”) y al que ya se había referido, extensamente, con Marco Antonio Campos, para el indispensable libro de éste, El poeta en un poema (1998). “Responso del peregrino” es, sin duda, su obra maestra. Próximo a morir, resumió su génesis e intención con admirable síntesis:

Luego de la primera época a la que corresponden textos como “Poema de amorosa raíz”, empecé a hacer otro tipo de poesía, muy cercana a la de José Gorostiza; de ahí resultó el “Responso del peregrino”, el cual considero mi mejor poema; hecho entonces a mi novia que luego sería la madre de mis hijos. Es un poema que está dividido en tres partes que corresponden a tres momentos sucesivos de la creación poética. En la primera, hablo de la Virgen de Lourdes. Mi mujer, que ya murió, se llamaba Lourdes. Cuando escribí el poema, ella era mi novia, y el poema evoca a Lourdes confundiendo, y fundiendo, las dos personas: la Virgen de Lourdes y mi próxima esposa. Por eso escribo: “Elegida entre todas las mujeres,/ al ángelus te anuncias pastora de esplendores”, y luego digo: “Oh, cítara del alma, armónica al pesar,/ del luto hermana: aíslas en tu efigie/ el vértigo camino de Damasco/ y sobre el aire dejas la orla del perdón.” En la segunda parte hago un juego con la vida misma de los hombres casados con la mujer que aman, el nacimiento de los hijos y el paso de los años hasta llegar a la muerte. La muerte era, claro, la mía, en la idea de que ocurriría antes que la de Lourdes. El destino descifró mi misterio y me hizo sobrevivir, muchos años, a mi mujer, pero ahí se hace una evocación de lo que sería mi muerte y la presencia, al lado de mis restos, de los seres queridos. Finalmente, en la tercera parte hice una presentación de la posición de mi mujer, que era creyente en Dios, y la mía, que no es la de un ser muy creyente. Ahí se miran las dos posiciones, una frente a otra, pidiéndole yo a ella que rece por mí, que ruegue por este pecador, diciéndole que, en el fondo, soy un hombre bueno. Lo primero es absolutamente cierto y lo segundo a lo mejor también es verdad.

Nada habría que agregar después de esto. Pero si faltase algo por decir, únicamente sería que, en el centenario natal de Alí Chumacero, lo que celebramos son esas bondades del hombre, del poeta y de su poesía

sábado, 7 de julio de 2018

Espirales para un centenario

7/Julio/2018
La Razón
Adolfo Castañon

 I
Estrechar la mano de Alí Chumacero representaba para mí darla a quien a su vez había estrechado las de Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, Alfonso Reyes, Julio Torri, Ermilo Abreu Gómez, Octavio G. Barreda, Andrés Henestrosa, Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Rulfo. Esto también podría decirse de José Luis Martínez. En el caso de Alí esta afirmación cobra un relieve singular. En él se hizo cuerpo una cierta manera de escribir; en él continuó la herencia de una cierta actitud a la vez apasionada y rigurosa en torno a la letra. Chumacero supo reconocer y salvar, editorialmente hablando, a Villaurrutia y a Owen; su inspiración fue decisiva para que Luis Mario Schneider y Miguel Capistrán editaran por vez primera la obra de Jorge Cuesta. Xavier Villaurrutia fue un escritor parco. Las Obras. Poesía, Teatro, Prosas varias, Crítica de Xavier Villaurrutia,1 prologadas por Alí Chumacero, no hubiesen sido posibles sin el concurso de Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, y todavía hoy sería necesario pensar en una reedición ampliada y perfeccionada de esas obras como la que tiene en mente Sergio Téllez-Pon, que ha sabido rescatar los epigramas2 no editados en libro de Villaurrutia.

