miércoles, 18 de febrero de 2015

Cartas a un señor en París

Dicimbre-Enero/2014
Tierra Adentro
Jorge Carrión, Fernanda Trías y Hernán Lara Zavala

El 26 de agosto de este año, Julio Cortázar habría cumplido cien años. En Tierra Adentro ya nos habíamos declarado fanáticos del Gran Cronopio cuando le dedicamos la portada de nuestro número 177. Sin embargo, no quisimos dejar pasar la oportunidad de revisitar a este autor aprovechando la cercanía de su centenario, que coincide a su vez con las celebraciones por los cincuenta años de la publicación de Rayuela, una novela —o antinovela, como se define a sí misma— que marcó a varias generaciones de escritores en todo el mundo. Si bien la influencia de la obra cortazariana es innegable, en fechas recientes su relevancia ha cambiado de forma y ha abierto espacios a otras obras y escritores que trabajan en el mismo espacio literario y vital. Convocamos a Fernanda Trías (Uruguay), a Jorge Carrión (España) y a Hernán Lara Zavala (México), para hablar de lo que Rayuela representó en su formación como lectores y escritores.

Estimados: Les escribo este correo largamente retrasado sobre la conversación en torno a los cincuenta años de Rayuela, su vigencia, y la de la obra de Cortázar. El plan es simple: discutir de manera relajada sobre el tema en cuestión; pasarla bien, sobre todo. Se me ocurre comenzar preguntando: ¿ha desplazado Los detectives salvajes a Rayuela en el imaginario de los lectores?
—René López Villamar
Lo primero que hay que dejar claro es que Los detectives salvajes es hija de Rayuela. Sin las estructuras narrativas que imaginó Cortázar, sin esa libertad creativa, no sería posible la novela de Bolaño. Él mismo lo dijo en varias ocasiones, entre ellas en el discurso de aceptación del Rómulo Gallegos. Aunque sí es cierto que la convivencia en nuestra época de ambas obras se ha vuelto una competición, al menos en potencia. No obstante, diría que se leen ambas. Es decir, no se leen las grandes novelas de Carpentier, Asturias o Donoso; pero sí hay espacio para las novelas extensas de Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar y el inesperado heredero de todos ellos: Bolaño. Quizá, en términos sociológicos, se ha adelantado la lectura de Rayuela a la adolescencia y la de Los detectives salvajes parece que es más propia de la juventud. Pero eso es generalizar: hay que ver lo que importa, la experiencia de lectura de cada cual.
—Jorge Carrión
Tengo la impresión de que Rayuela es una novela experimental típicamente cortazariana, que ni tiene parangón ni tuvo seguidores, aunque sí infinidad de lectores. Rayuela, como Ulises de James Joyce, llevó a su máxima expresión un tipo de novela que cerró más caminos de los que abrió. Son novelas tan definitivas que tuvieron una enorme importancia en la historia de la literatura pero que en última instancia condujeron a callejones sin salida. Hay muchos discípulos de Cortázar, pero no continuadores de Rayuela.
De algún modo, la rayuela o “mandala” venía gestándose, estilísticamente, desde los primeros cuentos y novelas, muy en especial en el libro Imagen de Keats, donde Cortázar toma como pretexto al poeta John Keats y lo mezcla con sus traducciones, interpretaciones, comentarios, anécdotas, chistes, biografía y autobiografía. Digamos que Cortázar percibía el mundo como una rayuela. El método principal de la novela es el de la fragmentación y el collage en el que todo cabe para lograr la unidad de la obra. Su técnica experimental y aleatoria le permite todo tipo de juegos y malabares que van desde las diversas posibilidades de lectura del libro, hasta las citas de autores reales y ficticios, las conversaciones filosóficas, los capítulos líricos, las parodias, el surrealismo, el absurdo, etcétera.
Como en todo Cortázar, siento más el placer del texto en su tono fresco, humorístico, desenfadado y creativo que en sus disquisiciones metafísicas. Para mí, Rayuela ha envejecido en su ánimo innovador pero se ha mantenido viva en sus mejores capítulos, que pueden leerse casi al margen de la anécdota que, por otro lado, no es particularmente rica ni interesante. La Maga, la heroína de la novela, nunca significó gran cosa para mí. En todo caso disfruté más la creación de personajes como Berthe Trépat que la acerca al esperpento. En cuanto a la comparación de Rayuela con Los detectives salvajes, no encuentro ni el más mínimo atisbo de influencia o parangón. En todo caso siento la impronta de José Agustín, en particular en el caso de De perfil.
