sábado, 25 de junio de 2011

Los cuentos de Arredondo, la niña perversa de las letras

25/Junio/2011
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

Cuando se cumplieron 20 años de la muerte de la escritora Inés Arredondo, Claudia Albarrán, la principal conocedora de su obra, la definió como “poeta maldita, guardiana de lo prohibido, niña perversa e imprudente, hechicera, loca; Inés Arredondo supo hacer con las palabras y los silencios un verdadero arte de narrar”.

Hoy, a tres años de distancia de esa definición, Albarrán asegura que Arredondo es ante todo una gran estilista.

“No hay en México nadie comparable, es la mejor escritora que ha habido en siglos, gran calidad de su prosa y un cuidado extremo de la palabra, sin desperdicios, con una conciencia absoluta de lo que es el lenguaje sin llegar a ser barroca; es realista, sencilla, clara, va al punto; su pluma es de una pureza que pocas mujeres tienen en México y en el extranjero”, dice.

Ese es el arte desarrollado por Inés Camelo Arredondo (1928-1989), la mujer que dejó su tierra, Culiacán, para estudiar la preparatoria en Guadalajara y luego Letras, en la ciudad de México, y la que escribía cuentos para que historias, reales o imaginadas, trascendieran.

En una de sus últimas entrevistas le dijo a Miguel Ángel Quemain: “La literatura no le ha dado un orden a mi vida sino que la ha hecho posible, sin literatura yo no puedo vivir”.

Desde esa conciencia escribió 37 cuentos, 34 de los cuales aparecieron en sus libros La señal (1965), Río subterráneo (1979) y Los espejos (1988), pero los tres primeros que publicó en su vida: Sonata a Quatro, El hombre en la noche y La cruz escondida, no estaban en ningún libro hasta que hace un mes el Fondo de Cultura Económica los incluyó en Cuentos reunidos, un libro que tiene prólogo de Beatriz Espejo y una bibliografía realizada por Claudia Albarrán.

De esa mujer de bella sonrisa e inteligencia abrumadora, exponente de una pluma poderosa, gran estilista del lenguaje y hacedora de historias complejas, el mismo FCE va a publicar un segundo libro que reunirá su obra suelta, donde destacan ensayos, crítica literaria, algunos artículos de teatro y su tesis sobre Jorge Cuesta, textos que publicó en revistas y suplementos culturales, escritos desde 1960 y hasta su muerte.

“En este segundo volumen encontramos a la Inés lectora, la Inés brillante e inteligente que lee la obra de otros y la comenta. Es la Inés crítica literaria y ensayista, nos da su visión de lo que ve en los escritores que le gustan y que le disgustan. También hay varios intentos de biografía, ella siempre estuvo muy interesada en contar su vida”, asegura su biógrafa y estudiosa.

Maestra del idioma

“Inés Arredondo no es una escritora muy leída, primero porque su obra es difícil, no es una literatura ni sonriente ni fácil, es una literatura compleja, hecha por una verdadera maestra del idioma”, asegura Claudia Albarrán, quien es la autora de Luna menguante. Vida y obra de Inés Arredondo.

Esos cuentos, de los que Juan García Ponce decía: “Se presentan como una necesidad ineludible en su relación con el mundo y son los que en realidad los conducen a la expresión y la literatura”, son historias con dobles lecturas, siempre poseen dos o tres gajes implícitos y se pueden leer de muchas maneras.

Beatriz Espejo afirma que Inés no es una escritora fácil; por el contrario, es una escritora muy complicada. “Extraordinaria estilista, maneja la sutileza de manera maravillosa y además fue una mujer que se atrevió a escribir de temas poco tratados por las mujeres en ese momento, como es el incesto, la locura, las relaciones conflictivas con la madre, la homosexualidad”.

¿De qué manera se inserta Inés Arredondo en esta nueva visión de la literatura?, Claudia Albarrán asegura que lo hace apoyada por la llamada generación o grupo de la Casa del Lago, casi todos nacidos entre 1928 y 1936, que comenzaron a publicar a finales de los años 50 y principios de los 60.

En ese grupo estaban Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Tomás Segovia, Salvador Elizondo, Juan José Gurrola y Huberto Batis, quienes dieron un giro a la literatura mexicana insertándola en un contexto universal al escribir sobre el amor, el desamor, la traición, la locura, las situaciones límite, la pasión, la entrega, la mujer, la abnegación y ya no del nacionalismo y los temas revolucionarios.

Para Albarrán, la importancia de la obra de Arredondo en la literatura mexicana es por varias razones: “es mujer, sus primeros cuentos se publicaron a mediados de los 60; se inserta en un contexto que estaba dominado por hombres y lo hace con una calidad impresionante, al grado que se ha dicho que es el Rulfo de las letras mexicanas”.

“Se inserta en la literatura con una obra escueta, son sólo tres volúmenes de cuentos, pero con una enorme calidad, con una depuración de la palabra en la que trata situaciones intensas, conflictivas, con personajes desgarradores que trabaja muy bien y que consiguen sacudir al lector; no es una obra fácil porque tiene finales abiertos; en sus cuentos no hay finales felices, incluso no hay finales, deja al lector que decida el final”, asegura Albarrán.

Espejo dice que Inés es una escritora muy seria que no escribió excesivamente; una autora que hizo una literatura sin rebabas. Todo lo que escribió es bueno y con un alto control de calidad, con dos características: gran poder para la persuasión y de veladuras, que es ser sumamente sutil; y su capacidad para el doble sentido.

Ana Segovia, hija de Inés y del poeta hispano-mexicano Tomás Segovia, recuerda las exigencias de su madre. “Tenía los cuentos en la cabeza, no los escribía hasta que los sentía listos. Reflexionaba mucho; ahora que la he releído, me percato de que para ella el cuento es una unidad multiforme, multifacética o multinterpretativa y que al querer redondear una historia, con un estilo y estructura perfecta, permite al lector reinterpretarlo desde su mirada y su corazón”.

