domingo, 14 de agosto de 2011

“Mi padre me dejó a Cristo, la poesía y el buen humor”

14/Agosto/2011
El Universal
Thelma Gómez Durán

En una pequeña oficina de paredes desnudas, Javier Sicilia revisa correos electrónicos, lee documentos y afina detalles de lo que será una más de las movilizaciones ciudadanas a las que ha convocado. La de este domingo es una caminata silenciosa para pronunciarse por una reorientación de México hacia la paz y en contra de la Ley de Seguridad Nacional. El poeta místico que decidió no volver a escribir poesía —después del 28 de marzo, el día que asesinaron a su hijo Juan Francisco— hace una pausa para hablar de un proyecto que, para él, hoy más que nunca tiene una profunda razón de ser. Se trata de la revista Conspiratio.

Javier Sicilia es el director de esta publicación bimestral, heredera de la revista Ixtus, que se editó entre 1994 y 2007. En Conspiratio se busca mostrar opciones para “una sociedad encerrada en su propia desmesura”; se intenta “hacer una profunda arqueología de nuestra vida social... desde una perspectiva que ni la izquierda ni la derecha políticas han adoptado”.

En estos días circula el número 12 de Conspiratio, titulado “Violencia de Estado: fracaso de la transición”. Es un número emblemático. En esta edición se explica gran parte del pensamiento que envuelve el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza el poeta. En sus páginas también está la explicación de muchas acciones de Javier Sicilia.

La palabra Conspiratio se refiere a uno de los grandes momentos de la celebración litúrgica de las primeras comunidades cristianas. En la revista se explica que la Conspiratio “toma su sentido de spiritu (aliento), que se expresaba por un beso en la boca, era una co-respiración, una conspiración: la creación de una atmósfera común, de un medio divino”.

¿En el significado de “Conspiratio” está la respuesta para quienes preguntan el porqué de los besos de Javier Sicilia?

Así es. En las primeras liturgias, en el momento que se hace la Conspiratio, el beso en los labios, que era como un intercambio de alientos, un intercambio de espíritus; en ese momento sucedía lo que San Pablo dice: “Ya no hay diferencia entre amo y esclavo, gentil y judío”. En ese acto carnal, simbólico, quedaban abolidas las diferencias, se establecía la primera y verdadera comunidad democrática. Lo que ahora nosotros llamamos “conspiración” no tiene ese sentido original, sino el sentido de hombres y mujeres que se reúnen en la clandestinidad para derribar un Estado. Seguramente los romanos preguntarían ¿quiénes son esos que conspiran, quiénes son esos que se besan en los labios que están rompiendo los órdenes estamentales y están poniendo en peligro al Estado? Cuando beso y abrazo, lo que estoy haciendo es tratar de hacer una atmósfera común, que tanto le hace falta a este país.

En su último poema usted escribió: “Ya no hay más que decir, el mundo ya no es digno de la Palabra...”

Vengo de dos tradiciones que tienen un sentido muy profundo de la palabra. Mi tradición como creyente católico dice que Dios crea por la palabra, que el mundo está hecho de palabra. Y dice algo más: la palabra es una presencia, es un ser humano, se encarna en la persona de Jesús... Mi hijo era una palabra encarnada. En el momento en que lo matan, me asfixian esa palabra. El mundo deja de ser digno de esa palabra sagrada. Cuando volvamos a reconocernos como hermanos, en la vida de la Conspiratio, volveré a escribir.

Pero usted apela a la palabra como medio para transformar la realidad...

A la palabra que renuncio es a la palabra sagrada. Renuncio al decir poético en el poema. A lo que no puedo renunciar es a ser lo que soy: poeta. No puedo dejar de mirar como un poeta, de comportarme como tal. Creo que lo que no hago en el poema lo estoy haciendo en mi accionar político. Mis actos, los símbolos, los besos, el darle un escapulario al presidente; todo el movimiento está lleno de símbolos, que son formas de la poesía. Todo está acentuado con símbolos, con el fin de devolverle los significados originales al ser humano, al país. En ese sentido, el poeta no puede morir porque es parte de su ser. Pero la palabra sagrada que escribía en un poema, ya no puedo...

¿Cree que será larga la espera para que la palabra sagrada regrese?

Creo que sí. El país está muy deteriorado. El corazón del hombre está muy oscurecido. La conciencia está muy idiotizada. Creo que tardará y depende mucho de este tipo de accionar poéticos, de devolver otra vez a los significados originales, que son los significados de la poesía. Creo que Conspirato cumple ese trabajo, no sólo en el ámbito poético. También la poesía puede expresarse en la reflexión que toca límites profundos de la realidad y ayuda a rehacer la vida.

¿La revista “Conspiratio” es otro símbolo más en este proceso?

Sí. Y este número en particular. La muerte de mi hijo fue un dolor muy grande para la familia Conspiratio y decidimos pensar la violencia, la raíz de la violencia, lo que nos está sucediendo. Tratar de buscar, a través de comprender sus profundidades, cómo salir de ella. No se trata nada más de definir y comprender el fenómeno de la violencia, porque describirlo no lo resuelve. Al comprender los mecanismos de la violencia se puede ir reconstruyendo la paz. Hay que volver a la ética que ha estado desalojada de las escuelas, de la educación. Hay que volver a las virtudes: la generosidad, la tolerancia, la humildad, la magnanimidad. Si volviéramos a ellas, sería ir hacia el camino de la paz.

En la revista menciona que la transición democrática ha fracasado...

Es evidente. Estamos en una guerra y a punto de entrar en el nihilismo total. Incluso con la Ley de Seguridad Nacional que quieren aprobar vamos hacia el autoritarismo. La democracia que vamos a ejercer en el voto es una cortina de humo, detrás de eso no hay nada. ¿Cómo puedes llamar eso democracia?

¿El universo de Javier Sicilia se basa sólo en el catolicismo?

Más que en el catolicismo —porque el catolicismo a veces tiene un tufo ideológico, que ha tenido muchas cosas negativas— es en el evangelio, en las raíces. Tiene sus bases en el evangelio y en sus mejores intérpretes que son algunos teólogos, y los mejores de todos, los místicos.

