lunes, 25 de enero de 2010

Albert Camus

25 de Enero de 2010
Periódico Noroeste
Carlos Fuentes

Los hombres y mujeres de mi generación leímos ávidamente a dos autores franceses: Albert Camus y Jean Paul Sartre.

Contemporáneos entre sí, representaban para muchos de nosotros una modernidad conflictiva.

Acaso Camus era mejor escritor que Sartre, aunque éste nos diese obras como "La Náusea", "Las palabras", los ensayos críticos de "Situaciones" y el gran estudio sobre Jean Genet, al lado de obras dramáticas que André Malraux consideraba "Teatro de Bulevar" y de libros filosóficos densos.

Camus, en cambio, escribió novelas de estilo diáfano, "El extranjero", "La peste", "La caída", obras de teatro discutibles y ensayos extraordinarios, "El mito de Sísifo", "El rebelde", que lo llevaron a separarse de Sartre, pues mientras éste denunció la invasión de Hungría y al estalinismo, propuso un marxismo "particular" adaptado a la realidad de cada país.

Camus, en cambio, desarrolló un pensamiento opuesto a toda "teología totalitaria", consciente del absurdo humano y de las formas de la rebelión histórica, conduciendo a una reflexión sobre el terrorismo, de gran actualidad. Sartre y Camus: hermanos en la post-guerra, enemigos en la Guerra Fría.

Subrayo que Camus, ante todo, fue un periodista totalmente inmerso en la reconstrucción de los órganos de opinión pública franceses después de la guerra y de la ocupación nazi.

Como director del diario Combat, digno de su nombre, Camus se negó a admitir que la prensa fuese refugio de "literatos reprimidos, filósofos amargados o profesores arrepentidos".

El periodismo no era exilio: era reino, y en el reino de la prensa, lo efímero es lo que definía la condición humana.

Los peligros del periodismo, según Camus, eran someterse al poder del dinero, halagar, vulgarizar, mutilar la verdad con pretextos ideológicos: el desprecio al lector.

En cambio, una prensa libre, inteligente y creativa respeta a las personas a las que se dirige y cuando lo hace, es el oficio más hermoso.

Le irritaba que alguien pudiese ser periodista y despreciar el oficio. Claro que ser periodista significa hacerse de enemigos.

Más, ¿no es esto inevitable en una sociedad de "la malignidad, la denigración y la mentira sistemáticas"?

Camus estaba muy cerca de otro Premio Nobel de literatura, Francois Mauriac, cuando éste declaraba que el periodismo "es el único género al que le conviene la expresión de literatura comprometida".

Y añadía Mauriac, que él no separaba el valor literario del valor del compromiso. Para Camus, periodismo era cultura y lo que degrada a la cultura conduce a la servidumbre.

Señalo lo anterior para llegar al tema que obsesionó a Camus y que hoy está en el centro de la preocupación política nacional e internacional: el terror.

Aplicado a la política a partir de la Revolución francesa entre 1793 y 1794, el terror fue visto por Camus como un correlato de la historia.

El hombre no nació para la historia, explicó Camus, pero la historia nos impone deberes a los que no podemos negarnos.

Uno de ellos es oponernos a quienes creen que poseen, absolutamente, la razón, los dogmáticos, y tratan de imponerla en nombre de la verdad.

Pero la verdad, se pregunta Camus, ¿no es "misteriosa, huidiza y debe ser siempre reconquistada"? El pensamiento totalitario dice que no. La verdad ya existe y yo, Iglesia, Estado, empresa, partido, ya la poseo.

¿Y quienes la sufren? Camus toma partido no al servicio de quienes hacen la historia, sino a favor de quienes la sufren.

El terrorismo es una forma extrema de dar la muerte y justificarla, conduciendo a las bodas sangrientas del terror y la represión.

En nombre de la razón, el terrorismo abdica de la razón, pone la fuerza al servicio del mal hecho a los demás y representa una energía desviada y cruel.

El terrorismo mutila a quien comete el acto y también al que lo sufre. Y Camus no obvia la verdad.

Puede haber un terrorismo individual, pero también un terrorismo ideológico y religioso y un terrorismo de estado. Que cada cual se ponga el saco que le convenga.

Hay una tensión permanente, nos advierte Camus, entre lo inevitable y lo injustificable.

Es posible que el fin justifique los medios, ¿pero quién justifica el fin mismo? Esta gran cuestión política no la resuelve Camus.

La plantea. Lo hace, claro, a partir de su condición de escritor-periodista, ensayista, novelista, autor dramático.

Capturado, como todos, entre la voluntad de ser moral y todo lo que le impide serlo. Entre las ganas de ser dichoso y la imposibilidad de acceder a una dicha plena.

Camus recibió el Premio Nobel de literatura en 1957, a los 44 años, como si Estocolmo previese, apresurada, la breve vida del escritor.

Porque su distancia de lo que entonces pasaba por ortodoxia, de derecha o de izquierda, le valió toda suerte de epítetos.

Boy scout, moral de la Cruz Roja, escritor edificante, santo sin Dios, experto en coartadas, traficante de opio... y el elogio-cachetada de su antiguo amigo, ahora enemigo, Sartre: "Camus escribe demasiado bien".

Camus respondería que no se gana la justicia condenando a varias generaciones a la injusticia. Que existen la belleza y los humillados: ¿cómo serle fiel a ambos?

Que más vale no agradar que doblegarse para quedar bien. Que la fama es un entierro prematuro porque niega el futuro y el derecho que todos tenemos de cambiar.

Que no importa el tiempo que nos conceda la vida, sino cómo empleamos el tiempo. Y que no nos podemos separar de la historia, pero la podemos enfrentar críticamente.

Muy discutida fue la posición de Camus respecto a su patria natal, Argelia. El autor se ganó severos ataques por recordar que Argelia no era sólo musulmana, que no debía ceder ante los fanáticos y que al cabo era necesario vivir juntos y en paz o morir juntos y en guerra, acentuando la soledad de argelinos y franceses, así como la desgracia de ambos.

Superada por la historia tal disyuntiva, cabría hoy hacer la misma pregunta a israelíes y palestinos, pues la oportunidad de convivir, entender y abandonar el odio y la violencia, son opciones constantes de la historia y la historia, nos recordó Albert Camus, es la tensión entre lo inevitable y lo insustituible.

En México falta la crítica: Carballo

25-01-2010
El universal

Amado por unos, pero odiado por otros, Emmanuel Carballo (Jalisco, 2/jul/1929) es artífice de toda una época en las letras mexicanas. Periodista, poeta, cuentista, ensayista y crítico, sin él sería impensable entender nuestra historia literaria.
"Decir cuando joven lo que tiene qué decir y cuando es viejo: ¡Yo ya dije esto!", expresa.
Sobre el papel del crítico, cómo ve el mundo editorial actual, entre otros temas, habló el literato.
El crítico "mira todo desde la barrera", asegura este escritor en su site... y agrega en persona.
"No en la barrera sino estar en el pozo y capotear, tirarse a matar cuando es necesario hacerlo. A veces cortar las orejas y el rabo y a veces que te echen todos los cojines encima. El crítico no es un acto de impunidad, es algo que las leyes deben decidir si es correcto o no; si merece la libertad provisional, definitiva o la prisión".
—¿Es necesario el crítico en la literatura?
No, mire, la crítica... uno de los grandes problemas de México es la falta de crítica. Decir lo que se piensa sin pensar en lo que te pueda pasar. Yo a mis 80 he sufrido muchos agravios por decir la verdad. Hay que jugársela y si uno se equivoca, decirlo con toda honestidad: Me equivoqué".
—¿Qué papel juega el crítico hoy en la editorial mexicana?
—Ya no, ya no juega ningún papel. La cosa es muy complicada, por ejemplo nosotros en los años 60, y al decir "nosotros" pienso en un grupo (conformado por Jaime García Terrés, Arnaldo Orfila Reynal, José Luis Martínez, Alí Chumacero y yo mismo) que le llamaban "La Mafia", que era una especie de invencible... que lo que nosotros decíamos, se cumplía.
Hombre de palabras afiladas de tan pulidas, señala: "Tener el poder y usarlo en bien de las personas que tú gobiernas no es malo; lo malo es usar tu poder para defender mal las causas y rendirles malas cuentas a las personas que votaron por ti. Nosotros jugamos a luchar por la literatura mexicana; redescubrimos a Alfonso Reyes, a Vasconcelos a Martín Luis Guzmán a José Revueltas; auspiciamos a Arreola, Rulfo, a Fuentes a Sabines a Castellanos a Carballido a Magaña... ve la literatura que propiciamos en los 50 y 60, con lo de finales del 20 y da vergüenza".
—¿Y en la actualidad?
—En la actualidad es el desastre. Hay algunos escritores importantes, pero que se confunden con la "grey astrosa", como decía López Velarde, -La grey astrosa, los feligreses de la literatura.
Toda la gente hace libros de autoayuda, como Carlos Cuauhtémoc Sánchez o literatura infantil; o hasta grandes escritores escriben sobre niños no porque amen a los niños y quieran empezar a formar la niñez, (que es) la nueva generación de lectores mexicanos. Si se hiciera eso sería maravilloso.
Al preguntarle sobre los escritores que en estos tiempos le llaman la atención, evade sutilmente.
"Yo me retiré... Además un crítico, no sé si puede, debe hacer una editorial y publicar las cosas que le parecen buenas".
—Ha dicho que en su momento usted puso en tela de juicio a sus mayores, ahora, ¿hay algún joven que cuestione sus juicios?
—Debe ser eso, si no es eso, es que México anda mal. Los juicios literarios cuando mucho duran 25 años; al cambiar la filosofía, las leyes de la literatura, cómo hacer un cuento, novela, ensayo, una obra de teatro. Ya son otros escritores los que buscan seguir otros valores en sus obras y lo que yo dije ya no tiene sentido, ya eso es historia.
"Me di cuenta que el crítico tiene un momento de validez; después lo que dice ya nadie lo escucha, lo que dice ya no tiene valor".
Al final, cierra la plática como sólo él podría hacerlo, con una frase muy suya.
"Estoy aquí encerrado, nadie me hace caso, pero me respetan".

OBRA
Entre sus cuentos de Emmanuel Carballo destaca: 'Gran estorbo la esperanza (1954)'.
Algunos títulos de sus ensayos son 'Los dueños del tiempo' (1965), Agustín Yáñez (1966), y 'La narrativa mexicana de 1910 a 1969' (1979). 'Nueve asedios a García Márquez (en colaboración con otros autores, 1969)' y 'Protagonistas de la literatura hispanoamericana del siglo XX' (1987) son algunas de sus entrevistas de Emmanuel Carballo.
De entre sus antologías destacan: 'Cuentistas mexicanos modernos' (1956), 'El cuento mexicano del siglo XX' (1965), 'Las fiestas patrias en la narrativa nacional' (1982) y 'El periodismo durante la guerra de independencia' (1985).
- En 1957 concluyó su libro 'El periodismo del siglo XIX'.



sábado, 23 de enero de 2010

Lo mejor del 2020

01-23-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Una década ya pasó. La pregunta es: ¿en el 2020 qué será visto como lo más adelantado?

Ni siquiera en Estados Unidos lo saben aún. Pero se los diré a uds.: Christine Wertheim.

