viernes, 9 de julio de 2010

Así escribo (Federico Campbell)

Noviembre/2009
Nexos
Federico Campbell

Zurcido invisible

Más que los instrumentos de la escritura —lápiz o pluma fuente, máquina de escribir o computadora— lo que importa en el acto de escribir es la predisposición de ánimo. Entonces tal vez el problema más serio sea la dificultad para mantener la atención en una sola cosa: en la pantalla, por ejemplo, y de manera continua, o en la página.

Para llegar a este estado mínimo de concentración es necesario cumplir con ciertos rituales: preparar el café, esperarlo; recoger en la puerta los dos periódicos de costumbre y revisar sólo los encabezados, no leer ninguna nota completa, posponer su lectura para más tarde, luego de aprovechar la mejor energía de la mañana, de la vista y de la mente descansada, para continuar escribiendo lo que quedó a medias la noche anterior si es que el proyecto era de pura invención literaria.
Si se trata de un ensayo o de un artículo, lo que uno empieza por hacer es ordenar la información: recortes de periódicos, párrafos o líneas subrayadas en un libro, y empezar a hacer las conexiones pertinentes pues en eso consiste en gran parte la exposición de una idea: en conectar unas frases con otras y en un cierto orden. Muchas veces el juego de palabras, por puro azar, lleva a percepciones que no se habían tenido antes.

Sin embargo, en el proyecto de “pura invención literaria” me valgo también de la información, pero con un criterio distinto al del periodista. Ejemplo: estoy en una novela sobre el actor porque en el fondo lo que me interesa es un antiquísimo problema: ¿quién soy y cómo soy para los demás o cómo me ven los otros? Y para esta incertidumbre pirandelliana el ser humano ideal es el actor, antes y después de desdoblarse. Lo que he hecho durante muchos años es leer y subrayar entrevistas con actores (Marlon Brando, Al Pacino, Loreine Bracco, Emilio Echevarría, Isabelle Hupert, Fernando Balzaretti, Ana Ofelia Murguía, John Gilgoud, Vittorio Gassman, Ricardo Darín y muchos otros) y rescatar sólo aquellas sentencias que tienen que ver con el desdoblamiento, con el juego de ser otro, y así darle sentido al titulo de la novela: La criatura y el personaje. Creo que el actor es el único de los otros artistas que más se parece al escritor. Siempre están hablando los dos de personajes. Quiere decir entonces que en el discurso narrativo se van entretejiendo en una sola voz los pensamientos de diversos actores y actrices reales, como si fuera el monólogo de un solo personaje que sabe de lo que está hablando.

Siempre estoy en varios proyectos al mismo tiempo de la misma manera en que leo varios libros a la vez. Es mi modo de ser mental y no sirve de nada sufrir por eso. Pero precisamente hago de la dispersión y la impotencia literaria el tema de otra novela: la historia de un novelista que de pronto, luego de no pocos éxitos, deja de escribir.

Escribe, escribe que no escribe, no para de escribir, pero todo lo que escribe se acumula como una dolorosa gratuidad, una enorme y trágica insignificancia.
La idea es que un arquitecto sabe construir un puente siempre, un cirujano sabe operar siempre, pero un escritor puede dejar de serlo; la suya no es una profesión vitalicia y, a lo mejor, lo mejor que dio de sí mismo fue en la juventud. El título del proyecto podría ser Zurcido invisible porque lo que pasa con el personaje es que siempre le había gustado la sastrería y lo que está detrás de una novela son unos pespuntes que no deben verse. ¿Se puede cambiar de oficio hacia la mitad de la vida?

Tejer a mano era como escribir a mano. “Este es un libro escrito a mano”, le había dicho una amiga a este personaje atormentado por la esterilidad cuando revisaba unas pruebas de imprenta. Esto lo entendía él demasiado bien, pero no tanto como para persistir en un trabajo al que le había ya dedicado más de treinta años de su vida y que lo sumía en la nada, en una amarga y absurda impotencia.

Aparte de las similitudes entre la escritura y la sastrería (como decía antes: en la novela no hay que dejar que se vean las costuras del revés), el escritor manqué, paralizado, encuentra una gran paz al dejar la literatura y volverse sastre. Sólo al abandonarse a la aguja y al hilo alcanza a estar solo y ser él mismo y a gozar del silencio. La ocupación manual, como Gandhi con la rueca, le permite llegar a una concentración más continuada y profunda. Ya lo decía un escritor del sureste: “La concentración es lo más parecido a la felicidad. Es como el reportero olvidado de sí mismo en una cobertura. Es como un estado de gracia y al mismo tiempo un espectáculo de armonía y plenitud”.