¿En su biografía, cuándo se da ese encuentro con el evangelio?

Nací con el evangelio y la poesía. Mi padre fue muy católico. Y era poeta. Para mi, el evangelio, la poesía, el amor y la palabra, desde que tengo uso de razón han estado en mi vida. Mi padre me dejó tres cosas: a Cristo, la poesía y el buen humor.

¿Usted quiso ser sacerdote?

Estuve un rato con los jesuitas, pero me fui. Me convencí, me convencieron de que no tenía vocación, porque de los tres votos fundamentales: la pobreza, la castidad y la obediencia, la obediencia me costaba un trabajo de la chingada. No se me da. Hubiese sido un pésimo sacerdote. Se me da la obediencia a la conciencia, pero estar sometido a una institucionalidad me es problemático. Por eso digo que soy un anarquista. En el fondo, un anarquista es un hombre que trata de apegarse mucho a Cristo, porque Cristo si algo rechazó fue el poder y defendió siempre la libertad de espíritu que le permitía increpar el poder.

A mí me han dicho: “Tú que eres un anarquista, ¿por qué sales a reclamarle al Estado?” Porque soy un hombre que vive en una República. Y lo que estoy haciendo es irle a decir a ese Estado que no cumplió con su obligación fundamental que es la seguridad de los ciudadanos. A mi me mataron a mi hijo, a quién le voy a pedir cuentas de ese delito. Voy al Estado, voy a decirle a Felipe Calderón: ustedes, su negligencia mató a mi hijo, su negligencia mató a tantas personas.

¿No ha sido difícil llevar como pauta de vida el evangelio?

El evangelio es un horizonte. Lo veo como una hermosa luz en el camino que va guiando y eso no quiere decir que yo viva plenamente el evangelio. Lo mejor de mi viene de ahí y lo peor de mi mismo viene de no estar a la altura de esa luz.

¿Qué es lo mejor de Javier Sicilia?

La generosidad, el amor, la capacidad de comprender al otro, poderlo amar a pesar de sus equívocos.

¿Y lo peor?

Lo peor es que soy muy neuras. Puedo ser muy iracundo. Tenía mucho miedo del encuentro con Felipe Calderón. Incluso, le mandé a decir: “¡Aguas! Díganle que va el discurso duro. Yo sé que él es de mecha corta y yo también”. Me costó mucho trabajo no responderle, porque él es también un hombre iracundo. Manoteó. Y si yo me dejo ir puedo ser muy desagradable. Tengo que pelear mucho contra mi ira. Eso es lo peor, tengo el pecado de la ira.

Con Felipe Calderón también comparte creencias religiosas...

Tenemos la misma fe, creemos en el mismo Dios, en Cristo, pero yo soy más cristiano que católico. Felipe es más católico que cristiano. Tenemos ópticas diferentes de vivir la fe cristiana. Yo trato más de aferrarme al Cristo que confrontó al poder y se mantuvo lo más lejos de él. Tenemos dos visiones distintas aunque profesamos la misma fe.

¿Qué piensa de lo que se ha escrito sobre su movimiento?

Creo que los mejores artículos que he leído de comprensión mía son de (Enrique) Krauze... Desde un espacio espiritual profundo, Krauze comprende no sólo como liberal —quizá, junto con Gabriel Zaid son los dos liberales de este país— lo comprende desde su tradición judía. Creo que ha entendido muy bien al movimiento. Carlos Fazio también ha hecho análisis muy buenos.

¿No lo entienden quienes han criticado los besos?

Sí. Ciertos hombres de izquierda no me han entendido bien. Pero hay otros que sí, como Marco Rascón.

¿No se arrepiente del beso a Manlio Fabio Beltrones?

No tengo broncas con él. Es un político pragmático, como todo pragmático hace cosas terribles. Pero creo que Beltrones es más grande que sus actos. Creo que en esa reunión se gestó un momento de paz, de amor y de reconocimiento de que tenemos que cambiar. Ese beso permitió hacer el reencuentro. Es un símbolo. Es una presencia concreta, aunque después se desvanezca. Eso es lo que tenemos que hacer reconciliarnos en el amor.

¿Cómo se blinda Sicilia para que su figura, el símbolo, no se desgaste?

Se va a desgastar tarde o temprano. Nadie es Dios. Ese es el peligro de la idolatría. Se le atribuyen cosas que no le pertenecen ni a Dios. Lo que deberían enseñarnos es cómo aprendemos de un ser humano que admiramos. Creo que es el tiempo de empezarnos a parecer a aquello que admiramos; así haremos una ciudadanía diferente. Yo me desgastaré. Los medios me van a desgastar. Pero sé que me voy a bajar de esto. No persigo nada más que dignificar a las víctimas y hacer una buena ley de seguridad ciudadana; poder contribuir a parar la guerra. Eso es todo. Y me volveré a mis libros.


sábado, 13 de agosto de 2011

Strip tease de Cantinflas

13/Agosto/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Cantinflas, ¿voz del desafío popular? ¡Patrañas! Cantinflas era un demagogo.

Sus discursos querían emular (de manera muy mula) las palabras pomposas (y vacías) de los políticos post-revolucionarios mexicanos.

La retórica cantinflesca está hecha de pedazos —remezclados hasta lo inconsútil— de la retórica gubernamental.

Cantinflas causa risa porque es un orador nacional llevado al absurdo. ¿Por qué se le quiso tanto? Porque no es cierto que el mexicano odie al político. Simplemente no logra serlo.

Cantinflas no parodia: sólo es Pelado Hecho Pelotas. Mareado de tanto palabrerío politicastro pero —fiel discípulo de tal púlpito— expropia sus fraseologías y ademanes.

El mexicano ama al gobierno. Si se murieran todos los políticos, la labia oficial podría recuperarse entera a partir de los cachos que el pueblo conserva con amor cantinflesco.

Lépero que quiere ser Letrado, su Todito es el Partido.

