lunes, 19 de octubre de 2009

Análisis: Huevos revueltos

19/10/09
Periódico Noroeste
Denise Dresser

La frase recurrente. El aplauso contundente. La locución vulgar pero que captura el sentir de muchos mexicanos en estos días sobre Felipe Calderón: "tiene huevos". Se escucha en los cafés, se oye en la calle, se lee en los blogs, se repite en las sobremesas.

El reconocimiento a un Presidente que reemplaza la cautela con el coraje, que sacude el doblegamiento con la decisión, que sustituye la administración de la inercia con una medida, como la liquidación de Luz y Fuerza del Centro, capaz de remontarla.

Sin duda el Presidente ha demostrado en días recientes la intención de combatir privilegios, confrontar cotos y desmantelar cuellos de botella que han retrasado la modernización de México.

Ahora le falta hacerlo consistentemente. Ahora necesita enseñar que los cojones tan celebrados están bien puestos, y que los usará para enfrentar intereses atrincherados dondequiera que estén: tanto en la izquierda como en la derecha; tanto en el mundo sindical como en el ámbito empresarial.

Porque si no lo hace, la confrontación con el Sindicato Mexicano de Electricistas terminará por ser una demostración de fuerza, más que un acto de buen Gobierno. Y hay una diferencia. Sí, hay una diferencia entre decisiones oportunistas que se toman para cambiar la correlación de fuerzas en favor del Gobierno, y decisiones estratégicas que se toman para cambiar el balance de poder en favor de la ciudadanía.

Hay una diferencia entre revivir el "Quinazo", e inaugurar un nuevo tipo de relación entre los sindicatos públicos, el Gobierno y la sociedad.

Hay una diferencia entre empujar medidas que fortalecen momentáneamente la popularidad presidencial, y empujar acciones que fomentan de manera coherente el crecimiento económico.

Hasta el momento, Felipe Calderón ha optado por lo primero, pero no ha sido capaz de transmitir lo segundo.

Ha mostrado, como se dice coloquialmente, "tener huevos", pero todavía son huevos revueltos o en algunos casos, tibios.

El Presidente ha desplegado valor para cerrar una empresa ineficaz, pero no el suficiente como para impedir su simple absorción por parte de otro monopolio público con pocos incentivos para ofrecer un servicio mejor y más barato.

El Presidente ha tenido arrojo para confrontar a un sindicato que su Gobierno apapachó, pero no el suficiente como para explicar cual será su posición ante otros sindicatos con prebendas similares.

El Presidente ha demostrado valentía para denunciar los abusos cometidos en contra de los consumidores, pero le falta hablar de los que se dan en tantos otros sectores.

El Presidente ha demostrado, por fin, la audacia para enarbolar la lucha contra los privilegios, pero le urge criticar los que gozan sus aliados en la élite empresarial. Como el Gobierno ha sido incapaz de crear una visión consistente sobre su actuación, aún las decisiones necesarias se vuelven blanco fácil para la crítica. Como el Gobierno no ha logrado construir una narrativa anti-corporativa, su lucha contra el SME aparece como un pleito contra la izquierda.

Como el Gobierno no ha buscado armar un frente anti-monopólico, el llamado a fomentar la eficiencia liquidando a Luz y Fuerza genera menos credibilidad de la que debería.

Y por ello, aunque acciones como la de LyFC se tomen en favor de la modernización, son vistas como manotazos.

Aunque la decisión sea técnicamente correcta, es percibida como políticamente discrecional.

Ante la impericia del gobierno para explicar por qué hace lo que hace, actos legítimos de autoridad se vuelven tan sólo gestos de arbitrariedad.

La única manera de remediar la confusión conceptual y política en la cual se halla Felipe Calderón hoy es a través de la consistencia.

A través de decisiones guiadas por el imperativo de denunciar privilegios y combatir ineficiencias e impedir abusos a los consumidores, de donde provengan.

En los monopolios públicos y en los monopolios privados; en la Compañía de Luz y Fuerza y en Telmex; en el Sindicato Mexicano de Electricistas y en el Consejo Coordinador Empresarial; en la provisión del servicio eléctrico y en la provisión de servicios financieros; en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y en el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios; en las cúpulas sindicales que compran ranchos y en las cúpulas empresariales que evaden impuestos; entre los líderes charros que chantajean al Gobierno y los oligarcas de la televisión que lo hacen también .

En pocas palabras, Felipe Calderón tendría que demostrar que la valentía desplegada no es una valentía selectiva.

Tendría que convencer que el combate a los privilegios se llevará a cabo aún contra los de casa.

Tendría que enseñar que está desmantelando al viejo régimen y no sólo liquidando a trabajadores políticamente incómodos.

Si no vincula la audacia aplaudida con la visión auténticamente reformista, la oportunidad que ha abierto con la liquidación de Luz y Fuerza del Centro será una oportunidad desperdiciada. En lugar de preparar huevos bien cocidos, servirá tan sólo huevos mal revueltos.

sábado, 17 de octubre de 2009

Historia del becario ingrato

2009-10-17
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Lleva semanas la campaña contra el escritor Rogelio Guedea de parte de defensores de Miguel Ángel Aguayo, rector de la Universidad de Colima, a quien Guedea señala por actos de corrupción.

Además de la información que ha salido a relucir llama la atención la estrategia para censurar o amedrentar su crítica.

A Guedea lo han querido sobornar. No aceptó y continúo su crítica hacia la corrupción por medio de prensa e internet, entonces, por medio de prensa e internet la campaña contra él continuó.

Lo volvieron el “becario ingrato”. Según esta lógica, si Guedea ganó una beca tuvo que ser del mismo modo que los funcionarios corruptos obtienen sus puestos: sin mérito o competencia.

Además resulta que ser becario implica no sólo que eres corrupto —si tienes beca pecas— sino que una beca no es una beca sino una mordida para taparte el hocico.

Y si eres becario y eres crítico —y eso es incongruente en la moral mexicana culpígena— entonces, ¿qué más buscas? Nadie puede ser crítico porque tenga convicciones o, digamos, crea que la obligación de un escritor o artista sea precisamente ser crítico, no, ¡qué va! El crítico algo quiere —averíguame, Pancho, cuál es su sueño— y si resulta que no es soñador o que critica para “llamar la atención” —y ahí la mitad del electorado se une al corrupto, porque en México nos choca que alguien levante la mano—; ‘tonces, a darle con un palo hasta bajarle lo ego-huevos.

