lunes, 11 de enero de 2010

¿Problema mental?

Lunes 11 de Enero de 2010
Periódico Noroeste
Denise Dresser

Independencia. Revolución. Conmemoración. 1810. 1910. 2010. La historia de bronce festejada cuando debería ser cuestionada; la historia oficial cincelada cuando debería ser escrita de nuevo.

Porque han sido 200 años de héroes falsos y mentiras propagadas y dictaduras perfectas y democracias que están lejos de serlo.

Doscientos años de aspirar a la modernidad sin poder alcanzarla a plenitud y para todos.

Veinte décadas de justificar el Estado paternalista y el predominio del PRI, la estabilidad corporativa y el País de privilegios que creó.

Buen momento, entonces, para examinar la herencia, los mitos compartidos, las ficciones fundacionales, el bagaje con el cual cargamos.

Gran oportunidad para emprender un proceso de instrospección crítica sobre nuestra identidad nacional, para cobrar conciencia de lo que hemos hecho consistentemente mal.

Para entender por qué no hemos construido un país más libre, más próspero, más justo durante los últimos dos siglos.

Abundan las explicaciones. La Conquista, la Colonia, la ausencia de una tradición liberal, el Porfiriato, la vecindad con Estados Unidos, la desigualdad recalcitrante, el nacionalismo revolucionario, los ciclos históricos marcados por proclamas, seguidas de alzamientos y la instauración de líderes autoritarios que prometen salvar al País del caos y de sí mismo.

Muchos piensan que México no avanza por su pasado fracturado, por su historia insuperada, por sus creencias ancestrales, por sus costumbres anti-democráticas. Muchos esgrimen el argumento cultural como explicación del atraso nacional.

"Es un problema mental", afirman unos.

"Es una cuestión de valores", insisten otros. "Es un asunto de cultura", sugieren unos. "Así somos los mexicanos", proclaman unos.

Según esta visión cada vez más compartida, el subdesarrollo de México es producto de hábitos mentales premodernos, códigos culturales atávicos, formas de pensar y de actuar que condenan al país al estancamiento irrevocable.

Es cierto que muchos mexicanos creen apasionadamente en los componentes centrales del "nacionalismo revolucionario".

Es cierto que muchos mexicanos han internalizado las ideas muertas del pasado, y por ello les resulta difícil forjar el futuro.

Es cierto que muchos mexicanos han sucumbido al romance con la supuesta excepcionalidad histórica de México, y por ello se resisten a apoyar medidas instrumentadas con éxito en otros países.

Aquí, los hábitos iliberales del corazón son como un tatuaje. Aquí, ideas como el Estado de Derecho, la separación de poderes, la tolerancia, la protección de las libertades básicas de expresión, asamblea, religión y propiedad, no forman parte del andamiaje cultural post-revolucionario.

Y por ello tenemos elecciones competitivas que producen gobiernos ineficientes, corruptos, solipsistas, irresponsables, subordinados a los poderes fácticos, e incapaces de entender o promover el interés público.

En términos políticos, México es una democracia electoral; culturalmente sigue siendo un país iliberal.

Nadie duda que esto es así. Pero el problema de las explicaciones culturales es que conducen a callejones sin salida.

Si partimos de la premisa "así es México", la Nación no tiene futuro, ni solución, ni posibilidad, ni salvación.

Si el clientelismo y la corrupción y el patrimonialismo y la confrontación son producto de a una cultura bicentenaria, no queda claro cómo reformarla ni reformarnos.

Peor aún, el uso de la cultura como herramienta analítica o como justificación política, obscurece las causas estructurales detrás del atraso.

La cultura heredada, promovida, aprendida por los mexicanos a partir de la Revolución es una invención interesada, un cálculo deliberado; es aquello que los políticos y los ideólogos del régimen decidieron enseñarnos en la escuela pública. Las costumbres iliberales y las creencias reaccionarias que dibujan el mapa mental de tantos mexicanos fueron colocadas allí porque eran útiles. El poder político de México vivió, y vive aún, de alimentarlas.

Pensar que el problema de México es mental desvía la atención de donde debería estar centrada: en ese artificio contractual que es el corporativismo post-revolucionario y el "capitalismo de cuates" que engendró.

En la permanente redistribución de la riqueza en favor de los grupos beneficiarios del statu quo que este acuerdo ha entrañado.

En las prácticas de rentismo acendrado que este pacto ha perpetuado. En la apabullante concentración de la riqueza que este modelo ha permitido.

En la economía oligopolizada que este arreglo ha producido. Esas son las raíces de tantas mentiras piadosas que la clase política elaboró y sigue diseminando; esas son las razones detrás de códigos culturas que las élites han usado para controlar a la población.

El verdadero problema del País no es cultural sino estructural; no es una cuestión de valores sino de intereses.

