jueves, 11 de febrero de 2010

Libros en tecnicolor

30/01/2010
El País
Javier Rodríguez

Como una mosca en un vaso de leche. En un océano de escritores vestidos de lino y blanco caribe, Guillermo Fadanelli aterrizó ayer en Cartagena de Indias ataviado rigurosamente de negro y con una gorra (negra) calada hasta las cejas. Si sólo verlo ya daba calor, escucharlo lo que daba era escalofríos: tan rotundo y descarnado como sus libros, el escritor mexicano recordó sus inicios en el vídeo underground ("video-basura", en sus palabras) bajo la "sana" influencia de John Waters: "Cuanto peores eran los actores y más te acercabas al ridículo, más cerca estabas de alcanzar algo trascendente".

"Dios siempre se equivoca. Ésa es su única virtud", dice el autor de Compraré un rifle, que dice también que él, sin ser Dios, no hace otra cosa que equivocarse. Por eso prefiere refugiarse en la literatura ("Una soledad llena de ruido", afirmó citando a Bohumil Habral. "Una masturbación continuada ante el ordenador", añadió citándose a sí mismo) y desentenderse de las adaptaciones que han hecho de sus novelas y relatos. Además, no le importa que el director "destruya" sus libros: "Lo único que pido en el contrato es que me dejen salir una noche con la primera actriz". De hecho, Fadanelli está convencido de que la mejor novela es la que no puede ser llevada al cine: "Se lleva la anécdota, pero la novela no es la anécdota, es el lenguaje".

"El cine es la literatura por otros medios", había dicho el día anterior Fernando Trueba en la multitudinaria inauguración del V Festival Hay de Cartagena de Indias, en el que ayer además proyectó El baile de la victoria, basada en una novela del chileno Antonio Skármeta. Con 11 versiones en distinto formato por todo el mundo, el festival se instaló en Nairobi el año pasado y esta primavera lo hará en Beirut. El de Cartagena empezó el jueves con aire de película. En parte por la fama sobrevenida que el llamado séptimo arte regaló a algunos de sus protagonistas de relumbrón -Ian McEwan (Expiación) y Michael Ondaatje (El paciente inglés)- y en parte por la bigamia como narradores o como espectadores de otros muchos de sus participantes -Manuel Gutiérrez Aragón, Fernando Trueba, Sergio Cabrera o el mismo Fadanelli-.

Pero en el Hay las únicas armas de los escritores son las palabras. Tienen 45 minutos para hacer pensar, entretener o convencer a un público que ha pagado por abarrotar cada sala. Y funciona. Màrius Serra, autor de Quieto y "verbívoro", encandiló a los asistentes a su taller (gratuito) sobre juegos de palabras. Difícilmente una sola imagen podrá dar cuenta de la obsesión que puede invadir la mente de un niño encandilado con el descubrimiento de que "reconocer", "sé verla al revés" o "la ruta natural" son palíndromos, es decir, que pueden leerse de izquierda a derecha y viceversa.

Tal vez por eso, por el valor imbatible de las palabras sin mayores ilustraciones, las esperanzas (y los ahorros) de los cartageneros están puestas para las sesiones que faltan en escritores como Paolo Giordano o Mario Vargas Llosa, que actuará dos días ante la gran demanda de entradas, y en periodistas curtidos en mil desgracias como Jon Lee Anderson, al que se espera directamente desde Haití. O en historiadores como Simon Schama, biógrafo de Rembrandt, catedrático de Columbia al que no se le caen los anillos de la erudición por colaborar con la BBC como divulgador y capaz de introducir un rigurosísimo análisis sobre el estado de la enseñanza de su disciplina con una escena que parece un chiste. Tuvo lugar en un seminario en Harvard, durante un examen oral a un estudiante del último curso que se arriesgaba a suspender. Cuando el profesor plantea la pregunta -"Compare la experiencia italiana de la I Guerra Mundial con la de la II"- el pánico asalta al estudiante, que responde: "¿Quiere decir que hubo dos?".


lunes, 8 de febrero de 2010

Arte

08-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

El arte crea objetos que antes no estaban en el mundo y estos no necesariamente tienen que ser objetos materiales. Las definiciones de arte, como todas las que se refieren a una abstracción, son diversas y se oponen entre sí. Tales definiciones aparecen casi siempre justo cuando el crimen ya ha sido cometido. Arte es una palabra que incomoda en estos tiempos de querella contra lo trascendente. “Somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres”, escribió Guy Debord. Ha planteado Gilles Deleuze que todo concepto posee una historia, es amorfo y se alimenta de digresiones. Más que un argumento o una proposición es un punto de encuentro. No existen conceptos simples, sino composiciones que varían de acuerdo a la proximidad de sus elementos. “El artista crea libre de todo encargo y no se deja medir por los patrones comunes de la moral pública” y es justo esta característica la que “funda su independencia y le confiere socialmente los rasgos de un marginado”. (Hans-Georg Gadamer). Tal concepción sobre lo que es o representa un artista en la actualidad tiene sus raíces en una tradición romántica del arte en la cual el instinto lúdico se potencia en el instinto de la forma y la materia. ¿Es sensato insistir en el carácter romántico de un artista cuando su rechazo a encarnar en una entidad histórica o en un héroe de la sensibilidad es evidente?

