sábado, 28 de marzo de 2015

“A los 80, me siento como si tuviera 200”

28/Marzo/2015
Laberinto
José Luis Martínez

Llegamos a la casa de Fernando del Paso en la colonia La Calma, en Guadalajara, un sábado a mediodía. Su esposa Socorro leía los periódicos junto a un ventanal, frente al jardín. Fernando del Paso vestía traje azul marino a rayas, camisa celeste y corbata azul con lunares de colores; llevaba mancuernillas, zapatos negros y el pelo, blanco y un poco largo, impecablemente peinado. Nos tendió la mano y enseguida, tocándose la garganta con el índice y el pulgar, dijo que le costaba esfuerzo hablar. En realidad, solo queríamos tomarle unas fotografías.

La sesión comenzó en la recámara, continuó en el cubo de la escalera —convertido en una auténtica galería con sus pinturas y dibujos— y luego en el estudio, donde, sobre el escritorio, se apilaba el borrador del tercer tomo de Bajo la sombra de la Historia. Ensayos sobre el Islam y el judaísmo —más de 500 páginas y sigue creciendo.

—Siempre estarán saliendo cosas nuevas y el libro no quedará terminado mientras Fernando no se siente y decida ponerle punto final —dice Socorro—. Así sucedió con Noticias del Imperio. Un día dijo “Ya”. El embajador en Bélgica iba a enviarle unas cartas de Carlota pero si las hubiera incluido la novela habría seguido creciendo. Me gusta la primera frase de La sombra de la Historia en la que dices que escribes el libro no para enseñar… —agrega Socorro. Don Fernando la interrumpe y completa la idea:

—El contenido del libro no es lo que quiero enseñar; es lo que quería aprender.

—Si uno observa sus libros —continúa Socorro—, descubre que todos son él. Cada uno le ha costado mucho trabajo, y al escribirlos ha hecho lo que siempre ha querido: aprender. Antes de empezar con La sombra de la Historia planeaba hacer otra cosa. Sin embargo, salió la Biblia y vio que ahí había toda una historia. Es un libro sobre el Holocausto, sobre los musulmanes, sobre la vida religiosa.

Prendí la grabadora y le hice unas pocas preguntas sobre sus otras pasiones, además de la literatura: la pintura, la cocina y la música. Fueron respuestas breves. Días antes me había respondido un cuestionario que le envié a través de su hija Paulina; unas pocas palabras sobre sus libros y su oficio de escritor.

Fernando del Paso dice que Las mil y una noches fue el primer libro voluminoso que leyó “gracias a que me lo regalaron mis padres. Siento que tuvo una enorme influencia sobre mí”. Acerca de sus primeros pasos en la escritura, recuerda que a los diez años escribió un poema a su madre, “de una cursilería sublime”.

Tenía poco más de veinte años cuando se inició en el oficio de escritor:

—Mis mejores amigos y maestros en esa época fueron el escritor mexicano–español José de la Colina y el colombiano Antonio Montaña. Fueron mis mentores y guías en los mundos mágicos de James Joyce, Marcel Proust, Franz Kafka, Italo Calvino, William Faulkner y muchos otros grandes escritores, de los que aprendí a escribir. También fui amigo de José Emilio Pacheco, de Juan Rulfo y Juan José Arreola. Con Antonio Montaña y José de la Colina me reunía los sábados a escribir, cada quien con su Olivetti portátil, en una calle muy rara que se llama Isabel Lozano, cerca de la calle de Eugenia, en la Narvarte.

Ya es una costumbre referirse a Fernando del Paso como el autor de tres novelas que son también tres catedrales. Hay que preguntarse, sin embargo, a que motivo respondió cada una de ellas.

José Trigo partió de la duda existencial más profunda; Palinuro de México de la certeza de mi propia existencia y de la existencia de mis seres queridos: es un himno a la vida; Noticias del Imperio surgió de una enorme documentación sobre el episodio de nuestra historia del cual fueron víctimas sus propios perpetradores.

—Él ha amado siempre Palinuro, porque es un poco su vida. —interviene Socorro—, ¿no es así?

—Yo no soy Palinuro pero Palinuro es yo porque digo lo que me hubiera gustado ser y quién pude haber sido —responde Fernando del Paso.

—Vaya uno para donde vaya —agrega Socorro—, siempre es lo mismo con los libros de Fernando. José Trigo es la historia de nuestro pueblo. Por eso Tlatelolco es tan importante. En un aniversario del 2 de octubre, armó para la revista Siempre! un artículo con fragmentos de la novela. Parecía que todo sucedía en ese momento, que no venía del pasado. Es mi libro favorito. Por entonces, mientras trabajaba en la novela, sufrió el primer cáncer. No sé si sea un invento mío, pero después de la primera radiación lo vi con más ganas de escribir. En ese tiempo pasó una cosa curiosa, que ahora me causa risa: al pasar el principio de la novela a máquina no pude transcribir nada que tuviera una carga sexual. Me equivocaba o me comía renglones. Cuando Fernando leía lo que había hecho, me lo regresaba para que volviera a pasarlo a máquina.

Fernando del Paso también es pintor, un pintor autodidacta que comenzó a dibujar en la niñez, aunque al paso del tiempo prevaleció la literatura.

—El dibujo y la pintura —dice— representan una segunda vocación y en cierto modo un refugio.

Además de la música (Mozart y los barrocos), que escucha mientras escribe o dibuja, Fernando del Paso es un apasionado de la cocina. Junto a Socorro, escribió el libro La cocina mexicana: los textos descriptivos son suyos, las recetas de Socorro.

—Cuando trabajé en publicidad, mi jefe, Francisco Fernández, era gourmet y conocía muy buenos restaurantes en la Ciudad de México. Yo lo acompañaba con frecuencia y así fue naciendo mi afición. Después conocí a Socorro, me casé con ella y resultó una extraordinaria cocinera. Luego nos fuimos a vivir a Estados Unidos, donde aprendimos a preparar platillos de distintos países. En Francia, donde estuvimos siete años, disfrutamos de la mejor cocina.

—Gustavo Sáinz (quien daba clases en la Universidad de Nuevo México) le ofreció a Fernando una beca —dice Socorro—, pero no pudimos irnos porque se descubrió su cáncer y no sabíamos qué hacer. Después, cuando volvieron a ofrecerle ir a Estados Unidos (a la Universidad Iowa City, en 1969), creímos que debía aceptar. “Esto no pasa más que una vez —pensé— y tiene derecho a irse”.

—De ahí nos fuimos a Londres (1971), donde estuvimos catorce años, y luego siete en París —dice Del Paso.

Fernando del Paso regresó a México en 1999 y desde entonces vive en Guadalajara, donde dirige la biblioteca que lleva su nombre. En marzo de 2013 sufrió varios infartos cerebrales que afectaron la motricidad y el habla. Se recupera y continúa escribiendo, pero a un ritmo más lento.

—A los ochenta años me siento como si tuviera doscientos —dice.

Socorro recuerda estos problemas de salud y otros más lejanos:

—Cuando tuvo el primer cáncer, todos lo desahuciaron, pero aquí sigue, trabajando todos los días. A veces ya no quiero ni ver los periódicos, porque del año pasado para acá, cada mañana que despertaba ya se había muerto otro escritor. Pero nosotros no perdemos la fe y aunque ya tenemos el boleto, mientras no tengamos el número del asiento, aquí seguiremos.
El comentario hace reír a don Fernando. Es un chiste privado para burlarse de la muerte: todos tenemos el pasaje para irnos de este mundo, solo falta que nos asignen el lugar —el día y la hora— que nos corresponde.

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