lunes, 1 de agosto de 2011

Tu eternidad

1/Agosto/2011
Milenio
Jorge F. Hernández

Sabrás que estos son los párrafos más dolorosos para escribir; algo le pasa a la tinta que se vuelve salina y se me nublan los párpados. No te miento si te digo que siento que se me sale el corazón, pero lo hago porque imagino que te gustaría saber que me prohíbo olvidarte. Además, me lo pide el periódico donde navegaba tu prosa perfecta, tus crónicas precisas y tu piel de poeta cada jueves desde hace ya varios años y aunque no puedo parar de llorar, escribo estos párrafos no como dije oportunista, sino como un oportuno acicate y condolencia: abrazo a todos los miles de tus lectores que precisan consuelo y deseo que hoy mismo aparezca el primer nuevo lector de tus novelas que ha de mantener vivas tus palabras para siempre.

Eliseo Alberto de Diego y García Marruz, hijo de uno de los más grandes poetas de todos los tiempos, poeta tú mismo bajo la piel de periodista, cronista, guionista cinematográfico y telenovelero… sobre todo, novelista inmenso. Lichi adorado, que no escribiré el obituario con la fecha exacta de Arroyo Naranjo el día que naciste junto con Fefé tu jimagüa-gemela, ni los años que te llevaba Rapi que se llama Constante porque ustedes son de los que se quedan, como Bella es la belleza que perdura, pétalo entre páginas: aquí no se ha ido nadie. Tampoco intentaré explicar que contagiabas la fe en la amistad a primera vista, porque si no, no sería creíble el amor a primera vista y, por lo mismo, no intentaré la larga lista de tus hermanos por elección, esa genética del afecto que transpirabas, ni la bibliografía precisa…

Quiero celebrar cada una de tus páginas, tus ensayos donde dejabas caer un poco de lluvia para que no fueran el aburrido género que presume alejarse de toda ficción; tu largo ensayo autobiográfico Informe contra mí mismo, espejo de un absurdo, cicatriz abierta de una isla que se quedó en tu corazón, y celebrar hoy también Dos Cubalibres donde cuajaste sin rencores ni falsa piedad un sincero anhelo de la reconciliación que ha de llegar algún día, aunque ahora la vivas desde el cielo; quiero aplaudir cada uno de tus artículos, publicados primero en el periódico Crónica y luego en MILENIO, antologados como libros en Una noche dentro de la noche y La vida alcanza, que ahora murmuran desde el estante como serena tormenta de despedida, que escribir esto me parece increíble. ¡Silencio!, que están durmiendo todos los nardos y cada azucena, todas las rosas blancas será mejor que no se enteren. ¡Que no me vean llorando!

Que prefiero celebrarte en tus novelas, que hay días que digo que la mejor es Caracol Beach —con la que ganaste el Primer Premio Internacional Alfaguara de Novela 1998—porque me consta la luminosa estela de orgullosa admiración (no exenta de envidia) que provoca en por lo menos un finalista de aquel concurso; ya desde antes habías demostrado grandeza con La eternidad por fin comienza un lunes, novela que me parece más entrañable en su primerísimo edición y malabarismo mágico que se renueva en la pista de sus otras nuevas ediciones. También hay días en que digo que tu mejor novela es La fábula de José, esa loca ocurrencia de enjaular en un zoológico a un hombre que mató en defensa del amor como quien mata en defensa propia… y al día siguiente, digo que tu mejor novela es El retablo del Conde Eros, una joya perfecta que le regala al lector desde el primer párrafo —condensado como la tentación de un caramelo—su planteamiento, los enredos de su trama e incluso el desenlace. Cualquiera diría: ¿para qué leer, entonces, todas las páginas que siguen, si ya en el primer párrafo chorreó la sopa? ¡Precisamente porque los grandes novelistas son capaces de hipnotizar con todo lo visible y lo invisible: allí donde cree el lector que viene algo, falta lo mejor; aquí donde dabas por hecho éso, se te aparece lo que no podías imaginar! Y así le guardo devoción a esa novela durante días que se vuelven semanas y de pronto me escucho en la semipoblada madrugada de siempre convencido de que tu mejor novela es Esther en alguna parte, santuario de tantas ternuras, la delicada biografía de un fantasma, la inofensiva conjura de los necios anónimos y enamorados que no le hacen daño nunca a nadie y esa ciudad de arquitecturas caladas por la espuma constante del mar que parece que la conozco por andar buscando a Esther o rondando a su viudo, o viudos, y luego me confundo Lichi adorado: si también le sigo la pista a todo el circo que fue el teatro del Conde Eros o la tropa inolvidable del Circo Cinco Estrellas de La eternidad… y ya no sé si son verdad tantas anécdotas que narrabas sin chistar y te repito que siento que se me sale el corazón, porque se me filtra ahora en la más amarga saliva el son montuno de tus versos, ese soneto de endecasílabos que no te gustaba evocar quizá por pudoroso respeto al Poeta que fue tu padre, pero escucho tu música en silencio, tu voz en off como en las películas… hoy que te conviertes en poesía pura: Yo pude de tristeza haberme muerto/ porque hoy volví a mi casa, ¿qué sé yo?/ Me habían advertido que en el puerto sólo flota lo que antes naufragó/ Tantos recuerdos viejos, ¿cómo no?,/ Pregúntale a mi sombra —fue testigo—Mi Patria no es mi Patria… se acabó/ No sé cómo decirlo, ni qué digo/ Que el dolor no me impida ser sincero… ¡Exígeme otra vez que no me calle!/ La vieja casa ya no era la que era y apenas aguacero el aguacero/ Mi sombra huyó por una bocacalle… entiérrala en La Habana cuando muera.

Te dije que algo le pasa a la tinta y que no puedo dejar de llorar. Se me sale el corazón por el pecho partido, pero parece que ahora lo entiendo todo: parece que te has ido en domingo, adorado Lichi, porque tu eternidad por fin comienza un lunes.

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