miércoles, 2 de enero de 2013

Contra lo que se piensa, un alma feliz puede escribir poesía

2/Enero/2012
La Jornada
Mónica Mateos-Vega

El poeta Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946) recibe el premio Nacional de Ciencias y Artes, en el rubro de Lingüística y Literatura, con emoción y tranquilidad, pero también, afirma, con la sensación de traer puesto un saco que me queda grande, y con una pregunta latente: ¿será que con un reconocimiento como éste podré ya sin ningún problema dedicarme a leer y escribir el resto de mi vida?
De acuerdo con el jurado, el autor es una de las voces representativas de la nueva poesía mexicana: su obra es muy versátil y maneja con igual vigor los temas sensuales, el humor negro y la añoranza. Aunque escritos de forma breve, los temas abordados en su obra también son el desencanto por el mundo, la violencia, el erotismo, el tiempo, la muerte y la palabra, entre otros. Algunos de sus libros se caracterizan por una visión trágica de la existencia.
Él simplemente se reconoce y describe como un hombre feliz: Sólo he escrito poemas, un diario, un par de antologías; no traduzco, no he escrito cuentos, ni novelas, ni ensayo, ¡qué fortuna que por escribir coplas y versos se pueda ganar un reconocimiento como este!, pues tanto nos han dicho que la poesía no sirve para nada o, como decía un poeta chino, que sólo sirve para renovar el espíritu de la vida.
Pero la poesía sirve para mucho más, reitera el galardonado, en entrevista con La Jornada. Por eso no comprendo qué miedo le tienen algunos políticos, miedo a ser débiles o imaginativos. En otros países hasta hay políticos poetas, algún alemán o serbio escritor, o que leen y no les da vergüenza, no se sienten menos por eso. Pero acá les preguntan y lo confunden todo, no saben. Es como si el tiempo se les viniera encima y eso favorece su ignorancia. No puede ser, pero así es, lamentablemente. ¡Ellos se lo pierden!
Lectura a fuerza
Francisco Hernández recuerda cuando su padre le decía: quiero que seas un hombre útil; ¿cómo te vas a dedicar a escribir versos?, quiero que estudies medicina o ingeniería. No obstante, fue precisamente su progenitor quien, un día inolvidable, allá en San Andrés Tuxtla, le rompió al adolescente Francisco una revista de historietas y le puso en las manos un ejemplar de la Historia de la literatura hispanoamericana.
“Empecé a leer a fuerza –reconoce el poeta–, pero en casa estaban otros libros: de Juan Ramón Jiménez, de Rubén Darío. Comencé a imitar esos versos rimados, pero también los que escuchaba de todos los soneros jarochos de la región. Luego llegué a la ciudad de México; aquí entré en contacto con las librerías y se me abrió el panorama a Pablo Neruda, a Octavio Paz, poetas maravillosos que me enriquecieron. Me abrieron un mundo amplio, riquísimo, y ahí comenzó a crecer el espíritu de la vida.
Cuando gané el premio de poesía Aguscalientes en 1982, que fue la primera emoción, el primer reconocimiento a lo que escribía, y la primera vez que me publicaron en una editorial reconocida, le mandé a mi padre el diploma. Lo envolví y le comenté a mi madre que se lo diera y dijera que era un obsequio de parte mía, una artesanía típica de Aguascalientes. Cuando lo recibió, no comentó nada, sólo me mandó de regalo una loción. Ya después fue aceptando que la poesía no era una imposición ni algo que hacía por capricho, sino algo que no me iba a quitar de encima. Sucede que mi padre tuvo un primo que escribía versos y murió de alcoholismo. Tenía miedo de que me fuera a pasar lo mismo. Cuando empecé a beber y a escribir poemas, eso pensó.
Simplemente por gusto
El autor afirma que nunca se propuso dedicarse a ser poeta: “lo hice, lo hago, simplemente por gusto. Ingresé a una escuela de publicidad y me dediqué a esa profesión durante 29 años. Nunca me estorbó para escribir poesía.
“En la publicidad también se necesita la precisión en el lenguaje, como decía Aldus Huxley, para encontrar la palabra precisa para convencer, en unos cuantos segundos, a las personas de que compren algo que ni siquiera necesitan.
En eso se parecen un poco la publicidad y la poesía, aunque en esta última no se trata de convencer para comprar algo. Es más difícil: con unas pocas palabras hay que hacer sentir a los lectores eso que no sabían que se podía sentir, o descubrirles un mundo, un espacio, un rumbo. No una alucinación, sino la imaginación.
Entre la publicidad y la poesía
El poeta señala que gracias a que aparecieron las becas para escritores pudo dejar las agencias de publicidad y dedicarse de lleno a la literatura.
“Creo que, contra lo que se piensa, un alma feliz es capaz de escribir poesía. Neruda es uno de ellos. Aunque por ahí escuché a alguien que asegura que la poesía feliz no tenía historia y en México hay poetas con almas retorcidas, también existen escritores con una extraordinaria fortaleza, como Eduardo Lizalde, por ejemplo, quien no creo que sea un atormentado, al contrario. Lo más fácil al escribir poesía es irse por el lado tormentoso; es un camino trillado, se piensa que si uno se mete por ese túnel la poesía cae del cielo, y no.
“Es mejor estar lúcido. En mi caso, cuando dejé de beber, lo que empecé a escribir fue rimado, versos octosilábicos, sonetos. Me sentí más sereno, con calma para ponerme a estudiar, para pedir a mis amigos que sabían más de eso que me indicaran cómo se hacía. Así cambió mi forma de escribir, que antes era soberbia; no me importaban los poemas rimados, pensaba que eran tonterías. Pero me regresé y empecé por donde se debe. Esa fue una gran lección.
“Con todo, es muy difícil sentirse poeta. Todavía me cuesta mucho trabajo hablar de ‘mi obra’. No. Le llamo ‘mi escritura’. No sé si tengo ya una obra. Poeta es un saco grande. Poeta es Octavio Paz o Saint-John Perse, y no creo que lo anduvieran diciendo. Simplemente me pongo a escribir y ya. Que los demás me digan que soy poeta, pero cuando lo hacen no me la creo. Si poeta es escribir algo extraordinario, creo que todavía me falta”.
Entre los más de 20 libros que Francisco Hernández tiene publicados destacan Mar de fondo, Moneda de tres caras, Población de la máscara. 62 autorretratos, Diarios sin fechas de Charles B. Waite y La isla de las breves ausencias.
La candidatura del autor para los premios nacionales de 2012 fue idea de la poeta Minerva Margarita Villarreal, quien consiguió que la Universidad Autónoma de Nuevo Léon lo propusiera.
Aun con uno de los máximos premios literarios bajo el brazo, Hernández siente inquietud con respecto a dónde publicará los dos libros inéditos que tiene ya listos sobre su escritorio. No se confía, sabe que en el país es difícil encontrar una editorial para la poesía.
“Nunca es fácil publicar, para nadie. Quizá para algunos consagradísimos, pero no para todos nosotros. Por eso a los jóvenes les digo que escriban lo que les haga vibrar, sentir, lo que les guste, lo que les apasione. Esa pasión hará posible, antes que nada, que transmitan algo a los posibles lectores, no importa si son sólo tres o cuatro, ya llegará el momento de publicar.
La escritura de poesía no se puede detener; continuará porque es una de las formas más claras de estar vivo. Pero la producción de poemarios y el hecho de que se vendan menos que las novelas o los libros de autoayuda entorpece su difusión. Pero uno se las ingenia. Más que cuando yo empecé, han surgido editoriales independientes y son una alternativa. Ahí están y no se rajan. Si nadie me publica esos dos libros inéditos que tengo, acudiré a ellas.
–¿Qué va a hacer con el monto de su premio?
–Como ya dije, tener la tranquilidad de leer y escribir, pero también pienso viajar a Berlín, pues cuando escribí Moneda de tres caras, donde aludo a Robert Schumann, Friedrich Hölderlin y Georg Trakl, está presente esa ciudad de oídas; ahora quiero vivirla.

