sábado, 3 de abril de 2010

Cien años de machismo mágico

1/ Abril/2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

El recién estrenado documental que Mario Sábato hizo sobre su padre, Ernesto Sábato, es una reivindicación de su madre. Los adelantos reiteran, una y otra vez, la incomprensión que este gran novelista latinoamericano tenía de la mujer. Esa ignorancia de lo femenino lo volvió un varón atormentado y un chillón metafísico.

El corazón delator de El túnel y Sobre héroes y tumbas —sus grandes obras— es su visión de la mujer como bruja que encarna la sin-razón y la perdición.

Los personajes femeninos de Sábato son Evas, pequeñas o malvadas, pero siempre Evitas. Sábato escribió El túnel para asesinar a una mujer.

Como los novelistas norteamericanos —Hemingway, Mailer, Kerouac—, los sudamericanos conciben a la mujer como entidad tan amenazante como divina, exactamente como Vicente Fernández las retrata en la canción mexicana ranchera.

Las mujeres de Cien años de soledad, por ejemplo, son amantes castigables o títeres virginales. El modelo infantil de mujer de García Márquez quedó evidenciado en Memoria de mis putas tristes.

La literatura no debe ser medida moralmente. Pero, ¿cómo negar el machismo mágico de García Márquez?

El mismo, asimismo, de Shakira y Cortázar.

Ambos ven a la mujer como una encantadora tontita, hecha de pura “intuición”.

Rayuela es una novela que experimenta con todo, menos con los estereotipos de la mujer, explotados al máximo.

La única forma de salvar a Cortázar del cargo de edulcorar la misoginia es alegar que “La Maga” es un símbolo.

¿Del alma o ánima de Cortázar? ¡N’hombre! ¡Qué va! La Maga es un símbolo inconsciente de la Mariguana, que ponía a Cortázar en las nubes y que, en buena medida, le deshizo libros (como Modelo para armar).

La Maga es la Mariguana.

La causa de que la literatura latinoamericana se encuentre estancada es que no ha renovado su idea de la mujer.

Las propias novelistas representan a las mujeres como locas, seres incoherentes y centralmente sexuales, de tal modo que Diamela Eltit, en el fondo, comparte clichés con Bolaño, que las despreciaba y las trazaba, a grandes rasgos, como Isabel Allende.

A los críticos y escritores latinoamericanos les molestan los argumentos del feminismo —sobre todo molesta a las propias escritoras, que para ser aceptadas no quieren verse vinculadas con el feminismo, que es impopular y las vuelve menos cool ante sus colegas masculinos— pero si se desea entender la crisis de originalidad de la literatura hispanoamericana no hay que buscarla dentro de las propias letras sino en que no se han alterado los géneros en nuestras culturas ni las relaciones de poder desde hace décadas.

Los géneros literarios cambian cuando cambian los géneros identitarios.

La literatura se transforma cuando se transforman las ciudades.

Cualquier otra teoría acerca del cambio literario es una fotonovela.


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