sábado, 26 de septiembre de 2009

El miedo al vacío

27 de abril de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

Uno de los bienes que trae consigo escribir en un periódico, es justamente la experiencia del comienzo: volver a empezar todas las mañanas, envejecer durante las noches, dejar paso a las noticias actuales, a las nuevas opiniones. ¿Pero es esto verdad? Nada parece tan viejo como el culto a la novedad. Tenemos necesidad de creer que el cambio es bueno por sí mismo y depositamos en todas esas letras y noticias una particular esperanza: la de estar informados y creer que sabemos hacia donde camina la humanidad, el mundo. Hace un siglo, el poeta francés Charles Baudelaire se confesaba incapaz de comprender como un hombre honorable podía tomar un periódico sin estremecerse de disgusto. Un sentimiento semejante nos aborda en la actualidad, nadie que se considere un ser sensible puede quedar impávido después de repasar las atrocidades de las que dan cuenta los diarios mexicanos: el cinismo político, la corrupción moral, el asesinato impune, la ausencia de solidaridad civil y el absurdo desequilibrio económico entre personas que, supuestamente, tienen los mismos derechos sociales. Cómo no volverse un pesimista cuando todas estas calamidades continúan siendo la primera noticia en los medios de comunicación. La experiencia del comienzo, la necesidad de lo nuevo se trastorna de pronto en el peso de lo mismo, en la agobiante conciencia de que nada cambiará y de que la sociedad no avanza en ninguna dirección. Ante una situación tan drástica el paso de los días parece un espejismo. Y, sin embargo, la lectura de periódicos se antoja necesaria en una comunidad donde escasean los lectores de filosofía y de buena literatura. Si se tiene suerte podremos encontrar en ese mar de hojas de papel y tinta oscura una o dos colaboraciones que no sean efímeras y meramente superficiales. Rellenar páginas de tonterías es un ejercicio que la premura de la publicación cotidiana parece exigir, se corre de manera desbocada y ansiosa hacia la nada, la glotonería se impone, la obesidad crítica cierra caminos y los maleantes sacan el provecho más amplio de toda esta confusión.

Uno de los más sabios y visionarios fundadores del liberalismo, John Stuart Mill, escribía que entre las metas fundamentales de un gobierno sensato se encontraba la de promover la virtud y la inteligencia de las personas. Esta consigna encierra una verdad evidente: sin personas capaces de comprender en qué consiste el pacto social es imposible habitar la democracia. Y en esta tarea los periódicos llevan también responsabilidad: promover la inteligencia como una de las formas más eficaces de oponerse al cinismo político y a la opinión analfabeta. La oposición entre el hombre informado y el hombre reflexivo es que el primero sabe cosas sin saberlas: incapaz de asimilar la cantidad colosal de noticias que lo acosan termina agobiado y confuso: el miedo al vacío no se remedia sólo informándose sino aprendiendo a elegir entre la basura. Es por esto que en la actualidad, dos senderos se hacen más visibles que nunca: o se lee periódicos para ratificar la inmovilidad de la moral y el nada cambia o se hace para dar la pelea en el campo de la pasión pública; en otras palabras: se alimenta el humor pesimista o se intenta practicar el humanismo en un escenario incómodo, tecnológico y mediático. Muchos escritores y críticos de la cultura, desde Kierkeegaard y Camus hasta Baudrillard y Guy Debord, han tomado la primera opción: han concluido que la sociedad se contempla a sí misma en los periódicos y eso la conduce a la parálisis.

Y un último comentario, la crisis económica que se vive actualmente y a la que tantas hojas se le dedican tiene un fundamento moral y es precisamente esto la esencia de su poder devastador. La especulación financiera, la obscena acumulación de dinero en pocas manos (uno de los peores eufemismos de los últimos tiempos hace que llamemos a los maleantes financieros “hombres de negocios”), el caudillismo de los expertos que promueven un saber separado del todo y el progreso de la tecnología paralelo al retroceso de la inteligencia civil o moral, son causa de una crisis mucho más profunda que la económica. Y en ello casi nadie repara.

Los Niños Héroes y el inconsciente colectivo

2009-09-26
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Luis Felipe Hernández Castillo, el “asesino del metro”, cuyo atentado en el metro Balderas, dice, se lo ordenó Dios, es el lado oscuro de Chespirito.

Nuestro retroceso —la transición que no— nos conduce a estados culturales previos, digamos, al mini-mesianismo.

El perfil es muy similar al de Aburto, maquiloco y prefiguración macabro-chusca de nuestro p(e)or-venir pirado.

Se celebra el heroísmo del policía muerto, sin saber que el “heroísmo” es precisamente el motor de su asesino. No hemos aprendido la lección. Los “Niños Héroes” somos nosotros, auto-endiosándonos.

Los nuevos Niños Héroes aparecerán cada vez más regularmente. Se deben al malogrado producto de la familia opresiva y un país sin oportunidades y liderazgo real.