—Hernán Lara Zavala
Hola a todos, acá una representante rioplatense. Me parece interesante la lectura que hace Jorge, aunque busqué el discurso de aceptación del Rómulo Gallegos de Bolaño y no logré encontrar la mención a Cortázar. De todas maneras, las filiaciones en la literatura suelen ser involuntarias. Por eso sí veo un lazo entre las dos novelas en cuanto a la idea de “la bohemia”, que ahora llamaríamos épica juvenil, porque no sé si la bohemia como concepto puede seguir existiendo. Sería interesante saber si los jóvenes siguen leyendo Rayuela como yo la leí hace veinte años o más. Por supuesto, no tengo esas estadísticas, así que son puras conjeturas. Sin embargo, si tuviera que regalarle un libro a un adolescente, eligiría Los detectives salvajes. Me pregunto cómo leería hoy un adolescente ese mundo de referencias culturales de Rayuela. A su vez, el juego de las múltiples lecturas imagino que no le resultaría novedoso, porque ahora, con internet, es normal leer así, saltando de un lado para el otro. Eso me hace acordar a lo que dijo Piglia, que las tablas de lectura de Rayuela son “el lector salteado” de Macedonio Fernández. (Hablando de filiaciones voluntarias e involuntarias.)
—Fernanda Trías
Quizá este puede ser un camino adicional de discusión: pareciera que el mundo del siglo XXI ha asimilado mucho de lo que Rayuela proponía como juego. Hace años hubo un proyecto de reproducir la novela en cientos de sitios, cada reproducción enlazando sólo un capítulo, por ejemplo. Y aparte hay cosas curiosas: ¿tendría sentido el juego de Oliveira y la Maga en una época para encontrarse en la que todos hacemos check-in para indicar dónde nos encontramos todo el tiempo? ¿El lector necesitará pronto notas al pie para entender Rayuela? ¿Esto afecta o no su vigencia como obra?
—RLV
Varias respuestas.
En efecto, me traicionó el recuerdo. Bolaño citó mucho la maestría de Cortázar, de quien dijo que “era el mejor”. En “Derivas de la pesada”, su radical intervención en el campo literario argentino (creo que como poeta se sentía chileno y como narrador, argentino; con esos “rivales” quería medirse), dice irónicamente: “No es necesario escribir libros originales, como Cortázar o Bioy, ni novelas totales, como Cortázar o Marechal, ni cuentos perfectos, como Cortázar o Bioy”. Entiendo que cuando habla de originalidad y de totalidad se refiere a Rayuela. En cualquier caso, estoy convencido de que es su gran modelo conceptual y estructural. En sus cartas a Porrúa, Cortázar habla de “antinovela”, y esa es la idea que articula Los detectives salvajes. Se trata de escribir una novela antimonumental, con los materiales innobles de su época (el diario adolescente, los testimonios transcritos casi en bruto de unas entrevistas); una novela aparentemente precaria, pero muy sofisticada, como pudo serlo Rayuela en su momento histórico (cuya lengua también suena coloquial, ese argentino tan novedoso en su momento).
Me interesa esa idea de la bohemia que Fernanda ha trabajado en su novela La ciudad invencible, precisamente ambientada en Buenos Aires. Creo que cada generación inventa su propia forma de bohemia. Temporal, pero bohemia al fin y al cabo. Y que Rayuela ha sido leída por todas las generaciones desde su publicación. Otro tema es si Rayuela es una novela que conecta con los jóvenes lectores europeos y latinoamericanos (e incluso norteamericanos: Cortázar es una influencia rastreable en muchos autores de Estados Unidos nacidos en los sesenta, setenta y ochenta, como Mark Z. Danielewski o Blake Butler), mientras que Los detectives salvajes es una novela que en América Latina puede llegar antes, pero que en Europa o en Estados Unidos llega en la etapa universitaria. No lo sé.
Parte del éxito de Rayuela tiene que ver con su traducción directa en el turismo cultural. Si la traducción es la forma más extrema de la lectura, la traducción en pasos, visitas y fotografías sería la forma ultrarradical. Yo fui a París por Rayuela. Y quién sabe si también a Buenos Aires. El Instituto Cervantes de París tiene su propia ruta en la página web. El mundo de Cortázar, por ser un mundo en que se remezclan vida y obra, se presta al fetichismo, a la geolocalización. En tiempos del GPS los paseos a ciegas de la Maga y Oliveira todavía tienen más sentido y son más románticos: porque a la idealización se le une la nostalgia.
