domingo, 30 de septiembre de 2012

Crónicas marcianas o un adiós a Bradbury

30/Septiembre/2012
Jornada Semanal
Marco Antonio Campos

El pasado 5 de junio murió Ray Bradbury, quizá el autor más querible del género llamado ciencia ficción. Permítanos recordarlo aquí ante todo por las Crónicas marcianas, que desde mitad del siglo pasado le dieron inmediato renombre y decenas de miles de lectores.
Es difícil hallar a un narrador de ciencia ficción que acople en sus libros, como Bradbury, un lenguaje poético y relatos tan melancólicos e imaginativos como los que hallamos en Crónicas marcianas (1950) y El hombre ilustrado (1951); no menos ocurre en Fahrenheit 451, su emblemática novela de argumento inolvidable.
Al terminar de leer las Crónicas... da la impresión de que no falta ni sobra nada. Es tal la madurez narrativa de Bradbury que no parece un libro hecho por un escritor de genio de treinta años, y es tal la espléndida madurez psicológica en sus páginas, que uno no lo puede imaginar tan joven. Ya sea cuando utiliza los diálogos o cuando escribe en tercera persona, su prosa es ligera y exacta como el vuelo de un pájaro.
En las Crónicas... Bradbury relata las tres primeras expediciones fracasadas a Marte, la casi total aniquilación de la población marciana por una epidemia absurda contagiada por los terrestres, los primeros asentamientos, la llegada de decenas de miles de personas, la guerra atómica en la Tierra que hace regresar a la inmensa mayoría de los terrestres para que no se extinga todo vestigio de civilización y, finalmente, el nuevo inicio adánico de dos familias de terrestres en Marte…
Salvo pequeñas mutaciones y variaciones, pero haciéndonoslo verosímil, Bradbury nos muestra un planeta habitable que en buen número de aspectos tiene una vida parecida a la Tierra: días con mañanas y noches, cielos estrellados, lunas mellizas, clima templado pero también tórrido, aire enrarecido, valles verdes y valles oscuros, largos canales y mares muertos, montañas y colinas azules, oficinas, calles, casas con cuartos, bibliotecas, academias, manicomios con psiquiatras… Los marcianos llaman a su planeta Tyrr y marcianos y marcianas tienen nombres con triple vocal o triple consonante: Aaa, Iii, Xxx, Uuu, Rrr.
Salvo un capítulo que acaece en la tierra, en las páginas del libro tenemos la imagen de que los expedicionarios y los nuevos pobladores se hallan en Marte, pero el Planeta Rojo, como sugerimos, es para ellos en mucho una prolongación de la vida en la Tierra, o con más exactitud, de la vida diaria en Estados Unidos, como si Estados Unidos y los estadunidenses representaran simbólicamente para Bradbury todos los países y todos los pueblos de la Tierra. Quienes llegan son sólo hombres y mujeres de raza blanca y de raza negra, y provienen de ciudades, pueblos y villorrios de eu, y aun la moneda corriente es el dólar. Por hipnosis, telepatía o autosugestión, los marcianos, antes de la epidemia letal, son capaces de entender admonitorias letras de canciones en inglés, de hablar el inglés y transformarse mental y corporalmente de modo que pueden ser iguales a los recién llegados.
En 1954, cuatro años después de la publicación, Jorge Luis Borges destacaba que de las historias de este libro, que lo llenaban de terror y de soledad, prefería ante todo “La tercera expedición” y “El marciano”. En esta última, Borges señaló que encerraba “una patética variación de Proteo”; en aquélla ‒añadimos nosotros‒ hay un juego einsteniano con el tiempo, o para precisar, los hombres viajan desde la Tierra en el año 2000, pero llegan a Marte en 1926, y encuentran un pueblo idéntico a un pueblo estadunidense de Illinois, y en medio de esa engañosa felicidad no saben, sino muy tarde, que es un teatro sobre el viento armado.
Pero las Crónicas marcianas tienen seis o siete historias tan hermosas y terribles como las preferidas por Borges. Pongamos algunos ejemplos. Una en especial, “Aunque siga brillando la luna”, me emociona hondamente. Bradbury relata cómo uno de los tripulantes, Spender, consciente de que tarde o temprano los hombres destruirán la civilización de Marte, se rebela y empieza a matar a sus compañeros para evitar que se prendan las primeras lumbres de la catástrofe. Spender sabía que “los habitantes de la Tierra tenemos un talento único para arruinar las cosas grandes y hermosas”. Pese a la comprensión noble del capitán Wilder, el propio capitán es quien acaba matándolo para que no lo hagan ferozmente los otros tripulantes. Como lector, uno acaba sintiendo una desolada simpatía por víctima y victimario.
Impregnada asimismo de ternura es la historia de Benjamín Driscoll, quien planta miles de semillas que harán crecer decenas de miles de árboles para volver oxígeno el aire enrarecido del planeta rojo; otra, “Un camino a través del aire”, es la divertida y angustiosa huida de los negros hacia Marte para no seguir siendo explotados por los blancos en la Tierra, la cual encontraría una conmovedora continuación en un cuento de El hombre ilustrado, “El otro pie”; una más, como la “Casa Usher ii”, es a la vez una anticipación turbadora de Fahrenheit 451 (1953), en la que un hombre, a quien le volvieron ceniza una biblioteca de 50 mil volúmenes, y un cineasta, al que quemaron sus películas, se vengan letalmente de los destructores del arte, es decir, ultiman a aquellos que en nombre de la realidad cegaban la fantasía y el sueño.
Como se ve, detrás de las melancólicas historias de las Crónicas marcianas (y de muchos de sus libros) encontramos a un autor que es un moralista impecable e implacable. En sus narraciones encontramos a menudo lúcidos recados implícitos contra el racismo, el clasismo, la ambición sin moral, el afán devastador en la utilización de la alta tecnología, la caza de brujas contra las minorías étnicas, el desprecio a lo que es o a quien es diferente, el odio de las oligarquías política y empresarial al conocimiento representado ante todo en el libro, la avidez del dinero sobre los valores éticos, que vuelven al hombre un objeto sin alma…
Algunas historias de El hombre ilustrado que acontecen en el sistema interplanetario son tan inquietantes e imaginativas como las que leemos en las Crónicas marcianas. Sin Ray Bradbury, sin el gran Ray Bradbury, la ciencia ficción no hubiera tenido a un escritor que diera a sus narraciones tan honda y alta poesía.

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