Es fácil condenarlo por matón. Pero él es un producto cultural. No hace sino obedecer ¡literalmente! —los locos son quienes obedecen literalmente a la sociedad— los mandatos de la cultura nacional.

Mediante estos actos se autorrealiza, sale del anonimato. Contar. Ser alguien.

Foco rojo, señores: José de León Toral podría regresar. Un neocristero o un delirante podrían movernos el petate.

La cultura mexicana está transmitiendo este mensaje: “tú, hombre de abajo, eres el héroe; eres la oveja y el profeta”. Los tres partidos y las dos televisoras directa o indirectamente son fundamentalistas; están llamando al hombre-de-abajo, al inconsciente. Y ya lo despertaron.

El catolicismo nutrió los valores patriarcales del narco, explícitamente guadalupano, y hoy sigue nutriendo la mentalidad de las mayorías. El catolicismo fortalece la fantasía autodestructiva —por ejemplo, el deseo de ser mártir— y cuando eso se mezcla con marginación social, idolatría al héroe y un núcleo familiar perturbador, hay bombazo.

El problema mexicano es el ego.

El ego está formado de los valores colectivos que dominan a un espacio y tiempo. El ego mexicano es resentido, fanático y espectacular.

La parte marginada se está colocando en el centro.

Dice Erich Neumann, en su extraordinario libro Psicología profunda y una nueva ética: “Debido a su identificación con los valores colectivos, el ego ahora tiene una ‘buena conciencia’. Se imagina a sí mismo en completa armonía con aquellos valores de su cultura que son imaginados como positivos, y cree ser no sólo el sustento de la luz consciente del entendimiento humano sino también la luz moral del mundo de los valores”.

Cuando un individuo obedece al llamado colectivo pierde conciencia de su mortalidad y comete actos irracionales. Sigue la “voz de Dios”, símbolo inconsciente de los valores dominantes, voceros del pasado, engrandecidos en su ego inflado de manía masiva.

Su razón sufre eclipse y es poseído por el espíritu del delirio.

Vendrán más de estos autosacrificios.

Vendrá una fase loca del inconsciente colectivo mexicano.

México y la neotenia idiota

2009-09-19
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Hay una figura distintiva que ha estado apareciendo en el imaginario mexicano reciente. Se trata de un pseudoadulto, hombrecito infantiloide. El nuevo Chabelo.

Últimamente esta figura ha sido interpretada por Josmar, el pastor protestante que secuestró un vuelo de Aeroméxico presuntamente para enviar un mensaje al Presidente, profetizando un terremoto y, claro, coreando que como México no hay dos. Y es también Juanito, el bobo-gandalla delegado por Iztapalapa del PT.

Ambos idiotas. Ambiciosos, manipuladores y “hombres comunes y corrientes”. Sr. Pueblo.

Al mexicano le atrae hoy y le hacen gracia varones populacheros con taras intelectuales.

Hugo Chávez es su rey.

El perfil penca es cumplido por el célebre Sammy, que aparece en Televisa interpretando al Tonto natural. Recordemos la “polémica” en que a Sammy se le jugó una “broma pesada” y Derechos Humanos alertó que se estaba violando su dignidad.

Nadie sabe si Sammy tiene pleno uso de sus facultades mentales. En esa duda consiste su “chiste”.

Josmar, Juanito, Sammy son avatares del estado mental en el que están cayendo millones de mexicanos quienes, desprovistos de un sistema educativo real y alimentados por cultura chatarra, caen en degradación intelectual, que luego asumen como estado simpático del ser.

Las infracaricaturas se volvieron rete-carismáticas.

La popularidad de estos iconos de lo happy-apendejado nos deja ver una identificación masiva con lo malogrado.

Subdesarrollarnos ya nos resulta idolatrable.

Del otro extremo del Idiota Chido está el Niño Bonito (expresión, si bien recuerdo, de Denisse Dresser), referente al “nuevo líder mexicano”, un Chamaco Bien Peinado que, empero, es un corruptillo.

El Niño Verde, Peña Nieto o César Nava son sus disfraces. El mexicanote hoy, un chamaco.

El mexicano se está negando a la edad adulta. Defiende, admira o meramente celebra personajes neoténicos. La neotenia es la conservación de rasgos inmaduros. Como el mexicano tiene un rezago de desarrollo, su cultura popular se ha llenado de sujetos con neotenia idiota.

Roger Bartra ha comparado al mexicano con el ajolote, animal con notable neotenia. Sólo que la neotenia que hoy padecemos carece de toda ventaja. La cultura mexicana no quiere crecer ni tomar su responsabilidad. Por eso proyecta chavos o retrasadones. Tanto el Idiota Chido como el Niño Bonito son parte del fenómeno Michelito, el niño torero.

Teniendo que tomar al toro por los cuernos, llevamos décadas “sacándole” hasta poner a un escuincle a torearlo.

La neotenia idiota es la última vía en que el mexicano evade encargarse de su desmadre.

Disfrazándose de sope de los topetazos, menso manso o mocoso-vival, el mexicano se está haciendo tonto.

¡Por mi raza hablará Chespirito!