Lo que más me interesa de Cortázar no es la perfección de sus cuentos, ni sus ensayos mejorables, ni su poesía ingenua, ni siquiera sus obras maestras (“El perseguidor”, “Casa tomada”, Rayuela), sino su capacidad de investigación, de hallazgo, de prueba y error, de sorpresa, de apertura a todas las formas artísticas de su época. Cómo incluyó en su prosa la música, cómo dialogó con pintores, cómo firmó guiones de cómic, cómo practicó la deriva post-situacionista en Los autonautas de la cosmopista, cómo creó collages que son arte contemporáneo (Último round, La vuelta al día en ochenta mundos), cómo dialogó con sus lectores, editores y críticos en cartas absolutamente memorables, recorridas por la curiosidad. Cómo convirtió su vida en un laboratorio que engendraba libros. Creo que hay pocos autores en español tan abiertos al mundo y a las artes. Tal vez Lorca.
—JC
De acuerdo. También veo puntos de contacto entre Rayuela y Los detectives salvajes, las distintas hablas coloquiales, los idiolectos de los personajes (sus características particulares que no son cien por ciento “realistas” —al menos puedo afirmarlo en lo que respecta a la uruguaya de Los detectives salvajes—) y su estructura con fragmentos intercambiables. Pero lo importante es que, para cualquier parricidio, es necesario que haya habido un padre y Rayuela fue innovadora, más allá de que, como bien dijo Hernán, hoy no nos resulte tan novedosa (a eso habría que sumarle el hecho de haber “presagiado” un modo de lectura). La pregunta de por qué Rayuela parece haber perdido prestigio entre los escritores (nótese que no digo “los lectores”) del Río de la Plata y no en España o México, me parece interesante. Por una parte, ni Cortázar ni Rayuela tienen la culpa de que París, como escenario, se haya vuelto un poco snob. También la sensibilidad amorosa de Rayuela tiene algo “tanguero” que hace chirriar los dientes en el Río de la Plata actual, la verborragia no se amolda a lo que predomina hoy, desde las historias mínimas hasta las frases secas y despojadas, cosas así. Si hoy escribo “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, me tiran con tomates. Puig, sin embargo, también trabaja lo cursi y trabaja con materiales innobles, pero envejeció de otra forma.
En cambio en los cuentos, como “Casa tomada” o “El perseguidor”, que coincido con Jorge son notables, no pasa esto. Es tarde en el Sur, pero me quedo con ganas de comentar el resto del correo de Jorge. Mañana la seguimos, bonne nuit.
—FT
Sobre la bohemia, sí, es cierto, pero inevitablemente uno añora la bohemia que ya pasó. Tiendo a asociar la bohemia con cierto idealismo, donde el ocio se entiende como una forma de resistencia; prima una sensación de que está pasando algo “ahí” (algo que es preferible a otra cosa), las personas/personajes se definen a partir de una pertenencia a un grupo y el grupo tiene una manera compartida de ver el mundo (y aunque los integrantes de la cofradía tengan ideas opuestas y discutan o incluso se peleen, sigue primando la sensación de que ese modo de vida es preferible a otro). Hoy, la idea misma de pertenencia a un grupo es muy complicada.Tal vez exista de facto, pero uno nunca se atrevería a afirmar que esos cinco o seis escritores que gravitan en torno a un lugar (como podría ser el Varela Varelita en Buenos Aires) forman un grupo, mucho menos le pondrían un nombre. Hay una inocencia en eso que ya nadie se permite. Por eso Onetti, con su desencanto, está tan vigente. Digo esto y, sin embargo, Cortázar mismo me refuta. Oliveira parece distinguir entre dos tipos de bohemia (al menos), cuando dice “[...] no había querido fingir como los bohemios al uso que ese caos de bolsillo era un orden superior del espíritu o cualquier otra etiqueta podrida”. Entonces estarían los bohemios al uso y los otros (bohemios ¿a la antigua?) que no le asignan a esa forma de vida (el caos, las vidas “vomitadas de música y tabaco y vilezas menudas”) un mayor valor. La bohemia al uso sería entonces la snob. Me pregunto cuál sería la bohemia al uso de hoy, tal vez la bohemia trashumante. Ahora, por ejemplo, está quedándose en casa el escritor galés Richard Gwyn, y la bohemia trashumante se pone en marcha: nosotros lo recibimos porque es amigo de amigos, hablamos de libros, de traducción, tomamos vino y todos los clichés… La relativa facilidad para viajar ha ampliado los límites de esos “grupos”. Gwyn me dice que le encanta Cortázar, leyó Rayuela y por supuesto no ve esa prosa pomposa que a algunos nos rechina en el Río de la Plata. Sin embargo, no le gusta Philip Larkin, por los mismos motivos. Es decir que la cercanía tiene un papel en todo esto. (Recordemos que César Aira es muy crítico de Cortázar: “El mejor Cortázar es un mal Borges”).
