domingo, 24 de agosto de 2014

La dimensión poética de Cortázar

24/Agosto/2014
Jornada Semanal
Xabier F. Coronado

En nuestro tiempo se concibe la obra literaria como una manifestación poética total, que abraza simultáneamente formas aparentes como el poema, el teatro y la narración.
Julio Cortázar
La literatura es un arte que mantiene en su seno familiar íntimas relaciones fraternales. Hay poesía en la novela y narrativa en muchos poemas; en el teatro hay fábula y algunos dramas están escritos en verso. Generalmente los narradores muestran una vena lírica, aunque no sea su inclinación manifiesta, y los poetas dejan su huella en cada línea que escriben sea el formato que sea. En definitiva, muchas veces es la estructura lo que determina, pero el texto literario cultiva en sí mismo todos los géneros.

Un poema se puede percibir como la narración de una historia, por ejemplo estos versos de Bukowski que, al leerlos, se convierten en relato: “Hoy/ conocí a un genio en el tren/ como de 6 años de edad;/ se sentó a mi lado y/ mientras el tren/ avanzaba a lo largo de la costa,/ llegamos hasta el océano./ Entonces él me miró y dijo:/ no es hermoso’./ Fue la primera vez/ que me percaté/ de ello.”
A su vez, también podemos declamar un texto en prosa y los oyentes apreciarlo en hechura de estrofas y versos. Es interesante hacer la prueba con el famosísimo capítulo 7 de Rayuela: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas.”
Rara vez un escritor se limita a cultivar un solo género literario, aunque casi siempre hay una faceta de su trabajo que lo identifica. Todos reconocemos a Cortázar por esa portentosa construcción multiforme que es Rayuela; muchos, por sus inquietantes cuentos donde los límites se diluyen dentro de un marco esférico, inestable y perfecto; los menos lo aprecian por sus poemas formales y su poesía amorosa, inquieta y expresiva. Lo cierto es que si leemos los cientos de páginas del volumen IV de sus obras completas, Poesía y poética (Barcelona, 2005), no nos quedarán dudas sobre su indiscutible condición de poeta. Porque desde su infancia
Cortázar escribía poemas; sin embargo, de los veinticinco libros que publicó apenas cuatro eran de versos. El primero de todos estaba lleno de sonetos y el último es una recopilación de poemas; en medio, una obra literaria singular y heterogénea donde nos fue filtrando su poesía de diversas maneras.
Vida y obra
Escribir y respirar no son dos ritmos diferentes.
Julio Cortázar
Cortázar tuvo una particular relación con los géneros literarios. De niño la poesía le fluía como lenguaje propio: “Una facilidad inquietante (no para mí, para mi madre que imaginaba plagios disimulados) a la hora de escribir poemas perfectamente medidos y de impecables rimas”; y a pesar de que poseía esa esencia lírica, casi siempre encubrió su dimensión de poeta. De la etapa argentina nos queda un libro de sonetos, Presencia (1938), que el autor firmó con el seudónimo de Julio Denis. En Europa publicó dos poemarios en diferentes épocas: Pameos y meopas (Barcelona, 1971), Le ragioni della collera (Roma, 1982), pero incluyó poemas en muchos otros libros donde también gustaba de escribir prosa poética, lo que llamaba prosemas.
Lo curioso es que Cortázar guardó durante décadas escritos y apuntes tomados aquí y allá: “Poemas de bolsillo, de rato libre en el café, de avión en plena noche, de hoteles incontables.” Al final de su vida nos los dejó como regalo de despedida, recopilados en un volumen cuajado de poemas, Salvo el crepúsculo (México, 1984), que toma su nombre de un haikú de Matsuo Basho: “Este camino/ ya nadie lo recorre/ salvo el crepúsculo.”