Vive en Los Angeles. Tiene un libro: +|‘me’S-pace (2007).

Fusiona concretismo y psicohistoria.

Parecería feminismo o conceptualismo pero rebasa tales etiquetas. Su obra no es literaria o estética; utiliza recursos poéticos pero lo que hace es crear una ciencia accidental, una errática.

Según su teoría —que nombre litteral poetics— el inglés posee claves —como otras lenguas— que describe (entrelíneas) la estructura cripto-social.

Wertheim sabe que la similitud entre “Son” (hijo) y “Song” (canto), “Hymn” (himno) e “hymen” (himen) no es azar. La lengua tiene razonas que la Razón no conoce.

Argumenta que la literatura occidental es el canto del Uno a partir del orín-río de la madre. Ella es una patafísica del psicoanálisis.

Wertheim está retando, pues, dogmas que comparten la literatura mainstream y la escritura experimental norteamericana. No cree en el carácter arbitrario del signo —adiós semiótica y (post)estructuralismo— y solicita un retorno (maléfico) del psicoanálisis (es decir, del hijoanálisis), hasta hoy prácticamente expulsado por sus resonancias romántico-expresionistas, después de la Muerte del Autor y la descontrucción.

Analiza a Joyce y Beckett de modo intrépido, ofreciendo evidencia de cómo su lenguaje se origina cuando la figura masculina —son(g)— desea separarse de “mother”, es decir, los “M-(any)-Others”. Ser Héroe: roer Eros.

Un texto está compuesto de todas las relaciones entre los personajes cifrados. Y los personajes y verbos están deletreados en los vocablos; hay que hallarlos.

Wertheim obtiene las relaciones entre per-sonajes a través del juego verbal; sin tener que recurrir a material biográfico; percibe semejanzas sonoras y constitución atómica de letras y sílabas, que ofrecen pistas sobre la historia (his-story) del texto-sexo retro-secreto. Un Inconsciente Lingüístico (anti-lacaniano).

Su obra se compone de ensayos que explican cómo están presentes las relaciones hijo-madre en las palabras del inglés, y de poemas —matrices matemático-maternales— que muestran cómo el presidente (Gran Ojo o Granujo Gran Hijo) se sale con la suya.

Esas piezas verbo-voco-visuales des-cubren que el escritor occidental no es un parricida —como creíamos— sino un ardid de mártir matricida.

Imaginen que la poesía visual de Cabrera Infante buscara evidenciar (sistemática y seriamente) que Fidel castró a todo cubano.

E imaginen a Derrida jugando a la ouija hasta descubrirse médium de la madre de Freud. Ese vocerío-vacío es lo que Wertheim está explorando en inglés hoy.

Ella es la primera escritura del nuevo milenio.

El desafío de la cultura en México

01-23-2010
Suplemento Laberinto
Elena Enríquez Fuentes

La cultura más allá de su definición

¿Por qué es importante hablar hoy de cultura?, una de las razones que más nos apremian y obligan a reflexionar sobre ella, con urgencia —tratando de no encasillarnos en el debate en torno a su definición—, es la necesidad de resolver problemas que si no atendemos ya, nos condenarán a participar en el diálogo intercultural, sólo como espectadores o meros consumidores, en lugar de ser interlocutores o generadores de formas alternas de ver y entender el mundo y a nosotros mismos.

En nuestros días la cultura se valora en múltiples dimensiones, no sólo como un elemento de identidad, unidad o un factor de desarrollo social, en particular, su peso económico ha adquirido un lugar cada vez más predominante. Los estudios realizados para medir su aportación al Producto Interno Bruto (PIB), tanto en países desarrollados como en vías de serlo, acreditan el liderazgo de la cultura como recurso. Sus contribuciones al PIB en cada nación van desde el 5 hasta más del 10 por ciento. Es un hecho comprobado que la principal fuente de ingresos de Estados Unidos ya no es su industria armamentista, sino sus industrias culturales.(1)

De acuerdo con datos de la revista Fortune, la industria del entretenimiento(2) generará, en el país del norte, en el 2010, 750 millones de dólares. Para comprender la magnitud de la cifra, basta con pensar que, modalidades del entertainment —como el cine porno— facturan anualmente más de 60 millones de dólares, casi el equivalente a toda la economía de la cultura de Hungría o de Chile.

En México los dos únicos estudios realizados para cuantificar el valor económico de la cultura la han colocado(3) en el tercer y cuarto lugar como generadora de ingresos, apenas por debajo del petróleo, las remesas que recibimos de Estados Unidos y el turismo. Pero, para apreciar su justa aportación al PIB, necesitaríamos contar con una serie de indicadores que nos permitieran evaluar su desempeño. Por ejemplo, el sólo considerar la parte que el turismo le debe a la cultura bastaría para reposicionarla en el segundo sitio como fuente de riqueza.

Sabina Berman, en su libro escrito en coautoría con Lucina Jiménez, Democracia cultural(4), al hablar de cultura y economía, cuenta que, en un encuentro entre Bill Clinton y Jacques Chirac, el presidente estadunidense reclamó a Chirac por qué en Francia se “… grababa el cine hollywoodense para subsidiar al francés” y, durante la conversación, tratando de negociar, Clinton concedió: “los franceses hacen los mejores quesos. Háganos los quesos y déjenos a nosotros hacerles las películas.” A lo cual Chirac dio un rotundo no, bajo el argumento de que “las películas no son quesos, son identidad nacional”. No importa si la anécdota pertenece al terreno del mito o al de la realidad, lo cierto es que los franceses defienden su cine como algo insustituible, del mismo modo como lo hacen con todas sus manifestaciones culturales.

Ernesto Piedras ha dicho, en diversas ocasiones, que la cultura posee un toque de Midas, porque es la única rama de la economía que tiene un carácter dual de desarrollo. Si la aspiración de todas las naciones es lograr bienestar, equidad y desarrollo social sustentable para su población, la cultura es la única capaz de cumplir con esos objetivos de forma simultánea. El petróleo y otros sectores de la economía, reconocidos como grandes generadores de divisas, por su alto valor económico, generan dólares con menor plusvalía que la cultura porque, después de obtenerse, deben transformase en bienestar: camas de hospital, aulas para la educación, cultura, etcétera. En la transición burocrática de un rubro a otro hay un desgaste del valor monetario, de tal forma que cada dólar se convierte en 85 o 60 centavos al llevarse de un área a otra. En cambio, el mismo dólar, si se obtiene a través de la cultura, ya es simultáneamente bienestar, empleo, inversión y valor económico.

La cultura es un bien renovable por ello su potencial es incalculable, en México hoy ¿cuánto gozamos de ella, cómo y qué tanto nos beneficiamos de su toque de Midas?, ¿qué hacemos para contener la avalancha de las industrias del entretenimiento que avasallan a nuestras industrias culturales y artes en general?

Algunos de los problemas

Para apenas asomarnos a lo que implica desenredar un poco la madeja, podemos comenzar por revisar algunos datos generales. En el ámbito de la economía, el estudio más reciente realizado en nuestro país, promovido por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI)[5], demuestra que:

1 La cultura, como sector económico, es líder en su aportación al PIB y no ha perdido su posicionamiento durante la última década, a pesar de que cada año desciende su productividad. En 1998 su contribución al PIB era de 5.15 por ciento (Ernesto Piedras había calculado más del 6 por ciento[6]) y en 2003 bajó a 4.77 por ciento.

2 La producción cultural se ha debilitado, entre otras causas, por el embate frontal de la piratería y la débil observancia del Estado de derecho. Uno de los puntos de quiebre son las carencias de la Ley Federal del Derecho de Autor. Para combatir la piratería se requiere de la querella, es decir, de la denuncia directa del afectado, en tanto, en otros países se persigue por oficio, es decir, basta que la autoridad vea que se está cometiendo el delito para detener al culpable. En los hechos esto se traduce en que el autor o editor de un libro, el productor de un fonograma, o el músico o cantante que participan en él, deben indicar quién los está perjudicando y cómo. Es imposible para cualquier titular de derechos señalar a cada uno de sus plagiarios, ni siquiera las sociedades de gestión colectiva pueden hacerlo, por eso quienes comercian en tianguis o demás puntos de venta productos piratas lo hacen sin ninguna preocupación.

3 Ante la falta de políticas públicas específicas para impulsar y proteger a las industrias que comercializan obras protegidas por el derecho de autor (industrias creativas o culturales), existe una disminución progresiva del tamaño del sector. La evidencia de ello salta a la vista en el número cada año menor de disqueras nacionales (aunque surgen muchos sellos pocos logran mantenerse con vida), desaparecen editoriales, grupos o productores de teatro o bien compañías de danza.

4 Pese a todos los problemas antes mencionados, la cultura es uno de los pocos sectores de la economía que, desde 1998, ha aumentado anualmente el número de empleos que genera. Sin embargo, las remuneraciones de quienes trabajan en él se han reducido, su forma ha cambiado de un régimen asalariado al de honorarios, donde no se ofrece ningún tipo de seguridad social.

5 Tan sólo el trabajo de uno de los sectores de las industrias culturales: las industrias básicas(7), representa el 3.41 por ciento del total del empleo nacional y los lugares donde se comercializan sus productos alcanza el 3 por ciento de los establecimientos comerciales del país.

La política cultural del Estado, que arrancó con la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) en 1988, ha dado apoyo principalmente a la creación, con lo cual ha contribuido a aumentar el número de creadores, no obstante, la infraestructura cultural no ha crecido al mismo ritmo que el número de obras que ahora es necesario dar a conocer. Como muestra baste un botón(8): tenemos 7 mil 210 bibliotecas, una por cada 15 mil 059 habitantes; hay mil 841 casas de cultura y centros culturales, uno por cada 58 mil 977 habitantes; mil 124 museos, uno por cada 96 mil 598 habitantes; 567 teatros, uno por cada 191 mil 493 habitantes; mil 373 puntos de venta de libros (lugares donde se pueden adquirir libros, no librerías), uno por cada 79 mil 080 habitantes; 3 mil 892 pantallas de cine, una por cada 38 mil 177 habitantes. Por mencionar sólo un referente, consideremos que en España hay una librería por cada 10 mil habitantes, mil 539 teatros y más de 350 salas de conciertos, para una población y comunidad artística por lo menos 50 por ciento menor a la de México.

Además, carecemos de información estadística, suficiente y confiable, sobre la cultura en México, lo cual ha frenado el desarrollo de la investigación, el diseño y evaluación de políticas públicas, en fin, no tenemos bases que permitan enlazar y establecer una relación entre el tipo de infraestructura cultural con que contamos, la tipología de eventos a realizar, la cantidad de obras que se producen en todas las disciplinas y el número de artistas que hay detrás de ellas, así como la proporcionalidad de ese conjunto con el tamaño de la población y sus posibilidades para acceder a todas la opciones que la cultura ofrece.

Uno de los datos más controversiales dados a conocer en el documento “Información sobre la cultura en México”, realizado por la Dirección General de Proyectos de la UNAM, por encargo de la Comisión de Cultura de la LX legislatura, para aproximarse a un diagnóstico de esta materia en nuestro país, fue que todas las cifras recabadas en torno a la cultura no parten de criterios comunes, por tanto discrepan entre sí. El número de museos, bibliotecas o cines, que hay en México es distinto para el INEGI, para Conaculta o para los gobiernos de los estados. La falta de datos claros obstaculiza, entre otras acciones, la generación de políticas públicas y la transparencia para conocer cómo se ejerce el presupuesto destinado a la cultura.

Nuestras opciones culturales

Es claro que todas las industrias, como la del vestido, la farmacéutica, la automotriz o la de la construcción, para garantizar su desarrollo, necesitan de políticas públicas específicas que reconozcan sus particularidades y potencien su producción. En México muchas de las anteriores cuentan con regímenes fiscales preferenciales para estimularlas, además de una estructura que permite cuantificar sus aportaciones económicas al PIB y observar su desenvolvimiento, para implementar estrategias orientadas a impulsarlas. En el caso de las industrias culturales hay todo por hacer. Las galerías, librerías, teatros y demás espacios donde se entra en contacto con manifestaciones culturales son tratados bajo el mismo rasero que los restaurantes o las tiendas de autoservicio, aunque es evidente que tienen dinámicas diferentes.

En México, el público accede a la cultura, de manera preferente, como una forma de entretenimiento. La Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales, realizada en 2003, resalta la gran presencia cotidiana, en la vida de los mexicanos, de las industrias culturales, sobre todo a través de los medios masivos de comunicación. El 95 por ciento de los entrevistados señaló que destinaba entre dos y cuatro horas diarias a ver televisión y el 87 por ciento acostumbraba oír radio una cantidad de tiempo semejante. En contraste, el 16.7 por ciento utilizaba su tiempo libre para ir al cine, el 4.6 iba a ver presentaciones de danza, teatro o a exposiciones, el 4 por ciento visitaba bibliotecas o librerías y el 13.4 prefería las compras. Las industrias culturales más desarrolladas: la televisión y la radio, dedican el 80 por ciento de sus contenidos al entretenimiento, entendido este como una distracción. Todas aquellas manifestaciones culturales cuyo disfrute se potencia gracias a la información o, simplemente, por el ejercicio del criterio, tienen escasos adeptos.

Lo anterior nos explica, en parte, por qué toda expresión cultural que no esté vinculada al espectáculo encuentra tan pocos receptores. Las artes escénicas, plásticas y la literatura sólo corren con alguna suerte cuando se apoyan para su promoción en los medios masivos de comunicación.

En este contexto, la cultura generada por quienes ejercen una disciplina artística adquiere un carácter endogámico en aumento. Sólo acceden a ella los creadores del área, convirtiéndose en una élite. El resto de la población retoma y hace propio aquello que se desprende de los medios de comunicación, del barrio o del centro comercial, lo que encuentra en los espacios que le son próximos y mira con recelo a las artes como algo aburrido, ajeno y distante.

Sólo la investigación podría brindar elementos para revertir las contrariedades o contrasentidos, esta labor no podemos esperar que nazca como consecuencia natural de la interacción del mercado, los públicos, consumidores, los creadores y las industrias culturales.

La legislación que la cultura demanda

Los países que se benefician del “toque de Midas de la cultura” son aquellos donde el Estado funge como orquestador de todas las voces, para lograr equilibrios entre creación y mercado, entre patrimonio particular y cultural, entre producción nacional y el diálogo con las culturas locales o extranjeras.

Un paso decisivo para resolver los retos que nos impone hoy la cultura es el reciente reconocimiento del derecho a la cultura dentro de nuestra Constitución. Durante la LX Legislatura se reformó el artículo 4˚ de la Carta Magna, al cual se le hizo la siguiente adición:

Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y servicios que presta el Estado en la materia, así como el ejercicio de sus derechos culturales. El Estado promoverá los medios para la difusión y desarrollo de la cultura, atendiendo a la diversidad cultural en todas sus manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa. La Ley establecerá los mecanismos para el acceso y participación a cualquier manifestación cultural. El Estado tutelará estos derechos.

Francisco Javier Dorantes, pionero en la estructuración de un derecho cultural mexicano consideró, hace algunos años, en su libro Derecho cultural mexicano, que la relevancia del derecho a la cultura está en que vuelve impostergables dos acciones: la creación de una Ley General de Cultura, que regule toda la legislación del país en la materia y, en segundo término, la conformación de una instancia del Estado para coordinar las acciones en este sentido.

Conaculta, que actualmente funge cómo órgano coordinador, no cuenta con la personalidad ni con el patrimonio jurídico necesarios para cumplir con las tareas que impone hacer efectivo el derecho a la cultura. No obstante, la disyuntiva mayor no es la creación de un órgano más apropiado para este fin, sino la delimitación de los criterios para sustentar el cómo se dará acceso a la cultura. La pregunta más difícil de responder no es ¿qué conviene más: una secretaría de cultura o un órgano constitucional autónomo? El reto es pensar ¿cómo queremos que sea legislado el derecho a la cultura, de qué manera se hará efectivo, cómo podrá demandarse y de qué forma se protegerá a partir de las normas jurídicas vigentes, cómo se regulará desde la perspectiva constitucional en sus diferentes vertientes? Es crucial decidir qué vamos a hacer: ¿sólo trataremos de hacer más eficientes los servicios culturales existentes o hasta dónde iremos para garantizar el acceso a los bienes y servicios relacionados con la cultura?

Del mismo modo como la llamada Reforma Energética requirió una exhaustiva consulta nacional, la cultura demanda un análisis de las mismas proporciones y un diagnóstico que reconozca su carácter estratégico y todas sus dimensiones.