Yo no recorrí París siguiendo a Rayuela, pero es innegable que Rayuela ha marcado mi idea de París, lo que no es poca cosa (de Buenos Aires pienso en Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato). Si alguien me dice “Del lado de allá”, siempre pienso en París, o al menos en Europa (nunca podría ser Nueva York, por ejemplo); sin embargo “acá” y “allá” bien podrían ser las coordenadas norte/sur y no este espacio dividido por el océano Atlántico.
En Rayuela me gusta la manera en que se habla de Montevideo, una Montevideo decadente. Creo que en determinado momento Oliveira dice que el río estaba lleno de pescados muertos (risas).
—FT
En realidad, creo que cuando se habla de esta novela como de una lectura iniciática, adolescente, se piensa en la pequeña parte que es una historia de (des)amor, los capítulos neorrománticos, muy deudores de Nadja de André Breton; pero en realidad la mayor parte de la novela es una suerte de enciclopedia sobre literatura, música, pintura, historia, en sintonía con lo que en esa misma época estaban haciendo otros autores europeos, como Georges Perec.
—JC
Hoy en el avión, de Santiago de Chile a Santa Cruz, Bolivia, se sentó a mi lado un chico joven, de veintipocos, y el libro que tenía en la mano era Los premios. Hablamos un buen rato y me dijo que había leído Rayuela dos años antes, siguiendo el mapa, y que le había fascinado. Lo que más le interesaba, dijo, no eran las historias en sí, sino la manera de contarlas, el “cómo”. Al final resultó que el chico estudiaba cine, y me dijo algo que me gustó: que ese encuentro (el hecho de que él se sentara justo en el asiento de al lado cuando nosotros estamos teniendo este diálogo sobre Cortázar) podría haber ocurrido en Rayuela.
Para mí lo más interesante, o debería decir, lo que me sigue interesando, es justamente esa parte enciclopédica que menciona Jorge. Por eso recuerdo con fascinación “El perseguidor”, aparte de que el retrato de la locura que hace en ese cuento es fabuloso.
—FT

Que seas tú mi interlocutora me hace pensar en las Rayuelas de nuestra época. Los libros excesivos, que rompen moldes. Las Rayuelas que se imponen, como La casa de hojas, de Danielewski; y las que no, como La novela luminosa, de Levrero. En el contexto del boom fue paradójicamente mucho más sencillo que una novela se difundiera en el conjunto de la lengua. Y que influyera globalmente. La influencia de Rayuela fue instantánea, la de Bolaño o Danielewski necesitó varios años, la de Levrero se puede rastrear localmente pero se instala todavía en el porvenir (que en realidad es el lugar de la literatura).
—JC
Sería buenísimo tener una novela de Levrero con la estructura de Rayuela, porque una estructura así se prestaría bien para historias con ribetes oníricos o fantásticos. Para mí la estructura sigue teniendo mucho potencial (la idea de los capítulos descartables, también), más ahora en la época del hipertexto. Cuando te mencionaba “El perseguidor” ayer, es porque de algún modo ahí ya están los problemas de Rayuela; el mismo Cortázar dijo que “‘El perseguidor’ era una paqueña Rayuela”. Levrero, a diferencia de Cortázar y Danielewski, no se interesaba por la novela total; sin embargo, su manera de escribir, espontánea, sin orden (aunque vivió luchando por imponerse un orden, y de esa lucha nacen La novela luminosa y El discurso vacío), más bien intuitiva, es similar al modo en que Cortázar escribió Rayuela. Leí en alguna entrevista que lo primero que escribió fue el capítulo de la tabla con la que querían unir las ventanas. Fue un episodio que Cortázar vio en la calle, y luego lo escribió con la idea de que iba a ser un cuento, pero cuando terminó de escribirlo se dio cuenta de que ahí no había un cuento, y a partir de esa escena y de esos personajes empezó a escribir el resto (o sea, lo anterior, el pasado en París). El hecho de que la escritura de Rayuela fuera así, hecha de fragmentos, de cositas que Cortázar tenía escritas en libretas o sueltas y que luego fue integrando a la novela, creo que hace a su estructura y a su estilo. Porque el material llama a la forma. Sobre los libros excesivos, yo creo que —como los malos poetas de Fogwill (risas)— se necesitan más libros excesivos.