Octavio Paz afirmó que la modernidad es la aceleración del tiempo histórico. Lo creo y no me parece extraño que un exceso de velocidad nos haya conducido a esa desintegración del sentido histórico que se conoce hoy como posmodernidad y cuyo concepto puede construirse desde la reflexión y la lectura de autores como Vattimo, Habermas, Baudrillard, Derrida, Zizek y Lyotard entre muchos otros. En sus libros, Jean-François Lyotard anuncia el ocaso de los grandes relatos sobre los que el occidente europeo ha construido sus valores humanistas. El filósofo francés se concentra en los enunciados que usamos para expresar nuestros juicios e ideas y coincide en que actualmente es posible establecer distintos juegos de lenguaje: se puede hablar de verdad a niveles locales o de juegos particulares, se puede traicionar la lógica de un discurso inventando e introduciendo en él giros o palabras nuevas, pero lo que según Lyotard es cada vez más dudoso, el hacer derivar todos nuestros actos y palabras de una lógica universal (un metarrelato). Es decir: nadie tiene razón. Incluso la ciencia positiva, al estar sostenida por un conjunto de enunciados que adquieren su legitimidad de un proyecto expuesto como discurso, no puede aspirar a valer universalmente (y si lo hace, es porque ha abandonado la complejidad del conocimiento para constituirse en un juego más, cuya legitimidad la da la misma ciencia: un solipsismo). No sistemas continentales sino islas, ni tampoco masas rígidas de pensamiento sino nubes de formas improbables, eso es lo que nos plantea Lyotard en sus libros.

El romanticismo es enfermedad y el clasicismo es salud, opinaba Goethe en el ocaso de su vida. No vivió lo suficiente para presenciar cómo el tiempo transformaría la noción de enfermedad en un bien o en una virtud de las artes. La vocación por quebrantar las normas, la confianza en la intuición individual, la fascinación por lo primitivo o auténtico y el cultivo de la ironía como un arma para desbaratar la solemnidad clásica, fueron características del movimiento romántico que hace más de dos siglos impregnó las artes en Alemania e Inglaterra y sembró el terreno para el florecimiento de las vanguardias actuales. La inclinación a desestimar las vanguardias modernas por considerarlas demasiado unidas a lo histórico y la decisión de explorar e inventar nuevos caminos en el arte es una actitud esencialmente romántica. La deconstrucción y la diseminación de sentido son los últimos residuos del arte vanguardista que, cansado de lo humano y de la visión homogénea y unidireccional de la historia, se aproxima a convertirse en una ciencia más que no requiere de la pasión humana ni de las epopeyas heroicas (artistas malditos o visionarios, revistas alternativas, contracultura) para sentar las bases de su propio crecimiento.


sábado, 6 de febrero de 2010

Sor Juana: monja y lesbiana

06-02- 2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

La mayor poeta que tiene México es Sor Juana, monja y lesbiana.

Juana Inés de la Cruz versó su amor, que algunos prefieren llamar platónico y otros sáfico, con tal de no decir directamente amor lésbico, Eros entre mujeres, que se gozan y excitan una a otra y se aman con corazón y mente.

La mujer de la que Sor Juana se enamoró fue María Luisa Manrique de Lara, la hermosa condesa de Paredes.

El tema de la vida sexual de Sor Juana sigue molestando porque vivimos en un país machista, es decir, temeroso de sí mismo y de los otros, herido de intolerancia.

Octavio Paz en su Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe anota que la condesa “estaba casada con un marido mediocre y, a juzgar por el retrato que conocemos, más bien enteco e insignificante”. Su matrimonio era una fachada triste.

Sor Juana, en cambio, era profunda, inteligente, desafiante, en suma, atractiva.

“Ni la vida religiosa ni la matrimonial, ni la liturgia conventual ni las ceremonias palaciegas, ofrecían a Juana Inés y a María Luisa satisfacciones emocionales o sentimentales”, dice Paz, que describe el modo en que la monja y la condesa se amaban en secreto para no despertar la rabia de la Iglesia Católica de la Nueva España.

El propio Paz es tímido en su comentario. Pareciera tener miedo de hablarlo abiertamente. Esquiva palabras. Digrede abstracciones filosáficas, perdón, filosóficas.

Aunque la sabe lesbiana, la vuelve asexuada. Paz también aprisionó a Sor Juana.

Cuando ha sido desafiante, la literatura mexicana —el contrario del futbol o la economía— ha sido de primer mundo. Esa literatura mexicana, estimados lectores, la hicieron, en buena medida, personas no heterosexuales, como Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta o Salvador Novo.

Sor Juana, por otro lado, no fue la única poeta que pasó por convento y era diversa.

También la poeta mística Concha Urquiza ejerció su derecho a vivir el erotismo a su gusto.

“Al olor de tus huertos atraída”, escribe Urquiza, “del vino de tus pechos embriagada” en 1937.