Estas últimas semanas ha sido Guedea. Ayer ustedes, yo o ella. Mañana, tú.

Hay una regla no escrita entre los premios, publicaciones, becas o distinciones que otorga el Estado y quienes las reciben. La regla dice: te tienes que sentir culpable (comprado).

Como te vas a sentir culpable (comprado), es una mordida de facto.

Si quieres criticar algo, alguien te va a acusar a ti de ser parte del sistema. No importa que hayas ganado compitiendo con decenas o centenares, ¡no!, lo importante es que te sientas culpable y no abras la boca en asuntos reales. Punto.

Eres privilegiado, ergo, no te quejes.

Y como en México todo se trata de pureza, si criticas, se alegará que te sientes más puro. Y como todos semos “impuros”, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, reza el Evangelio de la Santa Impunidad.

Un intelectual está obligado a ser crítico. Y será atacado por los guardianes del amo, resentidos y conexos.

Guedea gana beca. Identifica un acto de corrupción. Lo denuncia. A Guedea le va a llover.

Le aconsejo que lo disfrute. Sufrir es cristiano.

Guedea, entonces, a lo tuyo. Y no te quejes o sientas muy macho. Criticar no es ningún mérito. Ni para criticar hay que ser héroe o santo.

Para eso te pagamos los ciudadanos: para que hagas tu trabajo: no quedarte callado.

Por último: escríbelo bien. Así, si el país no cambia, al menos, la lengua avanza.

lunes, 12 de octubre de 2009

Viejos

12 de octubre de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

Desde que era un niño pensaba en la vejez y me intrigaba cómo sería yo mismo sesenta años después. El paso del tiempo va despejando poco a poco la incógnita y ahora sé que todo será mucho peor de lo que imaginaba. No lamento mi suerte y creo que nada podría haber sido distinto. El tiempo corre en sentido contrario y el futuro carece de misterio. Nacer es un hecho tan sorprendente que desborda toda imaginación, en cambio la muerte cubre el horizonte y cada día que pasa se presenta para darnos un ligero empujón hacia la fosa. “Juro que cuando sea viejo no seré cobarde”, este ha sido mi más firme propósito, no suplicaré a nadie por un día más de vida y nadie se enterará de que el momento de partir se encuentra próximo, me repito todo el tiempo, no permitiré a los doctores opinar sobre mi salud e intentaré tirar un par de golpes antes de que un joven se apiade de mí y me mire con misericordia. En sus memorias, Thomas Bernhard cuenta que siendo un niño le gustaba ir a los sepelios, pues eran una aventura que hacía menos aburrida la rutina del pueblo donde vivía. En estos actos, dice Bernhard, se cubría con mucha tierra a los muertos para evitar que continuaran envenenando a los vivos. Nunca estará de más añadir un poco más de tierra en la tumba.

Si para mis funerales me queda todavía un amigo, le ruego que le dé unos cuantos pesos de más al sepulturero para que no sea tacaño a la hora de echar las paladas.

Comienzo a extrañar a mi padre ahora que los años comienzan a pesar como una montaña. El efecto de su muerte fue tan distinto al que me invadió cuando murió mi madre porque si bien la mañana en que ella se marchó la vida me transformó en otra persona, cuando él lo hizo sentí que su muerte era mi muerte anticipada. Sus huesos endebles son ahora los míos y no puedo parar de pensar que cada uno de sus pensamientos ha tomado mi mente para demostrarme que ninguna rebelión logró apartarme de los caminos más trillados: no tengo vida y soy un remedo vanidoso de ese hombre que nunca me comprendió. Me habría gustado que me pusiera sobre aviso de las miserias a las que nos condena la arrogancia y que me contara sobre las frustraciones que van doblando la espalda de un hombre maduro. La rutina va tejiendo una mortaja y los ojos no miran más allá de su propia tristeza. En “La caída” un Camus desesperado hace decir a uno de sus personajes: “Nunca pude creer profundamente que los asuntos humanos fueran cosa sería.” Yo he creído que lo eran durante mucho tiempo y me he decepcionado y mi padre no me advirtió que a cierta edad las personas dejan de ser importantes y uno comienza a sustituirlas por los recuerdos.

Contra lo que pudiera pensarse me repele la nostalgia y gradualmente he ido perdiendo el miedo a la muerte. Respeto a los ancianos como a nadie y los únicos jóvenes que me interesan son los que tienen alma de viejos. Perder algunas batallas te mantiene despierto, aunque demasiados fracasos hacen amargas a las personas y secretan un veneno que oscurece la vida de los demás. No hay proceso anímico más triste, más desesperado que cuando se enfría la amistad entre dos hombres, dice un personaje de Sánor Márai en “El último encuentro”, lo afirma un hombre de setenta y cinco años que intenta soportarse a sí mismo y aceptar que existen hombres que son superiores a él por sus cualidades morales e intelectuales. La amistad es una compañía pasajera que puede llegar a ser más intensa que una enfermedad o un amor, pero sólo a condición de que sea efímera pues la desgracia quiere que el paso de los años carcoma las relaciones amistosas y vuelva cínicos a los hombres.

A mí me causa placer escuchar las historias de los viejos, y si las repiten varias veces porque la memoria comienza abandonarlos no me importa. Y si inventan y cambian los hechos del pasado para darse importancia los escucho aún con más atención. Lo único que me duele es que se den por vencidos desde temprano, que se acepten viejos y que después de su jubilación se conviertan en elotes que exigen ser tratados con compasión. Tampoco comprendo por qué los ancianos que han sido ateos toda su vida titubean cuando tienen los días contados y miran al cielo con esperanza. Fuera de eso puedo decir sin ninguna duda que la tierra sería un paraíso si todos envejecieran de repente y transformaran en futuro su pasado. Creo que sería un mundo bello e inofensivo.

domingo, 11 de octubre de 2009

La universidad en vías de extinción

2009-10-10
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

El medievo inventó a la universidad. Nunca ha sido moderna. Del clero al capital, intocada por la ciencia. La universidad es una institución en vías de extinción.

La universidad tiene como fin crear conocimiento. Como efecto colateral, crear profesionistas. Pero casi todas sólo sirven como kindergardens extemporáneos. Aun la tesis ha desaparecido. Nadie ahí investiga. Universidad y ciencia, divorciadas; en el mejor de los casos, amantes de ratos libres.