En busca de nuevos lectores

Aunque en 1989, Siglo XXI Editores hizo una reunión de los cuentos de los tres libros de Arredondo, hasta esta edición del FCE -que se logró tras un litigio por intestado que sostuvieron los hijos de la escritora con el segundo esposo, el médico Carlos Ruiz Sánchez-, dentro de la colección Letras Mexicanas, es que la obra de la escritora mexicana va a llegar a más lectores. Al menos es la confianza de la familia y la biógrafa.

Ana Segovia asegura que con las dos ediciones que reúnen la totalidad de textos de su madre, el de cuentos y el de ensayos que investigó y preparó Claudia Albarrán, se podrán conocer las facetas de la escritura de su madre, pues en general no es una escritora muy conocida ni leída.

Ahora, con la publicación, he releído sus cuentos y ha sido redescubrir, revaluar y ha sido una renovación de la literatura de mi mamá”, comenta Ana Segovia, quien celebra los diferentes niveles de lectura de los cuentos.

Claudia Albarrán dice que es una autora poco leída porque Inés escribió cuentos y los cuentos siempre se insertan en periódicos, revistas y suplementos culturales, y aunque sí hay lectores para cuentos, no hay en México una tradición de publicar libros de cuentos.

“Eso, sumado a que es una escritora que escribe poco, que forma parte de un grupo en el que ella es la única mujer, que tiene una literatura que es muy profunda, dolorosa, no es una literatura light”, comenta Albarrán.

Además, dice, sus cuentos se publican en editoriales de prestigio, pero con tirajes muy menores, de mil o mil 500 ejemplares. En cuanto a que sea leída en las escuelas de letras o por escritores y estudiantes, dice que en los últimos años se ha dado una vuelta atrás “para revisar a estas escritoras y escritores que fueron un poco maltratados. Inés fue poco leída, pero no comprendida”.

Inés, a quien le sobreviven tres hijos: Inés, Francisco y Ana, abrió junto con otras mujeres cuentistas, como Guadalupe Dueñas y Amparo Dávila, una brecha en muchos campos de la vida cultural de nuestro país.

Inés, que para Espejo fue 90% cuentista, pues dcecía que nunca escribió novela porque no había tenido tiempo, vivió los últimos ocho años de su vida casi recluida en su casa por problemas de la columna; tuvo cinco operaciones que multiplicaban sus dolores.

¿Cómo afrontó la enfermedad y el dolor y vivir atada a una silla de ruedas? Ana Segovia dice que todo eso le afectó tanto que ya no pudo escribir. “Fueron cinco operaciones, cada operación la debilitó más, se fue aislando, por eso me sorprende y me enorgullece que, a pesar del dolor, escribiera el último libro: Los espejos”.

lunes, 20 de junio de 2011

Monsi después de Monsi

20/Junio/2011
Jornada
Elena Poniatowska

-Monsi, ya destruiste los brazos del sillón.

–Vais, si sales a la calle de nuevo, juro que no vuelvo a abrirte la puerta.

–Monsi, o entras o sales. No tengo todo el tiempo de la vida.

–Vais, rompiste las ramas más tiernas del limonero.

Monsi es un gato del género masculino, vestido de smoking.

Vais, atigrada, es mujer y es más bonita que Monsi, pero pesa menos, es clandestina, tiene una vida secreta, desaparece sin avisar y la primera vez que la busqué en la plaza de San Sebastián, en Chimalistac, grité por encima de las bardas, subí al campanario y por fin al tercer día regresó tan campante.

–¿Por qué me haces eso?

Monsi y Vais eran tan pequeños que cabían uno en la mano derecha, otra en la izquierda. Una guajolota enojada se disponía a sacarles los ojos en un corral de Tomatlán y los rescaté para traerlos a San Sebastián. Ahora padezco a los dos gatitos como padecí a Monsiváis, porque amarlo era padecerlo.

–Al rato te hablo.

–Marco tú número dentro de 10 minutos.

–Llámame tú el sábado.

–Voy a salir, te busco en la noche.

A la mañana siguiente intentabas de nuevo a ver si tenías suerte de encontrarlo por teléfono y del otro lado de la bocina fingía la voz:

–No está, salió en la madrugada a Madrid, soy su tía María.

En la tarde, era fácil reconocerlo en el Vips de la avenida Tlalpan, a la altura de San Simón, frente a unos frijoles caldosos.

–¿No que habías ido a España?

–Ya vine.

Entonces la letanía se iniciaba:

–No llegaste.

–No llamaste.

–Te esperé dos horas.

–Me plantaste.

–¡Cómo eres malo!

–¡Qué malo eres!

Invitarlo a comer era otra forma del suplicio:

–No vayas a llegar tarde.

–¿A qué hora dijiste?

–A la normal, a mi hora, a las dos y media. Tú eres el plato fuerte.

Llega a las mil, para merendar. Y si uno reclamaba, decía:

–¿No dijiste que a tu hora? Esta es tu hora.

El sonreía con su cara de gato.

Ahora dos gatitos recogidos son la presencia total de Monsi en la sala, en el comedor, en la recámara, en la escalera, en los pasillos, en la cocina, en el lavadero, a todas horas, en todo momento, día y noche. Digo Monsi y Vais 10 o 20 veces al día. Los dos nombres resuenan entre el piso y el techo, el cielo y la tierra, son un encantamiento que repito una y otra vez, un conjuro contra la ausencia, una pócima que disminuye la soledad. Imagino que Monsi, que era un hombre ciudad, como lo llamó Adolfo Castañón, ahora mismo sube al Metro, está parado en la esquina de San Simón y le hace seña a un taxi, se citó con El Fisgón en la Zona Rosa, está por ir a comer a casa de Iván en la calle de Amatlán, donde por cierto va a llegar tarde, para variar.

Antes de junio de 2010, a las siete de la mañana, si sonaba el teléfono, corría yo, sólo podía ser él. Monsi se convirtió en el consejero áulico de Marta Lamas, de Chema Pérez Gay, de Iván y de Nelly Restrepo. Hoy por hoy su risa matutina hace una gran falta, una falta horrible. Lloraba de risa y su risa tenía mucho de gato, una risa única que ojalá y haya quedado grabada. Imitaba a unos y a otros, Y antes de colgar decía.