Así escribo (Hugo Hiriart)

Diciembre/2009
Nexos
Hugo Hiriart

Escribir

Cuando la literatura se hace sólo con previa literatura, entonces vale muy poco o nada.

—Américo Castro

Y sí, el problema es inventar, poner en juego algo nuevo. Porque el tiempo en que vivimos nos somete sigilosamente, sin aviso, a cierta retórica literaria. El modernismo, por ejemplo, fue una de estas retóricas dominantes. Son subproducto, en general de grandes plumas, Darío, Neruda, Borges, Cortázar, pero también pueden derivar de plumas menores, aunque exitosas.

Ahora, el asunto es distinguirse suave, naturalmente, no con extravagancias o locuras que distinguen, pero negativamente, de la retórica dominante. Quien no logra escapar a la retórica distintiva de la época, se abraza a ella y con ella, si no es que antes, perece, quiere decir, desaparece. Escapar consiste en singularizarse, ser claramente particular y único. A más no puede aspirar un artista. Ahora, si la singularidad que se alcanza vale o no vale la pena, tiene o no tiene mérito, ya no depende de nosotros (forma parte de nuestro destino), por lo tanto, debe tenernos sin cuidado.

Lo que sigue es la exposición de cómo trato de hacer inventivo y no mero consabido, predecible, pardo, molusco o excrecencia de la retórica dominante, lo que escribo. Espero que despierte cierta curiosidad y hasta que pueda tener alguna utilidad.

Voy a dar principio con un consejo que doy siempre a mis alumnos para casos de bloqueo de escritor o tortura de la página en blanco: el procedimiento, es un verdadero algoritmo, consiste en (1) escribir como sea, peor que a la pata llana, a lo loco, como salga, lo que se tiene que escribir o lo que sea, incluida la escritura automática de los surrealistas. Luego se lee lo escrito, si se anhela alguna corrección, pero menor, puede hacerse. Inmediatamente después se abandona el escrito como está y se dedica uno a otras cosas, actividades rutinarias o singulares, da igual, el caso es pensar en otra cosa. Este paso es crucial.

(2) No se debe volver al escrito hasta el día siguiente, porque de lo que se trata es de poner a trabajar la parte de la mente que no gobernamos. Esa es la parte más poderosa de nuestra mente, es donde se expande y puede moverse sin obstáculos la imaginación creadora. ¿Cómo se hace el peor arte, el más predecible y aburrido?, sí pensando, calculando. La invención en general, sea en la ciencia, la política, el arte, se hace imaginando. Y nadie puede controlar o manipular su imaginación, por eso hay que darle ocasión y tiempo de actuar, y es lo que estamos haciendo cuando abandonamos el escrito y nos vamos a hacer otras cosas. Porque nosotros abandonamos el escrito, pero la imaginación no, ella sigue trabajando y aún más, a nuestras espaldas, sin nuestra atención. Y en ella y sólo en ella reside la posibilidad de invención.

(3) Cuando al día siguiente se regresa al escrito bosquejado irresponsablemente, nuestro dominio sobre él de seguro ha crecido, probablemente ya sabemos cómo estructurarlo. En caso de que estemos tan confundidos como al principio, es necesario repetir el procedimiento de ataque loco y olvido rápido. Lo importante es no intentar un asalto a ultranza del escrito.

(4) En la literatura la voluntad juega escaso papel, nadie escribe como quiere, escribe como buenamente puede. Por eso mi forma de escribir consiste simplemente en tratar de que la parte que no domino haga por mí el trabajo. Para mí crear consiste mucho en aguardar. Esperar y estar al acecho. ¿De qué? De las propias invenciones.
Quiero añadir, qué lata es hablar sobre uno mismo, que yo por mi parte nunca he experimentado bloqueo alguno; desgana, sí, flojera, muchas veces (a mí lo que más me recrea es hacer nada, leer y estar plenamente ocioso), pero parálisis no.

