miércoles, 10 de julio de 2013

José María Pérez Gay 1943-2013. Breve perfil intelectual

Julio/2013
Nexos
Rafael Pérez Gay

Frente al ataúd de mi hermano, una tempestad de emociones me impedía escuchar las condolencias de los amigos. Aturdido por su muerte, fatigado por las horas sin dormir, impresionado por el tiempo que había pasado ante su cadáver tendido en la cama que ocupó una parte de su estudio, de su biblioteca, entré a la capilla ardiente a decirle adiós. 

Horas antes, al amanecer del domingo 26 de mayo, había caminado por una de las avenidas arboladas del Panteón Francés. Me  seguía una sombra. Busqué dentro de mí y lo supe con una punzada en el estómago: la orfandad intelectual. Entonces recordé no tanto al hermano destrozado por la enfermedad, como al intelectual con el cual compartí no pocas aventuras de las letras del pensamiento. 

El sol entraba por las pequeñas ventanas de la capilla. En una de las esquinas del féretro me pregunté cuál había sido el perfil intelectual de esa aventura del conocimiento a la que José María Pérez Gay dedicó su vida. Intento un trazo en su memoria.

Cuando nos entregaron sus cenizas y sus hijos Pablo y Mariana sostuvieron la caja de finas maderas que contenía los restos de mi hermano y Lilia atravesaba la urna con la mirada, recordé al joven que viajó a Alemania a los 21 años en el año de 1964 y que hizo sus primeras armas metafísicas bajo la tutela de un profesor rumano avecindado en México: Tanasescu. En México cerraba el sexenio de López Mateos, la mancha de la ciudad de México crecía hacia el norte mediante un parque industrial y hacia el sur en zonas residenciales  como Coyoacán y San Ángel. Metafísica: la indagación de la naturaleza humana, la pregunta última por la existencia. Kant decía que los tres grandes temas de la metafísica son el libre albedrío, Dios y la inmortalidad del alma. Estas fueron las preguntas que mi hermano se llevó a Alemania en la maleta la mañana en que abordó un avión de Lufthansa en el aeropuerto de la ciudad de México.

La noche del día en que cremaron su cuerpo, con el corazón en la boca, y la nada en el alma, bajo la sombra de eso que sentimos quienes no reconocemos otra vida más allá de la que ocurre en el mundo de los vivos, busqué las cajas y las maletas que mi padre me entregó antes de morir. Encontré las cartas que mi hermano nos escribió desde 1964, cartas a la familia y especialmente a mi madre, la cosa adorada, como le decía en esas cartas de papel cebolla.

Con la rapidez de un relámpago, los estudios convirtieron a Pepe en un joven liberal de camino a sus 30 años. Creía pues en esa forma de la política basada en la realización, por medios constitucionales moderados, de ideales socialmente progresistas. En Alemania vivía en el centro explosivo de aquel cambio: el amor libre, la sexualidad desaforada, la experiencia de las drogas, el rock, el cine, la literatura, la defensa de los derechos de las minorías y de los homosexuales, la liberación femenina. Un joven liberal mexicano en Berlín. No había en él la voluntad radical del comunismo, ni mucho menos, aun cuando participó en el movimiento de 1968 y reconoció en Rudy Dutschke al líder de esas esperanzas.

Mientras leía sus cartas y se me enquistaba en el alma su muerte, me salió al paso el joven estudiante de filosofía que había encontrado en el humanismo una razón de ser y en la literatura una realización profunda de su alma. La ética y la política social deben ser los pilares de una mejor comprensión de la naturaleza humana, de eso trata, al final, el humanismo. La ilustración kantiana fue siempre su escudo de combate: el hombre libre por el don de la razón.

Durante los años setenta, José María Pérez Gay dedicó sus empeños intelectuales al estudio del psicoanálisis. No exagero si digo que en ese tema fincó sus intereses durante mucho tiempo: Freud y su época. Testigo de la revolución de la intimidad a la que el doctor de Viena arrojó al mundo, Pepe saltó a ese abismo de oscuridades insondables. Freud fue el primer momento de su pasión por el imperio austrohúngaro. Como pasa con las grandes pasiones, un día creyó que el método psicoanalítico se había perdido en el camino y entonces perdió la fe en ese sistema. Le encantaba citar provocadoramente a Karl Kraus: el psicoanálisis es la única enfermedad que cree ser su propia curación. Para entonces, Pepe se había convertido intelectualmente en un nietzscheano, el filósofo que marcó su vida y no pocos de sus actos y en un estudioso de la obra y la vida de Max Weber.

En esos años alemanes, el marxismo era la llave intelectual de la izquierda. Pepe leyó y releyó a Marx hasta el cansancio. Nunca lo deslumbró, salvo el Manifiesto Comunista y el 18 Brumario. En cambio, reconocía en su propia trayectoria intelectual a un hegeliano tardío. Entre las muchas aventuras del conocimiento que realizamos juntos se cuentan dos seminarios: uno sobre Freud y otro sobre Hegel y el marxismo. A esas clases extraordinarias asistimos Alberto Román, Luis Franco y yo. Leímos durante dos años la obra de Freud a través de un libro importante de Paul Ricoeur: De la interpretación. Para abordar a Hegel y llegar a Marx leímos el libro esencial de Kojéve, una biblia para Pepe: Introducción a la lectura de Hegel.

