sábado, 20 de febrero de 2010

Un padrino sin mafia

20/2/2010
Suplemento Laberinto
Carlos Marin

En el despacho de la embajada en la colonia Bellavista en esta capital dominicana, Fernando Benítez consume un Marlboro tras otro, bebe café, interrumpe a cada rato la entrevista para ofrecer con vehemencia y generosidad hospedaje, café, piscina, comida, transporte, amistad y todo lo que tiene; acepta sin reservas hablar del “grupo de Benítez”, que desde México en la Cultura y La Cultura en México, en Novedades y Siempre!, determinó en gran medida el derrotero de la vida cultural:

—Mi primer colaborador fue Alfonso Reyes. Me dirigí al autor de Las mesas de plomo y le hice ver que sus libros circulaban muy poco (con frecuencia pagados por él mismo), y le ofrecí un público de 100 mil lectores. Aceptó, y hasta su muerte fue nuestro más constante colaborador.

“Trabajaron conmigo en forma excepcional los más eminentes refugiados españoles, como Adolfo Salazar, Moreno Villa o Luis Cernuda, para hablar de los fundamentales. Le di entrada a los muy jóvenes, que tenían entonces 18 años, como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Juan García Ponce. Después llegaron Gabriel Zaid, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea y los mejores escritores de esa lejana época”.

¿Y qué les vio a los más jóvenes?

Vi un gran talento en ellos: Elena ha sido la mejor entrevistadora de México. Con preguntas al parecer muy ingenuas logra respuestas decisivas. Todo lo que ha escrito de importancia, como La noche de Tlatelolco, se trata de entrevistas que a veces duraron muchos meses, con sus personajes como Jesusa, que la convirtió en una novela (Hasta no verte Jesús mío) donde la que habla es su personaje. En La noche... quienes hablan son los sobrevivientes de la matanza. Con esas entrevistas hace libros extraordinarios que son testimonio ineludible de los grandes acontecimientos ocurridos en el país en la historia reciente.

¿Y cuál era el chiste de Monsiváis?

Su ironía increíble, su sentido crítico. Es un clásico del periodismo nacional. Hay que ver sus crónicas de los años sesenta, sus Días de guardar. Desgraciadamente habla en un lenguaje cifrado. Sus lectores, además de mexicanos, deben ser algo así como iniciados y por eso no ha logrado ser traducido.

Y José Emilio Pacheco, que fue su jefe de redacción, ¿siempre escribió muy bien o lo sorprendía usted con faltas elementales de ortografía?

No. Por supuesto que no. Era un devorador de libros. En su casa ya no hay espacios libres, ya no hay comedor, ya no hay nada; los libros cuelgan del techo y de todas partes, y solamente él sabe en dónde está la obra que necesita. (…) Realiza un enorme trabajo. José Emilio Pacheco es ya una especie de Alfonso Reyes, con otra ventaja: no solamente es un gran poeta sino un gran traductor de poesía. Ha traducido al español los cuartetos de Eliot, conservando la rima y el ritmo del verso inglés, lo cual es una hazaña extraordinaria que le llevó varios años. Aparte de eso, es un ensayista notable, novelista e historiador. Hay que ver lo que exhumó sobre el crimen de Huitzilac y el obregonismo. Y qué prosa tan extraordinaria tiene. Escribe tan bien, tan magníficamente bien, tanto en prosa como en verso. Es muy tímido, detesta las comidas, detesta las reuniones. Y su mujer, Cristina, también me parece un caso extraordinario. Es la voz de los pobres, tanto en prensa como en televisión… Con un equipo así yo trabajé seguro de contar con lo mejor, porque tengo buen ojo para saber quién tiene talento y quién no lo tiene.

En sus suplementos muchos escritores fueron desdeñados...

Para mantener cierta calidad en el suplemento rechazamos a los mediocres o a los francamente detestables. Había una gran cantidad de gente desechada por nosotros.

¿Como quiénes?

Ahora no recuerdo.

Luis Spota, por ejemplo...

Luis Spota... Porque era muy contradictorio en sus libros. Tenían un gran éxito editorial, pero no un éxito literario superior. Era populachero y estaba en otros suplementos. Lo que le perjudicó mucho es que tuviera varios puestos y ocupaciones y no estaba con unos ni con otros. Siempre defendió y estuvo de parte del gobierno. Hay que leer La plaza para verlo.

¿Y Jaime Sabines?

Era un caso especial. Era un lobo solitario. Nosotros nos ocupamos de sus libros pero nunca logramos establecer contacto con él porque se encontraba en Chiapas y nunca perteneció a ningún grupo literario. Yo creo que lo invitamos varias veces a colaborar y él no contestó. El vivía apartado en una tienda de ropa.

¿Acepta que a la par de propiciar el periodismo cultural usted y su grupo, su mafia o no mafia, determinó quiénes eran o no los intelectuales de México más capaces en el campo de la cultura y las ideas?

Si tengo una virtud, es la de saber apreciar el talento. Yo no descubrí a nadie. Me concreté a apoyar al talento. Para saber si una novela es buena o mala, me basta leer las primeras cinco líneas. La entrada es siempre lo más difícil. Cómo comenzar un libro (sobre el muerto las coronas). Si la entrada es mala, no puede componerse el libro. La entrada te da toda la pauta del libro, sobre todo en la novela. Fui jurado en Casa de Las Américas con Claude Lévi-Strauss, Ítalo Calvino y Roger Caillois. Tenía un altero así de novelas para leer y que por supuesto no leí. Strauss dijo cuál le parecía que debía ganar, Calvino lo apoyó, yo dije: “Qué buena coincidencia la mía”, y Caillois aprobó nuestra decisión. Ni yo ni nadie había leído completas esas novelas porque, como digo, bastaban las primeras cinco líneas para saber si eran buenas o no.

Hable de Carlos Fuentes.