A México no le hace falta ir al psiquiatra para resolver un problema mental; más bien necesita combatir una estructura de privilegios que ni la Independencia ni la Revolución lograron encarar.

sábado, 9 de enero de 2010

El autor más emblemático: 2000—2010

2010-01-09
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Si encuestamos a los críticos usuales qué fue lo mejor de la literatura norteamericana durante la última década, Cormac McCarthy o Philip Roth serán consenso. Son la fachada de las letras estadunidenses.

Sus novelas son mainstream. ¿Agregan algo a la historia de la literatura? Hollywood puede llevarlos al cine. “Realismo”.

Las tendencias que alteraron la literatura norteamericana actual no están en la novela. Ni en la poesía de receta lírica, traducible a cualquier idioma, hecha de variantes de las mismas imágenes, anécdotas o sentimientos compartidos por millones y que los respectivos versistas no hacen sino engalanar vía ritmos y espacios en blanco.

Lo innovador proviene de quienes desafían e incluso frustran el gusto público.

La tendencia más innovadora de la literatura norteamericana de este siglo es la corriente llamada “escritura conceptual”. No le interesan las obras maestras.

Craig Douglas Dworkin así la formuló: “¿Cómo sería una poesía no-expresiva? ¿Una poesía del intelecto y no de la emoción? Una en la que las sustituciones en el corazón de la metáfora y la imagen fueran reemplazadas por la presentación directa del lenguaje mismo, y el “flujo espontáneo” suplantado por procedimientos meticulosos y procesos exhaustivamente lógicos”. Sus precursores son el concretismo brasileño, las ideas de Barthes, los juegos de Oulipo, los Language Poets y, por supuesto, la obra verbal de Duchamp, padre-queer del conceptualismo.

Hoy en Estados Unidos el conceptualismo escritural tiene un nombre: Kenneth Goldsmith. ¿Es Goldsmith un escritor? Ahí inicia la polémica. Generalmente se le detesta.

En su libro Soliloquy (2001) transcribió todo lo que dijo durante una semana; en Day —su libro más célebre— cada palabra y letra aparecida en la edición impresa del New York Times del primero de septiembre del 2000.

En otras obras suyas ha anotado cada movimiento que hizo su cuerpo durante medio día; y en los más recientes, los reportes de tráfico, clima y deportes.

Goldsmith denomina a su práctica “escritura no-creativa”. Se trata de una forma de apropiación, ready-made, cuya meta es “aburrir”.

Afirma que no hay necesidad de novedad alguna. Basta reenmarcar lo viejo.

No oculta que emula a Andy Warhol. Incluso editó un libro de entrevistas del inventor del pop art. Juega siempre a ser ultra-frívolo.

Como anti-provocador, persigue una literatura sin originalidad, shock o aura. Sostiene que no tiene caso inventar nada porque ya hay demasiadas palabras. Basta plagiarlas. Es la cumbre del experimentalismo posmoderno y, a la vez, su reducción al absurdo. Deliberadamente exaspera. Y se le adora. Evidenció que la literatura moderna ya ha quedado agotada.

Joyce hoy, Kenneth Goldsmith es el autor más emblemático de la primera década del siglo XXI.


jueves, 7 de enero de 2010

Así escribo (Francisco Hinojosa)

Enero del 2009
Revista Nexos
Francisco Hinojosa
De cualquier manera

En total desorden. En el caos absoluto. Saltando de un texto al otro. Con fastidio cuando las musas me abandonan y con furor cuando me visitan. Todos los días. Por las mañanas, por las tardes, por las noches y, con la ayuda no infrecuente del insomnio, por las madrugadas. En silencio de preferencia. Aunque de vez en cuando, según qué escriba, con música: salsa, rock, Mozart, jazz, blues y, una vez, juro que una sola, Los Tigres del Norte. Nunca con mariachi. Con café, jugo o té antes de las doce.

Con cerveza cuando ya el juego es legal. Con un libro al lado que me empuje a escribir y me guíe por el buen camino (tengo muchos, además de Borges). Entre revisadas constantes al @gmail, telefonazos y todo tipo de interrupciones. En mi lugar de trabajo o en cuartos de hotel y aeropuertos. Nunca a mano. Tampoco con máquina de escribir. Casi siempre con risas y a veces, de plano, a carcajadas. Antes de ir al súper o al banco y también después. Sin ganas o con muchas. De los niños a los adultos, del cuento al ensayo, de la poesía a las cartas, del pastiche al experimento. A quince palabras por minuto o a cinco por hora. A pedradas, a latigazos. Pensando en un amor imposible, en una deuda que tengo o en el menú del día. Con la emoción de un encuentro, con la decepción de una mala comida, con certidumbres, con dudas. De cada tanto con coraje (hoy fue con mucha furia). Con la vida rota o con esperanzas. Después de un abrazo o antes de un beso. Sin saber por dónde comenzar o cómo seguir. Deshabitado, inseguro, nervioso, como cable eléctrico. Y sobre todo corrigiendo sin fin, buscando cada palabra, borrando demasiado.
Cuando era joven, hubo quienes me hicieron creer que para escribir era necesario preparar el entorno que propiciara el ritual de la creación: el escritorio digno de un escritor, la escenografía libresca, los cuadros en las paredes con las fotografías de grandes autores (Kaf-ka, Melville, Baudelaire, Groucho), quizás una varita de incienso y una botella de vino, y el letrero: “Silencio: escritor en funciones”. La escritura como un ritual masturbatorio y fetichista. La escritura como efecto y no como deseo. La escritura como apuesta al hit parade y no como desplazamiento. El escritorio y la Montblanc como el escenario y el instrumento que hacen al escritor. Y luego los medios que todo lo confirman. Y al mismo tiempo la chorcha que lo reconfirma: hay que buscar la legitimidad antes que las palabras. Por eso las lecturas públicas —comprometidas con llamadas telefónicas, promesas de amistad perdurable y correos electrónicos personalizados— suplen la escritura con la fiesta. El aplauso de pie luego de la función. Con vino de honor. De honor. Y el jaripeo en vez de la escritura. Y a veces ni siquiera jaripeo.

Hasta hace poco me sentía observado cuando le pegaba al teclado: escribía bajo vigilancia. Especialmente al escribir para niños. Tenía objetos que me miraban y me obligaban: el libro que me regaló la niña Elisa en Medellín, un alfiletero que me dio Lucero, que vive en la Portales, dibujos, muchos dibujos, cartas, muchas cartas, un pisapapeles que deja caer nieve, muñecas, una piedra, fotografías, un luchador de plástico…: esos objetos que tienen nombre y rostro y que ahora viven momentáneamente en una bodega, en lo que vuelven a encontrar casa, siguen exigiéndome. Y así escribía: con testigos, con un tribunal que castiga cuando se traicionan los principios, con la mirada atenta y a la vez ávida de una novedad, de algo que cambie las cosas y las haga más agradables. Escribía observado, con muchos ojos que me miraban a través de los objetos para decirme que siempre es posible mejorar. Y escribo y escribía así, con la conciencia limpia de que nunca ha habido una traición, aunque me haya equivocado tantas y tantas veces.

Escribo, y eso hay que hacerlo de alguna manera, cualquiera. Yo creía haber encontrado una propia, y me aferraba a ella aunque no tuviera ningún orden. O quizás creía en una rutina que me hacía estar seguro y de la que no podría prescindir. Desde hace varios meses he aprendido que escribo de cualquier manera, con sol o con lluvia, con escritorio o sin él, enamorado o con un duelo que no deja de llorar. Así escribo: conmigo mismo y con la lap top. Por ahora es suficiente. Y aunque vuelva a poblarse mi mundo de amores y extrañamientos, de objetos y nuevos rituales, sé ahora que para escribir no necesito más. Y si la lap top se pierde o me abandona, regresaré al lápiz y la hoja en blanco.

miércoles, 6 de enero de 2010

Los libros del año

3 de enero de 2010
Suplemento el Ángel
Sergio González Rodríguez

El libro del año: Tarde o temprano (Poemas 1958-2009) (FCE), de José Emilio Pacheco;

Novela: Nos acompañan los muertos (Planeta), de Rafael Pérez Gay; La Biblia Vaquera (Tierra Adentro), de Carlos Velázquez; La noche será negra y blanca (Era), de Socorro Venegas; La fiesta del oso (Mondadori), de Jordi Soler; Verloso (Mondadori), de Felipe Soto Viterbo; El dilema de Houdini (Mondadori), de Norma Lazo; No tengo tiempo (Alfaguara), de Arturo Vallejo Novoa; Los escritores invisibles (FCE), de Bernardo Esquinca; Señales que precederán al fin de mundo (Periférica), de Yuri Herrera; Morirse de memoria (Sexto Piso), de Emiliano Monge;

Crónica: Palmeras de la brisa rápida (Almadía), de Juan Villoro; Gula. De sesos y lengua (Mantarraya), de Antonio Calera-Grobet; El último mundo (Mondadori), de Laura Emilia Pacheco;

Memoria: Un tiempo suspendido. Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo (CNCA), de Roberto García Bonilla; Los aprendizajes del exilio (Siglo XXI), de Carlos Pereda; La guerra fue breve (Magenta), de Gabriel Bernal Granados; Padre y memoria (UAM/Ediciones sin Nombre), de Federico Campbell; Yo te conozco (Era), de Héctor Manjarrez; Memoria y espanto o el recuerdo de infancia (Siglo XXI), de Néstor A. Braunstein;

