sábado, 9 de enero de 2010

El autor más emblemático: 2000—2010

2010-01-09
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Si encuestamos a los críticos usuales qué fue lo mejor de la literatura norteamericana durante la última década, Cormac McCarthy o Philip Roth serán consenso. Son la fachada de las letras estadunidenses.

Sus novelas son mainstream. ¿Agregan algo a la historia de la literatura? Hollywood puede llevarlos al cine. “Realismo”.

Las tendencias que alteraron la literatura norteamericana actual no están en la novela. Ni en la poesía de receta lírica, traducible a cualquier idioma, hecha de variantes de las mismas imágenes, anécdotas o sentimientos compartidos por millones y que los respectivos versistas no hacen sino engalanar vía ritmos y espacios en blanco.

Lo innovador proviene de quienes desafían e incluso frustran el gusto público.

La tendencia más innovadora de la literatura norteamericana de este siglo es la corriente llamada “escritura conceptual”. No le interesan las obras maestras.

Craig Douglas Dworkin así la formuló: “¿Cómo sería una poesía no-expresiva? ¿Una poesía del intelecto y no de la emoción? Una en la que las sustituciones en el corazón de la metáfora y la imagen fueran reemplazadas por la presentación directa del lenguaje mismo, y el “flujo espontáneo” suplantado por procedimientos meticulosos y procesos exhaustivamente lógicos”. Sus precursores son el concretismo brasileño, las ideas de Barthes, los juegos de Oulipo, los Language Poets y, por supuesto, la obra verbal de Duchamp, padre-queer del conceptualismo.

Hoy en Estados Unidos el conceptualismo escritural tiene un nombre: Kenneth Goldsmith. ¿Es Goldsmith un escritor? Ahí inicia la polémica. Generalmente se le detesta.

En su libro Soliloquy (2001) transcribió todo lo que dijo durante una semana; en Day —su libro más célebre— cada palabra y letra aparecida en la edición impresa del New York Times del primero de septiembre del 2000.

En otras obras suyas ha anotado cada movimiento que hizo su cuerpo durante medio día; y en los más recientes, los reportes de tráfico, clima y deportes.

Goldsmith denomina a su práctica “escritura no-creativa”. Se trata de una forma de apropiación, ready-made, cuya meta es “aburrir”.

Afirma que no hay necesidad de novedad alguna. Basta reenmarcar lo viejo.

No oculta que emula a Andy Warhol. Incluso editó un libro de entrevistas del inventor del pop art. Juega siempre a ser ultra-frívolo.

Como anti-provocador, persigue una literatura sin originalidad, shock o aura. Sostiene que no tiene caso inventar nada porque ya hay demasiadas palabras. Basta plagiarlas. Es la cumbre del experimentalismo posmoderno y, a la vez, su reducción al absurdo. Deliberadamente exaspera. Y se le adora. Evidenció que la literatura moderna ya ha quedado agotada.

Joyce hoy, Kenneth Goldsmith es el autor más emblemático de la primera década del siglo XXI.


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