Los paralelos entre la obra de Xavier Villaurrutia y Alí Chumacero son insoslayables. Entre la obra poética de Alí y la de Xavier se dan también diferencias y en cierto modo la poética de Chumacero está más cerca de la de José Gorostiza y aun de la de Gilberto Owen
II
Poeta, tipógrafo, editor, bibliófilo, aficionado a los toros y al idioma taurino, a la música y a la vida callejera y despreocupada, Alí Chumacero tenía el pudor de la grandeza y de la generosidad. Sabía dar. Por ejemplo, consejos a los escritores jóvenes sobre cuyos manuscritos lo vi trabajar en algunas ocasiones. Tuve la fortuna de compartir con él un espacio en las oficinas del antiguo Fondo de Cultura Económica. En aquellos años, hacia 1978, Alí tenía sólo 60 años. Parecía mucho mayor. A los 26 años yo lo veía como un patriarca bíblico cuya voz resonaba de tanto en tanto en los pasillos del FCE de Parroquia y Universidad. Lo acompañaba la sombra plural de Los Contemporáneos, esa familia de “niños terribles” como dijo Vicente Quirarte en su discurso de ingreso a la Academia respondido por Alí Chumacero. También lo acompañaba la sombra y la presencia de otros escritores que eran sus amigos como Renato Leduc y Jaime García Terrés. Era parco y a veces burlón (pero con un humor más bien blanco), travieso como un niño. También era eficiente. Terriblemente eficiente. Tenía un ojo infalible para pescar erratas y saber de qué pie cojeaban los versos defectuosos y las traducciones. Sabía esgrimir y usar el tipómetro. Oído impecable. Siempre bien vestido con trajes de casimir gris oxford. Siempre de buen humor. Nunca parecía desvelado aunque hubiese pasado alguna noche en blanco. Pero no siempre usó corbata. Ermilo Abreu Gómez en su Sala de retratos (1946) perfiló así al personaje, entonces de unos 28 años:
Alto, delgado, con cara de niño crecido entre mimos, pasa por la vida este Alí Chumacero. No hace otra cosa que vivir su vida. Se viste como le da la gana. No usa corbata; y lleva abierto el cuello de la camisa. Habla sin pedantería, pero sí con encantadora franqueza entre sabia e ignorante. Las opiniones que emite las deja caer como si fueran piedras arrojadas desde las nubes. Nadie ose contradecirle porque entonces soltará la tarabilla de la lengua y endilgará al contrincante un alud de sentencias, de frases, de citas literarias y filosóficas, tomadas de todos los libros verdaderos y falsos. Si el contrincante se rinde entonces festeja su triunfo con sonoras carcajadas. Si derrotan a Alí… ¡Ah, si le derrotan!, mata al rival; toma su cuerpo sangrante; lo descuartiza; le saca las entrañas aún calientes y las cuelga en el balcón de su casa para escarmiento de propios y extraños. Del pecho, con una piedra puntiaguda, verdadero pedernal, herencia de sus antepasados los indios chichimecas, tan fieros como feos, le arranca el corazón: lo levanta, lo tira como pelota; dice tres o cuatro blasfemias y lo lleva a su casa y le dice a la sirvienta:
—¡Pronto, fríeme esto en aceite!

Si la sirvienta cae desmayada, Alí la vuelve en sí recitándole ciertos poemas esotéricos que siempre lleva en la bolsa del pantalón, y con los cuales arrebató al difunto Horacio Zúñiga la última flor natural que quedaba en el inconmensurable jardín de lo Cursi.

Tiene Alí Chumacero un empleo metafísico que desempeña en no sé qué lugar. Está encargado de vigilar a no sé qué vigilantes que no vigilan nada. De su empleo ha hecho una teoría que ya está glosando, desde el punto de vista de lo fenomenológico, su amigo Adolfo Menéndez Samará. Cuando el texto y las notas queden debidamente concertadas se publicarán, con un prefacio de Octavio G. Barreda, en un número extraordinario de El hijo pródigo. No llevará viñetas de Gaya.

Alí Chumacero nació en Nayarit, pero varias provincias se disputan la gloria de su nacimiento. Otras provincias lo andan camelando para que se radique en ellas, a fin de conseguir siquiera la gloria de su muerte. Hay varios epitafios compuestos. El más soberbio, casi en latín, es de José Luis Martínez. Existe otro, en fabla, redactado por Valle Arizpe. Xavier Villaurrutia escribió otro en verso. Alí Chumacero no lo conoce. Si lo conociera habría que ponerlo en la futura tumba del propio Xavier […]

Alí Chumacero era una especie de ángel bajado del cielo o de diablo del mismísimo infierno. Es además uno de los jóvenes escritores mexicanos de más auténtica calidad. Nada de lo que él hace carece de espíritu y de elevadísimo tono. […] ¿Qué tienen, repito, la prosa y el verso de Alí Chumacero que los distingue de no pocos escritores jóvenes y aun de otros que le preceden? Nada y todo. Tiene eso que en Alfonso Reyes, por ejemplo, ha madurado hasta hacerse maestría insuperable; eso que tiene Xavier y que cada día luce con más diáfana elegancia; eso que ha logrado percibir y expresar José Gorostiza; eso que se adivina en la palabra de Carlos Pellicer; eso que está en la prosa de un amigo a quien no puedo mencionar porque ahora tiene poder; eso que hasta en mí ¡válgame la vanidad y el cinismo!, en alguna página, según dicen, ha aparecido sin que yo me diera cuenta, tan natural y tan sincera la escribí.3

“Alí Chumacero era una especie de ángel bajado del cielo o de diablo del mismísimo infierno… uno de los jóvenes escritores mexicanos de más auténtica calidad. Nada de lo que él hace carece de espíritu y de elevadísimo tono  .
ERMILO ABREU GÓMEZ
III

Dos años antes, en 1944, Alí había publicado su libro Páramo de sueños. Fue reconocido como el mejor libro del año por las lectoras de la revista Rueca. Él mismo era respetado por su creación y su actitud, como bien lo muestra el perfil trazado por Ermilo.

Alí gozaba de natural autoridad humana y literaria, desde aquellos años en que José Luis Martínez tuvo que pronunciar el discurso de recepción4 del Premio Rueca al mejor libro del año a nombre de su amigo, quien no había podido asistir a la ceremonia por razones de enfermedad. El texto de Martínez tiene a mis ojos un valor sintomático: es un retrato no sólo de Alí sino en cierto modo un termómetro de los gustos literarios de aquella generación:

Mi amigo Alí Chumacero comparte, con dos o tres poetas más que ha [sic] intimado periódicamente al mundo de los hombres desprovistos de misión divina, la saludable creencia de la separación del poeta con la sociedad. Una convicción semejante enloqueció a Raskolnikov; pero otras han sido también el origen de memorables obras líricas y de insufribles personalidades. Con todo, no es éste el caso preciso del poeta cuya ausencia reemplazo; porque él ha tenido la prudencia de añadir, a esta constitución tiesa, un humor extraído proporcionalmente de la indolencia árabe que de algún modo le reclama y de su convicción invencible en la falta absoluta de importancia de cuanto ocurre sobre la Tierra. A consecuencia de estas ideas, a cuantos hemos convivido con Alí Chumacero nos ha sido otorgado el don de asistir al espectáculo cada vez más raro de un hombre que sabe defender su persona de todas las cadenas para mantenerse, desvalido quizá, pero libre para reírse de los forzados y para entregarse, muy pocas veces cada año, al ejercicio secreto de la poesía; a consecuencia de estas ideas, también, el grupo de escritoras de la revista Rueca y las autoridades de la Biblioteca Benjamín Franklin, deberán contentarse esta tarde con entregarme a mí, a título de amigo más paciente de Alí Chumacero, el premio que el jurado invitado por dicha revista acordó conceder a su libro de poemas Páramo de sueños, por considerarlo la mejor obra de creación literaria publicada por autores jóvenes en el año de 1944.