La exitosa novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño se basa en Urquiza para el personaje de Cesárea Tinajero, como ya lo hacía Arqueles Vela.

Los personajes del libro tampoco pudieron dar con ella. Eran misóginos. En el fondo, sólo querían imaginar a la Mujer Eterna para despreciar a la mujer concreta.

Los detectives es otro intento fallido de entender el gran secreto de la cultura mexicana: sus protagonistas han sido otros y otras.

Los detectives salvajes son otra versión más de los Niños Héroes, los muchachitos machitos, los muy hombrecititos.

Si Sor Juana y la condesa de Paredes viviesen hoy, los detectives salvajes de la PGR buscarían negarles el
derecho a casarse.

Hoy, de nuevo, Concha Urquiza huiría lejos del machismo hueco.


Lecciones de periodismo

06-02- 2010
Suplemento Laberinto
Víctor Núñez Jaime

Gabriel García Márquez recibió la noticia de la muerte de Tomás Eloy Martínez en Cartagena de Indias, Colombia, en donde decenas de escritores se reunieron para hablar de literatura en el Hay Festival. “Era un buen cuate. Un periodista formidable, el mejor de todos nosotros. Sabemos que existe la muerte, conocemos por donde viene; ella se empeña en tumbarnos, pero yo me sigo rebelando ante ese fantasma que viene, escoge a un hombre y lo mata”, le confió la noche del pasado domingo 31 de enero al escritor Juan Cruz.

En noviembre de 1994, García Márquez invitó a Tomás Eloy Martínez a participar en el proyecto de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Martínez, uno de los grandes maestros del oficio, se integró pronto al modelo pedagógico de la Fundación: hacer talleres en el que un grupo de jóvenes periodistas intercambiaran experiencias con los veteranos, como se hacía antes en las redacciones, en los cafés, en las cantinas.

Tomás Eloy había comenzado a escribir en la adolescencia en La Gaceta de Tucumán, la ciudad donde nació. Ahí aprendió a dominar el lenguaje periodístico con ética y responsabilidad. Pero le pareció que entonces “la imaginación estaba prohibida” y prefirió abrazar el llamado Nuevo Periodismo (mucho antes de que se le pusiera esa etiqueta en Estados Unidos): “Yo aprendí periodismo dándome cuenta de que narrar una sola realidad era empobrecedor, que la realidad no era una, sino muchas, y que la verdad cambiaba de mirada a mirada y de lector a lector. Intenté salir pronto de un lenguaje apresado en la pirámide invertida y las cinco w y abracé el periodismo que representaba, por ejemplo, Hiroshima, de John Hersey, un reportero que llegó a esa ciudad pocos días después del bombardeo y que te metía realmente allí”. Y, desde entonces, transmitió un “eco informativo” diferente al que el público estaba acostumbrado. En la década de los 70 lo amenazó la organización terrorista argentina Triple A y se exilió en Caracas, Venezuela, donde fundó El Diario. Más tarde, en 1991, creó Siglo XXI en Guadalajara, Jalisco. Y luego el suplemento “Primer Plano” de Página 12 en Buenos Aires. Posteriormente tuvo un papel central en la FNPI y comenzó a compartir su experiencia y conocimientos con las nuevas generaciones de periodistas.

Al año siguiente presentó su ponencia Periodismo y narración: desafíos para el siglo XXI en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa. Ahí recordó las claves para presentarle historias a los lectores que ya han visto y escuchado las noticias en los medios electrónicos. “El problema se resuelve a través de la narración. (…) Cuando leemos que hubo cien mil víctimas en un maremoto de Bangladesh, el dato nos asombra pero no nos conmueve. Si leyéramos, en cambio, la tragedia de una mujer que ha quedado sola en el mundo después del maremoto y siguiéramos paso a paso la historia de sus pérdidas, sabríamos todo lo que hay que saber sobre ese maremoto y todo lo que hay que saber sobre el azar y sobre las desgracias involuntarias y repentinas. (…) Cuando un diario se vende menos no es porque la televisión o internet le han ganado de mano, sino porque el modo como los diarios dan la noticia es menos atractivo”.

En agosto de 2004 una veintena de jóvenes reporteros se reunió con él en Santiago de Chile para descubrir las posibilidades narrativas del periodismo. Les recalcó que sólo contando historias los medios escritos podrán conservar su público y atraer más. Que el hallazgo de un caso particular puede ejemplificar una situación general. Pero también que, a la hora de contar, “el punto de vista es muy importante. Por ejemplo: puedes contar el derrumbe de las Torres Gemelas desde la perspectiva de la tragedia de los 3 mil muertos, y de la violación al imperio americano. O puedes contarlo como lo hizo Susan Sontag: desde el heroísmo de los suicidas musulmanes que tienen el coraje para meterse en un avión norteamericano y atentar contra el imperio en defensa de sus ideas. Dos modos de ver una misma realidad: de un lado o del otro de la historia. Pero, aparentemente, los dos son objetivos para algunos”.