¡El Cine me consagra! Y no me interesa el poder de la palabra, más bien por no tener el poder, pido la palabra. Mi falta de sapiencia es mi falta de ignorancia: Cantinflas no dice mucho porque en lugar de comenzar de cero arranca de frases hechas del populismo op. cit.

Tómbola de sobados discursos, cantinflear causa risa porque es coctel descalabrado y revoltijo que desdibuja que Cantinflas es el PRI (hecho bolas).

Cantinflas prueba que el alumnado de todo un siglo aprendía la lengua oficial y aunque no lograba dominarla —a puro cantinflema— no cesaba de practicarla.

Un político mexicano promete sobrio lo que un mexicano cualquiera asegura ebrio. Cantinflas se infló (emborrachó) del Gran Rollo, y al vomitarlo se desinfla involuntariamente cómico.

Lo único que salva a Cantinflas de que lo identifiquemos como demagogo es que no le sale.

Cantinflas es el esfuerzo de un iletrado para defender sus causas íntimas y masivas—y ahí está el detalle— utilizando el lenguaje de “reivindicación popular” originado por el régimen y —aquí está el problemote—, ese lenguaje lo utiliza Cantinflas (im)precisamente para defenderse de él.

¿Y quién es él? ¿El régimen o Cantinflas? Da lo mismo. Tómese un presidente mexicano. Póngasele a dar un discurso. Réstesele sus estudios. ¿El resultado? Cantinflas. Oh Fox.

Así que a cien años del nacimiento del primer mexicano post-revolucionario, propongo corrijamos la definición de “cantinflear” de la Real Academia de la Lengua Española, que hoy reza (un tanto cantinflescamente, por cierto): 1. Hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada… 2. Actuar de la misma manera” para que enuncie: “1. Hablar en que se nota que el siervo aspira a hablar como el amo. 2. Como no lo logra, actúa como si despreciara al gobierno”.

El colmo del cantinfleo: pronto el mexicano imitará sin tropiezos la lengua del gobierno.


jueves, 11 de agosto de 2011

Lista, la biografía de Octavio Paz

11/Agosto/2011
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

En torno a Octavio Paz se ha escrito mucho; su poética es harto conocida lo mismo que su trabajo ensayístico; ha sido tan abundantemente revisado que Armando González Torres dice: “La obra de Paz ha generado una auténtica industria crítica”, pero “son pocos los acercamientos biográficos pues Octavio Paz, pese a su carácter de hombre público, fue un tanto reservado respecto a su vida privada”.

Hasta el momento, lo más cercano a una biografía del Premio Nobel de Literatura 1990 es el conjunto de ensayos sobre su vida, titulado Poeta con paisaje, un libro que Guillermo Sheridan publicó en 2004. Antes, en 1990, Alberto Ruy Sánchez había publicado Una introducción a Octavio Paz, un acercamiento global divulgativo.

Sin embargo esos no son los únicos trabajos que abordan su vida y su obra; en 1978, Jorge Aguilar Mora escribió La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz, libro polémico que generó el disgusto del Nobel, y años después, en 1998, Elena Poniatowska lanzó Octavio Paz. Las palabras del árbol.

A esos acercamientos biográficos se sumará en unos meses la publicación de la “gran biografía de Octavio Paz”, escrita por el catedrático de origen cubano Enrico Mario Santí, biografía de la que dijo “por ahora no puedo dar entrevistas”, y aseguró que estará en posibilidades de conversar “a fines de este año o a principios del próximo”.

En tanto se publica en México esa biografía que esperan los lectores y estudiosos del poeta, ensayista y diplomático nacido en la ciudad de México en 1914, Armando González Torres, Alberto Ruy Sánchez y Braulio Peralta disertan sobre los acercamientos que han hecho a la vida de Paz.

Delineando la figura del poeta

“Paz es un escritor, un investigador, un poeta y un pensador, además de gran divulgador de las artes plásticas -es mejor crítico de arte que muchos que se dedican a ese oficio y no tienen ese nivel de escritura-. Atravesó el siglo XX en todas las aventuras vanguardistas y fue canon en varios de sus estilos y géneros literarios, a pesar de lo que escriba Harold Blom. Es un poeta que tiene escuela y seguidores”, señala el periodista y editor Braulio Peralta.

Armando González Torres asegura que “la escritura de una biografía amplia de Octavio Paz sigue siendo una asignatura pendiente” y dice que Santí ha escrito ensayos biográficos fundamentales; sin embargo, para alguien que fue próximo a una figura tan magnética como Paz, su gran reto será “mantener una distancia crítica y lograr un equilibrio entre la figura biográfica orientada por el propio Paz y lo que arroje la investigación empírica”.

Dice que Paz, consciente de su prominencia póstuma, fue muy cuidadoso en la delineación de la figura que buscaba legar a la posteridad; por lo cual, muchas de las fuentes disponibles para una biografía son fragmentos de entrevistas o evocaciones autobiográficas, como su libro Itinerario.

“Paz sigue generando gran interés en la academia no sólo literaria, sino del conjunto de las ciencias sociales. Sin embargo, hay facetas mucho menos abordadas, por ejemplo, su labor dentro de la diplomacia o su tarea como editor y promotor de publicaciones”, dice González Torres.

Alberto Ruy Sánchez también asegura que se ha escrito mucho sobre Octavio Paz en muchas lenguas y culturas, como da cuenta la enorme bibliografía realizada por Hugo Verani. “Lo interesante de un autor de la dimensión de Octavio es que mientras siga siendo un autor tan vivo en la mente y en la atención de sus lectores, cada uno creará su propio Octavio Paz con el collage de sus lecturas y su información”, señala.

Ruy Sánchez dice que de cada autor importante hay siempre varias biografías, y eso es sano, pero se necesita una que vaya más allá de todo lo anterior en la calidad y cantidad de su información biográfica. “Espero que este detonador sea la obra que estamos a punto de ver aparecer”, dice, refiriéndose a la biografía de Santí.