Unas notas más. Todo escrito es esencialmente oscuro, ambiguo, en lo que toca a su mérito literario. Eso es lo que vuelve tan dubitativo, vanidoso y propenso a la envidia más viciosa a todo escritor. ¿Es bueno lo que escribí?, me preguntaba en mi ya lejana cuanto turbulenta juventud, ahora no, ahora no me preocupo nunca por la calidad de lo que escribo, es más no me importa nada de eso porque estoy convencido de que es imposible saber nada en ese capítulo. El cielo del escritor no puede ser otro que la perduración, que quede vivo algún libro, que sea leído y comentado. El infierno no es otro que la desaparición, el olvido, que nuestros libros se vayan al hoyo negro de la inmensa cantidad de libros que desaparecen a cada momento. Ahora, si nuestros libros van a desaparecer o no, van a perdurar o no, es cosa que no puede determinarse en el tiempo en que se produce el libro. Entonces qué caso tiene preocuparse por eso.

De ahí que nunca piense en si el escrito tiene o no calidad, sólo me preocupe por su autenticidad, que sea de verdad y hasta las cachas mío y de nadie más. Más no puedo hacer.

En estos negocios nunca hay paz universal, cada perro tiene su manera de matar pulgas, ésta es la mía y no “aspiro a los dudosos honores del proselitismo”.

Así escribo (Rosa Beltrán)

Marzo/2010
Nexos
Rosa Beltrán

De esto estoy hecha

¿Por qué sufrimos tanto? A veces me lo pregunto. Y encuentro la respuesta en una obra a la que suelo acudir. Para la Odisea, el fin de las penalidades humanas es convertirse en libro. Es un pensamiento consolador, aunque falso. Sobre todo para quienes no escriben. Que son la mayoría. ¿Cuál es el sentido de sus penas, además de estar condenados a llevarlas a cuestas? Para desahogarlas un poco, yo escribo. Aunque no estoy segura de que sea por esa razón. Simplemente lo hago. Tengo un ritual. Tengo muchos, en realidad. Pensar que la ceremonia que precede al acto de escribir sea un hecho dilatorio es injusto. Que sea un acto maniaco en cambio lo acepto. Estoy llena de manías. Ésa es mi mayor penalidad. Mejor dicho: es mi esencia. Mis manías soy yo. Mi escritura en cambio pertenece al azar. Y a leyes insospechadas: a otros. En la era de las identidades mutables, mis manías se ven obligadas a transmutar. Y a permanecer ocultas, habitando esa vida paralela que no muestro. Gracias a ellas puedo ser una persona convencional. Una mujer de tantas, diríamos. Toda mi excentricidad se la dejo a ese acto propiciatorio que es muchos preámbulos, todos distintos y tendientes a un fin común.
Ahí es donde se realiza lo que soy o lo que querría ser o lo que a veces me veo obligada a ser, aunque no quiera. No es algo que pueda definir de una vez. Porque cambia, como un virus mutante, todo el tiempo. Pongo un ejemplo. Aunque ¿tiene algún sentido ponerlo? La sola muestra no es más que una ilustración momentánea: ya he dicho que la esencia del ritual es ser impredecible y cambiante, aunque sin él no haya posibilidad de poner negro sobre blanco. Algo hay que aclarar, eso sí. El ceremonial determina la obra. Me gustaría que no fuera así pero no hay mucho que se pueda hacer. Por algo una manía es una manía. Sin contar, desde luego, la de echar un vistazo en las manías de otros. Que según he podido constatar, son de tres tipos. Las mías, que dependen del momento en que esté, se sitúan en algún anaquel de esa tríada. En primer lugar está el mundo de los demasiado limpios. Thomas Mann en su estudio se enjuaga las manos en agua de violetas, continuamente. Borges medita en la bañera para decidir si lo que ha soñado le servirá o no para una historia o un poema. En ambos autores se ve reflejado este “higienismo”. Impecable, intachable, son adjetivos que la crítica suele usar cuando los cita. Segundo: los rituales opuestos, de lo bajo y lo sucio. Cioran en un cuarto por días enteros, aislado de la humanidad y del sueño o Clarice Lispector rodeada de gatos en medio de un caos doméstico. Tercero: los actos absurdos como escribir sólo de pie y sólo con lápices del dos afilados por uno mismo; hacerlo sólo después de desayunar filete en salsa Wellington ¡a medianoche! (como observó Ibargüengoitia de alguien más); pretextar un viaje para escribir sólo en un avión, etcétera. A este rubro pertenecen, a mi juicio, quienes escriben “sólo de mañana” o “sólo tres horas diarias” o “sólo después de dar un paseo, por la colonia Escandón, de noche”. De más está decir que me gustaría escribir El Aleph, La montaña mágica, Álbum de familia, Metamorfosis o Madame Bovary. Nótese que dije “me gustaría escribir” y no “me gustaría haber escrito”. Porque albergo la esperanza de hacerlo, por eso me aplico. Sé que estoy a tiempo de escribir la próxima obra de Homero, de Cioran, de Carson McCullers. No ignoro que el hecho de ponerme albornoz, enjuagarme con agua de violetas o escribir junto al gato no me garantiza llevar a cabo mi propósito. Es decir, sé que haber rastreado el ritual no implica que pueda imitarlo siquiera. Las manías son propias, son impredecibles y lo más importante: son secretas. Lo único que sé de ellas es que harán su aparición en cuanto me disponga a poner por escrito alguna idea. Por eso, no tengo más remedio que entregarme con mansedumbre a las que me visiten hoy, como un cordero, y observar al final de lo escrito, con pasmo: esto soy yo, de esto estoy hecha, cuando menos, por este día.