Con Carlos Fuentes mantengo una amistad extraordinaria, de unos 20 años. En él encuentro muchas virtudes: él, como García Márquez, le tenía un gran miedo a los aviones. Prefería viajar en trenes o barcos. Después que me corrieron de Novedades (tuvieron que pagarme un alto precio), hicimos un viaje de ocho meses alrededor del mundo, en un trasatlántico inglés que abordamos en Acapulco. Así de amigos. En Europa tomamos como nuestra sede Holanda, donde su padre era embajador. En el barco, Carlos, inmediatamente, se hizo amigo de una de las dueñas de esa empresa y ella nos recibía echada en un diván, vestida un día de rosa, otro día de azul, en tules transparentes y comiendo chocolates. Carlos se reía mucho de mi inglés porque yo decía: “Oh lady!, no it more chocolates or you can deterioreted your siluet”. La lady se reía mucho y Carlos se burlaba de mi inglés. Yo no sé si esa mujer nos quería seducir o tuvo alguna aventura con Carlos. Las mujeres han desempeñado un papel definitivo en nuestras vidas. Muchas mujeres. Yo me casé tardíamente, a los 55 años, con Georgina, que tenía 25. Antes tuve muchas amantes y Carlos tuvo a todas las que quiso. Muy guapo, extraordinariamente simpático y de un genio formidable. Daba unas fiestas en su casa, cuando todavía estaba casado con Rita Macedo, verdaderamente colosales. Escurría el semen de las escaleras, todos se cogían.

¿Y García Márquez?

Fuentes y yo conocíamos El coronel no tiene quién le escriba, que es una novela de perfección extraordinaria, comparable a un cuento de Pushkin, antes de que Gabriel hubiera escrito Cien años de soledad. Éramos los únicos que sabíamos que García Márquez era un genio literario.

Efraín Huerta fue también un escritor ninguneado en esos suplementos.

Fuimos muy amigos desde los años cuarenta y fue muchas veces nuestro colaborador. Luego de esa década él se separó un poco de nuestro grupo. Sin embargo, publicamos nosotros sus poemínimos, que son algunos de sus últimos textos.

Acerca de la mafia de Benítez, Luis Guillermo Piazza (1921-2007) publicó un libro: Cría Cuevas y te sacarán los ojos...

Piazza no es nadie y Cuevas está considerado como uno de los más grandes dibujantes del mundo. Además, es un amigo entrañable. Pero dese usted cuenta: las capillas se han constituido entre personas que tienen el mismo criterio o la misma calidad y nunca han sido únicas. Siempre han sido varias y esto me parece muy saludable. Nunca he pertenecido a ningún partido político ni adoptado una determinada corriente. Mi ocupación fundamental ha consistido en difundir la cultura a través de la prensa, sin importarme cuáles son las ideas políticas de mis colaboradores. Para mí, es un orgullo que hoy todos los periódicos se ocupen de la cultura antes desdeñada.


jueves, 18 de febrero de 2010

Revela los 'arrebatos' de la historia

18/2/2010
Periódico Noroeste
Nelly Sánchez

Para el historiador Francisco Martín Moreno a los mexicanos les han contado la Historia de manera incompleta. Se las han presentado, dice, casi desde un aspecto "religioso": los protagonistas de la historia son hombres perfectos, puros, héroes, sin defectos ni pasiones y eso lejos de acercarlos, los aleja.
"La Historia es tan aburrida porque te presentan a los personajes en su faceta perfecta, esta persona qué tiene que ver conmigo, nada, yo sí tengo tentaciones, yo sí quiero amar a alguien, adorar, querer, ser madre o padre, pero estos señores no, esa es una visión torcida de la Historia", dice.
En Arrebatos carnales (Planeta, 2009) se mete en las sábanas de los protagonistas de la historia y revela las pasiones que los consumieron, para hacerlos más humanos, más cercanos a los mexicanos.
"Nos enseñaron una historia en la que cuentan con lujo de detalle la vida política, académica, social, militar y clerical, pero haz de cuenta que fueran seres asexuados, que nunca tuvieran tentaciones carnales, arrebatos ni impulsos y esto es falso".
En 447 páginas, relata los desencuentros, las grandes pasiones, debilidades y sorpresivos encuentros con grandes amores de Maximiliano y Carlota, Porfirio Díaz, José María Morelos, Francisco Villa, José Vasconcelos y Sor Juana Inés de la Cruz.
"Hombres y mujeres tan apasionados como eran, es imposible que no hayan tenido impulsos, ni arrebatos carnales, hay un vacío en este tema y lo quería llenar, presentar la biografía completa de los personajes dentro de un contexto erótico, carnal, sentimental, amoroso y romántico, en su contexto real como hombres y mujeres de carne y hueso".
El libro, será el primero de tres, cuyas portadas serán sábanas de satín verde, blanco y rojo, que no tendrán ninguna connotación más que el de representar los colores de la bandera y la cara oculta de la vida erótica de los personajes de la historia de México.

-- ¿Qué tan difícil fue encontrar este tipo de información?
Yo te podría decir que fue un trabajo tremendo, que estuve en las bibliotecas, hemerotecas, los archivos, pero la información me la encontré de inmediato y lo que no entiendo es por qué quienes la encontraron antes no la gritaron.Yo encontré que José María Morelos y Pavón está perdido de amor por Francisca Ortiz y que la gana en un pleito a machetazos, en una plaza pública, cerca de un mercado, donde se bate a duelo con Matías Carranco que se la había robado, y no fui el primero. Por qué no nos dijeron que cuando Porfirio Díaz se casa con Carmelita Romero, tiene 52 años y ella apenas va a cumplir 17. Imagina lo que fue para mí cuando Porfirio Díaz cierra la puerta de la habitación. Y bueno, lo que pasó en esa habitación sólo lo sabemos Porfirio, Carmelita, y yo, ellos no lo contaron, yo sí.
-- ¿La idea de estas revelaciones es acercar a los lectores a la historia?
Que se acerquen más a la historia y sobre todo se sientan más identificados con ella. Así como la plantean es aburrida, son seres perfectos, qué chiste, el chiste es mostrar sus imperfecciones y a partir de eso explicar su vida, los pones en un nicho y ni para qué los imito. Seres arrebatados como Hidalgo, Villa y Obregón es importante plantear su vida íntima y si son tan apasionados en las batallas, al redactar la Constitución del 17, o la de Apatzingán, ni modo que no lo sean en las sábanas. Yo fui a buscar estas caras ocultas en las sábanas y ahí encontré verdaderas maravillas.

ROMPE MITOS
Con 14 páginas de bibliografía, que sustentan lo que dice, Martín Moreno da voz a los personajes de la Historia, toma a un narrador y va contando aquellas pasiones, recrea su contexto histórico, hace visibles sus pensamientos, sus confesiones, sus momentos más íntimos.
En el caso de Porfirio Díaz, lo presenta en una especie de juicio final, en el que Dios le cuestiona su papel en la Historia, le reprochan su traición a la patria, el arrebato de la presidencia, y éste, para evadirse, recuerda sus amores. Y más sorpresivo es el final.
Según el historiador, la vida de Maximiliano y Carlota no fue como ellos mismos la quisieron hacer creer y detalla una serie de infidelidades del emperador Maximiliano y una de Carlota, de quien dice que jamás estuvo loca y que pasó sus últimos días encerrada, para no tener que vivir el deshonor de tener un hijo no reconocido por su marido.
"Hubo un pacto firmado por ambos en el que ocultarían ante terceros la desastrosa realidad de su relación, con todo género de cartas y textos, unos más hipócritas que otros, a través de los cuales exhibirían al mundo la envidiable fortaleza de su matrimonio".