Si un profesor desea impartir cátedra debe hacerlo a la antigüita: dar clase solipsista. Si es progresista y aplica, digamos, constructivismo, y baja al nivel de los alumnos y construye la clase con base en su interés, necesidades y saber real, tendrá que olvidarse de impartir su curso: los alumnos vienen de prepas mexicanas, es decir, su nivel es de primero de secundaria.

Los planes de estudio universitarios son inaplicables.

Además de patito, la universidad tiene mala imagen. Desde el 68 se le ve como trinchera de revoltosos; hoy esa idea prosigue vía Lucía Morett (estudiante de la UNAM acusada de terrorismo por el gobierno colombiano) y últimamente por el arresto de Ramsés Villarreal (estudiante de la UAM, acusado de ser el ecoloco detrás de los bombazos en cajeros automáticos). En México, el universitario aún es el Malo.

Como remate, la uni no ayuda a ganar más. Entonces —pregunta popular— ¿pa’qué estudiar?

En Estados Unidos, por cierto, la Universidad de California, que alguna vez fue un prestigiado sistema de educación pública, hoy se vuelve una universidad mexicana. Ya incluso estudiantes del campus de Santa Cruz han tomado un edificio en protesta y los medios les hacen mala cara.

El desprestigio de la universidad en México y EU está vinculado al ascenso de la derecha y la decadencia de la izquierda. Los gobiernos neoliberales desean deshacerse de áreas enteras del sistema universitario —las Humanidades—; convertir carreras en proveedoras de tecno-jornaleros y, en el plano de las ideas, evitar lo izquierdoso y lo darwiniano.

Y —dice el absurdo zurdo— si la universidad es su templo, ¡Marx no ha muerto!

El secreto mejor guardado del capitalismo es que el último marxista del planeta morirá en Berkeley. Y los Republicanos desean ya fumigarlo.

Detrás de los ataques y recortes a la universidad pública está la privatización y frenar la crítica latente que ella genera.

La universidad siempre ha sido saboteada.

Familia, gobierno, negocio, espectáculo, religión y, sobre todo, sistema escolar la vuelven imposible. Nadie parece aún notarlo, pero la universidad está pasando de utopía iluminista a dinosaurio (que sólo existió en los museos). La universidad está desvaneciéndose.

¿Qué sigue de nosotros, los posmodernos? La verdadera Edad Media.

La curiosidad del poeta

10/10/2009
Suplemento Babelia
Pablo Ordaz

Hay una voz que emociona a los jóvenes mexicanos. Es la de un hombre de 70 años que conoció a Octavio Paz, a Luis Cernuda, a Vicente Aleixandre, a Max Aub, a Jorge Luis Borges. Hay un poema de 1967 que emociona a todas las generaciones de mexicanos. Se llama Alta Traición y dice así: "No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, montañas / -y tres o cuatro ríos". La voz y el poema pertenecen a José Emilio Pacheco, pero más allá de lo extenso de su obra, de la importancia de los premios recibidos, lo que inspira la vida y la obra del último premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana se resume en una frase que intercala en la conversación: "Es muy curioso todo". Y es en la manera gozosa en que lo dice, en el deseo inagotable de aprender y en su forma de transmitir lo que sabe, siempre como un regalo, nunca como una lección, donde está el alma de José Emilio Pacheco, su conexión tan íntima con lo mejor de México.

-Qué casa más bonita.

-La queremos mucho.

La cita es a las nueve de la mañana, en su casa, para desayunar. José Emilio Pacheco estrecha la mano del periodista y en ese momento, fin del verano, ciudad de México, colonia de La Condesa, dos temores se sientan frente a frente. El del poeta a las entrevistas. El del periodista ante un sabio que odia las entrevistas. Después de un primer café de tanteo, y ante las primeras preguntas, José Emilio Pacheco decide confesar: "¿Ves?, encendiste la grabadora y enmudecí. Hay gente que tiene el talento para hacer entrevistas, pero yo carezco absolutamente de ese talento. Después de cada entrevista, me quedo pensando: ¿por qué no le dije esto...? Debería haberle dicho aquello otro... Ten en cuenta que yo estoy acostumbrado a escribir, a ver lo que pienso. Y si no veo lo que estoy diciendo, ¿cómo puedo pensar?".

Confesión por confesión, el reportero le cuenta que hasta la noche anterior no le llegó por correo electrónico su último libro, La edad de las tinieblas, que en España publica Visor. Y que fue abrir el archivo, empezar a leer los 50 poemas en prosa y sentir ternura con Bolotó, "el terror de las hormigas", miedo ante la mirada del insecto, "en la noche del insecto hay un minuto en que se pregunta a qué sabrá sentirse humano", nostalgia de aquella lejana tarde con aquella mujer, "nos llevamos tan bien que sin decirlo preferimos no volver a vernos...". Al apagar el ordenador, ya alta la madrugada, el periodista había desaparecido y se había convertido en uno más de sus rendidos admiradores. Cuando José Emilio Pacheco acude a alguna celebración literaria en México, los organizadores saben que habrá lleno absoluto, y que sus lectores no se conformarán con la delicia de escucharlo hablar, sino que querrán saludar al autor de Las batallas en el desierto, que se retrate con ellos, que les dedique un libro... Cuando se pregunta aquí y allá por José Emilio Pacheco, las respuestas coinciden: "¿Lo vas a entrevistar? ¡Qué suerte! Es una persona encantadora, un sabio como los de antes. Eso sí -bajan la voz-, ten en cuenta que José Emilio Pacheco odia las entrevistas". Pacheco se disculpa: "La paradoja es que a mí me gusta mucho leer las entrevistas, pero hay veces que me preguntan: ¿y usted qué intentó reflejar con este poema...? Ah, pues yo, no sé qué responder... Prefiero que hablemos tranquilamente y luego tú escribes lo que creas más conveniente. ¿Te he ofrecido ya café? ¿Qué poema me decías que te había gustado?".

Sin duda, uno de los poemas más sobrecogedores es precisamente el que da título al libro, 'La edad de las tinieblas'. En uno de los párrafos, José Emilio Pacheco describe así un quinqué: "Me intriga pensar en lo que han dicho mis padres: en el petróleo de la lámpara flotan reducidos a esencia bosques y dinosaurios de la prehistoria. Millones de años se han necesitado para humedecer la lengüeta de jerga que convertida en mecha soporta la llama. Una campana de cristal la protege y le permite iluminarnos. En el quinqué se consumen los restos fósiles de una vida improbable. La noche huele a luz carbonizada".