Así escribo (Bruno Estañol)

Abril/2010
Nexos
Bruno Estañol

Acabará el mundo, pero no la escritura

Todos los días escribo o corrijo un texto científico y con frecuencia escribo o corrijo manuscritos científicos en inglés. Acaso la escritura de este tipo de textos ha dado una mayor concisión a mi escritura de ficción ya que en las revistas científicas sólo se puede incluir un determinado número de palabras. Trato de leer todos los días algún escrito literario o científico en inglés porque me da placer hacerlo y porque siempre encuentro palabras que no conozco y siempre tengo la curiosidad de aprender nuevas cosas. También trato de leer alguna novela o artículo en francés. Durante algunos años he tratado de aprender italiano y alemán con poco éxito. La lectura del español siempre me trae alegría y novedades. A veces temo que nunca lo aprenderé del todo. Me gusta la claridad de su dicción y su eufonía parecida al italiano. La escritura científica o técnica no es aburrida aunque algunos lo creen así. Para mí ha sido equivalente a lo que ha sido el periodismo para otros escritores. Soy un lector apasionado de poesía y de cuento. Es extraordinario comprobar cómo, dentro de la camisa de fuerza de la brevedad y de las frases medidas, se pueden crear nuevas ideas y nuevas formas. Me considero esencialmente un escritor de ficción. El ensayo me interesa para explorar ciertos temas que no puedo explorar con la novela o con el cuento. La relación entre la música y la literatura me interesa profundamente. Quisiera que en mi tumba se pusiera el epitafio: amó la música y las palabras.
Walter Pater dijo que todas las artes aspiran a la condición de la música en donde la forma es fondo y el fondo es forma. Acabará el mundo, pero no la música, dijo el irascible y apasionado Schopenhauer. Estoy convencido que el cuento, la poesía, el ensayo y la novela tienen una parte técnica insoslayable, pero también la convicción que no todo en la literatura es técnica. Por las mismas razones descreo que la creación literaria pueda ser enseñada de manera completa, por un maestro, como fue el caso de la pintura en el Renacimiento y como sigue siendo la interpretación musical. En el caso de la literatura de ficción eso que no se puede enseñar es la experiencia vital y la concepción del mundo del narrador. Ése es un espacio cerrado del cual el narrador mismo no está del todo consciente. Todos tenemos un mundo intransferible y secreto del cual podemos extraer las historias que narramos. Así que no puede haber dos escritores iguales aunque fuesen gemelos univitelinos.

Dijo Isaac Bashevis Singer que a él sólo le interesaba escribir aquellas historias que él solamente podía escribir. Entonces para mí son cruciales las formas en que se me revela la historia que sólo yo puedo contar. No es un secreto que la mayoría de las historias están conformadas por las vivencias de la infancia que han sido transformadas, distorsionadas, fermentadas, juntadas con otras historias que hemos oído o que nos han ocurrido en otros tiempos. Las memorias cargadas de emoción son las que utiliza el narrador. Es un gran secreto el cómo se revelan las historias a los narradores. Muchos narradores tienen sus obsesiones que no son otra cosa que su visión del mundo y sobre todo sus dudas y temores. Por eso las historias de alguna manera se imponen al narrador de manera “involuntaria” como quería Proust o como la alimaña que nos acecha desde adentro como querían Franz Kafka y Julio Cortázar. A mí se me han revelado en ocasiones cuando estoy en esa fase crepuscular entre el sueño y la vigilia, en el momento de despertar. También se me han revelado mientras estoy solo sin hacer nada o mientras camino por el bosque.