El Paz de todos

Como existe un amplio campo disponible de investigación en torno a la obra y la vida del poeta que murió en la ciudad de México el 19 de abril de 1998, los acercamientos a su obra son muy distintos. Si Ruy Sánchez optó por “un ensayo didáctico que en muy pocas páginas recorre su obra y su vida a través de su poesía y de sus ensayos”, Armando González Torres se ha centrado “en su biografía polémica, a través de una actividad intelectual extensa y beligerante”.

El autor de Las guerras culturales de Octavio Paz dice su influencia abarca desde la promoción de la emergencia de nuevos paradigmas y formas de apreciación y lectura en la poesía hasta una influyente visión sobre la historia y el carácter de “lo mexicano” o perspectivas audaces y controvertidas sobre la política internacional y doméstica.

Un acercamiento distinto es el de Braulio Peralta con su libro El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz, en el que persiste una obsesión periodística: “su incursión al surrealismo y su poema Blanco; su sentido del amor en La llama doble; su pensamiento político en libros como El ogro filantrópico o Tiempo nublado; la identidad de los mexicanos en El laberinto de la soledad; ser él mismo Sor Juana en Las trampas de la fe”.

Muchos otros textos abundan en la obra del poeta que dos años antes de su muerte, en una entrevista con Silvia Cherem dijo: “Desde que comencé a escribir y a publicar, hace más de 60 años, han llovido las condenas y las excomuniones; cuando era muchacho me acusaron de extranjerizante y afrancesado; después, los estalinistas decretaron que era un troskista y un traidor; más tarde me llamaron reaccionario, vendido al gran capital. Hace unos pocos años me dijeron que era vocero del departamento de Estado norteamericano… ¿Soy de la familia de los ‘grandes indeseables’?”

Justo para delinear la vida y la obra de Octavio Paz está Enrico Mario Santí, que goza de la confianza de muchos. “Sólo una persona tan culta y preparada como Santí podrá descubrirnos los cerrojos encubiertos en esas historias personales donde sin duda aparecerán sus amores: Elena Garro, de la que existen cartas de Paz llenas de amor y aun sin publicar; su historia con Marie Jose, sus encuentros y desencuentros son su hija Helena Paz. Un biógrafo no puede censurar nada porque la vida y la obra de Paz ya es territorio de estudio. Ojalá se diga toda la inmensa verdad que una investigación debe arrojar, porque Paz, desde luego, tenía sus luces y sombras. Era humano”.



sábado, 6 de agosto de 2011

La SEP vs La Filosofía (segunda caída)

6/Agosto/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Hace dos años escribí sobre la pena capital que la SEP preparó contra la filosofía en el nivel medio superior en México. ¿Qué ha pasado desde entonces?

Tras la RIEMS (Reforma Integral de la Educación Media Superior), se estableció que la educación escolar debe obedecer a “competencias” y se modificó la currícula. La filosofía fue eliminada como materia.

Ante el descontento, el gobierno estableció un diálogo que no ha llegado a nada. Su táctica es dar largas al asunto y hacer que el interés decaiga.

Ya circula una nueva carta de denuncia por escritores y catedráticos en el país.

Casi es un hecho que la filosofía va a desaparecer de las preparatorias mexicanas.

Por consecuencia, siguen las universidades, ya que el reducido campo laboral de los egresados de filosofía se concentra en volverse profesores en sitios como las preparatorias.

El golpe de la SEP contra la filosofía es muy certero en términos de destrucción de esta disciplina.

Los egresados de las licenciaturas de filosofía quedarán desempleados y las universidades irán cerrando esta licenciatura; con excepción de unas pocas —seguramente la UNAM— que decidirán conservarla como símbolo de resistencia cultural. Pero el desempleo será general.

La filosofía en México ya sufrió un golpe mortal por parte del PAN. Primero con Josefina Vázquez Mota y luego Alonso Lujambio.

Ambos, por cierto, aspirantes a la Presidencia. Para su propia desgracia, en su gestión empeoró tanto el nivel educativo, que los mexicanos elegirán como presidente a alguien aún más destructor que ellos.

¿Escenarios posibles?

Uno. Con el retorno del PRI, una parte de la RIEMS sea desechada por razones políticas (escenario improbable porque si hay alguien que controla la política educativa y cultural en México es Elba Esther Gordillo, ayer con el PAN, mañana de nuevo con el PRI).

Dos. Sencillamente, con cierta simulación, la filosofía desaparezca del aula nacional; al principio se le diga ‘transversal’ y al no tener lugar ni en el papel, los profesores la anulen. (La “transversalidad” es una cortina de humo).

Tres. Desaparecida la filosofía de la escuela mexicana —cuyo refugio es la preparatoria, pues ni en primaria o secundaria tiene sitio real—, la filosofía quedará confinada a la lectura… en una época en que el libro de papel agoniza.

En la Encuesta nacional de hábitos, prácticas y consumo culturales del 2010, la filosofía no apareció siquiera como preferencia del 1% de la población y la encuesta en sí misma no dedicó preguntas expresamente dirigidas a conocer la relación del mexicano con la cultura filosófica.

La micro-minoría que hoy practica la filosofía, decrecerá aún más.

La filosofía quedará desescolarizada. ¿Mala o buena noticia? En México, la filosofía migrará al underground.

“La imagen del científico loco viene de Hollywood”

6/Agosto/2011
Laberinto
Juan Domingo Argüelles

Bruno Estañol es un estupendo escritor de ficción, un magnífico ensayista y un excelente científico. Pero es, además, por si ello fuera poco, un hombre gentil, un escéptico optimista y un agnóstico seguidor de Epicuro que, con el tetrapharmakon en la mano, nos aconseja, gentilmente, un comportamiento sano para dejar de sufrir inútilmente: 1) liberarnos del temor a los dioses y al más allá; 2) liberarnos del miedo a la muerte; 3) buscar sólo los placeres necesarios, pues el placer correctamente entendido es fácil de alcanzar, y 4) superar el miedo al destino adverso y al dolor, que por lo demás dura muy poco.

Bruno Estañol es un humanista, un interlocutor espléndido que, en la charla informal, en el diálogo de amigos, reivindica el arte socrático del pensamiento, la duda, el humor, la límpida inteligencia y la honda sensibilidad que constituyen valores principales de la cultura.