sábado, 29 de diciembre de 2012

CONACULTA: LO CULTO, ¿QUE OCULTA?

29/Diciembre/2012
Laberinto
Heriberto Yépez

Desde el regreso de Rafael Tovar y de Teresa a Conaculta —que ya encabezó en los sexenios de Salinas y Zedillo— circulan en prensa e Internet un par de planteamientos: cultura para reparar el tejido social y la promoción de una industria cultural independiente.

Hablar de programas culturales para reparar tejido social alude a espectáculos gratuitos o centros culturales comunitarios (con cursos, eventos y acervos). ¿Es posible en México mantener un proyecto así?
No. Se pueden hacer infraestructuras simbólicas. Un festival aquí; un espacio allá. Granos de arena en un pozo sin fondo.
Además, en México hablamos de ese sueño como si no existiera ya una gigantesca red de espacios donde millones de niños y jóvenes asisten durante varias horas, casi todos los días: las escuelas.
Ahí es donde los niños y jóvenes —y sus familias— podrían adquirir conocimientos y experiencias para alejarles del subempleo, violencia y desesperanza.
Pero el sistema escolar mexicano es un desastre y seguirá siéndolo con el regreso del PRInosaurio que lo operó el siglo pasado.
¿Y la idea de una industria cultural independiente? Pongamos el caso de las editoriales. ¿Por qué necesitan el dinero del Estado para sobrevivir? Principalmente, porque no hay suficientes lectores. ¿Por qué no hay lectores? Porque el sistema escolar que podría producir millones de lectores no sirve. Las cifran lo prueban.
(Para colmo, la red de bibliotecas públicas no funciona y, por ende, no compra ni resguarda los libros que el país produce).
Escuchar las propuestas de Tovar y de Teresa implica olvidar que las misiones que tiene en la mente ya tienen una infraestructura que debería cumplirlas directamente: la Secretaría de Educación Pública.
Desde su creación, Conaculta opera como una especie de intervención gubernamental de disimulada emergencia, por ejemplo, inyectando recursos a la cultura “alta” mediante apoyos y subsidios a la creación artística culta (profesional y joven), y enlazando simbólicamente una parte de ella con otras poblaciones.
Sin Conaculta, la cultura “alta” estaría en la misma crisis que el sistema escolar. Muchas iniciativas, creadores y espacios no podrían continuar o tendrían actividades mínimas y rudimentarias.
Lo que dice Tovar y Teresa refleja que la SEP —en cuestión de reparar el tejido social y promover manifestaciones culturales— es como si no existiera.
Entonces, Conaculta, por un lado, sustenta proyectos simbólicos, estratégicos o coyunturales con la población general y, por otro, mantiene una variada infraestructura andando para evitar que también la cultural alta se desplome.
Conaculta es una venda que, al ayudar a la clase culta, oculta el completo fracaso popular de la SEP.
A nivel macrosocial, sin embargo, Conaculta no puede servir ni como curita en la gigantesca herida abierta del narcosistema.