En algunas ocasiones se me han revelado mientras hojeo un libro o cuando converso con alguien. Chéjov podía extraer una historia, creo, de cualquier experiencia cotidiana. Las historias se revelan también en momentos clave de la vida, como la desaparición de un ser querido, la revelación amorosa, la enfermedad, los fracasos, los éxitos, los desencuentros, los desengaños, los cambios en la concepción del mundo, en las conversiones y anticonversiones, en el reconocimiento de la futilidad o de lo grandioso de la existencia. De cualquier modo la realización de un cuento o de una novela es, en sí, un hecho milagroso. Da la posibilidad de crear un mundo más palpable y más pleno de sentido que el mundo real. Y acaso más habitable. Es un milagro porque la ficción implica muchos elementos, no el menor es la creación de la historia y acaso el menos fácil sea la elección de las palabras y su orden y música secretas. Acaso la literatura de ficción sea en realidad un viaje que nos impone nuestra curiosidad para saber qué podemos descubrir de interesante en este vertiginoso paso por el injusto planeta Tierra. ¿Seremos los narradores los verdaderos descubridores?

Así escribo (Eduardo Antonio Parra)

Julio/2010
Nexos
Eduardo Antonio Parra

Con todo el cuerpo
Espacio e instrumentos
Lo esencial es una superficie amplia para distribuir en ella libros, plumas, plumones y cuaderno: una mesa o, aún mejor, una barra de café. Lo anterior debe incluir un asiento cómodo, de preferencia acojinado. Como escribo a mano, en cuadernos profesionales de cuadro pequeño, nunca he podido trazar letras legibles en otra posición. No me seduce la experiencia de Onetti, de quien se dice que no salió de la cama en años (salvo para aliviar sus necesidades corporales), ni la de los que lo hacen de pie (para sentir correr la sangre por las arterias). Creo que si estoy cómodo mi imaginación se activa, puedo viajar lejísimos o sumergirme en lo más hondo de mí. En fin, sentado. Y debe haber al alcance una cafetera, o una mesera para mantener la taza siempre llena y caliente. También, y esto es lo más importante, cenicero, encendedor y una o varias cajetillas de cigarros, y si son de diferentes marcas, mejor.

Mirador

Escribo en sitios llenos de gente. Ver rostros anónimos representa un descanso cuando levanto la vista. Es por eso que prefiero los extremos de la barra, desde ahí se domina la mayoría de las mesas. Si en esos recesos mis ojos topan con un rostro femenino, la cosa marcha; si ese rostro posee algo de belleza, ya es reconfortante, y no sería difícil que su descripción entrara en el texto. Si no hay suerte al respecto, tampoco importa: casi siempre estoy tan inmerso en la escritura que ni cuenta me doy. El ruido tampoco interfiere: prefiero el rumor difuso de decenas de conversaciones, a los murmullos aislados que se escuchan, por ejemplo, en cualquier biblioteca pública. El rumor constante me aísla del verdadero ruido, dejándome entrar en una dimensión distinta.

Trance
¿Cómo llego a ese grado de inmersión? Los libros, ya lo dije, son esenciales: cuando intentaba mis primeros relatos, descubrí que para escribir necesitaba entrar en una suerte de estado hipnótico. Pero no fue sencillo de alcanzar. Miraba la página en blanco largos ratos sin conseguir nada (salvo una sensación de impotencia) y cuando, ya desesperado, forzaba la escritura, salían de la pluma frases vanas, huecas, sin sentido ni densidad. Ocurrió una y otra vez. Un día abandoné el intento de escritura y abrí un libro que traía. No recuerdo si era prosa o poesía; no importa. Leí. De pronto, alguna frase prendió una chispa en mí y, sin estar consciente, cerré el libro, abrí el cuaderno y tomé la pluma: las palabras caían sobre el papel con naturalidad, firmeza, sentido y cuerpo (o al menos así me pareció). La lectura me había llevado al trance. Nunca volví a intentar escribir sin antes leer por lo menos una o dos horas. Incluso hoy. Por eso los libros (narrativa, ensayo o poesía) son parte de mis instrumentos esenciales.

