Jornada Semanal
Juan Domingo Argüelles
Entre todos los géneros literarios el de la poesía es el más íntimo. No es que no pueda serlo la prosa narrativa, pero en la prosa narrativa es más fácil distinguir el yo literario del yo personal. En cambio, en la poesía, incluso si no es autobiográfica, el yo poético del yo personal tiende a fundirse. Pensemos en Neruda y en Borges. Podemos abstraernos en lo poético, pero no hay duda de que en sus poemas están presentes siempre las experiencias personales de Neruda y de Borges.
Escribir poesía es siempre algo más intenso e íntimo y no obedece a urgencias ni a compromisos. La poesía no es un trabajo; la poesía es un milagro. La poesía sucede. Por ello no deja de ser algo extraño que alguien se proponga hacer un libro de poemas sobre esto o sobre lo otro, a menos por supuesto que esa sea la obsesión de su vida. De otra forma, la disciplina, con un tema determinado, sólo puede producir ejercicios poéticos, pero no necesariamente poesía.
La poesía más que un trabajo es una epifanía. Si la poesía no es una imperiosa necesidad emocional e intelectual, será simplemente un juego, un pasatiempo. Y no está mal que lo sea, pero como pasatiempo puede ser también bastante aburrido. Hay pasatiempos más divertidos. Por otra parte, la inteligencia es maravillosa, pero se enfrenta a un drama ineludible, el cual fue definido y descrito, lúcida y poéticamente, por Antonio Machado: “El intelecto no ha cantado jamás, no es su misión.”
La poesía es también música. Ritmo. Ineludiblemente. Lo dice Carlos Pellicer (en su “Discurso por las flores”): “Las palabras con ritmo –camino del poema–.” Porque no hay nada, ningún arte, ninguna manifestación estética, más integral que la música. La poesía intenta ser música o al menos integrarse a la música desde los tiempos en que era acompañada por la lira. Pero la máxima virtud de la música es que no necesita de palabras para ser poesía. Carlos Edmundo de Ory, el poeta español, dice en un poema: “Maldito sea yo, que no sé tocar ningún instrumento.” Aunque, por lo demás, quizá sea mejor no tocar ningún instrumento si no es con la más alta maestría. Escuchar la música, gozarla, amarla, debe ser un mejor destino que echarla a perder.
La poesía es, además, inspiración, aunque ésta sea indefinible, inefable en el mejor sentido. Octavio Paz, en El arco y la lira, quizá el libro moderno más importante que se haya escrito en la lengua española sobre poesía, escribe: “La voz del poeta es y no es suya. ¿Cómo se llama, quién es ese que interrumpe mi discurso y me hace decir cosas que yo no pretendía decir? Algunos lo llaman demonio, musa, espíritu, genio; otros lo nombran trabajo, azar, inconsciente, razón. Unos afirman que la poesía viene del exterior; otros, que el poeta se basta a sí mismo. Mas unos y otros se ven obligados a admitir excepciones. Y estas excepciones son de tal modo frecuentes que sólo por pereza puede llamárselas así.”
Nadie sabe qué es la inspiración, pero existe. El endecasílabo perfecto de San Juan de la Cruz “un no sé qué que quedan balbuciendo” es un milagro del espíritu, una epifanía. Millones de individuos que saben mucho sobre poesía y didáctica de la creación poética, académicos y lingüistas muy capaces, nunca podrán igualar algo así, aun si dedicasen cada minuto de su existencia a conseguirlo. No solamente no es probable, sino que, definitivamente, no es posible.
Por arte de inspiración, de pronto, unas palabras se transforman en algo inolvidable ya para siempre: “Abril es el mes más cruel...” Y hasta los peores poetas tienen sus buenos versos. Dijo Borges: “No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilustres.” Incluso al cerebral Paul Valéry se atribuye la siguiente certeza: “Los dioses facilitan el primer verso; los demás, los hace el poeta.”
Recordemos de qué modo Octavio Paz define, indefinidamente, la poesía, con todos los sustantivos posibles e imposibles: “Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación del inconsciente. [...] Experiencia, sentimiento, emoción, intuición, pensamiento no-dirigido. Hija del azar; fruto del cálculo. Arte de hablar en una forma superior; lenguaje primitivo. Obediencia a las reglas; creación de otras. Imitación de los antiguos, copia de lo real, copia de una copia de la Idea. Locura, éxtasis, logos. [...] Visión, música, símbolo.”
Es natural que un poeta, cualquiera, no se sorprenda del todo al conseguir, unas poquísimas veces, algo parecido a la belleza y a la música. Lo más probable es que eso que se salva, o lo que puede salvarse, se deba al arte de ese demonio del que habla Paz, invocado, rogado por el conjuro de la magia y el lenguaje primitivo. Sólo lo demás es suyo.
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