-- ¿Los desmitifica?
Los estoy desmitificando, pero a mí me tiene sin cuidado, mi trabajo es desmitificar la Historia, acercarla lo más posible a la gente a la verdad, la máxima verdad que se pueda, y yo tengo la lengua muy larga porque tengo la cola muy corta, hay historiadores que tienen la lengua muy corta porque tienen la cola muy larga. Yo no cobro en la Mitra, ni Catedral, ni en la Basílica, ni gobierno, ni Cámara de Diputados, ni Universidades ni academias, por eso me permito criticar a quien sea porque soy libre, nadie me puede callar ni señalar porque nunca nadie me ha sobornado, ni respondo a las consignas de nadie, más que a las de mi estómago, mi corazón y de mi cabeza.
"Los presentan subidos en un nicho, como si fueran seres intocables, figuras inmaculadas, impolutas, intocables, inaccesibles y es cierto, cuando te metes en la historia te das cuenta cómo obviamente tuvieron una vida amorosa, y los mochos de la historia, mojigatos e hipócritas, no la presentan".

-- ¿Por qué?
Por mojigatos, quieren presentar a Morelos, Hidalgo y la corregidora como si no hubieran tenido sentimientos ni apetitos carnales ni inclinaciones ni tentaciones eróticas, cuando por la propia definición de seres humanos los tenemos. ¿Por qué desconocerlos?, entonces estamos presentando personajes inexistentes, por eso no me costó trabajo investigarlo, dar con la información.

-- ¿Qué retos se plantea cada vez que va a escribir sobre algún personaje de la historia, que va a hacerlos hablar, llevar a los lectores a su época?
Yo ya me convertí en un provocador profesional, lo que yo quiero es encontrar toda la información que se ha ocultado para publicarla, a mí lo que me interesa es explicar la historia y al mismo tiempo desnudar historiadores mercenarios que responden a intereses clericales, políticos, militares, que tiene consignas con lo cual están cometiendo un delito social al confundir a la nación. Mi objetivo con mis libros es acercarme a la verdad y si puedo escandalizar a los lectores con la verdad más contento me quedo.

-- ¿Hemos vivido engañados?
Totalmente engañados y lo grave es que quien no conoce su Historia está condenado a repetirla y si no la conocemos cómo vamos a evitar la repetición, vamos a tropezar mil veces con la misma piedra, eso se llama torpeza por lo pronto y no es posible que nos sigamos tropezando los mexicanos con la misma piedra, qué caro pagamos la ignorancia, porque alguien quitó todos los letreros y vamos por caminos que deberíamos saber que conducen al precipicio. Hay que poner letreros par que la gente conozcan los caminos que están tomando.

-- ¿Qué otros personajes siguen?
Eso sí no te lo puedo decir (ríe). Bueno te voy a decir uno nada más, la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez, su historia es estremecedora, nadie se la imagina, pero a ella siempre nos la pintaron como la mujer devota, abnegada, líder de la Independencia que rescató al país y no tuvo sentimientos ni pasiones. Por favor, no seamos mojigatos, lo que me preocupa es por qué ocultarlo, por qué ver la historia con un criterio religioso, fanático, como si fuera el pecado original, yo no creo en el pecado original y nada de eso, en lo que creo es en el amor y la pasión.

EL BICENTENARIO
Para Francisco Martín el centenario de la Revolución o Bicentenario de la Independencia no es un acontecimiento que se deba festejar. "Yo creo que seremos muy torpes decir que vamos a celebrar o festejar, no hay nada que festejar, todo esto es una gran oportunidad para repensar nuestra Historia y volver a escribirla y exhibir a los traidores y enemigos de México, esa sería la tarea y buscar explicaciones, es un momento fundamental para buscar explicaciones".

lunes, 15 de febrero de 2010

Lealtad

15-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Tengo la impresión de que cualquier persona es capaz de imaginar lo que existe detrás de palabras como justicia, lealtad, amistad, humildad y demás términos que son vitales para la convivencia diaria. Iris Murdoch llegó incluso al extremo de afirmar que la moralidad es cuestión de pensar claramente (no me refiero a la precisión o a la exactitud, sino a la claridad como valor intelectual). Se trata de observar, aprender y construir un “yo”, más que de especular o disertar acerca de los orígenes de los conceptos, las etimologías o la historia que se encuentra detrás de cada una de estas palabras. La construcción de ese “yo” tiene sentido porque es una manera de oponerse a la manipulación o al engaño del que somos víctimas (el “yo” como un punto real desde donde mirar y juzgar el mundo). En vista de que las instituciones políticas han perdido nuestra confianza y de que es notorio que casi todos los habitantes de este país albergan rencor o sospechas acerca de la probidad de los políticos, nada parece más conveniente que deshacerse de ellos y comenzar desde el principio a construir de manera humilde y personal nuestras ideas sobre justicia y la convivencia amistosa.

Un ejemplo: en vez de buscar definiciones racionales o categóricas para explicar qué es la justicia, el filósofo Richard Rorty pone más atención en el sentimiento de lealtad que es común a casi todos los seres humanos. En algún momento de la vida uno ha sido leal a los parientes cercanos o a los amigos más queridos. ¿Por qué no ampliar esa lealtad con los extraños y hacer de la justicia una más de las distintas posibilidades de la lealtad. Escribe Rorty: “Cuanto más difícil se vuelve la situación, más se estrechan los lazos de lealtad con las personas que nos son cercanas y más se debilitan con todos los demás”. Es sencillo comprobar la verdad de estas palabras sopesando lo que se vive en México. En cuanto más nos percatamos de la miseria moral de la clase política, la ausencia de instituciones que procuren el bien y la injusticia predominante en casi todos los órdenes de la vida pública, es cuando más estrechamos los lazos de lealtad con quienes queremos. Se busca en casa lo que no existe fuera de ella. En ausencia de los hermanos civiles los amigos toman una importancia inédita.