Sangre
Me gusta ver correr la tinta sobre la cuadrícula, llenar poco a poco los renglones apretados. Alguien dijo (no recuerdo quién; seguro era de los antiguos) que, al salir de la pluma, la tinta es como la sangre de quien moldea las palabras: se escribe como quien se desangra. Cursi o no, la imagen me atrae. Tenga uno letra ilegible o clara, escribir a mano genera la sensación de estar practicando dos artes a la vez: literatura y caligrafía. Así, con lo que brota del interior la página se colma, la mancha oscura crece sobre el fondo blanco hasta llegar a la última línea. Pero, como todo lo que proviene de adentro es imperfecto, al llegar al fin de la página algo me impulsa a arrancarla del cuaderno (la primera vez fue un acto automático; ahora es asumido) para volver a escribirla de inmediato; o, lo que es lo mismo, para “copiarla” en limpio. Sólo que al hacerlo el texto siempre crece o se encoge (¿por eso dirán que el lenguaje es “algo vivo”?). Sí, se trata de una costumbre que demora la escritura, pero ¿acaso la dilatación indefinida no es la mejor parte del placer?

Cuerpo
Reescribo cada página hasta el fin de la jornada. El tiempo pasa rápido. Cuando vuelvo al texto —no siempre al día siguiente—, todo se repite. Tras la lectura, ya “hipnotizado”, arranco la última hoja y la reescribo de nuevo para instalarme en el tono, en la atmósfera, y así hasta el final, cepillando primero, puliendo después. Lo que aguante el texto. Hasta que no haya ruido en él y las frases fluyan. Es un buen ejercicio. De eso se trata. Y siempre, al final, cuando ya no hay frases que agregar ni palabras que suprimir, sentado, sin moverme, incluso sumergido en el clima artificial de la cafetería, me descubro con el ritmo cardiaco acelerado, sudando, con el rostro enrojecido. Ya lo dijo alguien: se escribe con todo el cuerpo.

lunes, 5 de julio de 2010

El futuro de los libros electrónicos

26/JUnio/2010
El Universal
Pablo Raphael

Las tablas para leer fueron inventadas por los griegos y muy usadas por los romanos. La tabula cerata era una tablilla de madera que se recubría con cera de abeja. En ellas se podía escribir, borrar y corregir; su portabilidad permitía tomar apuntes, hacer cuentas y enviar correspondencia. El e-book cumplirá esa función de forma más eficaz que las computadoras portátiles o los teléfonos 5G. El problema para el negocio está en definir cuál será la plataforma digital y el soporte que se convierta en dominante, como lo hizo el MP3 con la música y el iPod con los reproductores.

Por lo pronto, prevalecen dos. Primero llegó el Kindle de Amazon cuya tinta electrónica lo convierte en el favorito de quien desea sólo leer y cuyas ventas empiezan a desbancar al libro impreso. En diciembre pasado, Kindle vendió más libros de Dan Brown en su versión electrónica que en la impresa; hace una semana el editor de Random House Mondadori, Claudio López, contaba que en su reciente visita a Nueva York comprobó que el tercer volumen de Larsson vendía 2 mil 500 ejemplares físicos al día frente a los 6 mil que se venden para e-book. Por lo que toca al iPad, basta ver que a tan sólo 70 días de su salida al público, éste representa ya el 22% del mercado de compra de e-books para las cinco grandes editoriales en EU. Como dijera mi hermano: iPad para multimedia, Kindle para leer.

Para el caso de las ediciones en español el proceso está siendo muy lento, pero no por ello deja de ser buen negocio. Según el estudio realizado por Ediciona, el 48% de los profesionales del sector del libro considera que para el 2020 la principal vía de ingresos de las editoriales seguirá siendo los libros en papel. Por lo pronto, el libro digital en España representa el 1.66%, es decir, unos nada desdeñables 31 millones de euros anuales para el mercado interno.

Además de los lectores dominantes iPad, Kindle y Sony Reader, que se pueden adquirir por correo, en España se comercializan una serie de lectores locales como el Inves-Book 600 de El Corte Inglés, Leqtor (producido por la industria catalana) el Papyre 6.S Alex que (como promoción) incluye mil libros o el Cybook producido por Dos.doce.com e impulsado por la legendaria agente literaria Carmen Balcells.

Por lo que toca a la edición digital, se ha creado Libranda, una suerte de bodega de libros digitales creada por Planeta, Random House Mondadori, Santillana, Roca Editorial, Grup 62, SM y Wolters Kluver, a la que se sumarán clientes como Anagrama, Salamandra o Acantilado y que, a finales de año, habrán colocado en el mercado alrededor de cinco mil títulos.

