viernes, 26 de abril de 2019

Juan José Arreola*

Otoño/2018
Luvina
José Luis Martínez

La personalidad de Juan José Arreola (1918) es única en el panorama de nuestras letras. Enjuto, nervioso, extrovertido, locuaz, es un juglar burlesco cuya pasión dominante es la palabra. Él mismo nos ha contado su vida en una página preciosa:
Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán. Es un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño [...] Nací el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos. Di los primeros pasos seguido precisamente por un borrego negro que se salió del corral. Tal es el antecedente de la angustia duradera que da color a mi vida, que concreta en mí el aura neurótica que envuelve a toda la familia y que por fortuna o desgracia no ha llegado a resolverse nunca en la epilepsia o la locura. Todavía este mal borrego negro me persigue y siento que mis pasos tiemblan como los del troglodita perseguido por una bestia mitológica.
      Como casi todos los niños, yo también fui a la escuela. No pude seguir en ella por razones que sí vienen al caso pero que no puedo contar: mi infancia transcurrió en medio del caos provinciano de la Revolución Cristera. Cerradas las iglesias y los colegios religiosos, yo, sobrino de señores curas y de monjas escondidas, no debía ingresar a las aulas oficiales so pena de herejía. Mi padre, un hombre que siempre sabe hallarle salida a los callejones que no la tienen, en vez de enviarme a un seminario clandestino o a una escuela de gobierno, me puso sencillamente a trabajar. Y así, a los doce años de edad entré como aprendiz al taller de don José María Silva, maestro encuadernador, y luego a la imprenta del Chepo Gutiérrez. De allí nace el gran amor que tengo a los libros en cuanto objetos manuales. El otro, el amor a los textos, había nacido antes por obra de un maestro de primaria a quien rindo homenaje: gracias a José Ernesto Aceves supe que había poetas en el mundo, además de comerciantes, pequeños industriales y agricultores [...] 
      Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más o menos ilustres... Y oía canciones y los dichos populares y me gustaba mucho la conversación de la gente de campo.
      Desde 1930 hasta la fecha he desempeñado más de veinte oficios y empleos diferentes... He sido vendedor ambulante y periodista; mozo de cuerda y cobrador de banco. Impresor, comediante y panadero. Lo que ustedes quieran.
      Sería injusto si no mencionara aquí al hombre que me cambió la vida. Louis Jouvet, a quien conocí a su paso por Guadalajara, me llevó a París hace veinticinco años. Ese viaje es un sueño que en vano trataría de revivir; pisé las tablas de la Comedia Francesa: esclavo desnudo en las galeras de Antonio y Cleopatra, bajo las órdenes de Jean-Louis Barrault y a los pies de Marie Bell.
      A mi vuelta de Francia, el Fondo de Cultura Económica me acogió en su departamento técnico gracias a los buenos oficios de Antonio Alatorre, que me hizo pasar por filólogo y gramático. Después de tres años de corregir pruebas de imprenta, traducciones y originales, pasé a figurar en el catálogo de autores (Varia invención apareció en Tezontle, en 1949).
      Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana; en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente.
Arreola dedicó, en efecto, sólo un par de décadas de su vida al ejercicio de la literatura escrita. En 1943, cuando contaba veinticinco años, publica en Guadalajara sus primeros cuentos. En 1963, a los cuarenta y cinco de edad, aparece La feria, su último libro formal. Pero, además de sus libros, hace muchas otras cosas en estos años fecundos. Es actor en el Teatro de Media Noche, que dirigía Rodolfo Usigli. Y en 1947, en la única representación de Corona de sombra, la obra magna de nuestro dramaturgo, Juan José hace el breve papel del general Miramón. En la conversación final que tiene Maximiliano con los generales mexicanos que lo acompañarán en la muerte, el emperador les ofrece unos puros. Éstos debieron ser viejos y de mala calidad, y Arreola, que nunca había fumado, palideció y estuvo a punto de desmayarse por la náusea.
      En 1950, cuando aún no se prestaba gran atención a las nuevas letras (la colección Letras Mexicanas, del Fondo, se iniciaría en 1952), Arreola se hace editor con la colección de cuadernos Los Presentes, editados con pulcritud y que continúan hasta 1956. Publica allí hermosos textos de Pellicer, Henestrosa, Mejía Sánchez, Monterroso, Pascual Buxó, Tario, García Terrés, Bonifaz Nuño, dibujos de Soriano, y cinco de los mejores Cuentos (1950) del propio editor. Aparte de los cuadernos, en 1956 Arreola edita los primeros cincuenta títulos de la colección de libros también llamados Los Presentes. Junto a textos de escritores mayores, en esta serie da a conocer una legión de escritores jóvenes: Carlos Fuentes y Julio Cortázar se cuentan entre ellos. Y, en fin, en 1958 y 1959 publica veintiocho Cuadernos del Unicornio, que divulgan obras iniciales de escritores como Uranga, Lizalde, Pacheco y Del Paso, entre otros.
      La vocación de Juan José Arreola para guiar los pasos de los escritores jóvenes ha sido ciertamente memorable. Creo que él inició los talleres literarios. La revista Mester (1964-1967), que dirigió Arreola, recoge en sus doce números los primeros textos de escritores luego destacados, como José Agustín, Elsa Cross, Hugo Hiriart, Federico Campbell, José Carlos Becerra, Homero Aridjis, Jaime Sabines, Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis y Vicente Leñero, entre los más notorios. El novelista José Agustín reconoció las enseñanzas de Arreola con estas palabras:
               