15 para el 2012

29/Diciembre/2012
Milenio
Ariel González Jiménez

Puesto nuevamente a hacer un recuento de los quince libros del año (a generosas instancias de Carlos Puig en su programa de televisión En15) creí verme en un bosque con numerosos senderos que llevan a la crítica a muy diversos puntos. Incluso hubiera podido elegir, erróneamente, uno que por momentos parecía más amplio que otros y que indicaba que no hemos tenido grandes o rotundos acontecimientos editoriales este año.
Los múltiples caminos, sin embargo, harán seguramente que los ejercicios de selección (que no tratan de negar y menos anular otras opciones) resulten más opuestos o distantes entre sí. A nadie debe extrañar esa condición que expresa, antes que la obvia subjetividad del crítico, la enorme riqueza del panorama al que nos intentamos asomar.
Aclarado esto, entro de lleno a los títulos que me parecieron más significativos en este 2012 de tonalidades apocalípticas.
1. Cartas a Clara, Juan Rulfo, Ed. RM. Para quienes solo tienen presente sus obras fundamentales, esta es la oportunidad para encontrarse con un Rulfo en pleno ascenso literario, romántico, tímido, de intensa dimensión humana, que explica en buena medida al gigante de las letras mexicanas que llegó a ser.
2. Mil bosques en una bellota, Edición de Valerie Miles, Ed. Duomo. Fue Emerson, según explica la editora de este rico mosaico de las letras hispanoamericanas, quien dijo (en su ensayo La historia) que “la creación de mil bosques está en una bellota”. Y con esa convicción, Miles nos obsequia una muestra —elegida por ellos mismos— de lo mejor de 28 autores como Vargas Llosa, Sergio Pitol, Ricardo Piglia, Juan Goytisolo o nuestro colaborador de MILENIO José de la Colina.
3. Diario de invierno, Paul Auster, Ed. Anagrama. El autorretrato literario más elogiado de la temporada. Una retrospectiva vital donde el autor de La invención de la soledad examina al Auster que fue, desde sus más tiernos años, pasando por la etapa en que se sintió campeón juvenil del onanismo, hasta llegar a los trigésimos aniversarios con su mujer. Auster por Auster: un gran texto.
4. El buen libro, A.C. Grayling, Ed. Ariel. Sin ninguna exageración, el autor de este volumen lo subtituló: Una Biblia humanista. Y se trata de una compilación magistral sobre los mejores relatos y las más sabias reflexiones que la historia y la filosofía nos pueden ofrecer. El (buen) libro lo puede comenzar uno por donde le plazca y siempre encontrará una perla, un norte que nos explique cómo la felicidad, donde la haya, está en las cosas más simples de este mundo.
5. Si en otro mundo todavía, Jorge Fernández Granados, Ed. Almadía. La antología que este poeta ha preparado es un testimonio de la emoción frente a la vida y sus cosas. Tras la sutil profundidad de la voz poética de Fernández Granados, uno no puede sino escuchar el viento y mirar hacia los sueños de otro modo.
6. La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa, Alfaguara. La advertencia ensayística del autor de La tía Julia y el escribidor es para tenerse en cuenta: la cultura, o eso que llamamos tal, corre el riesgo de poblarse de farsantes en todos los terrenos.
7. Nombre de perro, Elmer Mendoza, Ed. Tusquets. Toda la potente narrativa de Mendoza en una extraordinaria novela que debería ser la envidia de todos los reporteros metidos a narconovelistas y también, claro, de los novelistas metidos a reportear el narcotráfico.
8. Canción de tumba, Julián Herbert, Ed. Mondadori. Prueba de que solo la literatura puede acercarse a lo más desgarrador de la vida. La mejor novelística mexicana late en estas páginas rigurosamente bellas y arduas.
9. La edad de la punzada, Xavier Velasco, Ed- Alfaguara. Mirada omnímoda sobre la adolescencia desde el mirador de la madurez literaria. La gran bildungsroman de Velasco.
10. Todo, Kevin Canty, Ed. Libros del asteroide. Después de muchos naufragios personales, los personajes de Canty se atreven a intentar encontrar la orilla; al fin, pues, entienden que la vida no para.
11. Antigua luz, John Banville, Ed. Alfaguara. A Banville ningún tema le viene grande; tampoco el de las relaciones difíciles (como la que se da entre un joven de 15 años y la madre de un amigo suyo de 35). El niño se convertirá en actor y ese episodio servirá de prisma para observar otras relaciones que lo han marcado. La pluma de Banville a todo lo que da.
12. Paisaje caprichoso de la literatura rusa, Selma Ancira, FCE. Nos ha regalado extraordinarias traducciones que la hicieron, este mismo año, merecedora del premio Tomás Segovia, pero este muestrario de la literatura rusa es de suyo memorable. Quien visite sus páginas se verá fascinado por algunas piezas de los grandes autores rusos que no habían sido traducidas al español.
13. Acapulco golden, Jeremías Marquines, Era-INBA-Instituto Cultural de Aguascalientes. El personaje, Malcolm Lowry; el entorno, Acapulco en los años treinta; el recurso, una poesía como la de Marquines que aprovecha todo para iluminar la atormentada noche de Lowry.
14. La silla de Karpov, Javier García Galiano, Ed. Ficticia. Reunión de finísimos textos que confirman cómo del periodismo pueden surgir los materiales de la gran literatura.
15. El paseante de cadáveres, Liao Yiwu, Ed. Sexto Piso. Asombroso viaje a la China profunda que sigue ahí a pesar del proyecto que busca sintetizar lo peor del capitalismo con lo peor del comunismo.

