viernes, 13 de noviembre de 2009

La violencia de nunca acabar, según Parra

Viernes 13 de noviembre de 2009
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

Eduardo Antonio Parra es un novelista exitoso, lo confirma Juárez. El rostro de piedra, novela que ha vendido más de cinco mil ejemplares. Sin embargo, el narrador nacido en León, Guanajuato, en 1965, se sabe ante todo un cuentista de pura cepa. Frente a las dos novelas escritas hay 28 cuentos que el mundo literario ha celebrado por su habilidad para delinear personajes, temas e historias que exploran la violencia, la frontera, la nota roja, los “mojados”, los prostíbulos y la condición humana.

“Me he ejercitado mucho más en el cuento y le veo más posibilidades. No es el simple laboratorio como lo consideran muchos novelistas, para mí es el género mayor, mientras que la novela es un género complaciente para las masas”, reflexiona el narrador al publicar Sombras detrás de la ventana, libro que reúne la totalidad de sus cuentos publicados a lo largo de 15 años en Ediciones Era.

Parra no reniega de la novela, por el contrario, le gusta mucho e incluso es una gran lector de obras de gran aliento, pero reconoce en el cuento un alto grado de dificultad y un reto para el escritor.

Recuerda que cuando era becario de cuento sus colegas de novela decían: “compañeros de corto aliento” y él respondía: “Qué tal compañeros de intensidad floja”. Frente a quien ve como negativo y externa: “está novela es de un cuentista”, Parra o Parrita, como lo llaman los amigos, lo ve como algo muy positivo. “El mejor ejemplo de novela que tenemos en México es la novela de un cuentista: Pedro Páramo”, dice.

La evolución de un cuentista

Al releer la totalidad de los cuentos que ha publicado en cuatro libros, Eduardo Antonio pudo evaluar su evolución literaria como cuentista. Se dio cuenta que en los primeros relatos privilegiaba la anécdota y en los últimos cuentos, aunque sin descuidar la anécdota, extrema la construcción del personaje y que la historia sea más humana.

Otros rasgos evolutivos están en el ritmo -ya no hay tropiezos en el relato-, en la delineación de los personajes -ahora los trabaja más hacia adentro, profundiza en la psicología-, en la violencia que es un tema que le obsesiona: “Los primeros cuentos eran más crudos y en los últimos como que me doy chance de dejar un poquito de felicidad”.

Los años han llevado a Parra por una búsqueda formal; cada vez experimenta menos, se sale poco de la estructura clásica. “Nunca me salgo del todo porque soy un escritor que siempre trata de privilegiar la historia para que el personaje no se pierda. No me gustan los experimentos vacíos, no me gustan los tartamudeos, no me gustan los juegos de estructura que pierden al lector, que le exigen demasiado, pero no le dan nada en recompensa”, explica.

En busca de la palabra precisa

“Me doy cuenta que cada vez me cuesta más trabajo escribir. Los cuentos que antes hacía muy rápido ahora pueden necesitar meses porque estoy dándole y buscándole. No sé si sea miedo por la crítica o la autocrítica o a lo mejor simplemente me estoy haciendo viejo y no salen las cosas como antes”, apunta el escritor tras leer sus cuentos reunidos publicados por Era, Conaculta, el Fondo Editorial de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Nuevo León.

El autor que sitúan en “la literatura del norte” percibió una búsqueda y un hallazgo en la palabra, se dio cuenta que ahora sus frases contienen más de lo que contenían en sus primeros cuentos. Se asume un escritor con muchas historias por desarrollar, tiene libretas llenas de ideas que podían dar hasta 150 años de cuentos y novelas.

Tiene muchas historias por contar, pero lo difícil es encontrar la primera frase o el primer párrafo, algunas no aterrizan nunca y otras de repente surgen por una frase que alguien dice y con la que halla la punta que desenreda la madeja. Otras veces encuentra en la calle al protagonista de esa historia que ronda su cabeza.

“Las historias la pueden detonar los personajes, una frase que oigo. El ejemplo es Daniel Sada, él escuchó en una central de autobuses la frase ‘porque parece mentira la verdad nunca se sabe’ y la convirtió en historia. Incluso una historia la puede detonar una imagen o una sensación física; a veces sueñas algo, te despiertas y dices: ‘ya está’, te vas al cuaderno y escribes todo. Hay veces que a la luz del día no sirve para nada”, expresa.

Eduardo Antonio Parra nunca queda satisfecho con sus textos, a pesar de ser considerado por muchos uno de los grandes cuentistas mexicanos. Hay días que termina un texto y le dan ganas hasta de aplaudirse, pero luego, una semana después dice: “Hijo mano, qué poco ambicioso eres”. Y entonces la historia comienza de nuevo.

Obsesivo del México feroz

Parra lo sabe de cierto: “La violencia va a ser mi obsesión para toda la vida, porque por más que la rodeo y la asedio, siempre le descubro nuevos aspectos, nuevas vertientes que debo explorar y tratar de comprender”. No tiene duda de que la violencia es la misma que ha vivido México desde hace 500 años, pero ahora es mucho más nutrida.

“Creo que en mis últimos cuentos la violencia es más psicológica que física; en los primeros era muchos más cruda, quizás más periodística y en los últimos está sugerida, se queda en las intenciones, pero sigue impactando porque es una violencia muy violenta”, apunta el narrador que tuvo la beca John Simon Guggenheim.

Piensa entonces en novelistas como Ismail Kadaré, quien escribió Abril quebrado, sobre las vendetas en Albania. Hoy las vendetas son las mismas aunque el régimen político es otro. Eso confirma su certeza de que la violencia es la misma, solo que ahora es más cruenta y multitudinaria, con armas sofisticadas.