Además de algunos talleres, dirigió la colección de libros que la FNPI publica en alianza con el Fondo de Cultura Económica. Se trata de una colección de enseñanzas de periodismo de profesionales como Daniel Santoro o Javier Darío Restrepo. El primero fue de Ryszard Kapuscinski y el más reciente de Miguel Ángel Bastenier. “Son libros —dijo— al alcance de los periodistas y de los lectores interesados en la compleja trama de talento, riesgo, investigación y conciencia que se mueve detrás de la escritura de la noticia más simple”.

Tomás Eloy Martínez hacía periodismo con los recursos de la literatura y literatura con los recursos del periodismo. Jamás concibió alguno de sus textos sin investigación y narración. Hacía novelas, crónicas y reportajes con la misma libertad narrativa. En las primeras creaba otras realidades, pero jamás en los segundos. Porque, aclaraba, “el periodista tiene la obligación de ser fiel a la verdad, a los lectores y a sí mismo. El escritor, en cambio, sólo tiene que ser fiel a sí mismo”. Para él, la narración periodística consistía simplemente en organizar el cúmulo de información en un riguroso y atractivo relato. Así estructuró todos sus libros y reportajes que se han distinguido por la fuerza de su lenguaje. La pasión de Trelew, por ejemplo, es la dura y escalofriante crónica sobre la matanza de los guerrilleros detenidos en una base militar de Trelew y los consecuentes horrores de la dictadura argentina. Lugar común la muerte es una compilación de perfiles de escritores hispanoamericanos en donde demostró su astucia para tejer la vida, el carácter y la obra de cada autor.

Sólo dejó de escribir tres semanas antes de morir, cuando publicó su último artículo, dedicado a la narcocultura, en el periódico La Nación, donde hace más de una década era “periodista de fin de semana”. Antes opinó, también, sobre el periodismo online: “Por un lado, hay una libertad necesaria para escribir y para expresarse con soltura. Por el otro, el anonimato de los posteos abre el camino a una peligrosa impunidad”.

En junio de 2005, para celebrar los 10 años de creación de la FNPI, varios maestros se reunieron en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. Cada uno ofreció su respuesta a la pregunta que los convocaba: “¿Hacia dónde va el periodismo?” Tomás Eloy Martínez habló entonces acerca de la reticencia de los editores latinoamericanos a integrar historias en los diarios en su afán por “competir con la televisión e internet, lo que me parece suicida, publicando píldoras de información ya digeridas u ordenando infografías para explicar cualquier cosa como si tuvieran terror de que los lectores lean”. Pero al final centró su discurso en “el valor y la importancia que tiene la defensa del nombre propio” de los periodistas. Contó que en 1961, cuando se hacía cargo de las críticas cinematográficas del diario La Nación, sus textos combativos generaron resentimientos entre la gente de la industria. Un día, una importante distribuidora de películas estadunidenses decidió retirar su publicidad del periódico. Entonces uno de sus jefes lo llamó a su despacho:

—Usted sabe que es un empleado.

—Por supuesto.

—Y como empleado tiene que hacer lo que se le mande.

—Por supuesto. Por eso recibo un salario quincenal.

—Entonces, a partir de ahora, se le indicará lo que tiene que escribir sobre cada película.

—Con todo gusto. Pero si es así espero que retiren mi firma.

—Ah, eso no. Si retiramos su firma parecería que el diario lo está censurando.

—Entonces no puedo hacer lo que usted me pide. Mi trabajo está en venta, mi firma no.

Y con esta anécdota desencadenó el decálogo que rigió todo su trabajo como periodista:

1. El único patrimonio del periodista es su buen nombre.

2. Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto.

3. Hay que defender el espacio que necesita un buen texto contra la dictadura de los diagramadores y contra las fotografías que cumplen sólo una función decorativa.

4. Una foto que sirva sólo como ilustración y no añada nada al texto no pertenece al periodismo.

5. Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos.

6. No hay que escribir ni una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza.

7. Hay que trabajar con los archivos siempre a mano.

8. Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debe cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero.

9. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad.

10. Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.


Tomás Eloy Martínez: la metáfora del cuerpo

06-02-2010
Suplemento Laberinto
Claudia Posadas

Para Tomás Eloy Martínez (1934-2010) su visión del periodismo significaba una responsabilidad con el lenguaje; al mismo tiempo, dicha responsabilidad implicaba el compromiso de dar cuenta de manera encarnada los hechos del hombre, y una actitud de escritura acorde con ello. Estos planteamientos derivarían en una ética del quehacer periodístico y en una obra que es un parteaguas en nuestras letras.

Si para el autor la redacción “del más anónimo de los boletines” significaba una poética, cuantimás lo era el punto de vista con que se debía informar acontecimientos fundamentales para nuestro devenir. En la antología La otra realidad (Fondo de Cultura Económica, 2006), Tomás Eloy cita a Borges: “en algún instante decisivo, la suerte de un hombre resume la de todos los demás”. Encontrar y narrar la hybris, el conflicto de fuerzas que desata acciones y la anagnórisis de ese hombre (entendido como arquetipo) implicado en un acontecimiento real, es lo que mostraría en su profundidad la magnitud social, política y trascendente de ese hecho. Así, el hablar del vuelo de una mariposa herida para hablar de una tormenta, fue la consigna que marcó el trabajo de Tomás Eloy Martínez pero sobre todo la ética con que renovó el quehacer periodístico de nuestro continente.