En México, no hay aún algún tipo de lector producido en el país, la nueva ley de fomento a la lectura no contempla el libro digital; son pocos los estudios que se han hecho al respecto, existe un claro vacío legal en torno a temas como los impuestos y descargas, el sector no toma en cuenta modelos innovadores de derecho autoral como el copy left y la edición digital dependerá de los grupos dominantes que en los últimos veinticinco años han adquirido la mayoría de los sellos nacionales. Aunque también es cierto que parte de la agenda local la están marcando Gandhi, que va muy avanzado en su librería digital, Publidisa, cuya doble estrategia para digitalizar y vender libros impresos por pedido individual se está convirtiendo en una gran opción para las editoriales independientes. También es de resaltar el nacimiento de tres editoriales digitales que apuestan por desarrollar productos propios: Amphibia editores, Revés editores y Eventage.

Las grandes compañías quieren subirse al nuevo proceso, pero sin perder el antiguo. Es por eso que han decidido ceder a las presiones de los libreros. Las editoriales sólo digitales se convertirán en lanchas rápidas que romperán el modelo tradicional escritor-editor-distribuidor-librero, para reducir el circuito a escritor-editor que colocará su producto en portales propios o en las bases digitales ya probadas. Al eliminar intermediarios, los autores ganarán más ¿Y las ventas? La respuesta está en las campañas virales y en el impacto que pueda provocarse en lectores focalizados en las redes sociales.

¿Y el futuro? El e-book cambiará el modo de leer los periódicos y la academia encontrará en ellos una herramienta imprescindible, se acabará el mundo de la fotocopia, para el bien de la ecología. Pero además, pronto veremos libros mixtos, la reinvención de la poesía visual, el nacimiento de novelas animadas, la renovación del libro infantil y el llamado book-tv ¿Y el futuro del libro? Uno solo: su corazón. Los libros son las palabras; lo demás, el marco.

Eso no es vida

5/Julio/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Las personas más interesantes se esconden. ¿Será una regla? Interesantes, ¿para quién? Respondo: en todos los casos y para todos los quienes. Los palurdos, anodinos e insípidos, por el contrario, acostumbran no esconderse. Dan la cara en cuanto se abre una ventana. ¿Será otra regla? No, es una ley tan necia como la ley de la gravedad. Los seres más atractivos se entierran como topos, hay que husmear y sacarlos de su madriguera. Esto en caso de que sepamos dónde están, lo cual no es tan sencillo. Una mesera que va menuda entre las mesas de un restaurante en la plaza Lubeiskiej, en Varsovia. Ella es la única mujer con quien sería dichoso un joven escritor que vive en la calle 26-A, cerca de la librería Luvina, en Bogotá. ¿Pero quién va a presentarlos? Nadie, no existe alguien capaz de presentarlos porque ni siquiera tienen un amigo en común. Esto es una desgracia por donde se le mire.

Es un estigma: estar ausente cuando más se requiere de la pre sencia. ¿De cuántos artistas, libros, obra se pierde uno cada semana que transcurre? Respondo: se pierde uno absolutamente de todos. Personas que van entre las mesas, o no están en los medios masivos o se esconden por instinto. Se llama calamidad. Buscar en Varsovia a las mujeres que convienen ¿es imprudente? ¿O en un barrio de la Macarena a los escritores ocultos? No, de ningún modo, en cambio se les busca en el barrio o dentro de la misma casa. En último término la pereza es un arte que cuesta doblones de oro. ¿Se sabe si existen aún los doblones de oro? Yo he vuelto a leer a Witold Gombrowicz después de que han caído al suelo dos décadas más (lo leí por primera vez el seis de julio del ochenta y nueve). Son dos conferencias dictadas por ese escritor proveniente de la garganta de un perro y publicadas por Tumbona Ediciones dentro de una colección de nombre Versus. En esta colección han aparecido también los breves libros de Rafael Lemus: Contra la vida activa; de Heriberto Yépez: Contra la tele-visión; además de un argumento contra la homofobia, escrito hace dos siglos por Jeremy Bentham. Y más.

