viernes, 13 de febrero de 2015

“Yeats, Pound, Eliot... la gente con la que Paz se medía”

13/Febrero/2015
Milenio
Ariel González Jiménez

Referente central de la crítica literaria en México, Christopher Domínguez Michael (Distrito Federal, 1961) acaba de repasar en una entrevista publicada por Letras Libres el panorama de la biografía, género cuyo valor y profundidad —ya por desdén, ya por limitaciones intelectuales— no han sido reconocidos cabalmente en Hispanoamérica.
Sin embargo, su libro Octavio Paz en su siglo (Aguilar, 2014), que es su segunda biografía (la primera fue en torno de fray Servando Teresa de Mier) parece desmentirlo, puesto que se trata de una de esas obras monumentales que no solo ensalzan el género sino que incluso tienden a convertirse en piezas canónicas del mismo.
Presentada en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara y también en Francia (donde fue publicada por Gallimard), ni más ni menos que por Marc Fumaroli, la obra ha contado con una recepción muy positiva, a pesar de las naturales discrepancias y polémicas que encierra el personaje sujeto de estudio y la cercanía del autor con él.
La enormidad de la figura de Octavio Paz ha sido justipreciada acertadamente en esta biografía apasionada y crítica. Una aproximación a la sustancia de esta obra nos la da el propio autor en esta entrevista, donde se abordan las dificultades que tuvo (y tiene, si se consideran posibles ediciones futuras, corregidas y aumentadas) este proyecto, las perspectivas cambiantes sobre el autor de El laberinto de la soledad, las polémicas y juicios —no pocas veces proféticos— que adoptó frente a su tiempo político y cultural, no sin una mirada concluyente acerca de su peso en el mundo de las ideas y el arte.
¿Cuánto tiempo y esfuerzo te llevó escribir esta biografía que muchos juzgamos monumental?
A diferencia de otros libros míos, el tiempo de redacción fue relativamente corto. El libro lo hice durante una estadía en la Universidad de Chicago, pero la investigación y el proyecto arrancan realmente en los últimos años de vida del propio Paz. Entonces llevaba yo muchos años acumulando material y con el libro en la cabeza, pero lo escribí en unos cuantos meses. No fue lo ideal, pero, a veces, si uno no hace así estos proyectos no se realizan nunca, porque uno cree —quizás con razón— que no está a la altura del personaje escogido.
Tú eres, digamos, un biógrafo privilegiado por la cercanía que tuviste con Octavio Paz y también por el acceso a diversas fuentes…
Eso fue una ventaja y una desventaja. Desde luego fui cercano y accedí a mucha información, pero tuve que realizar este trabajo sin que estuvieran abiertos todos los archivos de Paz. Por ejemplo, estaba terminando el libro cuando llegó la noticia de Princeton de que se había abierto la correspondencia Fuentes-Paz, pero yo ya no pude verla. Por eso no sé si mi biografía es monumental o no, pero lo que sí sé es que no es definitiva.
El riesgo de la cercanía con el biografiado es el apasionamiento, que es el sesgo que algunos te han criticado…
Por supuesto. Una de las razones que provocó que yo me tardara tantos años en tomar la decisión de escribir este libro era la cercanía afectiva, política e intelectual con Paz. Sinceramente, no me parecía que yo fuera la persona más adecuada para escribir su biografía, ni tampoco estaba convencido de para quién escribirla. ¿Para mis cuates de Coyoacán?, ¿para los jóvenes que no tienen ya la menor idea de lo que fueron las revoluciones rusa o mexicana ni de las disyuntivas que un hombre como Paz enfrentó? Tomé entonces un camino intermedio, tratando de dar cuenta del siglo de Paz, pero era imposible que el libro no se convirtiera también en un testimonio personal. Obviamente hay muchas cosas que no digo, que son privadas; y claro que también hay muchísimas otras de las que yo no me enteré.
¿Qué zonas de la vida del poeta sientes que están aún en la penumbra?
Como sucede con otros personajes famosos, sabemos poco de ellos cuando no eran famosos. Sabemos poco de su llegada a París en 1946; de cómo, cuándo, dónde y por qué se dio su encuentro con el grupo surrealista o de su vida en India como embajador (y es bueno comentar, porque muchos no lo saben, que cuando murió Paz el gabinete, así como muchos intelectuales y artistas indios, acudieron a la embajada mexicana a presentar su condolencias).
“En el terreno de la vida privada hay desde luego muchos detalles que yo no conozco ni quiero conocer, pero que en dos o tres generaciones podrán ser ventilados sin ningún problema, aunque sabemos bastante por lo indiscretas que eran Elena Garro y Helena Paz Garro... Yo tomé la decisión, que no había tomado nadie, de darles su lugar a las Garro como testigos de primera línea. Cualquiera que vaya a Princeton y vea sus papeles, se dará cuenta de que Elena Garro no era una persona normal sino que estaba bastante enloquecida y con un síndrome de ingratitud bastante pavoroso…”.