Vengo leyéndolo y admirándolo desde hace muchos años, desde hace por lo menos 22, pues en 1989 lo descubrí gracias a su estupendo libro Fata Morgana, que me reveló a un escritor divertido, ameno y sobre todo inteligente, pues un escritor es inteligente cuando no se permite el lujo de aburrir a sus lectores.

En sus páginas, Estañol nos ofrece, como no queriendo, como al azar, buenos consejos filosóficos y vitales, como cuando en su relato “La realidad y el deseo” (homónimo del libro de poemas de Luis Cernuda), nos dice: “La primera regla que uno debe seguir en el arte de vivir es no confundir las realidades con los deseos; casi siempre la razón acude en auxilio de éstos”.

Es esencial comprender y adoptar la verdad epicúrea y esta regla fundamental del arte de vivir, porque los deseos locos se abren camino, con frecuencia, hasta en los muros más racionales, sobre todo en los artistas y en los escritores que no pocas veces confunden realidad y ficción.

Bruno Estañol conoce la mente del escritor, porque también conoce su propia mente, que es a la vez, de manera alternativa, científica y literaria, cuerda y loca, maravillosamente lúcida y extraordinariamente fantástica. La realidad casi siempre supera a la ficción, y esto nos lo viene mostrando en libros como Ni el reino de otro mundo (1991), El féretro de cristal (1992), La esposa de Martín Butchel (1997), La barca de oro (1998), Bella dama nocturna sin piedad (2003), Pasiflora incarnata (2003) y La conjetura de Euler (2005), que aparecerá pronto en traducción al inglés.

La ciencia, en su caso la neurología, ha servido a Bruno Estañol no para frenar su obra de ficción sino para ampliarla y agudizarla en la indagación de los enigmas de la mente. El proceder de sus personajes constituye la representación general del comportamiento humano. Su caso sigue precedentes ilustres como el de Santiago Ramón y Cajal, ejemplo de científico que también hizo literatura.

Nació en Frontera, Tabasco, en 1945. Neurólogo eminente a quien le debo haber corregido, así sea un poco, mi cerebro (lo que haga yo con él ya no es culpa suya), en 1999 publicó el volumen de ensayos La vocación condenada, que es el antecedente de la maravilla que ahora ha dado a conocer: La mente del escritor y otros ensayos sobre la creatividad científica y artística (2011), coeditado en un volumen estupendo por Ediciones Cal y Arena y la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.

En las páginas de La mente del escritor brilla, espléndida, la agudeza de su autor. Nos explica, por ejemplo, que “Borges es quizá el mejor ejemplo del escritor de ficción con un cerebro especializado. El cerebro del escritor de ficción es comparable al cerebro de un virtuoso de la música. Es un virtuoso no sólo en los aspectos formales de la lengua, que no son pocos, sino en el aspecto más misterioso que es la invención, el encuentro o la re-creación de las historias”.

Los lectores que penetren en estas páginas abrevarán en una experiencia maravillosa de conocer cosas insospechadas sobre literatura, pintura, música, la memoria, la imagen, la palabra, la enfermedad, etcétera, en su relación con la mente, la creatividad, el cerebro, los impulsos nerviosos y tantas cosas más que nos hacen humanos y, a veces, inhumanos.

A propósito de este libro, le pregunto a su autor: ¿Qué significa para ti la divulgación de la ciencia?, a lo cual responde: “Es una actividad muy importante. En los países más avanzados hay especialistas en divulgación de la ciencia y son muy apreciados. En ocasiones son científicos profesionales y en otras son periodistas con conocimientos científicos. Para mí es una oportunidad para dialogar en el idioma castellano con personas curiosas de diversos niveles culturales. Creo que la divulgación de la ciencia es particularmente importante para los niños y para los jóvenes”.

La mente del escritor ¿tiene más ciencia o más literatura? Me dice: “Creo que tiene más literatura que ciencia. La razón es que está escrito como un ensayo literario y no sólo como un ensayo de divulgación científica. Creo que también hablo más de literatura y de arte que de ciencia”.

Bruno Estañol comparte con nosotros, sus lectores, sus métodos y preferencias sobre la lectura y la escritura, además de gozosas confesiones como cuando nos dice que la escritura científica o técnica no es aburrida aunque algunos lo crean así, y añade: “Para mí ha sido equivalente a lo que ha sido el periodismo para otros escritores”.

Lector apasionado lo mismo del cuento que de la poesía, Estañol se considera esencialmente un escritor de ficción. Pero ello no obsta para que, a través del ensayo, científico o literario, explore ciertos ámbitos y algunos temas que no puede explorar en la novela y en el cuento. Por ejemplo, el vínculo entre la letra y la imagen o, mejor aún, la relación entre la música y la literatura. A tal grado esta relación le apasiona que acaba por dictarnos su epitafio. Escribe: “Quisiera que en mi tumba se pusiera el epitafio: Amó la música y las palabras”. Este amor por la música y las palabras se ha convertido en amor por la música de las palabras.

¿En qué género te sientes mejor: en el ensayo o en la ficción?, lo interrogo, y él contesta: “Me siento mejor en la ficción aunque a veces, lo debo confesar, el ensayo me atrapa porque me da una intensa curiosidad seguir investigando y pensando. Creo que en el ensayo hay que pensar más y en la ficción sentir más”.

Lo mismo en la ficción que en el ensayo científico, literario y filosófico, Bruno Estañol muestra que lo esencialmente humano es acertar pero también fallar, alcanzar las cumbres pero también desplomarse a los más hondos abismos, tocar el cielo pero también hundirse en el dolor del espíritu y la depresión de la mente.

¿No será que la ciencia es un arte?, lo provoco. Y él me dice: “La ciencia tiene su parte de arte. Tanto el arte como la ciencia comparten el hecho de que se necesitan destrezas manuales para hacerlo y tanto la ciencia como el arte son formas de predicción. Ambas hacen experimentos mentales. La ciencia también tiene su parte emocional aun cuando los científicos no lo reconozcan. El arte de las cavernas de Lascaux, Altamira, Atapuerca, requería de muchas destrezas y conocimientos técnicos. La técnica es anterior al arte y a la ciencia. La filosofía y la religión (que es una forma de explicación metafísica del mundo) son anteriores a la técnica. Se habla mucho de que la ciencia es descubrimiento y el arte es invención. No obstante creo que ambas comparten el descubrimiento y la invención”.

