sábado, 10 de mayo de 2014

De culto: Jaime Torres Bodet. El poeta y el prosista

10/Mayo/2014
Laberinto
Gabriel Bernal Granados

Un reflejo la forma y la destruye.
"Espejo"
 
Un día, seguramente por ocio o equivocación, mi tío Antonio me regaló los dos tomos de los discursos que Torres Bodet había escrito cuando fue director general de la Unesco. Bastó una hojeada para cerciorarme que la densidad aparente de esos dos volúmenes se correspondía con la calidad de un plomo en el que no iba a invertir más de dos minutos de mi vida. Más tarde, por mediación del libro de Guillermo Sheridan sobre los Contemporáneos, me encontré con algunos detalles relevantes de la biografía de Torres Bodet: a los 19 años, fue nombrado secretario general de la Escuela Nacional Preparatoria y poco después, secretario particular de Vasconcelos cuando éste se desempeñaba como rector de la Universidad Nacional. Este fue apenas el principio de una larga de carrera de funcionario público, que habría de coronar su nombramiento como secretario de Educación Pública en 1943 y de Relaciones Exteriores en 1946.

Si la poesía de Gorostiza se distingue por la parquedad y el rigor de sus publicaciones, la de Torres Bodet está marcada por el signo de la precocidad y la fertilidad. A lo largo de su vida, Torres Bodet publicó más de quince libros de poemas —el primero (Fervor, 1918) a los 16 años. Por cuanto a la forma se refiere, sus poemas son los menos audaces de los poetas de la generación de Contemporáneos. En sus primeros libros (Poemas, 1924; Biombo, 1925), recoge la herencia de González Martínez y del primer López Velarde, y abona, en algunos sonetos, trasuntos de la discusión que sobre la forma y la “modernidad” de la poesía por entonces ocupaba la sensibilidad de sus compañeros de generación. El símbolo del vaso, el espejo y las frutas —en cuanto prendas tomadas de la realidad del sueño— aparecen en los poemas de Torres Bodet de la década de 1920, que fueron los años del roce y el diálogo más intenso entre los miembros de Contemporáneos. En cierto sentido, podría decirse que los poemas de Torres Bodet fueron los mejor diseñados para convertirse en los recipiendiarios directos del encomio y el aplauso del gusto oficialista de la época.

Margarita de niebla, la novela que publicó en 1928, contradice y corrobora a un tiempo esta condición de celebridad intelectual en constante ascenso. Sus procedimientos son los de cierto vanguardismo narrativo francés y equilibrios consumados entre la prosa y el poema que convirtieron a este experimento en un estandarte de lo que por entonces se dio en llamar lo más novedoso de la prosa mexicana contemporánea. 

Lo mejor de la prosa organizada y serena de Torres Bodet, sin embargo, no se encuentra en los discursos que éste preparó para la Unesco en sus años dorados como funcionario público, sino en el libro que sobre Tolstoi publicó en 1965 (León Tolstoi. Su vida y su obra, Editorial Porrúa). La cultura enciclopédica,  la pasión domesticada y los paralelos imposibles entre la Europa y el México finiseculares ("Sorprende que una inteligencia precisa y fina, como la de Díaz Dufoo, haya tomado tan en serio las conclusiones apasionadas de Pózdnishev y haya creído- con ingenua firmeza- que 'el sensualista de Occidente', lector de Schopenhauer, predicase nada menos que 'el anarquismo biológico: la disolución de la especie'.") validan las horas que podría requerir, todavía con provecho, la relectura de este libro, publicado nueve años antes de que su autor decidiera quitarse la vida- el 13 de mayo de 1974— dándose un disparo en la sien en el estudio de su casa.

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