–¡Qué mala eres!

–¿Yo? Pero si todas las malditeces las dijiste tú. Yo sólo reí.

–Eres mala, de veras, mala como nadie, eres lo más malo del mundo.

Hace dos días, el viernes 17 de junio en la noche fuimos a una ceremonia íntima a El Estanquillo, convocados por su director, Moisés Rosas, la tía María, Beatriz y Araceli, Rubén y Mauricio, Carlos, Chema y Lilia, Marta Lamas, Consuelo y Julia, Carlos Bonfil, Jenaro Villamil, Jesús Ramírez, Alejandro Brito, Victor Acuña, Armando Colina, Rodolfo y Jesús, porque las cenizas de Carlos iban a depositarse en una urna.

–Es una ceremonia privada, de muy poca gente.

La urna la hizo Francisco Toledo y su forma, su volumen, su redondez de tierra, la convierte en un abrazo, un recibimiento excepcional. La urna acoge, cobija, se ahonda, suena a barro. Lentamente pulida, brilla trabajada por las manos del buen alfarero, del creador y del artesano, del que sí sabe hacer las cosas y, sobre todo, sabe rendir homenaje al amigo. Es una urna de extraordinario carácter que refleja los muchos experimentos técnicos que ha hecho Toledo con el barro, la madera, todas las sutilezas de la materia, pero sobre todo el sagrado sentido de la vida. Cuando la vi pensé que William Blake le cantaría como al tigre que brilla en la selva de la noche y le pregunta qué mano inmortal lo hizo, quien construyó su temible simetría. En realidad, la urna es un gato que se redondea sobre sí mismo para dormir su larga vida de siete vidas. Envuelto en su cola, su pelambre resalta por encima del barro y su cabeza de gato tiene la cara del Monsiváis de los buenos días, el que sonreía. A Toledo le preguntaban: ¿Quién hace el prólogo de tu libro? Monsiváis. ¿Quién presenta tu exposición? Monsiváis. ¿Quién va a escribir el catálogo para la muestra en Los Ángeles? Monsiváis. “¿Quién quieres que te acompañe? Monsiváis. ¿A quién invitamos al mitin? A Monsiváis. ¿Para quién es este cuadro? Para Monsiváis. “¿Quién quieres que acabe con el gobernador? Monsiváis. ¿De qué quieres que se hable en el encuentro de intelectuales? De Monsiváis. En la urna están todas las respuestas de Toledo a Monsiváis, el amor al coleccionista, el amor al crítico, la devoción al pensador, la admiración por los escritos de un hombre que logró catequizar a los indios remisos. Toledo, el pintor de las tenaces raíces zapotecas, también llenó la urna de iguanas, de mariposas, de tortugas, de peces, de jaibas, de cangrejos y los puso a cantar al unísono. La urna tiene símbolos ocultos, códices y máscaras del México antiguo, la urna es un organismo viviente en el que todo se corresponde, el agua que sigue cantando en el barro, las sutilezas de la materia, su complejidad, responden a las huellas digitales de las yemas de los dedos de Toledo que moldearon esta corona mortuoria. Porque en verdad, la urna es una corona. Y en verdad también, sólo Toledo podía coronar a Monsiváis.

De tanto escribir sobre movimientos sociales, el propio Monsi se ha vuelto un movimiento social. Cada vez que nos reunimos la conversación termina girando invariablemente en torno a Monsi. ¿Qué tiene Monsi que nos jala como una central de energía, como una centrífuga que nos hace picadillo en torno a sus aforismos, sus sarcasmos, las horas de su vida, sus prodigiosas mentiras, sus prodigiosas verdades?

Me atrevo a una respuesta. Monsi iba directo a la esencia, su gran entereza, su lucidez implacable, su inteligencia crítica, su falta de poder personal y su total ausencia de privilegios, lo convirtieron en defensor de los derechos civiles, en el intelectual que más y mejor supo protestar por las violaciones a los derechos humanos, en el ciudadano que mejor denunció la inmensa ineptitud y la codicia rampante de los políticos que nos gobiernan, el que le dio una buena bofetada a la demagogia monolítica. Por eso, sus seguidores, también somos, en cierto modo, un operativo a futuro, al que se le unen todos aquellos que Monsi congregó, Salvador Novo y Chano Urueta, Ramón López Velarde y Carlos Pellicer, José Emilio y Cristina Pacheco, Alejandra y Enrique Florescano, Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez, María Félix y José Alfredo Jiménez, Tongolele y María Conesa, Rogelio Naranjo, Rius y El Fisgón, Carlos Fuentes, Cantinflas, Renato Leduc, Sergio Pitol y Luis Prieto, Carmen y Magdalena Galindo, Julio Scherer, Braulio Peralta, Vicente Rojo, Neus Espresate, porque mejor que nadie, Monsi nos metió a todos en la misma bolsa, de la periferia al centro, de la cultura popular a la de la Sala Manuel M. Ponce, nos sacudió para cubrirnos de papelitos de colores y de serpentinas y ahora somos esta piñata medio deshilachada que ustedes ven, hoy domingo 19 de junio de 2011, a las 12 del día, en este estrado dentro del mítico Palacio de Bellas Artes, que a diferencia de nosotros, los aquí presentes, como es de oro y mármol, nunca, nunca se va a morir.