Sus textos periodísticos, y sus crónicas maestras, La pasión según Trelew (1974) y Lugar común la muerte (1979) además de Las memorias del general (1996), son un magisterio de esta ética. También lo es, en grado mayor, La novela de Perón (1985) pero sobre todo Santa Evita (1995), porque representa una vuelta de tuerca a la non fiction.

Santa Evita es una novela escrita a partir de una investigación periodística apócrifa donde el límite entre lo real y lo ficticio se desvanece y crea una “realidad” más allá del tiempo.

En esta novela convergen los temas del autor argentino: el cuerpo ausente, desaparecido durante la dictadura, y los espacios abandonados debido al exilio como símbolos de una memoria, además de los procesos de vida que derivan en una muerte específica que marcan “la pasión” de los personajes. Sus recientes novelas, El cantor de tango (2004) y Purgatorio (2009) son muestra de esta temática, cuyo ciclo se cierra con su obra póstuma, El Olimpo.

El siguiente diálogo reúne y sintetiza diversas conversaciones sostenidas con él a lo largo de varios años y pretende una revisión de la temática y estética con que ha forjado sus obras más significativas, las que, como toda obsesión literaria de autor, trascienden el tiempo y espacio.

¿De sus libros, cuáles son sus preferidos?

Con los libros a uno le pasa como con sus hijos. Los más desvalidos son los que más le gustan. Lugar común la muerte es un ejercicio entre esa frontera imprecisa entre la literatura y el periodismo. Son textos que aparecieron en periódicos, que tienen forma de relatos y están contados como cuentos. Para muchos ése es mi mejor libro. Es un volumen que conoció una corta difusión. El otro libro que me gusta es La mano del amo (1991), que es una meditación, tal vez exageradamente poética, de la creación artística, en la cual el trabajo del lenguaje es más refinado.

La mano del amo es diferente de sus temáticas y estética. ¿Podría ser su obra más experimental?

Con ese libro quise romper el tema del peronismo en el que se me había encasillado. La figura central es una madre represora que trata de castrar la vocación artística del protagonista, que es un cantante que puede alcanzar todos los registros del bel canto. Esto es porque en mis obras hay un estudio sobre las formas que asume el abuso del poder sobre la identidad. Sin embargo pasó inadvertida. Por otro lado me interesa esa estética que ya estaba presente en Sagrado (1969).

Santa Evita creó un mito del mito y es la referencia para hablar de Evita. ¿Qué opina?

El crear un mito del mito corresponde a una tradición de la cultura argentina y surge con Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento. En la obra compite la imagen que del personaje histórico el autor quiere que permanezca como más verdadera, con la imagen que se desprende de los documentos. Así, lo que intenté establecer en La novela de Perón y en Santa Evita fue que los documentos, en tanto escritos por el poder, son parciales. El novelista tiene derecho a crear una verdad que él imagina más veraz y que configura un personaje que tiene una fuerza más poderosa en la imaginación que el real. Santa… es una recolección de los mitos que existen sobre Eva Perón donde el lector compondrá su propia imagen de Evita.

Y en cuanto a la técnica periodística, ¿cuál es el aporte que usted hace en esta obra?

Al revés de las grandes novelas de non fiction de los 50 y 60, que eran narraciones periodísticas escritas con la técnica de la novela, Santa Evita

es una serie de invenciones escritas con las técnicas del periodismo. Nada es cierto, pero la técnica da veracidad, lo que ha causado confusiones. Hay artículos que cuentan la historia del cadáver de Evita sobre la base de mi obra, y existe el extremo de la película Evita, la verdadera historia, que saquearon de mi libro sin darme el crédito. Hay que diferenciar Las memorias del general, que es un texto periodístico en donde reconstruyo la vida de Perón a través de entrevistas que me concedió, con La novela…, que es mi fabulación opuesta a la versión oficial.

Un aspecto central de su obra son las estructuras complejas en las que al final, en una imagen simbólica, convergen los diversos planos narrativos que abrió. ¿Cómo surge este recurso?

En esa imagen final se concentra todo y es una manera de dar fuerza al planteamiento. Si no tuviera esa estructura de tiempos que se mueven y se desplazan y de rompecabezas o de cajas chinas que sólo hasta el final convergen, la obra no tendría sentido. Todo se construye por omisiones. Va estableciendo complicidades con el lector diciendo: “no te cuento esto ya vas a ver por qué”. Ahí se ve la diferencia entre novela histórica tradicional y literatura. La primera entrega el material digerido. En la segunda el lector debe construir la historia y los personajes.

Otro tema fundamental en su trabajo es la muerte y su vestigio en el alma y el cuerpo como un exorcismo de su sociedad. ¿Qué implica?

