sábado, 21 de noviembre de 2009

“Siempre escribo libros críticos”

2009-11-21
Suplemento Laberinto

Nacido en Estambul en 1952, Orhan Pamuk es el autor más conocido de Turquía. Sus libros han sido traducidos a más de cincuenta idiomas, entre ellos, La casa del silencio, El libro negro, La vida nueva y Me llamo Rojo, este último con el que adquirió un reconocimiento mundial. En 2005 fue procesado por “insultar la turquidad” tras una entrevista en la que criticó el manejo turco del genocidio armenio. El caso se sobreseyó más tarde, pero desde entonces el autor vive bajo protección policial.


Señor Pamuk, en su último trabajo usted describe las alegrías y pesares del hijo de un hombre de negocios en los años setenta. Relata el amor que el protagonista, Kemal, siente por una joven familia, a su vez dibuja un retrato crítico de Turquía. En más de 500 páginas El museo de la inocencia es su trabajo más largo. ¿Lo considera también el más importante, su obra maestra?

Mi ex esposa, de la cual soy muy amigo, leyó el libro y me hizo un comentario con el que concuerdo: “Escribiste acerca de todo lo que sabías”. Tiene razón.

Usted describe el medio en que creció, la clase alta de Estambul.

El libro abarca cincuenta años de un retrato de las clases altas. También están las clases bajas, pero es prominentemente un retrato de la burguesía dirigente de Turquía. Una suerte de burguesía quebrada, vacilante, extraña —mitad contenida, mitad víctima, mitad agresivamente arrogante. Es un grupo muy pequeño de gente; es su retrato. A través de ellos pude vislumbrar el espíritu de la nación, es decir, los grandes problemas culturales de Turquía.

El personaje del protagonista, Kemal, ¿se basa en usted?

Si eres de izquierda o un tipo interesado en la política, sólo quieres olvidar que tuviste aquel tipo de vida. Pero yo soy un novelista. Escribí sobre aquello y disfruté los detalles ostentosos. Lo que Kemal y sus amigos viven fue mi vida también —y la de mi familia, especialmente la de mi padre. Algunos personajes de la nueva generación, los amigos de Kemal, están basados en mis amigos burgueses del Robert College de Estambul. Usan los carros de sus padres y asisten a lugares extraños y clubes nocturnos.

¿Cuánto de Orhan Pamuk hay en Kemal?

Hay mucho del trasfondo social. Pero Kemal viene de una familia más rica. Los Pamuk son un poco reservados porque perdieron su fortuna, mientras la familia de Kemal es extravagante y disfruta de la vida. He estado en los mismos lugares que Kemal, pero sólo como miembro de una familia que perdió su dinero dos o tres generaciones atrás. Me identifico con Kemal especialmente en su niñez, en la relación con su madre y las sirvientas y cocineras. Esa fue más o menos mi familia. Habiéndome dedicado sólo a escribir no sé nada de negocios, por lo que las relaciones comerciales de Kemal se basan en las empresas comerciales de mi padre y mis amigos. Ahí es cuando dejo de ser Kemal.

Es impresionante en su escritura el amor por los detalles, la sensibilidad por cosas y eventos de la vida cotidiana.

El libro tiene muchos detalles en cuanto a ir a tiendas, o al rumor de un lugar nuevo donde puedes comprar imitaciones de objetos occidentales. Pero más profundamente se refieren al crimen y castigo de Kemal, su culpa y responsabilidad. Son los temas que están en juego en esta novela —pero no en forma tan directa y abierta como los estoy describiendo ahora. La relación de Kemal con su familia es frágil y problemática, como la mía. ¿Pero quiero revelar más de mi propio espíritu? No. Si lo hago es a través de los libros y usando máscaras. Es más divertido.

¿Fue atacado por las mismas dudas sobre sí mismo que atormentan a Kemal?

Kemal tiene problemas en su vida, y escapa de la vida burguesa normal que se esperaba para él. En eso nos parecemos. Todos en mi familia esperaban que yo fuera un burgués y me dedicara a los negocios para ser rico. Pero acabé siendo un escritor. Existe ese tipo de paralelo entre Kemal y yo, así como el sentimiento de culpa por haber dejado la comunidad burguesa. Thomas Mann también menciona la culpa por no ser suficientemente burgués —el problema de Tonio Kröger.

Parece que comparte con Kemal la pasión por los museos

Soy una persona de museos. Hay mucho de mí en Kemal cuando, hacia el final del libro, él visita todos estos museos. Comparto sus sentimientos al ir a pequeños museos, donde puedes explorar tus pasiones, preferentemente en el jardín de un museo adormecido. El mundo entero y el presente quedan atrás. Entras en una atmósfera distinta, en un tiempo distinto; te envuelve un aura radicalmente diferente, casi fuera del tiempo. Me gusta eso, no sé por qué, pero fue crucial para hacer este libro.

