sábado, 25 de enero de 2014

Gabriel Zaid: La claridad furiosa

25/Enero/2013
Laberinto
Víctor Manuel Mendiola

Es inquietante ver cómo, entre los nuevos lectores y en las miríadas de los jóvenes pretendientes de la literatura mexicana actual, un poeta tan singular, tan exacto, tan revelador como Gabriel Zaid casi no cuenta o de plano es visto como un obstáculo.

Si pensamos en lo que ocurría hace veinte años, podríamos observar una inversión de valores. En ese tiempo, los poetas imprescindibles eran evidentes y Zaid era uno de ellos. Qué rápido cambian las cosas. Este hecho es parte del “efecto Octavio Paz”, es decir, de la inevitable reacción negativa a la obra enorme y a la figura polémica, incómoda, del autor de “Piedra de sol” y El mono gramático, pero también es una secuela del trabajo de zapa en contra de la tradición de la poesía mexicana, realizado por los poetas jipis a la Ginsberg, con sus morrales y overoles —Eduardo Lizalde los caracterizó brutalmente—, y por los poetas “neobarrocos”, espantasuegras y sectarios de las pulsiones borrosas. También es un resultado del dominio creciente de una estética populista en el terreno de todas las artes, donde lo que importa es el derecho a crear, a discurrir de cualquier modo, a encarecer lo que parece espontáneo y a dar por bueno lo que suena sucio, grueso, ininteligible y novedoso. Tanto los poetas seguidores de la ayahuasca, por un lado, y del “lenguaje”, por el otro, como los valedores de un arte abierto, sin historia, despojado de oficio y carente de reflexión encuentran inactual, manso y alicaído el largo y sinuoso desarrollo crítico de la poesía mexicana y, en este caso, de la poesía de Gabriel Zaid.

La lírica mexicana, desde sus remotos y contradictorios orígenes —incomprensibles para las formas de creación de cuenta corta— hasta las originales sincronizaciones del siglo XX, pasando por en medio de los experimentos del modernismo, admite toda clase de abordajes, pero reducirla a una forma pacífica y simple revela, además de una lectura ñoña, incapacidad para aproximarse a su profundo carácter devorador. En este contexto, la obra de Gabriel Zaid es un punto de gravedad insoslayable y turbador.

Reloj de sol, compendio de la poesía de Zaid, engaña y desconcierta por su ligereza, por su aparente visibilidad, por su lectura fácil y rápida. Sin embargo, esconde una densidad creciente, que solo es accesible en una lectura bien armada y en momentos excepcionales de comprensión. Y en esos instantes aparece lo que Zaid llamó la claridad furiosa y desparece toda ilusión de menudencia y comodidad. Muchos de los textos de Zaid tienen una composición sintética, porque él ha eliminado, sin perder la fluidez, todo lo accesorio. ¿Cuántos autores son capaces de esta reducción? Muchos, si es falsa. Pocos, si es álgebra. Sus poemas son una mezcla crispada de pensamientos físicos e intuiciones intangibles. En el poema “Prueba de Arquímedes” nos deja boquiabiertos esa manera de construir: “Si te hundiera en una tina,/ vería el volumen que desplazas./ Si te colgara de un pie,/ hasta qué punto eres un bulto.// Estoy perplejo porque eres./ Porque eres eso, eso y más que eso.” En Zaid vive transformado el cubofuturismo que ensayó, en forma provocadora y maravillosamente reaccionaria, Pellicer. No hay vuelos y aeroplanos, pero sí automóviles y música brasileña. Y como en Pellicer, pero de una forma muy distinta, el amor y el misterio anudan y desanudan el mundo.


Gabriel Zaid es un poeta de otros tiempos. Para otros tiempos. Definitivamente, no para estos días malos de hoy, días aturrullados, cómplices, facilones.

Gabriel Zaid: El poeta

25/Enero/2013
Laberinto
Marco Antonio Campos

Gabriel Zaid cumple 80 años. Su presencia en nuestro mundo cultural, igual como poeta que en sus revisiones críticas de la política cultural y de todo aquello que se relacione con el libro ha sido continua y decisiva. Puede estarse de acuerdo o no con él, pero ha sido de una integridad granítica, algo que no le haría daño a la derecha liberal practicar más a menudo. El ejemplo predica más alto que lo escrito en los medios impresos o electrónicos o lo dicho en los discursos en la tribuna; Zaid ha dado el ejemplo actuando con una honestidad sin fisuras.

Católico —no sé si practicante—, el orbe de la religión apenas aparece en su obra. Ha estudiado y escrito sobre poetas mexicanos como López Velarde, Carlos Pellicer y Manuel Ponce. ¿Hay influencia de alguno en su poesía? A la verdad, salvo alguna cercanía formal con Ponce, apenas hay un mínimo de huellas que lo acerquen al complejo jerezano o al tabasqueño de “manos llenas de color”. Excepto en ligeras variaciones y adaptaciones, no hallo tampoco las señales en el tronco del árbol de los clásicos castellanos San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Santa Teresa. Aún más: en sus poemas son muy pocas las menciones a Dios, vírgenes, santos, la Biblia, la iconografía o la liturgia católica. Hay incluso un poema, “Desfiladero”, que es extraña o insólitamente un duro reclamo a Dios. La poesía de Zaid sólo se parece a la de Zaid.

Quizá la breve obra poética de Zaid podría dividirse en dos partes: una, donde sobresale su espíritu lúdico, y la otra, más seria y apegadamente formal. Si se me permite, prefiero con mucho la segunda, y entre estos, casi todos los que eligió y analizó Paz en un ensayo espléndido, y que Paz mismo vio como su antología personal de la obra del amigo (“Respuestas a Cuestionario —y algo más”). Nunca satisfecho, Zaid una y otra vez ha rehecho su ya de por sí escasa obra. Al parecer Reloj de sol será la última. En esos juegos rayuelianos, que se mostraron ante todo en su primera reunión (Cuestionario, FCE, 1975), quiso que el lector fuera propositivamente activo al darle seguimiento a sus poemas, es decir, que el lector armara, por diferentes vías, el meccano zaidiano, y se volviese una suerte de lector–autor. Tal vez su profesión de ingeniero haya influido en algo en estas proposiciones de construcción para que su obra poética fuese una pequeña ciudad verbal en continuo movimiento.

En ambas direcciones, en su poesía seria o de juego, hay dos cosas que las hermanan. De un lado, por la forma, la casi totalidad de sus poemas son breves y su estilo es como una piedra seca con secretos dibujos, una piedra, que también, si le tallamos un fósforo, se enciende y quema a quien se lanza; por el otro lado, en los contenidos, la mayoría de sus piezas, ya serias, ya humorísticas, tratan ya de la pareja, ya de la amada, y ya, claro, del autor que se presenta como personaje; no pocas ocasiones unos y/u otros salen muy mal parados.

Se acusa a menudo, a la poesía mexicana de solemne, formalista, de tonos discretos, y aun —digámoslo sonriendo—, de “fina y sutil”; contra lo que se cree, sobra el buen humor en mucha de nuestra buena poesía. Baste recordar en el siglo XIX alguna parte de la lírica de Prieto, Ramírez y Acuña, o en el cambio de siglo a Tablada, o en el siglo anterior, por poner un manojo de casos, a Novo, Efraín Huerta, Lizalde, Gutiérrez Vega, Pacheco, Francisco Hernández (Mardonio Sinta), Deltoro, Héctor Carreto. Uno de quienes más lo cultivó fue Zaid. Homo ludens, en las piezas de Zaid encontramos epigramas, burlas, bromas, divertimentos, chistes, situaciones cómicas, chispazos festivos... Cierto: a veces resbala y el poema cae —decae— en la superficialidad o el juego por el juego; igual cuando aparecen en sus versos pedos y orines –en los que no creo que nadie halle ningún efecto o emoción poética.

De su poesía más confesional me gusta sobre todo un buen puñado de poemas que guardan un sentimiento a la vez de melancolía y nostalgia, por lo que ya no es, o si es, se irá pronto. En eso hay poemas de Seguimiento y Campo nudista, pero sobre todo de Práctica mortal. Si se me diera a elegir, me inclinaría en especial por “Nacimiento de Venus”, “La ofrenda” y “Circe”, declaraciones línea por línea de absoluto amor, “Maidenform”, con un admirable final abierto, “Canción”, preciosa cuarteta que parte de un verso de San Juan de la Cruz, “Práctica mortal”, quizá el más misterioso de todos, y “Sombras benignas”, donde contrasta el fúnebre asunto con el dibujo del bello paisaje mediterráneo.