Si se imagina el peso de la tradición que tenemos los argentinos de que no podemos enterrar a nuestros muertos, porque nos escondieron sus cuerpos, hay una desdicha, una ausencia. Además, esto se refuerza con otra tradición de casi venerar los cuerpos. En El sueño argentino (1999), hablo sobre las raíces de la necrofilia argentina, las cuales se remontan a la fundación de la ciudad de Buenos Aires y tienen dos momentos cruciales. Uno es el entierro de la esposa de Juan Manuel de Rosas que fue semejante al de Evita. El otro es el traslado en un caballo, en 1841, del cadáver de un prócer unitario, de un lugar a otro del país porque sus soldados no querían que el cuerpo quedara en manos enemigas. Por supuesto, el cuerpo iba deshaciéndose en el camino. Posteriormente, los cadáveres empiezan a utilizarse en Argentina como arma de negociación política.

En Santa Evita se dice que ese cuerpo contiene a su sociedad. ¿Sería interesante saber en qué estado se encuentra como una clave?

Ese cuerpo es una metáfora de lo que nos pasa a los argentinos. Habría que ver si la corrupción aumentó o no, o si es un cuerpo resplandeciente. Ese cadáver es una clave de la historia, al mismo tiempo que podría decirse que en todo cuerpo, se depositan sueños, es como en el amor, una convención. El ser que uno ama es mucho menos la persona que uno cree que es. Lo mismo pasa con Evita. Los argentinos aman ese cuerpo que es el sueño de una nación, la construcción del deseo y la imaginación de un país entero.




La orgía informática

06-02-2010
El Universal
Álvaro Enrigue

¿De dónde salió la burrada de que la Internet es un medio democrático? En algún momento de debilidad (mental) todos lo hemos dicho y escrito, con gestito mesiánico, como si la gimnasia y la magnesia fueran lo mismo. La democracia es un sistema para gobernar un Estado, Internet un medio de difusión masiva. No tienen absolutamente nada que ver.

En un sistema democrático un grupo de personas que junta características muy específicas –mayores de dieciocho años, que cumplan con un estándar negociado de racionalidad, sepan leer y no hayan cometido delitos que ameritaran cárcel—elige a un tercero con características todavía más específicas –que no sea nacionalizado, que tenga más de treinta, titulado- para administrar los bienes comunes, regular las actividades públicas y aplicar una violencia razonable contra quienes infligen las normas de comportamiento acordadas por otros funcionarios electos.

En la Internet no sólo no sucede nada de eso, sino que es un espacio esencialmente autocrático: cada quien sube lo que se le da la gana y el que quiera lo ve –no hay honestidad más triste que la del blog que numera sus visitantes.

La democracia es un un método de control, una forma acordada de ordenar, prohibir y castigar. La Internet es un espacio despojado de cualquier forma de la cohesión, la saturnal sin fin en la que todos pueden hacer lo que quieran sin pagar ninguna factura –literalmente una utopía, en el sentido de que ni siquiera ocupa un espacio-. Participar de la parranda virtual, de hecho, implica renunciar momentáneamente al acuerdo democrático porque el internauta tiene todos los derechos y ninguna obligación: es un niño –un “idiota”, decían los griegos para referirse a los que habían decidido sustraerse de sus obligaciones. Véanse si no las entradas de los lectores debajo de los artículos (con lectores) de la versión electrónica de éste periódico. Algunas son razonables y otras no, pero como ha dicho Nicolás Alvarado, el que participa en los foros no tiene que someterse ni siquiera a esa forma mínima de la normativa –y la cordialidad- que es la gramática.

La democracia es inclusiva y tautológica: para ser un ciudadano basta con serlo. La Internet es exclusiva: para ser un internauta hay que tener acceso a una computadora, gozar del rango de educación y fogueo cultural que permita ser usuario, leer y escribir en una lengua dominante –si sólo hablo huichol, estoy jodido--, pagar directamente por un servicio. Aún así, la democracia es necesariamente discriminatoria –si soy retardado no puedo votar y punto—, mientras que la internet es meritocrática –si aprendo español y gano dinero, puedo participar—: está hecha para el que se las arregle y junte los medios necesarios para utilizarla.

Hay que aclarar aquí una cuestión de ética: las cosas, para ser un valor, no tienen que ser necesariamente democráticas –sospecho que alcanzar un régimen electoral funcional nos costó tanto, que se entiende que queramos que todo lo bueno sea votado. La internet es muchas cosas: es liberadora, es buena onda, es educativa y mueve información a una velocidad que resulta saludable para los votantes cuyos derechos están en peligro de ser arrasados –los ciudadanos de Venezuela, Irán, China o hasta Puebla y Oaxaca estarían peor sin la red-; es guerrillera y punk; divertida, sobre todo: popular y populachera, pero no es democrática. No sólo eso, es antidemocrática en la medida en que su condición de existencia es, precisamente, que es el único mecanismo social que funciona por oposición a las decisiones colegiadas: el espacio de opinión pública virtual de las revistas y periódicos –cuerpos colegiados si los hay- sólo funciona si las reglas de participación son tan laxas que harían imposible la existencia del medio que lo sustenta.

