domingo, 10 de enero de 2016

Los quehaceres literarios de Abigael Bohórquez

10/Enero/2015
Jornada Semanal
Gerardo Bustamante Bermúdez

El 27 de noviembre de 1995, en su minúsculo departamento de Hermosillo, Sonora, Yoremito, el amigo-amante de Abigael Bohórquez (Caborca, Sonora, 1936), lo encontró sin vida. El corazón le había fallado aproximadamente día y medio antes. Tenía apenas cincuenta y nueve años de edad y estaba en la plenitud de su carrera literaria. En 1993 Ricardo Castillo, Jesús Ramón Ibarra y Jorge Esquinca le habían otorgado por unanimidad el Premio Clemencia Isaura por su poemario Navegación en Yoremito (églogas y canciones del otro amor), texto clásico en el panorama de la poesía mexicana de fin de siglo en donde el autor vuelve la mirada a los tópicos y lenguaje de la lírica medieval y la poesía bucólica renacentista desde lo antisolemne. Ese mismo año obtiene la beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, en el área de dramaturgia, además de que colabora en publicaciones periódicas, imparte talleres literarios, de voz y teatro en diferentes insti-tuciones y centros culturales de Hermosillo, quehaceres que le permiten apenas ir al día.
Navegación en Yoremito es un libro escrito ya en Sonora; el autor había vivido casi treinta años en el Distrito Federal, teniendo su residencia primero en la calle de Donceles, cuando trabajó el 1965 a 1970 como jefe del Departamento de Literatura y Ediciones del Organismo de Promoción Internacional de Cultura (OPIC), en la Secretaría de Relaciones Exteriores, después en Villa Milpa Alta durante el período 1970-1975 y en Chalco, Estado de México, de 1976 y hasta 1990, cuando decide regresar de forma definitiva a Sonora.
En vida, Bohórquez se empeñó en quehaceres literarios que tanto los críticos como sus propios contemporáneos no supieron o quisieron valorar. A pesar de las opiniones favorables de poetas como Efraín Huerta y Carlos Pellicer, la obra del sonorense circuló apenas en ediciones de reducido tiraje, en ocasiones patrocinadas con recursos propios, pero Abigael siguió escribiendo siempre. Con las décadas resulta paradójico que el nombre del autor sea conocido, pero su rechazo hacia los grupos literarios y su interés por forjarse una carrera propia hacen que sea todavía un autor relegado, a pesar de que dejó piezas teatrales y poemas de gran factura, como es el caso de La madrugada del centauro, Nocturno del alquilado y la tórtola o Navegación en Yoremito.
En Navegación… el autor presenta sus historias de amor sexual, su idilio de hombre amoroso; construye su propio ambiente de gozo, ya muy apartado de los círculos literarios que siempre le fueron tan ajenos. Al paso de los años, el libro de Bohórquez abre posibilidades de estudios desde la estética camp, en el sentido de que su poemario plantea desde la literatura un espacio de libertad a la sexualidad humana y lo hace con un cariz político, pues al recurrir al pastiche y al artificio, pensamos que lo camp puede entenderse como un contra-discurso a partir de la representación de la pose, el doblez y la teatralidad; su apuesta a la visibilidad quizás deba forzarnos a entender que en el desarrollo de esta estética es menester hablar de un nuevo camp, totalmente político y desestabilizador, más allá de las ideas planteadas por Susan Sontag en su clásico ensayo “Notas sobre lo camp”. El autor hace discurso ese anhelo por su mancebo y en su construcción poética actualiza la referencia renacentista con lo popular y el contexto de su objeto de deseo:

El éster, mi zagal,
escucha siempre a los Yonics, Traileros, Caminantes,
Invasores de Nuevo Lión,
y lee vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía;
presume esa barba partida yoremita que su madre doña Eva
fermosa le parió,
y yo escribo esta gana de estar a solas hasta la tumba
con él,
mientras se baba jando el zípper de su Lee
y se encabrona porque canta la Piaf y no Cornelius Reynus
en el primer telón
de la catástrofe.