*Texto que leyó Elena Poniatowska durante el homenaje que se rindió ayer a Carlos Monsiváis en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes

domingo, 19 de junio de 2011

Juan Rulfo en Cali

19/Junio/2011
Jornada Semanal
Eduardo Cruz

La mítica Colombia y la certeza de que a estas alturas del siglo XXI los caminos de El Dorado no son inescrutables, se revelan a través de un epistolario electrónico que pronto comenzará a circular gracias a una coedición de Ediciones Sin Nombre y la Universidad Autónoma de Nuevo León. Su simiente se encuentra en las tareas que como periodista ha desarrollado Eduardo Cruz Vázquez en distintos momentos de su quehacer como gestor cultural. Durante su estancia en Colombia (2001-2005), su segundo eslabón como diplomático, además de despachar abundantes entregas a páginas culturales, los más de cuatro años de andanzas le permitieron concentrar un cúmulo de información y experiencias que llamaron a la apuesta literaria. Colombia tiene nombre de mujer teje un periplo de pasiones por El Dorado, donde la ficción y la realidad se funden para rendir homenaje a una gran nación.

Durante su primera experiencia como agregado cultural en la Embajada de México en Chile (1996-1997), Cruz elaboró numerosas crónicas, entrevistas y reportajes que dejan constancia de los vastos acervos que vinculan a las culturas de ambas naciones. Esta suerte de catálogo, también de fuerte impulso literario, apareció con el título Residencia bajo la Cordillera de los Andes, en el libro Del mismo cuero salen las correas (UAM-Xochimilco, 2002) su segunda antología periodística.

En una de las cartas-correo de Colombia tiene nombre de mujer, Eduardo da noticia de un hallazgo: se trata de la grabación de una entrevista a Juan Rulfo en lo que sería su única visita a Cali, así como el rescate de otra serie de declaraciones que aparecieron en un periódico universitario. Aquí presentamos un extracto que contiene lo más relevante de lo dicho por Rulfo. La misiva electrónica termina haciendo referencia a los andares de Encarnación, personaje central de lo que también podemos calificar como un reportaje novelado.

Juan Rulfo en Cali

Eduardo Cruz

La mítica Colombia y la certeza de que a estas alturas del siglo XXI los caminos de El Dorado no son inescrutables, se revelan a través de un epistolario electrónico que pronto comenzará a circular gracias a una coedición de Ediciones Sin Nombre y la Universidad Autónoma de Nuevo León. Su simiente se encuentra en las tareas que como periodista ha desarrollado Eduardo Cruz Vázquez en distintos momentos de su quehacer como gestor cultural. Durante su estancia en Colombia (2001-2005), su segundo eslabón como diplomático, además de despachar abundantes entregas a páginas culturales, los más de cuatro años de andanzas le permitieron concentrar un cúmulo de información y experiencias que llamaron a la apuesta literaria. Colombia tiene nombre de mujer teje un periplo de pasiones por El Dorado, donde la ficción y la realidad se funden para rendir homenaje a una gran nación.

Durante su primera experiencia como agregado cultural en la Embajada de México en Chile (1996-1997), Cruz elaboró numerosas crónicas, entrevistas y reportajes que dejan constancia de los vastos acervos que vinculan a las culturas de ambas naciones. Esta suerte de catálogo, también de fuerte impulso literario, apareció con el título Residencia bajo la Cordillera de los Andes, en el libro Del mismo cuero salen las correas (UAM-Xochimilco, 2002) su segunda antología periodística.

En una de las cartas-correo de Colombia tiene nombre de mujer, Eduardo da noticia de un hallazgo: se trata de la grabación de una entrevista a Juan Rulfo en lo que sería su única visita a Cali, así como el rescate de otra serie de declaraciones que aparecieron en un periódico universitario. Aquí presentamos un extracto que contiene lo más relevante de lo dicho por Rulfo. La misiva electrónica termina haciendo referencia a los andares de Encarnación, personaje central de lo que también podemos calificar como un reportaje novelado.

Colombia tiene nombre de mujer

Esto es, Esmeralda, lo que alcanzo a recordar bajo el influjo de Amparo y los achaques de la memoria. Pero debo concluir esta entrega con lo que considero una joya preciada que de nuestro país encontré en El Dorado (y no se trata precisamente de mariachis). Al estar en uno de los intermedios de la pasarela del Círculo de la Moda, la gran Paola Cortés rompió la conversa sobre diseños y cadencias al recordar que la voz de Juan Rulfo formaba parte de la fonoteca de la emisora cultural HJCK, ubicada en FM.

¿Pero cómo así?

Don Álvaro Castaño Castillo, el queridísimo director de la radiodifusora, confirmó la Chiva y su esposa, la entrañable Gloria Valencia (GV), quien entrevistó a Juan Rulfo a finales de los años setenta en Cali, durante el Encuentro de Narrativa Hispanoamericana, instruyó a los cirujanos Pepe Castiblanco y Alejandro Rodríguez a hacer la exhumación, pues el registro que provenía de un audio de televisión tenía quizá todos esos años sin tocarse.

Comprenderá, Esmeralda, la emoción que sentí ante el hallazgo. Si bien cuento con toda la trascripción, le dejo las preguntas y respuestas más reveladoras.

–Por ejemplo su último libro, usted contestó con su humor que, por cierto lo tiene a flor de piel y que le sale duro muchas veces, contestó que su libro Cordillera se había quedado “en cerro”. ¿Qué nos quiso decir?

Bueno, que desapareció, desapareció definitivamente.

–¿De verdad lo destruyó?

Lo destruí, sí, lo tiré a la basura, pues no llenaba, no me satisfacía, era una cosa que me llevó a un callejón sin salida.

En otro momento del diálogo en el estudio, intervino el escritor Manuel Mejía Vallejo.

–Usted tiene en su obra un aspecto permanente sobre la soledad y la muerte. A veces, cuando lo veo, me lo imagino como un fantasma creado por usted mismo.

Así soy, un fantasma, no existo, es un mito la existencia, mi existencia. A veces pienso que no existo.

Al seguir la pista de Juan Rulfo por La sultana del Valle, y gracias al querido amigo Fabio Jurado, ubiqué al también escritor Sandro Romero. Me facilitó un ejemplar del 19 de agosto de 1979 del periódico cultural El Semanario, de Cali, donde publicó una larguísima crónica bajo el título de La literatura en llamas, a propósito del Encuentro de Narrativa Hispanoamericana. La voz del autor fantasmal quedó en los registros sonoros de la Universidad del Valle.