“Ahí está el chiste sobre el narcotráfico: Caín mató a Abel con una quijada de burro y ahora te matan con un cuerno de chivo, curioso, siguen usando los mismos implementos y los motivos prevalecen: la envidia, la ambición, la venganza; eso no va a cambiar. Aunque nos atiborren con ejecuciones en los periódicos, el mayor número de muertes de las que no hablan se dan por celos, por traiciones y una explosión de pasión”, dice.

Esas son las muertes que más le interesan al autor de Nostalgia de la sombra -su primera novela-, porque muestran la esencia del ser humano al desnudo y enfrentado a su propias pasiones y pulsiones: “La realidad de mucha gente es la falta de satisfacciones: tienen un buen trabajo, un sueldo fijo y una quincena segura, pero viven insatisfechos”.

La historia en el cuento

El autor, que trabaja en un libro de cuentos y en dos novelas, asegura que en Sombras detrás de la ventana se conoce la historia de la década final del siglo XX y la primera del siglo XXI en México. “Se ven las carencias, el estado psicológico, ese resentimiento que caracteriza a los mexicanos, para bien y para mal, porque el resentimiento puede enviarte hacia la venganza o llevarte a la ambición. Está reflejado un estado de ánimo o una psicología del momento histórico”, expresa.

Parra niega que halla cambiado la percepción de la frontera, la concibe como un espacio mítico con los problemas aunque digan que hay más matazones. Este año ha estado cinco veces en Ciudad Juárez, todos le decían que la gente ya no salía, pero él estaba en antros llenos de gente en la madrugada.

“Todo mundo cree que la vida se paraliza a las 11 de la noche, pero no, el juarense sigue con el estado de ánimo del desmadre; todos se acostumbran a las balaceras como aquí nos acostumbramos a las marchas, es lo mismo, es una cuestión de trafico. Allá, cuando el trafico se nutre dices: ‘están levantando a un ejecutado o hay reten. Vamos a sacarle la vuelta’. Igual aquí, sacamos la vuelta a las marchas. A todo se acostumbra uno porque la vida sigue”, dice el escritor.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Muerte

09 de noviembre de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

La muerte es la única certeza a la que se puede realmente aspirar, un horizonte real y también una morada. Es un alivio pensar que en esa morada nadie intentará cobrarme la renta, pues para entonces seré un montón de huesos, o cenizas que nadie jamás volverá a reunir o simplemente no seré nunca más. Varias personas que conozco se debaten entre elegir una fosa y ser enterrados o ser metidos al horno. No es nada más un asunto económico o de espacio, sino que quienes confían en el progreso de las ciencias físicas creen que en un futuro tendrán la posibilidad de ser resucitados o reparados y puestos en pie nuevamente. Congelar el cuerpo, el cerebro o al menos conservar los huesos da materia al científico para que trabaje en nuestra resurrección, en cambio ¿qué se puede hacer con un montón de cenizas dispersas en la tierra? Las personas que tienen esas preocupaciones son curiosas, pues ¿qué les hace pensar que serán ellas las beneficiadas por la ciencia y no un músico del siglo XVIII de quien es posible esperar aún cosas buenas?: los vanidosos han comenzado a poblar la eternidad.

Conforme pasan los años uno se cansa de vivir, las escaleras se vuelven interminables y el entusiasmo se desvanece. Es entonces que la muerte comienza a hacerse necesaria e incluso deseada como en el pasado se deseó la misma vida. Es la muerte como descanso de uno mismo y como un medio para olvidarse de los problemas mundanos. Es también liberación y huida hacia la nada. La mala suerte está metida hasta las narices en el misterio de la longevidad porque se lleva muy pronto a las personas que deberían vivir siempre. Nada tan desconcertante como saber que las personas honradas y buenas dejan de existir. En cambio, los antipáticos andan por allí rebosantes de vida y bien dispuestos a seguir aumentando toneladas de maldad a esta tierra. Cada año que el azar regala a una mala persona, se vuelve una década para quienes tenemos que soportarlo y, sin embargo, su presencia es necesaria porque hace patente el guión de nuestra historia como seres humanos: nacemos, sufrimos y después morimos.

El primer paso en el camino que lleva a la muerte es el hartazgo de lo humano. Las personas nos comienzan a aburrir profundamente, sus predecibles placeres, la constante necesidad de imponerse o expresarse, la obscena repetición de las costumbres. Se pierde el entusiasmo y la sorpresa, pero a cambio se obtiene un bien invaluable: la sensación de que los demás son prescindibles y de que la muerte nos devolverá a la soledad primera. En un libro que he leído en más de una ocasión, Carta breve para un largo adiós, de Peter Handke, me he encontrado con un párrafo que describe bien este aburrimiento al que hago alusión: “Estar con una mujer se me antoja a veces, aún ahora, una situación artificial y ridícula, como una novela llevada a la pantalla. Me parece exagerado pedir algo para ella en un restaurante. Cuando camino a su lado siento como si representara una pantomima o sólo estuviera presumiendo”. Lo que me dicen estas palabras es que llegado cierto momento incluso el vivir es exagerado y es entonces cuando se llega a ese límite que es renuncia y antesala del adiós definitivo.

Cierta tarde de hace no sé cuántos años mi madre me pidió ser incinerada y añadió que le gustaría también que lanzara sus cenizas al mar. Tomé sus palabras más como una conversación casual que como una formal demanda. Cuando ella murió mis hermanos decidieron inhumarla y no opuse ninguna resistencia. Es verdad que soy un pusilánime, pero en ese entonces el dolor no me permitía pensar con claridad. Conforme los años avanzan me pesa tanto no haber cumplido su deseo y ese desasosiego me perseguirá hasta el final. He llegado al punto en que mis compromisos más importantes son con los muertos y es con ellos con quienes me entiendo de una manera más razonable.