El derecho a la cultura está contemplado en el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, convertirlo en una garantía constitucional obliga al Estado a instrumentar la protección y el acceso a la cultura, para lo cual será indispensable una reforma integral de la estructura jurídica de la cultura en México. En uno de los múltiples foros realizados en torno a este tema Néstor García Canclini dio la clave: “La tarea primordial de las leyes, más que resolver problemas, es crear condiciones para que los movimientos de la sociedad conviertan a los problemas en oportunidades”.

Nos encontramos ante un desafío histórico ¿estaremos a la altura de sus exigencias? nos falta muy poco para conocer la respuesta.


1 Entendidas estas como la industrialización, para su reproducción en gran escala, de obras protegidas por el derecho de autor o el copyright. También son conocidas como industrias del copyright.

2 En Estados Unidos las industrias culturales están englobadas en un todo más amplio: las industrias del entretenimiento. En ellas queda comprendida la industrialización de las obras protegidas por el copyright, los espectáculos y los deportes, para su desarrollo y fomento han generado una legislación que impulsa el desarrollo desde el arte hasta el cine porno, considerando su valor económico.

3 Ernesto Piedras Feria, ¿Cuánto vale la cultura en México?, México, SOGEM, CANIEM, CONACULTA y SACM, y La contribución económica de las industrias protegidas por los derechos de autor en México de Victoria Márquez-Mees, Mariano Ruiz Funes y Berenice Yaber (aún sin publicar en México).

4 Sabina Berman y Lucina Jiménez, Democracia cultural, México, Fondo de Cultura Económica, 2006.

5 La contribución económica de las industrias protegidas por los derechos de autor en México, abarca de 1998 a 2003. Uno de los grandes problemas que se enfrentan al querer hacer cualquier tipo de evaluación o medición en el ámbito de la cultura es la carencia de información sistematizada, reciente y refutable en el tiempo.

6 Op. cit.

7 Las industrias básicas, son uno de los subsectores de las industrias culturales, su trabajo consiste en masificar las obras protegidas por el derecho de autor, algunos ejemplos son: editoriales, medios de comunicación, compañías disqueras, etc.

8 Información tomada del trabajo de Alfonso Castellanos Ribot, “Estadísticas básicas de la cultura en México”, en Cultura mexicana: revisión y prospectiva, México, editorial Taurus, 2008.

lunes, 18 de enero de 2010

Terremoto

2010-01-18
El Universal
Guillermo Fadanelli

“El terremoto en Haití ha dejado bastante deteriorado a su Dios, mientras que en México los ministros de la Iglesia se dedican a quebrantar el Estado laico e intentan por todos los medios hacer infelices a las personas, su Señor se entretiene sembrando la desgracia en un pueblo pobre e indefenso”. Podrían ser estas las palabras de un gnóstico alejandrino que resucitara en la época actual y se pusiera al tanto de la marcha de nuestro mundo. Y si en caso de ser un epicúreo quien transgrediera el tiempo para vivir a nuestro lado, se convencería otra vez de que el mundo está lleno de maldad y de que la divinidad que lo creó tiene que ser necesariamente malvada. Y en este concierto de voces atemporales Basílides constataría que la realidad continúa siendo un espejismo y Cioran proclamaría una vez más la necesidad de un dios abúlico, reacio a ejercitar sus músculos creando todavía más desgracias. Pero no es mi intención ofender a los creyentes ni mucho menos crear polémicas acerca de lo que no se puede polemizar. La cuestión es que siendo yo un humilde pagano no deseaba dejar pasar el hecho de que en caso de ser monoteísta el terremoto en Haití me habría dado bastante en qué pensar e incluso estaría sopesando la posibilidad de cambiarme de equipo. Eso es todo.

Las desgracias suelen ser un estímulo para cavilar acerca del sentido de las creencias más acendradas. Es del saber común que el terremoto de Lisboa en 1755 afectó a Voltaire a tal extremo que modificó su pensamiento acerca de la razón divina y que la invasión de Roma por los bárbaros empujó a un consternado San Agustín a escribir La ciudad de Dios. Tres días duró la invasión a Roma por los godos y 14 años la escritura de esta obra que decidió mudar la ciudad terrena a los santos cielos donde ningún terror humano volvería a devastarla. Qué alivio es concebir el mundo como un conjunto de desgracias y convencerse de que no existe orden divino. Cioran, lo escribió de manera vehemente y precisa: “La injusticia rige al universo. Todo lo que se construye o se marchita lleva la huella de la inmunda fragilidad, como si la materia fuese el fruto de un escándalo en el seno de la nada”. Y mientras los jeques árabes levantan en Dubái la torre más absurda de la historia, decenas de miles de haitianos son sepultados bajo los escombros de sus casas miserables. Este sí que es un verdadero testimonio divino y si el gnóstico Valentín de Alejandría estuviera entre nosotros no se inmutaría en absoluto. Acaso volvería a afirmar que estos acontecimientos son consecuencia del error original: hechos por demás naturales en un mundo cuya esencia es la maldad, el absurdo y la muerte.

Y si nos salvamos de los terremotos seguiremos viviendo a expensas de la crueldad humana. Lo anterior parece decirnos uno de los relatos más aprehensivos de Heinrich von Kleist cuyo título es “El terremoto de Chile.” Un sismo salva a una joven pareja de morir cuando arrasa la ciudad y derrumba los muros de la prisión donde se encontraban los repudiados amantes (incluso el arzobispo queda sepultado entre piedras como una rata). Tal pareciera que por una vez en la tierra la justicia divina se ha hecho presente, pero una vez que los amantes vuelven a la ciudad, una horda de fanáticos acaba con sus vidas de manera sanguinaria. Los acusan de haber causado el terremoto y de que sus amoríos han desatado la desgracia sobre la ciudad. Este relato fue escrito en 1805, tres lustros antes del suicidio de Heinrich von Kleist y cuando lo leí por primera vez no fui capaz de advertir el profundo pesimismo que impregna toda la narración. Hoy que he vuelto a sus páginas no sólo lo he apreciado de manera distinta, sino que me parece una ilustración de lo que sucede en la actualidad: una época en la que todavía existen religiosos empeñados en prodigar prohibiciones aludiendo a alguna clase de autoridad divina.

Qué fortuna encuentro en ser pagano. Puedo cambiar de dios o de santo todas las mañanas. No tengo que ceñirme a las leyes que dictan los fanáticos y hasta puedo inventar divinidades para cada ocasión, ungir a una teibolera como deidad suprema o poner a los dioses a pelear entre sí. En definitiva ningún terremoto me hará cambiar de opinión.

sábado, 16 de enero de 2010

Intimidad, lectura y beneficio

01-16-2010
Suplemento Laberinto
Iván Ríos Gascón

Si me preguntan lo que leo, evado la respuesta. Cambio el tema, hago una pregunta inocua o francamente absurda, y en ocasiones menciono alguna obra que leí mucho tiempo atrás, quizá porque revelar el título que concentra mi atención, sería como describirme en calzoncillos. Tal vez la imagen proviene de la idea de Lawrence Ferlinghetti, que dijo que la poesía es la ropa interior del alma o posiblemente sólo sea una especie de pudor mal entendido, o avaricia literaria o el reflejo por mantener cierto misterio en mi privacidad.

La lectura, observa Harold Bloom, es una praxis personal, más que una empresa educativa. Y aunque referir al libro o al autor que ocupa mi tiempo me parece un verdadero incordio, sucede lo contrario cuando alguien solicita sugerencias para ir llenando su biblioteca particular. Al fin y al cabo, recomendar novelas, ensayos o poemarios no es lo mismo que confesar la ruta por la que vamos caminando, un periplo que es más saludable recorrer en completa soledad, ya que a la insidiosa pregunta de ¿qué es lo que estás leyendo ahora?, generalmente le prosiguen otras: tu opinión sobre el ritmo de la obra, la valía del autor, el frenesí o el aburrimiento que el libro te provoca, y esas cuestiones no pueden responderse de improviso, es perentorio alcanzar la página final y luego meditar por un tiempo lo leído, para esclarecer las consecuencias. Después de todo, la sensibilidad es como una esponja. Puede absorber o expeler las sustancias intelectuales o emotivas que transpira el arte.

A la gente le encanta inmiscuirse en tus afinidades. Nunca falta quien merodee por tus estanterías. Que coja los volúmenes, los hojee, revise subrayados y, peor aún, te increpe por haber resaltado una frase o dos renglones, que pretenda analizar por qué determinada idea adquirió un aura fluorescente. En estos casos, lo recomendable es guardar silencio. El debate sería inútil, cada quien percibe distintas claves o pulsiones, se identifica con un párrafo, una escena, o se conmueve con versos y episodios que para ti o para los otros no tienen valor alguno: los libros hablan cuando súbitamente, por inercia, evocamos algo que creíamos haber perdido en alguna región ignota de la psique, y reclama su sentido.

Sin embargo, debo confesar que me llaman la atención aquellos lectores que buscan un beneficio personal. Los que no dejan de hablar de lo que están leyendo, los que adelantan comentarios o de plano, cuentan las tramas de cabo a rabo para privarte del asombro, el fiasco o la sorpresa. Los que presumen una memoria elefantina, aunque ya Patrick Süskind escribió sobre ese curioso fenómeno que es la amnesia in litteris (el olvido momentáneo o irreversible de las viejas lecturas), y los que llevan a cuestas una inabarcable casa de citas (librescas, por supuesto). De todos, quienes más me intrigan son los donjuanes eruditos. Sus estrategias de cacería (poses, dichos, temas), persiguen un objetivo peculiar, un ideal paradigmático que me recuerda lo que Lawrence Durrell escribió en Balthazar: “enamorarse de alguien más ignorante que uno mismo añade el delicioso estremecimiento que produce la conciencia de pervertirlo, de sumirlo en el barro del que nacen las pasiones, y los poemas y las teorías sobre Dios”…

¿Qué es Flarf?

01-16-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Si, para bien y mal, Kenneth Goldsmith es el escritor actual más emblemático, la corriente versal más interesante —nos guste o no— es Flarf.

Como Alan Sokal y su broma pesada a Social Text (para demostrar que el posmodernismo era teoría pitufina), Gary Sullivan logró que Poetry.com ofreciera publicarle un poema suyo deliberadamente pésimo.

Nació oficialmente Flarf, una corriente norteamericana que antipoetiza googlemas y descréditos, detritus digital y apropiación inapropiada, sátira y sitcom, cut-&-paste, gringodadaísmo & performance.

Sus miembros son Kasey Silem Mohammad, Katie Degentesh, Gary Sullivan, Nada Gordon, Jordan Davis, Drew Gardner, entre otros.

A Flarf se le conoce por poemas-collage a partir de googleos. Pero sus técnicas son múltiples. Procura lo impertinente, cómico, bufón, pseudo-ingenuo. Flarf pretende ser big-banguardia en vano. Flarf es cacopoesía, (mal)versación y sampleo.

Se gestó entre 2000 y 2002 en listas de emails y blogs. Sus opositores le acusan de ser una mera payasada. Otros le creen, junto con el conceptualismo, lo más intrépido del experimentalismo norteamericano hoy.

El vocablo Flarf parece no tener sentido. Pero estoy convencido que en él está codificado el significado de este movimiento. Me explicaré. “Flarf” es una reunión inconsciente de fart (pedo) y bluff (engaño). Pedo presuntuoso, además, que se mezcla con flat (plano) y que suena como ladrido en inglés: arf! Arf! Flarf es una burla del arte (art) y una farsa (farce). Busca evidenciar que la poesía es un chiste y una onomatopeya cultural.

