domingo, 1 de marzo de 2015

Hacerle al cuento en México

1/Marzo/2015
Confabulario
Gerardo Antonio Martínez

Para dar mayor visibilidad al cuento mexicano hacen falta revistas especializadas, antologías que privilegien la calidad literaria y una apuesta de los escritores por ofrecer propuestas sin miramientos hacia los jurados de los certámenes. Voces de editoriales, críticos literarios y académicos coinciden en la relevancia que tiene este género en las letras nacionales, pero acentúan algunas necesidades de este género.

El escritor y crítico literario Geney Beltrán estima que existe una falsa idea entre muchos escritores de que el género más glamoroso es la poesía y que los éxitos comerciales radican en la novela: “A diferencia de lo que ocurre por ejemplo con los cuentistas de Estados Unidos donde existe un circuito de revistas y publicaciones en las que pueden dar a conocer su trabajo y pueden ir armando sus libros a partir de lo que han ido publicando en diferentes foros. En México no hay lectores de cuento que busquen el género en puestos de revistas, por lo tanto sí se ha desarrollado a espaldas del lector”.

Abunda en que en la actualidad uno de los principales circuitos para la promoción de este género son los concursos literarios, lo que a la par de las bondades de la difusión puede significar un efecto regresivo en la evolución poética de los autores por la intención de agradar a los jurados de los certámenes antes de tener un compromiso con su propia obra.

El cuento es un género que desde principios del siglo XX sirvió en México para dar legitimidad a la figura del escritor de ficción. Autores como Julio Torri, Alfonso Reyes, y Nellie Campobello se nutrieron de historias de la Revolución Mexicana y de su mundo contemporáneo para dar factura al cuento. A ellos siguieron plumas de medio siglo que se han convertido en clásicos de la narración breve en México, como Juan Rulfo, José Revueltas, Edmundo Valadés, a los que siguieron nombres como Carlos Fuentes José Emilio Pacheco, Francisco Tario, Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, entre otros.

Los terrenos editoriales son otras arenas en las que los cuentistas jóvenes deben aventurarse para la publicación de libros de cuentos. En este campo sellos como Ficticia y Almadía, además de los sellos de instituciones públicas como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el fondo editorial Tierra Adentro de Conaculta, entre otras, han guardado un nicho para la publicación de este género, que en muchas ocasiones resulta relegado por editoriales que no ven en éste una posibilidad de recuperación de ventas y proyección de su sello.

Marcial Fernández, director editorial de Ficticia, que desde hace 15 años se ha esforzado por mantener viva la tradición del cuento mexicano y que ha funcionado como cantera de escritores jóvenes con la publicación de tres extensas colecciones de libros de cuento explica lo que a su parecer es un mito en torno a la dinámica comercial de este género:

“Hay un mito que dice que el cuento es el que menos vende de los géneros literarios. Te puedo decir que de todos los géneros no vende ninguno. Podemos ver que sí hay una ‘literatura’ comercial que tiene que ver poco con ‘la literatura’”.

Otras de las editoriales que han apostado por la narrativa breve son el fondo editorial Tierra Adentro, de Conaculta y Almadía. Rodrigo Castillo, director del primero afirma que si bien existe un mercado editorial abocado al cuento, esto no es necesariamente un termómetro. Menciona que a pesar de que existe una encuesta nacional de lectura, ésta no contempla la lectura necesariamente del cuento. Al hace una valoración de las publicaciones que las editoriales “comerciales” ofrecen a sus lectores no duda en calificarlas de fácil consumo y sin mayor compromiso de muchos autores.

“Las editoriales voltean a ver a aquellos escritores que cuentan cosas, de la manera más lineal posible, y de ser mejor, si lo hacen a través de una novela, porque ese es el tipo de lector que puede comprar un libro de cuentos sin romperse la cabeza”.

Sobre los criterios que este fondo editorial establece para la selección de sus títulos abunda en que éste “responde a la apertura de temas y cosas, a la horizontalidad y pluralidad de voces, a la necesaria experimentación”. En los últimos diez años el fondo editorial Tierra Adentro ha publicado 54 títulos exclusivamente dedicados a este género.

Luis Jorge Boone, editor de Almadía, coincide con Marcial Fernández y Rodrigo Castillo en la separación entre editoriales “comerciales” y aquellas que apuestan por voces narrativas con personalidad y arrojo.

“Hay moldes y modelos cuyo principal objetivo es el cierto éxito comercial. Las sagas, las trilogías juveniles, el thriller. Pero este tipo de productos son novelas. Las editoriales comerciales descartan de entrada los libros de cuento, porque según ellos no se venden. Nuestra experiencia es que si acercas al lector propuestas cuentísticas interesantes, va a haber una respuesta, porque hay un público atento que pide cosas distintas, que quiere arriesgarse más allá del best seller”.

La tradición cuentística mexicana

Un ejemplo de la tradición cuentística en México es la revista El Cuento, fundada por Edmundo Valadés en una primer época en 1939, y la segunda en 1964 y que duró activa hasta finales de la década de le los 90, luego de la muerte de su creador. Este proyecto sirvió como semillero de algunos de los narradores breves más importantes de las letras mexicanas.

Ya en su primer número, en junio de 1939, el olfato de Edmundo Valadés y Horacio Quiñónez, cofundador de la revista, trajo a los lectores mexicanos piezas surgidas de la imaginación de Luigi, Selma Lagelöff, Maxim Gorki, Erich María Remarque, pero también dio espacio para escritores mexicanos como Efrén Hernández, Gregorio López y Fuentes, y un jovencísimo Luis Spota.

Desde la desaparición de esta revista, que en su segunda época (1964-199) arropó a generaciones de narradores noveles, su lugar ha sido sustituido por las antologías, de las que existe una variedad tan amplia a partir de tres criterios poco expuestos.

Lauro Zavala, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y estudioso de la narración breve ubica tres criterios usados por los editores de antologías: los gustos personales de quien hace la selección, la auto publicación y los de carácter académico. La primera se ajusta a los gustos personales de los editores encargados de la selección; la segunda corresponde a las que surgen de los talleres de cuento en las que los mismos participantes publican sus cuentos al concluir las sesiones en las que trabajaron sus textos, mientras que la tercera corresponde a las antologías que investigadores universitarios hacen a partir de sus temáticas de estudio que van desde el erotismo, lo fantástico, lo testimonial o testimoniales.

Al respecto, Geney Beltrán apunta que justo por la ausencia de lectores que estén pendientes de la producción cuentística las antologías no responden a las expectativas que un lector neutral pueda tener.

“A menudo responden a los intereses personales o de grupo en donde surge esa antología, y por lo tanto no necesariamente se registran voces que puedan aportar algo al género. Eso no implica que el autologador se vaya a desprestigiar o que se vaya a vender menos la antología porque en sí se vende muy poco. Las antologías se perfilan como el momento cumbre de un grupo literario o para las ambiciones políticas del antologador”, estima.

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