Este libro no es una autobiografía en formato de antología poética –“recelo de lo autobiográfico, de lo antológico”–; se trata del último experimento de Cortázar, “un discurso del no método” sobre su manera de hacer poesía; una obra elaborada y organizada siguiendo la intuición y la certeza que dieron al escritor sus años de experiencia: “No aceptar otro orden que el de las afinidades, otra cronología que la del corazón, otro horario que el de los encuentros a deshora, los verdaderos.” El resultado es un volumen imprescindible para conocer a Cortázar, donde los versos se alternan con textos en prosa que son comentarios sobre su forma de construir el libro y las sensaciones que, después del tiempo, le transmiten sus poemas; y a pesar de que un amigo le decía, “todo plan de alternar poemas con prosas es suicida”, el autor nos confiesa: “Sigo tercamente convencido que poesía y prosa se potencian recíprocamente y que lecturas alternadas no las agreden o derogan.”
De esta manera Cortázar trazó el círculo de su obra literaria con comienzo y final poético. Una narrativa que recorre su camino a fuerza de lenguaje, de palabras que abren y cierran eslabones de historias y personajes que se concatenan; literatura pura, inquieta en su forma, exploradora de territorios vírgenes, repleta de búsquedas y encuentros, trasgresora y pionera.
Julio Cortázar también fue circular en su itinerario vital: nació en 1914 Bruselas, en plena guerra europea: “Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia”; después de pasar por Suiza y permanecer unos meses en Barcelona llegó con cuatro años a Argentina. Vive su infancia y juventud en Buenos Aires, a los treinta y siete años regresa a Europa y reside en París hasta su muerte, en 1984. De niño fue un lector compulsivo que intentó componer un poema épico que relatara la historia del hombre sobre la Tierra. Maestro y profesor de literatura en ciudades de provincia, a los veinticuatro años publicó el ya referido poemario Presencia, y después sus primeros cuentos: “Llama al teléfono, Delia” (El despertar, octubre 1941) y “La bruja” (Correo Literario, 1944). En Los Anales de Buenos Aires, revista literaria dirigida por Borges, aparecieron dos relatos: “Casa tomada”, ilustrado por Norah Borges en 1946, y “Bestiario” (1947), que tiempo después daría título a su primer libro de cuentos. También publicó ensayos literarios, entre ellos un artículo sobre Rimbaud en la revista Huella (1941); otro titulado “La urna griega en la poesía de John Keats” (Revista de Estudios Clásicos de la Universidad de Cuyo, 1946) y “Teoría del túnel”, un interesante trabajo donde manifiesta que la narrativa debe fundir el surrealismo con el existencialismo y la poesía con la prosa: “Una novela comportará la simbiosis de los modos enunciativos y poéticos del idioma.”
En 1948 obtuvo el título de traductor público de inglés y francés, y escribió dos novelas que no serían editadas hasta después de su muerte: Divertimento y El examen (1986). En 1949 publicó Los reyes, un poema dramático concebido como obra de teatro, que pasó desapercibido en su época. En 1951 se instala en París, donde trabaja como intérprete para la Unesco. Sus traducciones de obras literarias, entre ellas textos de Poe, Gide y Chesterton, tienen la solvencia del profesional y del escritor; esa maestría se comprueba tanto en el Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, como en las inolvidables Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar: “La traducción me parece fascinante como trabajo paraliterario o literario en segundo grado.”
Julio Cortázar fue un escritor prolífico y audaz. En su obra destacan los libros de relatos: Bestiario (1951), ocho cuentos que contienen el germen de su mundo narrativo, donde “por primera vez me sentí realmente seguro de lo que quería decir”. En Final del juego (1956) encontramos un Cortázar “más maduro y exigente”, que ya llevaba cinco años de vida en París; Las armas secretas (1959) incluye relatos como “El perseguidor”, un homenaje al saxofonista Charly Parker, que es uno de los momentos cruciales de su narrativa, y “Las babas del diablo”, que sirvió de base a Antonioni para su película Blow-Up (1966). Siguieron Todos los fuegos el fuego (1966), Casa tomada (1969), Octaedro (1974) y Alguien que anda por ahí (1977), que contiene “Apocalipsis en Solentiname”, relato de su encuentro clandestino en Nicaragua con Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez. Con Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras (1982) concluye una de sus facetas más geniales, la de cuentista.