Dijo: “Yo estuve buscando muchos editores y no me quisieron publicar hasta el año ’53. Yo ya tenía escrita mentalmente el Pedro Páramo. Considero incluso que Pedro Páramo es anterior a los cuentos. El resultado fue que no encontraba la fórmula para contarla. Al escribir los cuentos, me dediqué a hacer una especie de ‘ejercicios literarios’ hasta que por fin encontré, en un cuento que se llama “Luvina”, la atmósfera que yo necesitaba para escribir Pedro Páramo. Así es que si se publicaron primero los cuentos, fue porque ya había los suficientes medios para hacerlo, y entonces me dediqué exclusivamente a escribir la novela. En lo personal, y es una cosa que siempre me he reservado, Pedro Páramo es anterior a El Llano en llamas. Me quedaba entonces después del trabajo a escribir. No tenía amigos ni a dónde ir, así que escribí una novela que titulé provisionalmente El hijo del desaliento. Fue una novela que, como ustedes pueden suponer, fue a parar a la basura, como otras que también fueron a parar al mismo lugar. [...] La novela mexicana ha caído en el terreno de la pornografía, el escándalo y la comercialización. Grijalbo, por ejemplo, ha incrementado este tipo de literatura. Si antes vendía bestsellers norteamericanos, ahora vende escándalo. Han aparecido seis u ocho escritores que exclusivamente escriben eso. Una novela llena de vulgaridades, pero como se dice, de sal, de pimienta, que llama la atención y que el público que no lee literatura la consume. Así como se venden los cómics, así se venden esas obras. Puedo citar nombres: Parménides García Saldaña, Gustavo Sáinz, José Agustín, Luis Zapata; bueno, tres o cuatro más que escriben pornografía absoluta. No tienen nada de literario sus obras. [...] Para mí, el acierto más grande de Carlos Fuentes fue La muerte de Artemio Cruz. En cambio Terra nostra está plagada de esa obsesión en él, hacer farragosa alguna cosa. Tiene una particularidad Carlos Fuentes: no sacrifica nada. No tacha nada de lo que escribe, porque cree que cualquier línea es valiosa y eso le ha perjudicado, sobre todo en Terra Nostra que podría haber sido una novela magnífica. Se le fue de las manos… El defecto que yo le veo a esta novela es esa falta de crítica que nos sobra a algunos. Fuentes debería de concretarse a lo que conoce, que es la historia de México. El problema es que él no conoce su país. Al principio quiso imitar a su padrino Octavio Paz, pero lo ha superado en muchos aspectos, sobre todo en el terreno de la ficción. Lo que me molesta de Fuentes es que él trabaja sus obras con el conocimiento y no con la imaginación. Y esto es una falla.”

¡Bomba! No negará, Esmeralda, que estas declaraciones son una gran exclusiva.

Pero ha de disculpar que algo más quepa en este salpicón (dígale champurrado de estampas, si lo desea). Al sumarse los veranos e inviernos y de cara a un año nuevo, a la ruta de la despedida, el economista Winston Licona y el reportero Juan Manuel Ruiz, me obsequiaron sendas andanzas por rumbos circunvecinos de Bogotá.

Los dominios de mi hermano periodista son particularmente en Tunja, donde su querida madre cumple el papel de audaz columnista. Como es la ciudad “más erótica porque cuando pones un pie allí te vienes”, mejor nos fuimos a recorrer las calles empedradas de Villa de Leyva, pueblo colonial donde se celebra un festival de cometas, se consiguen fósiles, se tejen textiles, se da forma al barro, se visita el Museo del artista Luis Alberto Acuña, el cine bar El Patriarca y, particularmente los domingos, tiene lugar un macondiano mercado, el cual con sus viandas deja en cosa de comida light a la bandeja paisa.

Tome nota del menú dominguero de los boyacenses: mondongo, mute de maíz, mute de mazorca, caldo de cordero (con cabeza), caldo de costilla de res, caldo de pata, yuca sudada, yuca frita, papa salada, papa criolla, arveja guisada, asadura de cordero (sangre y vísceras picadas), pata de cordero con cordero sudado (sic), chicharrones de cordero, plátano asado, longaniza, arroz, tamales, rellena (moronga) y cuello de gallina relleno de arroz. Todo a escoger y pasar con un chocolate, un champús, un tintico, un carajillo, una gaseosa o una agüita Cristal si prefiere para la digestión.

¡Ah! Y de pilón, gelatina de res (pezuña ultra recontra molida) que se la venden así, en vasitos, con su cucharita para que la saboreé mientras camina por la amplia plaza de este pueblo de vientos frescos, de áridos paisajes al que se llega tomando una carretera maltrecha tras visitar el famoso puente de Boyacá, que fue escenario de una gran batalla por la Independencia. Un camino lleno de tierras cultivadas de papa, de hombres con sombrero y ruana, ruta en la que te detienen de pronto niños que al tapar los numerosos huecos piden unas monedas a cambio.

Para llegar a los dominios de Winston, también presidente del Club de Tobi, se toma una carretera que literalmente va montada en los abismos de la cordillera. Sasaima, “la tierra primaveral”, es un pueblo lleno de verdor y humedad y tiene por vecino a Villeta.

Más que los afanes turísticos, que bien se resuelven con el paisaje y con la atmósfera pueblerina, se trató de que conociera la Finca Eve, propiedad de su vivaracha madre y en la cual Winston se desempeña como criador de marranos. Fueron toda una revelación los oficios porcicultores del afamado economista. No sé si a estas alturas del relato la cuantiosa inversión haya rendido ya sus ganancias. Lo cierto es que tras los quehaceres que cual padre procuró a sus animalitos, nos hicimos de una habitación en el Hotel Hacienda El Diamante en Villeta. Al fumar y beber en la terraza mientras un feroz aguacero nos endulzaba el oído, invocamos a nuestras musas.

