domingo, 1 de marzo de 2015

Eduardo Antonio Parra: narrar los instintos

1/Marzo/2015
Confabulario
Gerardo Antonio Martínez

En una de sus primeras visitas a la ciudad de México, motivado por la lectura de El cuadrante de la soledad de José Revueltas, Eduardo Antonio Parra visitó la iglesia de La Soledad. El joven escritor deseaba conocer los rumbos por los que había pasado el duranguense. Los transeúntes, los cargadores y los taqueros a los que preguntó las coordenadas le recomendaron no acercarse a esa iglesia. El día pardeaba. Se acercaba la noche en los alrededores del mercado de La Merced. “Queda a una cuadra. Pero no vaya, joven”. Pero fue. Ahí, escuchó la voz de las prostitutas, conoció el rostro de los proxenetas, vio los fardos amontonados de los indigentes que usan como dormitorio la amplia plaza de esta iglesia, hermosa construcción católica del siglo XVIII. De esta aventura salió contento: tenía temas, tenía personajes.

Desde su primer libro de cuentos, Los límites de la noche (1996), Eduardo Antonio Parra se descubrió como una de las voces más originales de la literatura mexicana. Narrador silvestre, sin ornatos ni florituras, sus cuentos se han traducido al inglés, francés, italiano, danés y alemán. A su primer libro siguieron otros dos volúmenes de cuento Tierra de nadie (1999), Nadie los vio salir (2001) antes de la llegada de su primera novela: Nostalgia de la sombra, en la que narra la metamorfosis por la que transita un habitante promedio de Monterrey hasta convertirse en un efectivo sicario. La crianza de los personajes de Parra está en los instintos.

– Tienes una trayectoria de 20 años como cuentista, y aun cuando tienes dos novelas publicadas, ¿de dónde vino la elección de este género frente a la novela?
– Primero empecé a escribir cuento, después me puse la intención de escribir una novela durante tres o cuatro años, que me dio alrededor de 500 o 600 páginas. Después supe que si la acababa iba a tener cerca de 1500 páginas y si la publican, nadie la iba a leer. Ensayé textos mucho más breves. Abandoné esa novela, fallida pero que me había enseñado a escribir. Regresé al género del cuento. En una novela te planteas una historia, unos personajes, una atmósfera, y hay que llevarla hasta donde quieres pero con esos elementos. Es mucho más estimulante escribir un universo en cada cuento que alargar una historia en una novela. Me di cuenta también que escribir un buen cuento es bastante difícil. Por otro lado está el espíritu de contradicción. La mayoría de mis conocidos escritores más formados sí consideraban el cuento como un aprendizaje para la novela. Yo trataba de demostrar con mis libros de cuentos que podía ser de tan buena calidad como uno de novela.

– ¿Cómo enfrenta un cuentista el reto de escribir una novela?
– Recuperé la experiencia como cuentista en la técnica del arranque y del cierre de los capítulos. Leo bastante seguido Pedro Páramo, una vez al año. Un día me di cuenta que es la novela de un cuentista. ¿A qué me refiero? Rulfo inicia y cierra los fragmentos con la misma fuerza como lo hacía en los cuentos. Al menos eso hacía en la mayoría. Y al empezar a escribir Nostalgia de la sombra intenté que cada capítulo fuera en ese sentido.

– A partir de una revisión que se puede hacer a muchos de tus cuentos de algún modo los personajes y los ambientes son descendientes de muchos de aquellos que contó Rulfo. Como parte de una generación muy distinta a la de este autor, ¿qué es lo que aportas en estos personajes?
– La búsqueda me parece natural y es una intención de demostrar que la realidad de los habitantes de este país, los dramas que vive la gente en México. Es curioso que se note cierta descendencia de Rulfo, pero tampoco debería ser curioso porque él hizo lo mismo. Se fijó en el país, trató de reflejar la mitología, la problemática, los sueños de los habitantes a través de la literatura. Escribió una novela fantástica pero ancladísima en el realismo. Los cuentos de El llano en llamas son absolutamente realistas. Lo que él quería mostrar era la realidad nacional, y eso es lo que yo me propuse también. Leerlo siempre es una lección. Cuando publiqué Los límites de la noche hablaban mucho de Rulfo y de Revueltas. Del primero me parece que era un poco errado. Sí había influencia pero no donde los críticos la señalaban. De él tomé sobre todo el lenguaje.