A quien conozca la vida de Alí Chumacero y la obra literaria del mismo, podrá sorprenderle, en principio, la notoria contradicción que entre ellos se advierte. Porque, ¿cómo explicarse que, quien propaga por el mundo habitado la leyenda de sus noches tormentosas y de sus días destinados a organizar la fatalidad, pueda ser dueño aún de una de las inteligencias literarias más claras y de una de las sensibilidades poéticas más puras entre nuestros poetas jóvenes? ¿Cómo justificar que, quien no consiente norma alguna para su vida sino es la negación de todas, postule con tan grave convicción el deber de la obra literaria de organizar sus sueños con la severa e invisible arquitectura de una rosa y, más aún, nos ofrezca en su obra poética una lección intachable de su doctrina crítica? Los motivos de estas oposiciones quizá no sean otros que aquellos muy conocidos que indujeron a Dante, despreciado por Beatriz, a idealizar, que equivale a decir a realizar en su poema, aquel amor que de hecho le rehuía sus mercedes; que arrastraron a Nietzsche, atropellado en su persona por la naturaleza, a proclamar el culto de los fuertes y que, más comúnmente, determinan a los adolescentes a escribir versos cuando no alcanzan el objeto de su deseo. Alí Chumacero, de manera semejante, contradice o rectifica su vida con su obra. Quizá si él fuese uno más de tantos hombres que aceptamos nuestro destino en la sociedad, sus poemas buscarían un escape más o menos romántico hacia las selvas tropicales de la libertad; pero, como podemos advertirlo en su libro de poemas y en su ausencia del lugar en que le reemplazo, Alí Chumacero prefiere gastar su vida en todas las rebeliones y reservar para su obra ese continente puro y severo, ese páramo de sueños, al que hoy, con justicia, celebramos.

Llama la atención que en este saludo Martínez haya hablado de una cierta “indolencia árabe” acerca de su amigo, el riguroso y alto poeta, más clásico que romántico. Esto nos lleva de nuevo al eje de la sensibilidad del grupo de Los Contemporáneos y al de los amigos (Martínez, Zea y González Durán) con quienes emprendió la aventura de Tierra nueva y, luego, acompañó a las letras mexicanas con sus comentarios y “momentos críticos”. No se puede olvidar tampoco que Alí editó y prologó a un prosista: Ángel de Campo (“Micrós”) hoy un poco olvidado, salvo por Miguel Ángel Castro y sus colaboradores. La sensibilidad de Micrós tiene que ver curiosamente con la de otro amigo de Martínez y Chumacero: Juan José Arreola, en quien se cumple también el pacto fáustico de Gutenberg.

IV

En Páramo de sueños quedó estampado “Poema de amorosa raíz”. Chumacero dijo más tarde sobre los versos de esa construcción impecable de su juventud: “Cuando aún no había flores en las sendas / porque las sendas no eran ni las flores estaban”:

Siendo muy jovencillo, casi un niño, hice un poema que ha tenido cierto efecto; se llama “Poema de amorosa raíz”. Es un poema de niño, pero está bien hecho; es un poema donde se hace un relato, totalmente caprichoso, de muchos elementos, y al final se sostiene con una sola línea pequeñita. El valor de ese poema está en que esa línea sostiene todo el edificio. Ahí está lo difícil: que una línea sea capaz de aguantar el peso de todo un poema. Un gran poeta me dijo a mí entonces: “Ese verso debiste haberlo desarrollado, para que
pudiera tener una base toda la enumeración anterior”. Yo creo que no: “Lo importante —le dije— es esa línea; si no lo aguanta, el poema fracasa”. Pero no ha fracasado. El poema, desde que lo leyeron los que sabían, siendo yo un chamaco, dijeron: “Está muy bien ese poema… claro que está bien, muy bien pensado”. Después hice una poesía muy complicada, muy llena de ideas, de emociones contradictorias. En fin, es la que a mí me gusta, claro.5
V
Alí Chumacero tuvo a su cargo las ediciones del libro de cuentos El llano en llamas (1953) y de la novela Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, publicadas en la flamante colección Letras Mexicanas del FCE. Tenía 35 años. Fue también uno de sus primeros críticos:

[…] tal parece, pues, que el cuento es el campo idóneo en que se ejercita la pluma de Juan Rulfo […] Pero la novela es otra cosa […] En el esquema que Rulfo se basó para escribir esta novela se contiene la falla principal. Primordialmente, Pedro Páramo intenta ser una obra fantástica, pero la fantasía empieza donde lo real aún no termina. Desde el comienzo, ya el personaje que nos lleva a la relación se topa con un arriero que no existe y que le habla de personas que murieron hace mucho tiempo. Después la llegada del muchacho al pueblo de Comala, desaparecido también, y las subsiguientes peripecias —concebidas sin delimitar los planos de los varios tiempos en que transcurren— tornan en confusión lo que debió haberse estructurado previamente cuidando de no caer en el adverso encuentro entre un estilo preponderantemente realista y una imaginación dada a lo irreal. Se advierte, entonces, una desordenada composición que no ayuda a hacer de la novela la unidad que, ante tantos ejemplos que la novelística moderna nos proporciona, se ha de exigir de una obra de esta naturaleza. Sin núcleo, sin un paisaje central en que concurran los demás, su lectura nos deja a la postre una serie de escenas hiladas solamente por el valor aislado de cada una. Mas no olvidemos, en cambio, que se trata de la primera novela de nuestro joven escritor y, dicho sea en su desquite, esos diversos momentos reafirman, con tantos momentos impresionantes, las calidades únicas de su prosa.6

Alí escribió estas palabras en el número ocho de la Revista de la Universidad (abril de 1955, volumen IX). Se pensó que no había sabido valorar la novela. No sé si eso sea tan cierto. En 2005, a los 87 años, en el cincuenta aniversario de la publicación de Pedro Páramo, razonaba:

Sabemos que la prosa es el arma de la razón, mientras que la poesía es sólo un reflejo del incendio intuitivo. Pero también sabemos que conducir la prosa o la poesía hasta sus extremos significa conducirla al recinto de la ineficacia estética. Esto indica que la prosa debe pervertirse con el fulgor de la poesía, y esta ha de afirmarse en algunos engaños de la prosa.

A este respecto, las teorías de Juan Rulfo eran menos evasivas que sus escritos. Sentía que la autenticidad de lo narrado, lo que le prestaba impulso, provenía de un arranque de la intuición, de un saber sentir una realidad y un saber expresarla, porque no intentaba acomodar agradablemente las palabras sino encontrar la forma decisiva, como una disposición interna condicionada directamente por la sensibilidad. Y, sobre todo, escribir era para él una fiesta de los sentidos: tocar, oír, oler, gustar y ver son el principio elemental de su fuerza creadora. A la vez, su creencia en el valor independiente del arte nunca se desvirtuó. La literatura

es una mentira que dice la verdad. Pero hay diferencia importante entre la mentira y la falsedad. Cuando se falsean los hechos se nota enseguida lo artificioso de una situación. Pero un libro es una realidad en sí, aunque mienta respecto de otra realidad.

Sobre esa concepción, fundada en esas ideas, su novela es un descubrimiento, una relación insólita entre el escritor y aquello que lo rodea. Allí la obra creada se concreta en los límites de sí misma; es decir, se basta a sí misma y en sí misma reconoce su validez.7

“Siendo muy jovencillo, casi un niño, hice un poema que ha tenido cierto efecto; se llama Poema de amorosa raíz. Es un poema de niño, pero está bien hecho”
VI
Severo, parco. A sus 48 años, Alí está en el centro de Poesía en movimiento,8 la antología que prologó Octavio Paz y fue editada por éste y por José Emilio Pacheco y Homero Aridjis. La carta que Alí escribió en el trasiego editorial prueba su autoridad literaria:
México, D. F., agosto 29 de 19669 

Sr. Octavio Paz

Embajada de México

en Nueva Delhi, India

Octavio:

Otra vez la burra al trigo. A su hora, haremos en las páginas los cambios de tu propia selección. Ahora te enviamos las pruebas completas del libro. Verás que, en todos los casos, privó la tendencia a buscar el remozamiento de que cada uno de los poetas es autor. Es seguro que, a tu vez, no coincidas con varias de esas selecciones. Con enmendarlas, ya sea agregando o cambiando poemas —advertirás que no serán sino unos cuantos, de acuerdo con tu criterio—, todo quedará en su sitio justo. En lo que se refiere a las notas que preceden a cada uno de ellos, han sido redactadas asimismo con miras a que persista la unidad deseada. Así que, en términos generales, no obstante tratarse de una obra preparada por un equipo, no sobrevivirían discrepancias que la convirtieran en una selección fundada en tendencias disímiles o desajustadas a la idea con que fue concebida.