“Los escritores no se jubilan”

29/Diciembre/2012
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

Jorge Edwards, el gran narrador chileno vivo que ha compartido su ejercicio literario con su labor diplomática -tarea que aún ejerce aunque con mucho menos ganas que en los primeros años- decidió que era tiempo de compartir su historia, así que hace unas semanas llegó a México la primera parte de sus memorias, que lleva el título de Los círculos morados.
Nunca dudó en llamarla así, quería contar que esas eran las marcas que el vino barato dejaba en las comisuras de sus labios cuando decidió ser escritor y adentrarse en ese mundo de bohemia y rebeldía.
En la primera parte del proyecto que será de tres entregas, el escritor nacido en Santiago de Chile en 1931, Premio Cervantes en 1999 y Nacional de Literatura en 1994, narra su formación como escritor, su vida burguesa, la incorporación a las letras, el afán por cumplir con la familia y concluir la carrera de abogado, el encuentro impactante con Pablo Neruda y con otros chilenos como Alejandro Jodorowsky y Enrique Lihn, y luego su contacto con los surrealistas.
Edwards, embajador de Chile en Francia, dice a EL UNIVERSAL que Los círculos morados es una evocación muy íntima, un retrato literario de una vida y una época.
“¿Sabe porque se llama así?, yo descubrí primero la literatura en los libros de la casa, en los libros del colegio, empecé a escribir; descubrí a los grandes autores, pero los descubrí solo, a Rimbaud, a Baudelaire, a San Juan de la Cruz, a García Lorca, a Neruda; yo no sabía quién era Neruda, un día llegó un chico a la clase y preguntó: ‘¿ustedes saben quién es Pablo Neruda?’, y entonces él leyó el primer poema de los Veinte poemas de amor... ‘Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos...’, era un poema tan erótico que todos quedamos iluminados y nos fuimos a leer a Neruda.
“Después conocí a algunos de los poetas de Chile, íbamos a las tabernas, muy sórdidas, en unos subterráneos, medio infernales y bebíamos vinos malos, salíamos de ahí con un círculo de color lila alrededor de la boca del vino malo, yo pensé siempre: este es el signo delator, ¿delator de qué? De que uno se pasó de la casa burguesa a la poesía, a la escritura, a la taberna infernal. Yo tenía mucho miedo de que mi madre me sorprendiera con los círculos morados”.
Aquí relata cómo descubrió la literatura
Es el tema de la salida del orden en cierto modo y la aventura, hay grandes poemas sobre el tema del orden y de la aventura en el arte, del descubrimiento de la palabra, de la salida del orden para entrar en un mundo de aventura intelectual e incluso espiritual.
¿Cuando decidió que era tiempo de contar las memorias?
Decidí que era tiempo hace tiempo, cuando tenía 15 años de edad y actué conforme con esa idea, estudié Derecho para dejar contenta a la familia, pero cuando recibí el título lo metí en un canasto y lo olvidé; ese descubrimiento es muy antiguo; pero de repente descubrí que yo podía escribir un libro que cuenta esa historia.
En el segundo voy a hablar de mi conocimiento y de mi experiencia y relación con los grandes escritores latinoamericanos que vinieron después, que conocí antes de que fueran tan famosos: Julio Cortázar, a quien conocí en la casa de Mario Vargas Llosa; Carlos Fuentes, que era un gran bailarín, era un gran trabajador pero al final del día le gustaba mucho bailar, era muy simpático, después nuestras relaciones se complicaron un poco pero tuvimos una estupenda reconciliación en París, estuvo en mi casa, poco antes de morir. Yo pensaba “después de esta reconciliación espero tener tiempo para conversar con él, para hablar de todos estos años que han pasado que hemos estado con cierta distancia”, pero se murió.
¿Por qué el distanciamiento?
Hubo cierta vacilación y cierta distancia por mi libro sobre Cuba, en ese tiempo era muy difícil ese libro, muy arriesgado.
¿Cómo evalúa esos primeros años?
Los evoco como años irrepetibles, luminosos. Cuando empecé a escribir tenía un pariente escritor que ya era bastante conocido, después sacó el Premio Nacional de Literatura; se llamaba Joaquín Edwards Bello, primo hermano de mi padre. Él estaba alejado de la familia, justamente se había alejado para escribir, en la familia se hablaba de él como “el inútil de Joaquín”, entonces cuando yo me metí en el mundo de escritor, me metí en la inutilidad, del riesgo vital, pero así lo hice.
Tenía una vieja tía que era muy baja de estatura y muy narigona, era tía abuela, muy simpática; me mostraba las tapas del libro de Joaquín, pero lo hacía casi a escondidas y me decía “tu sabías que tienes un tío escritor”. Yo me reía. Después lo conocí y escribí una novela sobre él porque era un personaje muy misterioso para mí; era un personaje de la familia que nunca estaba, estaba muy lejos o de viaje o en un barrio de Santiago que ya no era bien visto.
¿Nunca lo llamaron “el inútil de Jorge”?
Cuando comenzaba a escribir yo fui calificado por mucha gente; era un buen alumno en el colegio, era rápido, sacaba las mejores notas, creían que yo iba a ser un gran abogado, que me iba a enriquecer y cuando empecé a aparecer como escritor la gente empezó a decir, “el niño de Sergio -mi papá se llamaba Sergio- que prometía tanto y se puso tonto”.
¿Nunca se ha arrepentido de dedicarse a la literatura?
No, al contrario, mi padre vivió hasta muy viejo y al final estaba un poco orgulloso de mí, lo disimulaba, cuando fui a la ceremonia de admisión a la Academia de la Lengua Chilena, mi padre a la vuelta me dijo una cosa que me pareció muy cómica, quizás él no se dio cuenta de lo cómica que era, pero me dijo: “fuiste el mejor”. Ya había una reconocimiento paternal allí.
¿Ya trabaja el segundo volumen?
No, porque estoy terminando una novela, cuando la termine me meto en el segundo volumen, me meto fuera de la embajada, eso lo juro porque el segundo volumen como va a ser un volumen con muchos personajes literarios que conocí, algunos de ellos vivos, quiero hacerlo acompañado de una relectura muy extensa de todos esos personajes, de todas esas novelas, a Neruda no necesito releerlo, pero quiero releer a Alejo Carpentier, hasta llegar al día de hoy. Así que tengo mucho trabajo por delante. Eso es lo bueno de ser un viejo escritor, que los escritores no se jubilan. Claro si se ponen tontos los jubilan los lectores, ellos no se dan cuenta.
¿En el segundo tomo de sus memorias aparecen escritores mexicanos?
Claro, por lo menos aparecen dos, Carlos Fuentes y Octavio Paz, y algunos más como José Emilio Pacheco. Carlos Fuentes me dijo: “No vas a escribir el segundo tomo porque hay mucha gente viva”. Yo le dije: “No, yo sé presentar una cosa sin ofender”. Y eso es cierto. Así que voy a escribir tres.
Aquí está su familia, ¿en el segundo, los amigos?
Está la familia, la casa, la madre, el padre, los hermanos, las hermanas chicas. La historia musical porque yo era un chico melómano que pertenecía a las asociaciones musicales y ahí sale un personaje muy divertido de ese tiempo, que es el personaje principal de la novela que viene ahora que se llama El descubrimiento de la pintura, es una novela corta que escribí como una derivación de una historia que aparece en las memorias; las memorias me han dado elementos, puedo escribir memorias y a partir de una historia que aparece, escribir una novela corta, escribir un cuento.
A mí me divierte mucho escribir, no estoy de acuerdo en absoluto con Phillip Roth, quien dijo el otro día que abandonaba la literatura; es una tontería; hay muchos escritores que han escrito hasta el día de su muerte; Marcel Proust escribió la muerte de un personaje suyo observando su propia enfermedad, en los días finales. Yo soy de esos.
Sin embargo, volvió a la diplomacia
Voy a salir apenas pueda, me quita mucho tiempo, no estoy para memorándums, papeles, para recibir una visita que no me interesa, que no me dice nada, nos decimos lugares comunes, hay que ser un maestro de los lugares comunes.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Clásicos vivos y muertos