Paz observó que los poemas de Zaid son “breves, totales, autosuficientes”. Un buen número, me digo, son tan ligeros que a veces el lector no se da cuenta que tiene en las manos una carga de dinamita a punto de estallarle. O que le estalla.

Gabriel Zaid: ¿Quién, qué?

25/Enero/2014
Laberinto
Armando González Torres

Nació el 24 de enero de 1934 en Monterrey, Nuevo León. Es ingeniero mecánico administrador por el ITESM, pero ha dedicado gran parte de su vida a la literatura: poeta, ensayista, crítico, traductor, investigador y editor, además de promotor del humanismo. Entre sus premios se encuentra el Xavier Villaurrutia (1972), el Magda Donato (1986), la Medalla Estado de Nuevo León en la disciplina de literatura (1990). En 1984 ingresó a El Colegio Nacional; desde 1986 es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Muchos de sus libros son imprescindibles para comprender a la cultura nacional como expresión y como industria, sus aportes son incontables en esta materia. Para celebrar sus 80 años de vida, ofrecemos la mirada de algunos de sus más fieles lectores
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Este año Gabriel Zaid cumple ochenta años. Curioso: pese a su heroica reserva ante los micrófonos y las cámaras, todo mundo sabe quién es Zaid, pero, dada la novedad y versatilidad de su obra, algunos habrán de preguntarse ¿qué es Zaid? ¿en qué estante se pueden poner sus libros? Las tentaciones de respuesta son muchas: un poeta de obra parca y reveladora; un cuidadoso lector de parte del canon poético mexicano; un sociólogo de la literatura; un observador de las costumbres intelectuales; un economista práctico y heterodoxo, un antologador atípico; un valiente y sagaz comentarista político, o un crítico de la cultura en el sentido más amplio. En realidad, Zaid es todo eso y más; su escritura conduce una inteligencia móvil, risueña y luminosa, cuya dinámica se ahoga en las etiquetas genéricas. Zaid ha escrito libros de asuntos aparentemente inconexos y ha cultivado lectores en los más diversos territorios y en las más distintas audiencias (un cuñado mío, ingeniero, aplica algunas de sus ideas para administrar sus empresas; una amiga poeta ratificó su vocación leyendo un ejemplar amarillento de Cuestionario; una joven economista, interesada en las finanzas populares, se sorprendió con la actualidad de los diagnósticos y prescripciones de El progreso improductivo). En poesía, en economía, en política, en el ámbito intelectual, la obra de Zaid aspira a que el lector aprenda a desconfiar de la retórica, a exigir el hecho concreto, la demostración contundente, la palabra justa y clara. Puede decirse que Zaid aspira a decir claridades, esclarecer el ambiente, provocar esa higiene que parece surgir cuando alguien descubre, articula o se atreve a pronunciar lo que teníamos en la punta de la lengua.

No hay un solo libro que defina a Zaid y su obra está llena de ecos y reverberaciones internas. Como en pocos escritores de habla española (Reyes, Ortega y Gasset, Paz), en Zaid hay una fecunda conjunción y mezcla de competencias y vocaciones: la intuición del poeta, la lucidez del crítico, el sentido práctico del ingeniero, la visión de conjunto del pensador.  En la obra de Zaid se hace patente un ejercicio de integración que rebasa con mucho la correspondencia entre saberes y tiene que ver con la noción de integridad de la persona: en un mismo individuo pueden cohabitar el poeta que descubre el prodigio en lo ordinario, el hombre práctico que busca su progreso personal mediante elecciones racionales o el ciudadano que observa los pormenores y sinsabores de la vida pública, y hay una escritura capaz de reunirlos.  Dado que Zaid ha elegido la página como su única plaza pública, en sus ochenta años nadie lo verá en algún programa de televisión, ni podrá acudir a una mesa de homenaje a pedirle una foto o un autógrafo; sin embargo, está el universo de sus libros y cada lector podría escoger sus ocho predilectos (uno por década) para rendir homenaje a esta clásico elusivo y subversivo de la literatura y el pensamiento hispanoamericanos.

jueves, 23 de enero de 2014

La furia y la pena

23/Enero/2014
Confabulario
Juan Domingo Argüelles

El pasado 14 de enero, en la ciudad de México, a los 83 años de edad, murió Juan Gelman, uno de los últimos grandes poetas hispanoamericanos. Nació en Buenos Aires el 3 de mayo de 1930 y, desde su primer libro reveló una originalidad poética en la que fusionó a la perfección coloquialismo, cultura, música y renovación del lenguaje.

En el legado poético de Gelman sobresalen dos cualidades que son aportes esenciales a la lírica hispanoamericana: la invención de un idioma poético y el sabio manejo del ritmo; la riqueza lingüística (incluida la creación de afortunados neologismos) y la música decantada.

Gelman tuvo un dominio incomparable del ritmo (y de los silencios) a lo largo de su obra poética. En los 27 libros que publicó hay cambios en los temas y en los tonos de su voz lírica, pero lo que no cambia jamás es el manejo del ritmo.

Su primera época abarca ocho libros: Violín y otras cuestiones (1956), El juego en que andamos (1959), Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Cólera buey (1964), Los poemas de Sydney West (1969), Fábulas (1971) y Relaciones (1973). Con ellos, Gelman revela un universo poético que comenzó a influir en los jóvenes lectores y en los jóvenes poetas. Su prestigio nació con varios poemas inolvidables pertenecientes sobre todo a sus libros Gotán, Cólera buey y Los poemas de Sydney West. Cada poema cuenta una historia, y cada historia canta, como en un lamento, las fatigas del día, los trabajos del hombre.

A su segunda época corresponden los libros Hechos y relaciones (1980), Si dulcemente (1980), Citas y comentarios (1982), Hacia el sur (1982), Com/posiciones (1986), Interrupciones I (1986), Interrupciones II (1988), Anunciaciones (1988) y Carta a mi madre (1989); libros que van del dolor cotidiano por la pérdida de libertades, al dolor íntimo por la pérdida de los seres amados. La desazón, la violencia política, la muerte y el exilio marcan las páginas de estos libros, y sin embargo en ellos Gelman sigue cantando.

La tercera y última época de la poesía de Gelman corresponde a lo que él llamaba sus “poemas mexicanos”, pues desde 1988 (luego de huir por varios años, y por varios países, de la persecución política argentina) se refugió en México. A esta época corresponden Salarios del impío (1993), Dibaxu (1994), Incompletamente (1997), Valer la pena (2001), País que fue será (2004), Mundar (2007), De atrásalante en su porfía (2009), Bajo la lluvia ajena (2009), El emperrado corazón amora (2011) y Hoy (2013). Son libros, casi todos, que optan por la sencillez. Si la poesía de sus primeras épocas elige el verso largo y el versículo donde la palabra torturada se vuelca en el lamento y el balbuceo, en su poesía mexicana hay, en general, un verso corto y una reconciliación con la vida cotidiana. Un ejemplo: “Estos pájaros vienen del sur./ Tienen razón./ Tener razón es un error./ Barcos, barcas, la mano./ El río gris de los gorriones/ viene del ser, no del sur./ Estos pájaros vienen del sur”.

Si en Gotán recrea, revitaliza y parodia el tango, como en “Mi Buenos Aires querido” (“Sentado al borde de una silla desfondada,/ mareado, enfermo, casi vivo,/ escribo versos previamente llorados/ por la ciudad donde nací./ Hay que atraparlos, también aquí/ nacieron hijos dulces míos/ que entre tanto castigo te endulzan bellamente./ Hay que aprender a resistir./ Ni a irse ni a quedarse,/ a resistir,/ aunque es seguro/ que habrá más penas y olvido”), en Los poemas de Sydney West (que subtitula “traducciones”) hace su íntima Antología de Spoon River (1915), siguiendo la ejemplaridad de Edgar Lee Masters, y en sus “lamentos” nos entrega no sólo una atmósfera de desolación y tristeza, sino la historia de la ruina, de la muerte. Sus poemas se vuelven cuentos, pero cuentos no sólo llenos de melancolía sino de melodía: la música triste que acompaña al que se va para siempre.