PREGUNTA. ¿Qué se siente cuando uno escribe una frase redonda, una frase definitiva como ésa? "La noche huele a luz carbonizada...".

RESPUESTA. Uno se siente muy satisfecho, sí, eso sí.

P. ¿Y cuando se percata de que un libro suyo publicado en 1981 - Las batallas en el desierto- tiene aún tanta vigencia que sigue siendo traducido, admirado por lectores de 16 años...?

R. Una gran satisfacción, sí, pero también alguna forma de humildad. Uno no tiene la intención de provocar ese efecto, es algo que tiene el texto. Porque uno siempre quisiera escribir bien y que las cosas salieran. Pero no salen...

P. ¿Es muy exigente?

R. Sí, guardo o destruyo mucho.

P. ¿Y cuándo sabe si un texto es bueno o malo?

R. Eso me costaría mucho decirlo. Tal vez uno sí tiene la intuición de lo que está bien. El problema es que es una intuición provisional, porque después de que sale el libro sigo corrigiendo... Soy un horror para los editores.

P. A propósito de los versos, usted cuenta en La edad de las tinieblas: "Los veo formarse indefensos y salir en busca de alguien que los resguarde. La inmensa mayoría les da la espalda. Cuando ellos se acercan las personas desvían la mirada y hacen como si los versos no existieran". ¿Cuándo decide que sus poemas están listos para subir al metro y vencer "la hostilidad, el desprecio o cuando menos la indiferencia de los pasajeros"?

R. No hay ninguna regla. Podemos ver poema por poema, y te diré: "Mira, éste me costó un trabajo infinito, un trabajo de años". Y otros, en cambio, salen prácticamente de primera intención. Es muy extraño...

P. ¿Y ni siquiera la experiencia sirve?

R. Para nada, al contrario. Con 20 años piensas que tal vez un día llegues a escribir con una facilidad, con una certeza y un conocimiento... Y no, nunca. Siempre es por primera vez, siempre. Y, además, la mayoría de las cosas salen muy mal. La mayoría de los textos que haces son malísimos, para que uno te salga bien necesitas hacer 50 muy malos.

P. Tan malos no serán...

R. Sí, sí. Mayans, un neoclásico del siglo XVIII, decía: "En la poesía, lo que no es excelente es despreciable". Y tenía razón.

P. O sea, que hay pocas cosas más espantosas que un poeta malo...

R. Sí, sí, y además hay otra cosa: ya nadie admite la crítica. Eso se acabó con los cafés. Hay que acostumbrarse de nuevo a que la gente no esté de acuerdo en todo contigo, que no te diga que todo lo que escribes está bien. Porque si yo ahora le digo a alguien: oye, no me gustó... No lo acepta. Eso es impensable ahora.

P. ¿Cómo agrupa los poemas?

R. Se van haciendo y de repente digo: aquí hay un libro, pero nunca me he propuesto escribir un libro de poesía. Ésa es una cosa muy singular que tenía Pablo Neruda. Que Pablo Neruda decía: voy a hacer un libro. Y entonces lo hacía. No iba reuniendo poemas. Por ejemplo, yo digo que Rubén Darío es un poeta de poemas, no de libros de poemas. Rubén Darío hace poemas, nunca piensa en el libro, y Neruda sí.

P. Por cierto, ¿es verdad que usted no quiso conocer a Pablo Neruda?

R. Sí, porque yo qué le iba a decir a Neruda, prefería leerlo. Me dijeron: esta noche va a estar aquí Neruda (supongo que rodeado de otras 800 personas). Y qué le iba a decir yo: buenas noches, señor Neruda, me gustan muchos sus poemas...

P. Neruda, Cernuda, Aleixandre... Los conoció a todos...

R. Los conocí a todos por cuestiones de edad. Sobre todo a la gente de los sesenta. La influencia de la literatura española en México fue muy grande. Hay que tener en cuenta que el exilio fue una catástrofe humana, pero a la vez una bendición cultural y de intercambio. Yo nazco en el 1939, y por tanto toda mi vida pasa al lado del exilio. Hay dos escritores que tuvieron mucha importancia en México: Max Aub y Vicente Aleixandre... Vicente Aleixandre escribía una carta a cualquier poeta hispanoamericano que le mandara un libro. Recibí muchas cartas de Aleixandre, pero cuando estuve en Madrid en 1968 no me atreví a ir a Velintonia. Jamás lo vi en persona. Y los libros españoles llegaban a casa de Max y uno podía leerlos. Él fue realmente un vínculo muy importante. Me da mucho gusto que ahora se le esté haciendo justicia a Max.

P. Hasta no hace mucho era prácticamente un desconocido en España.

R. Sí, y aquí también. Es lo que suele pasar con una obra tan vasta y tan variada. De hecho, él tiene una frase muy buena: el hombre orquesta nunca alcanzará la notoriedad del solista.

P. Da la impresión a veces de que antes, en los tiempos de las cartas y los barcos, había más contacto entre las dos orillas que ahora, con el correo electrónico y el avión..., que ahora hay más distancia.

R. Sí, pero es precisamente por lo contrario. Porque hoy todo está más a la mano. ¿Cuántas veces voy yo al castillo de Chapultepec o al Museo de Antropología? ¡Nunca! Porque me quedan a unos minutos de mi casa. Si en vez de vivir aquí viniese a México de visita, estaría allí ahora mismo. Es lo que pasa también con Internet.

A José Emilio Pacheco le apasiona la riqueza del español. Se puede pasar horas hablando -y disfrutando- de las distintas maneras que tiene nuestro idioma de nombrar la misma cosa. "Yo creo que hay que respetar. ¿Por qué la gente de Santiago de Chile o de Tegucigalpa va a hablar como yo? No tiene ninguna razón. El castellano es de Castilla, pero en México hablamos español porque está hecho de todas las Españas. Camilo José Cela y Francisco Umbral o Miguel Delibes escriben en castellano, pero yo no puedo escribir en castellano. Yo escribo en español".

P. ¿Y se puede traducir del uno al otro?

R. Claro, no seamos demasiado puristas en esto. El traductor debe traducir para su comunidad lingüística inmediata. Sólo hay que fijarse en el teatro. Las obras de teatro se adaptan hasta por regiones. Hay muchas palabras que se utilizan en la Ciudad de México que no se dicen en Monterrey o en Mérida. Y se tienen que adaptar. Por ejemplo, cosas tan elementales como la resbaladilla... ¿Cómo se dice en España?

P. El tobogán.

R. Pues en Nuevo León es el resbaladero. Había cuando era niño un artículo del Reader's Digest que se titulaba 'El inglés que usted no sabe que sabe', por todas las palabras similares, los falsos amigos o cuñados... Yo quiero escribir un libro que se llame El español que usted no sabe que sabe...

Y sobre eso hay una anécdota que viene a colación: "Vas a ver. Vino Borges, en 1973, nunca había venido. Era muy antimexicano Borges, y le dieron el Premio Alfonso Reyes. Regresa a Buenos Aires, lo entrevistan en La Nación y le preguntan cómo fue su viaje. Ah, maravilloso, respondió, estupendo, me trataron tan bien... ¿Y qué fue lo que le gustó? Todo, las pirámides de Teotihuacán... Pero más que nada, yo pensé que a los 74 años yo hablaba castellano, y aprendí un verbo mexicano que me encanta, y que ahora uso todo el tiempo, que es platicar. Entonces, la próxima vez que vi a Borges, le dije: es inconcebible, porque quién sabe qué pasó en el mundo hispánico que hacia 1930 desapareció de todas partes excepto de México platicar. Y le añadí: platicar está en toda la literatura medieval, está en toda la literatura del Siglo de Oro, del siglo XVIII, del siglo XIX y está en sus libros... Y él me decía, no, es que platicar es conversar. Y yo le respondía que no. En este momento tú y yo estamos platicando, si estuviéramos ante la televisión estaríamos conversando. Platicar es una cosa privada. En España es charlar. Pero a mí, para mi habla de la Ciudad de México, charlar es un cultismo de platicar. O poniendo como ejemplo otra palabra: en Guanajuato, aguardar es lo normal y lo culto es esperar, para mí no. Para mí suena más raro estoy aguardando. Fíjate, en el mismo país, ¿no te parece maravilloso?".

P. Yo soy de Sevilla y allí se utiliza mucho convidar en vez de invitar, y en el resto de España no tanto...

R. Ah, convidar es muy de México. Te puedo convidar a un café... O, mira, la primera vez que yo llegué a Bogotá, me dijeron: ¿no le provoca un tintico? Y yo le respondí, no, no bebo antes del almuerzo... Y resulta que un tinto es un café... Pero, además, aquí provocar se perdió. En el habla de mi infancia, provocar es tener ganas de vomitar. Qué curioso es todo. ¿Tú entonces crees que el andaluz es el origen del habla de América...?

P. A tanto no soy capaz de llegar, pero sí es verdad que en México se encuentran en perfecto estado de salud palabras que en España ya están muertas y que en Andalucía sólo están moribundas...

R. Pues a mí me han dicho ingleses que la misma impresión tienen en Estados Unidos. Por ejemplo, a ti qué te sale más natural, ¿estrecho o angosto...?

Sobre la mesa hay una foto que acaba de cumplir 50 años. En ella están, sentados en el suelo y en animada conversación, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis. Los tres escritores, los tres mexicanos, los tres supervivientes de una época que ya sólo queda en la memoria. Dice José Emilio Pacheco: "Antes de la inseguridad, esta ciudad era muy agradable. Por eso se vino a vivir aquí García Márquez, tanta gente. Yo conocía a los cineastas, a los pintores... Ahora no conozco ni a los escritores. Entonces se podía vivir en la calle. Yo acompañaba a Monsiváis a su casa y de regreso él me acompañaba a mí". Hay en La edad de las tinieblas un poema en prosa, titulado 'A la extranjera', en el que Pacheco llora a México perdido: "A usted le duele esta ciudad que también ha hecho suya y lamenta ver cómo la hemos destruido y la seguimos arrasando. No entiendo sus razones para amar un sitio desesperante y sin esperanza. O tal vez existe la esperanza porque usted se encuentra aquí una vez más y llena de luz otra estación sombría.

Nací en un lugar que se llamaba como éste y ocupaba su espacio. Ahora también en mi suelo natal soy extranjero en tierra extraña. Ya no conozco a nadie ni reconozco nada. Usted, en cambio, no es extranjera en ningún lado. Usted es de todas partes como la música.

Por favor, no se vaya. No se lleve al partir un fragmento de luz entre el desierto pardo y la barbarie que por codicia y estupidez hemos engendrado".

Han pasado dos horas. José Emilio Pacheco sale a la puerta de su casa a despedir al invitado. Unas muchachas que pasan por la acera de enfrente lo reconocen y sonríen. A finales de noviembre, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, mil jóvenes se reunirán con Pacheco para celebrar su 70º aniversario. Porque su poesía "es de todas partes como la música". Porque en México aún se ama a los poetas más que a los futbolistas. Porque aquí "tal vez existe la esperanza".

¿Literatura mundial?

11 de octubre de 2009
El Universal
Pedro Ángel Palou

¿Puede hablarse de literatura mundial? ¿Desde dónde? No desde la producción, creo, sino desde condiciones similares de recepción del texto. En ese sentido sintomático Pascale Casanova se embelesa en su propio discurso y desde la comodidad del eurocentrismo habla de condiciones objetivas de universalidad (con el ejemplo del Nobel, mecanismo de consagración, no de producción estética) y, por ejemplo, no reconoce que un escritor que lee a otro escritor, las más de las veces desde la traducción, no lee normalmente. Un escritor lee a los otros desde su obra y la redibuja permanentemente.

Pero quizá la mayor miopía sea pensar la tradición como una sola. Es curioso que un escritor de las periferias, desde hace años colocado en un centro, París, Milan Kundera, reflexione en su último libro, El telón, sobre el particular con especial agudeza. “Sea nacionalista o cosmopolita, arraigado o desarraigado, un europeo está profundamente determinado por la relación con su patria; (…) al lado de las grandes naciones, hay una Europa de pequeñas naciones entre las cuales muchas han obtenido o reencontrado su independencia política en el curso de los dos últimos siglos (…) mi ideal de Europa: la máxima diversidad en el mínimo espacio”.

La argumentación es impecable: cada país de Europa vive el mismo destino común pero cada quien lo vive de modo distinto a partir de sus experiencias particulares. De allí, dice, que la historia del arte europeo parezca una “carrera de relevos”. Metáfora curiosa que contradice el simplismo de Casanova. En fin. Me interesa, sin embargo, un pequeño argumento de Kundera: “Lo que distingue a las naciones pequeñas de las grandes no es tan sólo el criterio cuantitativo del número de habitantes; es algo más profundo: su existencia no es para ellas una certeza que se da por hecha, sino siempre una pregunta, un reto, un riesgo: están a la defensiva frente a la Historia, esa fuerza que las supera, que no las toma en consideración”.