En el caso de Bruno Estañol, su literatura de ficción nos salva del aburrimiento, sus ensayos científicos y literarios nos abren horizontes de comprensión, y su sabiduría clínica nos ha dado a algunos la oportunidad de seguir escribiendo, leyendo y, sobre todo, viviendo, pues hay tristes escritores, y patéticos lectores, que aún no saben que hay vida después de la literatura.

Le digo: otra similitud entre el arte y la ciencia, es que hay artistas locos y científicos locos, ¿o será que se hacen los locos? Su respuesta no puede ser más estupenda: “La imagen del científico loco viene de Hollywood. Sin embargo no hay duda de que han existido científicos locos. El arte predispone más a la locura que la ciencia. La cantidad de artistas locos es innumerable. Por eso muchos autores, desde Platón, han postulado una relación entre la locura y el arte. La verdad es que hay algunos artistas que se hacen los locos, pero hay siempre otros peores: los que se hacen pendejos”.


jueves, 4 de agosto de 2011

Escrito en alguna parte

4/Agosto/2011
Milenio
Jorge F. Hernández

Estará escrito en alguna parte: quizá la eternidad no sea más que la contemplación ilimitada de la emoción más entrañable. Hablo de amar para siempre, de la inocencia infantil que algunos mantienen latente hasta la vejez, de la música de todos los tiempos, la luz perenne e incandescente o, incluso, del silencio más acogedor. Hablo del páramo infinito donde perviven los poetas y las novelas inolvidables, los fugaces momentos invaluables y el instante irrepetible de una felicidad.

Queda prohibido olvidar a Eliseo Alberto, y la mejor manera de seguirle la sombra es hacer todo lo posible para que hoy mismo nazca el próximo lector de sus obras. Quien se aventure a leerlo, por primera vez y en el orden que sea, descubrirá un maravilloso continente de poesía en prosa: novelas que parecen tener imanes en cada página de sus entrañables tramas, ensayos donde se percibe el dulce sazón de la ficción, cuidando evitar añadirle lo inverosímil a lo que llaman no-ficción, crónicas precisas de un periodista serio y valiente con voz en cuello, aunque nunca amarranavajas ni buscapleitos. Hoy quiero celebrar Esther en alguna parte (Espasa, 2005), en espera de que surja su nuevo lector y garantice la eternidad que merecen sus personajes… y ahora su autor. Me congratula alabar públicamente esta novela de Lichi por el contagioso y creciente número de lectores que ya han diseminado las muchas virtudes de su trama, el juego hipnótico de sus personajes y el compartido sabor que deja en la boca de la imaginación al leerse (o releerse) como prosa convertida en agua fresca. Lichi pudo haber escrito Esther en alguna parte en cualquier parte y en otra época, pues ya va siendo hora de que la grandeza de su literatura se digiera como intemporal y ecuménica. Hijo de uno de los grandes poetas de la lengua española de todos los tiempos, Eliseo Alberto heredó de Eliseo Diego la propensión a la metáfora perfecta, la precisión de lo expresado y el latido de la ausencia que evocaba Lezama Lima, mas agregó con su propia experiencia el sano cultivo de la prosa que emana del corazón (y que, de retro, lo nutre). Hablo de las tramas fantásticas que hila Lichi en su mente, conversándolas en tinta, convirtiéndolas en círculos concéntricos o cuadrículas verbales de una realidad mágica y a la vez, absolutamente verificable y vivible, aunque no todos los humanos la observamos a simple vista.

De entre toda la literatura que ha fermentado Eliseo Alberto ando ahora convencido de que Esther en alguna parte es la obra maestra donde mejor ha destilado las hebras del corazón con el que escribe. Con el subtítulo de El romance de Lino y Larry Po, Lichi ha confeccionado un sutil tratado inobjetable de que la amistad es un oficio amoroso que también sucede a primera vista y uno se pregunta —si no fuera por los secretos contenidos en la propia novela— si acaso el subtítulo no debiera figurar por encima del misterio de Esther en alguna parte: van aquí de la mano las simetrías de la amistad, la sincronía insólita que se formula cuando amigos pactan paso a paso una armonía y el enigma —que parece inalcanzable, a veces incluso inexplicable— de los amores que no se esfuman jamás, amor del nombre que no se puede borrar con ninguna de las formas del olvido, ni del tiempo. Entredicho el enredo, intento aclarar: la novela deliciosa es un misterio constante en busca de Esther y una crónica narrativa de la amistad que se entrelaza entre Lino Catalá y Larry Po, vivos en cada descripción de sus personalidades entrañables, palpables en cada lazo de sus existencias creíbles, unidos en sus anécdotas increíbles, habitantes de La Habana inexistente o perdida, donde no había aún jineteras engañosas ni aludes de turistas abusivos, en nuestra Cuba con la Revolución y el Granma como telón de fondo mas no en el estrado protagónico de los discursos interminables y las utopías inalcanzables. Es una delicia verbal, de una urbanidad que se recorre en párrafos, de la mano de vidas humanas sin biografías heroicas, boleros que se cantan a media voz y ternuras universales.

No digo más de esta novela. No soy crítico literario, pero consta que no he sabido de un solo lector que una vez iniciada la travesía de estos párrafos, no haya quedado prendado y prendido tanto a la búsqueda de Esther como al hermoso romance de amistad pura entre Larry Po y Lino Catalá; consta que dudo que haya alguien que no agradezca la límpida prosa de Eliseo Alberto, habiendo muchos que podrían jurar escucharlo en pleno silencio de sus respectivas lecturas, pues es de los raros escritores con voz en tinta; consta también que cualquier lector queda hipnotizado —en mayor o menor medida— ante la enredadera verbal con la que se arma el agradable entramado de esta historia. Y no digo más de esta novela entrañable.

Pero de Eliseo Alberto sí puedo decir que el afecto que le tengo no merma ni confunde la admiración creciente que me producen sus libros. Digo de una vez que el conjunto de su literatura ha trazado un azoro creciente y, al mismo tiempo, revolvente. Desde La eternidad por fin comienza un lunes (Ediciones El Equilibrista, 1992), pasando por Caracol Beach (que muy merecidamente obtuvo el Primer Premio Internacional Alfaguara de Novela 1998, dejando a no pocos buenos aspirantes en el limbo de los finalistas), La fábula de José (Alfaguara, 2002), el desgarrado y desgarrador libro de memorias Informe contra mí mismo (Alfaguara, 1997) los recientes compendio de crónicas, intimidades, retratos, cartografía personal, ensayos narrativos y entrevistas (literalmente, entre-vistas) titulados Dos Cubalibres. Nadie quiere más a Cuba que yo (Atalaya, 2005), Una noche dentro de la noche o La vida alcanza (ambos títulos publicados bajo el sello de Cal y Arena)… el vasto universo literario de Lichi va sumando asombros que se cosechan párrafo a párrafo, a través de cada personaje y en toda la musicalidad que resuenan sus palabras y se revuelve la cocción, como pócima de magia, al releer o remitirnos a escenas de memoria compartida, ánimos identificables, esa Cuba que sigue allí y la que se lleva en el corazón o en músicas, o en alguna parte desconocida, pero intuida. Escribo entonces, para que quede en alguna parte, que hoy —tal como mañana— tengo ganas de celebrar todos los libros de Lichi —y los muchos que faltan por llegar a la imprenta— para confirmar la creciente admiración que le profeso y para que conste que las amistades instantáneas también pueden ser eternas.

lunes, 1 de agosto de 2011

Así escribo:Ángeles Mastretta Urgida de contar y callándome

Agosto/2011
Nexos
Ángeles Mastretta

Me gusta escribir. Me gustó hacerlo con un lápiz a los seis años, con una pluma fuente a los nueve, con un bolígrafo a los doce y en una máquina de escribir verde a los catorce. Aún escribo sin ver el teclado, con la memoria que encuentra la interrogación a la derecha y las comillas a la izquierda como estaban en mi primera máquina. Sólo bajo la cabeza de vez en cuando, como una gallina que busca su maíz: las letras.

Mis amigas tuvieron una Lettera 22, guardada en un ligero estuche azul. Yo iba a las clases cargando un maletón del que salía ese artilugio de fierro con teclas sólidas que me avergonzaba entonces y que ahora moriría por tocar. Me lo robaron el año en que llegué a vivir en la ciudad de México. Fue de mi papá hasta unos meses antes. Cuando murió, la heredé yo. No sé por cuál designio, ni de quién. El día que la cambié de ciudad cayó en manos de un ladrón que no supo cuánto me quitaba. Una máquina de 1940. La habrá vendido en nada. Ni pensarlo.

Aún no puedo escribir un texto largo en las teclas fingidas bajo el cristal de mi iPad, pero quizás un día también aprenda. Sin duda con menos miedo del que sentí frente a mi primera computadora: una autómata que todo se lo comía. Escribir en ella era como andar arriesgándose a perder a los niños en el supermercado. Al más mínimo descuido se borraba el texto que había estado trabajando toda una tarde. Los dos primeros cuentos de Mujeres de ojos grandes no pude recuperarlos nunca, por más que anduve y reanduve los archivos. Entonces abandoné el intento de buena relación con los avances de la ciencia y volví a la mecánica de mi máquina eléctrica hasta que terminé ese libro. La primera que vi la compró mi abuelo, al que le daba por adquirir los más preclaros adelantos tecnológicos. La puso cerca de una ventana y en ese hueco hice las tareas muchos domingos. Ahí redacté la solicitud para entrar al Centro Mexicano de Escritores. La beca me la dieron, el libro que conté, no se contó jamás.

Volví a la regularidad de las mecánicas. Encorvada, sobre una de ellas, sin más costo que su ruido, escribí Arráncame la vida. Sólo aprendí a usar la compu hasta que empezaron los años noventa. Ahora no sé escribir de otra manera. No puedo ni pensar en los días de goma y pegamento, tijeras y alborotos cada vez que una línea estaba tan mal que rondaba la amenaza de reescribir completa la misma página.

Ya casi no imprimo nunca nada. Todo error se hace aire y luz. Igual que algún acierto. Eso sí, tengo libretas en cualquier rincón y en todas las bolsas. Pero sólo las uso para hacer notas que luego no recupero.

Todos mis garabatos los hago con un teclado, están en mi escritorio, en este cuarto que se abre a un horizonte de cielo y árboles, sólo para mí, lejos del tiempo que pasé en un pequeño espacio entre la escalera y la cocina, soñando con esto de la habitación propia. Esto que ahora tengo y gozo aunque inventar aquí sea más difícil. En un cuarto frente a las nubes, ¿para qué otra fantasía? Así que escribo mucho más, pero también mucho menos. Porque me rige un desorden permisivo. Ando aquí, pero ando en internet y en el correo electrónico, en los periódicos y en el temible blog. No sé ya si seré capaz de hacer un libro. Lo digo y tiemblo. Si me vuelvo incapaz de hacer un libro, ¿de qué seré capaz? ¿Iré a morirme pronto? ¿Cuándo es pronto? ¿De qué me dará tiempo?

Cómo escribo, quieren que yo les diga. Qué más da cómo escribo si lo que estoy haciendo es no escribir. Urgida de contar y callándome. Caminando en la red como una araña que no sabe tejer, que expropia el andamiaje de otros para ir a todos lados y a ninguno. Tengo una historia, sólo una historia cerrándoles el paso a las demás. Y así la escribo. No escribiéndola. Por eso no quería ponerme aquí a pensar en estas cosas.

