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Vicente Quirarte
Este 2016 se cumplen dos siglos de la publicación de El Periquillo Sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, primera novela aparecida en Iberoamérica. Precedida por intentos narrativos en obras como Los sirgueros de la virgen sin original pecado (1620) escrita por Francisco Bramón, Los infortunios de Alonso Ramírez de Carlos de Sigüenza y Góngora (1690) y La portentosa vida de la muerte (1792) de fray Joaquín Bolaños, ninguna de ellas hace de la relación de hechos vividos por un ser humano tema central de su prosa. Novela como suma de acciones, con el desarrollo por un personaje experimentada a lo largo de la evolución de los acontecimientos, el libro aparece cuando México está a punto de obtener su independencia política. Correspondió a nuestro autor convertir al género en vehículo de entretenimiento y concientización. Más precisamente: de concientización a través del entretenimiento.
“Porque muere la inspiración envuelta en humor, cuando no va su llama libre en pos del aire”, escribió Luis Cernuda. La ausencia de obras de imaginación en el continente americano se debió a la prohibición impuesta por España para que libros de tal naturaza tuvieran la difusión merecida. El antecedente del personaje central de la novela mexicana es un pícaro, cuyos antecedentes se encuentran en obras españolas del siglo XVII, de manera notable El Buscón de Francisco de Quevedo y Villegas y Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán.
En el primer centenario de El Periquillo Sarniento, Carlos González Peña, quien habría de convertirse en uno de los más atentos intérpretes de nuestras letras, tituló su conferencia dentro del ciclo organizado por el Ateneo de la Juventud, “El Pensador mexicano y su tiempo”. La iconoclasia del joven ateneísta subrayaba la torpeza narrativa de Lizardi, sus continuos paréntesis y disquisiciones pedagógicas. No obstante, le cede los honores de haber sido un iniciador y un pionero.
El año 1940 Agustín Yáñez revindica a Lizardi como caudillo intelectual de la naciente República al publicar en la Colección del Estudiante Universitario el importante estudio preliminar, la selección y las notas de la antología que tituló con el nombre del periódico más importante de su autor y editor, y con el que la posteridad conocería a Fernández de Lizardi, El pensador mexicano. El extenso y nutrido prólogo de Yáñez es un ejemplo de pasión, equilibrio y justicia a un escritor que tuvo la capacidad para distinguir entre el pelado, el pícaro y el lépero y hacer de los avatares de uno de tantos tema central de sus escritos.
De la misma forma en que Fernández de Lizardi convierte la calle y la ciudad en escenarios donde se llevan a cabo las aventuras y desventuras —más abundantes las segundas— de Periquillo, una nueva forma de reproducción gráfica democratiza la imagen y suprime el privilegio concedido sólo a unos cuantos de mirar en interiores obras de arte. El italiano Claudio Linati llega a México e introduce la imagen litográfica, más barata en su reproducción que el grabado y por supuesto que la pintura. Resultado de sus afanes es el libro, aparecido en 1828, Trajes civiles, religiosos y militares de México, donde el significado del vestido corresponde al significante del escenario urbano y social en el que sus personajes se desplazan. La primera litografía de su álbum corresponde a un lépero, explorador urbano, usuario inmediato de la calle. Si la literatura mexicana encuentra su equivalencia en diferentes modos de representación plástica, Linati y Lizardi exploran por diferentes vías los estratos sociales de una sociedad que atestigua el cambio acelerado en sus costumbres pero se mantiene estática en sus vicios tradicionales.
Nació el autor el 15 de noviembre de 1776, año de la independencia de las colonias americanas. Murió el 21 de junio de 1829 en la casa número 27 de la calle del Puente Quebrado (actualmente República de El Salvador). Su epitafio fue escrito por él mismo “Aquí yacen las cenizas del pensador mexicano, que hizo lo que pudo por su patria”. Se desconoce el lugar donde reposan sus restos, pero la herencia viva del escritor se halla en todos los periodistas de combate, en todos los que hacen de su profesión arma y ariete.
¿Por qué volver a El Periquillo Sarniento a dos siglos de su primera publicación? Quien relee la novela o se interna por primera vez en sus páginas se hallará cautivado por el amplio espectro del habla cotidiana, la exploración de la ciudad en sus múltiples espacios —la cárcel, el hospital, y fundamentalmente la calle. Antes que cualquiera de sus contemporáneos, Fernández de Lizardi rescató al pícaro en nuestro mexicano domicilio, y demostró que “los estómagos hambrientos andan siempre adelantados”.
El gran estudioso de nuestra capital llamado Luis González Obregón dio a la luz un libro titulado México en 1810, donde hace la relación de los 19 mesones y las dos posadas existentes en una urbe de 200 mil habitantes. Ninguno de ellos, aunque proporciona los nombres de varios, incluye a los arrastraderitos descritos por el autor con una prolijidad hiperbólica digna de Dante, esos espacios donde se confundían desnudeces con olores y otras degradaciones de la especie.