¿Puede la literatura ser en sí misma un museo de variedades para un grupo particular?

Cuando digo museo, no uso la palabra como André Malraux lo hace: una metáfora. André Malraux dice “museo imaginario” —no hay museo, sólo papeles. Cuando yo digo museo quiero decir museo. En la actualidad construyo un museo en Estambul, la intención es que próximamente el lector pueda venir y ver en exhibición cada objeto que menciono en el libro. Ya estoy hablando con algunos potenciales curadores.

La pasión de coleccionar de Kemal parece ser un tipo de fetiche.

El libro sostiene que nos apegamos a los objetos por las experiencias, sentimientos de seguridad, felicidad, amistad —lo que sea que disfrutemos en la vida—, porque relacionamos aquellas emociones con los objetos. Mi protagonista está profundamente enamorado —debería decir encaprichado— con Füsun; él ha experimentado una gran felicidad. Con el fin de preservarla —o revivirla— colecciona objetos que le recuerdan aquellos momentos. Creo firmemente que coleccionamos objetos para recordar los buenos momentos. No es la primera vez que lo digo. Lo describo en La vida nueva y en El libro negro también.

En su último trabajo relata la historia de Kemal y su amor por Füsun. Al mismo tiempo es la historia de Turquía, su tierra natal.

El libro tiene la ambición de mirar al país, al espíritu de la nación, la historia de Turquía, los problemas y la identidad. Lo hago a través de la descripción de las clases altas, burguesas, en vez de la burocracia o las relaciones políticas. Trato de mostrar la constitución social y moral del país.

¿Es por eso que no escatima en escenas de sexo?

Las escenas son explícitas, pero no están ahí con la intención de ser sexy, sino como una expresión de los sentimientos auténticos entre Kemal y Füsun. Es lo más difícil: ser explícito pero no provocativo, escribir las escenas de sexo como escenas expirituales. Es mi examen de la moral sobre la sexualidad, discutir el culto a la virginidad y la inocencia.

¿Eso constituye una posición política en una país islámico como Turquía, o no?

Mi libro es político en un sentido más profundo y cultural. Es político al discutir la represión de las mujeres de manera sutil, aunque esa discusión provenga de las clases altas dirigentes “occidentalizadoras”, “modernizadas”, “civilizadas”.

Viendo la forma en que usted discute la represión de las mujeres, un lector podría pensar que se ha convertido en algo parecido a un feminista.

No me corresponde a mí decirlo, pero es una designación que no refutaría. Mi protagonista, Kemal, es un hombre que alrededor de los treinta años descubre lo que los hombres mayores hacen a las mujeres. Mis amigos están de acuerdo con que mi descripción fue objetiva y balanceada, y que no exageré. Dicen que describí lo que realmente ocurría a las mujeres en las calles de Turquía en esa época. Yo miro aquellos años desde ahora con un punto de vista distinto. Por aquel entonces no habría sido capaz de ver a las mujeres siendo reprimidas de la manera en que el libro lo describe. Creo firmemente estar dando cuenta de la verdadera represión de las mujeres en Turquía —y de manera honesta.

¿Ha mejorado en algo la situación de las mujeres en Turquía?

No estoy seguro. Cuando estaba escribiendo el libro, pensé que éste debe haber sido un tema en los setenta, y que quizá la nación lo había superado. Pero cuando hablé con mis amigos y estudiantes, treinta años menores que yo, me dijeron que todavía está presente, que aún el machismo es un problema. A muchos de los estudiantes aún los afecta. Todavía es importante, tal como el tema de la virginidad. Son cosas que ni la modernidad ni el desarrollo económico han logrado dejar atrás.

En varios momentos el libro toca el tema del deseo frustrado de Turquía por Europa.

La charla en torno a Turquía y Europa es más antigua que Turquía misma. También ocurría durante el imperio otomano; es parte de la identidad turca. El primer gran occidentalizador fue Mustafa Kemal Atatürk, quien fundó la república turca. Él le dijo a la nación: “Por favor, cambien sus ropas; saquénse los pañuelos de la cabeza, cambien su calendario, cambien de alfabeto”. Todo eso, de manera que nos pudiéramos ver más occidentalizados.

Sin esta modernización forzada, Turquía no estaría sosteniendo diálogos con la Unión Europea.

Sí, pero la élite dirigente pensó que eso era todo lo que tenían que hacer. Legitimarse a sí mismos en este país usando los signos y símbolos de la cultura occidental. Muchos miembros de esta élite dijeron a la nación: “Merezco este poder, y tú cállate. Gobierno sobre ti porque soy occidentalizado y más europeo”. Éste es un punto que me interesa mucho:
cómo las clases dirigentes del mundo no occidental maniobran con el lenguaje, los modismos y la cultura de la modernidad —lo que uno llamaría la cultura occidental o Europa— para cumplir sus metas.

A pesar de toda aquella exuberancia, el grupo de Kemal realmente no da la impresión de ser muy feliz.

No, están asustados. Después de todo, la burguesía turca no es una clase tan fuerte. Temen al Ejército, temen a la burocracia. Hacerse un poco amigo de la burocracia ofrece la posibilidad de trampearla. Un poco de dinero y te la metes al bolsillo.

Eso suena como mucha crítica social para una historia de amor

Seguro. Siempre escribo libros críticos. No tengo ansiedad por ser político aquí. No le temo a eso, pero mi libro es más un intento de usar la literatura para ir más allá de la política. Corrupción, golpes de estado, política —islámica y secularista—; Turquía tiene demasiado de eso. Me gusta mucho mi libro como para meterlo en esa basura.

¿Le preocupa que su país casi permitiera a la corte proscribir el partido dirigente AKP (el partido centro derechista de Justicia y Desarrollo) para conducirlo al aislamiento? ¿Ve realmente a Turquía alineado con Europa?

Cuando lo escucho a usted hablar así siento orgullo nacional. ¿La gente habla así de nosotros? Cincuenta años atrás nadie hablaba de nosotros así. Así que es un gran cambio; estoy feliz de ser parte de aquello.

En un nivel general, ¿está contento con la dirección del desarrollo actual en Turquía?

Creo que económicamente lo están haciendo bien, pero hay muchos problemas políticos. Desafortunadamente, la mayoría están ligados a la estrecha mentalidad de las clases dirigentes, carentes en términos de liberalidad, que constantemente están peleándose entre ellos.

¿Se refiere a la confrontación entre la antigua élite kemalista y la conservadora-religiosa clase media liderada por el Primer Ministro Erdogan que gana prominencia?

A la larga, estas clases son más o menos similares cuando llegan al autoritarismo, cuando llegan a su intolerancia. Desafortunadamente, estos dos grupos no comprenden los valores de la libertad de expresión ni los de una sociedad abierta. Es nuestra tragedia: los altera el avance de la democracia y el florecimiento de nuevas clases.

¿Usted no ve a Erdogan y sus partidarios como islamistas disfrazados?

Es lo que algunos del núcleo duro de los kemalistas piensan. No saben qué hacer con las clases conservadoras anatolianas emergentes. Recurren a las armas de los militares y confían en la fuerza y el autoritarismo. Y por eso algunos —no todas las clases dirigentes— incluso se niegan a unirse a la Unión Europea. No quieren a Europa porque temen la emergencia de la burguesía anatoliana moderna y conservadora. Kemal Atatürk habría estado orgulloso de ser parte de la Unión Europea. Y ahora las clases dirigentes, sus más fieles seguidores, lo traicionan por temor a perder el poder.

¿Espera que los dos partidos lleguen a algún tipo de reconciliación?

Soy un escritor. Los escritores son vistos como demoniacos, maniacos, radicales. Pero, en este caso, busco la armonía. Espero que todas estas variadas clases en Turquía puedan coexistir en armonía y producir una nueva cultura. Ahí reside el futuro de Turquía.

En 1995 escribió un ensayo sobre la atmósfera envenenada de Turquía. Parece que pocas cosas han cambiado desde entonces.

No hay duda que se ha progresado algo. Pero podemos, tendríamos y deberíamos ir más lejos. El hecho de que el problema kurdo no se haya resuelto hace a la élite dirigente nerviosa y frágil. Ellos —los hijos e hijas de la gente que describo en mi novela— perdieron la fe en sí mismos, a pesar de que han hecho mucho dinero. En su ansiedad, juegan a una política salvaje, en la que todos tratan de encarcelar al resto. La política de matones intolerantes está envenenando la atmósfera aquí.

Usted ha levantado bastante hostilidad hacia su persona en su país por haberse referido al genocidio armenio durante la Primera Guerra Mundial. Aparentemente figura en la lista de posibles blancos de la ultranacionalista sociedad secreta Ergenekon.

Tengo una posición clara: estoy por Europa, por la democracia y por la libertad de opinión. Por eso quieren matarme. Tengo que andar con guardaespaldas. No salgo por las calles de Estambul como antes, y mis guardaespaldas son mis mejores amigos. Es el precio que debo pagar.

¿Tendrán estos lados oscuros de su país un lugar en su Museo de la inocencia?

El libro pone la vida en despliegue, y la felicidad es central en la vida. Es el tema del libro, y es lo que será central en mi museo aquí en Estambul.

*Entrevista moderada por Dieter Bednarz y Dietmar Pieper para Der Spiegel Online Internacional Traducción: Elisa Montesinos.

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