      Era universal, la verdad. Estaba todo el mundo y a todo el mundo le entregaba tiempo. Y a todos nos dio, primero que nada, unas nociones de identidad propia; nunca quiso obligar a la gente a que escribiera bajo determinados patrones. Tenía la capacidad inmensa de poder reconocer los estilos incipientes de cada quien y ayudarlo a desarrollar su estilo.
Siempre atraído por el teatro, en 1956 Arreola organizó el primer programa del innovador ciclo llamado Poesía en Voz Alta, con una selección de poesía y teatro españoles y de piezas breves de García Lorca. En la presentación que escribió para el ciclo dice que pretenden «jugar limpio el antiguo y limpio juego del teatro». Arreola fue uno de los recitadores y actores en este primer programa y en algunos de los siguientes de este ciclo de tan buena memoria.
      Y además de actor, editor y guía de los jóvenes escritores, Arreola es ajedrecista, jugador de ping-pong, ciclista y aficionado a las encuadernaciones nobles, a los cristales bellos y a las viejas levitas. Y es también un escritor excepcional.
      Cuando se publicó Varia invención en 1949, un aire nuevo y fresco llegó a las letras mexicanas. Reaparecía la vida pueblerina, en cuentos como «Hizo el bien mientras vivió», «El cuervero», «Carta a un zapatero» y «La vida privada», pero vista con una malicia burlona. Y había muchas novedades: cuentos de temas de historia antigua y de cuestiones teológicas; fantasías de sabor kafkiano y un «Monólogo del insumiso», en el que el innombrado Manuel Acuña cavila sobre el porvenir de sus versos. La novedad aparecía con un aire festivo, a veces socarrón, y en un lenguaje manejado con destreza y ajustado siempre a la índole de sus temas. En el último de los cuentos mencionados, por ejemplo, hay un complejo juego de alusiones a personajes y hechos relacionados con la historia del poeta: los amores con la lavandera, el memorialista Guillermo Prieto y la Dulcinea, que se llamaba Rosario de la Peña, y juicios sobre la poesía de Acuña, consignados en el monólogo del poeta que ha decidido suicidarse. El resultado es sugestivo, lo mismo para quien lee el cuento ignorando sus alusiones como para el que disfruta sus entretelas.
      En el libro siguiente de Arreola, Confabulario (1952), las promesas de Varia invención se multiplican y los veinte cuentos son espléndidos. Forzando la selección, pueden destacarse «El guardagujas», atroz fantasía sobre nuestros trenes (que tiene alguna relación con cuentos afines de Charles Dickens y de Álvaro Mutis, según lo mostró Sara Poot Herrera); «El discípulo», acerca de dos aprendices de Leonardo y su búsqueda de la belleza; «La canción de Peronelle», sobre el poeta francés Guillaume de Machaut; el conmovedor «Epitafio», que cuenta la vida de François Villon; «El lay de Aristóteles», que recrea una leyenda medieval acerca del filósofo; los «Apuntes de un rencoroso», variación sobre los celos; y el ingenioso «Baby H.P.», que expone la posibilidad de aprovechar la energía que despilfarran los niños.
      En los años siguientes al primer Confabulario de 1952, Arreola escribió nuevos cuentos que añadió en las ediciones posteriores,   a los que llamó «Prosodia». Entre ellos hay nuevas obras maestras: «Cocktail Party», que se refiere de nuevo a Leonardo, ahora con Monna Lisa; la preciosa y desesperada «Balada»; «Tú y yo», otra variante del conflicto de la pareja; «Anuncio», que lo es de una mujer de plástico cuyos atractivos se ponderan así: «Nuestras damas son totalmente indeformables e inarrugables, conservan la suavidad de su tez y la turgencia de sus líneas, dicen que sí en todos los idiomas vivos y muertos de la tierra [...] Nuestras Venus —añade el Anuncio— están garantizadas para un servicio perfecto por diez años —duración promedio de cualquier esposa». Y siguen otros cuentos notables sobre temas femeninos: el extraño acerca de «Una mujer amaestrada», y la inquietante «Parábola del trueque», que comienza como sigue: «Al grito de “¡Cambio esposas viejas por nuevas!” el mercader recorrió las calles del pueblo arrastrando su convoy de pintados carromatos». Y en el tomo llamado Palindroma4 hay dos textos muy sugestivos: el relato extenso «Tres días y un cenicero», que refiere el encuentro de una estatua antigua en la laguna de Zapotlán, y «El himen en México», turbadora fantasía, cuyo tema puede ilustrarse con un libro reciente: Acechando al unicornio. La virginidad en la literatura mexicana. 
      ¿Por qué son fascinantes los cuentos y las prosas narrativas de Juan José Arreola? Puedo proponer estos motivos: la novedad de sus temas, su humor malicioso, la perfección de su elaboración y la calidad de su estilo. Al panorama temático de nuestros narradores, restringido a temas rurales y a experiencias personales, Arreola le descubre las posibilidades de la imaginación, el mundo de los artistas y poetas y su búsqueda de la belleza (Aristóteles, Leonardo, Villon, Machaut, Badajoz, Góngora, Acuña, González Martínez), de personajes y hechos históricos y de obras científicas intrincadas. Y nuestro cuentista logra trasmutar estos temas hasta volverlos entrañables y emocionantes. Otro tanto hace con cuestiones teológicas y morales como el libre albedrío, la predestinación y el drama de estar en el mundo. El dicho bíblico sobre la salvación del alma de los ricos y el camello que pase por el ojo de la aguja le inspira un cuento precioso, «En verdad os digo».
      El mundo de la mujer, el amor y el destino de la pareja conyugal suelen ser el campo de un humor maligno y de fantasías crueles y resentidas. Para Arreola, el erotismo es como una fascinación de abismo y de perdición. «Todo lo que he escrito», dijo Arreola, «es el terror de saberme responsable y solo. Mi aspiración ha sido perderme. Las mujeres han sido trampas temporales y accidentales. Y tengo la necesidad de ser devorado». Al mismo tiempo, ha reconocido el peculiar talante de su humor:
Me siento feliz de haber desembocado en humorista. Quizá lo que más pueda salvarse de mí es el soplo de broma con que agito los problemas más profundos, ya sean floraciones del mar o floraciones celestes. Lo mismo hablaría yo de las negruras del abismo que de las alturas de la luz. Allí el viento de mi espíritu se mueve con una sonrisa macabra y funesta. Tal vez tengo una incapacidad para tratar en serio los grandes temas. Necesito salirme por la tangente de la pirueta.6
La composición y el estilo de los cuentos y fantasías de Arreola son una rara combinación de finura, imaginación y precisión. Sabe condensar en los rasgos expresivos más eficaces la materia de sus historias. Marcel Schwob, el escritor a quien más debe la prosa de Arreola, decía que el objetivo del arte biográfico debería ser el de captar los rasgos únicos, distintivos de la vida del personaje, lo que constituye su identidad fundamental, su parábola propia, a ninguna otra semejante, en el firmamento de la vida colectiva. Los textos de Arreola que se refieren a personajes cumplen este propósito, con gracia y agudeza. Y otro tanto hace con sus criaturas imaginarias, encontrando siempre su rasgo único. De ahí su eficacia.
      En sus textos más elaborados, Arreola prefiere las frases cortas y su adjetivación es de calidad excepcional. Borgeana, podría añadirse. Nunca es adorno gratuito.
      El Bestiario (1959), que acompañan dibujos de Héctor Xavier, es un ejercicio de observación y de inteligencia, en prosas de concisión e intensidad admirable para captar lo distintivo de los veintitrés animales o familias que describe. Detengámonos, como muestra, en las focas:
Perros mutilados, palomas desaladas. Pesados lingotes de goma que nadan y galopan con difíciles ambulacros. Meros objetos sexuales. Microbios gigantescos. Creaturas animadas de vida infusa en un barro de forma primaria, con probabilidades de pez, de reptil, de ave y de cuadrúpedo. En todo caso, las focas me parecieron grises jabones de olor intenso y repulsivo.
En alguna entrevista, Arreola observó que «el animal es el espejo del hombre [...] En el animal vemos nuestra caricatura, que es una de las formas artísticas que más ayudan a conocernos». 
      Arreola escribió conceptuosos sonetos en su juventud, y que no ha coleccionado. Y probó el teatro en dos piezas en un acto, La hora de todos (1954), interesante y traducida al francés, y Tercera llamada(1971), que es quizá su única obra prescindible; e hizo buenas traducciones del francés de textos de su predilección, especialmente de Paul Claudel. 
      La feria (1963) es la única novela de Arreola y fue su despedida de la literatura escrita. Su tema es Zapotlán el Grande, tierra de su autor. Cuenta la historia y la vida del pueblo deteniéndose sobre todo en los conflictos de los naturales para recuperar sus tierras; en los grandes temblores que destruyeron el pueblo; en los azares de la organización de las fiestas de octubre en honor de San José, el santo patrono; en la aventura agrícola de un zapatero que se mete a campesino; en las maliciosas confesiones de un muchacho; en las aventuras de las mujeres de vida alegre que regentea María La Matraca, con la singular historia de Concha de Fierro y el torero Pedro Corrales; en los amores de un adolescente y los afanes culturales del Ateneo Tzaputlatena con la poetisa Alejandrina; en las historias de muchachas robadas y abandonadas; y en el castillo pirotécnico de don Atilano, incendiado por unos desalmados. El resultado de este cúmulo de historias es encantador, lleno de frescura y gracia. El contrapunto con que se van hilvanando los diferentes hilos y el lenguaje popular de la región funciona con naturalidad. Hay frecuentes citas y trasposiciones de los profetas bíblicos y de los Evangelios apócrifos, así como de documentos históricos. En suma, Juan José Arreola escribió un hermoso y animado homenaje a su tierra natal.
      En los años siguientes a La feria, Arreola dejó de publicar libros formales. Sin embargo, no se apartó de la literatura. Se ocupó de sus talleres literarios y, de cuando en cuando, en entrevistas periodísticas y en coloquios contó su vida y sus ideas literarias. Y poco a poco lo fue absorbiendo la televisión, que supo aprovechar su simpatía, su capacidad para hablar con chispa de todo lo divino y lo humano. Fue una dura tarea. Recorrió en un carruaje especial la República, viajó por el mundo e hizo una serie de conversaciones con Antonio Alatorre sobre temas literarios. Confieso que sólo lo he visto y oído en la televisión pocas veces, pero recuerdo que don Daniel Cosío Villegas, crítico temible, poco antes de morir en 1976, me habló con admiración de los programas de Juan José. La televisión le dio fortuna, aunque le alentó su propensión al despilfarro. Y si a sus lectores nos hizo perder nuevos libros suyos, muchos millares de televidentes disfrutaron del ingenio y el don verbal de Juan José Arreola.
      Sin embargo, algo quedó impreso de estos años. En homenaje a los libros de lectura escolares, que a Juan José y a mí —pues compartí con él las primeras escuelas de Zapotlán— nos hicieron descubrir y amar las letras escritas, en 1968 Arreola publicó la antología Lectura en voz alta, para despertar en los niños y los adultos el gusto por la literatura.
      Arreola ha tenido la virtud de conquistar admiradores, admiradoras y discípulos. Uno de ellos, Jorge Arturo Ojeda, formó en 1969 una antología de cuentos de nuestro autor, precedidos por un extenso y minucioso estudio sobre su obra. Y el mismo Ojeda tuvo el acierto de recopilar, de entrevistas, declaraciones, coloquios y cursos, la que llamó «prosa oral» de Arreola en dos libros muy interesantes. El primero se llama La palabra educación y está dividido en los siguientes incisos: Vida, Cultura, Conciencia, Los jóvenes, El maestro y Palabra. En uno de sus textos, dice Arreola:
Pertenezco al género confesional. Soy un hombre que siempre busca confidente [...] Quiero morir sin que haya quedado oculta una sola de mis acciones. Entre sacerdotes de la infancia y médicos de la juventud, y amigos y amigas de todas las épocas, está mi vida hasta lo más vergonzoso. Todavía me queda esta última camiseta... hasta el hueso, pues.
La otra recopilación de la «prosa oral» de Arreola se llama Y ahora, la mujer… Es uno de sus libros más hermosos, por su sinceridad y agudeza. A modo de presentación, lleva un retrato de Arreola, escrito por una muchacha dibujante y pintora, que concluye así:
Los gestos angulosos dibujan actitudes de inteligencia. La delicadeza de su estructura ósea es responsable de una expresión corpórea en descomposición dramática: su esbeltez trae reminiscencias del ámbito teatral. Juan José Arreola se convierte en su propio espectador, asiduo y extasiado.
Bajo el título de Inventario reunió Arreola los artículos que escribió para el periódico El Sol, de la Ciudad de México. Son reflexiones sobre temas varios o cuestiones del día o bien traducciones de páginas destacadas o relatos de experiencias singulares. En una de ellas (p. 151) relata su visita a Louis Jouvet, en París, quien le abre las puertas para que conozca el mundo del teatro francés de aquellos años. Y en otra página hay un recuerdo emocionado de Eugenio Ímaz, el filósofo español, entonces recién muerto en Veracruz.
      Debemos a Arreola tres buenos estudios literarios. Su prólogo a los Ensayos escogidos de Montaignemuestra su familiaridad con la obra del creador del ensayo moderno; el «Posfacio» que escribió para Personæ, de Ezra Pound, con traducciones de Guillermo Rousset Banda,  es una aguda reflexión sobre la validez de la poesía de Pound; y, en fin, el libro llamado Ramón López Velarde. Una lectura parcial,publicado en ocasión del centenario, ofrece comentarios acerca de la obra del poeta que ha sido afición entrañable de Arreola.
      En la colección Voz Viva de México, de la unam, número 12, hay un disco con la voz de Juan José Arreola leyendo textos de Confabulario, presentado por Antonio Alatorre, con un notable estudio.
      Además de las ediciones originales de sus libros, existe una serie de cinco volúmenes de Obras de J. J. Arreola, que editó Joaquín Mortiz en 1971, 1972 y en 1993.


      *   Publicado originalmente en La literatura mexicana del siglo xx, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1995.
      «De memoria y olvido », Confabulario, Joaquín Mortiz, México, 1971.
      «Arreola influenció a todos los de Mester », unomásuno, México, 26 de junio de 1985.
      Confabulario total (1941-1961) y Confabulario, en Obras de J.J. Arreola, Joaquín Mortiz, México, 1971.
      Joaquín Mortiz, México, 1971.
      Selección, estudio y notas de Brianda Domecq, fce, México, 1988.
      Ibid., p. 86.
      Reunidas en Bestiario, Joaquín Mortiz, México, 1972.
      Sara Poot Herrera, Un giro en espiral. El proyecto literario de Juan José Arreola, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1992, pp. 188-209.
    Secretaría de Educación Pública, col. sepSetentas núm. 90, México, 1973.
    Grijalbo, México, 1976.
    unam, col. Nuestros Clásicos núm. 9, México, 1959.
    Editorial Domés, México, 1981.
    Fondo Cultural Bancen, México, 1988.