Pepe era un maestro extraordinario, histriónico y dramático. Nos avisaba por carta que venía a México y que todas nuestras lecturas deberían estar puestas al día:  conmigo no hay tu tía, nos amenazaba. El primer día del seminario era inolvidable:
—Rafa: ¿qué es el espíritu absoluto en Hegel?
—La historia.
—¿Cuál historia?
—El sonido de los cascos de los caballos del ejército napoleónico en París.
—Bien. Esta conclusión les ha llevado a los estudiantes de la universidad libre de Berlín suplicios, torturas y no pocas pendejadas radicales.

Prendía un cigarro, hacía una pausa dramática y nos decía: sospechen, nunca admitan nada sin sospechar, o serán parte del rebaño. Y sobre todo: lean a Borges.

La apertura democrática echeverrista cumplió su ambición en el fracaso económico. Pepe iba y venía de Alemania cada vez con más frecuencia y más necesidad de regresar a México. Tuvo su historia con la familia Echeverría y conoció de cerca los poderes priistas. Su carrera diplomática avanzaba sin futuro seguro, su trayectoria académica se fortalecía y su pasión literaria ocupaba todos sus sueños. Entonces conoció a Lilia Rossbach e hizo con ella una familia.

La aventura intelectual de José María Pérez Gay no hubiera sido la misma sin los amigos con quienes discutía y confrontaba sus lecturas, pensaba y debatía. Con Héctor Aguilar tuvo una conversación que nunca cesó y duró más de 50 años, esa amistad se interrumpió sólo el día de la muerte de Pepe. Luis Linares también fue el amigo de toda su vida, un testigo, un interlocutor, un amigo imprescindible. Pienso también y desde luego en su amistad con Alberto Ulloa y su cariño por Eduardo Maldonado y Raúl Santoyo. Al mismo tiempo, me refiero a Carlos Monsiváis, a Rolando Cordera, a Arnaldo Córdova, a Bolívar Echeverría. En su perfil intelectual, estos nombres son imprescindibles.

Algunos de sus mejores amigos literarios lo esperaban en una generación posterior a la suya, Pepe sostuvo una amistad de intensidades literarias con Luis Miguel Aguilar, Antonio Saborit, Delia Juárez, José Joaquín Blanco, Alberto Román, Sergio González Rodríguez, Roberto Diego Ortega.

Entre las traducciones que traía de Alemania, Pepe trabajaba con especial entusiasmo en aquellas que criticaban el socialismo realmente existente. Siempre supo que Octavio Paz tuvo razón respecto a los crímenes del totalitarismo y el dogmatismo estalinista. Fue un crítico implacable (una palabra que a él le gustaba utilizar) de los regímenes comunistas. A la sombra de la Dialéctica de la ilustración, de Adorno y Horkheimer, de Marcuse y Habermas; de Hans Magnus Enzensberger, los marinos de Kronstadt, el corto verano de la anarquía más sus canciones del progreso y la crítica de la ecología política; de Elias Canetti y su estudio de las multitudes; de Norbert Elias y la historia del hombre en los inicios de la civilización; de Karel Kosik y la Dialéctica de lo concreto, de la primavera de Praga; de los procesos de Moscú y Bujarin y Arthur Koestler; de Pasternak y Solyenitzin; del opio de los intelectuales y Raymond Aron; de Hannah Arendt y la banalidad del mal: de todo ello escribió y habló José María Pérez Gay con un conocimiento, una autoridad y una audacia que abrevó en la Viena de sus sueños, en el Berlín de sus pesadillas pues el pensamiento de José María gravitó siempre en torno a la idea del progreso y el contrapunto del terror totalitario.  Para entonces Pepe se había convertido en un socialdemócrata.

Los últimos años de su vida los dedicó a la política activa como asesor en materia internacional de Andrés Manuel López Obrador. Mi hermano formó parte de la campaña presidencial rumbo a las elecciones de 2006 y se convirtió en un militante decidido del movimiento lopezobradorista. Sé que consideró a Andrés Manuel un amigo y un hermano durante estos años, sé también que López Obrador lo quiso como se quiere a un hermano y supo ser su amigo durante los días más difíciles. Entonces la enfermedad  entró en su vida y la muerte vino por él.

Por cierto, detestaba a Wagner y festejábamos juntos el chiste de Woody Allen: cada vez que oigo a Wagner, me dan unas ganas enormes de invadir Polonia. Sin humor, nuestra hermandad no hubiera sido nada. Ante el ataúd de mi hermano recordé que cuando yo tenía seis años y él 20 montábamos un arte dramático en el cual él era el Santo y yo Blue Demon. En algún lugar siempre seremos esos dos enmascarados en busca de nuestros sueños.

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