Ensayo: Una visita a Marius de Zayas (Universidad Veracruzana), de Antonio Saborit; El insomnio de Bolívar (Debate), de Jorge Volpi; La gramática del tiempo (Almadía), de Leonardo da Jandra; Inmanencia viral (Tierra Adentro), de Fausto Alzati Fernández; Ensayos fundamentales (Taurus/Colmex), de Enrique Florescano; Pop art y sociedad del espectáculo (UNAM), de Jorge Juanes; La vida íntima de los encendedores (Páginas de Espuma), de Ignacio Padilla;

Antología: Un sol más vivo (Era), de Octavio Paz, editado por Antonio Deltoro;

Aforismos: 99 (Taller Ditoria), de Luis Alberto Ayala Blanco;

Poesía: Libelo de varia necrología (Tierra Adentro), de Balam Rodrigo; Mientras menos hagas (Lenguaraz), de Feli Dávalos; Tríptico del desierto (Era), de Javier Sicilia; Bomarzo (Era), de Elsa Cross; Imperio (Motín Poeta), de Rocío Cerón; Nueces (Trilce), de Pedro Serrano; Estado de sobrevuelo (Bonobos), de Salvador Gallardo Cabrera;

Narrativa histórica: Tiempo de zopilotes (Planeta), de Paco Ignacio Taibo II; Ficciones de la revolución mexicana (Alfaguara), de Ignacio Solares; El secreto de la Noche Triste (Joaquín Mortiz), de Héctor de Mauleón; La cena del bicentenario (MR/Planeta), de Héctor Zagal;

Cuento: Cuentos reunidos (FCE), de Amparo Dávila; Mis días en Shangai (Almadía), de Aura Estrada; Cicatrices (Páramo), de Esther Seligson; Sombras detrás de la ventana (Era), de Eduardo Antonio Parra; La corredora de Cuemanco y el aficionado a Schubert (Punto de Lectura), de Mónica Lavín; Los animales invisibles (UAM), de Mauricio Montiel Figueiras; Telaraña (UNAM), de Mauricio Molina; Firmado con un klínex (Tusquets), de Élmer Mendoza;

Arquitectura: Arquitectura mexicana contemporánea (Designio), de Gustavo López Padilla; El centro comercial como nuevo espacio público (Arquine), de Grupo Arquitech. Juan José Sánchez Aedo; 10 concursos perdidos 1 ganado (Arquine), de Lucio Muniain;

Periodismo: Contacto en Italia (Debate), de Cynthia Rodríguez; El Cártel de Sinaloa (Grijalbo), de Diego Enrique Osorno; Breviario de correrías (CNCA), de Ariel González;

Fotografía: Pata de perro. Biografía de Héctor García (CNCA), de Norma Inés Rivera; Gabriel Figueroa/Luna Córnea 32, investigación y dirección de Alfonso Morales Carrillo; El imaginario fotográfico (UNAM), de Michel Frizot; Teresa Margolles/ What Else Could We Talk About (RM), editado por Cuauhtémoc Medina;

Crítica literaria: Alfabeto de las esfinges (UNAM), de Adolfo Castañón; La voz del espejo (DGE/Equilibrista), de Fabienne Bradu; El complejo Fitzgerald (Tierra Adentro), de José Mariano Leyva; El asesino de la palabra vacía (CNCA), de Héctor Orestes Aguilar; Crónicas literarias (Eón), de Federico Patán; Ojos de Reyes (UNAM), de Héctor Perea; El sueño no es un refugio sino un arma (UNAM), de Geney Beltrán Félix; La sabiduría sin promesa. Vida y letras del siglo XX (Lumen), de Christopher Domínguez Michael;

El peor libro del año: Réquiem para un Ángel (Alfaguara), de Jorge F. Hernández.

lunes, 4 de enero de 2010

Diez buenos libros en el 2009


Periódico Milenio
Israel Morales

El año que terminó fue vital en las letras mexicanas, pues vaya que abundaron los títulos, mas no su buena distribución por cuestiones editoriales o de orgullo, vaya usted a saber. Pocos títulos y muchos a la sombra, pero aquí una muestra en que se reúnen novelas, cuentos, estudios y biografías; diez buenos libros, todos ellos lanzados en 2009, para no dejar fuera un solo renglón de lectura.

10. Dolores, Felipe Montes (Ed. Acero)

Un libro en el que no hay armonías ni lucidez, sino que lo que vale es lo que se dice de Dolores, protagonista y víctima, lo que le da un sitio abismal a los fantasmas que pueblan una ciudad y que se la llevan de encuentro; sin que se trate ésta de una novela de horror, sino de la realidad misma.

9. Temporada de caza para el león negro, Tryno Maldonado (Anagrama)
Esta novela tiene la noción de lo efímero, tanto que de quien se habla, Golo, ya está en la tumba, y se acude a un recuento personal, elocuente, haciendo honor a la brevedad, con las reiteraciones de una estética por el mundo freak del amante y narrador, y su vida por exposiciones de arte.

8. Recordatorio de Federico Gamboa, Álvaro Uribe (Tusquets Editores)
Nunca va a dar pereza leer la vida de un autor que dejó en Santa esa cualidad de mito popular, el cual, no dudaban en Chimalistac, que en realidad existió. Gamboa, a través de Uribe, es una muestra de que un apasionado de las letras encontró su camino, aunque acaso la vida no es eso, una suerte de encontrase ante el autor y sus hazañas, sus vivencias, postales del porfiriato y esas acusaciones de pornógrafo, por ser el padrote que llevó a su personaje desde la novela hasta la primera muestra de cine sonoro en México.

7. Temporada de zopilotes, Paco Ignacio Taibo II (Alfaguara)
Otro libro que se lleva en torrente la Revolución Mexicana contado desde la perspectiva de Taibo II, experto en los temas y que en el Centenario aguarda aún más sorpresas. Con una narrativa elocuente y directa, Taibo II saca algunos demonios de un capítulo vital en la historia de nuestro país.

6. Siete esqueletos decapitados, Antonio Malpica (Océano)

Esta novela tiene los efectos del cine de horror y la buena música. Mientras nuestros jóvenes buscan con voracidad a autores crepusculares y de escuelas de magia de lugares de quién sabe dónde, Malpica hace lo propio con originalidad y un gran sentido del universo para los lectores en crecimiento. Es una muestra de que en la literatura de misterio pocos levantan la mano y afilan la pluma, y este autor lo hace con tinta sangre, una osamenta y la mejor música de Led Zeppelin.

5. Oscuro bosque oscuro, Jorge Volpi (Almadía)

Esta novela a manera de poemas y reiteraciones es un libro en el que se muestra a un autor más cómodo, menos agobiado y con las estrategias de saber contar de nuevo esos temas de la Segunda Guerra Mundial y los fantasmas del nazismo, ahora en un pueblo olvidado en donde quieren reclutar a lugareños que no tienen otra intención que continuar con sus vidas.

4. Poesía eras tú: Un hombre… una mujer… un puerco: una historia de amor, Francisco Hinojosa (Almadía)

Pégame, pero no me dejes, y cuéntame un poema. Esta novela de Hinojosa con los tonos de poemas, corridos y frases armoniosas no se escapa a la concepción del autor de ver con humor la relación de pareja, un humor que conforme se abren las páginas se torna negro, sombrío, agónico, sin perder el ápice de juego verbal, sin dejar si quiera respiro al lector ante tanta cochinada. Tal vez uno de los libros en que Hinojosa deja más en claro la carga anecdótica, y que lo hace un lector buscado por niños, grandes y ahora parejas de divorciados.

3. Los puentes de Königsberg, David Toscana (Alfaguara, 2009)
La ciudad de Monterrey y la de Königsberg son la estrategia en que tiende Toscana los puentes, sin revelar secretos, sólo en tono presencial, además de la desaparición de seis niñas en una urbe que crecía, y con ella buscaba convivir con sus fantasmas. Un actor y su amigo, y un polaco, un niño, la maestra, ilustradora de la Segunda Guerra Mundial, conviven y mitifican las posibilidades de una invasión en la cual tales personajes se vuelven prisioneros, y no alcanzan a llegar a la trinchera, y todo es parte de un carnaval por calles de la ciudad o a metros de la presa La Boca, con las botellas vacías (símil con las desaparecidas), con un lenguaje que seduce por lapsos, y por otros se torna asfixiante, entrecortado, como alistándose para la invasión a Monterrey.

2. Aparta de mí este cáliz, Luis Humberto Crosthwaite (Tusquets Editores)

Los mitos son la neta en Luis Humberto, quien balancea el cometido de que en los límites del país las fronteras se borran y hasta la mera Tijuana llega Jesús. Las atmósferas que recrean una llegada son hilarantes y con un lenguaje bien tratado (sacro, pulcro e impulcro), la cual por lo mismo se torna explosiva con todo y los aspavientos de una sociedad asfixiada, en donde se cumple a la perfección por qué el Evangelio es enseñanza, dicha; sinfonía en que el autor se recrea para no dejar pasar una página sin reiterar que el ser humano nunca obviará sus defectos. Así es la literatura de Crosthwaite, desmitificadora, arrabalera y en los planos del humor, que se extingue hasta alcanzar sus mejores estrategias, que es la simpatía por el demonio y sus lectores.

1. Firmado con un klínex, Élmer Mendoza (Tusquets Editores)

Los disparos al lector son contundentes y las esquirlas fulminantes, en un regodeo con el sexo, drogas, muerte y algo de rock and roll. Mendoza es el autor que nos deja este año un libro extraordinario de cuentos que se van rápido, tanto que para cuando acordamos ya estamos regresando a algunos de ellos, lo que me pasó con “Cuerpo”, ese atento despliegue visceral de una Miss Sinaloa con todo y su atractivo en aras del poder que se acerca vestido de traje Armani casual, esclava de diamantes, botas de piel de avestruz mientras la dama espera, casi a ritmo de narcocorrido, o con el entramado en que conviven más que autores, sus frases, aunque no se pone pero a personajes como Arturo Pérez-Reverte, Eduardo Antonio Parra, Rubem Fonseca, Juan José Rodríguez, Alfonso Orejel, David Toscana, Paco Ignacio Taibo II o Luis Humberto Crosthwaite; hablo de “Fiesta”, lo cual nos hace llevarla en paz hasta abrir “La decisión”, “Postal para Diego Luna” (un homenaje a las tomas de cine), “Gard”, “Ytsé”, “Rompecabezas”, “La secta de Gutenberg”, la trama policiaca que da título al libro hasta esa maravilla llamada “Plop”, donde nos da cuenta de lo fugaz, y que la vida se puede ir en un cuento.

El triunfo de la belleza

2010-01-04
El Universal
Guillermo Fadanelli

Qué bien me siento, como un gusano que se come la mitad de su cuerpo, la vomita y enseguida vuelve a tragársela. Y está siempre completo. Y continúa viviendo. Los perros domesticados son mis enemigos. No soporto su mirada piadosa porque está llena de miedo. Sus amos colocan la correa alrededor de su cuello y respiran aliviados: dominan a un perro que se los tragaría vivos si midieran veinte centímetros.

Me dicen que otro año ha pasado y les respondo que cada día que se marcha un año se consume, el veinte de diciembre del dos mil nueve no volverá jamás. Y las cárceles se encuentran repletas de inocentes mientras que los jueces comen pavos decapitados en sus mesas de ébano e ingieren vinos que las narices francesas olieron y aprobaron como inmejorables.

Me gustaría que todos esos viejos amigos que han dejado de quererme murieran sin que nadie los reconozca a excepción de sus deudores. Los deudores dirán: “van a enterrar a este mal nacido con mis cinco mil quinientos pesos en su podrido estómago”.

De pronto viene a mi mente la frase memorable de un amigo que ahora debe de tener cuerpo de odre y aliento de coladera: no estoy feliz sólo con mi éxito, deseo también el fracaso de mis amigos.” A él lo sigo queriendo y espero que el dios de los cristianos extienda la prole de mi amigo hacia los cuatro puntos cardinales. Y también saludo a las mujeres que se dicen mis amigas y que por eso mismo dejan de ser mujeres deseables y se convierten en un tumor que nadie esperaba, ni deseaba.

Las drogas se seguirán vendiendo y consumiendo y disfrutando por los siglos de los siglos. Y mientras esto sucede las bestias continuarán matándose las unas a las otras. Los escritores seguirán creando historias que no interesan a nadie más que a ellos mismos y usarán las instituciones que dirigen para darse prestigio. En seguida se premiarán los unos a los otros, se acariciarán el trasero y una mueca de suma importancia llegará a sus rostros. A casi todos ellos no los cambiaría por una olla cochambrosa. Qué bien me siento.

Desearía enfermarme cuanto antes para comenzar a roer a las personas y robarles un poco de vida. “Te quiero tanto que desearía que te murieras”, me espetó hace una década mi más querida amiga. Pero no he muerto porque ella ha dejado de quererme. Mientras esto sucede, en los hospitales privados los doctores catean a los pacientes en busca de sus tarjetas de crédito, no pondrán ni un antiséptico en la herida supurante si los moribundos no comprueban que son económicamente solventes. Las tripas al aire continuarán fuera del vientre como jardines colgantes si el herido no pone en manos del médico por lo menos la hipoteca de su casa. Y en los hospitales públicos los doctores sentados sobre sus almorranas ni siquiera verán a los pacientes a los ojos porque estos pacientes no son más que almas muertas que ocupan un espacio cuando no deberían siquiera existir. Como aliciente, en ciertas salas de espera los enfermos podrán mirar una pantalla de televisión y tendrán la mejor de las educaciones del mundo. Serán educados mientras aguardan a que su médico termine de comer su torta de queso de puerco para atenderlos.