Análisis: México amurallado

9/11/09
Períodico Noroeste
Denise Dresser

En México no hay una reacción suficientemente vigorosa por parte de los ciudadanos, precisamente por la baja calidad del sistema educativo; estamos tan mal educados que no sabemos lo importante que es la educación
México contra la pared. México atrapado por el muro infranqueable que la educación indefendible erige en torno a millones de mexicanos, víctimas de un sistema educativo que no le permite a México competir y hablar y relacionarse con el mundo.

Víctimas de una escuela pública que crea jóvenes apáticos, entrenados para obedecer en vez de actuar.

Educados para memorizar en vez de cuestionar. Entrenados para aceptar los problemas en vez de preguntarse cómo resolverlos.

Educados para hincarse delante de la autoridad en vez de llamarla a rendir cuentas. Y, ante la catástrofe conocida, lo que más sorprende es la complacencia, la resignación, la justificación gubernamental y la tolerancia social.

Nuestra constante convivencia con la mediocridad, año tras año, indicador tras indicador, resultado desconsolador, tras resultado desconsolador.

Si la educación es tan importante como todos dicen, ¿dónde está el clamor? ¿Cómo entender que tantos marchen para defender a un líder sindical privilegiado?, pero nadie movilice a la sociedad para protestar contra una educación deficitaria.

En México no hay una reacción suficientemente vigorosa por parte de los ciudadanos, precisamente por la baja calidad del sistema educativo; estamos tan mal educados que no sabemos lo importante que es la educación.

Por ello se aprecia que la organización civil Mexicanos Primero elabore un reporte cargado de urgencia; una radiografía que debería ser una sacudida y un llamado a la acción; una convocatoria a patear y a derribar la pared; una intromisión inteligente u atinada en lo que siempre ha sido nuestro, de todos: el derecho a la educación.

Derecho cercenado por una historia de progresivo deterioro, por la inclusión tardía, por la reprobación, por la deserción; produciendo una generación herida, en la cual más de la mitad de los jóvenes mexicanos están por completo fuera de la escuela. Produciendo un país incapaz de construir trampolines para la movilidad social que permitan saltar de la tortillería al diseño del software.

Donde la escolaridad promedio es de tan sólo 8.7 años, lo cual equivale tal sólo a un segundo de secundaria y se vuelve razón fundacional de nuestro desarrollo trunco. Donde 56 por ciento de los mexicanos evaluados por la prueba PISA, la mejor métrica internacional, se ubican entre los niveles 0 y 1, es decir, sin las habilidades minimas para afrontar las demandas de una economía que se enfrenta a un mundo globalizado.

Cifras de una catástrofe; datos de un desastre; números que subrayan aquello que el escritor James Baldwin advirtió: los países no son destruidos por la maldad, sino por la debilidad, por la flojera.

O por la complicidad en la construcción de ese paraje feudal que es el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.

Paraje amurallado por el tipo de liderazgo que Elba Esther Gordillo tiene y cómo lo ejerce desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, prometiéndole apoyo al Presidente en turno para que no tenga problemas con el Sindicato.

Para que no haya pleitos ni movilizaciones, ni confrontaciones como las que hubo en Oaxaca o en Morelos.

Gobierno tras Gobierno, de la mano del SNTE, han concedido a la educación pública como una estrategia de pacificación, mas que como un vehículo de empoderamiento.

¿Quiénes pagan el costo de la complicidad constante entre el Gobierno y "La Maestra"?

Seis de cada 10 alumnos que no concluyen secundaria con conocimientos básicos de matemática; cuatro de cada 10 que tampoco los obtiene en español.

Y peor aún, millones de niños mexicanos coloreando figuras de héroes mexicanos muertos, memorizando historias de victimización, rindiéndole tributo al pasado antes de pensar en el futuro.

Sobrevivientes de una educación construida a base de mitos que busco producir una identidad nacional, y vaya que lo ha logrado: México, el país que produce personas orgullosamente nacionalistas, pero educativamente atrasadas.

México, el país donde en la escuela pública se aprende poco de ciencia, pero se aprende mucho de sometimiento; se aprende poco de tecnología, pero se aprende mucho de simulación; se aprende poco de álgebra, pero se aprende mucho de cumplimientos mediocres, negociaciones injustas y beneficios extralegales.

México, el país donde, en la escuela pública, no se desata el sentido crítico o la autonomía ética o el empeño en el cambio social, sino una arraigada propensión a la conformidad.

México, sólo prosperará, cuando su gente esté educada, y muy bien educada. Y eso entrañaría, para empezar, reconocerlo y actuar en consecuencia, como exige el reporte de Mexicanos Primero.

Urge derribar la pared mediante un cambio de actitud, un cambio en los maestros y un cambio en las reglas.

Urge un conocimiento básico de la deplorable situación de la educación actual para reformarla, porque de momento tenemos lo que nos ofrece y con eso nos conformamos.

Urge mejorar a los maestros, porque ningún cambio puede hacerse sin o contra ellos, pero tampoco ningún cambio significativo puede dejar sin modificar profundamente la estructura institucional vigente, creada para un modelo autoritario y vertical, corporativo y opaco.

Urge cambiar las reglas para que la educación no sea vista como un instrumento de ingeniería social del régimen o de reclutamiento electoral del gobierno, sino un trampolín para la prosperidad de los mexicanos.

Para modernizar a México habrá que modernizar a los maestros y quien los mueve. Habrá que empezar por el Gobierno y sus cálculos políticos.

Habra que imbuirle a la actuación del Secretario Alonso Lujambio, el sentido de urgencia, y el fuego en la panza, que todavía le falta demostrar.