– Varios de tus cuentos están ubicados en la frontera y en zonas rurales de Nuevo León. Es inevitable la remisión a la lectura de El luto humano, de José Revueltas.
– Esa es una coincidencia con Revueltas. Él se fijaba en personajes de mero abajo, los humillados, los ofendidos. Revueltas venía de Dostoievski, yo también soy lector de este autor. Me gusta reflejar la vida de los jodidos, de los pobres, de los miserables. A la hora de asomarte a este tipo de vidas, de razonarla, de imaginarla, siempre van a salir temas muy fuertes. Revueltas nunca se arredraba. Emmanuel Carballo decía que hay cosas que se supone que no se pueden tocar en literatura, pero que finalmente sí se pueden tocar, aunque exista una especie de acuerdo tácito. Por ejemplo, no puedes matar un niño en una historia porque es demasiado traumático para los lectores. Pero lees El luto humano y empieza con la muerte de una niña, lees Los días terrenales y empieza con la muerte de una niña. A Revueltas le valía absolutamente madres lo políticamente correcto. Si quieres contar la realidad de este país tienes que ensuciarte las manos. Revueltas era un poeta de lo oscuro. Me fascina su lenguaje, pero nunca te dejaba algún resquicio para la esperanza. Terminas un libro de Revueltas y estás pensando en cómo suicidarte. En eso no coincido con él. A mí me gusta dejar un resquicio para que haya algo de luz en medio de tanta oscuridad.

En su panteón de autores, este cuentista mexicano nacido hace 50 años en León, Guanajuato, menciona como su primer maestro a Guy de Maupassant, de quien absorbió el estilo, los temas escabrosos y la crítica social. De Jorge Luis Borges aprendió a abrir y cerrar los cuentos. Los nombres de escritores reverenciados se hilan de uno en uno: Juan García Ponce, Carson McCullers, Antón Chejov y Raymond Carver. El descubrimiento más grande: William Faulkner. Pero su radar de escritores contemporáneos lo lleva a Europa del Este, en dónde ha encontrado similitudes con México y Latinoamérica:
“Están bien jodidos, son pobres, les ha ido de la chingada, son católicos. Además están metidos en una región fronteriza. Por un lado están los musulmanes, que han presionado a lo largo de la historia desde el Imperio Turco, y por otro lado está el primer mundo, así como nosotros que estamos pegados al primer mundo y no sabemos qué hacer con eso”.

En sus recomendaciones suelta nombres de narradores serbios, checos, bosnios: Aleksandar Tišma, Danilo Kiš, Bohumil Hrabal e Ivo Andrić.

“Una de las mejores novelas que he leído es justo Un puente sobre el Drina. Es genial. Me gustan mucho los rusos, a los que trato de leer mucho aunque a veces no pueda ni pronunciar sus nombres. Siempre que ves una novela traducida del ruso sabes que no te va a decepcionar”.

– Algunos de tus cuentos tienen dedicatorias a otros escritores, como David Toscana, a Julián Herbert, a Leonardo da Jandra. ¿Cuál es el aporte que ves en otros autores mexicanos cercanos a ti generacionalmente y qué compartes con ellos?
– La mayoría de los escritores mexicanos que me son contemporáneos escribía de otra cosa, salvo los norteños. Con ellos me conecté inmediatamente. Algo curioso, cuando se empezó a hablar de la literatura del norte apenas acabábamos de conocernos. Muchos tienen la idea de que hicimos un plan desde el principio, pero fue una cosa espontánea. Conocía a mis contemporáneos que vivían en Monterrey, pero a los demás los conocí cuando ya estábamos publicados. Pienso, por ejemplo, en Élmer Mendoza que aunque es más grande en edad se da a conocer casi en el mismo tiempo que nosotros, pienso en Luis Humberto Crosthwaite, en Juan José Rodríguez. Cuando nos conocimos nos dimos cuenta de que traíamos más o menos la misma intención: la primera era narrar el norte, narrar el sitio donde habíamos nacido y crecido. Con los escritores del centro era un poco más difícil. La mayoría estaba metida en otro tipo de narrativa, pero por ejemplo con Fadanelli encontré muchas afinidades. Es un escritor que cuenta la vida real del Distrito Federal. Otros tienen una propuesta distinta a la mía, pero que son interesantes, como Mario Bellatin y Álvaro Enrigue.