Muy delicado para ser pobre, “enemigo irreconciliable del trabajo, flojo, vicioso y desperdiciado, tres requisitos que con sólo ellos sobra para no quedar caudal a vida por opulento y pingüe que sea”, Pedro Sarmiento es caricaturizado desde el nombre que le da título a la novela. Con él firma sus propias aventuras vitales y sale al mundo para sobrevivir. Novela dedicada a sus hijos, para que no imiten las que considera malas costumbres, interrumpen la lectura las continuas y constante disquisiciones. Pero como el gran y auténtico moralista que es, como hijo de la Ilustración que toca a las puertas del Romanticismo, nuestro autor triunfa en la descripción de tipos populares, en su registro del habla y de las instituciones de un sistema tres veces secular a punto de llegar a su fin, pero que requerirá de varios años en la construcción de nuevos y transitables caminos institucionales.
Para la lectura de la novela existe la edición aparecida por primera vez en 1980, en los números 86 y 87 de la Nueva Biblioteca Mexicana de la UNAM. Las prolijas y eruditas notas de Felipe Reyes Palacios enseñan y ayudan a leer el libro con la dedicación que merece. Ha continuado el proyecto de publicar las Obras completas de Fernández de Lizardi, bajo la dirección de María Rosa Palazón, coordinadora igualmente de las antologías aparecidas en la colección Los imprescindibles (Ediciones Cal y Arena, 1998) así como en la serie Viajes al Siglo XIX, bajo el título El laberinto de la utopía (UNAM-FCE-FLM, 2006).
Dos años después de El Periquillo, el autor publica su “Guía de forasteros” o “México por dentro”. La ciudad entra en la poesía no como un escenario sino como un personaje con los nombres de sus calles, de acuerdo con la adecuación que el autor otorga de manera satírica a los que en ellas viven o transitan.
La calle de la Quemada
tiene solos muchos cuartos;
¡lástima! porque hay casadas
que debieran ocuparlos.
En la calle de Cadena
viven los enamorados;
pero otros suelen vivir
en la calle del Esclavo.
En la calle de los Ciegos
(ciegos son muchos casados)
viven varios, y después
pasan a la del Chivato.
Si buscares pretendientes
anda a la calle del Arco
pues con tanta reverencia
están los pobres doblados.
En Puesto Nuevo hay algunos
que lograron alcanzarlo,
y por la Merced hay otros
que sin blanca se han quedado.
El pretendiente en la calle
vivirá de los Parados;
y más si en Puente de Fierro
tiene su vicio ordinario.
El próximo 2017 recordaremos los 150 años del establecimiento de la Biblioteca Nacional. Hija del pensamiento liberal, su funcionamiento sigue vivo bajo la custodia de nuestra Universidad Nacional. Entre sus antecesores tiene un lugar de honor Fernández de Lizardi, quien ante la imposibilidad de que la totalidad de la población poseyera los libros que combatieran la ignorancia, insistió en la fundación de una Sociedad Pública de Lectura, que abrió sus puertas en la calle de la Cadena (actualmente Uruguay). Para Lizardi “de nada sirve la libertad de imprenta a quien no lee, y muchos no leen porque no saben o no quieren, sino porque no tienen proporción de comprar cuanto papel sale en el día, con cuya falta carecen de noticias útiles y de la instrucción que facilita la comunicación de ideas”.
Al igual que otros periodistas, en el folleto, la hoja volante o el escenario teatral, José Joaquín Fernández de Lizardi encontró vehículos para desarrollar su lucha contra la autoridad. Vivió para ver a su patria libre de la tutela española pero supo ver con clarividencia que una cosa es ser independiente y otra ser libre. Por eso escribe en una parte de su testamento: “Dejo a los indios en el mismo estado de civilización, libertad y felicidad a que los redujo la conquista, siendo lo más sensible la indiferencia con que los han visto los congresos, según se puede calcular por las pocas y no muy interesantes sesiones en que se ha tratado sobre ellos desde el primero”.
Lizardi escribió su novela debido a las prohibiciones de su tiempo para difundir ideas políticas a través de los periódicos por él fundados, financiados, escritos, impresos y distribuidos. Su estafeta será tomada por generaciones sucesivas. Cuando a mediados del siglo XIX la ley Otero coloca una mordaza a la difusión del pensamiento político, Francisco Zarco se dedica a publicar crónicas de modas en las que siempre halla el modo de ejercer su pensamiento crítico e introducir su ideario político. Lo mismo sucede con Fernández de Lizardi, que a través de su novela El Periquillo Sarniento da fe un sistema político que está a punto de llegar a su fin. Su prédica continúa siendo actual en muchos sentidos, y sus tipos populares son los que desfilan cada día en nuestro mexicano domicilio.
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