Habrá que insistirle a Felipe Calderón que "La Maestra" puede ser aliada, pero habrá que obligarla a actuar y a pactar de otra manera, con otros objetivos.

Porque si la respuesta de las autoridades sigue siendo la tibieza o la simulación, condenarán a México a ser un país cada vez más rezagado, cada vez más rebasado, cada vez más aletargado, cada vez más pobre.

Porque si no se instituye un padrón único de maestros, si no se transforma la educación normalista, si no se crean sistemas de formación continua de profesores, si o se implanta la certificación periódica y obligatoria para los docentes, si no se involucra la sociedad civil en una revolución educativa, México continuará siendo un país parapetado detrás de las excusas y el miedo y la tibieza y la renuencia de tantos a pagar costos políticos.

Porque si el gobierno le permite a Elba Esther Gordillo obtener recursos y puestos y posiciones sin comprometerse a fondo con ese primer paso que es la "alianza por la calidad de la educación", Alonso Lujambio terminará siendo otro Secretario de Educación Pública que prefiere añadir ladrillos, en lugar de dar la batalla por su destrucción en nombre de los niños de México.

Y Felipe calderón acabará convertido en otro Presidente que prefiere apuntalar el muro en vez de desmantelarlo.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Poesía y homofobia

2009-11-07
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Recientemente apareció un video de cuatro jóvenes detenidos por presuntos policías mexicanos, que los obligaron a besarse como forma de burla y tortura psicológica. También recientemente en internet se lee un “poema” sobre tres escritores mexicanos aludidos por presuntos poetas, que los nombran y sodomizan como forma de burla y ridículo homofóbico.

El poema apareció en un sitio que yo creía que era serio: Círculo de poesía. Revista electrónica de literatura ubicado en www.circulodepoesia.com ; acompañado, vulgarmente, por la imagen de uno de los aludidos con los labios pintados.

Me da pena tener que escribir de esto. Pero, por favor, no insulten nuestra inteligencia.

En culturas machistas, lo políticamente correcto es la homofobia. Pero apuesto que los autores se creen muy ingeniosos y se sienten ultra-transgresores por hacerla de policías del sexo.

La poesía lucha por la libertad erótica. No sean ignorantes. Cito lo menos ofensivo: “Con un viejo ardor extinto/ De antiguo varón completo,/ Le da besos a un sujeto/ Quien lo golpea con un cinto... Trae la verija co-Sida/ Y es más ardiente su estro.../ Su pasión lo sobrepasa/ No tiene control sobre ella/ En amorosa querella/ Redacta ciruela pasa”.

Hoy es insostenible hacer poesía homofóbica. La poesía es una forma superior de conciencia. No un abrevadero de lugares comunes y moralina machita.

La poesía es una triple alianza de una cosmovisión heresiarca, un lenguaje heterodoxo y un sujeto disensual. Si esta alianza no se trenza no hay poesía.

La cosmovisión de este texto es hegemónica; su lenguaje, retórica sobada y el sujeto (anónimo) consensual hasta más no poder. Reproduce la censura del amo.

Versadores hay muchos en México; poetas siempre, en todas partes, pocos.

Si quienes redactaron ese texto creen ser aventurados por practicar la homofobia, se equivocan. Son miembros involuntarios de Pro-Vida. Y la chabacanería. Hoy se ataca el amor entre varones; mañana, entre mujeres y luego el amor en general.

En un país desarrollado, una publicación tan carente de ética tendría consecuencias. Pero como somos las letras patrias no pasará nada, al cabo, no es pa’tanto. Los agresores se echarán unos tragos, se sentirán incomprendidos, y como esta bobada apareció en un sitio de poesía en el futuro otro versador se sentirá con el derecho de insultar a otros por su sexo, género, clase, raza o aspecto.

Anda extraviado el verso paisano. Ahora resulta que enarbolar la misma homofobia de la Iglesia católica y otros grupos de derecha se llama “literatura”.

La publicación, además, presume ser venganza por el reclamo de un premio que alegan se adjudicó indebidamente, lo cual precisa debate aparte.

En México, la bajeza se versa. Y la muy “osada” se siente requete contenta. ¿Esos son los “poetas”? Qué hueva.


martes, 3 de noviembre de 2009

Entrevista completa Monsiváis y el 68

Martes 03 de noviembre de 2009
El Universal

1. El movimiento estudiantil del 68 es un tema recurrente en su obra. ¿Escribir 30 o 40 años después sobre esto es complicado o tiene ventajas?, ¿Clarifica lo ya conocido o es, -como lo menciona en Parte de Guerra II,- una lucha contra el olvido? ¿Cómo afecta el paso del tiempo a la memoria histórica del llamado imaginario colectivo?

R: Escribir a distancia es complicado porque, inevitablemente, muchos puntos de vista se petrifican y hay que luchar contra el recuerdo sucesivo del primer recuerdo; también, los debates han sido obsesivos y la reiteración le da a todo un carácter de novedad milenaria. Sin embargo, al trabajar y retrabajar esos materiales compruebo inevitablemente que la lucha contra el olvido del movimiento que sea, se obtienen sólo unas cuantas referencias esenciales, las suficientes para darle continuidad a la memoria histórica.

El 2 de octubre no se olvida aunque ya han caído en el olvido casi todos los que quisieron desaparecerlo de la escena y muchos que no supieron qué hacer con el legado vital y la presencia todavía actual de ese movimiento. Tlatelolco perdura en la memoria histórica, y cada vez más el movimiento estudiantil mismo.

Son historia a la vez miserable (el PRI, Díaz Ordaz, el Poder Judicial, los medios informativos, los políticos cercanos al Presidente, los diputados y senadores) y heroica (los estudiantes, un sector de profesores y algunos intelectuales y periodistas).