En el “lamento por el ciruelo de cab cunningham” leemos: “cab cunningham tenía cincuenta años y un ciruelo/ cuando descubrió la maldad/ los ojos se le pusieron verdes la boca gris y azul alternativamente/ daba como señales al empezar el día/ eso no es todo:/ del vientre le empezaron a subir vientos que lo hacían volar/ y girar alrededor del planeta y de su casa/ como un alma maldita…” Y, como todo relato, cada “lamento” de Sydney West tiene un desenlace.

Los poemas de Sydney West es uno de los libros más influyentes en la renovación poética de Hispanoamérica, porque Gelman rompió con los cánones del clasicismo lírico (la métrica, la rima, el “lenguaje poético”) e introdujo un coloquialismo con el que se sentó a conversar con los lectores. En “yo también escribo cuentos” nos relata, por ejemplo, la vida de Pessoa: “había una vez un poeta portugués/ tenía cuatro poetas adentro y vivía muy preocupado/ trabajaba en la administración pública y dónde/ se vio que un empleado público de portugal gane para alimentar cuatro bocas…”

Por la música y por las palabras lo conocimos y lo conoceremos. Junto con el chileno Gonzalo Rojas (1917-2011), Juan Gelman es uno de los máximos renovadores de la poesía hispanoamericana contemporánea. Retomó el balbuceo, los silencios y el canto triste del peruano César Vallejo (1892-1938) y transformó la ira y la desolación que vienen de Trilce y de los Poemas humanos en una galaxia ardiente de imágenes y música, de reinvención y hallazgo del idioma: “todo el turbión las penas los olvidos/ las penumbras la carne la memoria/ la política el fuego el sol de pájaros/ las plumas violentísimas los astros/ los arrepentimientos junto al mar/ los rostros los oleajes la ternura/ alguna vez apenas apenumbran/ olvidan arden escarcen astran/ politizan solean pajarmente/ plumean se arrepienten y memorizan maran/ enróstranse y olean o enternecen…”

“Bajo el sol doble de la furia y la pena la vida sigue”, escribió Juan Gelman en Valer la pena. La vida sigue, y él sigue cantando.

miércoles, 22 de enero de 2014

Gelman: el Lázaro perenne

22/Enero/2014
La Jornada
Javier Aranda Luna

Juan Gelman fue el poeta de la rebeldía, el indignado sin tregua, el poeta que no creyó en los matices porque éstos muchas veces permiten –las más– que reine la injusticia, la explotación continúe y la muerte multiplique sus sombras.
Creyó más en la voz apasionada y sin matices. Voz que fue grito en ocasiones o silencio encendido.
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, su rebeldía duró hasta el final de sus días:
No expurgó sus poemas políticamente incorrectos para algunos como los que dedica a Cuba o Fidel Castro. Tampoco evitó esos temas sociales que para otros hacen de los versos propaganda: las madres de la Plaza de Mayo, el dolor que infligió la dictadura argentina y la impunidad que aún permite a varios asesinos deambular por las calles de aquel país sin problema, el frío de los miserables, las momias del comunismo que más que buscar el cambio lo petrifican y la complicidad de los puros y sus matices con las cañerías del poder.
Conocí la poesía de Juan Gelman en los años en que se decretó, en muchas páginas de diarios y revistas, la asepsia del quehacer poético. Nada de temas sociales, nada de revoluciones, nada de líderes socialistas o comunistas. Se oía mal y estaba mal, cualquier atisbo de esos temas. El canto de amor a Stalingrado de Neruda fue anatema y el No pasarán de Octavio Paz, se consideró un desliz de de juventud.
Pero Gelman fue un poeta rebelde que no sólo se sublevó contra la dictadura argentina, sino también contra el lenguaje pétreo de la retórica. En uno de sus versos Gelman pide que no poeticen la poesía, que no paisajen músicas hechas para otra cosa.
Le fastidiaba la retórica que a fuerza de repetirse decía nada; la prosa perfecta cuya pulcritud sin sustancia la convertía en un artefacto verbal hueco y absurdo.
Rebelde de tiempo completo, hizo la crítica y autocrítica al quehacer poético mismo.
Se acercó al tango que le permitió contarnos cosas, al sefaradí para asirse a una patria, a los proverbios orientales y azotó las palabras para darles otro sentido. O mejor aún: para darles sentido.
Al sustantivo dictadura lo hizo verbo, vivimos dictatoriados recurso que sorprendió al mismísimo Julio Cortázar y que también celebró.
Juan Gelman, me parece, logró devolver a los poemas lo que siempre deben ser: arquitecturas verbales que emocionen, sonoridad que conmueva, palabras vivas.
Gelman, dice José Emilio Pacheco, fue hasta el día de su muerte el poeta vivo más importante de nuestra lengua. Ya era irrepetible. Hizo suyo, como pocos, el lenguaje: le devolvió la transparencia.
De hoy en adelante el destino de Juan Gelman será, creo, el de un Lázaro perenne que al leerlo, resucite.

domingo, 19 de enero de 2014

Encuentros con Gabriel Zaid

19/Enero/2014
Reforma
Silvia Isabel Gámez, Beatriz De León, Maricarmen Vergara y Jorge Ricardo

Convocados con motivo del 80 aniversario de Gabriel Zaid, 18 intelectuales explican cuál es el punto más destacable de su obra.

Despertador de conciencias
Juan Domingo Argüelles

Gabriel Zaid es poeta, es ensayista literario, es antólogo (que es una forma de hacer crítica literaria), es un divulgador y un promotor de la lectura como pocos, pero lo que más me importa de Zaid (en donde confluye quizá todo lo anterior) es su pensamiento despierto y su capacidad de hacer pensar a los lectores. Junto con ello, es un escritor que no rinde pleitesía a la fama ni a las vanidades del medio literario y cultural, lo cual es admirable, porque todos los que estamos en este medio, de una u otra forma, acabamos enrolados en lo mismo: la vanidad de la figura pública, la arrogancia de la imagen propia por encima de la verdadera obra. (A veces lo que hay es imagen y ninguna obra. Y esta imagen cree la gente que es el escritor.)

Lo admirable en Zaid es que predique con el ejemplo o que, más bien, haga lo que predica. En un medio tan lleno de vanidades dedicadas a cultivar la fama, Zaid es un ave rara; un escritor que establece el diálogo a través de sus libros y no a través de sus declaraciones. Borges dijo que quizá las opiniones sean lo más superficial de todo escritor, pero advertía también que si uno prescindía de sus opiniones sería imposible conversar. Lo malo de las opiniones es que acaban por ocultar al escritor, y todo termina en cháchara vacía.

Creo que en este sentido, Zaid ha obrado con gran sabiduría y con una congruencia increíble: lo que vale de un escritor es lo que escribe, no lo que declara; lo que reflexiona (en un ejercicio de meditación y análisis), no lo que opina en un arranque de confianza y amor propio. Zaid es un crítico radical de la cultura y de la sociedad, y por ello mismo se ha impuesto una autocrítica radical. Leerlo es animarnos a la reflexión, y desanimarnos a esa forma superficial de la cultura literaria que consiste en opinar sobre todo, sobre cualquier cosa y sobre todo lo demás. Carlos Monsiváis fue el exceso supremo de esta cultura, incluso a su pesar, porque cuando ya se ha formado alguien un perfil y se ha convertido en "un personaje", importa más el personaje que el escritor.

En el caso de Zaid, siempre importa más el escritor que está en sus libros: Reloj de sol , Los demasiados libros , La economía presidencial , El progreso improductivo , etcétera. Nunca lleva su presencia a una actividad literaria (mucho menos a algún homenaje que se haga a iniciativa de sus admiradores y amigos) porque él sabe, y lo ha escrito, que en una actividad literaria lo que importa es la actividad y no la literatura.

Podría decir mucho más al respecto, pero lo mejor es abreviar: Zaid es un despertador de conciencias, un admirable pensador socrático, un escritor imposible (es la verdad) en cualquier medio literario de cualquier país del mundo.



Precisión erudita, ironía tranquila

Gilles Bataillon

Descubrí a Gabriel Zaid en la década de 1980 a través de libros y artículos de naturaleza muy disímbola. Se trata de Ómnibus de la poesía mexicana, Cómo leer en bicicleta, El progreso improductivo, Colegas enemigos, una lectura de la tragedia salvadoreña . Ya fuera en el terreno de la poesía, de la economía o de la crítica política, su escritura se caracterizaba por una mezcla de precisión erudita y de ironía tranquila. En aquellos años no abundaban las antologías literarias que reunieran textos provenientes de horizontes tan diversos como aquellos que aparecen en el Ómnibus . Raros eran también los autores que describían minuciosamente los impasses del desarrollo estabilizador, del presidencialismo faraónico o de los juegos sangrientos de la disputa por el poder en América Central.

Existía en él un temperamento democrático preocupado por la existencia de pruebas y la constatación a través de la experiencia práctica. Zaid se reía del poder y mostraba sus limitaciones e incompetencias, así se tratara de escritores o de economistas, del presidente de la república o de algún guerrillero que aspiraba a convertirse en éste. Era el hombre capaz de asentar los razonamientos más sutiles en el sentido común o la experiencia compartida de una lectura, un encuentro, una conversación.

Treinta años después, sigue siendo el mismo a pesar del reconocimiento por su obra, e incluso parece haber afinado su sentido democrático. En épocas recientes identificó mejor que muchos las potencialidades de Wikipedia como un espacio en el que lectores y autores interactúan críticamente. De la misma forma, Zaid se propuso extender su público y escribir no sólo para los grandes periódicos y revistas, sino también en la prensa popular. Sus artículos en la revista Contenido abordan a la vez con seriedad e irreverencia temas políticos o literarios de fondo, de los que había escrito en libros como La economía presidencial y El secreto de la fama .




Interlocutor indispensable

Marco Antonio Campos

Tendría que decir dos aspectos: su poesía, que es breve, leve, pero que tiene una carga de dinamita. Y su revisión crítica de la cultura en México. Gabriel Zaid es de una honestidad granítica que sería bueno que también tuviera la derecha liberal. Se puede estar o no de acuerdo con él, compartir o no una ideología, pero ha sido un interlocutor indispensable en el medio literario y cultural en general. No cabe más que felicitarlo en sus 80 lúcidos años.



Pasión por las ideas

Adolfo Castañón

En Gabriel Zaid germina, florece y se vuelve a hacer semilla el amor intelectual, la pasión por las ideas, la capacidad invariablemente renovada de reinventar el sentido común, el júbilo edificante y la alegría de la crítica política, literaria y cultural.

No es fácil definir a un escritor, poeta y pensador tan completo y al que no sólo le debemos tanto sino al que en cierto modo nos urge redescubrir. Se da en Gabriel Zaid una renovada epifanía poética, crítica, civil, sobre todo porque es un lector en el que convergen diversos oficios de la lectura cuyo común denominador es la lucidez y la veracidad.



El ensayista, el poeta

José de la Colina

Me interesa como ensayista, que es excelente, es uno de los ensayistas que sí entienden muy bien el género; ese género que, decía Alfonso Reyes, es un género centauro, es decir, que puede ser muchos géneros al mismo tiempo. Pero en fin, creo que es un excelente ensayista que además ha introducido al género literario una serie de temas como la economía, como la administración de empresas, temas de los que la literatura, para ser pura, no debería de contaminarse. Creo que lo magnífico es que él ha mantenido una gran parte del mundo en su obra ensayística.

En cuanto al poeta, me parece un poeta cuyo único defecto es su parquedad, parquedad no tanto porque no esté publicando poemas de cuando en cuando, sino porque no hace poemas retóricos, no hace poemas gordos, digamos que hace poemas delgados, esbeltos y eso me parece extraordinario porque hay una especie de inflación de lo lírico en muchos poetas (no daré nombres para que nadie se moleste), pero me parece eso extraordinario.

Es un querido amigo y tengo una gran admiración por él.

Somos del mismo año, y somos muy coetáneos, espero que también seamos contemporáneos, aunque él va muy por delante en todo.




El optimismo práctico

Christopher Domínguez Michael

Reviso lo que he escrito en los últimos años sobre Gabriel Zaid y confirmo siempre mi desacuerdo con aquello dicho por Paz en el sentido de que es un tradicionalista. No, no hay en Zaid ninguna condena del mundo moderno. Me interesa más, ya que estamos en Paz, su comparación entre Cuesta y Zaid, poetas tan distintos, pero ambos poetas-pensadores. Hay en Zaid un optimismo práctico, quizá evangélico, que encuentra en las manías reaccionarias a veces en la izquierda, a veces en la derecha. ¿Anarquista conservador? No lo creo, aunque he llegado a pensarlo. Es un optimista práctico interesado en una ciudad de Dios muy distinta a la de Agustín de Hipona: hay que rediseñar permanentemente nuestra vida pública.

"En el pensamiento de Zaid", escribía yo en mi Diccionario crítico de la literatura mexicana , "como en todo pensamiento complejo y más aun en aquel que se quiere simple, hay un drama sin solución dramática. En su renuncia conceptual a imponer un sistema hay una profunda necesidad utópica y al ofrecer soluciones prácticas a problemas complejos, Zaid puede acertar mil veces y, sin embargo, quedar como un utopista cuyos pequeños diseños aspiran a una inmensa ingeniería social que en apariencia no es de este mundo".

Ahora que Zaid cumple 80 años, me gustaría enfatizar en su creencia católica de que la gracia y el libre albedrío colaboraban felizmente en la cotidiana divinidad de lo humano. Claro, a Zaid no le tocó hablar desde el púlpito ni desde la tribuna política, sino desde la literatura, la única posición en la cual el mundo contemporáneo podía garantizar su libertad: estoy seguro que casi todos sus ensayos se cuentan entre lo más original que se ha escrito en México. Por eso lo conocen y lo leen en España o en Estados Unidos y en varios países de América Latina, desde hace muchos años. Es el original ante el Altísimo y creo que no escogería ninguno de sus libros para irme a la isla desierta. Acostumbrado como estoy a desfondar maletas por exceso de libros, me llevaría sus Obras completas .



Sorpresa constante

Luis González de Alba

La constante sorpresa en lo que Gabriel Zaid dice, el ángulo que no se me había ocurrido, el vislumbre de una nueva forma de ver algo ya conocido, clasificado y así urgido de reclasificar. ¿Y por qué? Por eso mismo.


Pensar, leer, conversar

Teodoro González de León

Conozco a Gabriel Zaid hace más de medio siglo y creo que he leído todos sus libros, siempre me sorprende. Piensa distinto –comentario que compartí con Octavio Paz– en cualquier tema que aborda: la historia, la filosofía, la literatura, la poesía, la lectura, la educación, el poder, la cultura, el progreso, los pobres, la izquierda, la conversación, los libros, los títulos profesionales, la economía.

Los aborda con rigor, con humor y seriedad, siempre con el gozo de escribir juegos matemático-literarios con los que desmonta las ideas hechas, no pensadas y, a veces, hace poemas concretos.

Gabriel Zaid cree profundamente en la lectura como manera de ser, como formación, y en la conversación, que es otra forma de lectura y de formación, que afortunadamente compartimos él y yo.

Cierro este breve testimonio con la misma frase que termina un largo ensayo suyo sobre los libros: leer no sirve para nada, es un vicio, una felicidad .



Autor de haceres

Julio Hubard

Su peculiarísimo optimismo de la estirpe de Erasmo, inquebrantable incluso ante la catástrofe (en su Apocalipsis, las almas se elevan bailando un danzón, antes que sucumbir al Dies irae ). Y es optimismo como actividad, labor, no complacencia: viene del oficio de ver, observar, escrutar hasta que las cosas se miren como si fuera la primera vez, recién nacido el mundo y Zaid con él. Y este poeta de la luz primera es el mismo ensayista que se sienta a hacer las cuentas del informe presidencial y no se queda con la verborrea del presidente; el mismo intelectual que se puso a revisar las finanzas y el capital de los pobres para descubrir que lo importante es la proporción humana de las cosas y no su dimensión... Y en eso es único, porque se juntan dos cosas que no salieron del todo bien hace tres siglos: el poeta de verdad poeta (que escaseó en el XVIII) y el ilustrado que tiene el valor de pensar por cuenta propia. Es prácticamente inmune a las ideologías de militancia. Me admira cómo recurre –como quien señala una evidencia– al vínculo entre poesía y práctica. No es un autor de saberes sino de haceres (un caso raro en la civilización de lengua española: alguien que concibe la riqueza no como lo que tiene, sino como lo que hace). Y si bien la amplitud de su cultura es apantallante, jamás le ha interesado mercar con saberes sino con la actividad de pensar lo que dice y lo que escucha, lo que lee, lo que escribe. Y, encima, con prosa y prosodia envidiables. Es lo contrario del que ha leído todos los libros. Jamás lo hemos visto ceder al ennui, al tedio ni a las lamentaciones. Ni siquiera ante los desastres morales, políticos, económicos.

Repito lo que me dijo una vez Hugo Hiriart: nunca he leído a Zaid sin aprender algo nuevo.




Claridad, precisión y puntería

Ruy Pérez Tamayo

Así que Gabriel Zaid está cumpliendo sus primeros 80 años. Menuda noticia, porque a juzgar por la beligerancia y la claridad de sus escritos uno diría que se trata de un joven estudiante, un poco impaciente con la realidad que lo rodea, a la que diseca con su afilado bisturí racional sin importarle que le duela un poco y que a veces hasta pierda algo de sangre. Conozco a Gabriel desde hace muchos años, y siempre ha sido gentil, afectuoso y muy discreto en su trato personal, aunque últimamente nos vemos poco porque ya no asiste ni a El Colegio Nacional ni a la Academia Mexicana de la Lengua, en donde antes coincidíamos. Pero sigo estando cerca de él porque soy uno de sus lectores más fieles y poseo todos sus libros, que consulto con frecuencia para confirmar que me convence y estoy de acuerdo con mucho de lo que dice, y que no estoy de acuerdo cuando ataca a las universidades, y en especial a la UNAM. Acepto y me duelen algunas de sus críticas, porque reconozco que a veces (pocas) tiene razón, pero en cambio la mayor parte de sus acusaciones generalizan de manera injusta a esas instituciones, una de cuyas características sobresalientes es su heterogeneidad.

Lo que más me atrae de la obra de Gabriel es su generalidad, su amplitud, su dominio de una amplísima variedad de temas, siempre vistos en forma objetiva y con gran perspicacia. Nos habla de cultura, de educación, de economía, de política, de sociología, de literatura, de moral, y de muchos otros temas, siempre con la misma claridad, precisión y puntería. Sus textos son breves y concisos, alejados de la verborrea tan común en muchos escritores, y en sus líneas siempre se distingue una estructura lógica y bien ordenada.

¡Felicidades, Gabriel, y que sigas compartiendo tu sabiduría y tu visión de nuestra realidad durante muchos años más!



Hacerse oír

Víctor Hugo Piña Williams

El aspecto que me interesa en la obra de Gabriel Zaid es la cabalmente trabada y dinamógena articulación de sus aspectos plurales. Por ejemplo, la aventura verbal de su poesía, cursada en el recato de lo íntimo imposible, fruiciosamente imposible, y su abrazo armónico con la aventura pesquisitoria de la tasación de la poesía como parte de una improbable hacienda pública. O, asimismo, la articulación de lo invisible con lo audible en la comparecencia intelectual genuina, aquella que se centra y concentra en los asuntos de la sociedad y del bien común. Según ese oriente, Zaid escribe para hacerse oír, no para dejarse ver. Y en este movimiento poderosamente articulatorio, su prosa constituye la pieza de engarce eficiente y generatriz. La notable facultad suasoria de su escritura procede en forma importante de su excepcional pragmática argumentativa (no pocas veces demoledora) en la que se aprecian no sólo las pinzas agudísimas de la lógica, sino una especie de poética de la coordinación, yuxtaposición y subordinación oracional. Una poética de la articulación. ¿Una artización?



Un autor en su obra

Elena Poniatowska

Creo que nadie ha hecho más por la cultura en México y por que los mexicanos lean que Gabriel Zaid, y además es un gran poeta y un gran ensayista fuera de serie, yo lo aprecio de igual manera. Lo quiero mucho a él y a su mujer. Creo que es el más inteligente de los intelectuales mexicanos de la actualidad.

Nunca se ha dejado ver, y eso me parece de una gran sabiduría, dijo que no lo haría y lo ha cumplido a carta cabal, a él lo tenemos que buscar en su obra, no en la sección de sociales de los periódicos.


Claridad y transparencia

Francisco Prieto

Si la poesía de Gabriel Zaid es luz: luz de la tristeza, de la belleza del mundo, luz del acatamiento de la experiencia que nos forma, a veces esa luz se suelta "como el Espíritu fiel sobre las aguas". Así, la obra ensayística del poeta ilumina la realidad cotidiana sometiéndola a ese sentido que reunifica todos los sentidos: el común que en épocas aciagas escapa al común de los hombres. En la claridad conquistada por Zaid desde su compromiso con el rigor y la autenticidad, la pasión de confrontar, emergen los valores últimos que nos dan la experiencia de comunidad: el bien que apacigua nuestra alma, la verdad que nos confirma como seres que en temor y temblor dejaron atrás a la bestia primitiva, la búsqueda de la unidad que subyace a todo lo que es y el resplandor del ser que es la belleza y reconcilia en un haz de tonalidades la lucha sin fin de los contrarios.

No puedo escindir la poesía de Zaid de su pensamiento. Ambos tienen en común la pasión por iluminar el caos aparente. Su experiencia poética dominante es la luz que da sentido a todo lo que es, que por ella es. Si su poesía hace renacer en mí el amor a la vida, su pensamiento me hace presente que no todo está perdido puesto que cultos e incultos en su cercanía nos reconocemos en una naturaleza común.


Luminoso y crítico

Vicente Rojo

Gabriel Zaid nos enseñó (entre otros importantes ejercicios) a leer en bicicleta.

Poeta luminoso ("La luz final que habrá/ ganado lo perdido.// La luz que va guardando/ las ruinas del olvido.// La Luz con su rebaño de mármol abatido"), poeta perturbador en su brevedad (cada vez que publica una recolección de sus poemas en libros, ésta es menor que la anterior). Y poeta secreto, porque cada uno de sus poemas, como en toda la gran poesía, esconde el misterio de nuestra lectura, en la que encontramos el propio reloj de sol.

Y un ensayista y crítico original con sus pares. Y feroz (y exacto) con la vida cultural y también con la política en la que estamos inmersos y que no nos merecemos.


Obra estimulante

Enrique Serna

La obra de Gabriel Zaid es una de las rarezas más estimulantes de la literatura mexicana contemporánea. Lo califico de raro en el sentido que esta palabra tenía para los escritores del Siglo de Oro español, cuando se apreciaba, por encima de todo, el carácter anómalo del talento, su involuntaria singularidad. La rareza de su poesía, un género que ha cultivado a cuentagotas, quizá por un exceso de rigor, consiste en retratar el vértigo de la modernidad con una lucidez relampagueante, sin transigir con su compulsión autodestructiva, que el poeta observa desde una atalaya irónica.

En Sonetos y canciones , el último recuento de poemas que ha publicado hasta hoy (El Tucán de Virginia, 2011), recicla una forma clásica, el soneto, despojándola de su carácter intemporal, para reinsertarla, monda como una osamenta, en la "eternidad fugitiva" de nuestra época, una época en que las experiencias cruciales de la vida (el amor, la muerte, el arrobo frente a la belleza) se evaporan sin dejar huella en las conciencias embotadas por el ruido.

En la segunda parte del libro, Zaid reinventa en lengua española las canciones de Vidyapati (uno de los poetas más aclamados de la antigua lírica popular hindú), con una orfebrería voluptuosa y una fidelidad al lenguaje de la pasión, que recuerdan, por momentos, la paráfrasis del Cantar de los Cantares que le costó seis años de cárcel a Fray Luis de León. Como ensayista, Zaid ha conquistado merecidamente una legión de lectores. Su poesía es mucho menos conocida, pero le depara una ebriedad permanente a los lectores creativos que lo sigan por ese camino.


La lealtad de Gabriel Zaid

Jesús Silva-Herzog Márquez

Vicente Lombardo Toledano y Manuel Gómez Morin equivocaron el impulso. Para Gabriel Zaid la vida pública en México habría encontrado mejor estímulo si esos hombres hubieran creado revistas en lugar de haber fundado partidos políticos. A ambos los perdió la idolatría política: la creencia de que las cosas se cambian si se trepa a la cima. Araron en el mar del autoritarismo. Su genio se perdió en burocracias inservibles durante décadas. Y en lugar de darnos versiones mexicanas del New Statesman o del Economist , sostuvieron la imagen de competencia en un régimen de piedra.

Zaid ha estado libre de esa reverencia política que marcó el siglo XX: esa pasión desdichada por el poder de la que habló Octavio Paz y que, en alguna medida, lo atrapó también. ¿No calificó Paz de filantrópico al Estado mexicano? El hechizo del palacio como epicentro de la historia, la seducción del mando transformador, la fascinación por la revolución que lo limpia todo. Nadie entre nosotros ha mantenido con tan firme celo la independencia frente al poder como Gabriel Zaid. No le ha escrito al poder, le ha escrito siempre al lector. Su carta a Carlos Fuentes quedará como uno de los emblemas fundamentales del compromiso intelectual en el siglo XX mexicano.

Esa ha sido su lealtad desde el primer momento. Esa confianza de encontrar hoy o mañana un lector atento, inteligente. Para Zaid, la letra impresa, la música, el teatro son obras públicas tan importantes como lo son las calles, el alumbrado, los puentes o las presas. Por eso ha visto en la crítica de Cosío Villegas, en las empresas editoriales, en los corridos la infraestructura milagrosa de esa conversación que hace más habitable el mundo. La cultura es una fiesta cuyo sentido es el asombro, el descubrimiento, las ganas de vivir, la pasión por comprender, la inspiración, atisbos de plenitud. Una conversación que es una fiesta. No importa si uno es culto, dice Zaid. No importa si uno ha leído mucho o poco: lo que cuenta es "cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace físicamente más reales".

La lealtad de Zaid es gozosa y risueña, sabia y juguetona. Ensaya con máquinas verbales, aforismos, parodias. Su fidelidad es también venenosa. Contra "la fauna parasitaria de la cultura" ha lanzado dardos letales. La fiesta encuentra en burocracias y camarillas intelectuales a sus peores enemigos. Es la convicción de que hay que cultivar un público exigente, que al lector no se le adula, que hay que abrir en México un espacio para la verdad.



Ingeniería luminosa

Minerva Margarita Villarreal

Gabriel Zaid es una de las voces imprescindibles de la literatura mexicana. Con una capacidad extrema de contemplar la complejidad con agudeza, desde la lírica intensidad, hace de la poesía un conocimiento alado, que indaga la libertad a la velocidad del vuelo, del nado, del camino trazado como canción y ética para alcanzar, nombrándolos, distintos planos de la vida.

Su poesía tiene la cualidad de la transparencia. Se adentra en el viento y el agua con la certeza de que, sean tierra o mar los atisbos del viaje, siempre llegará al fondo o nos llevará a las alturas, porque la empresa de sus hallazgos proviene de la fe, y su inteligencia está puesta en esta etérea llama, con todas las implicaciones que de tal hecho derivan. De ahí que sus profundidades puedan revelarse en la pulcra concisión de la imagen.

Como vemos, paralela a la criba y reelaboración de versos y poemas, hay en su obra una permanente e ingeniosa lectura reflexiva del entorno, que, como paisaje, nos contiene y observa, mientras nosotros, ¿lo contenemos?, ¿lo observamos?

Porque no sólo de pensamiento crítico vive el hombre. Y mucho menos el poeta, que puede encontrar, en el ojo mismo de la razón, la sinrazón que llama, la sinrazón que obliga, la sinrazón que anuncia.
La poesía de Gabriel Zaid se pone a sí misma en duda. ¿No es éste un paso definitivo hacia la grandeza?



El viñedo de Zaid

Juan Villoro

En su libro En el viñedo del texto , Ivan Illich se ocupó de la creación del libro en el siglo XII, con páginas, títulos, índice y puntos y aparte. En el Renacimiento la imprenta multiplicó ese invento. Ahora, con el libro electrónico y las redes sociales, se anuncia un horizonte cuyos alcances ignoramos.

La etimología de "página" proviene de "viñedo". La lectura es una forma de la cosecha. Gabriel Zaid cumple 80 años como custodio de ese viñedo. No es casual que compare la creación de una editorial con plantar un olivo.

En Los demasiados libros , aborda el temor reverencial que algunos padecen ante la abundancia de textos y la superstición de otros por coleccionarlos para fingir sabiduría. Con sensatez, propone un tipo de lectura asequible para todos: "La cultura es conversación [...] Una conversación que nace, como debe ser, de la tertulia local; pero que se abre, como debe ser, a todos los lugares y a todos los tiempos".

Introducir un libro en la conversación produce un efecto superior al de cualquier publicidad. No hay nada más viral que el comentario de un amigo.

Esto no significa que todos deban participar en la misma plática. La economía del libro es de escala reducida. Un título que vende tres mil ejemplares se paga a sí mismo y deja ganancia. En cambio, una película con ese número de espectadores es un desastre.

Aunque los lectores de un best-seller se cuenten por millones, lo que define al hecho cultural es la diversidad de pequeños públicos. Entender esto es un antídoto contra la crisis.

"El aburrimiento es la negación de la cultura", escribe Zaid. El organismo puede vivir sin distracciones, pero el arte revela una urgencia ajena a la biología y la economía: "Lo innecesario es la necesidad que integra todas las demás". De pronto necesitamos salir de nosotros mismos y un destino ideal es el libro que, paradójicamente, nos hace "más reales".

Cartógrafo de la letra, Zaid ha analizado con ironía las costumbres lectoras (Cómo leer en bicicleta ), la relación de los textos con la política (De los libros al poder ) y los milagros que se producen al pasar las páginas (Leer ).

Imposible saber cómo se leerá en el ignorado porvenir. En nuestro tiempo, Zaid cuida los brotes del jardín.

sábado, 18 de enero de 2014

La identidad del lector

11/Enero/2014
Confabulario
Javier García-Galiano

“El desarrollo de mi biografía”, escribió Juan García
Ponce en una de sus autobiografías, “está forzosamente
ligado al de mis lecturas y en un sentido personal la
casualidad que fue llevándome de un libro a otro y
mostrándome mi manera de ver y sentir las cosas de
acuerdo con el sentimiento que me obligaba a aceptarlos
o rechazarlos es tan importante como los cambios que
se produjeron al ir de una ciudad a otra, al trabar nuevos
amigos y conocer, gozándolos, diferentes ambientes, al
tiempo que la edad y las circunstancias me imponían
exigencias y servidumbres desconocidas hasta entonces”.
Se consideraba “un lector tan voraz y atento como
desordenado; pero quizás en las lecturas existe un orden
secreto que, bajo la apariencia exterior del desorden,
nos va conduciendo a las metas que oscuramente
buscamos. Todavía hoy creo que uno encuentra los
libros en el momento que los necesita por el camino de
una casualidad que en el fondo está determinada por las
exigencias de una búsqueda que puede no ser consciente,
pero existe, y cuyo verdadero sentido es la necesidad
interior”.

Todavía podía adivinarse cierta fascinación en él
cuando recordaba el primer libro que leyó: Tarzán de los
monos de Edward Rice Burroughs. Se lo había entregado
su abuela, en Mérida, quizá en un ejemplar de la editorial
Tor, para que distrajera el tedio de una enfermedad que
lo obligaba a permanecer postrado en cama. Lo leyó
en un día, “sin soltarlo ni siquiera para comer la dieta
de sopa a que me sometían ante cualquier enfermedad,
desde la gripe hasta la tifoidea”. Poco después, en
Ciudad del Carmen, donde vivían sus padres, con los que
estaba de vacaciones, su madre le facilitó un volumen
que contenía las aventuras de Pistol Pete Rice. Ignoraba
si entre esos dos primeros recuerdos de lector hubo
otros libros, pero sabía que esos dos relatos propiciaron
que esa experiencia se repitiera con las historias de La
Sombra, Doc Savage, Bill Barnes y, luego, Salgari,
Karl May, Mark Twain, Dickens, Dumas y Victor
Hugo, “aunque los dos últimos tenían el casi invencible
impedimento para mi abuela de estar en el Índice”.

Antes de conocer la calle de la colonia Condesa, en el
Distrito Federal mexicano, combatía la soledad con el
descubrimiento de los libros de Maurice Leblanc y la
personificación a Arsenio Lupin. Sólo las iniciaciones
callejeras y eróticas lo apartaron por un tiempo de la
lectura, que terminó por imponérsele como un destino
placentero.

Fue, sin embargo, su obsesión por el arte la que
lo condujo al Doctor Faustus de Thomas Mann.
No olvidaba que terminó de leerlo por primera vez
“deslumbrado por las últimas páginas una noche en
que debería salir hacia Acapulco con mis amigos y que,
gracias a que tenía el poder de ser el dueño del coche
en que íbamos a ir, los hice esperar hasta que logré
terminarlo, sin que pudieran entender mi idiotez”.

Confesaba que había escrito su primer cuento “de una
manera que se puede considerar involuntaria. Al terminar
una novela que me había seducido totalmente, me puse
a escribir algo que de alguna manera la continuaba”.
También sus ensayos procedían con frecuencia de libros
y cuadros que lo seducían; algunos de ellos, como los de
Thomas Mann, como los de Robert Musil, como los de
Heimito von Doderer, se convirtieron en algo semejante
a una obsesión.

Cuando escribía acerca de los escritores que
frecuentaba, también escribía acerca de sí mismo. En los
textos de otros hallaba formas varias de ideas que lo
atraían incitantemente como el de la naturaleza del arte,
que también le importaba a Hermann Broch y que García
Ponce advertía constantemente en los libros de Thomas
Mann. Como Tonio Kröger creía que “la literatura es la
muerte y para escribir hay que estar como muerto”, por
lo que debe elegir entre vivir “en un mundo sin
conocimiento o en un conocimiento sin mundo”.

También Ulrich, el protagonista de El hombre sin
cualidades de Robert Musil, a la pregunta acerca de lo
que haría si fuera dueño del mundo, responde: “abolir la
realidad”. Luego reconoce que ignora lo que eso
significa en verdad, pero que seguramente estaría
relacionado con la excesiva importancia que le damos al
aquí y al ahora, al momento actual. La abolición de la
realidad equivaldría a la liberación del espíritu. García
Ponce consideraba que se trataba de “una respuesta
desesperada, que busca una solución extrema; pero
plantea admirablemente la lucha abierta entre la
contemplación y la acción, entre el puro quietismo
dentro del que el espíritu puede gozarse a sí mismo
como único absoluto y la necesidad de encarnar y
ponerse en movimiento para tener vida”.

En algunos de sus cuentos y novelas como “El gato”,
como La invitación, Juan García Ponce parece haber
querido abolir la realidad, intentando que transcurra
perennemente, sin futuro ni pasado que la determinen, y
en la cual sus personajes permanecen entre la acción y la
contemplación, como acaso es la posición del lector.

En La errancia sin fin: Musil, Borges, Klosowski,
García Ponce recuerda que en El hombre sin cualidades
de Musil, Ulrich le confiesa a su hermana Agathe que
una vez vio en un tranvía a una niña de doce años cuya
total belleza lo persiguió siempre, y a la cual perdió de
vista entre la multitud cuando ella se bajó del tranvía.
Musil vio a esa niña, “en cambio sólo soñó a Agathe
y quiso hacer real su sueño a través de las palabras.

Ese sueño llegó a ser tan real, que en realidad terminó
imponiéndosele a la voluntad del autor. La grandeza
de Musil se encuentra precisamente en la decisión de
seguirlo, aun a costa de la identidad que la literatura
podría entregarle al hombre sin cualidades que es el
autor de El hombre sin cualidades”. Juan García Ponce
persiguió las ideas que lo fascinaban a veces en los
libros de escritores y en cuadros de pintores a los que
admiraba, a veces en su narrativa, a veces en la mera
contemplación, logrando lo que pretendía: “que mi obra,
cualquiera que sea su posible valor, pudiera verse como
una especie de biografía de mis ideas”.

Una fugaz pero intensa pasión

11/Enero/2013
Confabulario
Sergio Téllez-Pon

La poesía para Salvador Novo, escribió Carlos Monsiváis, fue una confesión que le ayudó
a la salud mental. Esto se percibe muy claramente en tres de sus libros: XX Poemas (1925),
Espejo. Poemas antiguos (1933), Poemas proletarios (1934), además del “Romance de
Angelillo y Adela”, dedicado a Federico García Lorca, que Novo escribió a su regreso de
un viaje por Sudamérica, en 1933:

Ella venía de México
—quietos lagos, altas sierras—,
cruzara mares sonoros
bajo de nubes inciertas:
por las noches encendía
su mirada en las estrellas.
Iba de nostalgia pálida,
iba de nostalgia enferma,
que en su tierra se dejaba
amores para quererla
y en su corazón latía
amarga y sola la ausencia.
Él se llamaba Angelillo
—ella se llamaba Adela—,
él andaluz y torero
—ella de carne morena—
él escapó de su casa
por seguir vida torera;
mancebo que huye de España,
mozo que a sus padres deja,
sufre penas y trabajos
y se halla solo en América.
Tenía veintidós años
contados en primaveras.
Porque la Virgen lo quiso
Adela y Ángel se encuentran
en una ciudad de plata
para sus almas desiertas.
Porque la Virgen dispuso
que se juntaran sus penas
para que de nuevo el mundo
entre sus bocas naciera,
palabra de malagueño
—canción de mujer morena—,
torso grácil, muslos blancos
—boca de sangre sedienta.
Porque la Virgen dispuso
que sus soledades fueran
como dos trémulos ríos
perdidos entre la selva
sobre las rutas del mundo
para juntarse en la arena,
cielo de México oscuro,
tierra de Málaga en fiesta.
¡Ya nunca podrá Angelillo
salir del alma de Adela!
(De Nuevo amor y otras poesías, SEP, 1984)

Durante ese viaje, Novo había conocido a Lorca quien, según una cronología muy
detallada, estuvo en Buenos Aires, del 13 de octubre de 1933 al 24 de marzo de 1934.
Sobre ese fugaz pero intenso y apasionado encuentro, Novo dejó algunas huellas en la
crónica del viaje, Continente vacío (1935; en Viajes y ensayos I, FCE, 1996), donde dice
que había llegado a Montevideo, ocho días antes de iniciar la VII Conferencia Internacional
Americana a la que Novo iba como parte de la delegación mexicana. Decidió, entonces,
que pasaría esos días previos descansando en Buenos Aires donde vivía Pedro Henríquez
Ureña, su maestro en la adolescencia.

Novo escribe que conoció a Lorca gracias al poeta Ricardo E. Molinari. Además
de poeta, Molinari era editor y él haría una edición limitada de Seamen Rhymes (1933), un
poema en inglés que Novo escribió durante la travesía en barco al Cono Sur. Se les ocurrió
que Lorca podría hacer unas viñetas para acompañar la edición del poema. Lorca las hizo
y así apareció el poema, incluyendo el conocido dibujo de un marinero con la mitad del
torso sobre una mesa y, en el lado izquierdo de ésta, las palabras en mayúsculas: “NOVO
AMOR”.

En Buenos Aires había tenido mucho éxito la puesta en escena de Bodas de sangre,
que montó la compañía de Lola Membrives. Así que a Lorca le fue solicitada su presencia
para montar y estrenar otra obra suya, La zapatera prodigiosa, y de paso, impartir algunas
conferencias; era su forma de venir a “hacer la América”. Llegó, finalmente, a Buenos
Aires y pronto se convirtió en el centro de atención de toda la efervescente sociedad
cultural. Novo se da cuenta de eso a los pocos días de llegado pues escribe: “Federico
García Lorca es ahora el ídolo de Buenos Aires”.

Molinari y Novo van a la imprenta donde se imprimirá Seamen Rhymes y, después,
Molinari lo lleva al hotel Castelar, donde se hospeda Lorca. Éste está ocupado en mil
asuntos ya que por la noche se estrenará La zapatera prodigiosa en el teatro Avenida, así
que le pide a Novo que regrese por él a la mañana siguiente para almorzar solos. (Novo ha
advertido ya que no han podido intimar porque Lorca orquesta a todo su séquito de
ayudantes por la prontitud del estreno.) Aunque Novo carece de la invitación personalizada
para asistir al estreno de la obra, esa noche puede verla al acompañar a Henríquez Ureña.

A la mañana siguiente Novo pasa al hotel Castelar por Lorca, como habían
acordado, para dirigirse a un restaurante de la Costanera. Conversan “como dos amigos que
no se han visto en muchos años” (Novo), y García Lorca le externa su admiración por su
“lengua rallada pa hazé soneto”. Y luego, “poniéndose serio”, le dijo: “Para mí, la amista e
ya pa siempre; e cosa sagrá; ¡paze lo que paze, ya tú y yo zeremos amigo pa toa la vida!”.
Novo sigue contando:

Tú cantaste La Adelita, que sabías tan bien, y me dijiste que para ti esa canción
simbolizaba todo el México que querías conocer, que Adelita era para ti una mujer
viva, de carne y hueso, idolatrada por los sargentos, respetada hasta por el mismo
coronel; fiel a su soldado, apasionada, morena y fecunda, y, hechizado por tu
conjuro, por tu promesa de hacerle un monumento, cuando paladeabas su nombre,
Adela, Adelita, y te conté su vida. Porque en Torreón, cuando vivimos la epopeya
de Villa, una criada de mi casa, que era exactamente como tú la imaginas, llevaba
ese nombre cuando nació esa canción, y decía que a ella se la había compuesto
un soldado. Y al proclamarlo satisfecha, con aquella boca suya, plena y sensual
como una fruta, no pensaba sino en el abrazo vagabundo de aquel con quien al fin
huyó por los montes de aquella estrecha cárcel de su laguna; no imaginó jamás esta
perenne sublimación de su vida en un himno que ahora a tus ojos vuelve a prestarle
un corazón y que llena el mío del violento jugo de la nostalgia.

Sentados, pues, en ese restaurante de la Costanera, Lorca entona la canción que evocaban
los revolucionarios mexicanos:

Y Adelita se llama la joven
a quien yo quiero y no puedo olvidar;
en el mundo yo tengo una rosa
y con el tiempo la voy a cortar.

Si Adelita quisiera ser mi esposa,
si Adelita fuera mi mujer,
le compraría un vestido de seda
para llevarla a bailar al cuartel.

Adelita, por Dios, te lo ruego,
calma el fuego de esta mi pasión,
porque te amo y te quiero rendido,
y por ti sufre mi fiel corazón.

Si Adelita se fuera con otro,
le seguiría la huella sin cesar;
si por mar en un buque de guerra,
si por tierra en un tren militar.

He aquí la primera pista: el nombre “Adela” del “Romance…” lo toma Novo de ese corrido
revolucionario que canta Lorca. También es probable que lo haya tomado de la “Oda a
Walt Whitman”. Como se sabe, Lorca estuvo una temporada en Nueva York en 1929,
donde escribió uno de sus libros más célebres, Poeta en Nueva York, y allí se hizo amigo de
Antonieta Rivas Mercado y Gilberto Owen, así como del fotógrafo y pintor Emilio Amero,
quien tomó las fotografías del rodaje de Viaje a la luna, único guión que escribió Lorca;
seguramente, los dos primeros fueron los que le hicieron saber a Lorca sobre la “lengua
ralla pa hazé soneto” de Novo. Sin embargo, Poeta en Nueva York, donde se encuentra la
“Oda…”, no se publicó sino hasta 1940 bajo el sello de editorial Séneca, ¿cómo es posible
que Novo la haya conocido antes? En 1933, los editores de la revista Alcancía, Edmundo
O’Gorman y Justino Fernández, hicieron una edición limitada de 50 ejemplares de la
“Oda…”, uno de cuyos ejemplares con toda seguridad cayó en manos de Novo pues dice:
“yo llevaba fresco el recuerdo de su ‘Oda a Walt Whitman’, viril, valiente, preciosa…” En
la “Oda…”, pues, se encuentra una enumeración que llamó la atención de Novo:

Faeries de Norteamérica,
Pájaros de La Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

Adelaidas de Portugal. La correspondencia en México de ese epíteto sería Adela, justo el
nombre que Novo utilizó en el “Romance…”, para que con ese guiño se viera el homenaje
a Lorca y a la “Oda…”. De la misma manera en que Novo juega en el título del poema con
la palabra “romance”, como característica composición poética de la lengua española y
como relación amorosa pasajera, de igual forma juega al travestirse literariamente con el
nombre de Adela y le deja el rol masculino a Lorca bajo el Angelillo.

Lo que sigue en Continente vacío aparentemente no tiene coherencia con lo que
ha relatado. Novo va con Molinari, como éste se lo había prometido, a casa de Nieves
Rinaldini donde se ofrecía una de las tantas tertulias literarias de la ciudad. Ahí Novo
empezó a sentirse mal y cayó gravemente enfermo. En casa de Rinaldini se quedó a reposar
la enfermedad respiratoria al cuidado de su anfitriona y las frecuentes visitas de sus amigos,
incluyendo la de Lorca, para atestiguar el mejoramiento del enfermo. Unos días después, ya
sintiéndose un poco mejor, Novo se subió al barco Ciudad de Buenos Aires para seguir con
sus compromisos en Montevideo. Mientras, Lorca se quedaba todavía en Buenos Aires para
después partir a España, a Granada, a la muerte…

En Continente vacío, Novo deja hasta ahí el recuento de su trato con Lorca, por lo
cual resulta un poco desconcertante que haya caído súbitamente enfermo. Sin embargo, él
le contó a su joven y fiel discípulo Miguel Capistrán, y éste varias veces a mí, que después
de haber desayunado en el restaurante de la Costanera, bajaron al Río de la Plata donde
Novo y García Lorca fueron a “procurarse unos marineritos”. En pocas palabras, lo que
ocurrió fue que Novo y Lorca tuvieron una relación sexual a orillas del río. Esa fue la causa
de la enfermedad respiratoria de Novo en casa de Rinaldini.

Cuando Capistrán estuvo en Buenos Aires, a principios de los años setenta, Novo le
pidió que se dirigiera a casa de Rinaldini y le diera las gracias por aquella estancia y una
disculpa por haberse ido de la ciudad sin despedirse. “Una disculpa tardía ¡de cuarenta
años!”, escribe Capistrán en su libro Borges y México (Plaza y Janés, 1998). También
Capistrán solía recordar que Novo le mostró en su estudio de Coyoacán los originales de
los cuatro dibujos que Lorca hizo para su Seamen Rhymes y unas cartas que le escribió
Rivas Mercado; todo eso ahora está perdido.

Cuando Novo regresa a México publica Continente vacío. En ese libro hay un
capítulo inserto sin relación aparente con lo que Novo está narrando. Se llama Canto a
Teresa. Novo también le confió a Capistrán que en ese capítulo había querido verter todas
las referencias que existen sobre el mar en la poesía de lengua inglesa, y que era un
evidente homenaje a Lorca, ferviente devoto de Santa Teresa, la santa patrona de la
península Ibérica. Así pues, la Virgen que quiso que Ángel y Adela se encontraran con “sus
almas desiertas” (de que habla el “Romance…”), no es otra que Santa Teresa; y la “ciudad
de plata”, donde ocurre el encuentro, es, evidentemente, Buenos Aires. Además, el
“Romance…” confirma que, como siempre lo reconoció Novo, Lorca fue el gran amor de
su vida.

Entre 1934 y 1936, cuando la agresión nacionalista contra los Contemporáneos está
en lo más álgido, Novo le escribe a Lorca una carta desesperada en la que externa su deseo
de mudarse a Madrid y le pide ayuda para poder encontrar trabajo allá: “La vida en México
se ha vuelto insoportable para mí. Es indispensable que me marche —y tengo miedo de
la dura lucha en los Estados Unidos. Mi deseo de ir a España se agrava y me obsesiona.
¿Crees tú que podría ganarme la vida —una mediana vida? Puedo dirigir ediciones,
traducir libros, enseñar inglés —en último caso escribir en los diarios o corregir pruebas de
imprenta”. No se sabe que Novo lo haya hecho, así que se quedó a padecer los ataques de
sus detractores.

En 1936, Lorca había ido a su pueblo natal a despedirse de su familia ya que
en unos días más estaría zarpando hacia México, pero, como es de sobra conocido, sus
inconformidades contra los militares que derrocarían a la República lo hicieron una de las
primeras víctimas a manos de los franquistas. Jamás se volvieron a ver, sin embargo, Lorca
“ya nunca pudo salir del alma” de Novo.