– ¿Cómo preparas tus cuentos? ¿Te documentas? ¿Los comentas con alguien?
– No soy un autor que se ponga a investigar. Si quieres narrar parte de la realidad, lo que te sirve es la experiencia para las atmósferas y los ambientes. Mueves la historia real según tus necesidades narrativas. En los personajes debe entrar por completo la imaginación del escritor. Priorizo la imaginación. Por ejemplo en Nostalgia de la sombra, que es la historia de un asesino, no me puse a investigar los perfiles psicológicos de los asesinos múltiples. No es necesario. Empezaría por preguntarme cómo sería yo si fuera un asesino serial. Todos hemos tenido ganas de matar alguna vez, y a veces hemos tenido ganas de matar a un chingo de gente. En vez de investigar perfiles me resuelvo cómo resolvería yo este asunto.

– Cuéntanos tu experiencia en el periodismo. ¿Fue gratificante o decepcionante?
– Estuve muy poco. Un año y medio como editor de nota roja en Monterrey. Fue un trabajo alimenticio. Acababa de pasar el error de diciembre. Estuve como siete meses sin un ingreso. Tenía carro y lo vendí. Todo se convirtió en despensa. Pagaban una madre pero le entré al periodismo. Sabían que era escritor. Mi primer libro ya estaba en prensa. Me dieron el trabajo con la condición de que me quedara al menos seis meses. Estuve un año. Fue una experiencia interesante. La vida de la redacción fue muy nutritiva. Cuando platicas con los viejos reporteros policiacos te enteras de la vida criminal de la ciudad. Monterrey entonces era una ciudad bastante pacífica. A veces era desesperante porque no tenías nada que llevar en primera plana. Los fines de semana era bien curioso: nadie mataba a nadie. No pasaba nada, hasta que llegaba un reportero y gritaba “¡Traigo un muertito”. ¡Puta madre, abríamos la champaña! Había crímenes muy espeluznantes en Monterrey, nada que ver con el crimen organizado, sino crímenes pasionales. Eso era lo que dominaba. De todo ese tiempo, la mayoría de los crímenes tuvieron que ver con las pasiones humanas. Me gustaba mucho. Fue de mucho aprendizaje para mí. Veías al que encontró a la esposa con el otro y los mata a los dos, al que está discutiendo con su compadre en la cantina y uno de ellos termina muerto. Son crímenes que ocurren en todas las épocas y en todos lados. He sacado dos o tres relatos a partir de esas experiencias. Mucha gente cree que yo trabajé en la nota roja antes de escribir mi primer libro, porque es el más violento, y no. Ese ya estaba.

– ¿Qué ves con la siguiente imagen? Pasas por una carretera en un pueblo cualquiera, que puede ser Ayotlán o Tula. Pasan unas personas montadas en una bicicleta, hay una cantina y un burdelito tristón. Muchas personas verán ahí un pueblo bicicletero. ¿Qué ve Eduardo Antonio Parra en un pueblo de 5 mil almas perdido en la montaña o cerca de la frontera?
-Imagino cómo es la vida de la gente. Cuáles son sus dramas, cuáles son sus tragedias, sus problemáticas y finalmente te das cuenta de que el ser humano es igual en todos lados. Los dramas son los mismos que viven todos los pueblos del mundo. Ves esos pueblos miserables y dices “ahí todavía creen en fantasmas, están llenos de porquerías que ni la política correcta voltearía ver, son incestuosos, golpeadores de mujeres”. Entonces empiezas a preguntarte por qué son así y cuál fue el último evento que tuvieron de este tipo. Te enseñan mucho más estas personas de la condición humana que un cabrón que vive en la colonia Condesa. Están mucho más cerca del origen, mucho más cerca de las pasiones, de los instintos.

No hay comentarios: