sábado, 6 de febrero de 2010

Tomás Eloy Martínez: la metáfora del cuerpo

06-02-2010
Suplemento Laberinto
Claudia Posadas

Para Tomás Eloy Martínez (1934-2010) su visión del periodismo significaba una responsabilidad con el lenguaje; al mismo tiempo, dicha responsabilidad implicaba el compromiso de dar cuenta de manera encarnada los hechos del hombre, y una actitud de escritura acorde con ello. Estos planteamientos derivarían en una ética del quehacer periodístico y en una obra que es un parteaguas en nuestras letras.

Si para el autor la redacción “del más anónimo de los boletines” significaba una poética, cuantimás lo era el punto de vista con que se debía informar acontecimientos fundamentales para nuestro devenir. En la antología La otra realidad (Fondo de Cultura Económica, 2006), Tomás Eloy cita a Borges: “en algún instante decisivo, la suerte de un hombre resume la de todos los demás”. Encontrar y narrar la hybris, el conflicto de fuerzas que desata acciones y la anagnórisis de ese hombre (entendido como arquetipo) implicado en un acontecimiento real, es lo que mostraría en su profundidad la magnitud social, política y trascendente de ese hecho. Así, el hablar del vuelo de una mariposa herida para hablar de una tormenta, fue la consigna que marcó el trabajo de Tomás Eloy Martínez pero sobre todo la ética con que renovó el quehacer periodístico de nuestro continente.

Sus textos periodísticos, y sus crónicas maestras, La pasión según Trelew (1974) y Lugar común la muerte (1979) además de Las memorias del general (1996), son un magisterio de esta ética. También lo es, en grado mayor, La novela de Perón (1985) pero sobre todo Santa Evita (1995), porque representa una vuelta de tuerca a la non fiction.

Santa Evita es una novela escrita a partir de una investigación periodística apócrifa donde el límite entre lo real y lo ficticio se desvanece y crea una “realidad” más allá del tiempo.

En esta novela convergen los temas del autor argentino: el cuerpo ausente, desaparecido durante la dictadura, y los espacios abandonados debido al exilio como símbolos de una memoria, además de los procesos de vida que derivan en una muerte específica que marcan “la pasión” de los personajes. Sus recientes novelas, El cantor de tango (2004) y Purgatorio (2009) son muestra de esta temática, cuyo ciclo se cierra con su obra póstuma, El Olimpo.

El siguiente diálogo reúne y sintetiza diversas conversaciones sostenidas con él a lo largo de varios años y pretende una revisión de la temática y estética con que ha forjado sus obras más significativas, las que, como toda obsesión literaria de autor, trascienden el tiempo y espacio.

¿De sus libros, cuáles son sus preferidos?

Con los libros a uno le pasa como con sus hijos. Los más desvalidos son los que más le gustan. Lugar común la muerte es un ejercicio entre esa frontera imprecisa entre la literatura y el periodismo. Son textos que aparecieron en periódicos, que tienen forma de relatos y están contados como cuentos. Para muchos ése es mi mejor libro. Es un volumen que conoció una corta difusión. El otro libro que me gusta es La mano del amo (1991), que es una meditación, tal vez exageradamente poética, de la creación artística, en la cual el trabajo del lenguaje es más refinado.

La mano del amo es diferente de sus temáticas y estética. ¿Podría ser su obra más experimental?

Con ese libro quise romper el tema del peronismo en el que se me había encasillado. La figura central es una madre represora que trata de castrar la vocación artística del protagonista, que es un cantante que puede alcanzar todos los registros del bel canto. Esto es porque en mis obras hay un estudio sobre las formas que asume el abuso del poder sobre la identidad. Sin embargo pasó inadvertida. Por otro lado me interesa esa estética que ya estaba presente en Sagrado (1969).

Santa Evita creó un mito del mito y es la referencia para hablar de Evita. ¿Qué opina?

El crear un mito del mito corresponde a una tradición de la cultura argentina y surge con Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento. En la obra compite la imagen que del personaje histórico el autor quiere que permanezca como más verdadera, con la imagen que se desprende de los documentos. Así, lo que intenté establecer en La novela de Perón y en Santa Evita fue que los documentos, en tanto escritos por el poder, son parciales. El novelista tiene derecho a crear una verdad que él imagina más veraz y que configura un personaje que tiene una fuerza más poderosa en la imaginación que el real. Santa… es una recolección de los mitos que existen sobre Eva Perón donde el lector compondrá su propia imagen de Evita.

Y en cuanto a la técnica periodística, ¿cuál es el aporte que usted hace en esta obra?

Al revés de las grandes novelas de non fiction de los 50 y 60, que eran narraciones periodísticas escritas con la técnica de la novela, Santa Evita

es una serie de invenciones escritas con las técnicas del periodismo. Nada es cierto, pero la técnica da veracidad, lo que ha causado confusiones. Hay artículos que cuentan la historia del cadáver de Evita sobre la base de mi obra, y existe el extremo de la película Evita, la verdadera historia, que saquearon de mi libro sin darme el crédito. Hay que diferenciar Las memorias del general, que es un texto periodístico en donde reconstruyo la vida de Perón a través de entrevistas que me concedió, con La novela…, que es mi fabulación opuesta a la versión oficial.

Un aspecto central de su obra son las estructuras complejas en las que al final, en una imagen simbólica, convergen los diversos planos narrativos que abrió. ¿Cómo surge este recurso?

En esa imagen final se concentra todo y es una manera de dar fuerza al planteamiento. Si no tuviera esa estructura de tiempos que se mueven y se desplazan y de rompecabezas o de cajas chinas que sólo hasta el final convergen, la obra no tendría sentido. Todo se construye por omisiones. Va estableciendo complicidades con el lector diciendo: “no te cuento esto ya vas a ver por qué”. Ahí se ve la diferencia entre novela histórica tradicional y literatura. La primera entrega el material digerido. En la segunda el lector debe construir la historia y los personajes.

Otro tema fundamental en su trabajo es la muerte y su vestigio en el alma y el cuerpo como un exorcismo de su sociedad. ¿Qué implica?

Si se imagina el peso de la tradición que tenemos los argentinos de que no podemos enterrar a nuestros muertos, porque nos escondieron sus cuerpos, hay una desdicha, una ausencia. Además, esto se refuerza con otra tradición de casi venerar los cuerpos. En El sueño argentino (1999), hablo sobre las raíces de la necrofilia argentina, las cuales se remontan a la fundación de la ciudad de Buenos Aires y tienen dos momentos cruciales. Uno es el entierro de la esposa de Juan Manuel de Rosas que fue semejante al de Evita. El otro es el traslado en un caballo, en 1841, del cadáver de un prócer unitario, de un lugar a otro del país porque sus soldados no querían que el cuerpo quedara en manos enemigas. Por supuesto, el cuerpo iba deshaciéndose en el camino. Posteriormente, los cadáveres empiezan a utilizarse en Argentina como arma de negociación política.

En Santa Evita se dice que ese cuerpo contiene a su sociedad. ¿Sería interesante saber en qué estado se encuentra como una clave?

Ese cuerpo es una metáfora de lo que nos pasa a los argentinos. Habría que ver si la corrupción aumentó o no, o si es un cuerpo resplandeciente. Ese cadáver es una clave de la historia, al mismo tiempo que podría decirse que en todo cuerpo, se depositan sueños, es como en el amor, una convención. El ser que uno ama es mucho menos la persona que uno cree que es. Lo mismo pasa con Evita. Los argentinos aman ese cuerpo que es el sueño de una nación, la construcción del deseo y la imaginación de un país entero.




La orgía informática

06-02-2010
El Universal
Álvaro Enrigue

¿De dónde salió la burrada de que la Internet es un medio democrático? En algún momento de debilidad (mental) todos lo hemos dicho y escrito, con gestito mesiánico, como si la gimnasia y la magnesia fueran lo mismo. La democracia es un sistema para gobernar un Estado, Internet un medio de difusión masiva. No tienen absolutamente nada que ver.

En un sistema democrático un grupo de personas que junta características muy específicas –mayores de dieciocho años, que cumplan con un estándar negociado de racionalidad, sepan leer y no hayan cometido delitos que ameritaran cárcel—elige a un tercero con características todavía más específicas –que no sea nacionalizado, que tenga más de treinta, titulado- para administrar los bienes comunes, regular las actividades públicas y aplicar una violencia razonable contra quienes infligen las normas de comportamiento acordadas por otros funcionarios electos.

En la Internet no sólo no sucede nada de eso, sino que es un espacio esencialmente autocrático: cada quien sube lo que se le da la gana y el que quiera lo ve –no hay honestidad más triste que la del blog que numera sus visitantes.

La democracia es un un método de control, una forma acordada de ordenar, prohibir y castigar. La Internet es un espacio despojado de cualquier forma de la cohesión, la saturnal sin fin en la que todos pueden hacer lo que quieran sin pagar ninguna factura –literalmente una utopía, en el sentido de que ni siquiera ocupa un espacio-. Participar de la parranda virtual, de hecho, implica renunciar momentáneamente al acuerdo democrático porque el internauta tiene todos los derechos y ninguna obligación: es un niño –un “idiota”, decían los griegos para referirse a los que habían decidido sustraerse de sus obligaciones. Véanse si no las entradas de los lectores debajo de los artículos (con lectores) de la versión electrónica de éste periódico. Algunas son razonables y otras no, pero como ha dicho Nicolás Alvarado, el que participa en los foros no tiene que someterse ni siquiera a esa forma mínima de la normativa –y la cordialidad- que es la gramática.

La democracia es inclusiva y tautológica: para ser un ciudadano basta con serlo. La Internet es exclusiva: para ser un internauta hay que tener acceso a una computadora, gozar del rango de educación y fogueo cultural que permita ser usuario, leer y escribir en una lengua dominante –si sólo hablo huichol, estoy jodido--, pagar directamente por un servicio. Aún así, la democracia es necesariamente discriminatoria –si soy retardado no puedo votar y punto—, mientras que la internet es meritocrática –si aprendo español y gano dinero, puedo participar—: está hecha para el que se las arregle y junte los medios necesarios para utilizarla.

Hay que aclarar aquí una cuestión de ética: las cosas, para ser un valor, no tienen que ser necesariamente democráticas –sospecho que alcanzar un régimen electoral funcional nos costó tanto, que se entiende que queramos que todo lo bueno sea votado. La internet es muchas cosas: es liberadora, es buena onda, es educativa y mueve información a una velocidad que resulta saludable para los votantes cuyos derechos están en peligro de ser arrasados –los ciudadanos de Venezuela, Irán, China o hasta Puebla y Oaxaca estarían peor sin la red-; es guerrillera y punk; divertida, sobre todo: popular y populachera, pero no es democrática. No sólo eso, es antidemocrática en la medida en que su condición de existencia es, precisamente, que es el único mecanismo social que funciona por oposición a las decisiones colegiadas: el espacio de opinión pública virtual de las revistas y periódicos –cuerpos colegiados si los hay- sólo funciona si las reglas de participación son tan laxas que harían imposible la existencia del medio que lo sustenta.

Lo democrático es siempre macro -un sistema de estándares generales-, Internet es el reino de lo micro: cada blog es una empresa editorial de un solo hombre, que lo más probable es que sea también su único lector. La democracia no tiene contenido; su supervivencia depende de que sea una estructura fija. La internet es puro contenido y funciona gracias a su capacidad para violar cualquier estructura que no sea caótica.

lunes, 1 de febrero de 2010

Discutir

01-02-2010
El Uiversal
Guillermo Fadanelli

No es una mala señal decepcionarse de los ideales que uno tuvo en la juventud, ni tampoco sentirse engañado cuando la madurez nos coloca en el lugar merecido, al contrario: se gana el escepticismo que es una especie de paraíso para quienes han perseguido alguna vez verdades absolutas o alabado dogmas históricos. Y cuando nuestros dogmas no se devalúan o alteran con el tiempo es quizás porque la sabiduría nunca llamará a nuestra puerta.

Cuatro siglos atrás, Francis Bacon afirmó que los sabios antiguos carecían de autoridad frente a los contemporáneos ya que estos habían asimilado el conocimiento de aquellos y poseían una mayor sabiduría. En contra de la máxima medieval que contemplaba a los sabios de la época como “enanos sobre hombros de gigantes”, Bacon tenía una enorme confianza en sí mismo y en el conocimiento de su tiempo. Y es que los seres humanos son capaces de hacer abstracciones de esta desmesura y proclamarse ellos mismos como la vanguardia o lo más avanzado de una actividad técnica o del espíritu. Y esto no sólo ocurre cuando Pelé se declara el más grande jugador de la historia (algo que mueve a risa), sino que también ha sido común en el área académica o entre los intelectuales que buscan a una figura emblemática a quien rendirle homenaje. Y si nadie los unge, ellos mismos se declaran dioses, como fue el caso de Hegel, Fichte o Heidegger.

Una vez más he excedido el preámbulo de esta nota cuando sólo deseaba referirme al obsceno cúmulo de opiniones y discusiones a las que se nos somete en todos los ámbitos de la comunicación. Los duelos de argumentos son lamentables en cuanto regularmente no persiguen la comprensión de los hechos, sino sólo el convencimiento o la imposición a secas. O peor aún: los discutidores buscan expresarse para llenar con palabras o ruido un vacío que proviene de la absoluta ausencia de reflexión acerca del mundo que los rodea (su pensamiento nace en la boca). Pruebas de esta afirmación no las tenemos sólo en el mundo de la política (o como quiera llamársele a esa micro sociedad que pelea por el poder pasando por encima de las cualidades éticas más elementales), sino en la mecánica misma de la discusión. Quiero decir al respecto que una discusión o disputa argumental no tiene por qué hacer perdedora a una de las partes en cuestión. De una buena discusión pueden obtenerse beneficios aun cuando nuestros argumentos o conocimiento sobre las cosas sean pobres o deficientes. El escuchar atentamente y sobre todo el imaginar por qué existen personas que opinan de modo distinto a uno, son buenas posturas durante la controversia. Lo son también: investigar de dónde provienen las ideas u opiniones de los otros y comparar las palabras de nuestros interlocutores con la realidad de su propia vida. Quiero decir: sería un despropósito aceptar que si el avaro nos da buenos argumentos acerca de la generosidad debemos por lo tanto creerle. Lo mismo sucede con quienes pugnan por equidad en la sociedad y mantienen enormes riquezas a su servicio; y demás ejemplos por el estilo.

Una plaga más que se vive en esta sociedad mexicana es la costumbre de arrojar juicios a diestra y siniestra sin tener ninguna idea de lo que se está hablando. El juicio parece sustituir el ejercicio de pensar con profundidad y mesura. Como si la opinión sólo estuviera concentrada en los anatemas y en la calificación. Esta es una manera de hacer a un lado los problemas y de caminar en sentido contrario al diálogo o a la discusión esclarecedora (el hecho de que en la política estén vetadas las candidaturas independientes, por ejemplo, es una acción elemental contra la diversidad de la discusión pública).

Finalmente, quiero agregar que la discusión no tiene que ver con dos o más personas hablando en persona o vía un debate público. Cuando leo un libro o un artículo atentamente y con el oído abierto no estoy siendo sólo receptor, sino también partícipe e incluso creador al rehacer con mi propia imaginación las ideas de quien escribe. El lector que escucha cuando lee no es casi nunca pasivo y las discusiones a fondo valen la pena incluso cuando la lógica parece derrotar a una de las partes.



Análisis: Ideas muertas

1 de Febrero de 2010
Periódico Noroeste
Denise Dresser

Atrapados. Rezagados. Atorados. Palabras de 2009 que capturan el sentir colectivo y el ánimo nacional.

Palabras que revelan a un país incapaz de responder a los retos que tiene enfrente desde hace años.

Un entorno global cada vez más competitivo y una revolución tecnológica de la cual México se niega a formar parte.

Una vasta transformación económica más allá de nuestras fronteras, que está creando nuevos ganadores y nuevos perdedores.

Una lista de líderes políticos y empresariales que han hecho poco por prepararnos para la nueva década.

Y finalmente, la razón principal detrás de la inacción enraizada en nuestra cultura política y en nuestra estructura económica: la pleitesía permanente de tantos mexicanos a las "Ideas Muertas".

Ideas acumuladas que se han vuelto razón del rezago y explicación de la parálisis. Sentimientos de la nación que han contribuido a frenar su avance, como argumentan Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín en el ensayo "Un futuro para México" publicado en la revista Nexos.

Los acuerdos tácitos, compartidos por empresarios y funcionarios, estudiantes y comerciantes, periodistas y analistas, sindicatos y sus líderes, dirigentes de partidos políticos y quienes votan por ellos.

La predisposición instintiva a pensar que ciertos preceptos rigen la vida pública del País y deben seguir haciéndolo.

Y aunque esa visión compartida no es del todo monolítica, los individuos que ocupan las principales posiciones de poder en México suscriben sus premisas centrales:

1. El petróleo sólo puede ser extraido, distribuido y administrado por el Estado.

2. La inversión extranjera debe ser vista y tratada con enorme suspicacia.

3. Los monopolios públicos son necesarios para preservar los bienes de la Nación y los monopolios privados son necesarios para crear "campeones nacionales".

4. La extracción de rentas a los ciudadanos/consumidores es una práctica normal y aceptable.

5. El reto de la educación en México es ampliar la cobertura.

6. La ley existe para ser negociada y el Estado de Derecho es siempre negociable.

7. México no está preparado culturalmente para la reelección legislativa, las candidaturas ciudadanas, y otros instrumentos de las democracias funcionales.

8. Las decisiones importantes sobre el destino del país deben quedar en manos de las élites corporativas.

Estos axiomas han formado parte de nuestra conciencia colectiva y de nuestro debate público durante decenios; son como una segunda piel.

Determinan cuales son las rutas aceptables, las políticas públicas necesarias, las posibilidades que nos permitimos imaginar.

Y de allí la paradoja: las ideas que guian el futuro de México fueron creadas para una realidad que ya no existe; las ideas que contribuyeron a forjar la patria hoy son responsables de su deterioro.

Desde los pasillos del Congreso hasta la torre de Pemex; desde las oficinas de Telmex hasta la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; desde la sede del PRD hasta dentro de la cabeza de Enrique Peña Nieto, los mexicanos son presa de ideas no sólo cuestionables o equivocadas.

Más grave aún: son ideas que corren en una ruta de colisión en contra de tendencias económicas y sociales irreversibles a nivel global. Son ideas muertas que están lastimando al país que las concibió.

Son ideas atávicas que motivan el comportamiento contraproducente de sus principales portadores, como los líderes priistas que defienden el monopolio de Pemex aunque sea ineficiente y rapaz.

O los líderes perredistas que defienden el monopolio de Telmex, porque por lo menos está en manos de un mexicano.

O los líderes panistas que defienden la posición privilegiada del SNTE por la alianza electoral/política que han establecido con la mujer a su mando.

O los líderes empresariales que resisten la competencia en su sector aunque la posición predominante que tienen allí merme la competitividad.

O los líderes partidistas que rechazan la reeleción legislativa aunque es un instrumento indispensable para obligar a la rendición de cuentas.

O los intelectuales que cuestionan las candidaturas ciudadanas aunque contribuyan a abrir un juego político controlado por partidos escleróticos.

O los analistas que achacan el retraso de México a un problema de cultura, cuando el éxito de los mexicanos en otras latitudes, como el de los inmigrantes en Estados Unidos, claramente evidencia un problema institucional.

Las prevalencia de tantas ideas moribundas se debe a una combinación de factores. El cinismo. La indiferencia. La protección de intereses, negocios, concesiones y franquicias multimillonarias.

Pero junto con estas explicaciones yace un problema más pernicioso: la gran inercia intelectual que caracteriza al País en la actualidad.

Nos hemos acostumbrado a que "así es México": así de atrasado, así de polarizado, así de corrupto, así de pasivo, así de incambiable.

Nuestra incapacidad para pensar de maneras creativas y audaces nos vuelve víctimas de lo que el escritor Matt Miller llama "La Tiranía de las Ideas Muertas". Nos obliga a vivir en la dictadura de los paradigmas pasados. Nos convierte en un país de masoquistas, como sugiriera recientemente Mario Vargas Llosa.

Como México no logra pensar distinto, no logra adaptarse a las nuevas circunstancias.

No logra responder adecuadamente a las siguientes preguntas: cómo promover el crecimiento económico acelerado?

¿Cómo construir un país de clases medias? ¿Cómo arreglar una democracia descompuesta para que represente ciudadanos en vez de proteger intereses? Contestar estas preguntas de mejor manera requerirá sacrificar algunas vacas sagradas, desechar muchas ortodoxias, reconocer nuestras ideas muertas y enterrarlas de una buena vez, antes de que hagan más daño.

Porque como dice el proverbio, la muerte cancela todo menos la verdad y México necesita, en 2010, desarrollar nuevas ideas para el país que puede ser.

domingo, 31 de enero de 2010

En vez de un homenaje, una zapatería para Margo Glantz

31 de enero de 2010
La Jornada
Elena Poniatowska

Primeros zapatos

Son zapatitos de niña de color azul, su punta es redonda, son de vestir y de muñeca. A los del diario los llaman choclos para ir a la escuela. El par elegante tiene una trabita y es de glacé. “A esta niña hay que calzarla muy bien, su camino está trazado, en el futuro la esperan las zapaterías de París, las de Londres, Roma, Madrid, Dusseldorf, Nueva York, Buenos Aires. Gucci, Ferragamo, Maud Frizon, Andrea Perugia y Chanel serán sus diseñadores. Mete bien el pie, niña, y ahora vete en el espejo, dice la vendedora arrodillada frente a ella. Cada 28 de enero, desde 1930, Margo Glantz estrena zapatos, porque desde la punta del pie hasta el último de sus cabellos hace de su vida una experiencia estética de placeres inéditos.

Segundos zapatos

¿Habrá zapatos judíos? ¿Con qué zapatos vinieron de Ucrania sus padres? ¿Serían botas para la nieve? Seguro los zapatos de Jacobo Glantz, su padre, el poeta y pintor, eran pequeñísimos, porque él era del tamaño de dos manzanas encimadas, pero de su madre, Elizabeth Shapiro, Margo heredó la altura, el perfil y el tamaño del pie. En la huella de los zapatos de Margo se estampa su condición de judía, como lo afirma en su libro Genealogías, en el que busca su identidad, y en Síndrome de naufragios, en el cual vuelve a los mitos de la religión judeo-cristiana. Nunca he oído a una judía escribir tanto de Jesucristo y de la Virgen María como Margo Glantz. Bueno, quizá le gane la filósofa Simone Weil, pero ella era una escritora sufriente, y Margo es una escritora gozosa.

Terceros zapatos

Margo es malísima para los deportes y, por tanto, sus zapatos son intelectuales, elaborados y un poco inmorales. Eso sí, usa zapatos planos para caminar y para mudarse, porque los Glantz se cambian de casa con frecuencia y llevan sus libros en hombros. También el piano, pero primero son los libros. Jacobo Glantz, su padre, no controla las lecturas de su hija y la quinceañera lee desde Shakespeare hasta M. Delly, que la hace llorar más que Macbeth y Hamlet. Como buena eslava, los idiomas le bailan en la punta de la lengua: inglés, francés, alemán, italiano y portugués. Lee a los autores en su lengua original. En los cursos que mejor funciona Margo es en los de literatura y de gramática española y vocabulario. Creo que nunca, en toda mi vida, he hecho una falta de ortografía –presume.

Cuartos zapatos

Aún no tienen tacón alto, Margo asiste a la Preparatoria número 1, en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Su maestro es Agustín Yáñez, y su vocación, la literatura. A Yáñez le gustan los zapatos de la jovencita Margo, tienen un aire de extranjería, de niña que vive en medio de libros. Yáñez conoce Carmel Art, de Jacobo Glantz y adivina que la vida de esta joven retraída será la de las letras y que quizá las cubrirá con su propia piel. En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), los maestros de Margo serán Alfonso Reyes, Julio Torri, Rodolfo Usigli, Samuel Ramos y Leopoldo Zea, y los cinco la ayudan a abolir esquemas, pero nadie le dará mejores lecciones que su propio corazón, audaz y seguro de su valía.

Quintos zapatos

Zapatos de tacones de 13 centímetros de altura en los que encajan muy bien sus pies y las piernas, que van subiendo como dos torres gemelas. Después de la UNAM, en México, en 1953, Margo se doctora en letras hispánicas en la Universidad de la Sorbona. De regreso al país, la Facultad de Filosofía y Letras le abre los brazos, mientras Alina, su primera hija, abre sus ojos en 1959, y Margo le pone sus primeras botitas de estambre. Así, maternal, funda la revista Punto de partida, para los nuevos escritores universitarios. En 1971 nace su segunda hija, Renata, y ya para entonces Margo se ha inclinado hacia la literatura de los jóvenes y publica Onda y escritura en México, jóvenes de 20 a 33, en Siglo XXI Editores, la de sus amigos Arnaldo Orfila Reynal y Laurette Séjourné, e incluye a José Agustín, Gustavo Sáinz, Parménides García Saldaña y a otros que ahora son abuelitos o se piraron de un pasón.

Sextos zapatos

Los zapatos se dan a luz unos a otros hasta llenar tres roperos y cuatro cómodas que Margo, la melómana, hace cantar cada vez que abre un cajón. A su lado, Imelda Marcos palidece. Para hacer juego con los zapatos, usa vestidos que también son una fijación y un deleite. Margo se gusta, se mira en el espejo y vuelve a gustarse. Dalí le hubiera confeccionado un sombrero en forma de zapato, como lo hizo para Schiaparelli y Jacques Fath; le habría cortado una capa suntuosa cubierta de cibelinas. En México, la familia de Margo tiene que ver con Kamchatka, que vende abrigos de piel.

Séptimos zapatos

Hablan solos, hablan con seguridad, hablan en público, opinan con autoridad, saben hacia dónde se dirigen. Ningún mal paso. Caminan hacia el lenguaje, y Margo vuelve memorable lo que por costumbre sólo aparece en revistas especializadas, la vida secreta del cuerpo o lo que es aparentemente banal, como peinarse, lo que hasta antes de ella se creía reservado al mundo de las mujeres, al de la moda, el salón de belleza, al goulash. Margo vuelve esencial lo que creíamos trivial, saca a la luz lo que es la intimidad, vuelve público y sagrado lo que considerábamos secreto de familia, vacía por la ventana lo que antes se guardaba en el baúl de los recuerdos. La vida es un museo, la vida es un escaparate, la vida es un decirse, la vida es una puerta que se abre a los demás, la vida es quererse a sí mismo, y por allí se empieza. Margo mezcla la autobiografía, la novela, el ensayo, la crítica, el aforismo y la poesía, como lo hace en Apariciones, en Saña y en la Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador. Los temas de Las mil y una calorías la obsesionan: el erotismo, el amor, el cuerpo de la mujer, su desnudez y su carnalidad. El cuerpo, el sexo, el cabello y la sangre son sus obsesiones. ¡Ah, y el corazón! Margo se convierte en la escritora más erudita, la más universal, porque en una página discurre de filosofía griega y en la que sigue de erotismo y en la tercera de Cristo y en la cuarta de masturbación en un contrapunto que surge con la fuerza de los chorros en la fuente, un géiser de ideas y de propuestas. Poeta, Margo Glantz se atreve a todo, será porque es alta o será porque tiene la absoluta certeza de que la quieren. Una noche en la Cineteca Nacional vi a casi todo el cine levantarse y gritar Margo para ofrecerle su asiento. Su buen humor estimula a sus alumnos, porque les dice que ante todo, su gran tema es el erotismo. Con ellos dialoga y su relación es riquísima. De su debate en el aula salen sus libros, de su encuentro con los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, de Harvard, de Princeton, de Yale, de Stanford, de la Sorbona surgen las ideas: No sabes, Elena, la cantidad de horas clase que he dado en mi vida.


Octavos zapatos

Van de un lado a otro cumpliendo la más difícil de las tareas porque son zapatos mandaderos. La Malinche rescata y engendra, lleva la realidad salvaje de nuestro gran país a la voracidad del viejo mundo. Llevar un universo a otro es una tarea compleja y terrible, pero la lucidez de Margo es universal. Un universo es el de los españoles, los que atravesaron el mar; otro universo es el de los vencidos, los que no conocen la rueda. La Malinche da pasitos de códice, las plantas de sus pies apenas si se hunden en la tierra, va de uno a otro, del cristiano al indio. La Malinche es nuestra madrecita, pero Octavio Paz la llama la chingada. Margo le abre los brazos. Su afición por revalorar a las mujeres es muy intensa, y así como abraza a La Malinche lo sabe todo del corazón deshecho entre sus manos de Sor Juana Inés de la Cruz.

Novenos zapatos

Los zapatos monjiles de Sor Juana apenas si se escuchan en el corredor del claustro. Las sandalias indecentes de La Malinche son apenas unos cueritos que se amarran al tobillo y que saben a sal. Saber calzar tanto unos como otros es el secreto de la fuente de la eterna juventud de Margo Glantz. El sentido del humor, la risa, el no tomar en serio sino sus juanetes, el adorar su anatomía, son los mojones en la ancha autopista de su vida. De la erótica perversión de enredarse el cabello es un libro que hace una comparación entre Calderón de la Barca y King Kong, y es otra de las formas de seducir a sus alumnos. Su carácter lúdico, su reducción al absurdo de cualquier avatar, su propia e impresionante erudición, su capacidad de reír y hacer reír aligera sus clases y las vuelven seductoras, incluso para el más serio de los académicos que la recibe en la Academia de la Lengua.

Décimos zapatos

Esos los usaron los caminantes que venían de Europa, como ella, Margo, que a veces parece una inglesa nacida en México, original, accesible, maravillosamente bien vestida y, sobre todo, calzada. En alguna que otra reunión de los escritores la he visto levantarse y decirle al de junto: Te encargo mucho de que, mientras voy al baño, Monsiváis no hable mal de mí.

A imitación de los viajeros con buenos zapatos como J R Poinsett, el de la flor de Nochebuena y Frances Calderón de la Barca, Margo abre bien los ojos al caminar y reseña las pisadas de los extranjeros que descubrieron México.

Onceavos zapatos

Muy lejos de las pantuflas de piel forradas de borrego, de las chanclas de hule o de esas alpargatas o mocasines que casi no duran, Margo taconea su júbilo de notas musicales por las aulas de las universidades del mundo que la invitan 12 meses al año. Si es que tiene pantuflas, las avienta bajo la cama y se pone zapatillas que casi ladran, se dirige a King’s Cross y llama a un taxi porque va a oír tocar a Mozart en la Royal Academy Hall y a beber Sherry en el Claridge.

Zapatos para el domingo 31 de enero de 2010

Entran a Bellas Artes 200 ballenas azules, las que quedan en los mares de nuestro planeta y pasan por el Golfo de Cortés, porque allí copulan como le gusta a Margo, en el deleite del descubrimiento del otro. Suben a la sala Manuel M. Ponce, porque vienen a saludarla sin temor a los arponazos. Riegan sobre la escalera su semen que mucha falta le hace a Bellas Artes. Montados encima de su dorso, vienen Conrad, Pitol, Melville, Bellatin, Barthes, Glenn Gould, Brahms, Jorge Luis Borges, Johann Sebastian Bach, Salvador Elizondo, Myriam Moscona y Coral Bracho, Paul Celan, Thomas Mann, Georges Perec, William Faulkner, Joseph Roth, Álvaro Mutis y otros balleneros que alguna vez vieron a Jonás llorar dentro del vientre de la ballena. A Margo, las aguas la rodean hasta el alma y una olita equivocada le zafa los zapatos. Todos nosotros, chancludos y guarachudos, los recuperamos y la calzamos de nuevo. Con su sentido del humor y su ironía mil veces ensalzada, Margo nos da un elegante paraguazo. Ella nos ha revelado los enigmas de la alta cultura y los de la cultura de Coyoacán, los de Turner y Spencer y los de los grafitis que pintan en los muros de su casa, nos hace viajar y entrar a museos y en muchas ocasiones nos salva del naufragio al meternos en lo cotidiano y lo aparentemente trivial, como el color de un vestido o la pluma en un sombrero que a ella la transmutan en la amada señora sacramentada, en la señora que se ha ido a pintar las uñas de ese color intenso que tanto le gusta, en la que lleva anillos, collares y brazaletes, en la que se peina en salones de belleza encopetados, en la que se atreve a habitar el cuerpo de Sor Juana y el de La Malinche, en la que se cambia de zapatos todos los días, y tiene muchos para salir a pisar la noche antes de que la noche nos pise a nosotros, que en cierta forma somos sus zapateritos, sus sastrecillos, sus acompañantes, sus masajistas, sus pedicuristas, puesto que aquí estamos sentados a sus pies desde que le pusieron los primeros Merceditas, que así se llamaban los botincitos para niñas.

sábado, 30 de enero de 2010

Cervantes era gay

01-30-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

El máximo en lengua española, Miguel de Cervantes Saavedra, fue esclavo. De 1575 a 1580 fue propiedad de Hasán Veneciano. Y, según revela un estudio, su amante.

Que nuestro querido Cervantes era querido de otro lo afirma Sergio Fernández en un libro académico: El Mediterráneo de Cervantes, su juventud: Italia y Argel (Conaculta-UNAM, 2009); un recuento conversatorio y simpatizante de la digresión, la erudición y el chismecillo.

Ahí se debate si Cervantes era bardaj (pasivo) o era bujarrón (activo).

Fernández lo describe como “un pobre soldado manco, desconocido, pobre, enfermo y valiente” y agrega que él y su amo “muy posiblemente hayan tenido relaciones íntimas, nada inusual en el medio argelino y en todo el Magreb”.

Los motivos se sospecha de menor envergadura es que especialistas —como Françoise Zmantar— han ubicado ambigüedad sexual en personajes y relaciones de Los baños de Argel —basada en su cautiverio— y, en general, en su obra hay aire de algo que hoy hemos aprendido a reconocer gracias a estudios y literatura queer y gay.

Otro motivo de fuerte sospecha es que Cervantes intentó fugarse cuatro veces y su amo extrañamente lo perdonaba.

A estas evidencias yo quisiera agregar una pop. Hoy sabemos que Batman y Robin secretamente eran pareja —caray, basta verlos, puro drag queen— y, por su parte, Sancho y Don Quijote resultan, en retrospectiva, bastante sospechositos.

¿Por qué no se habla de la homosexualidad de Cervantes?

Primero que todo, porque si enlistamos a los grandes escritores —de Platón a Proust y de Whitman a Ginsberg, y de Gide a Lezama— pocos son heterosexuales. Y este asunto poco se toca en nuestras machas universidades y menos aún en contraportadas comerciales.

Además, porque a los españoles se las paran los pelos cuando el tema es abordado. Si lo hace un exegeta mexicano es porque ya se sabe excomulgado de la cervantología hispánica de antemano.

Pero no es, pues, la primera vez que se especula “la posibilidad de que la homosexualidad pudiera ser un componente más de su perfil biográfico, en particular durante sus cinco años de vida en Berbería”. Y no será la última.

Ya Kathy Acker en su Don Quixote volvió al caballero una mujer delirante y a Sancho, un perro, para dejar clara la falsedad de toda identidad social.

Podría ser que este siglo sea el que convierta a Cervantes en un ídolo de la cultura gay e inclusive dominatrix.

Si Madonna se entera, Cervantes será coreografía loca de su nueva gira.

Si nuestros dirigentes mochos leyeran y se enterasen de este dato sobre Cervantes, dadas las circunstancias, podría ocurrírseles prohibir la lectura de El Quijote, por temor a pervierta a sus hijotes.

O se vuelvan evidentes sus propios antojos escondidos.


miércoles, 27 de enero de 2010

Una historia de amor motivada por un certamen de belleza

27 de enero de 2010
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

La historia de amor entre Josefa Rodríguez y Jaime Sabines, comenzó con un concurso de belleza. Ella era la única mujer en el grupo de la única preparatoria chiapaneca y él era el estudiante que dirigía la campaña para convertirla en Reina de la Primavera; el poeta que en un volante escribió: “Chepita Rodríguez, ángel con cuerpo de mujer”, no sólo llevó a Chepita al triunfo sino que generó la historia de amor que se relata en el libro Los amorosos. Cartas a Chepita.

No todo fue sencillo para los amantes. Esa frase poética provocó los celos de Esperanza Cruz, la que era novia de Jaime Sabines; la respuesta de Chepita fue la conquista. Una amiga le dijo: “Ya sé cómo calmarás a Esperanza, conquista a Jaime, lo haces tu novio por unos días y luego lo dejas”.

Las cartas de un joven poeta de 23

Chepita, la mujer que vivió con el reconocido poeta 46 años, conversó con KIOSKO y cuenta esa aventura: “Nuestro primer noviazgo tardó unos cuantos meses nada más, porque éramos unos novios muy raros, si nos tocaba entrar a clase al mismo tiempo sólo nos decíamos: ‘¿Cómo estás?’ o ‘Buenos días’ y cuando lo obligaban los compañeros a que me llevara a mi casa, se nos iban las calles con pocas frases, él me decía: ‘habla, dí algo’ y yo les respondía ‘No, habla tú’, así llegábamos a casa diciendo nada más eso. Hasta que un día Jaime dijo: ‘Aquí se termina todo’”.

Pasó el tiempo y entonces comenzó el suplicio. Los dos jovencitos se trasladaron a la ciudad de México; ella para estudiar odontología -profesión que ejerció durante 35 años; él para cursar la carrera de medicina, que cambió por sus clases de filosofía. Josefa lo evitaba, hasta llegó a tirar un papelito que Sabines puso en la bolsa de su suéter.

“Jaime me seguía, él intentaba que volviéramos a relacionarnos, pero yo no accedía. Hasta el año siguiente me mandó un telegrama donde me decía: “Claudico, te esperaré en la joyería La princesa, que está en la calle de Tacuba, todas las tardes desde las cuatro de la tarde. Aventé la carta y lo olvidé, pasaron los meses hasta que sin pensarlo llegué allí una tarde; me invitó a tomar un helado y antes de despedirnos ya salimos de novios y le dije: ‘a ver que tal nos va; desde entonces, hasta que Dios se lo llevó’”, recuerda con nostalgia Chepita.

Superaron todo

Fueron novios siete años, hasta que ella terminó su carrera. Entonces se casaron y tuvieron cuatro hijos: Julio, el único varón; Jazmín, Judith y Julieta, quienes fueron testigos del amor entre sus padres. Y sin embargo, tuvieron que superar los problemas que hay en cada pareja.

“Hay algo que a Jaime le molestó mucho. Un buen día, una enfermera del hospital donde trabajaba me dijo ‘vino un detective y le ha preguntado a varios médicos cómo se comporta, si yo era confiable o andaba de loca; llegué a la casa echa un demonio, le dije: ‘o me tienes confianza o aquí se acaba todo’; él se enojó mucho, yo le dije: ‘has de tener alguna en la calle que trata de separarnos’; yo supe que él nunca desconfío de mí”, cuenta Chepita, la inspiradora de varias cartas y poemas del autor de Los amorosos, Horal y La señal.

Desde la intimidad

La viuda del poeta asegura que en el libro Los amorosos. Cartas a Chepita, publicado por Joaquín Mortíz, se ha publicado la totalidad de misivas que Jaime Sabines le escribió durante los años de noviazgo y si muchas no se incluyeron es porque se las escribió cuando ya estaban casados y le contaba de las ciudades a las que viajaba. “Tiempo después, cuando ya estábamos más holgados de centavos, entonces ya me hablaba por teléfono; ya más yo lo acompañaba”.

Chepita reconoce que el suyo fue un gran amor, por eso cuando murió el poeta, el 19 de marzo de 1999, ella se dejó de cuidar. “Desde que los médicos me dieron que Jaime no tenía remedio, me dejé de pintar el pelo, ni me lo pintaré. Tras su muerte, guardé luto casi un año, mis hijas me insistían que me quitara el negro, me decían: ‘A mi papá no le gustaría’, entonces comencé a dejar el color negro poco a poco”.

Los recuerdos del poeta

Josefa Rodríguez no duda, si volviera a nacer se volvería a casar con Jaime Sabines. Nunca se arrepintió de quererlo. “Fue un hombre muy bueno, muy cariñoso; me hacía muchos regalos, sobre todo en sus últimos años. Me hizo muchos regalos, más que nada cuando estaba enfermo. Los conservo, pero últimamente me ha dado por irlos repartiendo entre las hijas; a Julio lo que le he dado son las mancuernillas que yo le regalaba a su padre”, comenta Chepita.

La amante perfecta de Sabines, a la que le decía “Estoy terriblemente solo. Te necesitó. No puedo defenderme más contra tu ausencia y mi soledad”, está contenta con la familia, con las dos nietas que tiene; se lamenta de que su hija Julieta no tenga hijos, como tampoco los tiene Judith, quien decidió no casarse.

Chepita Rodríguez recuerda con cariño a su marido, el hombre alto, de ojos claros y bigote del que se enamoró cuando estudiaba la preparatoria y ni siquiera soñaba con ser Reina de la Primavera.

lunes, 25 de enero de 2010

Ideas

01-25-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

De cuantas ideas pasan por nuestra mente sería arrogante creer que alguna nos pertenece o que somos dueños en sentido estricto de su origen (nunca poseemos una idea). Lo que nos da la ilusión de poseerla no es sólo el hecho de que aceptamos su verdad, sino sobre todo que la decantamos en el momento de expresarla por medio de palabras. Las ideas son nebulosas por constitución, son nubes en movimiento cuyo contorno cambia en cuanto ellas avanzan empujadas por el viento. Sólo Funes el Memorioso (en el famoso relato de Borges) podría atrapar por un instante la forma de una nube en su mente y recordarla muchos años después sin variaciones. La memoria de este hombre, que nunca aprendió a pensar, podía contener la forma de las nubes australes sucedidas en cierto momento y compararlas, en el recuerdo, con las vetas de un libro o con otros objetos disecados en su memoria. El orden en su mente se producía cuando Funes comparaba imágenes entre sí, de manera que las nubes de un otoño lejano le hacían recordar las líneas de la espuma que un remo producía en las aguas de un río en una mañana de marzo. Pero, a diferencia de Funes, nosotros no somos simples observadores que guardan imágenes en su memoria, sino seres que piensan y, por lo tanto, se equivocan constantemente en sus apreciaciones. Y así como las nubes se desplazan en el tiempo, las ideas cambian de rumbo o se disipan formando nuevas variaciones.

¿Cómo entonces apresar una idea sin que ésta se desvanezca en las manos? Es inútil porque las ideas no son cosas, sino horizontes hacia los que se avanza un tanto a ciegas sin más certeza que el movimiento mismo que provoca su aparición en lontananza. Lo que sí es posible es que las ideas tomen un nuevo rostro cada vez que abandonan su estado nebuloso para ser sentidas, reflexionadas y expresadas por una persona que posee experiencias singulares o una vida que le es propia e inédita. Este largo preámbulo me ayuda a describir y a valorar la importancia de la literatura o de los escritores de ficción en una época en que la imaginación tiende a convertirse en un ejercicio visual o en una mera hoja de cálculo (esa vieja premisa de Hobbes la cual dice que pensar es igual a calcular). Lo que provoca que una idea (e incluso una imagen) posea sustancia y peso es el hecho de que ha sido narrada o expuesta por una sensibilidad humana y que, de ese modo, nos muestra un mundo que es nuestro y no es nuestro al mismo tiempo: decir “tengo una idea pero no puedo expresarla” significa en realidad no tener la idea. Es a raíz de esta certeza que la literatura se torna aún más relevante en la sociedad, ya que si bien las novelas se dicen a sí mismas ficticias no lo son en absoluto. A mí nunca se me ocurriría pensar que Gregorio Samsa (el personaje de Kafka, en La metamorfosis) es un personaje de ficción el cual existe solamente en la imaginación de los lectores. Su presencia ha sido tan constante en mi vida como lo ha sido la presencia de mis hermanos o de mis amigos y su realidad es palpable por lo menos en un hecho: su influencia me ha llevado por un camino en vez de otro (¿no es eso la realidad?)

Que una novela, una poesía o un relato puedan transformar una vida no se debe a que contengan un mensaje preciso, sino exactamente a lo contrario: los textos han sido escritos palabra por palabra y eso quiere decir que el escritor, a través del lenguaje, expresa un mundo que nos concierne y que no puede resumirse en una anécdota o en una moraleja (formas robóticas de la imaginación). Hay que leer de principio a fin la obra renunciando a las interpretaciones sencillas o al resumen, porque de lo contrario se pierde lo esencial en la literatura: vivir una historia en palabras que no son nuestras e incluirnos y conmovernos con ellas. Ha escrito Iris Murdoch (novelista y filósofa) que “el desarrollo de la conciencia de los seres humanos está inseparablemente relacionado con el uso de la metáfora” y por lo tanto relacionada con la literatura y las artes (que si bien no nos dan consejos morales o económicos a manera de recetas elementales, sí nos ofrecen ideas acerca de la ética o la economía desde la perspectiva del drama, la pasión humana o del lenguaje convertido en acontecimiento). Yo sé que ustedes estarán de acuerdo conmigo cuando, por ejemplo, conozcan en Escoria (la novela de Isaac Bashevis Singer) la vida de Max Barabander, un hombre que viajó a su tierra natal, Varsovia, para reencontrar su pasado y no hizo nada más que corromperse y envilecer a los otros con su presencia. Y, sin embargo, su depresión es de algún modo también la mía, y sus pasiones y sus vicios son como los de tantos hombres cuya sensibilidad y malicia los destruye. Leer, en este caso, es conocer y reconocerse en el otro. ¿No es eso importante?