“El estilo no es otra cosa sino una actitud espiritual frente al mundo”, ha dicho Gombrowicz. ¿Quién ha puesto en cara una definición tan sencilla? Varios habrían tardado cuarenta y siete páginas plenas de metáforas para bosquejar una definición que dejara un poco más claro que el estilo, como la economía, no es cálculo y teoremas, sino sentido del humor. Sentido del humor quiere decir pasión que toma dirección, pasión orientada hacia el este. Y en la misma conferencia —la cual, por cierto, versa contra los poetas—, Gombrowicz ha dicho algo que pasmaría a más de tres: “A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces”. Yo comprendo esto de dos maneras.

La primera es que el joven escritor quien vive en la calle 26-A en el barrio de la Macarena, Bogotá, debería ahorrar dinero, tomar un avión e ir a buscar a su hermosa polaca a Varsovia. Ella sabrá esperar. La segunda interpretación de lo que ha expresado el autor de Pornografía, es la siguiente: el artista tendría que expulsarse del barrio de sí mismo para saber si fuera del vientre, de la esfera íntima, encuentra a una mesera menuda que cambie la orientación de su vida. Es una prueba. Y sí uno no sale a la calle en busca de esos artistas, editores, escritores, librerías que se esconden —o que son sepultados por la agobiante vocinglería de los medios— habrá dado el paso hacia la anulación del ser testarudo e intensamente mediocre que se anida en el alma. ¿Se puede vivir sin leer a Cervantes? Sí, pero eso no es vida. Y si además de lidiar con Cervantes se va en busca de la bella joven eslava que se esconde sirviendo mesas, entonces casi todo habrá valido la pena.

sábado, 3 de julio de 2010

Los años que salimos del clóset: 2003-2010

3/Julio/2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Roberto Bolaño murió en 2003 y 2666 apareció en 2004. Bolaño hizo redux: en el futuro el infrarrealismo desplazará a La Onda como la principal contraliteratura post-1968, y es de este mex-chileno o chilecano, además, la última novela “mexicana”: Los detectives salvajes.

Los mismos que al principio se burlaban del blog lo integraron a webs de revistas y periódicos; en 2005 los escritores mexicanos regularmente blogueaban.

Será difícil que en las historias oficiales se reconozca que el blog rompió en dos la historia de la nueva literatura mexicana. (Un académico gringo nos los explicará en el 2025). Desde entonces, los nuevos escritores mexicanos se conocen primero en monitores. No es azar que Nortec —el colectivo de música electrónica fusionada con música popular norteña— tocó en Bellas Artes en 2006.

En estos años bolaños, en general, la cooltura se desmexicanizó y se volvió electrónica; sin tener que pasar ya por una etapa pre-global, como aún ocurrió con la generación anterior.

Fue precisamente en el 2006, cuando la remezcla se reflejó en el cine con el boom de los “three amigos” —Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu—, quienes probaron que la nueva época de oro del cine mexicano estaría compuesta por películas en inglés. Welcome al Cine Ex Mex (Made in Babel).

En el 2007, Chichen Itzá dejaba de ser maya para volverse una de las Nuevas 7 Maravillas del Mundo y en el 2008, los emos desconcertaban a la mitad de los mexicanos mientras la otra mitad eran los emos desconcertados de ser mexicanos. La identidad mexicana durante esta época —como los personajes de uno de los principales escritores de la década: el peruano-mexicano Mario Bellatin— fue mutante, híbrida, post-nacional.

También el arte entraba en una revisión neológica, como en “Manchuria. Visión Periférica” (2008), la retrospectiva de Felipe Ehrenberg, que desde el nombre ex céntrico ejemplificó que Gómez Peña ya fue segunda generación de artistas globales mexicanos.

El bicentenario, en definitiva, fue la despedida.

Murió Monsiváis y su féretro con la bandera gay —lo marginal en el centro— será tan célebre como la bandera comunista en el ataúd de Frida Kahlo, pionera del etno pop.

Sólo que al ataúd también le yuxtapusieron la bandera de la UNAM y la mexicana. Pero, ¿de verdad en Monsi fueron más importantes los estudios universitarios que Universal Studios?

¿No hubiese sido más representativo —sin afán de ofender— una bandera con el logo de Televisa?

¿Y qué onda con el lábaro patrio? Disculpen, pero si se trababa de resumir su identidad, faltó la bandera clave en el ataúd de Monsiváis: la bandera estadounidense.

Por más que quieran expropiar al primer escritor norteamericano nacido en México, Monsi era gringo de clóset.

2003-2010, años apocalipstick de la cultura desnacional.