La Jornada Semanal
Javier Perucho
Juan José Arreola asumió la figura del promotor cultural, ejerció el oficio editorial y
la norma de trabajo del maestro cuando promovió a las plumas coterráneas y los valores novísimos como bonos paraliterarios con los cuales, cuando fueron amasados, se procuraba el reconocimiento público, ese bien social tan escaso.
la norma de trabajo del maestro cuando promovió a las plumas coterráneas y los valores novísimos como bonos paraliterarios con los cuales, cuando fueron amasados, se procuraba el reconocimiento público, ese bien social tan escaso.
El legado prosístico de Juan José Arreola se percibe en el cultivo del regionalismo de La feria, la brevedad a ultranza, el fragmentarismo –la novela como rompecabezas cuyas piezas se encuentran diseminadas a lo largo del relato, aunque enlazadas por una misma figura–, la limpieza prosódica, la narrativa de una comunidad. La feria entreteje la microhistoria de una población con la que se informan sus desastres, vida cultural, religiosidad, despojos, habitantes, placeres, instituciones, moralidad, costumbres. Ahí el narrador registra la historia de la vida cotidiana de una comunidad asentada en el sur jalisciense.
¿El microrrelato es precursor de la microhistoria? La feria es al microrrelato lo que a la microhistoria Pueblo en vilo: en ambos libros sus autores reconstruyen por métodos casi similares la historia de Zapotlán el Grande (Jalisco) y de San José de Gracia (Michoacán), poblaciones singularmente amparadas por el manto y la corona del mismo santo patrono, San José. Estos dos libros aparecieron en la misma década: La feria en 1963; Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, un quinquenio más tarde, el mismo año en que salió de la estampa el Anecdotario, de Alfonso Reyes (1968).
El primer título apareció publicado con el sello de Joaquín Mortiz en su Serie del Volador, entonces casa editorial consagratoria, fue ilustrado con viñetas de Vicente Rojo, con un tiraje de cuatro mil ejemplares, que terminaron de imprimirse el “5-xi-1963”, así lo consigna el colofón. El segundo fue impreso con el sello editorial de El Colegio de México, institución nacional de estudios superiores. Sus autores fueron contemporáneos: Juan José Arreola nació en 1918; Luis González y González, en 1925. Esta mancuerna de sabios realizó sus primeros estudios en Guadalajara, los continuaron en Ciudad de México y más tarde los completaron en Francia (París), en el escenario de La Comedia Francesa (Arreola) y las aulas de La Sorbona (González y González); sus maestros respectivos fueron Louis Jouvet, actor; y Fernand Braudel, historiador. Arreola fue invariablemente un aprendiz autodidacto; González y González, un investigador pionero de la historia comarcal.
Sus universidades: para el jalisciense, las revistas, las editoriales, El Colegio de México –a instancias de Alfonso Reyes–, el escenario, la tertulia y el combate en la mesa del ajedrez; para el michoacano, las aulas del Colegio de México, la universidad francesa, la investigación en los gabinetes de lectura del Ajusco y los archivos parroquiales. En lo que concierne al reconocimiento público, fueron acreedores de sendos laureles. Para el jalisciense, los premios de Literatura Xavier Villaurrutia en 1963 por La feria; Nacional de Periodismo Cultural, en 1977; Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura, 1979; creador emérito, desde 1998. Para el michoacano, el Premio Haring por Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, en 1971; miembro de El Colegio Nacional desde 1978; Premio Nacional de Ciencias y Artes en Ciencias Sociales, 1983; Premio José Tocavén, 1983; Palmas Académicas de Francia, 1985; profesor emérito de El Colegio de México.
El párrafo de apertura de La feria define una comunidad atenazada desde su origen: “Somos más o menos treinta mil. Unos dicen que más, otros que menos. Somos treinta mil desde siempre. Desde que Fray Juan de Padilla vino a enseñarnos el catecismo, cuando Don Alonso de Ávalos dejó temblando estas tierras.” El incipit de Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia anuncia al caudillo decimonónico, el siempre impar: “El general Antonio López de Santa Anna, el presidente que se hacía llamar Su Alteza Serenísima.”
Con métodos y técnicas que difieren pero confluyen en el mismo objetivo, valiéndose de recursos semejantes como la consulta de fuentes primordiales, la historia oral y el registro de la memoria colectiva, ambos libros procuran reconstruir un tiempo inmemorial, el pasado inmediato y el presente perpetuo en que literaria e historiográficamente fueron enunciados. Las dos comunidades sortean en sus relatos el peligro inminente de ser despojadas de sus tierras y bienes comunales por los terratenientes. Zapotlán el Grande y San José de Gracia son dos poblaciones cuya fundación se remite a tiempos prehispánicos.
El escritor jalisciense con un relato calidoscópico y coral entretejió la suerte de Zapotlán en una micronovela; el historiador michoacano estableció con los métodos y las herramientas de su oficio los prolegómenos de una nueva disciplina científica al reconstruir la historia de San José: la microhistoria.
Zapotlán el Grande es el protagonista literario de La feria; San José de Gracia, el objeto de estudio histórico de Pueblo en vilo. Las semejanzas, las confluencias y los caminos paralelos entre estos libros capitales de la literatura y la historia mexicana del siglo xx son asombrosos pero, sobre todo, aún quedan abiertos para explorarse.
En la nanoliteratura confluyen tanto la microhistoria como la micronovela, un género endémico de la literatura mexicana que apareció en el firmamento con Nellie Campobello (Cartucho, 1931), arraigó con Juan Rulfo (Pedro Páramo, 1954) y con La feria (1963) obtuvo su legitimidad literaria.
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