Los puntos de diferencia que aún subsisten son: la inserción de Jaime Torres Bodet, Elías Nandino y Renato Leduc. Si hemos tomado en cuenta a algún o algunos poetas de menor significación que Torres Bodet —no es indispensable citarlos porque hasta eso mismo sería motivo de discrepancia— no habría porqué suprimir a aquél. En cuanto a Nandino, ya conoces las razones de gratitud por las que José Emilio insiste en que permanezca dentro de esas páginas. Y en lo que atañe a Leduc, su presencia es aconsejable por la contracorriente que, en su generación, representa su poesía. Eso lo sabes tanto como yo. Su caso es una “aventura” al revés, pero no deja por ello de serlo. Sumar a Manuel Calvillo, tan amigo nuestro, no enriquecería el concierto general del libro. En cambio, hacer ingresar a Jorge Hernández Campos, que se ha distinguido precisamente por procurar nuevos caminos de expresión —además de que su trabajo es más amplio que el de Calvillo—, sería un acierto oportuno. Su poema El Presidente cumple del todo con la actitud que hemos
escogido para definir la intención del libro. Así que, con la obra en tus manos, te será fácil reconciliar tu punto de vista con los nuestros y afinar hasta donde sea posible las selecciones. Otro problema es lo elegido de Alfonso Reyes, que le tocó hacer a José Emilio. Él piensa que su selección está más de acuerdo con lo previsto que cualquier otra. Para hacer la totalidad del trabajo hemos tenido en cuenta siempre, a fin de evitar coincidencias, las antologías que han aparecido en los últimos lustros.

Mi punto de vista se cifra en que debe estar representado Jaime Torres Bodet. José Emilio insiste, por su cuenta, en que no debe rechazarse a Elías Nandino y que la selección de Alfonso Reyes es la adecuada. Todo lo demás no significa problema ineludible.

Ahora bien —como debieron decir los clásicos—, con el material del libro allá contigo, sería interesante que tú sólo firmaras el libro e hicieras las modificaciones que te dicta tu criterio.

En la Advertencia o en nueva nota, nos darías las gracias a Homero, a José Emilio y a mí por la colaboración prestada. (Esto se justifica plenamente por la distancia desde donde has trabajado.) Más aún, al hacer los cambios que juzgues pertinentes, yo atendería desde aquí —ya que no cuentas con los libros necesarios— la tarea de completar esas variaciones a fin de que el libro resulte de acuerdo con el criterio estricto de “poesía en movimiento”. Los problemas se desvanecerían y, hechos los cambios en las planas en tu poder, la editorial procedería a la impresión. De lo contrario, seguiríamos inmersos gratamente en un epistolario sin fin del que, según mis cálculos, no saldríamos en todo lo que resta del actual régimen de gobierno del licenciado Gustavo Díaz Ordaz. Esta última proposición la suscribe José Emilio y, probablemente, Homero,
que acaba de llegar a México pero que todavía no he saludado. Espero hacerlo mañana o pasado mañana.

Recibe el abrazo
siempre cordial de Alí

La carta habla por sí misma y nos deja ver el talante profesional y generoso del editor Alí Chumacero, quien en parte estaba con Paz y en parte con Orfila. Cuatro años mayor que Alí, Octavio Paz lo recuerda en distintos textos. “Alí Chumacero, poeta” es el más importante. Ahí Paz dibuja con fino lápiz sus motivos y procedimientos. Aflora la voz que Paz subraya y pone en cursivas: “cristalización”. Recuerda que la aventura poética de Chumacero está flanqueada por Salvador Díaz Mirón y López Velarde y que lo caracteriza “la predilección con que usa imágenes de la Biblia y de la liturgia católica”. Subraya: “La figura geométrica que podría representar tanto a su sintaxis como a su prosodia es la espiral”.10