22/Diciembre/2012
Laberinto
David Toscana

Los clásicos no son inmortales. Hace falta que esa minoría de lectores silenciosos les dé impulso, continúe pedaleando la bicicleta que podría desplomarse algún día.
No pienso en Dostoievski, Cervantes, Kafka, otros tantos autores que gozan de movimiento perpetuo. ¿Pero alguien querrá leer a José Donoso dentro de cincuenta años? ¿A Onetti? ¿A Carpentier? ¿Joseph Roth? ¿Bruno Schulz? ¿Será Rulfo un autor que tan solo se lea en español? ¿Tan solo en Latinoamérica? ¿Tan solo en México?
Alguien dirá: si un libro o autor cae en el olvido es precisamente porque no era clásico. Me queda claro que esa es la razón por la que muchos éxitos editoriales de hoy serán desterrados mañana de librerías y bibliotecas; sin embargo, quiero pensar que la condición de clásico o de universalidad de una obra está en la obra y no en el lector; pero ya esta idea abre la puerta a una posibilidad descabellada: que haya clásicos inéditos.
O quizás no tan descabellada. Recordemos, por ejemplo, La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Fue rechazada por incontables editoriales. Publicada al fin, por insistencia de la madre cuando el autor tenía once años de muerto. La novela pinta para ser un clásico. ¿Lo era ya cuando se trataba de un manuscrito multirrechazado?
No dudo que haya en la historia de la literatura muchos manuscritos que nunca llegaron a la imprenta, que no tuvieron esa insistente madre del autor.
Esta semana leí que apareció un cuento inédito de Hans Christian Andersen. ¿Bastará incluirlo en la siguiente antología para que sea un clásico?
En el multitudinario entierro de Manuel Acuña, el país despidió a uno de sus grandes poetas. Un clásico, habría dicho cualquiera de sus amorosos lectores. Mas oh, nuestro temperamento ha cambiado a través de las generaciones, y hoy el “Nocturno a Rosario” es emblema de la cursilería.
Al mismo tiempo, esos lectores de corazón duro tienen un espíritu de condescendencia con lo escrito en el pasado. Si un escritor contemporáneo tuviese un personaje con la visión religiosa de don Quijote, nos reiríamos de él. En cambio nada de eso nos molesta en Cervantes. Hoy, una novela con la gravedad del tema de Madame Bovary apenas podría salir del mundo puritano gringo, pero está muy bien que la haya escrito un francés del siglo diecinueve.
A mí me gustaría que La familia Golovliov, de Mijaíl Saltykov-Shchedrín, fuese un clásico, pero es difícil conseguir una edición en español. Y así tengo varios otros títulos que creo injustamente relegados.
Encima, estos libros clásicos o potencialmente clásicos han de navegar en un mercado que los ahoga. A los grupos editoriales no les gustan los clásicos; con ellos no se puede hacer gran negocio. Hay que impulsar la novedad, así sea mala; apabullar el libro de ayer, así sea bueno. ¿Dije “así sea mala”? Corrijo: sobre todo si es mala; de ese modo se garantiza lo efímero de su moda y con más certeza tendrá que ser pronto sustituida por otra novedad.
Nosotros, los que hoy leemos, los que estamos vivos tenemos una doble responsabilidad: seguir impulsando a los clásicos e identificar, entre la literatura contemporánea, los clásicos de mañana.

¿Cuál es la novela del “boom” latinoamericano?