2. Personalmente, ¿cómo recuerda esa tarde del 2 de octubre?

R: La tengo tan grabada que estoy seguro que me acuerdo bien de la última vez que la conté. No estuve en la plaza aunque sí en sus inmediaciones porque llegué tarde cuando todo era confusión, miedo y versiones del pánico. Fui a Ciudad Universitaria y casi no había nadie, y luego a esperar por teléfono las noticias y a vivir la angustia.

3. ¿Cuándo y cómo se entera de lo ocurrido en Tlatelolco?

R: Lo que sucedió lo supe de una manera detallada, o lo más detallada posible, dos días después cuando ya se iban unificando las versiones y había necesidad de preparar un texto de protesta de la Asamblea de Intelectuales y Artistas en Apoyo del Movimiento Estudiantil (el nombre es largo pero no era un membrete).

Cuando nos reunimos Nancy Cárdenas, Juan García Ponce y yo para hacer el texto que a fin de cuentas fue más bien de Nancy, la información disponible no era contradictoria en lo esencial. No sabíamos todavía del Batallón Olimpia y de las provocaciones de gente del Estado Mayor Presidencial, ignorábamos que había pasado en Gobernación y Presidencia esa noche, pero el salvajismo de la matanza, el carácter absolutamente pacífico del mitin y la maldad específica de Díaz Ordaz y los suyos nos resultaban evidentes.

4. ¿Le cambió en algo el 2 de octubre?

R: Uno nunca sabe que tanto cambia y cuáles son las causas profundas de los cambios. Por lo menos yo no lo sé. Estoy al tanto del fortalecimiento de mi visión hipercrítica del PRI y del sistema presidencialista, pero en lo básico lo que me dieron el movimiento y el 2 de octubre fue una visión más próxima de la famosa condición humana, de los contrastes entre la abyección y el espíritu de resistencia. Eso en lo personal me resulta lo más perdurable.

4. Las acusaciones de Elena Garro contra usted y otros personajes sobre su autoría del movimiento, ¿qué sensación le provocaron entonces y que piensa ahora de ellas?

R: En ese momento,4 de octubre de 1968, me sentí digamos que preocupado para no confesar mis temores. Ahora, el episodio me parece patético, y trato de no particularizar en mi recuerdo. Por supuesto que no éramos autores del 2 de octubre ni Luis Villoro, ni Rosario Castellanos, ni yo, pero lo que ahora es de una comicidad deprimente, entonces en un clima de Guerra Fría tenía la apariencia de represión inmisericorde.

5. ¿Afectó la presión gubernamental sus escritos posteriores al 2 de octubre en Siempre!?

R: Sí, en los comentarios políticos. Intenté, no sé si lo conseguí, mayor rigor, pero en lo tocante a represiones ya no las hubo aunque sí, y más bien discretas, advertencias que no se tomaban muy en cuenta. Con los presos políticos parecía cerrada la cuenta de represión individualizada del movimiento de 68.

6. ¿Qué tipo de justicia está pendiente para las víctimas de la matanza del 68?

R: El Comité de Ex Presos Políticos ha llevado a cabo una tarea importante y combativa al señalar los casos de mayor impunidad, de Luis Echeverría en adelante. Pero la justicia histórica, no la de responsabilidades penales, se beneficiará grandemente con la inclusión del fenómeno del 68 en los libros de texto gratuitos, no la mención rápida de ahora sino una representación justa de un hecho definitivo en la modernización de toda índole del país.

7. El movimiento estudiantil del 68 fue una muestra de la modernidad para la que quizás el régimen no estaba preparado y vio nacer a la oposición de fines de siglo. ¿Qué son actualmente los idealismos? ¿Se ha pervertido la izquierda partidaria? ¿Cuál es la principal limitación del pensamiento revolucionario modernista de la izquierda en México? ¿La movilización como arma política de resistencia, por ejemplo, en el caso de Andrés Manuel López Obrador?

R: El régimen simplemente no estaba preparado para la existencia de ciudadanos, no la concebía, le era en sí misma una idea subversiva. En cuanto a los idealismos, aunque resulte una idea un tanto extravagante, continúan y con fuerza, aunque la turbiedad de la escena política y social lo empañe todo. La izquierda partidaria que manipula y exprime el PRD no es izquierda, si por está entendemos la lucha por la desigualdad y por los derechos humanos y civiles, ni es partidaria, es simplemente facciosa y patética. Se necesita audacia para decir como Ortega que como ya no quieren ser mezquinos, se van a reunir con el PAN en la lucha electoral en dos estados.

El PAN es el adversario histórico de la izquierda, y cada vez más, y Ortega y Navarrete y demás se dan sus duchas de estadistas pensando que hacen política de alto nivel. Nunca había descendido tanto la idea de la izquierda. Ahora, por el momento no veo movimiento revolucionario alguno, veo sí un esfuerzo democrático muy serio en todas partes aunque todavía no unificado. La principal limitación de la izquierda es la idea de la posición individual o de grupo de la Verdad; esto lleva a la división permanente. En cuanto al movimiento de resistencia pacífica que encuentra su líder en López Obrador, ha resistido con entereza la campaña de odio y linchamiento mayor que se conoce. Y persiste.

8. Hoy, 41 años después, a la vuelta de la esquina que ve... ¿El Estado autoritario y represor de Díaz Ordaz, o una democracia incluyente?

R: Hay mayor libertad de expresión, pero se ha acrecentado la sensación de impotencia. La democracia incluyente se opone a la idea misma de gobierno de acuerdo a las reglas del PRI y del PAN. Luego de la devastación económica, la privatización como selección de las especies, de Atenco, de Pasta de Conchos, de las vergüenzas del IFE y del Tribunal Electoral Federal y del inmenso costo de las campañas, de qué democracia hablan Calderón, Peña Nieto, y compañía.

