sábado, 21 de noviembre de 2009

Contra la estética

2009-11-21
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Tal como funcionarios, policías y medios masivos se deslindan de la ética, la intelectualidad —espejo vendado de la política— recicla idéntica excusa.

Señalé un poema homofóbico en un sitio electrónico; la semana pasada, Alí Calderón respondió, defendiendo su derecho a publicarlo que: “vivimos una época en que la poesía no se censura ni está sujeta a ningún tipo de moral, a ningún valor o disvalor... La ética, creemos, no es un asunto de intencionalidad estética”.

En el resto de su réplica coincido —efectivamente, como las plazas de La Maestra, las plazas en la República de las Letras son hereditarias—; en la supuesta ajenidad de ética y estética discrepo.

Justino Fernández postulaba que la crítica es el intento de re-producir a un hombre (el artista) lo más fielmente posible a partir del análisis de su obra. Si por “hombre” incluimos su circunstancia, como pedía Ortega, la definición de Fernández es inmejorable.

Usaré esta definición para explicarme: la ética es el intento de construir un hombre vivo a partir de la crítica. La ética es la crítica hecha individuo.

Y si la ética es la crítica convertida en cuerpo, la ética es la meta de la poética. O, mejor dicho, de la etopoética: creación de nuevas formas de ser.

Solamente dentro de una etopoética tienen sentido el arte y la literatura. Fuera de ella son piruetas, mercadeos o adolescencias.

Cuando algo nos agrada se debe a que parece a nuestros valores.

No hay “belleza” o “técnica” puras. Todo es axiología: valores explícitos o secretos. No tiene sentido decir que lo estético es cosa aparte de lo ético: lo estético es lo ética que ha sido normalizada: ¡una ética ya caduca!

Cuando ya no parece ser una “ética” se le llama “estética”.

Lo que denominamos lo ‘estético’ no es más que una ética que ha perdido su filo pero que hoy seduce por estar compuesta de valores ya asimilados, “disfrutables”. Estética = ética pretérita.

Los valores de una época se vuelven los gustos de la siguiente. El estilo artístico dominante es siempre cachorro de un moralismo preexistente. Cuando una época encomia o desprecia algo, la venidera vuelve ese encomio o desprecio “arte”.

Cuando alguien clama la independencia de obras estéticas respecto de principios éticos no se percata que la supuesta autonomía de la estética deriva históricamente de un proyecto ético ya anacrónico. Al defender lo “estético en sí mismo” defiende una ética fosilizada.

El verso “Me gustas cuando callas porque estás como ausente” fue cima de cierta estética. Tuvieron que pasar varias décadas para que alguien se diera cuenta que Neruda estetizaba
aquella vetusta ética que indica: “calladita te ves más bonita”.

La ética es una serpiente que muda de piel. La ética periódicamente abandona su piel vieja. Ese cascajo es la estética.

“Siempre escribo libros críticos”

2009-11-21
Suplemento Laberinto

Nacido en Estambul en 1952, Orhan Pamuk es el autor más conocido de Turquía. Sus libros han sido traducidos a más de cincuenta idiomas, entre ellos, La casa del silencio, El libro negro, La vida nueva y Me llamo Rojo, este último con el que adquirió un reconocimiento mundial. En 2005 fue procesado por “insultar la turquidad” tras una entrevista en la que criticó el manejo turco del genocidio armenio. El caso se sobreseyó más tarde, pero desde entonces el autor vive bajo protección policial.


Señor Pamuk, en su último trabajo usted describe las alegrías y pesares del hijo de un hombre de negocios en los años setenta. Relata el amor que el protagonista, Kemal, siente por una joven familia, a su vez dibuja un retrato crítico de Turquía. En más de 500 páginas El museo de la inocencia es su trabajo más largo. ¿Lo considera también el más importante, su obra maestra?

Mi ex esposa, de la cual soy muy amigo, leyó el libro y me hizo un comentario con el que concuerdo: “Escribiste acerca de todo lo que sabías”. Tiene razón.

Usted describe el medio en que creció, la clase alta de Estambul.

El libro abarca cincuenta años de un retrato de las clases altas. También están las clases bajas, pero es prominentemente un retrato de la burguesía dirigente de Turquía. Una suerte de burguesía quebrada, vacilante, extraña —mitad contenida, mitad víctima, mitad agresivamente arrogante. Es un grupo muy pequeño de gente; es su retrato. A través de ellos pude vislumbrar el espíritu de la nación, es decir, los grandes problemas culturales de Turquía.