Además de la lealtad ampliada a los extraños (sea porque son vecinos o viven en la misma ciudad o hablan una lengua común), vamos a poner otra palabra en la mesa que todos aceptan como buena pero que nadie practica: la humildad. Ahora Murdoch añade que sólo el ser humilde, al verse a sí mismo como “nada”, tiene la capacidad de comprender las cosas con mayor claridad. En cuanto uno tiende a cero lo que está a su alrededor se hace más evidente y adquiere presencia y peso. En la humildad uno desaparece para que el otro exista. Esta tendencia a la humildad como norma de la moralidad es contraria a Nietzsche que siempre detestó a las ovejas del rebaño que perdían su individualidad y la posibilidad de sobresalir en el horizonte. En sus libros me encuentro todas las veces esa queja contra el hombre reducido, carente de ambiciones y condenado a no vivir nunca. Del siguiente modo se refería a los europeos de su tiempo “especie empequeñecida, casi ridícula, un animal de rebaño, un ser dócil, enfermizo y mediocre... el europeo de hoy”. Contra estas acusaciones dirigidas al hombre corriente, Murdoch dice que la humildad es extraña en la actualidad, una rara virtud, algo asombroso ya que en todas las personas es común la avaricia y la ansiedad por el poder. En consecuencia el humilde sería en estos tiempo no la oveja, sino la excepción.

En mi caso he preferido concentrarme en la amistad, es decir en la lealtad limitada, pese a saber que ningún amigo lo será por siempre (las pasiones humanas cruzan las fronteras a su antojo). Lo contrario, practicar la lealtad ampliada es casi imposible porque la desconfianza en la sociedad mexicana es endémica y su clase política mantendrá las cosas como están (es decir como les conviene). En cuanto a la humildad como una rara virtud civil estoy totalmente de acuerdo. Es extraña y al mismo tiempo necesaria. Se me perdonará tamaña ingenuidad pero creo que existen las personas humildes (o si se quiere las buenas personas) y no necesito de conceptos racionales ni de sermones morales para reconocerlas. Ellas sí que merecen ser objeto de lealtad.


domingo, 14 de febrero de 2010

Esther Seligson

14/2/2010
La Jornada
Elena Poniatowska

Tienes que poder. No puedo. Claro que puedes –la voz se hace aún más tajante. Esther, el 7 de julio es el cumpleaños de mi hijo. Al oír la palabra hijo, Esther cambia radicalmente. (A ella se le murió su hijo Adrián, que voló de este mundo.) Ah, entonces voy a buscar otra fecha. El miércoles 6 de julio en la Sala Octavio Paz del Fondo de Cultura Económica. Quería que Vicente Leñero, Margo Glantz y yo presentáramos su libro A campo traviesa, que se publicó en 2005.

El pasado lunes 8 de febrero, su infarto nos agarró de sorpresa y apenas unos cuantos se enteraron.

Esther Seligson fue definitiva, difícil, rotunda. De ella conservo una imagen inolvidable. Hace años, en un viaje a Israel, en 1982, la vi venir hacia nosotros por el desierto que rodea Massada, envuelta en el halo dorado de la luz que esparce la arena. Una larga falda del color del desierto (Esther no usaba más que faldas largas) la hacía aún más sorprendente. Con su pelo largo ensortijado, sus facciones de asceta, sus largas piernas de caminante, parecía un derviche, una domadora de la naturaleza. De hecho, en esos días tomaba un curso sobre la vida de las plantas en el desierto y cómo hacen para sobrevivir. “Hay cactáceas diminutas –me señaló– que se alimentan del aire”. A todos nos sedujo Esther y a Adolfo Gilly más que a nadie. La Histadrut reunió en Israel a una serie de periodistas: Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Granados Chapa, Virgilio Caballero, Adolfo Gilly, la hija de Gregorio Selser, Irene Selser, Javier González Rubio, Froylán López Narváez y su mujer, Arturo Martínez Nateras y su mujer, y otro joven periodista, cuyo nombre no recuerdo. De inmediato, Esther nos invitó a cenar a su casa blanca dentro de la ciudad amurallada. Era la casa de una asceta. Minimalista. Nos sentamos en el suelo. Cuando abrí el refrigerador para ayudarla a servir la cena, vi en un platito cuatro aceitunas negras y en otro un queso diminuto: ¿Es esto lo que nos vas a dar de cenar? –pregunté aterrada–. . Esther, no alcanza, Claro que alcanza. No sé qué brujería hizo, o a lo mejor nos dio mucho de beber, pero alcanzó. A partir de ese momento me quedé con la idea de que era un ser singular que hacía surgir el agua del desierto y daba vida a las más mínimas especies.

Esa noche habló de astrología, de la que era una gran estudiosa, afirmó que su signo era Escorpión con ascendente en Leo, y que según el horóscopo chino le tocaba ser una serpiente. Todos, hasta Granados Chapa, fuimos analizados por ella y terminamos configurando un zoológico en el que yo resulté un buey.

A Esther Seligson le interesaba el misticismo, las mitologías y los rituales, las leyendas y los antiguos misterios que también llevó a su literatura. No le preocupaba que sus libros fueran complejos o difíciles. Pedía al lector un esfuerzo, pretendía crear un lector sabio como ella, que la entendiera y se identificara con sus pasiones. Quería que quien la leyera supiera de qué estaba hablando. Sus lectores no podían ser aquellos que esperan a que el escritor les ponga todo sobre la mesa. Esther Seligson incitaba a la reflexión y en alguna tarde gritó que no creía en el éxito. La literatura, y que me perdonen, no ésta escrita para los ignorantes; lo siento muchísimo, de ninguna manera; un inculto no puede leer nada. La literatura es de todos, menos de los ignorantes.

Siempre me asaetó su vehemencia, su forma de hablar tan clara y tan veraz, hasta hiriente. Su facultad de determinarse a sí misma, también a mí me definía. Tú eres así, yo soy de este modo. Ejercía su poder. Ella mandaba. Siempre mandó sobre sus lecturas, sobre sus alumnos, sobre sus amigos, sobre las transformaciones sociales. Maestra, Esther fue de las pocas personas que tomaban su vida entre las manos y decidían qué hacer con ella. Llevó sus ideas a consecuencias prácticas que mucho tienen que ver con la abstracción que hizo de sí misma.

Gracias a un retrato que hizo a Esther Seligson, el fotógrafo Rogelio Cuéllar pudo conseguir una instantánea de EM Cioran, quien detestaba que le tomaran fotografías. Cuéllar le mostró el retrato que hizo de Seligson, a quien Cioran admiraba, porque era su traductora. No sólo la admiraba, la quería. Cioran vio en la imagen que Cuéllar hizo de Seligson su rigor y su compromiso. “Monsieur Cuéllar, haga lo que tenga que hacer…” Rogelio tomó la foto.