Que la llevó a decir que Paz no las mantenía, por ejemplo...
El conflicto con su ex esposo era lo de menos: pan de todos los días. El caso es que a muchas de las personas que la ayudaban les devolvía la moneda de la ingratitud más espantosa. Era fantasiosa, aunque tras eso hay algunas verdades que había que usar con muchísimo cuidado, pero no se le podía ignorar diciendo “esta señora está loca”. Lo mismo hice con las memorias de Helena Paz Garro, que a mí me conmueven. Como sea, ellas vivieron con Octavio Paz 20 años y yo me serví de estas fuentes.
¿Cómo sientes que ha sido la recepción de tu libro?
Soy el menos indicado para decirlo, pero desde que se supo que trabajaba en este proyecto recibí numerosas llamadas y correos de gente que me quería aportar algo, como si hubiera un deseo social de que esta obra se publicara. Me sentí muy acogido y obligado a hacer el mejor de los trabajos posibles.
Siempre que se hace una indagación sobre un personaje de la estatura de Paz, el autor pone a prueba muchas ideas preconcebidas que tenía acerca de él. ¿Qué mirada cambió en ti al realizar este trabajo?
Cambiaron algunas cosas. Por ejemplo, yo tenía la idea de que Paz era un hombre más reservado y que era un hombre de poquísimos amigos. Y cuando yo empecé a ver las distintas colecciones de cartas, sobre todo en Estados Unidos, vi que tenía muchos más amigos y que era muy dado a la franqueza y al cariño con ellos. Esto fue así porque el Paz que yo conocí era un hombre en la antesala del Nobel, poderoso, un hombre que no le hacía el feo a la política. Entonces, acercarse a él de manera, digamos, un poco más vernácula, no era fácil. Y era un hombre reservado, sí, pero al ver su correspondencia en esos años en los que comienzan para él la gloria y la fortuna, me pareció un hombre más abierto, más entrañable y simpático de lo que yo había visto en persona, aunque afectuoso conmigo y con otros jóvenes que participábamos del proyecto de Vuelta. Distinguía mucho, eso sí, el terreno de la amistad y el del trabajo. Para él, la amistad era también un compromiso intelectual, y él sabía quién estaba comprometido en eso con él y quién no.
En tu obra, ¿cómo reexaminas al Octavio Paz de las arduas polémicas?
Empezaré por la primera. Paz es muy joven y está en España, mientras que en México su némesis, un hombre que él quiso mucho, que fue Rubén Salazar Mallén, lo acusa de haber negociado sus principios de pureza poética por adherirse a la causa republicana en España. Y es desde París que Paz le responde explicándole lo que había pasado: él había ido a España invitado por Neruda y Alberti, no por los comunistas mexicanos. Es muy sintomática la manera en que trata a Salazar Mallén, que en ese momento era ya fascista (tenía un pequeño partido de ese corte en la Ciudad de México): lo trata con un respeto de interlocutor, que habla muy bien del que sería Paz: amaba la polémica, dejaba todo en la arena de la discusión, pero no confundía la vida con las ideas de las personas.
“La vida de Paz está llena de muchas reconciliaciones, algunas de las cuales yo no aprobé cuando llegué a ser consultado. Le gustaba reconciliarse y tenía sus enemigos más queridos, a los que a veces (nos quejábamos) trataba mejor que a sus colaboradores”.
Habiendo sido uno de los primeros en denunciar el “gulag2 y de señalar críticamente los errores y atrocidades del llamado socialismo real, el diálogo de Paz con la izquierda es motivo de diversas discusiones. ¿Cómo abordas este tema en tu libro?
De principio a fin, la principal obsesión política de Octavio Paz fue dialogar con la izquierda. En ese sentido fue un hombre de izquierda: no hay en su pensamiento el menor rastro de conservadurismo, y su liberalismo tiene muchos asegunes de acuerdo con los propios liberales. Fue un diálogo que, dado el estado en el que se encuentra nuestra izquierda, fue infructuoso. Justamente lo que está pasando es aquello contra lo cual prevenía a nuestra izquierda: tomar lo peor del nacionalismo revolucionario del PRI y tomar lo peor del totalitarismo leninista y estalinista. Y esa es la izquierda que tenemos, salvo honrosas excepciones; y también salvo honrosas excepciones es la izquierda que nunca quiso dialogar con Paz.
“Paz fue muy duro con ella, porque la regañaba, pero afectuosamente. No era su enemigo: quería una izquierda diferente, que fuera como la española o la italiana. Cuando nació lo que hoy es el PRD, muchos abrigábamos la esperanza de que sería una opción socialdemócrata, pero Paz nos corregía: ‘No, no va a ser eso’. Y no lo fue”.