26/Diciembre/2012
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

La noche en que Mario Vargas Llosa recibió el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el idioma español, declaró que aunque muchos citan La ciudad y los perros como la primera novela del boom, era justo decir que ese papel pionero y anunciador del boom debería concederse a la primera novela de Carlos Fuentes: La región más transparente, publicada en 1958, cuatro años antes que la suya.
Y aunque muchos han intentado hallar ciertas verdades: ¿quién le llamó “boom latinoamericano” a la proyección que a partir de la década de los 60 tuvo en España un amplio grupo de escritores de América Latina?, ¿cuál fue realmente la primera novela del “boom latinoamericano”?, y ¿cuántos y cuáles son los escritores que integran ese grupo?, para ello no hay respuestas categóricas.
Ese 21 de noviembre, Vargas Llosa dio amplias razones para que la novela de Carlos Fuentes se considerara precursora de lo que él mismo llamó “movimiento, grupo o promoción de escritores”; dijo por ejemplo que “fue la primera novela latinoamericana que rompió el aislamiento en que hasta entonces nacían, vegetaban y vivían tantas novelas que, por falta de editoriales y la balcanización cultural de nuestro continente, sólo se ponían al alcance de mercados minúsculos”.
Juan José Armas Marcelo, director de la Cátedra Mario Vargas Llosa, señaló en entrevista telefónica con EL UNIVERSAL que La ciudad y los perros es la primera novela del boom que se reconoce en Barcelona.
“Aunque Carlos Fuentes publica La región más transparente en 1958 y es posible que alguien haya visto algo que no se llamaba boom ni se llamaba nada, es hasta 1962 cuando Carlos Barral descubre La ciudad y los perros; por lo cual yo no podría marcar el inicio del boom, lo cierto es que Carlos Fuentes, Carmen Balcells, Emir Rodríguez Monegal y Carlos Barral fueron fundamentales en la edificación de esto”, apuntó el narrador.
Armas Marcelo afirmó que Carlos Fuentes tenía una seguridad profesional porque era muy mundano, que su espacio geográfico era el mundo y su mundo era la lengua. “No me atrevo a decir cuándo y cuál es la novela del boom”.
Para el crítico literario peruano Julio Ortega, la observación de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Internacional Carlos Fuentes demuestra que el boom tiene historia y que hoy en día se puede proponer la genealogía de manera más imparcial, libres (gracias también a la novela) de la enemistad de la política y la mediocridad de los valores impuestos por el mercado.
“Hay consenso de que la nueva narrativa hispanoamericana adquiere ciudadanía internacional cuando en 1961 Borges compartió el Premio Formentor con Beckett. Fuentes decía que el boom empezó cuando llamó a José Donoso, desde Nueva York, para decirle que una de sus novelas se iba a traducir al inglés. Pepe enmudeció y se escuchó boom. Tomó el teléfono Pilar y le dijo: Pepe se ha desmayado, ¿qué noticia le diste? Allí empezó el boom, decía Carlos, cuando Donoso no pudo creer que estaría en inglés”, relató Ortega.
Tal como señala Armas Marcelo, nadie se atreve a situar una novela como la primera del boom latinoamericano por la arbitrariedad que representa. El escritor colombiano Carlos Granés acepta que La región más trasparente tiene todos los elementos de las novelas del boom, pues es una novela urbana, experimental, compleja, ambiciosa y con una acusada deuda de autores anglosajones, especialmente de John Dos Passos.
“Sin duda es una novela del boom pero no fue la detonante del movimiento. La razón es sencilla: el boom fue un estallido editorial español, y la novela que causó furor en España, que ganó los más importantes premios del momento y deslumbró a Carlos Barral, el editor por excelencia del boom, fue La ciudad y los perros. Soy consciente de que esta selección también es arbitraria, y en realidad creo que después de 50 años ya poco importa cuál fue la primera novela. Lo importante y milagroso es que en pocos años se hubieran escrito obras maestras como Aura, La muerte de Artemio Cruz, La Casa verde, Paradiso, Cien años de soledad y tantas más”, comentó el colombiano Carlos Granés, en entrevista desde España.
El novelista Fernando Savater comparte la opinión: “Hay novelas anteriores de las que nos enteramos después, pero La ciudad y los perros fue la irrupción en España de un autor, un estilo, etcétera, dentro del ámbito de los lectores españoles sí que podemos considerarla como la primera”.
A 50 años de la detonación
Hace unas semanas la Cátedra Mario Vargas Llosa celebró los 50 años de La ciudad y los perros y del “boom latinoamericano”, para lo cual reunió a 43 escritores de todos los países de habla hispana. Allí se habló de los escritores del “boom”: Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar, García Márquez; pero también de otros que no están y merecen un lugar: José Donoso, Jorge Edwards “al que se le otorgó, con absoluta justicia, una silla en la mesa del boom”, Julio Ramón Ribeyro, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Adolfo Bioy Casares, José Balza, Jorge Ibargüengoitia y R. H. Moreno Durán.
No es fácil hablar de los escritores del boom, como tampoco lo es hablar de los maestros de esa nueva novela, porque al tiempo muchos les buscan un lugar en el boom, ahí están Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, José Lezama Lima y desde luego Juan Carlos Onetti y Jorge Luis Borges.
Además de los maestros extranjeros: William Faulkner, John Dos Passos, Virginia Wolf, James Joyce, Ernest Hemingway, Franz Kafka.
Carlos Granés, quien además es asistente de la dirección de la Cátedra Vargas Llosa recuperó una escena famosa en la biografía de García Márquez: “Álvaro Mutis llega a su apartamento en México y le arroja dos libros sobre la mesa. ‘Lea esa vaina, carajo, para que aprenda, y no joda’, le dice. Los libros eran Pedro Páramo y El llano en llamas. Y en efecto, García Márquez aprendió muchísimo leyendo a Rulfo”.
A 50 años de distancia de esa detonación, Julio Ortega afirmó que “nuestra nueva ciudadanía, la de latinoamericanos, hijos de la imprenta y la escritura, nos la da la nueva novela hispanoamericana. Antes, la buscamos en lo indígena, en lo mestizo, en la revolución, y algunos, que no pusieron a prueba su competencia, en el Estado y sus favores. De allí la demanda de libertad de estas grandes novelas. Nos forjaron como lectores capaces de reconocer nuestra mutua humanidad”.
Para el escritor Carlos Granés, la literatura latinoamericana después del boom perdió todos los complejos de inferioridad, se abrió al mundo, se arriesgó, se volvió cosmopolita, bebió de todas las tradiciones y se otorgó el derecho hablar de lo que se le antojara. “La influencia que tuvo la nueva narrativa latinoamericana fue crucial. Fue un vendaval que oxigenó la literatura en español, y que abrió mil caminos nuevos para la experimentación y creación literaria de los escritores españoles”.
Juancho Armas Marcelo es más íntimo en su conclusión sobre lo qué significó el boom, dijo que uno de los encuentros “es la unión, el compañerismo, independientemente de los textos había una unión profunda, un deseo de ayudarse los unos a los otros”. Y en eso fue Carlos Fuentes fue maestro.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Sobre Pessoa (respuestas a una encuesta)