De Punta de plata de Juan José Arreola y Héctor Xavier

Otoño/2018
Luvina
Sara Poot Herrer


En el Prólogo del libro álbum titulado Punta de plata, comenta Juan José Arreola:
Héctor Xavier introdujo en el porta-minas un alambre de plata mexicana, lo afiló en el raspador y obtuvo así un estilete práctico y económico. Y con él y una carpeta de hojas preparadas se fue al aire libre de Chapultepec a vivir ocho meses entre los animales enjaulados. 
      Yo vi en su casa el primer dibujo: la imagen del bisonte sentado que parece un grafito rupestre, y allí tomó forma otra vez la antigua idea de un bestiario.
Estas palabras indican el origen de Punta de plata, remiten a su vez a «la antigua idea de un bestiario», y aparecen a manera de introducción de los dieciocho textos que se guardan dentro de la solapa del lado izquierdo del álbum, donde dice Bestiario, y de las ilustraciones guardadas en la solapa del lado derecho, donde dice 24 dibujos. Ya desde Punta de plata aparecieron, con el título de Bestiario, los escritos de Juan José Arreola, quien, para el «grafito rupestre», escribió «El bisonte»: «Tiempo acumulado. Un montículo de polvo impalpable y milenario; un reloj de arena, una morrera viviente: esto es el bisonte en nuestros días. […] Por eso, en señal de respetuoso homenaje, el primitivo que somos todos hizo con la imagen del bisonte su mejor dibujo de Altamira» (p. 20). Animal adentro, animal afuera, en la palabra y el dibujo.
      Bestiario y 24 dibujos son sendos conjuntos de textos y de ilustraciones —puertas de par en par, dos carteritas prodigiosas— de un portentoso libro álbum, titulado Punta de plata. Sus autores, Juan José Arreola y Héctor Xavier. Se lee en el colofón de este álbum:
      punta de plata
      los textos de este bestiario
      se acabaron de imprimir el día
      24 de diciembre de 1958 en los
      talleres de edimex, s. de r. l.
la edición consta de 500 ejem-
      plares, proyectada y encua-
      dernada según maqueta de
      juan josé arreola.
Sin embargo, los textos difícilmente pudieron acabarse de imprimir el 24 de diciembre de 1958, puesto que, según José Emilio Pacheco, Juan José Arreola los dictó (a él, jep) del 8 al 14 de diciembre de 1958 y fueron entregados a la unam el día 15. Lo que se dice en el colofón de Punta de plata, aunque contiene una fecha «epifánica», no parece corresponder a la realidad de los hechos, lo que por supuesto no cambia su importancia. Pero, ¿qué fecha citar como año en que aparecen «los textos de este Bestiario» y con él reunidos los dibujos de Héctor Xavier? Según el colofón, tendría que ser 1958, sabiendo que el libro álbum habrá aparecido en 1959. Al ver al «bisonte sentado», Arreola volvió a la idea del bestiario, mientras (comenta) que Héctor Xavier «vivió» ocho meses con los animales de Chapultepec. 1958 es el año clave.
      Si bien Punta de plata (con su conjunto de textos titulado Bestiario) es antecedente de lo que será Bestiario como libro, estos dos títulos no tienen exactamente el mismo contenido, y los textos que aparecen en uno y en otro tampoco están en el mismo orden (y me refiero sólo a la sección de «Bestiario», pues el libro tiene otras tres secciones). El Bestiario de Juan José Arreola, publicado en 1972 sin los dibujos de Héctor Xavier, incluye textos anteriores y posteriores a Punta de plata, y éstos fueron apareciendo en tres momentos distintos. Sin embargo, integral y sustancialmente este álbum, con el prólogo y los dieciocho textos de Arreola, y los veinticuatro dibujos de Héctor Xavier, sí anticipa el «bestiario total» de Juan José Arreola, que como conjunto apareció primero en 1962 en una sección de Confabulario total,  en la edición popular de 1966 titulada Confabulario5 y en la sección inicial de Bestiario de 1972. Las piezas, como caballitos de ajedrez, se han movido y también entran en el juego de combinatorias de la obra de Juan José Arreola.
      Ya para 1958, año que cierra con los textos de Bestiario de Punta de plata, Arreola había publicado «Topos», «Insectiada» y «El sapo» que, bajo el rubro de «Prosodia» (éste, un título entre otros del índice), se localizan en el primer Confabulario de 1952. Les sigue «La boa», añadido también a «Prosodia» de la publicación conjunta de Confabulario y Varia invención de 1955. Son cuatro «animalitos sueltos» del «bestiario» de Juan José Arreola y ninguno aparece en Punta de plata. Un quinto texto (posterior a este libro álbum de doble autoría) es «El ajolote», publicado en la sección «Bestiario» de Confabulario total de 1962, reproducido en Confabulario de 1966 y más tarde en Bestiario de 1972.
      En este seguir los pasos a la fauna literaria de Juan José Arreola, considero tan sólo las ediciones originales de su obra. Por cierto, en la última sección de Bestiario de 1972, entre las traducciones de su autor y por él llamadas «Aproximaciones», leemos «El sapo» (Jules Renard), «El puerco» (Paul Claudel), «Vida de la araña real» (Henri Michaux). Del propio Juan José Arreola podemos citar «La migala» (de Varia invención, de 1949) y «El rinoceronte» (de Confabulario, de 1952; «Durante diez años luché con un rinoceronte, soy la esposa divorciada del juez McBride»). Estos textos serían parte de otro «bestiario», no del que aquí estamos hablando; de lo contrario, tendríamos que considerar «El prodigioso miligramo» (de Confabulario, de 1952), «Parturient montes» (Confabulario y Varia invención, de 1955) y otros textos (por ejemplo, «Achtung Lebende tiere», «En verdad os digo», «Pueblerina», «El cuervero», «La trampa», incluso «Autri» y «Tres días y un cenicero»), alusiones, fábulas, metamorfosis, metáforas y alegorías del mundo humano y animal, dos mundos que en la obra de Juan José Arreola se reflejan, se retratan, se imitan, se parodian, se ironizan, es más, se mimetizan.
      Pero esta breve historia enfoca el «bestiario literal»: del Bestiario de Punta de plata, acabado de escribir en 1958, al Bestiario de 1972. Sumando, son veintitrés textos los que lo conforman; de esos veintitrés, de Punta de plata son dieciocho, que aparecen en la parte de Bestiario, y los otros cinco son, ya hemos visto, «Topos», «Insectiada», «El sapo», «La boa» y «El ajolote». ¿Por qué la necesidad de tanta aclaración? En buena medida para restituir lo propio de cada Bestiario y no sólo citar Punta de plata (sin haber visto este libro álbum) de «refilón», como si fuera el mismo Bestiario de Juan José Arreola (aunque de alguna manera lo es), ilustrado por Héctor Xavier (lo está), pero no es exactamente así: Punta de platade 1958 incluye un Bestiario de dieciocho textos, retratos mitológicos, filosóficos, culturales y literarios del zoológico de Chapultepec. Los animales allí enjaulados son los modelos; no están los topos y sus agujeros, ni la insectiada narrada por la voz de un insecto macho; tampoco la boa seductora, el sapo-corazón ni el ajolote prehispánico.
      La «antigua idea de un bestiario» se originó en tres textos de Confabulario de 1952 y en uno más de Confabulario y Varia invención de 1955. Continuó fantásticamente bestial en Punta de plata y completó su ciclo (literal y metafórico) en Confabulario total de 1962, en Confabulario de 1966 y en Bestiario de 1972. Con «El sapo» publicado en 1952, Arreola «acorazonó» su bestiario, le dio movimiento, vida, lo inmortalizó: «Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón». Con «El ajolote», publicado en 1962, Arreola se asomó a las Historia general de las cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún y con «esta sirenita de los charcos» rescató también la mitología originaria mexicana y con ella cerró su Bestiario.
       El inventario de animales fue cambiando, lo mismo que su posición, y algunos de los escritos fueron levemente modificados por la mano de su autor. Los textos de Punta de plata, que son dieciocho, sí se recogen en Confabulario total de 1962, lo mismo que en Confabulario de la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica de 1966 y en Bestiario de 1972, que con los cinco títulos «sueltos» conforman el Bestiario «acabado» (completo, bien cortado) de Juan José Arreola. El bestiario del zoológico se confabuló con otros animalitos, estos sueltos en la varia invención de Juan José Arreola.
      Última precisión (que considero importante): el prólogo de Punta de plata no es el mismo que el de Confabulario total de 1962, de Confabulario del 66 ni de Bestiario de 1972. Dice así el prólogo de estos tres libros (con algún ligero cambio entre ellos):
Ama al prójimo desmerecido y chancletas. Ama al prójimo maloliente, vestido de miseria y jaspeado de mugre.
      Saluda con todo tu corazón al esperpento de butifarra que a nombre de la humanidad te entrega su credencial de gelatina, la mano de pescado muerto, mientras te confronta con mirada de perro.
      Ama al prójimo porcino y gallináceo, que trota gozoso a los crasos paraísos de la posesión animal.
      Y ama a la prójima que de pronto se transforma a tu lado, y con piyama de vaca se pone a rumiar interminablemente los bolos de la rutina cotidiana.
Este «amar al prójimo, al animal, a la prójima», en sórdido vocativo, en aparente tono despreciativo, misógino y doméstico, en auténtico dejo irónico, suplicante también (un mandato, «mandamiento» de amor de un yo que le habla a un tú, sobre un él, una ella) y como prólogo de ¡un bestiario! (y que requeriría mayor detenimiento), no tiene nada que ver con el prólogo de Punta de plata. Los podría relacionar la idea del paraíso, cara a la obra de Juan José Arreola signada con la culpa, con la expulsión del paraíso. Los relacionaría también una especie de degradación del ser humano, acentuada en este prólogo. Pero son dos prólogos distintos.
      El prólogo de 1958, el de Punta de plata, es más extenso (nueve       párrafos), y allí habla Arreola del origen de la técnica usada magistralmente por Héctor Xavier («En el libro de Cennino Cennini la punta de plata se llama estilo») y del origen de un proyecto de «ecología profunda» realizado en la Ciudad de México. Héctor Xavier dibujó en Chapultepec; Arreola escribió en Chapultepec y también en su casa («las imágenes recordadas»). Dice en el prólogo a Bestiario de Punta de plataConfabulario, Fondo de Cultura Económica, México, 1966 (Colección Popular).
... acompañé a Héctor Xavier en algunas de sus resueltas correrías de dibujante frente a difíciles modelos [...]
      Como las estampas, los textos proceden directamente del natural y las reflexiones que los informan tienen el mismo lugar de origen: Parque Zoológico de Chapultepec. Por eso se explican algunos rasgos de la más pura obscenidad y el aroma persistente del estiércol salvaje (s/n). 
       
      Si bien los dieciocho textos se recogen en los siguientes «bestiarios» (con algunas pequeñas modificaciones de léxico y de sintaxis), el prólogo es exclusivo de Punta de plata de 1958.
      Es de gran fortuna tener entre las manos este libro álbum. En el lomo aparecen dos nombres: Juan José Arreola / Héctor Xavier. Del primero, bajo el título original de Bestiario, hay dieciocho textos; del segundo, veinticuatro dibujos. Arreola ha dicho que el «bisonte sentado» de Héctor Xavier dio lugar al proyecto. Arreola lo idea, Héctor Xavier acepta la idea y continúa su excursión a Chapultepec. Arreola lo acompaña; Héctor Xavier dibuja a los animales y también dibuja al escritor, quien, a su vez, habla del dibujante. Concluidos los avatares de ambos trazos y su conjunción, Arreola escribe su prólogo (¿en qué momento lo escribiría?). De una pincelada sintetiza el origen de la técnica punta de plata, se declara seguidor de Paul Claudel y su Bestiario espiritual (de los antecedentes de este bestiario) y aclara que no va a abrumar al lector con la historia del género, aun fuera ésta una explicación superficial de tan compleja simbología:
No es ése mi propósito, sino decir sencillamente que acompañé a Héctor Xavier en algunas de sus resueltas correrías de dibujante frente a difíciles modelos. Hemos visto Chapultepec a todas horas del día y a las bestias animadas o melancólicas: a la Grulla Real que hunde su pico de gualda entre el suntuoso plumaje y se despioja; al macho de cualquier especie que de pronto, como si despertara de un largo sueño, percibe a la hembra y la acomete (generalmente sin éxito); a los felinos que van y vienen por su jaula, como reyes encarcelados y dementes. A los monos, en fin, que muchas veces nos hicieron volver la espalda, abrumados ante tan humana estulticia... (s/n).
La punta de plata del dibujante trazó con una sola línea los animales, a los que se acercó —jaula adentro, sin rejas de por medio— Héctor Xavier. Dibujante y escritor retrataron, copiaron, reflejaron, se agobiaron también y reflexionaron con los modelos en vivo, captando su esencia singular. Un ejemplo de creación hermanada, de expansión y selección está en «Aves acuáticas»: «Entre toda esta gente [patos, gallareta, pelícano, gansas, cisnes] salvemos a la garza». Héctor Xavier la ha detenido en una línea, y Arreola exclama acerca de «toda esta gente»: «Pueblo multicolor y palabrero donde todos graznan y nadie se entiende» (p. 11). ¿Metáfora literal?
             A “La hiena”: “es difícil de aprehender”:
Animal de pocas palabras. La descripción de la hiena debe hacerse rápidamente y casi como al pasar [...] La punta de plata se resiste y fija a duras penas la cabeza del mastín rollizo, las reminiscencias de cerdo y de tigre envilecido. La línea en declive del cuerpo escurridizo, musculoso y rebajado. [...] debemos hacer una aclaración necesaria: la hiena tiene admiradores y su apostolado no ha sido en vano. Es tal vez el animal que más prosélitos ha logrado entre los hombres (p. 19).
Sin embargo, según el texto, es quien más secuaces tiene «entre los hombres».
      En «Cérvidos», el escritor ve al dibujante y analiza e interpreta el acto de su creación:
El dibujante se deja tentar por lo que tienen los ciervos de inconcluso y definitivo. [...] Héctor Xavier prefirió apoyar la estructura de estos seres ingraves en tenues ménsulas de sombra. De hecho los ha dejado casi en blanco, sin estorbar con circunstancias de paisaje la plena libertad de su ambiente. El claroscuro de las formas se resuelve en una organización reflexiva de lo sólido y lo aéreo. Y el ciervo queda capturado en el limpio espacio del dibujo. ¿Inmóvil? Si prestamos atención, algo en el dibujo se mueve (p. 21).
Al mismo tiempo, conjuga la realidad con la creación, mete a una con la otra.
      Frente a «El carabao», el escritor medita acerca de la sobriedad y la infinitud:
Frente a nosotros el carabao repasa interminablemente, como Confucio y Laotsé, la hierba frugal de unas cuantas verdades eternas [...] estilización general de la figura que se acerca un tanto al reno y al okapi. Y sobre todo los cuernos ya francamente de búfalo: anchos y aplanados en las bases casi unidas sobre el testuz, descienden luego a los lados en una noble y amplia curvatura que parece escribir en el aire la redonda palabra carabao (p. 26).
La meditación digamos filosófica remata en la escritura en el aire, captada también en la línea aérea de Héctor Xavier.
      El bestiario, iluminado con la técnica de punta de plata, es leyenda, reflexión, filosofía; es historia, memoria, experiencia del momento, una clase sobre el reino animal, los machos, las hembras, las crías; es un homenaje, una lección, un tratado; es poesía, es arte sobre el arte. El escritor ve al animal y ve también al dibujante que ve al animal. Los dibujos de Héctor Xavier con los escritos de Juan José Arreola son un retrato de resonancias, una línea que termina en palabras, se corona de signos. Un arte es punto de partida del otro que, a su vez, da pie al primero, aunque algunas veces no sepamos cuál empieza, pues van sintonizados, tomados de ambas manos en deuda con sus modelos que posan a pesar de ellos mismos, que saben (o no) que son observados, que son marco de referencia que acentúa los vicios y las virtudes del ser humano, y que, al mismo tiempo, ellos mismos tienen su historia, su propia mitología. Los 24 dibujos de Héctor Xavier y los dieciocho textos de Bestiario de Juan José Arreola son piezas perfectas en sí mismas y son una sola pieza de arte en la bisagra de Punta de plata. Los dos artistas copian al natural la fauna detenida en Chapultepec, un mundo que cumple un ciclo de vida y de costumbres cada día.
      Dice Juan José Arreola:
Entre todas las imágenes recordadas, yo prefiero la del atardecer: cuando el silbato de los guardas anuncia que ha terminado la jornada contemplativa y se inicia la enorme sinfónica bestial. Los cautivos entonces gruñen, braman, rugen, graznan, bufan, gritan, ladran, barritan, aúllan, relinchan, ululan, crotoran y nos despiden con una monumental rechifla al trasponer las vallas del zoológico, repitiendo el adiós que los irracionales dieron al hombre cuando salió expulsado del paraíso animal.
La capacidad expresiva de la lengua en la escritura de Juan José Arreola es ilimitada. Su prólogo es un entrar al paraíso del idioma español, a la armonía que él crea con el movimiento de los verbos, las palabras —rústicas, cultas, nuevas, arcaicas—, es hacer un paseo diurno por la galería de animales de Chapultepec captados en línea aérea y en un solo trazo por Héctor Xavier. Salir del zoológico con la orquesta de la fauna, con la despedida a gritos, es eco —nos dice Arreola— de la expulsión de todos los tiempos. Pero aquí es cada tarde, una vez que ha terminado el trabajo de la creación, cuando los animales despiden al día y a quienes en líneas y en letras los sacaron de las jaulas y los grabaron en Punta de plata. Al parecer, Héctor Xavier concluyó sus dibujos antes de que Arreola tuviera listos sus textos. Arreola habla de «imágenes recordadas»; dice que «los textos proceden directamente del natural y las reflexiones que los informan tienen el mismo lugar de origen»: Chapultepec. Y así fue. Ésa es la procedencia, no la hechura completa de los escritos de Juan José Arreola.
      Comenta La China Mendoza:
Pero qué libro más maravilloso, porque no tiene par. El texto no tiene comparación en la serie de la literatura en México. Aquel crucigrama que Arreola veía en los rinocerontes, junto con la perfección de Héctor Xavier, era muy importante, verdaderamente excelso; por eso digo que eran entre demonio y ángel, tenían esa dualidad de la gran creación. Eran dos cualidades en la escritura y en la pintura, de grandes relámpagos y de plácidos atardeceres.
Acertada imagen doble de «ángel y demonio», la línea de uno, la letra del otro; acertada fusión de «la musa» y «la perseverancia»; acertada opinión de María Luisa la China Mendoza sobre las dos caras de la creación, hechas una sola en Punta de plata, con el Bestiario de Juan José Arreola y los 24 dibujos de Héctor Xavier. Dijo Marco Antonio Campos: «Con la edición del bestiario de Punta de plata, Héctor Xavier y Juan José Arreola alcanzaron el momento más exacto y hermoso de la unión en libro de dibujo y texto en la literatura mexicana». 
      Con su «bisonte sentado» de punta de plata, Héctor Xavier dio la pauta. Arreola volvió a su idea del antiguo bestiario y la revivió al pensar en un libro para el que invitó a Héctor Xavier. Pero, ¿en qué momento coincidieron para su publicación dibujos y textos?
      En su «Amanuense de Arreola. Historia de Bestiario», José Emilio Pacheco cuenta que, por adelantado, la Dirección General de Publicaciones de la unam le había pagado a Juan José Arreola los textos de Punta de plata. Tendrían que entregarse a dicha dirección, a cargo de Henrique González Casanova, el 15 de diciembre de 1958. A una semana del plazo, Arreola no los tenía. El 8 de diciembre José Emilio dice que se presentó en la casa del escritor y se ofreció a copiarlos: «Me dicta o me dicta». Sin salida, Arreola le preguntó dónde y por cuál comenzar. José Emilio (dice que) le dijo: «por la cebra»: «Entonces», cuenta José Emilio, «como si estuviera leyendo un texto invisible, el Bestiario empezó a fluir de sus labios» (p. 7); el acto de la concepción «en técnica mayor del dictado» inicia ese día. El 14 de diciembre estaban listos los textos. Se entregaron a la unam —informa— el día 15. José Emilio evitó que Arreola tuviera que devolver el dinero metiendo a «La cebra» a su arca de Noé y también al camello («Camélidos»). El libro se entregó a tiempo. Mutua deuda la de Juan José Arreola y José Emilio Pacheco; entre ambos, y de manera imprescindible, Héctor Xavier. Sendas y eternas deudas a ellos por la puntual Punta de plata.
      Cuando en 1998 José Emilio Pacheco hizo su valoración de Bestiario de 1958, opinó: «Bestiario, obra maestra de la prosa mexicana y española, no es un libro escrito: su autor lo dictó en una semana. Algunos de sus textos, si la memoria no miente, son anteriores a 1958: “Prólogo”, “El sapo”, “Topos”, y quizá haya alguno posterior como “Ajolotes”». Sí, anteriores fueron «Topos», «Insectiada» y «El sapo»; «La boa» también, y más tarde «Ajolotes». Hasta aquí, de ninguna manera la memoria ha fallado. Pero me parece que el elaborado «Prólogo» publicado en el Bestiario de Punta de plata concluyó después. Si faltaban textos a principios de diciembre de 1958 (¿cuántos faltarían?), era difícil que desde antes Juan José Arreola tuviera listo dicho prólogo. En cuanto al ejemplo de dictado que da José Emilio Pacheco —«El gran rinoceronte se detiene. Alza la cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y dispara su pieza de artillería. Embiste como ariete, con un solo cuerno de toro blindado, embravecido y cegato, en arranque total de filósofo positivista»—, allí sí la memoria ha transfigurado la realidad, aunque la precisión de los hechos no modifique el valor de los resultados. Vayamos unos meses atrás.
      Ocho meses antes de que Bestiario llegara a su punto final (diciembre de 1958), la Revista de la Universidad de México publicó un avance de Punta de plata: un breve escrito a modo de prólogo (sin firma), cuatro textos de Juan José Arreola y cuatro dibujos de Héctor Xavier.  Leemos en el escrito de presentación:
Ante la imagen de un bisonte realizado por Héctor Xavier, se nos ocurrió la idea de este bestiario que incluye veinte textos y otros tantos dibujos.
      Procedimiento eminentemente clásico, la punta de plata recoge las miradas una a una y las va haciendo caer sobre el papel en un limpio juego de transparencias puras, donde la dureza y la suavidad del instrumento alcanzan un ápice de poética precisión. 
      La Revista de la Universidad nos ha dado la ocasión de ofrecer las primeras muestras de este trabajo, destinado a una ulterior publicación de conjunto. Aparecen aquí dos dibujos acabados y algunos bocetos que ayudan a comprender el proceso de la elaboración artística. La elección de un ave de rapiña, cuyo texto no figura aquí, se debe a razones de orden técnico.
      Lo mismo que las imágenes, los textos proceden directamente del natural, y las reflexiones que los informan tienen el mismo lugar de origen: Parque Zoológico de Chapultepec. Así se explican en ellos algunos rasgos de la más pura obscenidad y el aroma persistente del estiércol salvaje (p. 6).
Estas líneas de marzo de 1958 —sin autoría explícita, pero escritas por Juan José Arreola— son antecedente del prólogo de Punta de plata. Hay variantes entre uno y otro texto y su autor dice que el «bestiario» contiene veinte escritos y el mismo número de dibujos, lo que finalmente no fue así. Ya lo hemos visto, son dieciocho textos de Juan José Arreola y veinticuatro dibujos de Héctor Xavier. En una entrevista de 1981 dijo Héctor Xavier a Alberto Dallal:
... puedo afirmar que el bestiarioPunta de plata fue realizado dentro de las jaulas del zoológico de Chapultepec. No era yo un espectador, no tomaba fotografías ni filmaba, sino que me hallaba adentro, en directo, para sentir la presencia del animal, lo respiraba, y digo respirar porque aún percibo a lo que huele, lo que suda, su calor, todo. Asumía y forjaba toda su visión, no tan sólo óptica sino orgánica.
Juan José Arreola había escrito (líneas de la Revista de la unam y prólogo de Bestiario) sobre «algunos rasgos de la más pura obscenidad y el aroma persistente del estiércol salvaje».
      A sesenta años de Bestiario —1958-2018—, perviven el olor, el movimiento, la línea aérea de Héctor Xavier y las líneas eternas de Juan José Arreola. Punta de plata es el libro álbum mexicano más dorado de letras y dibujos de dos artistas que se dieron la mano. A José Emilio Pacheco se le debe que haya llegado a tiempo al taller de Gutenberg.
Punta de plata [Cuatro textos de Juan José Arreola y cuatro dibujos de Héctor Xavier]
      Revista de la Universidad de México, núm. 7, marzo de 1958: 6-7.
1. Las focas
      2. La hiena
      3. El hipopótamo
      4. El rinoceronte
      Punta de plata [18 textos de Juan José Arreola & 24 dibujos de Héctor Xavier]
      Juan José Arreola, Bestiario. Universidad Nacional Autónoma de México, México,1958.
Prólogo («En el libro de Cennino Cennini la punta de plata se llama estilo»).
  1. El rinoceronte
        2. Aves acuáticas
        3. El hipopótamo
        4. Las focas
        5. La cebra
        6. La hiena
        7. El bisonte
        8. Cérvidos
        9. Aves de rapiña
      10. El avestruz
      11. El carabao
      12. Felinos
      13. El búho
      14. La jirafa
      15. El oso
      16. El elefante
Bestiario en Obras de J.J. Arreola.Joaquín Mortiz, México, 1972. Sección «Bestiario». Misma sección (textos y distribución; algunas modificaciones de léxico y sintaxis) que la de Confabulario total de 1962 y Confabulario de 1966.
Prólogo («Ama al prójimo desmerecido y chancletas. Ama al prójimo maloliente, vestido de miseria y jaspeado de mugre…»).
  1. El rinoceronte [1]
        2. El sapo (Confabulario, 1952)
        3. El bisonte [7]
        4. Aves de rapiña [9]
        5. El avestruz [10]
       6. Insectiada  (Confabulario, 1952)
        7. El carabao [11]
        8. Felinos [12]
        9. El búho [13]
      10. El oso [15]
      11. El elefante [16]
      12. Topos  (Confabulario, 1952)
      13. Camélidos [17]
      14. La boa  (Confabulario, 1955)
      15. La cebra [5]
      16. La jirafa [14]
      17. La hiena [6]
      18. El hipopótamo [3]
      19. Cérvidos [8]
      20. Las focas [4]
      21. Aves acuáticas [2]
      22. El ajolote  (Confabulario
            total, 1962)
      23. Los monos
23 textos de Juan José Arreola.
      17. Camélidos
      18. Los monos
18 textos de Juan José Arreola.
      Juan José Arreola / Héctor Xavier, Punta de plata. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1958, s/n [sin numeración].
      José Emilio Pacheco, «Amanuense de Arreola. Historia de un bestiario». Tierra Adentro, núm. 93, 1998: 4-7.
Bestiario, en Obras completas de J.J. Arreola, Joaquín Mortiz, México, 1972. La sección «Bestiario», en pp. 7-43.
      Confabulario total [1941-1961], Fondo de Cultura Económica, México, 1962. La sección de «Bestiario», en pp. 28-46.
  Confabulario, Fondo de Cultura Económica, México, 1966 (Colección Popular).
      Confabulario,Fondo de Cultura Económica, México, 1952.
Confabulario yVaria invención, Fondo de Cultura Económica, México, 1955 (Letras Mexicanas,2).
      Este prólogo aparece en el número monográfico que la revista de la Biblioteca de México dedicó en 2002 a Juan José Arreola (Biblioteca de México, núms. 67-68, 2002, pp. 44-53). Con el prólogo reproducen ocho textos de Juan José Arreola: «El rinoceronte», «El hipopótamo», «Las focas», «La cebra», «La hiena», «Aves de rapiña», «Los monos». Se basan en la reimpresión facsimilar de 1993, de Punta de plata / Bestiario. Esto es, en Juan José Arreola / Héctor Xavier, Punta de plata. Bestiario, Coordinación de Difusión Cultural, Universidad Nacional Autónoma de México, México,1958, reimpresión facsimilar de 1993.
María Luisa Mendoza, «Una raya de plata», en Héctor Xavier. El trazo de la línea y los silencios, Angélica Abelleyra y Dabi Xavier, coords., Universidad Veracruzana, Xalapa, 2016, p. 63.
    Marco Antonio Campos, «Un espíritu marino», El trazo de la línea y los silencios, p. 69.
    Emilio Pacheco, «Amanuense de Arreola. Historia de Bestiario», en «80 años de Arreola», número monográfico de Tierra Adentro, núm. 93, 1998, pp. 4-7.
    Cita José Emilio Pacheco: «Para el macho que tiene sed, el camello guarda en sus entrañas rocosas la última veta de humedad: para el solitario, la llama afelpada, redonda y femenina, finge los andares y la gracia de una mujer ilusoria» (p. 7); «el macho» no aparece en la edición de Punta de plata ni en las de Bestiario del 62, el 66 y el 72.
    Punta de plata, textos de Juan José Arreola, dibujos de Héctor Xavier, en Revista de la Universidad de México, núm. 7, marzo de 1958, pp. 6-7.
    Lo he tomado de «Uno se hace de la vida de los otros aunque se resistan. Entrevista de Alberto Dallal» (El trazo de la línea y los silencios, p. 31), que a su vez, informan las coordinadoras del libro, lo toman de la revista electrónica Imágenes (Instituto de Investigaciones Estéticas, unam, noviembre de 2010).