Paz se interesaba en las ideas de la izquierda, al punto de que en “Vuelta” nos dio a conocer autores y corrientes teóricas de vanguardia: socialdemócratas, situacionistas, libertarios...
Nos daba a conocer a los críticos de izquierda de la izquierda. La crítica de la derecha tenía su lugar, pero si la vemos hoy, era bastante pequeña.
En diferentes momentos fue acusado de estar cerca del PRI, algo que por los gestos cívicos que tuvo es algo insostenible. ¿Pero no será, como creo, que fue uno de los pocos en entender al PRI en todas sus miserias y grandezas?
Octavio Paz, como lo indica su fecha de nacimiento, fue un hombre de la Revolución mexicana, y murió antes de que el partido de la Revolución Mexicana, el PRI —no hay otro, con toda la miseria y grandeza que eso significa, como tú lo has dicho—, entregara el poder. Su vida transcurre en el reino del PRI, y él consideraba —como queda clarísimo en la segunda edición de El laberinto de la soledad— que el PRI había sido un factor de progreso y civilización para México, a pesar de sus corruptelas y crímenes, con todo eso que sabemos. Y el Paz viejo tenía mucho miedo, y nos lo comentó, de que el PRI perdiera el control de la transición democrática y nos enfrentáramos a un escenario yugoslavo. Cuando ocurrió el asesinato de Colosio lo fui a ver por un asunto de trabajo. Le comenté que quizás eso significaría el fin del PRI. Entonces él me dijo: “Lo que usted siente está mal; y lo que usted piensa está mal. Esto va a ser muy lento, muy doloroso, y no necesariamente va a tener un final feliz”. Y han sucedido muchas cosas en el país, pero el llamado a la prudencia, al “voy despacio que tengo prisa” de Paz, funcionó: el PRI entregó el poder pacíficamente y en forma transparente en el 2000. Ese era el objetivo entonces. Como guía de la transición mexicana, Paz fue de una lucidez extraordinaria.
Esta perspectiva expresa también la pasión de Paz por la historia. Comprendió profundamente lo que éramos como nación y nos supo ubicar en el paisaje internacional. Tú lo dejas muy claro en tu libro...
Paz tenía la historia en la sangre por ser nieto e hijo de dos figuras inmersas en la historia. Y no olvidemos que a los 23 años Paz está en España rodeado de André  Malraux, Rafael Alberti, Illya Ehrenburg... Está en un momento —y a los mexicanos se nos olvida— en el que México está en el centro de la cultura internacional. Es el México al que vienen Artaud, Breton, los pintores surrealistas, Carrington, los refugiados españoles, Trotsky... La corriente de aire venía para acá y de eso Paz se dio cuenta. Y él formó parte de quienes hicieron de México un país tan rico intelectualmente, tan cosmopolita y universal como lo fue en los años treinta y cuarenta. Por eso yo digo que en lugar de andar diciendo con Breton que México es un país surrealista, hay que decir que el surrealismo se mexicanizó.
La vida del poeta tiene siempre un curso singular. ¿Qué reto supuso en tu libro reconstruir la vida del poeta Octavio Paz?
Al final de mi libro cito una crítica fuerte que le hizo Luis Villoro, donde le dice que hay una contradicción entre el poeta, que es un hombre de voz secreta, y el hombre público. Claro que la había: es una contradicción que él nunca resolvió. Él decidió ser lo que los gringos llaman, un poco a manera de pleonasmo, intelectual público, aunque en nuestra tradición si no eres público no eres intelectual...
Pero es que ellos sí conocen un estilo de poeta tipo Wallace Stevens...
Claro. Es que ellos sí necesitan las dos palabras porque no todos sus intelectuales son públicos. Pero yo traté que la poesía fuera el hilo conductor de mi libro y de ahí la comparación que hice con otros poetas del siglo XX que también tuvieron intensa actividad pública. Paz pertenece a un mundo más elevado que el nuestro: el mundo de Paz es el mundo de Yeats, Pound, Eliot, Breton… Desde luego, esa es la gente con la que él se medía, la gente con la que soñaba. Sus demás interlocutores son otra cosa. Yo sí creo en las jerarquías.
¿Cómo es  el mundo intelectual de nuestro país sin Octavio Paz?
El hueco que dejó no puede llenarse. Y menos aún en un cambio de siglo donde justamente la figura del intelectual público, para bien y para mal, ha sido sustituida por otras figuras. En el México democrático todo mundo opina. En el México de Octavio Paz todavía importaba lo que decían Fuentes, Monsiváis y uno que otro colado. Era un país donde muy pocos tenían el espacio, el tiempo, el valor y el peso para opinar. Paz pertenece a un mundo ya cerrado, como es el siglo XX. Desde ese punto de vista su figura es irrepetible. 

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