23/Diciembre/2012
La Jornada
Marco Antonio Campos

El poeta colombiano Armando Romero actualmente está realizando una encuesta sobre Fernando Pessoa y me mandó el siguiente cuestionario:
–¿Cuándo oyó usted hablar de Pessoa por primera vez, y por qué medio o por quién?
–Cuando muy joven admiraba mucho al ensayista Octavio Paz (lo sigo admirando); leí en 1969 su libro Cuadrivio. Como sabe, el cuarto y último ensayo está dedicado a Pessoa (“El desconocido de sí mismo”). El bellísimo ensayo, como la poesía de Pessoa, es como una casa de múltiples puertas.
–¿Cuando leyó usted a Pessoa por primera vez y en qué libro o revista?
–También en 1969, pero en la antología que armó y tradujo el poeta argentino Rodolfo Alonso. Se publicó en Fabril. Cuando leí los poemas traducidos por Paz años después, me parecieron más afines a mi sensibilidad, pero la traducción que me dejó la primera y definitiva impronta fue la de Alonso. Todavía guardo el libro. Se nota en la cubierta de pasta dura y en las páginas las muchas lecturas que hice. Después mi padre me trajo a principios de los setenta del Brasil las obras de Pessoa en portugués. Con todas mis deficiencias respecto al idioma, mi acercamiento ya fue directo. Creo que leía mejor el portugués que ahora.
–¿Qué impacto le hizo a usted la obra de Pessoa en ese entonces?
–Demoledor. Lo leí a lo largo de varios años, pero sobre todo en aquellos 1969 y 1970 me hizo sentir todo el peso del fracaso y la inutilidad de un verdadero porvenir. Ningún poema de él me causaba tanto desánimo como “Tabaquería”, del cual, por cierto, hice después una versión que publiqué en 1982. Pero estéticamente Pessoa era un inmenso poeta. Me cautivaba cómo unía la reflexión metafísica y lo menudamente cotidiano. Cómo su alta lucidez difícilmente dejaba de ser emotiva. Cómo, de una frase convencional o banal, desarrollaba en perfecta ilación un admirable poema. Me deleitaban mucho asimismo los juegos que Pessoa hacía con sus propios heterónimos, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo o convivieran en una casa de fantasmas que podía también ser el mundo. Pessoa me influyó mucho, pero no sabría decirle en este momento en qué y en dónde exactamente en mi primera poesía. Yo era muy joven y andaba buscando caminos. Por lo demás, la influencia de una traducción nunca es la misma que la del original: son dos poetas que se parecen mucho pero no son iguales. O en el caso de Pessoa principalmente son cuatro poetas, aunque, como se sabe, tuvo decenas de heterónimos. Por cierto, cuando le di a Paz en aquel 1982 mi versión de “Tabaquería” en su departamento de Paseo de la Reforma, me dijo: “Pero ¿por qué otra traducción de Pessoa?” Entendí que entre líneas me reprochaba: “¿Para qué otra si ya está la mía?”
–¿Qué pensó usted de los heterónimos, los pudo diferenciar?
–Si hablamos de los cuatro poetas, no tuve problema. El único que tenía la impresión de que se parecía menos a Fernando Pessoa era el poeta que escribía con el nombre de Fernando Pessoa. Me gustaba en su honda sencillez humana y en sus imágenes llenas de sensaciones el poeta bucólico Alberto Caeiro, aunque sentía más cerca el verso clásico pero hondamente emotivo de Ricardo Reis, quien me hacía creer que también eran mis contemporáneos Píndaro y Horacio, pero quien me pareció desde entonces el poeta por excelencia fue Álvaro de Campos, engenheiro, poeta sensacionista. Sin embargo, hago de él aquí una apostilla: el heterónimo que hizo los poemas más depresivos es también el futurista torrencial y furibundamente optimista de “Saludo a Walt Whitman” y “Oda triunfal”, poemas que se leen en un arrebato, o como decía Nietzsche, se leen –deben leerse– de pie.
–¿Hubo uno de los heterónimos que fue y sigue siendo su favorito, o hay cambios?
–Sigo pensando que el mejor, como lo creyó también Paz, es Álvaro de Campos, y sigo pensando que sus vastos y breves poemas que me marcaron en la juventud son los que releo con verdadero placer: “Lisbon Revisited”, donde manda al diablo todo y a todos; “Escrito en un libro abandonado en viaje”, una suerte de punzante epitafio; el epigrama “The Times”; “Gacetilla”, donde es consciente de que los poetas verdaderos vivirán más en el tiempo que los millonarios de todas las épocas; “Aniversario”, en que se le caen a la vez los años y los fracasos; la invectiva satírica “Marinetti, académico”, y desde luego los poemas de gran aliento como “Oda marcial”, “Saludo a Walt Whitman”, “Oda marítima”, y aparte, en el lugar lujoso de la vitrina, “Tabaquería”. Pero debo decirle que son pocos los poemas de Álvaro de Campos que no me gustan. Como Kavafis, Kafka y Borges, en Pessoa la persona se confunde con el personaje, y quien mejor lo ha inventado en sus espléndidas ficciones, quien lo ha hecho vivir de nuevo al figurarlo en varios de sus libros, es Antonio Tabucchi, haciéndolo, por ejemplo, entrevistarse en Lisboa con otro extraño en la Tierra, Luigi Pirandello, o con quien luego de una agotadora jornada se va Tabucchi con él a cenar, o consigue imaginativamente que sea visitado por sus heterónimos en los tres últimos días de su vida. “Me ha gustado invitarlo a que habite en mis páginas”, me contestó Tabucchi en una entrevista. Me da por creer que es dable imaginar a Tabucchi como el último de los heterónimos de Pessoa.
–¿Piensa usted que la obra de Pessoa tiene una presencia o afinidad con su poesía y en qué?
–Nadie que lo haya leído a fondo escapa a su influencia. Si la hay en mí es en la parte oscura y pesimista, pero no sabría en verdad, le reitero, explicarle cómo. Por lo demás, el único heterónimo que he utilizado como escritor suele llamarse Marco Antonio Campos. Pero uno se reconoce a menudo más en los versos ajenos que en los propios. Tal vez como Pessoa, tal vez más que Pessoa, me reconozco en estas líneas de “Tabaquería”: “Hice de mí lo que no supe,/ y lo que podía haber hecho de mí no lo hice./ El disfraz que vestí era equivocado./ Me tomaron luego por quien no era, y no desmentí, y me perdí./ Cuando quise quitarme la máscara,/ estaba pegada a la cara./ Cuando la tiré y me vi en el espejo,/ ya había envejecido.”

sábado, 22 de diciembre de 2012

NATIVOS CUESTIONAN ACADEMICOS

22/Diciembre/2012
Laberinto
Heriberto Yépez

Los académicos para conseguir un trabajo, como en cualquier otra profesión, deben ofrecer algo nuevo. Eso es positivo. Excepto cuando la relación con algo “nuevo” tiene el único fin de conseguir un puesto o visibilidad.

Hace dos décadas nuevos académicos se colgaron de la aparición de más de una literatura del norte. Nos entrevistaban o te pedían tus libros porque les resultaban inconseguibles. Generalmente, nunca más sabías de ellos.

Al norte nunca se le había dado importancia literaria. Escribir de ese norte en un momento en que no paraba de publicar libros interesantes, se hizo lo que ellos mismos llaman una “industria”. Convenía ponenciar sobre esos salvajes.

Los 90’s y 2000’s, docenas de congresos, artículos MLA en Indiana Jones-Journals y, claro, las Memorias (ed.)

Los escritores del norte pocas veces recibían siquiera un ejemplar o aviso. Las comunidades, mucho menos.

En el 99% de los casos, no éramos sino objeto de estudio, tema nuevo para acrecentar su currículum. Al norte, en nada le beneficiaba ese “descubrimiento”.

A partir, más o menos, del 2004 se dio un giro. Ahora los nuevos académicos necesitaban ofrecer algo distinto, y como ya se había ofrecido que la literatura del norte de México estaba en apogeo y era interesante, los nuevos académicos necesitaban decir lo contrario.

Rastrearon libros, maquillaron sus intervenciones con un teórico norteamericano o europeo que explica lo que hace el nativo, saquearon ideas del norte, titularon su statement cool y, de nuevo, nos enteramos cuando la tendencia se hizo apabullante.

En la última década, la nueva ley dicta que hay que atacar la literatura del norte para tener invitaciones, puestos y notoriedad.

Hoy se nos acusa de todo. Desde ser parte del crimen organizado hasta tener lectores que pagan por nuestros libros.

Estimados académicos y académicas a las que les quede el saco, por favor, dejen de usarnos.

Nuestro ego no los necesita ni nuestra cultura se beneficia en nada.

Llevan ya muchos años colgándose del trabajo literario del norte.

Si ustedes creen que el nativo norteño es tan torpe que los necesita para definirse, “validarse” o “progresar”, o que no se entera o no dirá nada, s*u*e*ñ*a*n.

Yo no soy amable. Pero casi todos mis colegas sí, y ustedes se han aprovechado de su amabilidad.

Antes éramos los “chichimecas”, los “provincianos”, los “bárbaros”, los exotic-posmos; hoy somos los “narcoliteratos”. Y a estos chichimecas, provincianos, bárbaros, exotic-posmos y narcoliteratos no nos gusta que se metan con lo que más amamos: el norte, la tierra en que nacimos y donde vamos a morir peleando.

Y sí, somos lo “regresivo”, lo “mal hecho”, lo “violento”, lo “efímero”, lo que necesita dejar de ser así. Somos la basura costumbrista, la pior de las carnes asadas.

Somos todos tus prejuicios, bibliografía incluida.