De nueve a tres escribí muchos años. Toda la infancia de mis hijos. Todas las mañanas. Ahora escribo casi siempre al oscurecer. En el día pierdo el tiempo. Y mientras no lo encuentre, escribir no será sino este lento divagar de las noches. Este no conseguir lo que más me gusta de todo mi oficio: la precisión. Porque sólo la precisión conmueve y sólo conmover importa. Si algo debe sentirse, conseguir que se sienta. Si algo verse de cerca, poder tocarlo.

No importa cómo escribo. Importa qué. Importa no enmudecer en el camino. Con humildad quiero escribir, levantada en la mano del deseo, jugando. Quiero escribir como cuando platico, sin tregua y sin mirarme demasiado. Puesta sólo en la historia, sólo en el gusto de contarla para que alguien quiera perderse ahí.

Escribo a solas, a veces oyendo música, al fondo, sin palabras. O con palabras que se funden en el sonido todo, como en la música sacra. Da igual lo que diga, el caso es que suena a oración y que oír un Agnus Dei alivia a quienes no rezamos ni ante la muerte, pero estamos urgidos de pedir misericordia. Yo, sin duda, cuando escribo.

Gala está a salvo

Agosto/2011
Nexos
Guillermo Fadanelli

Seré drástico: en la ciudad de México sólo parece haber espacio para los románticos, los cínicos, los maleantes y los apocados. El resto de sus habitantes son rehenes de su miopía y de sus buenas intenciones. Lo tajante de esta afirmación tiene sus raíces en mi pasado. Yo milité durante un tiempo en el único ejército que ha durado casi tres siglos de edad: la milicia romántica, ésa para quien la enfermedad es un buen síntoma y las formas bellas o clásicas son nocivas y no representan la condición trágica del ser humano, su verdadera y única esencia. “De la destrucción nacerá la primavera”, escribió Hölderlin pintando en serias y vehementes palabras la más íntima aspiración de los hombres románticos. ¿Y acaso hay escenario más adecuado y propicio para ejercer la vocación romántica que esta ciudad plena de vicios donde se practica la mentira, la rapiña y el arte de odiar calladamente? Un verdadero campo de batalla.

Debo confesar que me he visto empujado a meter los puños más de una vez cuando mis intenciones no han sido más que pasear o caminar tranquilamente por las calles de una ciudad en donde he vivido toda mi vida. He sido asaltado con armas de toda clase, perdí un automóvil en un robo y decenas de taxistas o meseros se han ensañado en mi persona cuando me ven sonreír o dan por hecho que estoy ebrio o descuidado. He enviado al hospital a un par de tipos que no supieron medir mi temperamento y más de una vez he tenido que correr con el único fin de evitar mi prematuro sepelio. Para medir la sangre de mi ciudad no tengo estadísticas o estudios de sociología, sino experiencias y mis pasos son un buen termómetro para reconocer la tierra por donde camino.

Debían ser poco menos de las cuatro de la mañana cuando recorríamos la acera sur de la avenida Álvaro Obregón en dirección a la calle Mérida: Carlos, mi amigo de andanzas nocturnas, Gala una joven aspirante a escritora que se acercaba presurosa a los veinte años, y yo que nunca he aprendido a divertirme sanamente. Las luces calcáreas y evanescentes que iluminaban la calle bastaban para distinguir a los perros dormidos de los cuerpos humanos que dormitaban en una banca del camellón, en la cavidad de una fuente reseca o al resguardo de una casa recostados en sus escalones de piedra. Esta vez no podíamos culpar a la oscuridad de esconder a los maleantes entre sus sombras. Veinte metros antes de llegar a Orizaba me di cuenta de que en esa esquina un automóvil, silencioso e inmóvil, aguardaba nuestra llegada. Dos cuadras atrás el mismo vehículo nos había seguido y acechado prudentemente en espera de una oportunidad para cerrarnos el paso. Tomé a Gala de un brazo y cruzamos apresurados hacia el camellón que divide Álvaro Obregón en dos sentidos, pero Carlos, ensimismado en su propia charla, continuó andando sin percatarse de que ya no estábamos a su lado, hasta que el asalto de tres hombres lo despertó de su placentera somnolencia.

En un momento que dura todos los segundos del tiempo y que a su vez es breve como una vida, los impulsos más sanguíneos se enfrentan en el ánimo de un hombre antes de que sea capaz de tomar una decisión. Esto en caso de que en verdad tenga el privilegio de tomar una decisión y no se vea empujado a actuar por una fuerza que es en buena parte desconocida y que lo llevará a terrenos donde la razón, la experiencia o el buen juicio poco cuentan cuando se trata de sobrevivir. Observar desde el camellón —a diez metros de distancia— cómo estos hombres intentaban hacer entrar a Carlos dentro de su vehiculo despertó en mí una ira acumulada, una ira que no pregunta, sino que se expresa a traición y casi nunca a tiempo. Lo que hice fue correr en defensa de mi amigo, un impulso nacido en la oscuridad de mi ánimo, una mala decisión según los cánones de la supervivencia. A uno de los crápulas lo puse fuera de combate de dos puñetazos en la nuca y una patada en las costillas, con un segundo delincuente me enfrasqué en una pelea que debió durar quince o veinte segundos, aunque ahora la recuerdo eterna. El tercero echó a correr y trepó a un taxi que apareció de imprevisto y que los escoltaba precisamente para auxiliarlos en caso necesario. Cuando ambos vehículos se marcharon el silencio de la avenida se volvió aún más denso e intimidante. La policía era una ilusión que cultivaban los ingenuos y en el rostro de Gala podía leerse el desconcierto y la sorpresa que aniquila toda posibilidad de acción. Aquellos hombres no estaban armados o al menos la sorpresa los desarmó y los puso por un instante contra la pared. Salir ileso de una escaramuza semejante no te hace más arrogante o más seguro, sino que te vuelve un sonámbulo durante varios días. Es a partir de esta constante clase de experiencias que el sueño se pierde, que la confianza abandona tu mirada y que las estadísticas o diagnósticos que hacen los expertos acerca de la buena salud de una ciudad o de un país te parecen mentiras o fábulas interesadas. Cuando la tranquilidad se pierde las palabras suenan como pasos que anteceden a la muerte. Qué lejos estoy de la conciliación y el sosiego. Y ya no será.