Cuando tuve en mis manos el libro de Esther Seligson A campo traviesa y leí su epílogo, no pude sino recordar a Antonio Machado en la canción de Joan Manuel Serrat que es ya un inmenso lugar común: Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Y es que eran 35 años de reflexión y trabajo reflejados en libros anteriores como La morada en el tiempo, La fugacidad como método de escritura, El teatro, festín efímero, Indicios y quimeras, Diálogos con el cuerpo y Sed de mar.

Esther surgía de un entrecruce de caminos, un rond point, diría mi mamá, una señalización múltiple y única a la vez y llegaba hendiendo el aire con su cuerpo trabajado por la vida, sus ideas pulidas por el viento, su ascetismo que le ha dado una dureza de sarmiento, los guijarros de su pensamiento tan definitivos como bólidos en A campo traviesa (¡qué buen título!), editado por el Fondo de Cultura Económica como una ofrenda de conocimiento hecha con severidad, con los movimientos austeros y críticos que la caracterizaban. Ella misma lo dijo: Tú sabes que entre mis defectos no están ni el dolo ni la hipocresía. Esos textos escritos a lo largo del tiempo se publicaron a partir de 1968 en suplementos y secciones de cultura de diferentes periódicos y revistas del país.

Habría que recordar el apoyo que le dio Esther a la fundación y promoción de la revista Vuelta, de Octavio Paz. Ahora Letras Libres le debe un homenaje, porque si alguien dio de sí y se movió para conseguir donadores para Vuelta fue Esther, quien unos años más tarde habría de asentarse en Israel y publicar sus propios textos en Noaj, revista literaria de Jerusalén.

Esther siguió las huellas de su propia conciencia que la dirigían con cautela y sabiduría. Como ella misma dijo, su recorrido fue como ir en un bosque húmedo y buscar las huellas frescas y afines de todos los seres que viven ahí, vivieron y siguen vivos gracias a analistas y a pensadores como Esther, que los ponderó a lo largo de su vida. En sus libros, Esther emparejó su paso al de Marcel Proust, Rainer Maria Rilke y Samuel Beckett. Los estudió, los evocó, los esculpió con su pluma, rastreó su escritura en el tiempo, desmenuzó su lenguaje y su realidad. En una ocasión dijo: No creo que ninguna obra de arte esté absolutamente separada de la vida interior de su autor, no sólo de sus sentimientos, sino también de sus ideas, de su concepción del mundo, de sus prejuicios y aspiraciones, sus fobias y sus sueños. También se sentía cerca de la brasileña Clarice Lispector: “Sus personajes-voz no intentan forzar a Dios ni acceder al orden inmutable del mundo, ni siquiera aspiran a descifrar o a encontrar la significación de la Vida; ellos quieren sólo ‘volver’ al asombro cotidiano del ser”.

Hay seres que tienen el sentimiento trágico de la vida y hay quienes no lo tienen, afirmaba Lispector, y eso pudo decirlo Esther como también habría suscrito lo que escribió Clarice: Mis intuiciones se vuelven más claras al esforzarme en trasponerlas en palabras. Es en este sentido, pues, que escribir me resulta una necesidad. Por un lado, porque escribir es una manera de no mentir el sentimiento (la transfiguración involuntaria de la imaginación es tan sólo un modo de llegar); por el otro lado, escribo por incapacidad de entender, a no ser a través del proceso de escribir.

Esther escribió un buen texto sobre el entrañable José Trigo, de Fernando del Paso. Lo sintetiza con un dardo: “José Trigo es ante todo una atmósfera lingüística”.

De que las palabras son una tabla de salvación, Esther dio prueba a lo largo de toda su vida. Compartió Toda la luz. Vivió con la palabra y por la palabra y se apasionó por la palabra emitida, la que se dice desde las tablas de un escenario. De ella tengo algunas postales que me envió en 2004 y 2005 desde Tel Aviv, así como una foto: “Aquí al fondo tienes el edificio donde está el departamento alquilado que por ahora me alberga. Está al pie de una colina transformada en un gran parque en pleno corazón de Jerusalén y muy cerca de la Ciudad Vieja. En una de sus laderas hay viejas tumbas de mamelucos…” En otra recuerda: Lejos estamos de aquel viaje tuyo a Jerusalén hace exactamente 22 años. Todo ha empeorado por aquí en verdad, pero la ciudad bajo sus cielos sigue siendo de una transparencia y pureza únicas. Gracias por tu presencia fiel en mi vida.

Rosa Nissán y yo queríamos ir a comer con ella la semana que entra. Además de la ilusión de verla, tenía yo tantas cosas que preguntarle que ya las había apuntado. Era mi Cioran particular. Tanto Rosa como yo nos sentíamos muy ignorantes frente a ella, que nos hacía reflexionar sobre la autocompasión. Recuerdo especialmente tres frases de Cioran que la hicieron sonreír: En los momentos cruciales de la vida, la ayuda del cigarro es más eficaz que la de los evangelios. ¿Por qué deshacerse de Dios para refugiarse en uno mismo? ¿Por qué ésa sustitución de carroñas?, y la última: Desde siempre, Dios ha escogido todo por nosotros, hasta nuestras corbatas. Pero además de Cioran prefiero quedarme con una respuesta de Esther:

–Quédate.

–Volveré… sí… Volveré.

La sonrisa de Esther

13/2/2010
Suplemento Laberinto
Geney Beltrán Félix

En dos horas saldré rumbo al Panteón Israelita. Desde el lunes, incluso antes de recibir la invitación por celular, empecé a escribir estas cuartillas, en mi mente. Pero a la hora del teclado, una y otra vez he venido sintiendo que no es esto lo que quiero, debería, podría decir de Esther. O que todo será poco. Escribí un párrafo:

Una escritora (1941-2010) muere. Hablamos luego entonces de su vida: viajes, lecturas, hijos, alumnos, amoríos y pasiones (la mitología, el teatro, las gemas, el tarot, la astrología, uf: las religiones comparadas, la acupuntura, y siempre el viaje, y en el centro de todo la escritura). ¿Cómo? ¿Disminuirlo todo a un puñado de cuartillas? ¿Rebajar la vida a sólo un orden de palabras? ¿Y qué importancia tiene la vida de un escritor que ya no vive acá? Quiero decir: ¿qué le dirá a quien no la conoció y tal vez tampoco siquiera la ha leído? ¿Para qué un testimonio de amistad y mentorazgo, si lo que hace que los críticos hablen de ella no es la amistad ni el mentorazgo ante pocas o muchas generaciones: sino su escritura?

