domingo, 25 de octubre de 2015

Roberto Bolaño y los travestismos del poema

25/Octubre/2015
Confabulario
Pedro Serrano

Tendemos a ejercer la lectura desde parámetros obligados por la inercia y se nos olvida la variedad de los orígenes. Es verdad que Pedro Páramo recoge el habla de los altos de Jalisco y de una manera u otra se integra en la novela rural mexicana, pero el nombre de su personaje principal se le apareció a Juan Rulfo en  el título de la primera traducción de La tierra baldía en español, que era precisamente “El páramo”, publicado por la revista Contemporáneos en 1931. Y de The Waste Land le viene a la novela su textura ecoica, nada más y nada menos que lo que le da consistencia mítica. Si nos pusiéramos de anteojeras el poema de Eliot y desde ahí leyéramos la novela de Rulfo empezaríamos a encontrar cosas que no habíamos notado.

Siempre, desde que empezó a resonar, me ha parecido que hace falta que los poetas se pronuncien sobre la obra de Roberto Bolaño. Y no porque sus novelas estén llenas de personajes que son poetas, ni porque en Los detectives salvajes la mitad de la novela gire en torno a la ebullición de la poesía en el Distrito Federal a finales de los años setenta, ese Sudd poético, sino por la naturaleza propia de su escritura, que se mueve como Kaa, la serpiente del Libro de la Selva, engatusando a propios y extraños. Al decir propios me refiero a los novelistas, y al hablar de extraños creo que estoy pensando en críticos y académicos.

Cuando la revista Fractal decidió dedicarle un número a Roberto Bolaño, pensé que una manera de darle la vuelta a las expectativas era que fueran poetas quienes escribieran los textos. Como el número estaba ya armado, no hubo mucho qué hacer. Lo habían editado dos académicos, que por otro lado, hay que señalarlo, hicieron una espléndida labor, entre otras cosas al incluir un ensayo espectacular del crítico estadounidense Giles Harvey. Es sin duda una de las mejores recopilaciones sobre la narrativa de Bolaño y la recomiendo ampliamente.

El ejemplo opuesto de esta mecánica de aproximación crítica, que recomiendo de igual manera, es el libro Bolaño salvaje, que publicó la editorial Candaya, editado esta vez por los novelistas Edmundo Paz Soldán, boliviano, y Gustavo Faverón Patriau, peruano, y que incluye una película sobre el escritor, testimonios de figuras cercanas y aderezado todo con sabrosísimos relatos de otros novelistas, como Juan Villoro, Enrique Vila-Matas y Rodrigo Fresán. Son dos libros muy distintos pero ambos nos dan dos lados muy conspicuos del escritor. Pero a ninguno de sus editores, y con esto me refiero a quienes urdieron el libro y a quienes lo imprimieron, se les pasó por la cabeza que algo podría decir algún poeta sobre este escritor arlequín.

Antes de seguir, quiero dejar claro que soy miembro del Consejo de Redacción de Fractal, y que Candaya publicó en Barcelona una antología de mis poemas. Como podrán ver, si fuera por eso no les pondría ningún pero. ES simplemente que, en efecto, e independientemente de mi relación con sus editores, los dos libros son de alto contenido crítico. Lo único, me temo, es que ambos están faltos de poetas, como si no se les hubiera podido ocurrir, ni a novelistas ni a académicos, que estos podrían tener algo que decir sobre el escritor chileno-mexicano-catalán. En ambos casos me quedé con la tentación de saber cómo sería su escritura  vista desde ese referente que me atreveré a llamar inesperado.

Es por eso que ha sido un disfrute, a la vez esperado e inesperado, la lectura reciente de un excelente ensayo de Miguel Casado, Literalmente y en todos los sentidos. Desde la poesía de Roberto Bolaño, publicado en Madrid por los Libros de la Resistencia. Casado es, además de un magnífico poeta, el crítico más perspicaz de poesía en España, y la lectura que hace de Bolaño empieza a llenar un eslabón perdido, y es a la vez exacta e ilustradora. Exacta porque sitúa con precisión la confluencia de vanguardia y narratividad en sus poemas, e ilustradora porque muestra, como el Mago de Oz, el vertebrado camino que lleva de estos a su narrativa. Es decir, la narrativa de Roberto Bolaño es una narrativa de vanguardia —como poca lo es en la actualidad— debido a que en su poesía ya estaba dándose ese trasiego de vanguardia y narratividad.

Casado explica la imbricación en Bolaño de una poesía narrativa con una defensa vanguardista de la literatura, y abre de esa manera las cartas de confluencia entre dos modos de poetizar aparentemente opuestos: la poesía de vanguardia y la poesía narrativa. Muestra, así, como no están en oposición sino en alta confluencia. Esto quizás explique por qué la narrativa de Bolaño hace exactamente todo aquello que en las escuelas de escritura se les dice a los alumnos que no deben hacer: porque Bolaño, como Rulfo, escribe sus novelas con las técnicas del poema. Muchos admiradores de sus novelas tienden a creer que los poemas de Bolaño son poemas menores. Y leen su narrativa como el progreso de un peregrino hacia su salvación, sin enterarse de que la fuerza de una novela como 2666 radica precisamente en las explosiones internas en serie que la forman, y que no son otra cosa que una encadenamiento de estrategias retóricas proyectadas desde sus poemas.

A los que les interese hacer un cotejo, pueden ir a consultar las breves descripciones que Carlos López Beltrán y yo hicimos de diez de sus poemas para la antología de poesía mexicana 359 Delicados con filtro, publicada en Santiago de Chile por la editorial LOM, cuando los herederos del poeta nos prohibieron, en el último instante, incorporar sus poemas. Pueden consultar estos, también, en muchas páginas de internet. Son impresionantes frescos narrativos.

A Bolaño se le ha leído y se le ha estudiado y se le ha vendido de manera automática, asumiendo ciertos precedentes que no está del todo claro que estuvieran ahí, pero que, dado que fue una novela, Los detectives salvajes, la que lo empezó a hacer famoso, y es otra novela, 2666, la que lo consagró definitivamente como escritor, desde ese momento se estableció un dispositivo referencial que casi no ha sido tocado y que, me parece, deja muchas entretelas fuera de la mesa, pasa por alto muchas cosas y lo lee como narrador de una manera natural.

Una de las paradojas que se han visto en la escritura de Roberto Bolaño es que practica y hace precisa e insistentemente todo aquello que en las escuelas de creación literaria se les enseña a los alumnos que no se debe hacer. ¿Por qué? Porque sus novelas vienen de sus poemas. Pero esto no lo alcanzan a ver ni narradores ni académicos.

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