Son bien conocidas las novelas que Cortázar publicó en vida: Los premios (1960), que fue escrita durante un viaje en barco de Europa a América; Rayuela (1963) y sus derivados, 62 Modelo para armar (1968), un experimento literario que tiene como eje articular un poema (“En la ciudad”) y La casilla de los Morelli (1973); por último, El libro de Manuel (1973), que desarrolla temas políticos y humanistas.
La obra de Cortázar nos sorprende con libros experimentales, auténticas misceláneas que incluyen textos de todos los géneros, imágenes fotográficas, pinturas y dibujos, que dejan constancia de su lucha incansable por ensanchar la literatura, donde trasgresión e innovación son punta de lanza. Entre otros podemos citar: Historias de cronopios y de famas (1962); La vuelta al día en ochenta mundos (1967); Ceremonias (1968); Último round (1969); Viaje alrededor de una mesa (1970); Prosa del observatorio (1972); Fantomas contra los vampiros multinacionales, historieta publicada en el periódico Excélsior (1975); Silvalandia, con textos inspirados en dibujos de Julio Silva (1975); y Un tal Lucas (1979), conjunto de notas, poemas y apuntes de un alter ego del autor.
La responsabilidad del poeta
Hablo de la responsabilidad del poeta, ese irresponsable por derecho propio, ese anarquista enamorado de un orden solar y jamás del nuevo orden.
Julio Cortázar
Julio Cortázar es un agitador literario que creó un género propio lleno de experimentación y cargado de oficio. Según su criterio, el escritor debe ser un explorador, una persona que va delante abriendo brecha: “escritores que entiendan y vivan su tarea como las máscaras de proa,/ adelantadas en la carrera de la nave, recibiendo/ todo el viento y la sal de las espumas”; que ejerce de investigador imaginativo y artesano del lenguaje, porque el verbo, además de ser la materia que integra el cuerpo de la literatura, también es la herramienta con la que hay que explorar y construir el universo literario: “Ser escritor/ poeta/ novelista/ narrador/ es decir ficcionante, imaginante, delirante,/ …/ quiere decir en primerísimo lugar/ que el lenguaje es un medio, como siempre,/ pero este medio es más que medio,/ es como mínimo tres cuartos./…/ y hay otra cosa, simple y grave:/ no se conocen límites a la imaginación/ como no sean los del verbo,/ lenguaje e invención son enemigos fraternales/ y de esa lucha nace la literatura.” (Un tal Lucas)
Desde Presencia, su primer libro, Cortázar comienza un camino literario donde late una dimensión poética que mantiene el pulso a lo largo de un trayecto que culmina con la publicación de Salvo el crepúsculo. El recorrido intermedio es el viaje vital de un poeta comprometido, consigo mismo y con los demás, como creador literario y persona social: “Para mí la poesía es una piedra de afilar, prepara siempre alguna cosa para el combate de adentro o de afuera.” Un camino que transita por estaciones que tomaron forma de libro y no se sujetaron a un diseño establecido sino que asumieron el riesgo de experimentar y construir. El resultado es una serie de edificios únicos, en los que la arquitectura literaria se reinventa gracias a la magia del maestro que domina a la perfección el uso singular de las palabras.
En su obra siempre se vislumbra al poeta en busca de versos que funcionen como puente entre realidades diversas, para ir más allá de la percepción unívoca y hacer un mestizaje de lo evidente con lo mágico, de lo rígido con lo voluble. En el centenario de su nacimiento, Cortázar se mantiene a la vanguardia porque sus textos son visiones que se cuelan en la estructura lineal del mundo previsible, por un hueco que permite otros enfoques. Una apuesta clara por lo natural frente a lo retórico, por lo marginal como anverso de lo estrictamente profesional, por la improvisación y la ruptura frente al aburrimiento de los esquemas comunes. En definitiva, la escritura con factor de riesgo, un peligro real para la continuidad del orden establecido.


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