Hasta ahí el comienzo. Luego venía este párrafo, el elogio que al todavíanolector de sus libros le parecerá sospechoso, exagerado.

Sin embargo, cómo hablar de sus libros. Así, tan de repente. Decir que Esther Seligson es una estilista mayor de la prosa en lengua castellana. Que su obra narrativa un día será puesta al lado de las páginas de Virginia Woolf o Yourcenar o la Lispector. O afirmar que La morada en el tiempo es una de las proezas secretas que ha parido la novela en Hispanoamérica: todo esto, ¿qué? Basta leer cualquier relato de Toda la luz para percatarse: ahí la lengua española entrega capa tras capa de tensión y hondura intimista, una expresividad profunda, cargada de matices y resonancias que va desbordándose hasta obligarnos a ese detenerse que se traduce en: Nadie escribe así. Regresemos, leamos de nueva cuenta este párrafo, esta página, este libro, y los sentidos se concentran al máximo gracias a una escritura ficcional que convoca los sueños, el mito, la emoción, la memoria. No sólo los hechos, no sólo el narrar un incidente tras otro, si no lo que viene después en la sensibilidad del personaje, lo que se suma, a la manera de un eco paciente, en su psique: no lo que sucede (no lo que pasa), sino lo que permanece.

Pero (me dije): no hablar de sus libros, no ahora.

Hablar de su generosidad. Que era impaciente y arbitraria, sí. Que era iconoclasta, detodocriticona, también. Pero era una persona cálida, valiente y sobre todo generosa hasta la ingenuidad. Conocí a Esther Seligson en julio de 2005, cuando entré a trabajar en el Fondo de Cultura Económica como editor de literatura. Era su viaje anual a México, vivía en Jerusalem. Al año siguiente, en junio de 2006, fue a la editorial, hablamos.

—¿Y es bueno el libro?

—Ajá —le dije.

—¿Tienes una copia? ¿Me pasas una copia?

El autor de ese manuscrito era becario en la Fundación para las Letras Mexicanas, donde ella esas breves semanas daba un curso sobre Los versos satánicos. Esther había apenas visto dos o tres veces en clase al joven autor. Yo no entendía: ¿quería leer su libro? ¿Una escritora de su talla, interesada por ver cómo escriben los nuevos, los desconocidos y jóvenes? Cool. E inusitado.

—Si me gusta, te escribo una notita apoyando que lo publiquen, como dictamen. Si no me gusta, nadie sabe, nadie supo.

Le di el libro. Era miércoles. El lunes me habló:

—Pues es bueno, ¿eh? Salvo algunas cositas que, si me autorizas, le sugeriré que corrija. ¿Puedo decirle?

Me mandó un texto de una cuartilla hablando favorablemente de La noche caníbal. Este súbito aval, tan generoso y enfático, del libro de un muy joven escritor, Luis Jorge Boone, sirvió de mucho (de todo) a la hora de los comités editoriales.

Ésa, entre muchas, sería una estampa de su generosidad. Yo le debo interminables horas de conversación, por teléfono o en persona, cara a cara o en grupo, en su departamento de la calle Liverpool —donde siempre en sus tertulias nos ofrecía té, café turco, galletitas, dulces, chocolates—, en algún restaurante de la colonia Juárez o la zona rosa. Cada charla con ella era poco menos que una cátedra. Su capacidad para establecer relaciones luminosas entre distintos temas, su gran curiosidad intelectual, su genuino interés por vérselas frente a un interlocutor, no sólo ante un alumno, hacían de sus palabras un hilo continuo de revelaciones y sugerencias. Me regaló libro tras libro, así, liberalmente. Tuvo la liviandad de nombrarme su “agente literario”, de tolerarme como editor de su última obra publicada. Sobre todo, le debo un conocimiento trascendente del que apenas empiezo a tener noción: hizo mi carta astral y descubrió un Mercurio inaspectado en la casa de Escorpión, a algunos grados de un Júpiter igualmente encerrado, aunque él a disgusto, en esa profundidades, a partir de lo cual dieron inicio las informales lecciones de astrología. Es decir, me adoptó como “aprendiz de brujo”. Pues para ella, como para Steiner, una vida no examinada no valía la pena ser vivida: de ahí su introspección permanente, como la astrología moderna, con su enfoque en la psicología traspersonal, fomenta, exige. ¿Y para qué la introspección? Ella tenía la confianza de que la vida, por lo menos la propia, puede ser cambiada, y sólo así puede vivírsela más intensamente. Como ella lo hizo. Se fue serena, en paz. Gina Ogarrio estaba a su izquierda, yo le tenía tomada la mano derecha; cuando sobrevino el paro, su mano se tensó, luego la fue levantando, como extendiéndosela a la Diosa Madre, y después la posó sobre su pecho.

Pero (y no habría de disculparme por cifrar esta emoción) si algo recordaré de ella es su sonrisa. La sonrisa pícara de niña de ocho años cuando se sentaba en el suelo a jugar con mi hija Andrea, de ocho años. O la sonrisa burlona de cuando, hasta la semana pasada, me ponía agujas (era también médico acupunturista) en el pie esguinzado, burlándose de mis muecas de supuesto dolor. La sonrisa de Esther. La sonrisa.

Siete autoras y sus entrañables novelas de amor

14/02/2010
Periódico Milenio
Mary Carmen Ambriz

¿Cuál es la novela de amor más entrañable? ¿Quiénes son los protagonistas de las historias de amor que disfrutan leer? ¿Por qué sienten predilección por esos héroes o heroínas? Siete escritoras hablan de cómo ha sido su encuentro (o desencuentro) con la literatura romántica. Cada una de ellas ha abordado el tema del amor (ya sea en el narrativa o en la poesía), y ahora dan su punto de vista como lectoras. Como podrá verse, algunas de ellas comparten la visión de Jorge Luis Borges cuando reflexiona en su poesía, “loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan”.

Rosa Beltrán

Madame Bovary para mí sigue siendo la novela maestra de las historias de amor. Las escritas antes de ella (La Celestina, La nueva Eloísa, etcétera.) y las que vinieron después. Me interesan los personajes creados por Flaubert porque son auténticos, sin saberlo, y también auténticas parodias de sí mismos, aunque esto sólo lo sabe el lector; porque su nivel de cursilería (Emma, Leon), de mezquindad (Rodolphe), de pusilanimidad (Charles) no afecta la capacidad que tienen de conmovernos y de hacernos sentir que somos, en parte, cada uno de ellos.