Ruego nuevamente, Esmeralda, perdone lo atrabancado del relato. Pero la necesidad de ir apretando los demás hallazgos de El Dorado, hasta el espacio de este correo lo comprende. Lo hago así también ya que al asumir felizmente que con la presencia de Ilona intento de nueva cuenta la armonía en mi vida, el cerrar este período de mi extravío significará la libertad, la asimilación plena de los tesoros que descubrí, amé y amo; será la constancia de los ajustes indispensables para ofrendar con modestia a la familia de aquí y de allá en México lo mejor que puede quedar de mí para los próximos años.

Por lo mismo, le dejo un poema de Juan Manuel Roca, que extraigo de la antología personal Cantar de lejanía, y que lleva por título “Oración al señor de la duda.”: “Más que fe, dame un equipaje de dudas./ Ellas son mi puente, mi afluente, mi oleaje./ Venga a nos el Reino de lo Incierto./

Mantén en vilo mis verdades,/ Concebidas, muertas y sepultadas/ En los telares del olvido. Llévame/ Por las arenas movedizas,/ Dame a comer el pan de la derrota,/ A beber el agua del silencio./ No hay timos ni trucajes:/ Estoy herido y soy mi camillero./ Sean las certezas palacios de nieve/ A los que alguien asedia con el fuego./ Señor de la duda, si existieras,/ Escucha la oración del descreído.”

Abracaribes Esmeralda, que su felicidad es la mía.

El padre ausente: tema en la literatura mexicana

19/Junio/2011
El Universal
Alejandra Hernández

"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo". Así inicia una de las más grandes novelas de la literatura mexicana, la única escrita por Juan Rulfo, que es también una obra paradigmática sobre cómo ha sido tratada la figura paterna en nuestra letras, en las que, como en Pedro Páramo, abundan la figura del padre ausente.

En esto coinciden los escritores Álvaro Enrigue y Sandra Lorenzano, quienes en entrevista vía telefónica proporcionaron ejemplos de estos personajes que desde luego responden a un contexto y a una realidad social.

"La literatura mexicana -afirma Enrigue- gira en torno a la ausencia del padre. Es el caso de la literatura que ha crecido alrededor de la figura de Pedro Páramo, Artemio Cruz e incluso Hernán Cortés. Se trata de padres muy poderosos que de pronto desaparecen y dejan huérfano un universo".

En Pedro Páramo, por ejemplo, hay un personaje -Juan Preciado- que busca a su padre, un padre ausente, que es un importante cacique de Comala.

"Toda la novela -comenta Lorenzano- se construye alrededor de esa búsqueda del padre poderoso que dicta sus reglas e impone sus normas desde la ausencia. Parece una paradoja que padres ausentes puedan tener tanto poder pero así es".

En la creación de padres ausentes, que no obstante ejercen un gran poder en sus hijos, hay un reflejo de los padres de carne y hueso con los que nos podemos encontrar en la vida real.

"Como en todas las sociedades patriarcales, en la nuestra, la figura paterna es fundamental, y nuestra literatura muestra la realidad de la sociedad con respecto a esa figura", asegura la autora de Lo escrito mañana: narradores mexicanos nacidos en los 60.

Pero ¿cómo se ha retratado a los padres en nuestras letras? Además de coincidir con Enrigue en que Pedro Páramo es una novela paradigmática sobre este tema, la doctora en letras proporciona otros ejemplos que muestran que la ausencia del padre no sólo se hace presente cuando éste abandona a sus hijos, sino también debido causas como la muerte o, incluso, la indiferencia.

Ejemplos de personajes paternos que no se ausentan por decisión propia sino a causa de la muerte son la novela Los años falsos, de Josefina Vicens, y el poema "Algo sobre la muerte del mayor Sabines, de Jaime Sabines.


Si en Los años falsos -afirma Lorenzano- Vicens cuenta la historia de Luis Alfonso Fernández, el joven que luego de la muerte, de la ausencia de su padre, hereda las responsabilidades de éste al grado que no vive su vida por vivir la que había construido su padre, en "Algo sobre la muerte del mayor Sabines", el poeta crea un canto de amor y devoción hacia su padre, que también muestra la furia y la no resignación ante la presencia de la muerte que se lo ha arrebatado.

"En estos casos nuevamente hay una ausencia del padre, pero ahora por culpa de la muerte, entonces el padre aparece desde la ausencia", añade.

Como en la vida real, en la literatura mexicana también hay padres ausentes, pese a que aparentemente están presentes en la infancia de sus hijos.Ése es el caso de Balún Canán, de Rosario Castellanos.

En esa novela -comenta Lorenzano- también aparece la figura del padre, que en este caso sí está ahí, pero es autoritario, no mira a la niña narradora y protagonista de esta historia porque prefiere al hijo varón. A pesar de su presencia ese padre prácticamente también está ausente.

Un caso similar lo encontramos en Mi padre, el general, de Jorge López Páez. En esta novela también es un niño quien relata su historia. Luego de que muriera su madre y su tía, el núcleo familiar de este personaje queda reducido al de su padre, un general que ni siquiera tiene tiempo de comer con su hijo.

Incluso, cuando pasan "juntos" los fines de semana en las casas de los amigos del general o en los ranchos de sus familiares siguen sin relacionarse realmente.

El ensayo literario ha sido otra modalidad en la que escritores mexicanos han reflexionado sobre la figura paterna.

En Padre y Memoria Federico Campbell hace un repaso por nuestras letras y por la literatura escrita en otras lenguas en el que muestra que en la obra de Juan Rulfo u Oliver Sacks, pasando por muchos otros, la figura paterna ha estado ahí, ya sea de manera omnipresente o a través de una ausencia absoluta.

Mientras que en el ensayo "Hijos de papel" Enrique Serna critica a los padres escritores que "de tanto comparar la creación literaria con el acto de engendrar y las arduas faenas con los dolores del parto, han llegado a creer que su oficio es una especie de paternidad sublimada". Como el poeta francés Stéphane Mallarmé, quien -cuenta Serna- se arrepintió del abandono en el que tuvo a su hijo (que murió a los dos años) a causa de sus interminables faenas literarias.