9. Ante la intolerancia de algunos grupos conservadores, ¿qué instrumentos tiene la sociedad para defender los avances en materia de diversidad sexual, derechos humanos y laicidad?

R: La sociedad no es un conjunto unificado. Una parte ejerce sus derechos para ser injusta y muy anacrónica, desde mi punto de vista. No todos los que votaron por Calderón lo hacían por odio o miedo a El Peje, también hay los que se oponen al aborto por asunto de conciencia. La parte de la sociedad que rechaza el fundamentalismo entiende que hay sectores de convicciones religiosas muy arraigadas.

Muy bien, que no aborten, que no asistan de testigos a la firma de sociedades de convivencia, que no acepten para ellos la aplicación de la eutanasia, pero que no se sientan con la autoridad de imponerle a todos sus convicciones religiosas. El Estado mexicano debe seguir siendo laico y eso no cambiará porque la sociedad está definitivamente secularizada.

10. Usted apuntó: "México no tiene los gobernantes que merece, sino los que no puede evitar". ¿Es una condena a vivir en el eterno pesimismo de no tener un proyecto de nación?

R: El proyecto de nación está a la vista, lo que no me parece tan claro es a qué nación se le va a aplicar ese proyecto. ¿En qué ruinas va a localizar el proyecto a la nación?

11. En el 68 francés, un lema era: "pide lo imposible". La esperanza de cambio político y social en el México actual parece lejana, utópica. ¿Se puede todavía pedir lo imposible?

R: Ahora, lo imposible es renunciar a la búsqueda crítica, organizada y pacífica de lo posible, la democracia que está ya en muchas conductas, pero que aún no aparece en casi todos los ejercicios del poder.

Nótese el plural

2009-11-03
Milenio
Cristina Rivera Garza

De vez en cuando, pero con una puntualidad pasmosa, ciertos sectores de la crítica literaria mexicana se dan a la tarea de decretar, de nueva cuenta, la muerte de la escritura experimental. Eso, claro, cuando esos sectores de la crítica literaria amanecen de buenas y admiten, en un acto de augusta flexibilidad y bajo el sol que ilumina el sur de la Ciudad de México, que tal cosa, cualquiera cosa que el término escritura experimental designe, existe. Las vanguardias, conjeturan, tuvieron lugar a mediados del siglo XX y allá están bien. Además, para ser francos eso (cualquier cosa que eso sea) es asunto de la poesía y no del serio quehacer de la narrativa, cuya tarea es “contar”. Nostalgia retro. Juegos de decoración. Privilegio frívolo de la Forma sobre el Contenido. Pírrico triunfo del intelecto sobre la emoción. El Último que Verdaderamente lo hizo, si es que lo hizo (si es que eso puede ser hecho), argumentan en un afán casi comprensivo, fue Salvador Elizondo. Los textos de esos ciertos sectores de la crítica literaria mexicana en general tienen la apariencia de conminar a la muy alta práctica de la pureza artística o gramatical, pero en realidad no son más que llamados a la conformidad. Porque, dicho sea con todas las palabras juntas, ¿qué escritura que es, no es experimental?

Habrá que empezar esta serie de párrafos recordando el nombre de nuestro gran experimentalista: Juan Rulfo. Anclada en el corazón mismo de la literatura moderna mexicana brilla esa novela publicada en 1953 que, entre otras cosas, descartó a la anécdota y a la verosimilitud como ejes rectores de una tarea que bien puede ser descrita con una diversidad de términos excepto con el verbo “contar”. Habrá que decir que, justo como lo recordara Jorge Aguilar Mora en un ensayo memorable, a Pedro Páramo la precede otro librito “raro” por fragmentario e híbrido: Cartucho de Nellie Campobello, y lo circundan (esto ya no lo dice Aguilar Mora, por cierto) los experimentos narrativos (clasificados de antemano como menores) de los Contemporáneos. Y, luego, ya entrados en gastos, habrá que recordar los juegos híbridos del lenguaje de Juan José Arreola y las novelas que publicó por allá de la década de los 70 Julieta Campos, desde El miedo de perder a Eurídice hasta Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, y la primera etapa narrativa de Héctor Manjarrez. ¿Y cómo se le podría denominar a ese temprano ejercicio entre la autobiografía y el balazo periodístico que llevó a cabo Silvia Molina en La mañana debe seguir gris? ¿Y dónde colocar sino en la veta de la búsqueda radical la última etapa de búsqueda del delicioso (porque además era de Delicias, Chihuahua) Jesús Gardea?

Ahora el asunto de la Forma. ¿Hay alguien que escriba, que verdaderamente escriba quiero decir, dispuesto o dispuesta a admitir en público que no tiene trasiegos con La Forma? ¿A inicios del siglo XXI existe alguien que escriba, pero que verdaderamente escriba o quiera escribir, dispuesto a argumentar en público que en la escritura la Forma y el Contenido son cosas distintas? Porque una cosa es que ciertos sectores de la crítica literaria mexicana gusten de presentar una forma narrativa dominante (lineal o fragmentaria pero definida por la anécdota, por una relación representativa con el referente y, luego entonces, con la mimesis y la verosimilitud, y por una noción explicativa de las funciones del párrafo e incluso de la oración) como un constructo “natural” y otra muy distinta es que lo sea. Una cosa es, pues, que se le asigne al escritor la penosa tarea de repetir, cada vez con una perfección creciente (a eso se le denomina estilo), modelos aceptados (y bien reseñados en la prensa local), y otra muy distinta es que ese escritor o escritora se de a la tarea de lidiar crítica y lúdicamente con tradiciones plurales y contenciosas y concomitantes respecto a las cuales, o junto a las cuales, tendrá que tomar decisiones que por pertenecerle a la escritura le corresponden, luego entonces, a la vida (o, si el riesgo es grande, como debe de ser, a la muerte). Nótese el plural.