No todo es malo: este año compraré una casa que bien mirada será como la madriguera de un suricato y tardaré veinte años en cubrir la hipoteca. Cinco años antes de que esto suceda me moriré con la duda de si en verdad esa casa alguna vez me perteneció. Qué importa, si ya estaré en una caja un poco más chica, un ataúd que pagarán los pocos amigos que me serán fieles hasta entonces. Y asistirán a mi entierro sólo para lucirse y susurrar que ellos tuvieron que cargar con los gastos porque yo nunca ahorré ni puse atención a las cosas mundanas.

Qué bien me siento en estos días en que hasta los monos son artistas. ¿Será así en el otro mundo? ¿Esta belleza se extenderá también al más allá? Espero que el destino no me defraude y que ese dios que ronca allá arriba desde hace siglos se despierte y me diga que el paraíso ha sido diseñado como una copia exacta de nuestro mundo. Y entonces mi sonrisa irá de un polo a otro de la tierra. Y descansaré en paz.

Ideas muertas

4 de Enero de 2010
periódico Noroeste
Denise Dresser

Atrapados. Rezagados. Atorados. Palabras de 2009 que capturan el sentir colectivo y el ánimo nacional.

Palabras que revelan a un país incapaz de responder a los retos que tiene enfrente desde hace años.

Un entorno global cada vez más competitivo y una revolución tecnológica de la cual México se niega a formar parte.

Una vasta transformación económica más allá de nuestras fronteras, que está creando nuevos ganadores y nuevos perdedores.

Una lista de líderes políticos y empresariales que han hecho poco por prepararnos para la nueva década.

Y finalmente, la razón principal detrás de la inacción enraizada en nuestra cultura política y en nuestra estructura económica: la pleitesía permanente de tantos mexicanos a las "Ideas Muertas".

Ideas acumuladas que se han vuelto razón del rezago y explicación de la parálisis. Sentimientos de la nación que han contribuido a frenar su avance, como argumentan Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín en el ensayo "Un futuro para México" publicado en la revista Nexos.

Los acuerdos tácitos, compartidos por empresarios y funcionarios, estudiantes y comerciantes, periodistas y analistas, sindicatos y sus líderes, dirigentes de partidos políticos y quienes votan por ellos.

La predisposición instintiva a pensar que ciertos preceptos rigen la vida pública del País y deben seguir haciéndolo.

Y aunque esa visión compartida no es del todo monolítica, los individuos que ocupan las principales posiciones de poder en México suscriben sus premisas centrales:

1. El petróleo sólo puede ser extraido, distribuido y administrado por el Estado.

2. La inversión extranjera debe ser vista y tratada con enorme suspicacia.

3. Los monopolios públicos son necesarios para preservar los bienes de la Nación y los monopolios privados son necesarios para crear "campeones nacionales".

4. La extracción de rentas a los ciudadanos/consumidores es una práctica normal y aceptable.

5. El reto de la educación en México es ampliar la cobertura.

6. La ley existe para ser negociada y el Estado de Derecho es siempre negociable.

7. México no está preparado culturalmente para la reelección legislativa, las candidaturas ciudadanas, y otros instrumentos de las democracias funcionales.

8. Las decisiones importantes sobre el destino del país deben quedar en manos de las élites corporativas.

Estos axiomas han formado parte de nuestra conciencia colectiva y de nuestro debate público durante decenios; son como una segunda piel.

Determinan cuales son las rutas aceptables, las políticas públicas necesarias, las posibilidades que nos permitimos imaginar.

Y de allí la paradoja: las ideas que guian el futuro de México fueron creadas para una realidad que ya no existe; las ideas que contribuyeron a forjar la patria hoy son responsables de su deterioro.

Desde los pasillos del Congreso hasta la torre de Pemex; desde las oficinas de Telmex hasta la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; desde la sede del PRD hasta dentro de la cabeza de Enrique Peña Nieto, los mexicanos son presa de ideas no sólo cuestionables o equivocadas.

Más grave aún: son ideas que corren en una ruta de colisión en contra de tendencias económicas y sociales irreversibles a nivel global. Son ideas muertas que están lastimando al país que las concibió.

Son ideas atávicas que motivan el comportamiento contraproducente de sus principales portadores, como los líderes priistas que defienden el monopolio de Pemex aunque sea ineficiente y rapaz.

O los líderes perredistas que defienden el monopolio de Telmex, porque por lo menos está en manos de un mexicano.

O los líderes panistas que defienden la posición privilegiada del SNTE por la alianza electoral/política que han establecido con la mujer a su mando.

O los líderes empresariales que resisten la competencia en su sector aunque la posición predominante que tienen allí merme la competitividad.

O los líderes partidistas que rechazan la reeleción legislativa aunque es un instrumento indispensable para obligar a la rendición de cuentas.

O los intelectuales que cuestionan las candidaturas ciudadanas aunque contribuyan a abrir un juego político controlado por partidos escleróticos.