Hay tantos polacos como españoles, se dice Kundera, pero los últimos pertenecen a una potencia colonial cuya existencia nunca estuvo amenazada, mientras que la Historia ha enseñado a los polacos lo que quiere decir pertenecer al corredor de la muerte. ¿Gombrowicks pudo ser español, es mundial? Nada más imposible. Y luego llega al centro: el testamento goethiano, una weltilerature, es traicionado. Basta abrir una antología, una historia: siempre se presentan superposiciones, una historia de las literaturas, en plural.

Se puede, afirma el novelista checo, ver la realidad desde una perspectiva local, la del pequeño contexto, o leerse desde la perspectiva del gran contexto, de lo universal. Y afirma que sólo desde la traducción puede leerse la contribución de una gran novela. Sólo desde la distancia puede apreciarse el arte. Lo mismo que pensaba Bourdieu cuando decía que el traductor es quien lee de la manera más parecida a como leerá la posteridad. No se me malentienda: en todos los casos estamos hablando de lecturas, de recepciones, no de la producción literaria. Digámoslo muchas veces: la literatura mundial es un efecto de lectura, es un efecto —hoy en día más que nunca— de mercado.

No se nos olvide que el provincianismo de los grandes es tan dañino como el de los pequeños. Traigo a colación a otra escritora periférica, la novelista croata Dubravka Ugresic. En su libro Thank you for not reading ha escrito quizá la mayor defensa del escritor actual frente al mercado. Un escritor, afirma, a quien le preocupa el contexto en el que escribe debería quedarse callado. De lo contrario es como si separara del árbol la rama que lo sostiene. Y para un pájaro que se sostiene en tan endeble rama se trata de un acto peligroso. Sin embargo, sólo se sabe la calidad de un artesano por sus herramientas. Y entonces tira el dardo: los escritores de los países del este estaban tan aislados del mercado y de sus tendencias que pudieron escribir sus obras con la libertad que Occidente desconoce ya. En su cuarto, por las noches, alejado de toda estética imperante, el escritor puede crear una obra propia. Y reitera: los escritores en una cultura literaria orientada por el mercado son solamente “hacedores de contenidos”.

Podríamos seguir esta argumentación. La literatura mundial produce temas, modos reiterados de abordarlos, contenidos universales. La forma estética está fuera de la discusión. Sólo desde la periferia (algo que sabía muy bien Borges) puede renovarse profunda, duraderamente. Porque se trata de formas, descubiertas en el oficio, el taller, con los ojos estrábicos de los que habla Piglia: allá y acá. En ningún lado. Dice Ugresic que el peor descalabro para un escritor del este al encontrarse en el mercado occidental es reconocer que hay una ausencia de criterios estéticos absoluta.

Los criterios para una evaluación literaria eran el mundo cotidiano, afirma, de un escritor del este, no Oprah. Eran su capital y ahora descubre que “vale mierda”. En el mundo no comercial no había mala y buena literatura, sino literatura y basura, concluye. Pero la mierda es accesible a todos, paradoja final del mercado que Casanova y Moretti parecen desconocer. No se trata de oponerse a lo global con la tiranía manipuladora de lo local. Se trata, aún, de producir formas novedosas. La novela es, desde Cervantes, un arte de la resistencia, de la periferia. Y es el género que mejor les sirve a los detentadores del poder literario para producir esa especie de producto de igual sabor y textura, ajeno a la diversidad, que es lo mismo El alquimista de Cohello que El zorro de Allende o esa plaga de Dan Brown. No importa que sean malos. Los lectores incluso lo afirman: “Sé que es una porquería, pero me encanta”, dicen a coro. Tal vez sería bueno regresar a la espesa selva de lo real desde donde se escriben las verdaderas novelas.

Resistir al mercado es hoy resistir a la llamada literatura mundial, desde el exilio. Y no hay que olvidar la maravillosa frase de Edward Said: el exilio es un estado celoso.

Cortar alas al “hiperpresidencialismo”

11 de octubre de 2009
El Universal
Ricardo Raphael

En el mundo no hay muchos intelectuales que provoquen tanto respeto como lo hace el profesor Giovanni Sartori. Ese gran teórico de la política contemporánea y reconocido arquitecto de las constituciones democráticas.

Ha recibido el Premio Príncipe de Asturias, es doctor honoris causa por la UNAM y por las universidades de Génova, Georgetown, Guadalajara, Complutense, Bucarest y Buenos Aires.

También es comendador de la Orden du Cruzeiro du Sul otorgada por la presidencia de Brasil.

De todos los reconocimientos que ha recibido a lo largo de sus 85 años de vida, el que más parece hacerlo feliz por estos días es el de constituirse en gran detractor de Silvio Berlusconi, quien recientemente ha sido bautizado por Sartori como El Sultán democrático.

Los italianos han sustituido con este apelativo el que solían utilizar para referirse al líder de Forza Italia. Por obra de la pluma del profesor, Berlusconi es hoy Il Sultano y no más Il Cavallieri.

En una rápida visita que realizó a nuestro país durante la última semana del mes de septiembre, se celebró la siguiente entrevista en la que este ilustre politólogo volvió a demostrar el profundo conocimiento que tiene de la realidad política mexicana.

Profesor Sartori, en estas fechas se discute en México sobre los ajustes al sistema político que permitirían consolidar nuestra democracia. A su juicio, ¿qué deberíamos revisar antes de realizar eventuales reformas al Estado?

Ya no creo en grandes reformas, ni en nuevas constituciones inventadas desde cero. Se producen constituciones muy pobres. En cuanto a las reformas soy minimalista. Sugiero tan sólo la revisión de algunos aspectos para que la Constitución mexicana siga siendo una buena Carta Magna.

Usted sugirió hace algunos años la idea de introducir la “segunda vuelta” en el sistema político mexicano.

Yo propuse para México la segunda vuelta presidencial y todavía lo hago.

Daría estabilidad al mandato del jefe del Ejecutivo.

En México se teme que la segunda vuelta en la elección presidencial, sin segunda vuelta en la elección para el Congreso, produzca debilitamiento en el Ejecutivo.

En Francia, el sistema de la doble vuelta para la Asamblea ha sido maravilloso. En Alemania va muy bien, en Italia todos demandamos una segunda vuelta en el Parlamento… pero ahí mi voz ha sido acallada por la voz de Berlusconi.

Para México, en cambio, yo pienso que podría ser malo, porque durante demasiado tiempo hubo una distribución histórica de los votos que le permitió al PRI ganar alrededor del 80% de los asientos en el Congreso. Esto hay que tomarlo en cuenta. Si hay un equilibro estable entre derecha e izquierda, el sistema de doble vuelta puede ser muy bueno. Si tal no es el caso —y todavía no sabemos si en realidad lo es— entonces con el sistema de segunda vuelta, el PRI podría ganarlo todo de nuevo.

Algunos senadores han propuesto la ratificación por parte del Congreso para los miembros del gabinete presidencial. ¿Cómo valora esta iniciativa?

Pienso que los mexicanos han inventado un nuevo tipo de sistema presidencial, uno muy distinto al que existe en el resto del mundo. El sistema presidencial nunca ha marchado bien en Sudamérica.

En cambio en México ha funcionado hasta ahora —a veces con excesos— pero es un sistema genial. Su éxito es comparable con el del sistema francés que es un gran invento.

¿Deberíamos los mexicanos apreciar mejor nuestro sistema político?

Han de recortar las alas del hiperpresidencialismo. Deben de dar más poder al parlamento pero, en general, el presidencialismo mexicano seguiría siendo único. Me parece, de hecho, que debería de servir de ejemplo para otros sistemas de América Latina.

En revancha, si no se tiene experiencia en el sistema parlamentario, de la noche a la mañana no se puede implantar. Si México empieza de cero porque no tiene práctica con este sistema es muy probable que aquí resulte un desastre. Conduciría a un gobierno rebelde y a un parlamento ingobernable. El sistema parlamentario de Inglaterra funciona muy bien porque ha estado vigente durante un par de siglos. Los parlamentarios ahí son muy correctos y educados entre sí. Por ejemplo si en Inglaterra 10 miembros de un partido tienen gripa y no pueden asistir a una sesión importante, el partido en cuestión llama por teléfono al otro partido y dice: “mira, tenemos 10 miembros que no vendrán.” Entonces el otro partido instruye a 10 de sus miembros para que tampoco asistan y con ello se equilibran de nuevo los votos. Esas son las reglas del juego. Es muy elegante. No creo que eso pase fácilmente en México, ni en Latinoamérica.

El punto es que los sistemas parlamentarios no funcionan necesariamente bien. Y en la realidad muchos de ellos funcionan muy mal. Así ha ocurrido en el pasado. La Cuarta República francesa funcionó muy mal. En Italia, la misma situación. Ustedes solamente tienen práctica con el sistema presidencial, no pierdan esta práctica y traten de mejorarla. Ese sería mi consejo.

¿Qué opinión le merece la idea de introducir en México la figura de la revocación de mandato?

Me asusta mucho porque lo que generalmente se tiene en las constituciones democráticas, específicamente en las de corte presidencial, es el juicio político; una institución estrictamente regulada y que tiene muchos requisitos para prosperar. Pero esto es diferente a la revocación de mandato; un dispositivo muy vago y por ello peligroso. El presidente puede ser enjuiciado políticamente pero es una mala idea enviarlo a casa por una revocación injustificada a la mitad de su mandato.

Usted ha insistido con reforzar al Congreso mexicano a través dela reelección de los legisladores.

En México la no reelección consecutiva ha sido un importante instrumento de poder y de control. De hecho ayudó para que el PRI mantuviera mayoría en las posiciones políticas, incluyendo los cargos burocráticos.

Los miembros del parlamento amables con el presidente eran y siguen siendo recompensados. En cambio, los desobedientes no consiguen luego trabajo. Se ha tratado de un fuerte instrumento de manipulación y el PRI lo utilizó frecuentemente. Por lo tanto, yo recomiendo reforzar al parlamento —la independencia del parlamento— por medio de la reelección.

Los críticos de esta propuesta advierten que, de permitir la reelección consecutiva en un país como México, donde los poderes fácticos (los económicos, los sindicales, los vinculados al crimen) pueden manipular las elecciones, sería altamente perjudicial. ¿Cuál es la diferencia entre manipular la primera elección y la segunda elección?

México tiene ahora elecciones muy creíbles. En el mundo las elecciones mexicanas ahora son creíbles. El IFE ha funcionado muy bien y yo no veo por qué el argumento de la manipulación habría de aplicar para el segundo mandato y no para el primero. Si la primera elección es manipulada, muy mal.

Debe eliminarse la manipulación y con ello queda también a salvo el segundo periodo electivo.

¿Qué opinión le merece la figura del veto presidencial?

En México hace falta una reforma para otorgarle al presidente lo que se denomina el veto parcial. Esto quiere decir que el Ejecutivo no sólo tenga la facultad de vetar el paquete completo de una legislación, sino también cada una de las partes que la integran.

Si existe el veto parcial, el Ejecutivo no tiene por qué estar sometido al dilema indeseable de desechar toda una iniciativa suya reformada por los legisladores, porque siempre podrá usar su lápiz, quitar lo que no le parezca y conservar en su lugar las cosas que valore como buenas. Es para mí un instrumento muy importante para el buen gobierno.

Como especialista de las relaciones entre los medios de comunicación y la democracia permítame preguntarle sobre el papel de la televisión en México. Usted es un experto en esto…

Bueno, yo escribí un libro… lo cual no significa que sea un experto, el Homo videns… en Italia, que es el caso que yo conozco, tenemos no dos, sino una sola empresa en la televisión privada, la del señor Berlusconi, o presidente Berlusconi. La audiencia televisiva en Italia ha sido siempre controlada por los políticos y los partidos. Hoy Berlusconi controla, en realidad, el 95% de la televisión italiana. Esto es peor que lo que tienen ustedes en México.

Yo no sé qué discusión tengan sobre la televisión pública. En Italia yo siempre digo: “la televisión pública debe sobrevivir a pesar de los costos, porque una vez que la eliminas nunca regresará”.

La televisión pública puede ser mediocre, buena o mala, tener audiencias menores, pero ese no es el punto; la televisión ahora, en la era de la telecracia o videocracia, tiene importantes funciones educativas.

Los niños están acostumbrados a la internet, están acostumbrarnos a la televisión, ellos no están realmente habituados a leer muchos libros; entonces la función educativa de la televisión se vuelve vital y debe ser desarrollada.

Yo pienso que con la televisión comercial esto nunca va a pasar.

La televisión comercial está dedicada a producir dinero, tiene que hacer tanto dinero como sea posible; de ahí que la calidad de la televisión privada sea por lo general muy mala.

Bajo estas condiciones, el debate se desarrolla entre dos polos: cantidad versus calidad. La televisión comercial es cantidad y si se elimina la televisión pública todo será cantidad.

Sería un golpe bajo. Deben seguir teniendo una televisión pública, la cual actúe por el interés público, que no sea adicta al dinero y que también tenga un propósito educativo. Aunque la audiencia no sea superior al 3%, ese 3% multiplicado en importancia, vale mucho a la hora de construir opinión.

Parece que en el mundo y ahora en México, los partidos de izquierda están viviendo una crisis de identidad y de organización…

La izquierda está en problemas en todos lados. Pienso que el problema radica en que los partidos marxistas o comunistas —partidos viejos cuyo sistema de creencias quedó rebasado— no han logrado renovarse. ¿Qué queda de la izquierda?

En el pasado, la verdadera diferencia entre la izquierda y las demás fuerzas políticas era la defensa que se hacía delEstado de Bienestar.

Sin embargo, a excepción de casos contados como el sueco, las instituciones de esta suerte de Estado han sido destruidas por la globalización.

Supongo que en Suecia han sobrevivido porque ahí a la gente le gusta pagar impuestos. Pero en otros lados, ¿quién paga por el Estado de Bienestar?

La economía exige precios de mercado y si quieres competir no puedes excederte con los impuestos. Por lo tanto, no existe un margen para sufragar el costo del Estado de Bienestar. Yo estoy muy preocupado por esto.

Con todo, estoy convencido de que la izquierda, la buena izquierda, debe permanecer orientada hacia el bienestar.

Ocho de cada 10 ciudadanos mexicanos no confían en los partidos, ni en los políticos. ¿Qué les diría usted a todas estas personas?

Bueno, los políticos no son muy queridos, ni aquí ni en otros países. Y el principal motivo es la corrupción. Entre más corruptos son los políticos, más gente se siente enojada. Es una mala propuesta pagarle al Estado sin poder contar en revancha con un buen gobierno. Mientras la gente siga pensando que “los funcionarios se hacen ricos gracias a la política,” no tendremos nunca un gobierno democrático y a la vez popular.




lunes, 5 de octubre de 2009

Interroguen a Samantha

05 de octubre de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

Una buena parte en la vida de las personas se va en intentar dominar sus pasiones y en poner diques a sus impulsos, pues de lo contrario la vida se haría insoportable. Ocultar lo que piensas y hacer cuanto puedas para silenciar los deseos parece necesario si no quieres entrar a una guerra permanente con quienes te rodean. No se puede ser siempre honrado cuando se vive en una comunidad porque entonces los otros también serán honrados y sus sentimientos nos serán incómodos e incluso detestables. Practicar la hipocresía es un ejercicio de supervivencia común, aunque aceptarlo convierta a las personas en cínicas.

Por eso es que las mentiras piadosas no son una excepción durante el tiempo que dura una vida, sino probablemente sean la esencia de las relaciones humanas. Si en una comunidad los habitantes acordaran decir la verdad durante un día entero terminarían en guerra, porque nadie posee tanta sabiduría como para aceptar, sin inmutarse, la sinceridad en boca de las demás. Y pese a que en mi caso intento ser lo más honrado posible cuando doy un juicio o una opinión nunca se puede ser honesto totalmente. Si lo eres da por sentado que causarás heridas. La prueba de que mis palabras son ciertas es que cuando más deseo insultar o atacar a alguien simplemente le digo lo que pienso.

Poner límite a las pasiones es en buena medida ocultarse, mutilarse o decirle mentiras al espejo. En cambio, ser descarado se paga o con el desprecio público o con la felicidad momentánea. Cada uno hará su balance e intentará administrar sus deseos y sus actos como mejor le conviene, de lo contrario la libertad carecería de sentido. ¿Qué caso tiene decir que somos libres si no tenemos la capacidad de elegir entre lo que es bueno y lo que es malo? Pero si uno elige libremente seguir el impulso de sus pasiones podría ir a la cárcel, herir a quien más quiere u ofender a los desconocidos. La libertad es un concepto no una realidad y esta conclusión no proviene de una meditación sino sólo de la experiencia. Yo no puedo oponerme a los celos por más que lo intento y tampoco logro quitarme de la cabeza la imagen de una mujer hermosa. Quiero decir que sufro, como casi cualquier persona, una tiranía que hace de la idea de libertad una broma inocente.

A Roman Polanski se le ha detenido en Suiza a causa de haber cometido un delito 30 años atrás en Estados Unidos. Se le acusó de tener sexo con una adolescente de 13 años. Polanski aceptó ser culpable, por lo que estuvo unos días en la cárcel y antes de que se le llevara a juicio pudo marcharse a Europa de donde no volvió: esto es lo que sabe cualquier persona que lee periódicos. Lo que me interesa saber es si ejecutar una ley puede llegar a ser un acto de injusticia o, dicho de otra manera, hasta qué punto la justicia está en verdad representada por las leyes.

La teoría dice que un artista o un ser excepcional como Polanski debe someterse a las leyes como cualquier persona común. Y no importa si ha creado obras para beneficio del espíritu humano o su presencia en el mundo ha traído consigo bien para muchos y mal sólo para unos cuantos, tampoco importa si su visión nos ha ofrecido una ventana para conocer a fondo el extremo de los miedos y las pasiones. Aun a costa de estas virtudes se le castiga no porque tiene que cumplir con la justicia, sino porque debe someterse a las leyes que prevalecen en su sociedad. Ahora bien, si las leyes no hacen excepciones es porque quienes las representan llevan a cabo un papel de verdugos que no dudan y que por lo tanto son tan inhumanos como cualquier criminal que trata a sus víctimas como objetos o cosas. Samantha Geimer, la víctima de Polanski, dijo hace unos días que la publicidad alrededor de su persona ha sido para ella un acoso más traumático que lo sucedido 30 años atrás y que tanto ella como su familia desean olvidar el asunto. Sin embargo, esto no tiene importancia para quienes persiguen al director en la actualidad. La realidad es que no se le trata como a una persona común. Se le persigue por ser excepcional. Me gustaría saber cuántos crímenes por discriminación contra mexicanos se cometen en el estado de California todos los días y qué tanto su aparato de justicia persigue con tanto encono a los culpables. ¿Justicia?