domingo, 31 de mayo de 2015

Mi voto por la literatura

31/Mayo/2015
Confabulario
Rafael Vargas Pasaye 

Sobre la delgada línea que separa la realidad de la ficción se sostiene la novela con tintes políticos, o como algunos le llaman, la novela política. Publicada en 1929, la novela insignia esLa sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán: todo un manual de procedimientos de la época.

Con una trama apuntalada en la lucha por el poder, La sombra del caudillo nos recuerda que, pasada la época revolucionaria, no fue fácil acomodar las piezas para que la vida pública siguiera su cauce. El retrato del caudillo y su forma de gobernar hacen de esta novela una lectura obligada. La carrera para ser el favorito, el elegido, el siguiente en la lista de mandatarios, pasando por la aduana primera de la candidatura presidencial.

Los diálogos y la construcción de personajes son el signo de distinción de esta obra que incluso se llevó a la pantalla grande. Los nombres de Hilario Jiménez, Ignacio Aguirre y Axcaná González se juntan con los de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Francisco R. Serrano, para hacernos ver que la realidad no se detiene, puede ser cíclica, y que las páginas de un libro son un vehículo adecuado para su traslado a la historia.

Con una narrativa más cargada al contenido, lleva de la mano al lector para que sepa que el poder se debe ejercer, y que para acceder a él no importa lo que tenga que hacerse. Páginas que hasta hoy son (o debieran ser) lectura obligada en la formación de comunicadores y sobre todo de política nacional.

Otro referente es Ocho mil kilómetros en campaña (1917) de Álvaro Obregón, un ejercicio de memoria que por desgracia no todos los personajes (ya no digamos combatientes) de la época pudieron hacer. Obregón supo desde el inicio que estaba escribiendo un capítulo importante en la historia de nuestro país, de allí que integrara sus apuntes y le diera forma para plasmarlos en papel.

Entretenidos pasajes y profusas descripciones de combates donde el parte informativo deja claro que en la vida militar no hay medias tintas y que, donde muchos fueron tomando partido ante las circunstancias, el honor está por encima de todo. La historia de México en páginas que no tienen desperdicio.

En este caso el caudillo también toma tintes de heroísmo y sinceridad. Baste como muestra el capítulo que refiere la Batalla de San Joaquín, en Sonora: “El instinto de conservación, que en muchos casos suple ventajosamente al valor, probablemente acudió en este caso al auxilio de nosotros, obligándonos a hacer esfuerzos que quizá, en otras circunstancias, no habríamos podido desarrollar”.

Resulta interesante cómo Obregón va hilando los capítulos, porque la prosa contiene un lenguaje que emula un parte militar. El uso de la primera persona brinda un toque de realismo y credibilidad, de modo que no requiere de efectos especiales para llamar la atención del lector.

Es la ventaja del escritor en el papel de biógrafo de sí mismo. Pero cuando el narrador en primera persona mira al protagonista desde otra perspectiva para ser una suerte de biógrafo indirecto, también logra un momento especial. Es el caso de Mauricio Magdaleno en Las palabras perdidas (1956), donde describe las vivencias desde la perspectiva de un integrante del equipo de la campaña presidencial de José Vasconcelos en 1929 por el Partido Nacional Antireeleccionista (curioso que la legislatura que entrará en funciones este 2015 será la primera que pueda reelegirse legalmente). Se trata de un encuentro con el mundo de lo que los consultores políticos llaman “campaña sin candidato” o “campaña alterna”, puesto que Magdaleno no acompañó al candidato presidencial a cada momento, sino que se veían esporádicamente para ponerse al tanto de lo que ocurría en sus diferentes trincheras.

Magdaleno es un escritor importante que rara vez aparece en listados populares. Si bien se recargó más hacia el teatro o el guión cinematográfico, en Las palabras perdidas dejó un legado valioso, quizá único, una instantánea de un proceso electoral que ha sido un referente para la conformación de la democracia en nuestro país. El volumen es una crónica entretenida, una estampa clásica, un instante para la posteridad; Magdaleno, quien también dirigió “La Hora Nacional” de 1943 a 1950, identificó muy bien el ritmo que deseaba imprimir a sus obras, calificadas muchas dentro de la tradición costumbrista. Quizá ello mismo hace que hoy en día pase inadvertido.

El primer día, de Luis Spota, es una obra inteligente y puntillosa. Se trata de un autor que ha comprendido la cercanía con el poder y sus meandros, sus atajos y corralones. En la obra referida, Spota describe el poder cuando deja de serlo, pues narra las primeras horas de un presidente que recién se ha desprendido del cargo. “¿Hay alguno más débil que el hombre que acaba de entregar a otro la presidencia del país?”, se pregunta el protagonista, Aurelio Gómez-Anda, quien lleva sobre su espalda la carga de seis años de decisiones, frustraciones y emociones. La respuesta a este cuestionamiento es la materia del libro mismo.

Spota escribió y vendió títulos que siguen engalanando bibliotecas públicas y privadas. Es común ver nuevas ediciones de sus títulos, la agilidad y facilidad para generar personajes cimientan su narrativa.

Probablemente su cercanía con el poder lo alejó de los grupos literarios nacionales, prefirió los pasillos de las oficinas al café donde se elabora la crítica, lo que no mermó en su facilidad para hilvanar páginas con calidad. Para la posteridad acuñó frases que comprenden quienes ocupan cargos de alta responsabilidad: “El Poder no se rinde. El Poder se gana: lo hace uno a su medida. El Poder es de quien lo ejerce, del que lo usa para generar más Poder”, o “En política la lealtad sólo dura mientras conviene”.

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