VII
Con motivo del cincuenta aniversario del FCE, en 1974, se editó una Gaceta conmemorativa. En ella se publicaron tres textos sobre el poeta persa Omar Khayyam / Omar Jayam: el prólogo de José Gorostiza a la adaptación de las Rubaiyatas realizada por el general Eduardo Hay, la traducción del prólogo de Robert Graves a su propia versión de las Rubaiyatas en colaboración de Omar Ali-Shah, titulada “El Omar de Fitz”,11  y una introducción general a ambos textos titulada “Tres formas de Omar. El saber empieza por la punta de los dedos”, firmada por mí.12  A Alí no le disgustaron al parecer mis coqueteos con la poesía del sufismo y un buen día se apareció en la oficina que compartíamos cargando dos bolsas de asa llenas de libros del poeta iraní. “Me quiero deshacer de esto y en tus manos quedarán mejor”. Además de libros, había discos, como uno de un actor inglés famoso leyendo a Omar Khayyam en las versiones de Richard Le Gallienne, el escritor inglés contemporáneo de Oscar Wilde, citado alguna vez por Pedro Henríquez Ureña. El lote lo componían ediciones populares y más bien corrientes de Khayyam y, desde luego, algunas rarezas. Por ejemplo, la edición políglota que hizo el Shah de Irán, Reza Pahlevi, quien estuvo refugiado en México (1979) y tuvo que salir precipitadamente del país dejando algunas pertenencias como esa preciosa edición de las Rubaiyatas en persa, árabe, inglés, francés y alemán, con prólogo de Sadeg Hedayat, el autor de La lechuza ciega (1936). Le pregunté a Alí cómo se había hecho de tantos libros de Omar. Se rió. Me dijo que este último lo había comprado en una librería de viejo de Donceles. La mayoría de los otros los había ido recogiendo a lo largo del tiempo durante sus años de juventud cuando frecuentaba casas non sanctas, como la de la legendaria Bandida, donde ciertas muchachas de la vida alegre gustaban de leer poesía y algunas eran devotas del poeta persa. Alí habría obtenido de ellas como recuerdo esos libros raros donde los poemas del persa —traducciones de traducciones de traducciones, por ejemplo, las de Joaquín V. González— estaban editados con imágenes e ilustraciones pintorescas. Había además algunas ediciones donde se hablaba de Omar Khayyam como de un iniciado y hasta miembro de alguna secta heliosófica. Es cierto que yo tenía algunos, como por ejemplo la biografía de Omar Khayyam escrita por Harold Lamb (traducida por Jorge de Burgos). No puedo saber si todos esos libros provenían de donde me dijo Alí. Sé, en cambio, que Chumacero conoció a Gorostiza, a Hay, a Montenegro y que en su humorada había un rastro de verdad.
VIII
En 1987, Alí dejó que el FCE reuniera algunos de sus ensayos y comentarios en un volumen titulado Los momentos críticos.13  En ese libro se reúnen muchas de las reseñas que escribió para revistas como Tierra nueva, Letras de México, El hijo pródigo, la Revista de la Universidad, entre otras. Había, desde luego, páginas sobre poetas y poemas. Reseñas sobre autores como Urbina, Nervo, López Velarde, Gorostiza, Cuesta, Paz, Villaurrutia, Owen, Efrén Hernández, además de las crónicas sobre pintores como Rufino Tamayo, Federico Cantú, Cordelia Urueta, Francisco Zúñiga, Ricardo Martínez, Lucinda Urrusti, Gustavo Arias Murueta y Feliciano Béjar.

“Los otros libros los había ido recogiendo a lo largo del tiempo durante sus años de juventud cuando frecuentaba casas non sanctas, como la de la legendaria Bandida, donde ciertas muchachas de la vida alegre gustaban de leer poesía”
IX