Y viene el asunto, por supuesto, de la emoción. Pregunto: ¿Es el desconcierto una reacción emotiva? ¿La irritación? ¿La estupefacción? ¿El extravío? Me parece que cuando esos sectores de la crítica literaria acusan a textos experimentales de abdicar de la emoción, se refieren, en realidad, a las emociones de la identificación más comúnmente asociadas al melodrama. Puesto que las practico a diario no tengo nada personalmente en contra de ese tipo de emociones, pero admito que ésas sólo son unas cuantas en el espectro amplio, vastísimo de hecho, de conexiones íntimas que produce un texto. Que ciertos lectores quieran experimentar sólo ese tipo de emociones identificatorias una y otra vez, de manera cada vez más depurada (a eso se le llama estilo), no quiere decir, o no tiene que decir, que no sea legítimo o deseable que otros lectores busquen y produzcan otro tipo de emociones, llamémoslas desidentificatorias para mantener la simetría del argumento. ¿Será posible pensar que no todos los lectores van hacia el libro para enunciar el ¡eureka! proverbial del sí mismo y que existen aquellos deseosos de ver a otro desconocido en el espejo turbio y artificial de la página?

Me intriga, por cierto, que no pocos críticos y, de hecho, algunos escritores se manifiesten a favor de estrategias de escritura que ocultan a la escritura. Tersa superficie, dicen. Que no se note la costura, dicen. ¡Tan real que parezca la vida misma! Me intriga, claro, porque usualmente lo que tenemos, lo ineludible, de hecho, es “la vida misma” y vamos (porque no creo ser la única ciertamente) hacia los libros no sé si por algo más allá o por algo más acá, pero sí en definitiva por otras cosas (nótese el plural).

          

lunes, 2 de noviembre de 2009

San Genaro

2009-11-02
El Universal
Guillermo Fadanelli

En una novelita de John Fante, el padre de una familia de inmigrantes italianos le aconseja a su esposa que no rece más a los mismos santos de siempre, le aconseja que busque a un viejo santo olvidado que no se halle tan ocupado haciendo milagros a las multitudes, uno que se dé el tiempo suficiente para componer la vida de unos cuantos. El esposo no duda de que se debe acudir a los rezos para resolver problemas, lo que duda es que uno tan famoso como San Genaro se digne a poner atención en tantos pobres desgraciados que le suplican auxilio. El pasaje me ha parecido tan cercano a mi propia vida pues, según recuerdo, mi madre nunca puso en duda los poderes de sus santos preferidos y en respuesta a mis sarcasmos o recriminaciones me decía que siguiera yo confiando en la justicia de nuestro país y en sus políticos porque eso sí le parecía a ella un acto estúpido e inconsciente. Yo tenía en ese entonces 20 años y no imaginé que tanto tiempo después sus palabras recobrarían su profundo sentido y su enorme sabiduría. He estado a punto en varias ocasiones de ir a su casa y buscar en sus muebles de difunta la imagen polvosa de un viejo santo y ponerlo para trabajar en pos de la familia.

Es hasta cierto punto cómico escuchar el cúmulo de opiniones o argumentaciones acerca de cómo deben cobrarse los impuestos o sobre las estrategias a seguir en estos asuntos de recolección monetaria. Los políticos simulan preocuparse y practican el espectáculo intentando vestirse de héroes. Todos opinan, se recriminan y una manada de especialistas llena los espacios para darnos cátedra sobre cuestiones económicas.

Los tecnicismos nos sepultan y cualquier personaje menor nos regaña o nos pone al tanto de cómo debemos comprender las cosas del dinero. Así que, siendo un ciudadano común que no desea enterarse de tantas tonterías, quiero expresarles mi indiferencia afirmando que no me importan sus groseras peripecias, pues es evidente que las injusticias continuarán y que, si en realidad los políticos y especialistas hicieran lo debido, para remediarlas no tendríamos que escucharlos: serían discretos, honrados y sobre todas las cosas efectivos. La enorme cantidad de personas comunes que no comprende minucias técnicas, sí comprende que sus esfuerzos cotidianos no obtienen recompensa, que entre más duro trabajan menos cuentan con las mínimas condiciones de bienestar social y que están abandonados a su suerte por sus representantes públicos. Es más sencillo comprobar que pese a la rutina honrada a la que nos sometemos diariamente sólo unos cuantos progresan. Es hora de desempolvar los santos que, pese a su constante descrédito, son los únicos en quien se puede confiar en la actualidad. Y si no nos hacen el milagro los perdonamos aludiendo a que están muy ocupados o que sólo los buscamos cuando nos conviene.