Otro caso que evidencia una ausencia paterna es el de Franz Kafka, el gran escritor checo que no podernos pasar por alto en este recuento debido a su importancia e influencia en las letras universales.

En Carta al padre, el autor de La metamorfosis denuncia con gran claridad los maltratos y las humillaciones que sufrió en manos de su padre, un padre que como tantos otros y de manera paradójica ejerce un gran poder sobre sus hijos a través de su omnipresencia que es al mismo tiempo una ausencia.

sábado, 18 de junio de 2011

Crítica a la cruzada de Sicilia

18/Junio/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Ante la muerte de Monsiváis, nos preguntamos por las nuevas intelectualidades mexicanas. El 2011 dio una respuesta: Javier Sicilia.

El perfil intelectual de Sicilia no nació con la lamentable ejecución de su hijo a finales de marzo. Sicilia lleva años como vocero sintético de la salvación católica y la izquierda patria.

La historia, empero, consignará que el asesinato de su hijo por el crimen organizado dio un giro a su trayectoria pública. Sicilia se convirtió en un activista contra el ejército fuera de los cuarteles, líder de protestas ante la guerra anti-narco de Calderón e imán del descontento por los 40 mil muertos.

Sus exigencias —aún abstractas— se han hecho —literalmente— sobre la marcha.

De poeta cristiano a noticia de primera plana, su rostro comienza a ser reconocido por mayorías. Ningún escritor nacional lo había logrado en mucho tiempo.

No dudo de la legitimidad moral de su movimiento, que podría quedar como gesto poético o crecer como factor electoral. Pero, ¿qué significa en términos ideológicos?

Si Paz era un combo de pluma retro-romántica y caudillo culto-priista, y Monsiváis, sindicalista irónico y burlón laureado, Sicilia congrega al líder espontáneo de la Sociedad Civil con la vieja figura evangelizadora.

El lema de su movimiento “¡Estamos hasta la madre!” inconsciente retoma la bandera guadalupana.

“Estamos hasta la madre” coloquialmente significa “estamos hartos, al límite de la tolerancia” e indica “estar saturado, abotagado”. Psicoanalíticamente alude a la idealización de una figura materna que inutiliza y castra. Una madre que madrea.

(Santa sangre de Jodorowsky explora este atrofio de la energía y el deseo).

En este caso, si estar “hasta la madre” es el problema, la inconsciencia del problema lo vuelve su pro-lema.

El “Verbo” mesiánico de Sicilia incluye, además, vestimenta de pescador (¿de hombres?) y escenas que, a ciencia cierta, sorprenden: gente hincándose a sus espaldas, Sicilia imponiendo las manos sobre la cabeza de niños o besando las manos de mujeres dolientes.

Sicilia se cree Jesús.

Su fe católica —ningún poeta mexicano contemporáneo ha sido más abiertamente cristiano que Sicilia— y su figura mesiánico-social son incongruentes con una postura de izquierda.

Por otra parte, su credo cristiano es el mismo que ostentan televisoras y derecha panista. (Y AMLO y Peña Nieto).

En los mismos días en que Sicilia conducía su “marcha del consuelo” a lo largo del país, el presidente hablaba de la policía como un “sacerdocio cívico”.

Sicilia representa no tanto una oposición radical al régimen de derecha del PAN, sino el aviso de que a una época panista corresponde culturalmente un poeta apóstol.

Lo guadalupano empantana a la cultura mexicana.

Tanto en Los Pinos como en los plantones, derechita crece la cultura de la cruz.

Lectores eferentes

18/Junio/2011
Laberinto
Armando González Torres

Trascendió que en una cena de gala en la Casa Blanca, cuando se hablaba de la complejidad del ejercicio de gobierno, uno de los invitados, Gabriel García Márquez, le dijo al entonces presidente William Clinton: “Lo que usted tiene que hacer es leer el Quijote, ahí vienen las soluciones a todo”. La mezcla de impertinencia y lugar común que le espeta el escritor colombiano al ex presidente de Estados Unidos muestra lo habitual que resulta, aun en los llamados intelectuales, una de las transacciones estéticas más rudimentarias, lo que Louise Rosenblatt denomina la “lectura eferente”, es decir esa forma de literalidad y fe casi animista en la lectura que suele buscar “todo” en una obra de ficción, desde la frase ingeniosa que se administrará en una cena hasta una guía de vida o un manual político. Las obras con una ambición de totalidad y un prestigio consolidado son especialmente propicias para atraer al lector eferente, pues este admirador ingenuo de las letras de imprenta pensará que un libro famoso no miente, ni tiene dobles intenciones y que de su broncínea materia es factible extraer, sin gran esfuerzo, las prescripciones que necesita su vida.

Ciertamente, acaso sin caer en los casos extremos de ingenuidad o fanatismo, todos somos lectores eferentes, animales con hambre de narrativas ejemplares que rigen sus destinos, en mayor o menor medida, por acciones aprendidas en libros y personajes de ficción. Cierto tipo de cualidades humanas no instintivas, por ejemplo, deben mucho su pervivencia al prestigio y motivación de la ficción y muchas acciones excepcionales pueden basarse en historias inspiradoras. Del otro extremo, muchos prejuicios nacen del crédito ilimitado que se atribuye a historias simplificadas sobre individuos y colectividades. La lectura eferente puede rebasar los límites de la elección racional y, como lo demuestra la ola de suicidios románticos tras la publicación del Werther de Goethe, la búsqueda de un “buen final” es susceptible de hacer renunciar a lo que se supone es el don más resguardado. De modo que no sólo abundan lecturas didácticas sino lectores ansiosos de ser guiados, quizá hasta el sacrificio, por la lectura de un solo libro. El buscar en la ficción un guión adecuado de lo que es la propia vida, no resulta necesariamente malo; sin embargo, ello no debería cerrar la capacidad de escuchar otros relatos y confrontarlos. En la vida misma las circunstancias cambiantes obligan a hacer cambios, a ejecutar improvisaciones, a aceptar pequeños rodeos y desvíos con el objeto de encontrar o rescatar parte del argumento original. La concentración de expectativas en un solo libro, puede ser empobrecedora. Tal lectura inmuniza una versión de la ficción a otros datos y evidencias que la contradigan y tienden a la idealización lacrimógena de un modelo único. Por eso, es imprescindible mantener abierto el repertorio de narrativas ejemplares, ampliar la biblioteca dilecta y nunca prescribir en una cena un libro donde se encuentre “todo”.