Hay algo también de fluff (ligero) mezclado con war (guerra). Fluff-war, guerra inverosímil. Todo esto es la fórmula secreta de Flarf.

¿Recuerdan aquel extraterrestre ochentero de peluche? Bueno, si E.T. era un símbolo de la otredad extraplanetaria, Alf era su parodia, la otredad venida a menos. Lo retro-inmediato. Flarf es Alf. Y Flarf es al experimentalismo lo que Alf es a E.T.

Y si Kenneth Goldsmith es Max Headroom, Flarf en Bart.

Decía George Oppen que “hay un ego simple en la lírica, pero uno extraño en la guerra”. El ego kitsch absurdo-bufón de Flarf es un reflejo del sin-sentido del discurso político norteamericano en el contexto del surgimiento del palabrerío global.

Flarf es Cantinflas hablando Neospeak. Aunque no lo parece, Flarf es una poética de guerra (de la reality war norteamericana). Y la prueba es que la palabra “guerra” no aparece en ella.

Así como Warhol (war-hole, hoyo de la guerra) es la frivolidad balsámica de la posguerra, Flarf es la poesía surgida del vacío dejado por la irrealidad de la post-Guerra Fría. La risa lela para masticar el shock Schwarzkopf.

Hay poesía veterana de guerra que jamás ha puesto un pie en el campo de batalla. Flarf es lo que quedó de la poesía estadunidense después del Medio Oriente.

lunes, 11 de enero de 2010

Adopción

2010-01-11
El Universal
Guillermo Fadanelli

Podría hacerse una máxima universal del caso siguiente: son las personas menos adecuadas para hacer una tarea quienes más se empeñan en realizarla. Me imagino a un puerco empeñado en hacer el aseo de los corrales o a un ciego que se obstina en llevar a cabo las tareas del centinela. Más o menos así funciona nuestra sociedad. Esto viene a mi mente cuando escucho los argumentos de quienes insisten en imponer sus normas morales a los demás y conciben un mundo a su imagen y semejanza, como pequeños dioses que intentan someternos a las costumbres de su reino. Su provincianismo es atroz en cuanto no conciben o aceptan nada que rebase los límites de sus estrechas fronteras. Sus razones son superficiales y sus prejuicios profundos. No tengo ningún empacho en declararlos mis enemigos.

Pese a mi declaración de enemistad no tengo ningún inconveniente en que continúen pensando como deseen. No movería un dedo en contra de ellos ni promovería su expulsión de mi comunidad. Incluso estaría dispuesto a escuchar sus homilías atentamente para cerciorarme de que en realidad estamos en desacuerdo. Lo que no haré es permitir que me impongan sus costumbres morales ni que gobiernen en mi intimidad por medio de ninguna clase de coerción. Me imagino a un sacerdote sentado en una silla frente a mi cama censurando lo que le parece incorrecto y deseando al mismo tiempo que lo correcto suceda para lograr colmar sus placeres. Es una imagen lastimosa, pero es más o menos así como sucede en nuestros tiempos.

Si mis vecinos deciden adoptar una cabra y me invitan a celebrarlo, con mucho gusto acudiré a la fiesta e incluso investigaré en la enciclopedia qué clase de alimentos prefieren las cabras para no presentarme con las manos vacías a su casa. Si adoptar quiere decir recibir como hijo a quien no lo es naturalmente, consideraré a mis vecinos seres civilizados y sin duda envidiaré a la cabra por la buena suerte que ha tenido al conseguir un hogar. Si esta adopción hace felices a mis vecinos y a la cabra esto redundará también en mi felicidad, puesto que no hay nada tan pernicioso que vivir junto a personas amargadas.

Me parece un síntoma de buena salud que las personas tomen para sí el sexo que deseen y que no se detengan en hacer públicas sus pasiones. Considero el género como un horizonte al que las personas tienden, no como una imposición moral que limita su imaginación y por lo tanto su libertad. Si los transgresores de género quieren casarse y adoptar niños tailandeses no tengo más que desearles una vida a la medida que desean. Yo no les recomendaría el matrimonio a no ser que consideren que las leyes imperantes son convenientes para su bienestar, pero esa es una opinión privada y lo único que les pediría es que me inviten a la celebración.

Conforme pasa el tiempo me convence más la postura de Rawls que la de Nozick en lo que respecta a los principios que una sociedad liberal tiene que seguir para procurar la justicia y el bienestar entre sus miembros. La diferencia más evidente se encuentra en lo relativo a la presencia del Estado y sus atribuciones: o se busca que éste lleve a cabo solamente unas cuantas funciones administrativas, como quiere Nozick; o se le considera un medio para defender la libertad, la igualdad y la equidad económica, como desea Rawls. Un mínimo orden es necesario y un Estado sensato debería velar porque las libertades se respeten, sin violar la libertad que el mismo intenta preservar. Si los homosexuales o quienes sean van a adoptar un niño, deben hacerlo sólo si el adoptado va a estar en mejores condiciones de vida que en la orfandad. De lo contrario el contrato sería una diatriba (nadie estaría, por ejemplo, de acuerdo en que las personas se valieran de las adopciones para el comercio de menores). Es allí donde hacen su aparición las leyes que en vez de prohibir matrimonios entre personas libres o rechazar adopciones a priori se disponen tan sólo para evitar abusos y preservar las libertades de los individuos.

En mi opinión es más perniciosa la existencia de diputados que mes con mes adoptan sueldos tan elevados y que promueven sus prejuicios a la categoría de dogmas legales. Yo estoy seguro que hasta una cabra rechazaría vivir bajo su mismo techo.