Carmen Boullosa

La cartuja de Parma, de Stendhal, es sin duda mi predilecta. El amor que ella, la Sanseverina, siente por Fabricio, es para mí entrañable. Su generosidad, su inteligencia, y su ceguera: no se da cuenta de cómo la está usando Fabricio. Los dos personajes, por complejos, por stendhalianos, son mis protagonistas amorosos predilectos.

Ana Clavel

Antes de enero de 2010 habría mencionado otras novelas que son y no son novelas de amor, pero que igual me resultan entrañables: Rojo y negro, Lolita, Narciso y Goldmundo, Drácula, El maestro y Margarita, Rayuela. Sin embargo, con el año nuevo llegó a mis manos un ejemplar de El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk, y quedé deslumbrada. Pensé que era como el tratado de Stendhal sobre el amor hecho novela. Se habla del fetichismo-coleccionismo como principio organizador y reparador de la existencia, del amor como veneno y suplicio, del amor salvajemente sexual, del amor como obsesión neurótica, y del amor como salvación y éxtasis. Además está el toque maestro de Pamuk para incluirse como escritor-narrador en la propia ficción al final de la historia. La novela misma como museo de la huella amorosa: la memoria. Entrañabilísima...

Margo Glantz

Victory, de Joseph Conrad. Porque los personajes están destinados de antemano a fracasar y su amor me produce, por ello mismo, una sensación dulzona de tragedia y añoranza.

Alicia García Bergua

No tengo una novela de amor favorita, pero me gusta mucho La montaña mágica, de Thomas Mann, y la extraña relación que se da entre Harns Carstop y Claudia Chauchat, la mujer rusa que siempre da portazos cuando entra al restaurante del hospital, una relación amorosa que ninguno de los personajes se da chance de vivir y que es muy de nuestra época porque la gente tiene quizá la idea de que su libertad es mayor y la vida es más larga, y pues no.

Mónica Lavín

Lo bello y lo triste, de Kawabata. La combinación de pasión y templanza, elegancia y silencio, duelo y reverencia de la relación de los amantes, alrededor de quienes los demás y sus destinos giran, me parece fascinante.

Margarita Peña

Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Aunque no es una novela de amor “stricto sensu”, sino una novela existencial, el amor es un elemento nodal, junto con el alcohol. Ejemplifica claramente un tipo de relación amorosa “ni contigo ni sin ti”: pasión y guerra, presencia y ausencia, el choque de contrarios y la fusión inevitable y deseada. El entorno a veces paradisiaco, a veces dantesco y karmático de Cuaunáhuac, se vuelve arte que rescata a la novela de un simple recuento de sordideces. Es a un tiempo grandiosa y tierna, desesperada y nostálgica. En cuanto a los personajes, Yvonne y el Cónsul están absolutamente enajenados en un amor que el alcoholismo, los conflictos y el mal fario vuelven imposible. Me gustan porque son personajes de tragedia griega: sin redención, como éstos, pero sin estridencias, totalmente humanos. Lowry, como Proust y Cervantes, en gran medida se autorretrataba, partía de su nutrida experiencia personal. Esta veracidad vuelve a Yvonne y el Cónsul (signados por la fatalidad), una de las grandes parejas de amantes de la literatura moderna.


sábado, 13 de febrero de 2010

El filósofo mexicano vivo más importante

13-02-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

No hay duda de que los filósofos mexicanos muertos más relevantes son Samuel Ramos y José Vasconcelos. ¿Pero quién es el filósofo mexicano vivo más notorio?

La filosofía en México no ha tenido fortuna. Ni el pensamiento indígena ni el colonial preponderaron la innovación conceptual, dilucidar la diferencia específica entre un concepto y otro, tarea propia del filósofo.

El marxismo aquí tuvo buena recepción no sólo por la desigualdad social sino, sobre todo, por lo que tiene de acusador, resentido, dogmático, evangélico y doctrinario. El marxismo mexicano es cripto-catolicismo.

El intelectual nacional raramente conceptualiza. Y las instituciones filosóficas no han perdido su Sumo Respeto al Libro y al Apellido, ¡parafrasear el concepto heredado!

Filosofar es transgredir la Idea previa. Uno se hace filósofo para expatriarse.

Vuelvo: ¿quién es el filósofo mexicano vivo más importante?

Manuel de Landa, nacido en 1952 y en 1975 ya arraigado en Nueva York.

Es significativo que su currículum omita su pasado mexicano y, en su lugar, hable —mitificándolo— de su origen en el cine experimental (fuera de circulación).

Su obra la escribe en inglés. Sus dos libros más reconocidos son War in the age of intelligent machines (1991) y A thousand years of nonlinear history (1997), que lo ubicaron en el panorama filosófico global sin que México se enterara.

Dos obras recientes son Intensive science and virtual philosophy (2002) y A new philosophy of society: assemblage theory and social complexity (2006).

¿Por qué digo que De Landa es mexicano? Porque es deleuziano.

Una parte de su carrera depende de la clarificación y aplicación de ideas del filósofo francés Gilles Deleuze. A pesar, pues, de ser filósofoinventor de explicaciones— se subordina a otro.

Sin embargo, a pesar de ser mexicano, crea énfasis o giros propios, como su insistencia en lo “no-lineal” y la idea de que existe un umbral en que la realidad material se auto-organiza (desde el clima hasta internet).

¡Él mismo es un ejemplo de la morfología no-lineal! Visto desde la historia del pensamiento mexicano, De Landa se formó desprendiéndose y fugándose de su “tradición” nativa;
se desmexicanizó migrando a otro contexto de discusión y otra lengua, abandonando el viejo sistema para auto-organizarse habiendo cruzado cierto nivel de complejidad de referencias, información y problemas.

De Landa es el primer filósofo post-mexicano. Su caso es apasionante porque señala, precisamente, el límite en que un filósofo nacido en México decide salir de la esfera patria y, empero, preservar una marca de la tradición intelectual del país en que nació. De Landa cambió a México por Deleuze.

De Landa es simultáneamente un filósofo (un innovador) y un mexicano (un seguidor).

La filosofía mexicana del siglo XXI ya es deleuziana.