El personaje del protagonista, Kemal, ¿se basa en usted?

Si eres de izquierda o un tipo interesado en la política, sólo quieres olvidar que tuviste aquel tipo de vida. Pero yo soy un novelista. Escribí sobre aquello y disfruté los detalles ostentosos. Lo que Kemal y sus amigos viven fue mi vida también —y la de mi familia, especialmente la de mi padre. Algunos personajes de la nueva generación, los amigos de Kemal, están basados en mis amigos burgueses del Robert College de Estambul. Usan los carros de sus padres y asisten a lugares extraños y clubes nocturnos.

¿Cuánto de Orhan Pamuk hay en Kemal?

Hay mucho del trasfondo social. Pero Kemal viene de una familia más rica. Los Pamuk son un poco reservados porque perdieron su fortuna, mientras la familia de Kemal es extravagante y disfruta de la vida. He estado en los mismos lugares que Kemal, pero sólo como miembro de una familia que perdió su dinero dos o tres generaciones atrás. Me identifico con Kemal especialmente en su niñez, en la relación con su madre y las sirvientas y cocineras. Esa fue más o menos mi familia. Habiéndome dedicado sólo a escribir no sé nada de negocios, por lo que las relaciones comerciales de Kemal se basan en las empresas comerciales de mi padre y mis amigos. Ahí es cuando dejo de ser Kemal.

Es impresionante en su escritura el amor por los detalles, la sensibilidad por cosas y eventos de la vida cotidiana.

El libro tiene muchos detalles en cuanto a ir a tiendas, o al rumor de un lugar nuevo donde puedes comprar imitaciones de objetos occidentales. Pero más profundamente se refieren al crimen y castigo de Kemal, su culpa y responsabilidad. Son los temas que están en juego en esta novela —pero no en forma tan directa y abierta como los estoy describiendo ahora. La relación de Kemal con su familia es frágil y problemática, como la mía. ¿Pero quiero revelar más de mi propio espíritu? No. Si lo hago es a través de los libros y usando máscaras. Es más divertido.

¿Fue atacado por las mismas dudas sobre sí mismo que atormentan a Kemal?

Kemal tiene problemas en su vida, y escapa de la vida burguesa normal que se esperaba para él. En eso nos parecemos. Todos en mi familia esperaban que yo fuera un burgués y me dedicara a los negocios para ser rico. Pero acabé siendo un escritor. Existe ese tipo de paralelo entre Kemal y yo, así como el sentimiento de culpa por haber dejado la comunidad burguesa. Thomas Mann también menciona la culpa por no ser suficientemente burgués —el problema de Tonio Kröger.

Parece que comparte con Kemal la pasión por los museos

Soy una persona de museos. Hay mucho de mí en Kemal cuando, hacia el final del libro, él visita todos estos museos. Comparto sus sentimientos al ir a pequeños museos, donde puedes explorar tus pasiones, preferentemente en el jardín de un museo adormecido. El mundo entero y el presente quedan atrás. Entras en una atmósfera distinta, en un tiempo distinto; te envuelve un aura radicalmente diferente, casi fuera del tiempo. Me gusta eso, no sé por qué, pero fue crucial para hacer este libro.

¿Puede la literatura ser en sí misma un museo de variedades para un grupo particular?

Cuando digo museo, no uso la palabra como André Malraux lo hace: una metáfora. André Malraux dice “museo imaginario” —no hay museo, sólo papeles. Cuando yo digo museo quiero decir museo. En la actualidad construyo un museo en Estambul, la intención es que próximamente el lector pueda venir y ver en exhibición cada objeto que menciono en el libro. Ya estoy hablando con algunos potenciales curadores.

La pasión de coleccionar de Kemal parece ser un tipo de fetiche.

El libro sostiene que nos apegamos a los objetos por las experiencias, sentimientos de seguridad, felicidad, amistad —lo que sea que disfrutemos en la vida—, porque relacionamos aquellas emociones con los objetos. Mi protagonista está profundamente enamorado —debería decir encaprichado— con Füsun; él ha experimentado una gran felicidad. Con el fin de preservarla —o revivirla— colecciona objetos que le recuerdan aquellos momentos. Creo firmemente que coleccionamos objetos para recordar los buenos momentos. No es la primera vez que lo digo. Lo describo en La vida nueva y en El libro negro también.

En su último trabajo relata la historia de Kemal y su amor por Füsun. Al mismo tiempo es la historia de Turquía, su tierra natal.

El libro tiene la ambición de mirar al país, al espíritu de la nación, la historia de Turquía, los problemas y la identidad. Lo hago a través de la descripción de las clases altas, burguesas, en vez de la burocracia o las relaciones políticas. Trato de mostrar la constitución social y moral del país.

¿Es por eso que no escatima en escenas de sexo?

Las escenas son explícitas, pero no están ahí con la intención de ser sexy, sino como una expresión de los sentimientos auténticos entre Kemal y Füsun. Es lo más difícil: ser explícito pero no provocativo, escribir las escenas de sexo como escenas expirituales. Es mi examen de la moral sobre la sexualidad, discutir el culto a la virginidad y la inocencia.

¿Eso constituye una posición política en una país islámico como Turquía, o no?

Mi libro es político en un sentido más profundo y cultural. Es político al discutir la represión de las mujeres de manera sutil, aunque esa discusión provenga de las clases altas dirigentes “occidentalizadoras”, “modernizadas”, “civilizadas”.

Viendo la forma en que usted discute la represión de las mujeres, un lector podría pensar que se ha convertido en algo parecido a un feminista.

No me corresponde a mí decirlo, pero es una designación que no refutaría. Mi protagonista, Kemal, es un hombre que alrededor de los treinta años descubre lo que los hombres mayores hacen a las mujeres. Mis amigos están de acuerdo con que mi descripción fue objetiva y balanceada, y que no exageré. Dicen que describí lo que realmente ocurría a las mujeres en las calles de Turquía en esa época. Yo miro aquellos años desde ahora con un punto de vista distinto. Por aquel entonces no habría sido capaz de ver a las mujeres siendo reprimidas de la manera en que el libro lo describe. Creo firmemente estar dando cuenta de la verdadera represión de las mujeres en Turquía —y de manera honesta.

¿Ha mejorado en algo la situación de las mujeres en Turquía?

No estoy seguro. Cuando estaba escribiendo el libro, pensé que éste debe haber sido un tema en los setenta, y que quizá la nación lo había superado. Pero cuando hablé con mis amigos y estudiantes, treinta años menores que yo, me dijeron que todavía está presente, que aún el machismo es un problema. A muchos de los estudiantes aún los afecta. Todavía es importante, tal como el tema de la virginidad. Son cosas que ni la modernidad ni el desarrollo económico han logrado dejar atrás.

En varios momentos el libro toca el tema del deseo frustrado de Turquía por Europa.

La charla en torno a Turquía y Europa es más antigua que Turquía misma. También ocurría durante el imperio otomano; es parte de la identidad turca. El primer gran occidentalizador fue Mustafa Kemal Atatürk, quien fundó la república turca. Él le dijo a la nación: “Por favor, cambien sus ropas; saquénse los pañuelos de la cabeza, cambien su calendario, cambien de alfabeto”. Todo eso, de manera que nos pudiéramos ver más occidentalizados.

Sin esta modernización forzada, Turquía no estaría sosteniendo diálogos con la Unión Europea.

Sí, pero la élite dirigente pensó que eso era todo lo que tenían que hacer. Legitimarse a sí mismos en este país usando los signos y símbolos de la cultura occidental. Muchos miembros de esta élite dijeron a la nación: “Merezco este poder, y tú cállate. Gobierno sobre ti porque soy occidentalizado y más europeo”. Éste es un punto que me interesa mucho:
cómo las clases dirigentes del mundo no occidental maniobran con el lenguaje, los modismos y la cultura de la modernidad —lo que uno llamaría la cultura occidental o Europa— para cumplir sus metas.

A pesar de toda aquella exuberancia, el grupo de Kemal realmente no da la impresión de ser muy feliz.

No, están asustados. Después de todo, la burguesía turca no es una clase tan fuerte. Temen al Ejército, temen a la burocracia. Hacerse un poco amigo de la burocracia ofrece la posibilidad de trampearla. Un poco de dinero y te la metes al bolsillo.

Eso suena como mucha crítica social para una historia de amor

Seguro. Siempre escribo libros críticos. No tengo ansiedad por ser político aquí. No le temo a eso, pero mi libro es más un intento de usar la literatura para ir más allá de la política. Corrupción, golpes de estado, política —islámica y secularista—; Turquía tiene demasiado de eso. Me gusta mucho mi libro como para meterlo en esa basura.

¿Le preocupa que su país casi permitiera a la corte proscribir el partido dirigente AKP (el partido centro derechista de Justicia y Desarrollo) para conducirlo al aislamiento? ¿Ve realmente a Turquía alineado con Europa?

Cuando lo escucho a usted hablar así siento orgullo nacional. ¿La gente habla así de nosotros? Cincuenta años atrás nadie hablaba de nosotros así. Así que es un gran cambio; estoy feliz de ser parte de aquello.

En un nivel general, ¿está contento con la dirección del desarrollo actual en Turquía?

Creo que económicamente lo están haciendo bien, pero hay muchos problemas políticos. Desafortunadamente, la mayoría están ligados a la estrecha mentalidad de las clases dirigentes, carentes en términos de liberalidad, que constantemente están peleándose entre ellos.

¿Se refiere a la confrontación entre la antigua élite kemalista y la conservadora-religiosa clase media liderada por el Primer Ministro Erdogan que gana prominencia?

A la larga, estas clases son más o menos similares cuando llegan al autoritarismo, cuando llegan a su intolerancia. Desafortunadamente, estos dos grupos no comprenden los valores de la libertad de expresión ni los de una sociedad abierta. Es nuestra tragedia: los altera el avance de la democracia y el florecimiento de nuevas clases.

¿Usted no ve a Erdogan y sus partidarios como islamistas disfrazados?

Es lo que algunos del núcleo duro de los kemalistas piensan. No saben qué hacer con las clases conservadoras anatolianas emergentes. Recurren a las armas de los militares y confían en la fuerza y el autoritarismo. Y por eso algunos —no todas las clases dirigentes— incluso se niegan a unirse a la Unión Europea. No quieren a Europa porque temen la emergencia de la burguesía anatoliana moderna y conservadora. Kemal Atatürk habría estado orgulloso de ser parte de la Unión Europea. Y ahora las clases dirigentes, sus más fieles seguidores, lo traicionan por temor a perder el poder.

¿Espera que los dos partidos lleguen a algún tipo de reconciliación?

Soy un escritor. Los escritores son vistos como demoniacos, maniacos, radicales. Pero, en este caso, busco la armonía. Espero que todas estas variadas clases en Turquía puedan coexistir en armonía y producir una nueva cultura. Ahí reside el futuro de Turquía.

En 1995 escribió un ensayo sobre la atmósfera envenenada de Turquía. Parece que pocas cosas han cambiado desde entonces.

No hay duda que se ha progresado algo. Pero podemos, tendríamos y deberíamos ir más lejos. El hecho de que el problema kurdo no se haya resuelto hace a la élite dirigente nerviosa y frágil. Ellos —los hijos e hijas de la gente que describo en mi novela— perdieron la fe en sí mismos, a pesar de que han hecho mucho dinero. En su ansiedad, juegan a una política salvaje, en la que todos tratan de encarcelar al resto. La política de matones intolerantes está envenenando la atmósfera aquí.

Usted ha levantado bastante hostilidad hacia su persona en su país por haberse referido al genocidio armenio durante la Primera Guerra Mundial. Aparentemente figura en la lista de posibles blancos de la ultranacionalista sociedad secreta Ergenekon.

Tengo una posición clara: estoy por Europa, por la democracia y por la libertad de opinión. Por eso quieren matarme. Tengo que andar con guardaespaldas. No salgo por las calles de Estambul como antes, y mis guardaespaldas son mis mejores amigos. Es el precio que debo pagar.

¿Tendrán estos lados oscuros de su país un lugar en su Museo de la inocencia?

El libro pone la vida en despliegue, y la felicidad es central en la vida. Es el tema del libro, y es lo que será central en mi museo aquí en Estambul.

*Entrevista moderada por Dieter Bednarz y Dietmar Pieper para Der Spiegel Online Internacional Traducción: Elisa Montesinos.

El original de Nabokov

2009-11-21
Milenio
Ariel González Jiménez

En 1974 Vladimir Nabokov declara a un periodista: “Aún no he terminado de ordeñar mi mente”. No hace falta un gran esfuerzo interpretativo para encontrar en esta frase todo un programa de trabajo por delante. En efecto, el exitoso autor de Lolita firma ese mismo año con McGraw-Hill un contrato en el que se compromete a entregar seis libros en los cuatro años siguientes. Para empezar (porque ya la tenía lista) entregará su novela ¡Mira los arlequines!, después promete un nuevo volumen de sus cuentos; una nueva novela, la reunión de piezas teatrales rusas, la edición de los cursos que ha venido impartiendo y un libro que contendría la traducción de sus poetas rusos favoritos de los siglos XIX y XX. Como se ve, todo un ambicioso programa de ordeñamiento intelectual que habrá de poner en marcha contra un estado de salud más bien precario.

La misteriosa novela que entonces prometió y que nunca terminó —El original de Laura— ha estado guardada en una caja fuerte de un banco suizo desde hace más de 30 años. Ahora vuelve a ser noticia no sólo porque las 138 tarjetas en las que la escribió serán subastadas en Nueva York por Christie’s el próximo diciembre, ni tampoco únicamente porque la obra acaba de ser publicada por la editorial Knopf en Estados Unidos (que paradójicamente rechazó en su momento publicar Lolita) y la casa Penguin en el Reino Unido, sino sobre todo por la polémica acerca de la decisión de su hijo Dmitri de publicar el manuscrito que expresamente su padre le pidió que fuera destruido.

Primero fue la esposa de Nabokov, Vera, la que faltando a la última voluntad de su esposo se rehusó a destruir el manuscrito; ahora es su hijo y albacea de su obra, Dmitri, quien ha decidido negociar la publicación de la obra por una suma superior al millón de dólares y llevar su original a subasta para obtener, según los conocedores y dado que se trata de material “extremadamente escaso en el mercado”, entre 400 y 600 mil dólares.

En conjunto, la suma que Dmitri se llevará a su cuenta ronda el millón y medio de dólares. Nada mal para quien dice hacerlo todo por amor a la literatura de su padre (Alexis Kirschbaum, director de Penguin Classics, dice que “fue una decisión muy emotiva para Dmitri, llevaba décadas pensando en ello”).

Sin embargo, lo primero que habría que discutir es si estas 138 tarjetas representan, como asegura Christie’s a sus probables clientes, “el último florecimiento del arte maduro de Vladimir Nabokov, la quintaesencia de su espíritu creativo”. Sin duda, de haber concluido esta novela, Nabokov habría demostrado una vez más la extraordinaria calidad de su escritura, resultado de un grado de exigencia consigo mismo que pocos escritores han conocido, pero es obvio que el manuscrito publicado y que pronto será subastado no representa sino un mero apunte de lo que iba a ser finalmente el trabajo.

No es, desde luego, que carezca de valor, pero es evidente cuando menos que no tiene el que le atribuyen con gran interés publicitario los subastadores y editores.

Brian Boy, uno de los biógrafos más acuciosos de Nabokov, ha descrito la ruta que él solía seguir en la preparación de sus obras:

“Siempre había sido típico del método de escritura de Nabokov imaginar primero mentalmente una novela completa, de principio a fin, antes de ponerla por escrito. Aunque hacía ya tres años que le daba vueltas a la nueva —The original of Laura—, una serie de accidentes y enfermedades le había impedido pasar a sus fichas más que uno o dos retazos de su brillante cuadro mental”.

Un año antes de morir, cuando tenía 77 años, cayó por una pendiente en Davos. No se rompió ningún hueso, pero tuvo que mantenerse en cama varios días. Meses antes había resbalado en el baño, golpeándose fuertemente la cabeza. Al finalizar 1976 dijo estar “regresando entusiasmado al abismo de mi nueva novela”, que él nombraba entonces provisionalmente A passing fashion (“Una moda pasajera”) y que rápidamente cambiaría a El original de Laura, aunque usaba una abreviatura para expresarse acerca de ella: TOOL. Quizás, como muestra de un extraño presentimiento, fue que a finales de 1974, cuando este proyecto literario ya estaba en marcha, Nabokov lo intitulara Dying is fun (“Morir es divertido”). Pero en verdad, El original de Laura es la obra inconclusa que lo acompañó sus últimos años, sin superar lo que él seguramente no consideraba más que un esbozo.

En un artículo de The Guardian, Martin Amis hace patente su oposición a que la última voluntad de Nabokov haya sido desconsiderada por su propio hijo, exhibiendo contra su deseo expreso la decadencia de su genio. Entre la memoria, los deseos póstumos y los evidentes negocios, el debate prosigue. En lo personal, me consuela suponer que el brillante escritor se hubiera, incluso en vida, desentendido del asunto. Ni que se tratara de ganar o perder una de esas codiciadas mariposas para su colección.

