sábado, 18 de junio de 2011

Lectores eferentes

18/Junio/2011
Laberinto
Armando González Torres

Trascendió que en una cena de gala en la Casa Blanca, cuando se hablaba de la complejidad del ejercicio de gobierno, uno de los invitados, Gabriel García Márquez, le dijo al entonces presidente William Clinton: “Lo que usted tiene que hacer es leer el Quijote, ahí vienen las soluciones a todo”. La mezcla de impertinencia y lugar común que le espeta el escritor colombiano al ex presidente de Estados Unidos muestra lo habitual que resulta, aun en los llamados intelectuales, una de las transacciones estéticas más rudimentarias, lo que Louise Rosenblatt denomina la “lectura eferente”, es decir esa forma de literalidad y fe casi animista en la lectura que suele buscar “todo” en una obra de ficción, desde la frase ingeniosa que se administrará en una cena hasta una guía de vida o un manual político. Las obras con una ambición de totalidad y un prestigio consolidado son especialmente propicias para atraer al lector eferente, pues este admirador ingenuo de las letras de imprenta pensará que un libro famoso no miente, ni tiene dobles intenciones y que de su broncínea materia es factible extraer, sin gran esfuerzo, las prescripciones que necesita su vida.

Ciertamente, acaso sin caer en los casos extremos de ingenuidad o fanatismo, todos somos lectores eferentes, animales con hambre de narrativas ejemplares que rigen sus destinos, en mayor o menor medida, por acciones aprendidas en libros y personajes de ficción. Cierto tipo de cualidades humanas no instintivas, por ejemplo, deben mucho su pervivencia al prestigio y motivación de la ficción y muchas acciones excepcionales pueden basarse en historias inspiradoras. Del otro extremo, muchos prejuicios nacen del crédito ilimitado que se atribuye a historias simplificadas sobre individuos y colectividades. La lectura eferente puede rebasar los límites de la elección racional y, como lo demuestra la ola de suicidios románticos tras la publicación del Werther de Goethe, la búsqueda de un “buen final” es susceptible de hacer renunciar a lo que se supone es el don más resguardado. De modo que no sólo abundan lecturas didácticas sino lectores ansiosos de ser guiados, quizá hasta el sacrificio, por la lectura de un solo libro. El buscar en la ficción un guión adecuado de lo que es la propia vida, no resulta necesariamente malo; sin embargo, ello no debería cerrar la capacidad de escuchar otros relatos y confrontarlos. En la vida misma las circunstancias cambiantes obligan a hacer cambios, a ejecutar improvisaciones, a aceptar pequeños rodeos y desvíos con el objeto de encontrar o rescatar parte del argumento original. La concentración de expectativas en un solo libro, puede ser empobrecedora. Tal lectura inmuniza una versión de la ficción a otros datos y evidencias que la contradigan y tienden a la idealización lacrimógena de un modelo único. Por eso, es imprescindible mantener abierto el repertorio de narrativas ejemplares, ampliar la biblioteca dilecta y nunca prescribir en una cena un libro donde se encuentre “todo”.

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