Lo democrático es siempre macro -un sistema de estándares generales-, Internet es el reino de lo micro: cada blog es una empresa editorial de un solo hombre, que lo más probable es que sea también su único lector. La democracia no tiene contenido; su supervivencia depende de que sea una estructura fija. La internet es puro contenido y funciona gracias a su capacidad para violar cualquier estructura que no sea caótica.

lunes, 1 de febrero de 2010

Discutir

01-02-2010
El Uiversal
Guillermo Fadanelli

No es una mala señal decepcionarse de los ideales que uno tuvo en la juventud, ni tampoco sentirse engañado cuando la madurez nos coloca en el lugar merecido, al contrario: se gana el escepticismo que es una especie de paraíso para quienes han perseguido alguna vez verdades absolutas o alabado dogmas históricos. Y cuando nuestros dogmas no se devalúan o alteran con el tiempo es quizás porque la sabiduría nunca llamará a nuestra puerta.

Cuatro siglos atrás, Francis Bacon afirmó que los sabios antiguos carecían de autoridad frente a los contemporáneos ya que estos habían asimilado el conocimiento de aquellos y poseían una mayor sabiduría. En contra de la máxima medieval que contemplaba a los sabios de la época como “enanos sobre hombros de gigantes”, Bacon tenía una enorme confianza en sí mismo y en el conocimiento de su tiempo. Y es que los seres humanos son capaces de hacer abstracciones de esta desmesura y proclamarse ellos mismos como la vanguardia o lo más avanzado de una actividad técnica o del espíritu. Y esto no sólo ocurre cuando Pelé se declara el más grande jugador de la historia (algo que mueve a risa), sino que también ha sido común en el área académica o entre los intelectuales que buscan a una figura emblemática a quien rendirle homenaje. Y si nadie los unge, ellos mismos se declaran dioses, como fue el caso de Hegel, Fichte o Heidegger.

Una vez más he excedido el preámbulo de esta nota cuando sólo deseaba referirme al obsceno cúmulo de opiniones y discusiones a las que se nos somete en todos los ámbitos de la comunicación. Los duelos de argumentos son lamentables en cuanto regularmente no persiguen la comprensión de los hechos, sino sólo el convencimiento o la imposición a secas. O peor aún: los discutidores buscan expresarse para llenar con palabras o ruido un vacío que proviene de la absoluta ausencia de reflexión acerca del mundo que los rodea (su pensamiento nace en la boca). Pruebas de esta afirmación no las tenemos sólo en el mundo de la política (o como quiera llamársele a esa micro sociedad que pelea por el poder pasando por encima de las cualidades éticas más elementales), sino en la mecánica misma de la discusión. Quiero decir al respecto que una discusión o disputa argumental no tiene por qué hacer perdedora a una de las partes en cuestión. De una buena discusión pueden obtenerse beneficios aun cuando nuestros argumentos o conocimiento sobre las cosas sean pobres o deficientes. El escuchar atentamente y sobre todo el imaginar por qué existen personas que opinan de modo distinto a uno, son buenas posturas durante la controversia. Lo son también: investigar de dónde provienen las ideas u opiniones de los otros y comparar las palabras de nuestros interlocutores con la realidad de su propia vida. Quiero decir: sería un despropósito aceptar que si el avaro nos da buenos argumentos acerca de la generosidad debemos por lo tanto creerle. Lo mismo sucede con quienes pugnan por equidad en la sociedad y mantienen enormes riquezas a su servicio; y demás ejemplos por el estilo.

Una plaga más que se vive en esta sociedad mexicana es la costumbre de arrojar juicios a diestra y siniestra sin tener ninguna idea de lo que se está hablando. El juicio parece sustituir el ejercicio de pensar con profundidad y mesura. Como si la opinión sólo estuviera concentrada en los anatemas y en la calificación. Esta es una manera de hacer a un lado los problemas y de caminar en sentido contrario al diálogo o a la discusión esclarecedora (el hecho de que en la política estén vetadas las candidaturas independientes, por ejemplo, es una acción elemental contra la diversidad de la discusión pública).

Finalmente, quiero agregar que la discusión no tiene que ver con dos o más personas hablando en persona o vía un debate público. Cuando leo un libro o un artículo atentamente y con el oído abierto no estoy siendo sólo receptor, sino también partícipe e incluso creador al rehacer con mi propia imaginación las ideas de quien escribe. El lector que escucha cuando lee no es casi nunca pasivo y las discusiones a fondo valen la pena incluso cuando la lógica parece derrotar a una de las partes.



Análisis: Ideas muertas

1 de Febrero de 2010
Periódico Noroeste
Denise Dresser

Atrapados. Rezagados. Atorados. Palabras de 2009 que capturan el sentir colectivo y el ánimo nacional.

Palabras que revelan a un país incapaz de responder a los retos que tiene enfrente desde hace años.

Un entorno global cada vez más competitivo y una revolución tecnológica de la cual México se niega a formar parte.

Una vasta transformación económica más allá de nuestras fronteras, que está creando nuevos ganadores y nuevos perdedores.