O los analistas que achacan el retraso de México a un problema de cultura, cuando el éxito de los mexicanos en otras latitudes, como el de los inmigrantes en Estados Unidos, claramente evidencia un problema institucional.

Las prevalencia de tantas ideas moribundas se debe a una combinación de factores. El cinismo. La indiferencia. La protección de intereses, negocios, concesiones y franquicias multimillonarias.

Pero junto con estas explicaciones yace un problema más pernicioso: la gran inercia intelectual que caracteriza al País en la actualidad.

Nos hemos acostumbrado a que "así es México": así de atrasado, así de polarizado, así de corrupto, así de pasivo, así de incambiable.

Nuestra incapacidad para pensar de maneras creativas y audaces nos vuelve víctimas de lo que el escritor Matt Miller llama "La Tiranía de las Ideas Muertas". Nos obliga a vivir en la dictadura de los paradigmas pasados. Nos convierte en un país de masoquistas, como sugiriera recientemente Mario Vargas Llosa.

Como México no logra pensar distinto, no logra adaptarse a las nuevas circunstancias.

No logra responder adecuadamente a las siguientes preguntas: cómo promover el crecimiento económico acelerado?

¿Cómo construir un país de clases medias? ¿Cómo arreglar una democracia descompuesta para que represente ciudadanos en vez de proteger intereses? Contestar estas preguntas de mejor manera requerirá sacrificar algunas vacas sagradas, desechar muchas ortodoxias, reconocer nuestras ideas muertas y enterrarlas de una buena vez, antes de que hagan más daño.

Porque como dice el proverbio, la muerte cancela todo menos la verdad y México necesita, en 2010, desarrollar nuevas ideas para el país que puede ser.


sábado, 2 de enero de 2010

¡Profecías (culturales) para el 2010!

2010-01-02
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Lo demostraré: el crítico es profeta. Lanzaré certeras predicciones, augurios y abusiones para el mundo cultural mexicano del 2010. Para mayor confiabilidad he pulido mi bolita mágica. Limpiad vuestras sucias orejas. ¡Escuchad la voz del aciago peor-venir!

¡Oh Dios! Odio deciros que veo omnipresentes pestes —¿será un congreso literario de escritores crudos?— ¡no, insensato! ¡Es la influenza asolando a los solitarios! La influenza de Conaculta —el Programa Solidaridad Intelectual— que dice: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia. Quiero ayudarte. Sólo requiero que te sientas en deuda y en perpetuo riesgo de perderme. Haz todas las declaraciones abstractas que desees —marxistas, neobarrocas y, de preferencia, concretistas— pero no hables de nada específico, omite todo nombre o seguimiento de corruptela local, pues los apoyos federales seguirán fluyendo a caudales a caudillos y achichincles por igual”.

Veo cofradías de escribas retorciéndose por doquier —¡poseídos por lenguas que ellos mismos desconocen!— hospitalizados en instituciones, ávidos de ser citados en La Jornada y, sin nada nuevo que decir, improvisan amores necrofílicos por bustos muy parados. ¡Ah, la bruma de la bolita mágica se despeja! ¡Son los bustos de los héroes de las letras patrias! Y quienes los lamen son los intelectuales mexicanos oportunistas del Bicentenario.

Miro una figura lánguida en el fondo, ¿un beato estresado? ¡No! ¡El Secretario de Educación! ¡Alza la bíblica mano profética! Vaticina —ante los incrédulos— que él mismo abatirá el rezago educativo, sin necesidad de campañas masivas, pues, según calcula, bastará educar a una persona de tan descomunal ignorancia que incluso la menor mejoría que sufra será suficiente para bajar el índice de analfabetismo al 7.2% en el 2012. ¡Se trata de La Maestra, la Bestia del Apocalapsus!

¡Noooooo! Veo piras de libros ¡por montones arrojados al fuego! ¿Otra quema de libros en un horno de PAN en Guanajuato? ¡Peor aún! Es la quema de ejemplares que no han podido vender las transnacionales por editar tanto escritor mexicano que no sale ni en los remates.

El futuro nos depara lo inédito: ¡mítines, tomas de plaza y forwards de artistas defendiendo los derechos humanos en casos concretos y reales! ¡Caray, ha quedado todo claro! Es una campaña para liberar a un músico panzón, desafinado y arraigado por tocar en narcofiestas. Paquita —quien dice que los narcos son muy cultos— encabezará la marcha.

Pero será mi última mamífera profecía la que estrujará a la opinión pública: a finales del año, la UNAM logrará descodificar el genoma mexicano y revelará su forma única, que parecería tratarse de un mensaje maya hecho desde el futuro —y que no se ha podido traducir al español— pero que reza: “To 2 US T des heran Juan Hito”.