Confabulario
Huberto Batis
Como originario de Jalisco, no puedo dejar de hablar de uno de mis paisanos. Ya lo he mencionado, pero sólo de pasada, sin dedicarle propiamente una entrega de mis memorias. Justo lo recuerdo porque hace unas semanas el suplemento Confabulario cumplió cuatro años de vida y el nombre de esta publicación se debe a uno de los libros más célebres de Juan José Arreola.
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A mí me tocó ver cuando llegó toda una camada de jóvenes jaliscienses a la Ciudad de México. Por esas fechas, a mediados de los años 50, vinieron los Alatorre (Antonio y Enrique); también a José Luis Martínez, Alí Chumacero (que era de Acaponeta, pero se decía jalisciense por adopción), y el mismo Juan Rulfo, quien a diferencia de todos los demás no tuvo la oportunidad de entrar a la Universidad, pero compensó esa carencia con una gran avidez por la lectura. Fue un gran lector y sabía muchísimo de música. Era un melómano.
A mí me tocó ver cuando llegó toda una camada de jóvenes jaliscienses a la Ciudad de México. Por esas fechas, a mediados de los años 50, vinieron los Alatorre (Antonio y Enrique); también a José Luis Martínez, Alí Chumacero (que era de Acaponeta, pero se decía jalisciense por adopción), y el mismo Juan Rulfo, quien a diferencia de todos los demás no tuvo la oportunidad de entrar a la Universidad, pero compensó esa carencia con una gran avidez por la lectura. Fue un gran lector y sabía muchísimo de música. Era un melómano.
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Arreola era todo un personaje. Le tenía miedo a la calle, a la gente. Siempre tenía que salir acompañado de sus hijos o de sus alumnos. Incluso una vez, en medio de un ataque de pánico, se quedó agarrado a un poste diciendo: “De aquí no me mueven”.
Arreola era todo un personaje. Le tenía miedo a la calle, a la gente. Siempre tenía que salir acompañado de sus hijos o de sus alumnos. Incluso una vez, en medio de un ataque de pánico, se quedó agarrado a un poste diciendo: “De aquí no me mueven”.
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A él lo descubrió Neruda. En una visita que el poeta hizo a su pueblo, Zapotlán el Grande (Ciudad Guzmán), Arreola, que era un muchacho, declamó unos poemas del chileno. Así se hicieron amigos. Neruda le dijo que tenía que irse de ese pueblo, y se lo llevó a Guadalajara. Podemos decir que a Arreola lo apadrino Pablo Neruda. Y sí, tuvo mucho éxito. Después se unió a un grupo de teatro francés que estuvo de gira en México. Ahí conoció a Jean Louis Barrault y a Marcel Marceau, dos grandes de la actuación, y en especial de la mímica. A su regreso a México escribió algunas de las páginas más importantes y fantásticas de la literatura mexicana. Algunas de sus obras más memorables son “El guardagujas”, un cuento fantástico, también Bestiario, Confabulario y una novela excepcional que se llama La feria.
A él lo descubrió Neruda. En una visita que el poeta hizo a su pueblo, Zapotlán el Grande (Ciudad Guzmán), Arreola, que era un muchacho, declamó unos poemas del chileno. Así se hicieron amigos. Neruda le dijo que tenía que irse de ese pueblo, y se lo llevó a Guadalajara. Podemos decir que a Arreola lo apadrino Pablo Neruda. Y sí, tuvo mucho éxito. Después se unió a un grupo de teatro francés que estuvo de gira en México. Ahí conoció a Jean Louis Barrault y a Marcel Marceau, dos grandes de la actuación, y en especial de la mímica. A su regreso a México escribió algunas de las páginas más importantes y fantásticas de la literatura mexicana. Algunas de sus obras más memorables son “El guardagujas”, un cuento fantástico, también Bestiario, Confabulario y una novela excepcional que se llama La feria.
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Los años 50 fueron una época dorada de cineclubes y teatro universitario. En mi época nos tocó disfrutar de “Poesía en voz alta”, un invento de Juan José Arreola. Gracias a esta iniciativa pudimos ver obras de clásicos españoles, como García Lorca, montadas en el frontón cerrado de Ciudad Universitaria. En “Poesía en voz alta” Arreola se inició como autor y luego como director de teatro, junto con Rosenda Monteros, quien acaba de cumplir 80 años y sigue trabajando.
Los años 50 fueron una época dorada de cineclubes y teatro universitario. En mi época nos tocó disfrutar de “Poesía en voz alta”, un invento de Juan José Arreola. Gracias a esta iniciativa pudimos ver obras de clásicos españoles, como García Lorca, montadas en el frontón cerrado de Ciudad Universitaria. En “Poesía en voz alta” Arreola se inició como autor y luego como director de teatro, junto con Rosenda Monteros, quien acaba de cumplir 80 años y sigue trabajando.
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Gracias a los cineclubes orquestados por Arreola vimos todo el cine de la Nouvelle vague. También llevó “Poesía en voz alta” a todos los jardines de la Ciudad Universitaria y a la Casa del Lago. Tiempo después, cuando se fundaron unos talleres en la Facultad de Filosofía y Letras, el director mandó llamar a Arreola. Éste llegaba a impartir sus talleres con una gran capa española negra, una capa como de vampiro. Era un personaje muy curioso y con una voz que retumbaba en los salones. Yo daba mi taller al mismo tiempo que él. A tres salones de distancia se oía la voz de Arreola, impostada, una voz de actor.
Gracias a los cineclubes orquestados por Arreola vimos todo el cine de la Nouvelle vague. También llevó “Poesía en voz alta” a todos los jardines de la Ciudad Universitaria y a la Casa del Lago. Tiempo después, cuando se fundaron unos talleres en la Facultad de Filosofía y Letras, el director mandó llamar a Arreola. Éste llegaba a impartir sus talleres con una gran capa española negra, una capa como de vampiro. Era un personaje muy curioso y con una voz que retumbaba en los salones. Yo daba mi taller al mismo tiempo que él. A tres salones de distancia se oía la voz de Arreola, impostada, una voz de actor.
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Por su parte, Arreola terminó dando clases en la Universidad donde impartió el taller de narrativa. Yo le llamaba taller de “Arreolería”; prácticamente nos enseñaba a escribir como él, a su imagen y semejanza. Todo giraba en torno a su persona, en lugar del alumno y sus talentos. Uno de sus alumnos más cercanos y quien le retomó muchos de sus rasgos histriónicos fue Jorge Arturo Ojeda.
Por su parte, Arreola terminó dando clases en la Universidad donde impartió el taller de narrativa. Yo le llamaba taller de “Arreolería”; prácticamente nos enseñaba a escribir como él, a su imagen y semejanza. Todo giraba en torno a su persona, en lugar del alumno y sus talentos. Uno de sus alumnos más cercanos y quien le retomó muchos de sus rasgos histriónicos fue Jorge Arturo Ojeda.
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