Me puedo ufanar de que conozco las calles de mi ciudad porque soy un caminante compulsivo y creo ser un buen observador. Me he defendido de ataques físicos varias veces y he salido airoso, aunque una vez me descuidé y el ladrón sacó un arma antes de que lo descubriera. Y nunca en varias décadas había advertido tanto resentimiento y odio en las relaciones urbanas. Hace unos días fui testigo de cómo un grupo de personas increpaba a dos ladrones de uniforme montados en una grúa. Los criminales solapados por un gobierno de la ciudad absolutamente indiferente a los reclamos de los ciudadanos se hallan más que acostumbrados a escuchar mentadas o a recibir incluso empujones. En esa ocasión respiré como nunca antes una densa atmósfera de violencia, consecuencia de la indefensión y la vejación constante. Se lo comentaba el jueves por la tarde a mi hermano que trabaja en el Sistema de Aguas de la ciudad de México desde hace diez años y no ha logrado juntar los miles y miles de pesos necesarios que requiere para que el sindicato lo acepte entre sus filas. Confía en que la honradez y el trabajo constante tendrán algún día su recompensa. Sus esperanzas son totalmente ingenuas. Lo he tratado de convencer de que le rece a un santo que no sea célebre, pues sólo de ese modo existe la posibilidad de que tal vez durante unos días llegue a conocer el milagro de la justicia. Hace apenas unos años lo habría incitado a la rebelión, hoy le sugiero que le rece a San Artemio quien en estos momentos debe de estar dormido, pues no es un santo devoto de los mexicanos o que comience a escarbar en los cajones de los pocos muebles que nos legó mi madre.

Agente de cambio

2 de octubre 2009
Noroeste
Denise Dresser

Tiempos de impuestos crecientes y políticos disminuidos. Tiempos de problemas cada vez más grandes y soluciones cada vez menos asibles.

Tiempos confusos, cabizbajos, grisáceos, en los cuales no se sabe a ciencia cierta a dónde mirar o en quién confiar.

Pero aún así hay algo en lo cual creo con absoluta certeza, y es aquello que la antropóloga Margaret Mead escribió con tanta elocuencia: "Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos puede cambiar al mundo.

Por ello apoyo, y convoco a apoyar, la candidatura de Emilio Álvarez Icaza para presidir la CNDH.

Porque entiende que la labor de un Ombudsman es mantener vivas las aspiraciones de verdad y justicia en un sistema que, con demasiada frecuencia, las desdeña. Sabe que le corresponde pararse del lado de la víctima. Asumirse como alguien capaz de representar a las personas y a las causas que muchos preferirían ignorar. Defender los derechos de quienes ni siquiera saben que los tienen.

Durante su presidencia, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal alzó la vara de medición, contribuyó a crear un contexto de exigencia, se volvió autora de un lenguaje que buscó siempre decirle la verdad al poder, recomendación tras recomendación.

En el caso Eumex. En el caso del plantón post-electoral sobre Reforma. En el caso de los reclusorios.

En el caso del New´s Divine. En el caso del derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos. En el caso del diagnóstico sobre los derechos humanos en el Distrito Federal.

Ahora bien, ser un buen Ombudsman en México no es una tarea fácil porque implica indagar, investigar, evidenciar, señalar violaciones a los derechos humanos, provengan de donde provengan.

En el caso de Emilio Álvarez Icaza ha implicado vivir con los vituperios de quienes, desde la izquierda, se sintieron traicionados por la recomendación del plantón.

Ha implicado resistir las acusaciones de quienes, desde la derecha, se sintieron traicionados por la postura de la CDHDF en el caso de la despenalización del aborto.

Ha implicado ser el blanco de las críticas de quienes aún les falta comprender que es más importante defender derechos fundamentales que ser panista.

Que es más importante defender la legalidad que ser perredista. Que es más importante proteger ciudadanos que proteger cotos partidistas.

Que es más importante impulsar una visión de Estado que una creencia personal o una ideología política.

Por esa congruencia en caso tras caso me parece que hay un gran valor en la labor de Emilio Álvarez Icaza.

Hay algo intelectual y moralmente aplaudible en encabezar la lucha por la protección de los desprotegidos.

Y por ello se vuelve imperativo apoyar para un puesto a nivel nacional a quien ha hecho lo que Emilio en el Distrito Federal.

Defender a los débiles. Darle voz a los vulnerables. Retar a la autoridad imperfecta u opresiva.

Denunciar la manipulación política de la pena de muerte, la situación de los reclusorios, la podredumbre de las policías, los desafíos al Estado laico, la institucionalización de la impunidad.

En un País en el cual tantos conceden, claudican y recortan sus conciencias para ajustarlas al tamaño del puesto que aspiran a llenar, Emilio Álvarez Icaza ocupa una posición inusual: es una figura emblemática de la inteligencia libre. Sin ataduras. Sin sometimientos. Sin lealtades políticas o afiliaciones partidistas. Precisamente porque es libre, provoca tanta incomodidad entre quienes querrían una CNDH sumisa, domesticada.

Precisamente porque es libre, engendra tanto escozor entre quienes preferirían un Ombudsman dispuesto a promover intereses partidistas por encima de derechos humanos.

Precisamente porque es libre, produce tanta preocupación entre quienes desearían una CNDH abocada a emprender cruzadas religiosas por encima de causas ciudadanas.

Paradójicamente es criticado por aquello que lo vuelve idóneo para el puesto. El activismo. La independencia feroz.

El catolicismo responsable con el cual coloca la primacía de la ley sobre las preferencias personales. La decencia esencial.

Por eso me pronuncio hoy, parada al lado de tantos ciudadanos más, en apoyo a alguien bautizado como "defensor del pueblo" porque ha sabido caminar a su lado. Por eso exhortamos a que los senadores alcen la cabeza y la mano del pequeño estadista que ojalá lleven dentro.

Por eso pedimos que el Senado de la República devuelva el sentido fundacional a los órganos autónomos y reconozca el perfil de alguien que, como Emilio Alvarez Icaza, debe encabezarlos.

Alguien que en tiempos de inercias arraigadas ha demostrado ser un agente de cambio.

Alguien que se ha negado a ser espectador de la injusticia o la arbitrariedad. Alguien cuyo arribo a la CNDH se volvería un antídoto al cinismo y al desasosiego.

Alguien cuya actuación allí se convertiría en una forma de abastecer la esperanza en el País posible.

El País que todavía brinda oportunidades para creer en vez de razones para claudicar. El País que queremos.