'La sociedad no merece periodistas valientes': Federico Campbell

13 de Febrero de 2010
Periódico Noroeste
Claudia Beltrán

En México, es un absurdo hacer reportajes sobre el narcotráfico, y todo por una razón: la sociedad no merece a periodistas valientes.
"¿Por qué me parece absurdo?, porque vivimos en una sociedad que no se merece a estos periodistas, es una sociedad que los deja solos, es un gobierno al que no le importa que maten periodistas", enfatizó Federico Campbell.
En una reunión con reporteros, convocada por la Universidad Autónoma de Sinaloa, el escritor y periodista detalló que es válido escribir sobre este tema, pero no en México, debido que el Estado no protege a sus ciudadanos.
Es absurdo, reiteró, que periodistas se pongan a indagar secretos del narco, y delatarlos, es un suicidio.
Federico Campbell detalló que el periodista de Tijuana, Jesús Blancornelas, quien ya murió, fue dejado solo, abandonado.
"Lo dejaron solito en un búnker, rodeado de 12 soldados como escoltas y a la sociedad de Tijuana le valió que Blancornelas fuera agredido en un atentado, y no le importó para nada el trabajo, la trayectoria, la vida, ni al Gobierno mexicano, ni al Gobierno de Baja California, ni a la sociedad tijuanense".
Hace unos días, recordó, en Tijuana vio unas imágenes de su sepelio, en el cual estaban los familiares y unos cuantos amigos.
"No había las multitudes que hubo cuando mataron al 'Gato' Félix en Tijuana; a los tijuanenses les valió el trabajo de él".
Cuestionó la pasividad del estado.
"El Estado no protege a sus ciudadanos, no le importa lo que les suceda a los periodistas, y la sociedad es absolutamente indiferente, esa es mi opinión, a lo mejor muy pesimista, y a lo mejor es muy contraria a lo que sería una concepción romántica, heroica del periodismo".
El mejor "blindaje" para el periodista, es no escribir estas historias.
"Hay una cosa muy cierta también, que la gente del narcotráfico, la gente de la delincuencia no suele ser gente muy ilustrada, y entonces, justamente por su bajo nivel intelectual, interpretan de otra manera los hechos periodísticos".
Actúan de esa manera, cuando a veces en México, importantes medios de comunicación con circulación nacional, publican información en primera plana y no pasa nada.
"Vivimos un periodismo sin consecuencias, eso es lo terrible del periodismo mexicano, se puede publicar el reportaje más valioso en la primera página de Reforma, Jornada o la revista Proceso, y no pasa nada, el Ministerio Público no actúa".

El periodismo
- ¿Cómo ve el periodismo que se practica, va acorde con las exigencias de la sociedad?
- El periodismo bueno se hace en muchos periódicos tanto en el DF como en los estados, pero en muchos periódicos de los estados el nivel es muy bajo, es muy frecuente la presencia de periodistas muy mal preparados, casi siempre no transcriben bien lo que uno dice, lo ponen a decir cosas que uno no dijo, y a veces lo meten en problemas a uno, a mí me ha sucedido últimamente con 2 ó 3 veces, y me muero de la vergüenza.

- ¿En Sinaloa le ha pasado?
- No, en México. En Proceso aparecí diciendo unas cosas que nunca hubiera dicho yo en público, en fin.

- ¿Por qué esta falta de preparación en el reportero?
- Es falta de escuela, falta de lecturas.

Consideró que un periodista debe formarse en un cierto campo del saber: economía, el derecho, historia.
"Los historiadores se vuelven muy buenos periodistas, qué curioso, ¿verdad?, no es raro, porque trabajan con información del pasado y saben investigar, documentos, y todo, muchos de los grandes editorialistas de nuestro País, de nuestra historia, han sido historiadores, como Daniel Cosío Villegas, Gastón García Cantú, Lorenzo Meyer, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Luis González, fíjese, los mejores editorialistas de los periódicos son gente de formación histórica".

- ¿Cuál sería el desafío, los retos del periodismo?
- No sé, tratar de decir la verdad. Yo creo que en nuestro tiempo, yo creo que en toda sociedad, en todos los tiempos se hablan tres lenguas. En México se hablan tres lenguas: una, es la lengua de los jóvenes; la otra, es la lengua de la gente de mediana edad; y la otra es, la lengua de los viejos.
Por ejemplo, los jóvenes dicen: inicia, en lugar de empieza; dicen, evento, en lugar de acto; los jóvenes dicen café expreso y los viejos decimos café express; los de mediana edad, dicen reto, los viejos no usamos la palabra reto, desafío.

- ¿Cuando se habla de periodismo en México, se debe poner en la mesa de discusión el tema de la corrupción periodística?
- Yo creo que la corrupción periodística en México ha bajado muchísimo en las últimas generaciones; todavía en los años 80 existía la cosa de darles sobre con dinero a los periodistas, esto ha bajado muchísimo, desde la época de (Carlos) Salinas, hay otras maneras.

"El gran sistema de corrupción en México en relación a la prensa son los sueldos altos, un locutor de radio, no gana menos de 500 mil pesos mensuales, (Joaquín) López Dóriga gana más de un millón de pesos al mes, ¿ustedes sabían eso?, entonces, cuando usted tiene ese sueldo, López Dóriga no puede tener una opinión que moleste a Emilio Azcárraga, ni Emilio Azcárraga tendría ahí a un locutor que tuviera distintas ideas e intereses a los suyos, ¿no?, es lógico, entonces el locutor para conservar su sueldo necesita adaptarse a cierta verdad de su empresa y defender los intereses de su empresa".
"Cuando tú ganas más de 500 mil pesos mensuales, al cabo de unos pocos años, cambia tu modo de vivir, de pensar, porque la existencia, determina la conciencia, o sea, la clase social determina la conciencia".

- ¿Cree que la mayoría de los reporteros están comprometidos socialmente hablando?
- No, no, y sí hay reporteros que se apiadan mucho a los políticos, al Presidente, por ejemplo, en la época de Salinas hubo por ahí dos o tres periodistas que se hicieron ricos, compraron casa, dándole por su lado al Presidente Salinas.



"¿Por qué me parece absurdo?, porque vivimos en una sociedad que no se merece a estos periodistas, es una sociedad que los deja solos, es un gobierno al que no le importa que maten periodistas".

"El Estado no protege a sus ciudadanos, no le importa lo que les suceda a los periodistas, y la sociedad es absolutamente indiferente, esa es mi opinión, a lo mejor muy pesimista, y a lo mejor es muy contraria a lo que sería una concepción romántica, heroica del periodismo".

"Hay una cosa muy cierta también, que la gente del narcotráfico, la gente de la delincuencia no suele ser gente muy ilustrada, y entonces, justamente por su bajo nivel intelectual, interpretan de otra manera los hechos periodísticos".