domingo, 12 de junio de 2011

Efraín Huerta: la risa inteligente

12/Junio/2011
Jornada Semanal

Jair Cortés

La poesía mexicana ha sido, en su mayoría, demasiado solemne, hecho que contrasta con el carácter del mexicano promedio que encuentra en el humor y en la ironía formas de mirar su entorno, pero sobre todo, de sobrevivir al mundo. Suele pensarse, erróneamente, que la literatura que nos revela el filo cómico de las cosas es ligera y que la risa debe dar paso a cuestiones más serias. Tal vez esta postura frente al humor en la literatura tenga su raíz en La poética, de Aristóteles, quien señalaba: “La Poesía se dividió según el carácter propio del poeta; porque los más respetables representaron imitativamente las acciones bellas y las de los bellos, mientras que los más ligeros imitaron las de los viles, comenzando éstos con sátiras, aquéllos con himnos y encomios.”

Afortunadamente siempre hay quienes no se limitan a recorrer los caminos más transitados. Efraín Huerta fue uno de esos poetas que comprendió la importancia y trascendencia del humor. El producto de esta actitud se lee en su libro Estampida de poemínimos. Esta obra, cargada de provocaciones luminosas, corre el riesgo de hacernos reír, sin que ello signifique que la reflexión pase a segundo término. Acaso Huerta inventa una forma poética: un conjunto de pequeños prismas en cuyo interior se refleja la luz de la ironía y la contradicción, como en el poemínimo titulado “Desconcierto”: “A mis/ viejos/ Maestros/ De Marxismo/ No los puedo/ Entender;/ Unos están/ En la cárcel/ Otros están/ en el poder.” Con un pie en el aforismo y otro en el refrán popular, el poemínimo despliega su pequeña majestuosidad, como una mariposa que al abrir sus alas asombra y emociona. La capacidad de concreción en los poemínimos de Huerta es una característica que los hermana con el haikú; su distribución visual nos da la pausa necesaria para asimilar la densidad concentrada a través de una lectura que gotea en la página. Pero los poemínimos de Efraín Huerta van más allá del refrán popular; se apoyan en la intertetextualidad, en el doble sentido y en los diferentes niveles del humor (negro, blanco y rojo): “Y así/ Le dije/ Con desolada/ Y cristiana/ Bondad:/ Desnúdate/ Que yo/ te/ Ayudaré.”

Es posible encontrar en estos poemas aquello que T.S. Eliot llamaba “la música de lo coloquial”: “Ahora/ Me/ Cumplen/ O/ Me/ Dejan/ Como/ Estatua.” La vigencia de los poemínimos de Efraín Huerta no tiene caducidad, porque su brevedad los convierte en textos memorizables (ahora podría decirse que “posteables”), y porque la realidad que vivimos diariamente es así de complicada: trágica y cómica al mismo tiempo.

Efraín Huerta: la risa inteligente

12/Junio/2011
Jornada Semanal
Jair Cortés

La poesía mexicana ha sido, en su mayoría, demasiado solemne, hecho que contrasta con el carácter del mexicano promedio que encuentra en el humor y en la ironía formas de mirar su entorno, pero sobre todo, de sobrevivir al mundo. Suele pensarse, erróneamente, que la literatura que nos revela el filo cómico de las cosas es ligera y que la risa debe dar paso a cuestiones más serias. Tal vez esta postura frente al humor en la literatura tenga su raíz en La poética, de Aristóteles, quien señalaba: “La Poesía se dividió según el carácter propio del poeta; porque los más respetables representaron imitativamente las acciones bellas y las de los bellos, mientras que los más ligeros imitaron las de los viles, comenzando éstos con sátiras, aquéllos con himnos y encomios.”

Afortunadamente siempre hay quienes no se limitan a recorrer los caminos más transitados. Efraín Huerta fue uno de esos poetas que comprendió la importancia y trascendencia del humor. El producto de esta actitud se lee en su libro Estampida de poemínimos. Esta obra, cargada de provocaciones luminosas, corre el riesgo de hacernos reír, sin que ello signifique que la reflexión pase a segundo término. Acaso Huerta inventa una forma poética: un conjunto de pequeños prismas en cuyo interior se refleja la luz de la ironía y la contradicción, como en el poemínimo titulado “Desconcierto”: “A mis/ viejos/ Maestros/ De Marxismo/ No los puedo/ Entender;/ Unos están/ En la cárcel/ Otros están/ en el poder.” Con un pie en el aforismo y otro en el refrán popular, el poemínimo despliega su pequeña majestuosidad, como una mariposa que al abrir sus alas asombra y emociona. La capacidad de concreción en los poemínimos de Huerta es una característica que los hermana con el haikú; su distribución visual nos da la pausa necesaria para asimilar la densidad concentrada a través de una lectura que gotea en la página. Pero los poemínimos de Efraín Huerta van más allá del refrán popular; se apoyan en la intertetextualidad, en el doble sentido y en los diferentes niveles del humor (negro, blanco y rojo): “Y así/ Le dije/ Con desolada/ Y cristiana/ Bondad:/ Desnúdate/ Que yo/ te/ Ayudaré.”

Es posible encontrar en estos poemas aquello que T.S. Eliot llamaba “la música de lo coloquial”: “Ahora/ Me/ Cumplen/ O/ Me/ Dejan/ Como/ Estatua.” La vigencia de los poemínimos de Efraín Huerta no tiene caducidad, porque su brevedad los convierte en textos memorizables (ahora podría decirse que “posteables”), y porque la realidad que vivimos diariamente es así de complicada: trágica y cómica al mismo tiempo.