Juan José Arreola y la poesía

Otoño/2018
Luvina
Juan Domingo Argüelles

Entre 1971 y 1972, la editorial Joaquín Mortiz, con su fundador Joaquín Díez-Canedo al frente, publicó, en unas hermosas ediciones rojas, la colección que dio en llamar Obras de J.J. Arreola, en la cual vieron la luz (en versiones definitivas e insuperables, y hoy imposibles de conseguir) los libros emblemáticos del autor jalisciense: ConfabularioVaria invenciónBestiario y La feria, y el hasta entonces inédito Palindroma. En el plan de las ObrasConfabulario y Palindroma aparecieron en junio de 1971; Varia invención y La feria en noviembre de ese mismo año, y Bestiario hasta julio de 1972.
      En esta colección se reeditaron varias veces, pero de acuerdo con el plan editorial, se anunciaron, también, en las solapas y en la cuarta página de cada uno de los títulos, cuatro libros que jamás se publicaron y que, como es obvio, nunca se escribieron: Arte de letras menoresMemoria y olvidoHombre, mujer y mundo y Poemas y dibujos.
      En la bibliografía adicional de Arreola vinieron después La palabra educación (1973), texto ordenado y dispuesto por Jorge Arturo Ojeda, a partir de la «prosa oral» del autor; Y ahora, la mujer... (1975), texto ordenado y dispuesto para su publicación igualmente por Ojeda, con las mismas características del anterior, y, finalmente, Inventario (1976), una recopilación de breves artículos que Arreola publicó originalmente en una columna diaria («De Sol a Sol»), en el diario El Sol de México, entre 1975 y 1976, por iniciativa del entonces director del diario, Benjamín Wong Castañeda, a quien Arreola dedica el libro.
      Acerca de los libros anunciados y nunca publicados, poco se sabe. Lo que Arreola refiere, en El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, libro que Orso Arreola publicó en 1998 con motivo de los ochenta años de su padre, es de qué manera sus obras pasaron del Fondo de Cultura Económica a Joaquín Mortiz: «Cuando Arnaldo Orfila Reynal tuvo que dejar la dirección del Fondo en manos de Salvador Azuela, por las presiones políticas y económicas que ejerció de manera directa el presidente Gustavo Díaz Ordaz, varios de sus colaboradores, entre ellos Joaquín Díez-Canedo, presentaron su renuncia. Más tarde este último formó su editorial Joaquín Mortiz. Poco tiempo después, por solidaridad, tramité y obtuve legalmente la liberación de mis derechos de autor del Fondo y pasé mis libros a la nueva editorial de mi amigo Joaquín... Me costó mucho trabajo hacer todo esto, pero en la parte legal conté con la ayuda brillante y decidida de mi amigo Arturo González Cosío, quien logró, con la intervención final de Agustín Yáñez, que yo retirara mis libros del Fondo. Lo increíble de toda esta historia es que Agustín tuvo que tratar mi asunto en acuerdo con Díaz Ordaz, a quien le comentó mi decisión de retirarme del Fondo, ante lo cual Díaz Ordaz no hizo otra cosa que proferir insultos y majaderías en contra de mi persona».
      De los cuatro libros de Arreola anunciados por Joaquín Mortiz, y que nunca se publicaron, mi expectativa mayor se centró siempre en Poemas y dibujos. En El último juglar, el autor de La feria se refiere constantemente a la poesía y a los poetas, a su devoción por la palabra poética como esencia del idioma y al hecho de que poesía sea igual a verdad. «Toda mi vida he recitado poesía en voz alta», decía, y justamente Poesía en Voz Alta se llamó el programa emblemático que impulsó en la Casa del Lago de la unam en 1956. Pero siempre me pregunté cómo pudo ser aquel libro, Poemas y dibujos, y, en cierta forma, muchos años después, dos cosas me lo revelaron, si no con exactitud, sí con alguna aproximación.
      La primera de ellas es que, en 1996, la Secretaría de Cultura de Jalisco publicó, con un proemio de Artemio González García, el breve libro de poesía (apenas sesenta páginas) Antiguas primicias, en el que el oxímoron ya anuncia de qué trata: poemas de adolescencia y juventud, textos de circunstancias, especialmente décimas y sonetos, la mayoría escritos entre los diecisiete y los treinta años, y algunos (muy pocos) después de los cuarenta. La segunda revelación está precisamente en El último juglar, en cuyas páginas Orso Arreola incluyó algunas tintas y acuarelas de su padre, entre las que destacan dos autorretratos (1969 y 1971) y un Homenaje a Charles Baudelaire (1973).
      Parece claro que el inexistente libro Poemas y dibujos debía ser, para Arreola, el remate de sus Obras, un remate que, en 1971, aún no tenía, pero que pensaba conseguir en tanto avanzaba con Arte de letras menoresMemoria y olvido y Hombre, mujer y mundo que, como ya dijimos, también se quedaron en proyectos. Y no es difícil comprender por qué estos libros sólo existieron en el deseo y en la fértil imaginación de su autor, si éste de antemano hizo la siguiente «confesión melancólica»: «No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka».
      Podría argumentarse que esta declaración (no haber tenido tiempo de ejercer la literatura) era tan sólo una ironía o, en todo caso, una hipérbole muy del estilo arreoleano. Sin embargo, hay que recordar que Arreola dejó de escribir en 1971: Palindroma, que apareció en ese año, fue su último libro, y los anteriores aparecieron en el siguiente orden: Varia invención (1949), Confabulario (1952), Bestiario (1958) y La feria(1963). En veinte años escribió una obra prodigiosa y después guardó la pluma para siempre, salvo por contadas páginas y no precisamente de narrativa. Por ejemplo, su libro exegético sobre Ramón López Velarde y La suave Patria.
      Memoria y olvido, como es obvio, era el título de sus memorias, de una autobiografía de la que sólo se conservan las cuatro páginas intituladas «De memoria y olvido» con las que se presenta, a manera de proemio, en la edición definitiva de Confabulario, justamente en 1971. Ahí está el arranque de la maestría verbal en oralidad y escritura: «Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años...». Pero ahí está también, y esto no suele señalarse, el autor que da por cerrada su obra, aunque haya inventado cuatro títulos más que ya no escribiría: otra forma magistral de despedirse: borgesianamente.
      Advirtió: «Al emprender esta edición definitiva, Joaquín Díez-Canedo y yo nos hemos puesto de acuerdo para devolverle a cada uno de mis libros su más clara individualidad. Por azares diversos, Varia invenciónConfabulario y Bestiario se contaminaron entre sí, a partir de 1949. (La feria es un caso aparte). Ahora cada uno de esos libros devuelve a los otros lo que no es suyo y recobra simultáneamente lo propio. Este Confabulario se queda con los cuentos maduros y aquello que más se le parece. A Varia invenciónirán los textos primitivos, ya para siempre verdes. El Bestiario tendrá Prosodia de complemento, porque se trata de textos breves en ambos casos: prosa poética y poesía prosaica. (No me asustan los términos). ¿Y a quién finalmente le importa si a partir del quinto volumen de estas obras, completas o no, todo va a llamarse Confabulario total o Memoria y olvido? Sólo me gustaría apuntar que, confabulados o no, el autor y sus lectores probables sean la misma cosa. Suma y resta entre recuerdo y olvidos, multiplicados por cada uno».
      Nada dijo entonces Arreola de Palindroma, porque justamente éste fue el único libro inédito que entregó a Joaquín Mortiz. Era un libro sin historia, a diferencia de Varia invenciónConfabularioBestiario y La feria, que ya tenían pasado y lectores. Nada dijo, tampoco, sobre los demás libros que aparecerían «a partir del quinto volumen», porque no había nada que decir acerca de unas obras que ni siquiera existían. Lo cierto es que la poesía de Arreola ya estaba escrita y se encontraba en La feria y en sus demás libros, amparada en la certeza que podemos leer en El último juglar: «Yo siento desde niño lo que es el soplo de la poesía, de ese viento que ordena las palabras».
      Por eso, cuando en 2001 publiqué la antología Dos siglos de poesía mexicana: Del xix al fin del milenio(Océano), al incluir a Juan José Arreola elegí dos de sus poemas en prosa que me parecen insuperables: «Homenaje a Otto Weininger» y «Gravitación», de sus «Cantos de mal dolor» de la edición definitiva de Bestiario, y, para mostrar su incursión en el verso y, particularmente, en las formas métricas clásicas y rimadas, el soneto «A don Julián Calvo, enviándole mis cuentos», una composición de 1949 que, como es lógico, acompañó un ejemplar de su primer libro: Varia invención.
      Tengo la certeza de que el poeta Juan José Arreola fue infinitamente superior en la prosa poética que en el verso, y él lo sabía. En el texto de presentación de sus Antiguas primicias escribió: «La publicación de estos versos no tiene disculpa, pero sí explicación. Acompañados de notas oportunas debían constituir un Ars poetica. Nada menos, y formar parte de mis memorias. Confesional por naturaleza a partir de San Agustín, no quiero irme de este mundo sin decir quién soy, aunque a nadie le importe. Salvo a mí mismo, porque no he podido ser el hombre que quise, que tal vez soñé y todavía quiere ser, para no saludarlo con tristeza en el último momento de mi vida. [...] Todos los hombres somos capaces, en algún momento de nuestra vida, de escribir un buen poema, y esto ya lo dijo, previsiblemente, Borges. Perdón, porque caigo aquí en una de mis redes-trampas predilectas: cada uno de nosotros somos todos: los que quisieron escribir un poema, aunque no fueran Shakespeare o Quevedo».
      «Pecados poéticos, cometidos desde la infancia inocente hasta la primera juventud irresponsablemente lírica y erótica». Así denomina Arreola sus tentativas y sus hallazgos, que también los tiene en el verso, pero que no le alcanzan para superar su prosa. En algunos de sus sonetos y en varias décimas se advierte la influencia inmediata de la lectura fervorosa que hizo de Pellicer, quien, por cierto, le dedicó un par de sonetos definiéndolo así: «Tú, que dices las cosas desde el vaso / donde se bebe el día entre diamantes». En El último juglar refiere cómo y cuándo conoció a Pellicer y de qué modo el gran poeta tabasqueño le entregó sus manuscritos de Práctica de vuelo para que los ordenara y los pusiera en limpio. Pellicer fue una figura tutelar para Arreola. Como el gran lector que fue, Arreola supo descubrirnos algunos de esos momentos insuperables de la poesía de Pellicer, que puso como epígrafes en sus libros. Por ejemplo, el «...mudo espío / mientras alguien voraz a mí me observa», en el pórtico de Confabulario, y el «...moverán prodigiosos miligramos», que no sólo hace las veces del epígrafe del memorable cuento, sino que también le da título («El prodigioso miligramo»), que es parte igualmente de Confabulario.
      En la sección «Prosodia» de la edición definitiva de Bestiario, Arreola nos dejó también algunos poemas en prosa de excelente factura, como «Elegía», «Loco de amor», «El soñado», «La canción de Peronelle» y «Apuntes de un rencoroso». Yo prefiero siempre el «Homenaje a Otto Weininger» de los «Cantos de mal dolor». Pero, también, tengo enorme debilidad, gran inclinación, por un soneto arreoleano de estirpe quevediana, que en 1971 publicó en su columna de El Sol de México y que, de alguna manera, nos entrega la imagen más íntima, metafísica y angustiada de este gran creador de sueños e invenciones:
Combatido por vientos y mareas,
      sitiado por humanas tempestades,
      sólo distingo sombras de verdades
      en el confuso mar de mis ideas.
Tú por quien soy me salves y me veas
      devuelto a Tus angélicas ciudades.
      Alcánzame en la sombra claridades
      y ocúltame al afán vanas preseas.
Soy como el pez de los abismos, ciego.
      A mí no llega el esplendor de un faro.
      Perdido voy en busca de mí mismo.
En la noche final del desamparo
      sólo me queda voz para este ruego:
      ¿Dirás por fin mi voz desde el abismo?
Este soneto lo acompañó su autor con el siguiente mensaje: «Perdónenme todos ustedes; a veces siento ganas de rezar. Y en el momento crítico, echo mano a jaculatorias infantiles: “Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal...”. Ahora he sacado, no sé por qué, este viejo soneto mío. Lo escribo de memoria, por primera vez, en una hoja de papel». En Antiguas primicias el soneto está fechado en 1949, pero la versión que ahí se incluye es inferior a la que reproduzco de las páginas de Inventario.
      Quizá nunca como en La feria Arreola fue más poeta. Todo el libro, toda esta novela atípica, inclasificable, es un largo poema coral del pueblo de Zapotlán. Pero, también, nunca como en La feria y en sus otros cuatro libros, fue tan prodigioso narrador de prodigiosos miligramos. Sus cuentos son extraordinarios y por ello se comprende que hayan tenido no sólo la aprobación, sino la admiración de Borges.
      Lo cierto es que la poesía siempre acompañó a Juan José Arreola. La leyó y la veneró. Amó el idioma como pocos y, como pocos, fue fiel en ese amor. En sus «Aproximaciones», última sección de Bestiario, tradujo libremente en prosa a Jules Renard, O. V. de Lubicz Milosz, Pierre-Jean Jouve, Henri Michaux, Francis Thompson y, muy especialmente, a Paul Claudel. En verso, trasladó al español poemas de Lanza del Vasto y Gérard de Nerval. De este último le obsesionó el inmortal soneto «El desconsolado» (ese que empieza así: «Soy el tenebroso, el viudo, el desconsolado / príncipe de Aquitania en su torre baldía. / Mi sola estrella ha muerto, mi laúd constelado / el negro sol ostenta de la melancolía»), que una y otra vez corrigió.
      En uno de sus últimos sonetos metafísicos («Sein und Zeit»), dedicado a Octavio Paz, y escrito en noviembre 1977, concluyó: «Yo soy la eternidad que se recrea / al hacer en mi ser otro segundo». La poesía no lo abandonó porque él tampoco la dejó: su prosa es poética siempre, y lo que él llama su «poesía prosaica» posee una gran intensidad. «Veo en el estro poético la manifestación más auténtica del espíritu creador y la razón de que haya otro lenguaje», dijo en una entrevista.
      Su obra pudo ser más vasta, pero si no escribió aquellos libros que imaginó y deseó escribir no fue por pereza, sino por fascinación de la existencia, como él mismo aseguró: «Procuro no escribir ni leer, preso de fascinación ante la misma vida». Y sentenció: «He escrito poco porque me limito a extender la mano para cortar frutos más o menos redondos. Sólo en casos muy contados he hostigado una idea».

