viernes, 4 de octubre de 2013

Ambos mundos: Un bel morir

28/Septiembre/2013
Laberinto
Santiago Gamboa

“Un bel morir honra toda una vida”, escribió Petrarca, y es el epígrafe de la novela homónima de Álvaro Mutis, Un bel morir. Morir bien, ¿qué significa? Llegar a ese momento con ingenua dignidad, ligero de equipaje, agotada tal vez la fuerza pero no los sueños. ¿Cómo saberlo? Son suposiciones, pues los únicos que lo saben por definición no están. Tal vez por eso la muerte es uno de los temas centrales de la poesía de Mutis (pero también de la poesía en general, del arte, de la vida). Él mismo lo dijo en una entrevista concedida al escritor Héctor Abad, publicada hace más de diez años: “Cuando leí los Cuadernos de Malte Laurids Brigge a los 17 años, encontré por fin lo que a mí me obsesionaba de la muerte, y es, aunque puede parecer un lugar común (pero hay que tener cierta fe en los lugares comunes porque por algo existen), que nosotros llevamos la muerte, nuestra propia muerte, la llevamos con nosotros desde el instante en que nacemos. Ahora, Rilke sostiene que debemos ir diseñando, preparando, construyendo la muerte que nosotros merecemos, o más que merecemos, la muerte que nos pertenece, la que va con nosotros, la que termina de verdad nuestro destino. Y eso se construye día por día, dice Rilke. Esa idea de que llevamos nuestra propia muerte y de que debemos cultivarla y diseñarla para que esté en armonía con ciertas convicciones que tenemos, me parece muy bella y me ha acompañado el resto de mi vida”.
Mutis fue un hombre de convicciones, sobre todo literarias pero también vitales, y es esto lo que le da ese especial carisma a sus personajes, que son todos como él. Es el caso de Maqroll el Gaviero —el que, desde la gavia del barco, anuncia las tormentas, la cercanía del puerto, el porvenir—, que es capaz de atravesar el océano para cumplir una promesa o socorrer a un amigo. Su divisa es la lealtad, el sentido romántico de la libertad, oponerse a toda ley y rechazar cualquier autoridad.

Esa libertad que él veía representada en la vastedad del mar, por donde deambulan sus personajes, marineros pesimistas, con un profundo sentido de la discontinuidad de la existencia y un saludable desprecio por las leyes humanas. El mar, espacio de navíos y bajeles y Tramp Steamers. Espacio de la poesía y de la prosa que él confundió a su antojo. Lo recuerdo saludando la tumba de Chateaubriand, con una gorra azul de marinero, en la localidad portuaria de Saint Maló, capital de la piratería francesa. Frente al mar, delante del islote en el que está enterrado el autor de Memorias de Ultratumba (que consideraba el modernizador de la lengua francesa), Mutis unió sus manos, bajó la cabeza y se recogió un momento, y yo pude verlo con su chaqueta y su gorra, con las nubes al fondo, un violento atardecer a punto de reventar en el cielo, y así lo imagino ahora, alejándose hacia ese espacio entre violeta y plateado más cerca de la poesía, ese otro cielo creado por él para ser habitado en la muerte.

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