viernes, 4 de octubre de 2013

Piedra de sol y el 68

28/Septiembre/2013
Laberinto
Armando González Torres

El pie de imprenta de “Piedra de sol”, el poema más célebre y celebrado de Octavio Paz, data del 28 de septiembre de 1957. Como ha documentado Víctor Manuel Mendiola en su libro El surrealismo de piedra de sol, la plaquette recibió un amplio beneplácito crítico y se convirtió rápidamente en una referencia generacional. ¿Qué ocurrió para que un poema largo y complejo, escrito por un autor controvertido, alcanzara tal popularidad?  Piedra de sol es muchas cosas: un ejercicio de sincretismo y diálogo intercultural; un prodigio de virtuosismo técnico y, sobre todo, un arrebatado elogio de la rebeldía, el amor y el placer. Es este rasgo el que embona con el clima de ideas por venir y el que establece la mayor empatía con los lectores futuros. Puede decirse que hay una profunda conexión emocional entre el poema y las consignas que, años más tarde, se popularizarán y pretenderán pasar de la utopía a los hechos en los movimientos estudiantiles del 68. Cierto, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la preocupación en torno al cultivo de la personalidad autoritaria, la represión de los sentidos y el nacimiento del hombre unidimensional ocupa a muchos pensadores; sin embargo, la articulación poética de estas inquietudes en Paz resulta especialmente seductora. Con la alusión al calendario azteca (que está lejos de ser un recurso nacionalista), Paz erige el tiempo arquetípico y circular del mito frente a la temporalidad lineal y cronológica de la historia. Lo que hace el poema es ilustrar esas dos formas de temporalidad y encontrar un vínculo entre ellas: el amor. La poesía y el amor son perturbadores, pues extraen el lenguaje y el sexo de su función pragmática y los vuelven, a la vez, gratuitos y trascendentes; pero, sobre todo, porque trastornan el sentido del tiempo. En el encuentro amoroso pueden reconciliarse historia y mito, fugacidad y eternidad, fragilidad y perdurabilidad.

Regresar al tiempo original cuestiona las nociones de futuro, progreso, productividad, normalidad y todas las categorías cerradas que, a decir de los críticos de la modernidad, caracterizan esta época desencantada. El hombre atado al reloj, al dinero y al qué dirán ha dejado de ser humano. Salir del tiempo  reivindicando la ritualidad de la poesía y el éxtasis del placer es, entonces, un acto de libertad poética. Así, las distintas gradaciones del amor aparecen en el poema de Paz, con énfasis en la fuerza telúrica que es el amor loco. Este amor implica una rebelión integral: contra el fanatismo político, el conservadurismo social y el imperio de la rutina. No es extraño que Paz, aunque crítico de sus extremismos, haya mostrado simpatía y solidaridad hacia los movimientos juveniles. Pero lo más importante es que este poema escrito por un hombre de cuarenta y tantos años, desengañado de la ideología y con algunos tropiezos sentimentales a cuestas, no parece decir adiós a la juventud, sino recuperarla en su elocuente elogio amoroso.

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