Arreola proteico*

Otoño/2018
Luvina
Felipe Vázquez

Constructor de sí mismo
Una mente curiosa y de múltiples aristas. Un hombre atraído por innumerables cosas. Un hacedor de objetos que posee la finura y la precisión de un miniaturista. Un enamorado que imanta de pasión lo que toca. Un escritor que aborda los géneros y los metamorfosea para crear el género varia invención. Un moralista de mirada irónica que, desde la ficción, hace una de las críticas más devastadoras a la condición apocalíptica del hombre. Un espíritu obsedido por lo absoluto, que supo tejerlo con delicadeza en la textura del texto y, así, elevó su literatura a la región de lo imposible. Un autodidacto que dictaba cátedra en las aulas universitarias. Un conversador que hipnotizaba a su auditorio gracias a su vasta cultura, a su memoria prodigiosa y a la articulación precisa de las cláusulas sintácticas. Un escritor cuyos talento y  generosidad  para transmitir sus conocimientos le permitieron formar a varias generaciones de escritores. Hablo de Juan José Arreola, un hombre múltiple, transido por la pasión, en continua búsqueda de su propio ser y en constante construcción de sí mismo.
Escritor imposible
Arreola pertenece a una estirpe de escritores que, en su creación, aspiran a lo absoluto. Son escritores imposibles porque, a diferencia de los posibles, cumplen su destino de poetas como si fuera una condena. Conciben la vida y la poesía como una sola expresión de ser y padecen la desgarradura que se abre entre ambas debido a las necesidades que exige la prosa del mundo. Tensan el lenguaje hasta el límite de sus capacidades semántica, fónica, sintáctica y plástica. Pulsan la poesía incluso desde la prosa y, aunque no hayan hecho versos, no se les puede negar el título de poetas. Realizan una obra breve, a veces fragmentaria, a veces inconclusa, pero siempre signada por la perfección, la belleza y la orfandad. Logran que el silencio resuene en las palabras y que las palabras mismas sean una forma de silencio. Cifran una visión que antes de ellos parecía imposible, pues poseen eso que —a falta de mejores palabras— he llamado intrepidez espiritual. Y en algún momento de la vida renuncian a la literatura, pues, al tocar las cuerdas del silencio desde el lenguaje, el silencio a su vez se les impone como un muro o un vacío infranqueables. Éstas son algunas características que los definen. En la tradición mexicana, José Gorostiza, Juan Rulfo y Arreola pertenecen a esta estirpe que trata de arrancarle un relámpago a la noche. Su misión es poner una cosa inédita en el mundo: decidir la tradición lírica templando las cuerdas de esa misma tradición y de tradiciones otras cuyas propuestas pudieran nutrirla e incluso renovarla.
      Desde la médula de su poesía, algunos escritores hacen que las palabras desemboquen en el silencio y, en ese mismo movimiento, el silencio resuena en las palabras hasta que se impone como una imposibilidad creadora para el poeta. Esto explica que hayan dejado de escribir en la plenitud de su actividad creadora y que, al morir, Gorostiza, Rulfo y Arreola llevaran alrededor de treinta años sin escribir literatura. Sigmund Méndez refiere juicios similares en La escuela mexicana del silencio. Ensayos de metapoética (2012), donde, además de incluir a los escritores que he mencionado, agrega a Díaz Dufoo hijo, Julio Torri y Alí Chumacero. Méndez nos muestra que en la lírica mexicana hay una estirpe de escritores cuya poesía los hizo cruzar el límite donde las palabras coinciden con el silencio y donde su condición de escritores queda suspendida porque la escritura se les impone como una imposibilidad.
Inventor del género varia invención
 Gran lector de poesía, enamorado de las formas cerradas y estables, y degustador de la música de la lengua en los versos perfectos, Arreola prefirió el soneto y la décima para escribir poemas, pues le permitían labrar el objeto verbal de acuerdo con su talante de artesano, de miniaturista y orfebre apasionado por los acabados elegantes. Dio la espalda a la vertiginosa metamorfosis formal de la poesía del siglo xx; pero si fue indiferente a la condición crítica de la poesía moderna a la hora de versificar, en la prosa, en cambio, asimiló algunas de las propuestas más radicales de las vanguardias literarias y realizó prosas que establecían nuevas fronteras formales, pues estaban escritas a caballo entre el cuento, el poema, la epístola, el ensayo de ficción, la crónica, la biografía, la entrevista, el diario, la receta culinaria, el epitafio, el bestiario, la reseña literaria, el anuncio comercial, la hagiografía y otros géneros y subgéneros. Las versiones definitivas de Varia invención, Confabulario, Bestiario, La feria y Palindroma, publicadas por la editorial Joaquín Mortiz entre 1971 y 1972, son su jugada maestra en el ajedrez de la literatura. No pocos textos de las obras citadas han sido analizados como cuentos, pero son, en su mayoría, poemas en prosa que pueden ser leídos también como cuentos, biografías imaginarias, epitafios, bestiarios, etcétera. En cada poema en prosa convergen géneros literarios y paraliterarios, y recursos como el humor, la paráfrasis, la reticencia, la literalidad, la cita, la ambigüedad de alta tensión, la intertextualidad, la parodia, la escritura en segundo grado, la fragmentariedad, la elisión y muchos recursos más de sus estrategias narrativas. Este mestizaje formal y esa manera de pulsar la prosa lo llevan a inaugurar el género varia invención: textos de fronteras genéricas convergentes, híbridos debido a la hipertextualidad que subyace en ellos a modo de palimpsesto y lúdicos en los bordes de su negavitidad intrínseca. En su prosa de ficción, Arreola fue un poeta de vanguardia.
La pulsión proteica
Antonio Alatorre escribe que el adjetivo «entusiasta» es el que mejor define a Juan José: «Ese Arreola que me cayó del cielo chorreaba entusiasmo». Ambos se conocen en la ciudad de Guadalajara durante el verano de 1944, cuando Arreola era jefe de circulación de El Occidental y Alatorre colaborador externo del mismo periódico. De inmediato se inicia una amistad cohesionada por la literatura y por intereses intelectuales comunes. En junio de 1945 editan la revista Pan, y hacia mayo de 1946, cuando Juan José vuelve a nuestro país después de incursionar en la Comédie Française, los vemos laborar —instalados ahora en la Ciudad de México— en el Fondo de Cultura Económica como correctores de pruebas, editores y traductores. En esos años decisivos y fulgurantes, la actividad editorial y teatral de Arreola es intensa pero también lo es su tarea de escritor, iniciada en 1941, cuando escribe el cuento «Hizo el bien mientras vivió», y que se formaliza en noviembre de 1946, cuando se publica su primer libro: Gunther Stapenhorst, que incluye dos cuentos: el que da título al libro y «El fraude».
      Refiero estos años porque son decisivos para él: renuncia a ser hombre de teatro, descubre su vocación de editor y maestro («Arreola fue mi maestro», escribió Alatorre) y se decide por la literatura. En poco tiempo se establece como un autor definitivo: el Fondo de Cultura Económica le publica Varia invención en 1949 y Confabulario en 1952, libros que —y en esto coincido con Lauro Zavala— inauguran el cuento moderno en la literatura mexicana. De manera simultánea, en 1950 inaugura su primera editorial: Los Presentes.
      Arreola se desdobla sobre sí mismo y crea una personalidad de rostros diversos. En un prefacio autobiográfico publicado por vez primera en el Confabulario de 1966 —titulado «De memoria y olvido» en las siguentes ediciones— refiere un puñado de oficios y empleos que le habían permitido sobrevivir desde la adolescencia. Sin embargo, el devenir laboral del autor de La feria es rico y heterogéneo, pues por necesidad, curiosidad y vocación, fue encuadernador, impresor, tepachero, panadero, carpintero, vendedor ambulante, empleado de banco, granjero; recitador oficial en su pueblo, actor, locutor de radio, figura de televisión, conferenciante; periodista, editor de sección de periódico, columnista, corrector de estilo, editor, traductor, inventor de revistas (Eos, Pan, Mester), creador de editoriales (Los Presentes, Cuadernos del Unicornio, Libros del Unicornio, Ediciones de Mester); poeta, cuentista, dramaturgo, novelista, ensayista; jugador de ping-pong, ciclista, pintor, ajedrecista, promotor de torneos de ajedrez; creador de talleres literarios, profesor de teatro y literatura, funcionario universitario y escritor formador de escritores. Cuando nos asomamos a su biografía y descubrimos las múltiples caras de su vida, su pulsión proteica, comprendemos que, en efecto, era El Entusiasta. Hoy podemos adivinar su curiosidad, su júbilo emprendedor y su vitalidad creadora cuando vemos los documentales y programas de televisión que realizaría muchos años después: su discurso —apoyado por un lenguaje corporal categórico— está acentuado por la pasión, pasión en su doble sentido: agónico y de entrega, pues en él vemos de manera simultánea a un hombre atormentado y a un entusiasta vehemente.
Al margen del teatro
Cuando hablo de su renuncia a ser hombre de teatro, me refiero a que no se dedicó de manera definitiva a ser actor, dramaturgo o director. La juventud de Arreola estaba penetrada por el teatro y parecía que su destino estaba en las tablas. El primero de enero de 1937, a los dieciocho años, llega solo a la Ciudad de México para estudiar teatro e ingresa de golpe a la primera línea: sus maestros serán Fernando Wagner, Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli; luego trabajará en la compañía del Teatro de Medianoche de Usigli y, cuando ésta quiebra, decide olvidarse del mundo teatral. El 8 de agosto de 1940 regresa a Zapotlán con un gran resentimiento, pues además salía de una relación amorosa muy conflictiva. En esa ocasión decide renunciar al teatro. Sin embargo, cuando llega la Comédie Française a Guadalajara en junio de 1944, hace revivir en él su pasión por las tablas y logra entrevistarse con Louis Jouvet. Producto de esta entrevista es la invitación del director de la compañía a estudiar teatro en París, hecho que sucedió entre noviembre de 1945 y abril de 1946, mes en que regresa debido a sus problemas de salud, agravados por el invierno y la escasez de alimentos en la Francia de la posguerra. Esta situación lo decide a no dedicar su vida al teatro, no obstante que en los años siguientes dará clases de arte dramático, actuará esporádicamente en escenarios y locaciones de cine, escribirá dos obras dramáticas: La hora de todos. Juguete cómico en un acto (1954) y Tercera llamada ¡tercera! O empezamos sin usted (Farsa de circo, en un acto) (1971), e iniciará la aventura teatral de Poesía en Voz Alta en 1956.