Alí llegaba puntual a todas partes. Durante los actos públicos en los cuales tenía que tomar la palabra, anotaba en una tarjeta, a lápiz, los minutos que cada cual empleaba para su exposición. Alguna vez le pregunté de dónde venía esa costumbre. Me dijo con naturalidad: “de los toros”. Era bueno saber cuánto duraba cada torero en el ruedo. El toreo, “arte menor pero al fin y al cabo arte”, decía Alí con una sonrisa. Era una de sus grandes aficiones. La había compartido con José Bergamín, poeta, crítico y editor como él, con Pepe Alameda y antes con Manuel Machado, un poeta al que Alí le tenía desde luego simpatía. Sabía las historias de los toreros legendarios como Rodolfo Gaona y Armillita; conocía el significado de las palabras, voces, actos y signos rituales de esa ceremonia arcaica. Siempre me he preguntado si Alí no habrá dejado escrito algo sobre esta materia cuya historia conocía y le apasionaba. No puedo dejar de pensar que la tauromaquia fue también un arte que atrajo la atención del surrealista Michel Leiris, quien escribió un libro que él sin duda conocía. Nunca hablamos mucho de este tema ni de las eventuales afinidades de esta práctica ritual y a la vez deportiva que es el toreo con el paisaje de la mitología griega, en particular con el Laberinto de Creta, el Minotauro, Teseo.  Como lo había leído todo, no ignoraba las páginas que el novelista griego Nikos Kazantzakis (1983-1957) dedicó en su libro España y viva la muerte (1937) a esta práctica tan suntuosa como peligrosa. Alí hablaba con más facilidad del toreo que de la poesía: “Vamos a hablar, pero que no sea de poesía sino de futbol o de toros. Hace rato llegué de la corrida. Todo estuvo muy bien”, le confió Alí Chumacero a Cristina Pacheco en la entrevista que ésta le hizo en 1980.14  En ella el poeta se complace en reflexionar en torno a los temas tres veces paralelos de la poesía, la vida y los toros. Existen por lo menos tres “Discursos de temas taurinos” firmados por Alí: “Manolete, 50 aniversario”, “Presentación del libro Réquiem taurino de Jorge F. Hernández” y “Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana”. ¿No cabría pensar que el poeta toreaba las palabras?

Alí Chumacero caminaba erguido, con la cabeza en alto, a su paso se abrían los cielos.
Notas
1 Xavier Villaurrutia, Obras. Poesía,Teatro, Prosas Varias, Crítica, prólogo de Alí Chumacero, recopilación de textos por Miguel Capistrán, Alí Chumacero y Luis Mario Schneider, bibliografía de Xavier Villaurrutia por Luis Mario Schneider, Fondo de Cultura Económica, Colección Letras Mexicanas, primera edición, 1953; segunda edición aumentada, 1966; séptima reimpresión, México, 2012.

2 “Los epigramas de Xavier Villaurrutia”, Sergio Téllez-Pon, “Confabulario”, El Universal, México, 7 de abril de 2018.

3 Ermilo Abreu Gómez, Sala de retratos, Leyenda, México, 1946, pp. 77-79.

4 “Discurso de José Luis Martínez”, en Letras de México, México, 1 de enero de 1946, p. 196.

5 Jorge Asbun Bojalil, Algunas visiones sobre lo mismo. Entrevistas a poetas mexicanos nacidos en la primera mitad del siglo XX, prólogo de Adolfo Castañón, Siglo XXI, México, 2007, p. 24.

6 Rulfo en llamas, Universidad de Guadalajara, Proceso, México, 1989, pp. 47-48.

7 Alí Chumacero, “Cincuenta años de la publicación de la novela Pedro Páramo del académico Juan Rulfo”, discurso leído en la sesión pública celebrada en Casa Lamm el 27 de octubre de 2005.

8 Poesía en movimiento (México: 1915-1966), selección  y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, prólogo de Octavio Paz, Siglo XXI, México, 1966, 476 pp.

9 Cartas cruzadas: Arnaldo Orfila, Octavio Paz, 1965-1970, presentación de Jaime Labastida, introducción y notas de Adolfo Castañón, con la colaboración de Milenka Flores y Alma Delia Hernández, Siglo XXI, México, 2016.

10 Octavio Paz, Obras completas, tomo IV, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, p. 293.

11 The Rubaiyyat of Omar Khayyam. A New Translation by Robert Graves and Omar Ali-Shah, 1967.

12 Adolfo Castañón, Local del Mundo. Cuadernos del calígrafo, Universidad Veracruzana, México, 2018, pp. 163-168.

13 Alí Chumacero, Los momentos críticos, selección, edición, prólogo y bibliografía de Miguel Ángel Flores, Fondo de Cultura Económica, México, 1987.

14 Cristina Pacheco, Al pie de la letra, compilación y prólogo de Mauricio José Sanders Cortés, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, pp. 179-186.