Una lista de líderes políticos y empresariales que han hecho poco por prepararnos para la nueva década.

Y finalmente, la razón principal detrás de la inacción enraizada en nuestra cultura política y en nuestra estructura económica: la pleitesía permanente de tantos mexicanos a las "Ideas Muertas".

Ideas acumuladas que se han vuelto razón del rezago y explicación de la parálisis. Sentimientos de la nación que han contribuido a frenar su avance, como argumentan Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín en el ensayo "Un futuro para México" publicado en la revista Nexos.

Los acuerdos tácitos, compartidos por empresarios y funcionarios, estudiantes y comerciantes, periodistas y analistas, sindicatos y sus líderes, dirigentes de partidos políticos y quienes votan por ellos.

La predisposición instintiva a pensar que ciertos preceptos rigen la vida pública del País y deben seguir haciéndolo.

Y aunque esa visión compartida no es del todo monolítica, los individuos que ocupan las principales posiciones de poder en México suscriben sus premisas centrales:

1. El petróleo sólo puede ser extraido, distribuido y administrado por el Estado.

2. La inversión extranjera debe ser vista y tratada con enorme suspicacia.

3. Los monopolios públicos son necesarios para preservar los bienes de la Nación y los monopolios privados son necesarios para crear "campeones nacionales".

4. La extracción de rentas a los ciudadanos/consumidores es una práctica normal y aceptable.

5. El reto de la educación en México es ampliar la cobertura.

6. La ley existe para ser negociada y el Estado de Derecho es siempre negociable.

7. México no está preparado culturalmente para la reelección legislativa, las candidaturas ciudadanas, y otros instrumentos de las democracias funcionales.

8. Las decisiones importantes sobre el destino del país deben quedar en manos de las élites corporativas.

Estos axiomas han formado parte de nuestra conciencia colectiva y de nuestro debate público durante decenios; son como una segunda piel.

Determinan cuales son las rutas aceptables, las políticas públicas necesarias, las posibilidades que nos permitimos imaginar.

Y de allí la paradoja: las ideas que guian el futuro de México fueron creadas para una realidad que ya no existe; las ideas que contribuyeron a forjar la patria hoy son responsables de su deterioro.

Desde los pasillos del Congreso hasta la torre de Pemex; desde las oficinas de Telmex hasta la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; desde la sede del PRD hasta dentro de la cabeza de Enrique Peña Nieto, los mexicanos son presa de ideas no sólo cuestionables o equivocadas.

Más grave aún: son ideas que corren en una ruta de colisión en contra de tendencias económicas y sociales irreversibles a nivel global. Son ideas muertas que están lastimando al país que las concibió.

Son ideas atávicas que motivan el comportamiento contraproducente de sus principales portadores, como los líderes priistas que defienden el monopolio de Pemex aunque sea ineficiente y rapaz.

O los líderes perredistas que defienden el monopolio de Telmex, porque por lo menos está en manos de un mexicano.

O los líderes panistas que defienden la posición privilegiada del SNTE por la alianza electoral/política que han establecido con la mujer a su mando.

O los líderes empresariales que resisten la competencia en su sector aunque la posición predominante que tienen allí merme la competitividad.

O los líderes partidistas que rechazan la reeleción legislativa aunque es un instrumento indispensable para obligar a la rendición de cuentas.

O los intelectuales que cuestionan las candidaturas ciudadanas aunque contribuyan a abrir un juego político controlado por partidos escleróticos.

O los analistas que achacan el retraso de México a un problema de cultura, cuando el éxito de los mexicanos en otras latitudes, como el de los inmigrantes en Estados Unidos, claramente evidencia un problema institucional.

Las prevalencia de tantas ideas moribundas se debe a una combinación de factores. El cinismo. La indiferencia. La protección de intereses, negocios, concesiones y franquicias multimillonarias.

Pero junto con estas explicaciones yace un problema más pernicioso: la gran inercia intelectual que caracteriza al País en la actualidad.

Nos hemos acostumbrado a que "así es México": así de atrasado, así de polarizado, así de corrupto, así de pasivo, así de incambiable.

Nuestra incapacidad para pensar de maneras creativas y audaces nos vuelve víctimas de lo que el escritor Matt Miller llama "La Tiranía de las Ideas Muertas". Nos obliga a vivir en la dictadura de los paradigmas pasados. Nos convierte en un país de masoquistas, como sugiriera recientemente Mario Vargas Llosa.

Como México no logra pensar distinto, no logra adaptarse a las nuevas circunstancias.

No logra responder adecuadamente a las siguientes preguntas: cómo promover el crecimiento económico acelerado?

¿Cómo construir un país de clases medias? ¿Cómo arreglar una democracia descompuesta para que represente ciudadanos en vez de proteger intereses? Contestar estas preguntas de mejor manera requerirá sacrificar algunas vacas sagradas, desechar muchas ortodoxias, reconocer nuestras ideas muertas y enterrarlas de una buena vez, antes de que hagan más daño.

Porque como dice el proverbio, la muerte cancela todo menos la verdad y México necesita, en 2010, desarrollar nuevas ideas para el país que puede ser.