—FT
Pienso que ya casi estaría todo. Sin embargo quisiera que cerráramos la conversación abordando una última cuestión: recuerdo en la correspondencia de Cortázar que la escritura de Rayuela le parecía necesaria porque se oponía a esas novelas de “pelotudos ontológicos” (estaba pensando en Sabato) y le parecía que era necesario plantearse la novela de otra manera. Parece que hoy la literatura se encuentra en el punto opuesto del péndulo, y aun así hay quienes descartan a Cortázar (no sólo al de Rayuela) como un formalista, cuya obra carece de sustancia y es puro juego verbal. Es algo en lo que difiero, pero quisiera saber cuál es su postura y qué tanto ha cambiado el perfil de un escritor “comprometido”, desde Cortázar hasta nuestros tiempos.
—RLV
Yo diría que, por un lado, están los supervivientes de la época de Cortázar, como Juan Goytisolo o Mario Vargas Llosa, que siguen actuando como intelectuales de aquellos tiempos, en medios como El País, que también actúan así porque hay un público que siente que esa continuidad es posible y necesaria. Por el otro lado, está el compromiso que se justifica por la intensidad política de ciertas zonas, pienso en David Grossman en Israel o en los escritores venezolanos o mexicanos de nuestro cambio de siglo. Sin esa intensidad crónica, violenta, es difícil poder creer en la figura del intelectual clásico.
—JC
Lo que pasa es que hoy hay batallas que se juegan en distintos frentes, por lo que la idea de escritor comprometido es más amplia o más diversa. Estoy de acuerdo con Jordi sobre la importancia de esos autores que trabajan la crónica o el testimonio del horror. Pienso también que trabajar el lenguaje (es decir, con el lenguaje) ya es un compromiso político. Escribir una novela de denuncia con un lenguaje plano, que repite las fórmulas de la gran estructura que nos oprime, es para mí igual de inútil. Por supuesto que esto es una opinión muy personal. Ahora recuerdo el maravilloso texto de Diamela Eltit, El padre mío, que es la desgrabación íntegra de unas entrevistas realizadas a un esquizofrénico que vivía en la calle. El resultado no sólo es sumamente político sino poético y conmovedor. Además diría que un escritor comprometido sería también el que utiliza los espacios de visibilidad que se le abren a partir de sus libros (que no tienen por qué tener ningún contenido abiertamente político) para generar conciencia sobre los temas que le preocupan.
—FT

Aurora Bernárdez, traductora

Mientras se llevaba a cabo esta conversación, falleció en París Aurora Bernández (1920 – 2014), quien fuera la primera esposa de Julio Cortázar y su albacea literaria. Si bien asumimos que será imposible separar su figura pública de su relación con el autor de Rayuela, queremos tomar esta breve nota para agradecerle sobre todo por su labor como traductora. Bernárdez tradujo, entre otros, a Ray Bradbury, Gustave Flaubert, William Faulkner, Vladimir Nabokov, Jean-Paul Sartre, Albert Camus. Con sus traducciones no sólo ayudó a divulgar toda una generación de autores que ahora nos resultan indispensables, sino que tenían siempre una calidez y claridad que supieron acercar a toda una generación de lectores hispanoparlantes a grandes obras de otras latitudes. Por ejemplo, en Justine, de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, supo conferir muy bien el exotismo y el sabor mediterráneo de la ciudad egipcia. Donde la prosa árida de Durrell recuerda a la de su maestro Henry Miller, la traducción de Aurora Bernárdez emparenta la Alejandría de la entreguerra con el Macondo de García Márquez, la Ciudad de México de Carlos Fuentes y el París de Cortázar, que fue también su París.







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