jueves, 20 de diciembre de 2012

Libros para antes del fin del mundo

19/Diciembre/2012
Milenio


Se acerca “el fin del mundo”. Escritores y editores reflexionan sobre cuáles serían los libros que tendrían cerca del desastre, sobre todo títulos que marcaron su vida: una selección amplia y diversa, en la que se refleja que en asuntos de lectura, en gustos se rompen géneros y no siempre los títulos emblemáticos de la literatura universal son los que dejan huella en cada persona.
Ignacio Solares
El príncipe idiota, de Fiódor Dostoievski, porque creo que es el máximo ejemplo de cómo la literatura puede darle forma e ilustrar la teoría cristiana.
Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, porque es un libro escrito en el inconsciente colectivo y, como diría Jung, logró atraer a la tierra un arquetipo del que todos participamos o deberíamos participar, el quijotismo.
La muerte de Iván Illich, de León Tolstoi. Es, quizá, la novela que mejor ha mostrado e ilustrado el proceso inevitable, tan doloroso y pleno a la vez, de la muerte humana.
Los miserables, de Víctor Hugo. No solo es un vasto espejo del París del siglo XIX, sino uno de los libros más crudos y dramáticos sobre la condición humana.
Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Como ningún otro libro en la historia de la literatura mexicana ha captado eso que llamamos el alma mexicana, tan particular y única. Para entender qué es eso que llamamos “mexicanidad” e incluso reafirmar nuestra identidad nacional más allá de los discursos y de los sellos oficiales, hay que adentrarse en este libro mágico.
Hernán Lara Zavala
Autobiografía, de Juan García Ponce. Al leer ese breve volumen se me reveló, por primera vez, la lejanísima posibilidad de ser escritor. Entre García Ponce y yo existían muchas afinidades: él era el mayor de una familia numerosa, con un padre empresario que quería que su hijo lo sucediera, provenía de Yucatán, de clase media acomodada, vivía en la Ciudad de México, estudió con los maristas y, a pesar de todo, su mayor anhelo consistía en alejarse del mundo en el que había crecido para jugársela como escritor y convertirse en artista.
Confabulario, de Juan José Arreola. En varias ocasiones he afirmado que Arreola es el único escritor genial que he conocido personalmente y conste que he conocido a muchos, incluso superiores literariamente, pero ninguno con la brillantez de su genio y su pasión, de su memoria y capacidad creativa y de improvisación: hombre atribulado, pecador culpígeno, declamador nato, artista de la palabra oral y escrita.
El Hacedor, de Jorge Luis Borges. Tanto por García Ponce como por Arreola me acerqué también a la obra de Borges, extraordinario cuentista, ensayista y poeta que innovó forma y fondo de la literatura universal. Todos los libros de Borges son buenos, pero el que se encuentra más cerca de mi corazón es El Hacedor.
Eusebio Ruvalcaba
El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Nunca he encontrado en ninguna otra novela el arte de contar llevado hasta sus últimas consecuencias. Me estoy viendo leerla a bordo del metro, reía yo tanto que la gente se volvía a mirarme. Pero no era una risa vacua, sino asentada en la tragedia que vivía su protagonista. Después caí en la cuenta de que ésa era la maravilla: la vida del chico parecía ser la de cualquier joven más o menos crápula, más o menos triste, más o menos cercano.
Codine, de Panaít Istrati. Desde las primeras líneas, la historia corre como reguero de pólvora. Lo mismo la historia que el modo de narrar, parecen extraídos de un volcán en erupción. Los personajes viven y sufren, se alimentan de una gota de esperanza y al final se entregan a la desolación más devastadora. Cuando hoy por hoy tomo el libro, mis manos tiemblan.
Ulises Criollo, de José Vasconcelos. Cada página de Vasconcelos es una parcela de tierra fecunda. Leyéndolo se aprende a escribir: es un constructor, un arquitecto de la condición humana: leerlo es sumergirse en el océano de la emoción, de la tensión dramática, la de a de veras, la que pone a temblar a los enanos de espíritu.
Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Qué inútiles resultan los viajes cuando se cuenta con un libro como éste: contiene todo en materia de conocimiento, no hay que desplazarse un centímetro para advertir el nacimiento del arte, o el arte en su manifestación más elevada, que es el del conflicto espiritual.
Diego Rabasa
Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Creo que es uno de los libros que debería de sobrevivir a nuestra especie. La maestría con la que Lowry crea un ambiente que nos remite a esa confusa y caótica experiencia que supone enfrentar el mundo desde nuestra mente me dejó sin aliento. El más mínimo gesto dentro del libro es una clave para entender el desolador paisaje mexicano o la tragedia de los protagonistas.
Indigno de ser humano, de Osamu Dazai. Una divertida y punzante historia sobre lo que sucede cuando un hombre renuncia cabalmente a medir su vida en base a los siempre inalcanzables ideales humanos. Me lo llevaría en la memoria porque representa esa zona de permisividad y malicia en la que acontecen tantos placeres.
Hay dos escritores que me llevaría en la memoria porque en su momento fueron clave para mi relación con el mundo: Juan Rulfo y Robert Walser; con Walser quedé maravillado ante la capacidad que tiene para desnudar el sin sentido que hay en cualquier afán humano que no sea el de habitar el momento.
Rulfo me enseñó que la lengua y la tierra tienen una relación íntima y muy poderosa, que la literatura no es un mero retrato de la realidad, sino la expande. Tras leer a Rulfo el mundo fue un lugar diferente para mí.

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