Arreola actúa el papel de Arreola
 Su formación actoral, primero como recitador desde la infancia y luego en la Escuela de Teatro de Bellas Artes, se manifestará de diversas formas en su vida y su literatura. A partir de 1950 se volvió personaje de sí mismo y muchas veces Arreola actuaba el papel de Arreola, muy evidente cuando se volvió protagonista en los medios. El desprecio de no pocos intelectuales por el contenido fútil y mendaz de los medios masivos de información propició que algunos lectores y críticos percibieran cierta frivolidad en el escritor, hecho que afectó la recepción de su obra literaria, pues deslizaron hacia los textos lo que erróneamente percibían en Juan José.
      Debo precisar, sin embargo, que el personaje Arreola es idéntico al hombre Arreola, pues logró fusionarse consigo mismo: su autenticidad nacía de la conciencia de haberse construido una identidad. En cierto punto de la vida, nos hemos inventado y somos personajes de nosotros mismos, pero casi nunca lo descubrimos porque no hemos sido conscientes de esa invención, actuamos nuestro personaje sin saberlo y, como el personaje de Julio Torri que era mal actor de sus emociones, somos malos actores de nosotros mismos y de nuestra vida. Pero Juan José no sólo era buen actor de sí mismo sino de sus emociones —que eran intensas y a veces tormentosas al grado de parecer inverosímiles—, y esto, aunado a su imagen mediática, quizás provocó que su obra quedara ligeramente eclipsada. En realidad, y pese a la actitud despectiva de algunos intelectuales, la presencia poderosa de la obra arreolina se había impuesto desde la década de 1950 y, para cuando se convirtió en figura de televisión (a partir de 1970), había ya contribuido a transformar de manera decisiva la literatura mexicana y varias generaciones de escritores se habían formado al amparo de la varia invención y de la confabulación.
      La obra permanece porque cada generación de lectores redescubre con asombro a un autor excepcional; y cada generación de críticos y traductores muestra la riqueza, la complejidad, la singularidad y la trascendencia de la invención arreolina. Basta asomarse a las ediciones anuales, sean en español o en otras lenguas, para constatar su presencia perdurable en el horizonte de la literatura.
Un espíritu confesional
 La actuación lleva implícita la presencia de un escenario, un público y un guion. Esta estructura estaba en la conciencia íntima de Arreola, pues la proyectó en gran parte de sus textos. De algún modo, él se proyectaba en esos personajes ficticios que actuaban un papel en la plaza pública, la estación del tren, la calle, el autobús, la biblioteca o el cine; incluso la alcoba y otros espacios cerrados están concebidos como escenarios donde se adivina la presencia de un espectador, incluido el lector mismo. En este sentido es revelador el epígrafe del Confabulario (palabra donde anidan los verbos fabular y confabular):     «...mudo espío, / mientras alguien voraz a mí me observa». Si consideramos los Confabularios que se publicaron desde 1952 con variable contenido pero idéntico epígrafe, diremos que la trama de los textos, en esta perspectiva, plantea un conflicto tremendo y reversible entre actores y espectadores cuya conclusión sólo podría ser la sentencia de Garcin en A puerta cerrada de Sartre: «el infierno son los otros». El cuento «Parturient montes», que apareció al frente de Confabulario desde la edición de 1955, es representativo tanto de la situación intolerable entre el actor y su público como de la estructura diegética de muchos de sus textos.
      De manera velada, Arreola proyectaba su temperamento confesional en diversos personajes, pues el tono y el contenido de muchos parlamentos tienen el carácter de una confesión pública. En varias ocasiones afirmó que toda su obra era una inmensa confesión y él mismo, estuviera en las aulas universitarias o ante las cámaras de televisión, exhibía ante el público su alma contrita. «Pertenezco al orden de los confesionales, de los agustines, de los villones y de los montaignes en miniatura que no acaban de morirse si no cuentan bien a bien lo que les pasa: que están en el mundo y que sienten el terror de irse sin entenderlo y sin entenderse», le dice a Emmanuel Carballo en una entrevista. En su estructura psíquica de cristiano católico, un continuo sentimiento de culpa lo impelía a realizar un examen de conciencia y éste lo obligaba a buscar una suerte de perdón mediante el relato de sus faltas. Y como he señalado, esta estructura de comportamiento se proyectó en la dinámica actancial de sus textos: Arreola revelaba su ser tanto en la actuación confesional como, de manera paralela y sublimada, en la confesión actuada de sus personajes.
La concepción trágica del mundo
      Arreola era un hombre de contradicciones íntimas y extremas. Una noche de febrero de 1941, de regreso de la Ciudad de México a Zapotlán, sufre una afección del aparato digestivo y, aunada a una crisis nerviosa y a la angustia nacida de un descalabro amoroso, la enfermedad se vuelve crítica: «Desde el día siguiente», dice, más de medio siglo después, «mi vida cambió, he sido otra persona hasta el día de hoy. Esa noche en Morelia me convertí en el enfermo que soy». Alimentada luego por la culpa, el remordimiento y el desengaño, esa enfermedad se manifestará, rigurosa o latente, a lo largo de su vida. En los cientos de entrevistas que concedió podemos hallar, en frases reveladoras, las mortificaciones de su conciencia: «Soy un desollado vivo», «Mi paso por la vida me abruma porque la vida es atroz», «Soy un destructor de la felicidad [...] Ignoro de dónde extraigo mi vitalidad para destruirme a mí mismo», «Mi aspiración ha sido perderme», «Soy un hombre remordido. Todo lo que he hecho en mi vida [...] está imbuido de complejo de culpa», «En la literatura y en la vida, sigo en el infierno». Desde sus diarios de 1941 hasta la última entrevista podemos rastrear esas declaraciones de una conciencia atormentada.
      Aunque fue un hombre transido por la desgarradura, su vitalidad, su pasión por la belleza, su talante aristocrático y su afrancesamiento parecían contradecirlo; por eso algunos de sus amigos se referían a él como el hombre que no podía ser desdichado. Sin embargo, lo afligía un continuo sentimiento de culpa, la fijación apocalíptica de los seres humanos a lo largo de la historia le causaba mucho pesar, sufría de antemano el sufrimiento que pudiera ocasionar a otros debido a su propia inestabilidad emocional, e incluso sus propios textos llegaron a causarle pesadumbre —como lo refiere en «La implantación del espíritu», ensayo que es al mismo tiempo un examen de conciencia y una confesión. Ahora bien, ¿cómo escribe un hombre cuya vida está permeada por la enfermedad?
      Vivir en la enfermedad implica una continua conciencia de la muerte y, al cabo, esta vigilia atroz vulnera la aprehensión del mundo del enfermo, quien termina por concebir la vida y el universo como formas del mal. Escribir desde esta visión desapacible y trágica implica crear formas diversas del sufrimiento. Y esto, en efecto, prevalece en casi toda la literatura de Arreola, cuyos textos serían intolerables si no estuvieran facturados con gracia, lirismo y humor. Él nos muestra que los tormentos de la conciencia son más hondos si reverberan en el espacio de la poesía.
El sufrimiento desde la belleza
De la familiaridad al espacio donde lo extraño y lo absurdo crean un clima de incertidumbre, en los textos de Arreola anidan la belleza, el humor (la sátira en muchos de ellos), la poesía, la perfección y una visión trágica de la condición humana en todos los órdenes. Los conflictos de la conciencia implican siempre una desgarradura y los personajes desembocan en el desasosiego: en una condición de ser sin asideros. Y cuando pone en acción situaciones trabadas por contradicciones irresolubles, la carga ominosa que se desprende del desenlace es atemperada por las reverberaciones lúdicas y líricas del lenguaje. Una parte de sus textos, en particular los que se asimilan a la idea del bestiario, son juguetes verbales habitados por la gracia y la dicha; son una sonrisa literaria, leerlos es una de las formas de la felicidad. Sin embargo, aunque la mirada de Arreola es irónica, jovial, traviesa e irreverente, no podemos dejar de ver que la mayoría de sus textos están concebidos desde una concepción trágica del mundo y nos dan, muchas veces, una visión desoladora de las relaciones humanas. Su literatura concibe el sufrimiento como una de las formas de la belleza.
Abolir la prosa del mundo
Tzvetan Todorov ensaya, en Los aventureros de lo absoluto (2007), la vida y la obra de Wilde, Rilke y Tsvietáieva, escritores representativos de una época (1880-1940) y de un ideal que intentó hacer del arte su vida y de su vida una obra de arte; y que, no obstante su genio literario y su capacidad para realizar su ideal estético-vital, sucumbieron ante los embates prosaicos de la moral, de la intolerancia política y de las mezquindades de la vida cotidiana. Aunque es una aspiración que se registra desde las primeras manifestaciones culturales de la humanidad y dentro de un orden colectivo y religioso, la búsqueda de lo absoluto en la modernidad ha sido una empresa laica, individual, agónica. La búsqueda de Tsvietáieva, Rilke y Wilde está signada por la realización interior, por el deseo de armonizar todos los órdenes de la vida en función de un ideal estético y por crear objetos literarios que sean al mismo tiempo expresiones de la más alta belleza y la revelación de una vida interior de aristas infinitas. Arreola, un hombre que parecía de otra época, es también un aventurero de lo absoluto, pues quiso que en su vida se fundieran el ser y el arte, y en su prosa pulsó de manera armónica las cuerdas de la poesía, de la belleza, del abismo y del silencio.
* Prólogo para el libro Juan José Arreola. Iconografía, que publicará el Fondo de Cultura Económica en conmemoración del centenario del nacimiento de Arreola.