A Abigael Bohórquez le llegó la muerte, pero dejó más de quince obras teatrales de gran fuerza dramática y poética, más trece libros de poesía, entre los que destacan Acta de confirmación (1966), Canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo y otros poemas civiles (1967), Las amarras terrestres (1969), Memoria en la Alta Milpa (1975), Digo lo que amo (1976), Desierto mayor (1980) y Poesida, publicado de manera póstuma, en 1996, gracias a las gestiones editoriales del poeta sinaloense Mario Bojórquez. Poesida es un homenaje y testimonio de Bohórquez sobre una época en la que se consideraba que el estado serológico era exclusivo de los homosexuales. El libro supone el registro sobre la vida de sujetos marginales, rechazados por la sociedad, confinados a la muerte. Algunos lectores y críticos malintencionados reprodujeron la idea de que Bohórquez hablaba sobre su estado serológico, pues se incluía en un “nosotros”. Sin embargo, lo que hace el autor es recurrir a la solidaridad, al abrazo fraterno hacia sus amigos que ve terminar en las peores circunstancias; por eso, en su poema “Duelo” señala la condición de los cuerpos enfermos y culposos que mueren añorando el amor, el perdón o la paz. Así, la labor del poeta es hablar, dejar sus palabras de bondad y solidaridad:

Vengo a estarme de luto por aquéllos
que han muerto a desabasto,
por los que rútilos o famélicos,
procuraron saciar su corazón o su hambre,
cayeron en la trampa;
eran flores de arena, papirolas,
artificios de hubble gum, almas de azogue

Desde la década de los setenta, Abigael Bohórquez se había consagrado con poemas valientes y libertarios en el ámbito sexual y homoerótico como “Primera ceremonia”, “Finale” y “Crónica de Emmanuel”, poesía que da cuenta del “otro amor”, más allá de etiquetas y miradas moralizantes de los puritanos. Es en la década de los setenta del siglo XX cuando la voz de Bohórquez entroniza en el panorama literario y, a través de sus palabras, defiende su libertad sexual, su deseo, confiesa lo que ama sin ningún pudor ni reticencia más que el respeto al lenguaje poético. Unos años antes, su voz se había hecho sentir con poemas político-sociales contenidos en Acta de confirmación, en donde el yo lírico pasa revista a la historia del siglo XX a partir de la segunda guerra mundial, la Guerra fría, las dictaduras en América Latina apoyadas por Estados Unidos. Así, poemas como “Menú para el Generalísimo”, “Del oficio de poeta” o “Acta de confirmación”, resultan poemas actuales en la voz prolongada del autor que en tiempos tan aciagos dice:

mientras en otros sitio hay estudiantes
con las tripas al aire,
ametralladas mujeres, hombres duramente hostigados,
jóvenes dinamiteros,
muchachas lengua a lengua,
brazo a brazo en la ira,
pueblos que quieren propios
su oxígeno y su sal,
su agua y su manta,
su cama y su mortaja;

La obra de Abigael Bohórquez levanta el puño bajo el sello de la poesía, ya sea para protestar por el dictador en turno, por Hiroshima, Biafra o Vietnam; también habla y protesta por la libertad sexual y la represión en una época en la que el amor entre hombres queda signado desde la política heterosexual. Cuando hace su aparición el sida, es solidario, ofrece su velero de poemas como homenaje.
A veinte años de ausencia del autor de Poesida, la obra poética y dramática de Abigael Bohórquez espera la frecuentación de la crítica literaria y de las compañías teatrales. Bohórquez cuenta con un número de lectores considerable, entre ellos los jóvenes, porque sus letras, quizás como hace cuarenta años, nos reconfortan en las protestas, en las marchas por los desaparecidos de Ayotzinapa y en otros tantos acontecimientos a nivel nacional e internacional. Si un autor se convierte en un clásico cuando sus textos no pierden vigencia, entonces podemos pensar que estamos frente a una obra sólida y actual, cuyo compromiso con la condición humana y con la poesía amerita considerar al sonorense como un clásico de la lírica mexicana del siglo XX 

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