Mi nostalgia retorcida

15/Noviembre/09
Suplemento la Jornada
Jorge Moch
Una vez fui patriota. Hoy sólo apátrida que busca cobijo en explicaciones que nadie pide: ya no siento casi nada por mi país. No será extraño que cualquier día busque marchar. Todavía no; todavía, quizá, logre encariñarme de nuevo, inyectar en mi progenie ese ardor que antes hubo donde hoy sólo sisean los restos de un tizón carcomido.

Antes me ponía de pie cuando escuchaba el himno nacional. Cruzaba la diestra sobre el pecho inflado. Más que cantarlas, recitaba para mí aquellas estrofas que lograban erizar los cabellos. Susurraba entre dientes, amenazador, lo de si un extraño osara profanar este suelo nuestro… casi quería irme a la guerra. Una vez, joven, muy joven y tonto, quise ser policía. Hoy estaría muerto o sería capo de alguna mafia.

Hubo otro México. Yo lo conocí. Viví en él. Era un México más cándido y dejado, sí, quizá, o quién sabe: hoy la opinión pública mexicana es menos crédula, más escéptica, pero también enajenada como nunca, embrutecida con espectáculos cutres y masivos, tugurizada su cultura general, que ya era poca.

En aquel México la muerte de un líder campesino hubiera causado gran susto y conmoción. Hoy la masacre en que fueron asesinados él y catorce personas más, entre ellos mujeres y niños, apenas llega a mención de segundas páginas; lleva más inercia mediática si el Papa de Roma volvió a prohibir el condón o un partido de fut.

Hubo un México en que era posible ser empleado y ahorrar para comprar una casa amplia. En ese otro México muchos hubiéramos salido a la calle en una masa furibunda ante los atropellos que hoy comete el gobierno de derechas impuesto a la mala, pero hoy, a pesar de lo lesivo de las heridas en nuestros patrimonios y en nuestros derechos, pero sobre todo en la más elemental de las decencias, son tantos los escándalos y tanto el bombardeo informativo y tal y tan gruesa la costra de nuestra indolencia que ya no pasa nada. En la izquierda, antipática a la derecha por con testataria, que la hubo, hoy medran los vendidos. La derecha, los empresarios, los dueños de las televisoras y sus socios mangonean, tuercen, maquillan la realidad. México es de los banqueros, del suegro de los Salinas que monopoliza el maíz; del contlapache de esos mismos, el que monopoliza las telecomunicaciones; del par de cabrones redomados que gobiernan la información televisiva en México; de clérigos ricachones y panzudos, mentirosos, fariseos enemigos del jodido y atildados traidores de sus propias prédicas de humildad y compromiso social, vestidos de oro, rodeados de guardaespaldas, chupacirios y beatas meonas. ¿Quién de todos ellos reclama, por ejemplo, la fortuna que se querían gastar los politicastros del Congreso en estúpidos botoncitos dorados para la solapa de su trajes caros?

Hubo un México en que los narcotraficantes eran miembros de cofradías peligrosas pero recónditas allá en su mundo, arreglando sus muy privados alijos con el gobierno del que eran al vaivén socios o enemigos que, sin embargo, permanecían en la sombra y, según se sabía vagamente, leales a un viejo código de conducta que no me atrevo, porque no soy tan cínico ni tan pendejo, a calificar de caballerosa. Hoy son, simplemente, en un montón de rincones de este machucado país, los caprichosos dueños de la economía local y también, ante la estupefacción y el embotamiento del pueblo, y a propósito de la ineficacia del gobierno y sus soldados, que jamás han estado en una guerra contra nadie que no sea mexicano y sus policías y funcionarios y gordos peces corruptos hasta la blanda médula, quienes rigen el ritmo de la vida en las calles. Hay ciudades de México donde no se puede caminar tranquilamente ni de día con plena luz, porque si se arma la refriega se muere uno por puro peatón. Hay, también, a quien mucho molesta cuando algunos lo decimos: que no todo México es así, dicen. No, todo no, pero poco falta. Nunca antes, desde la Decena Trágica , hubo tantos, tantísimos muertos de bala en las calles de nuestras ciudades. Caen periodistas. Caen ciudadanos. Entre delincuentes y empleados públicos pavorosamente corruptos lograron convertir lo que fue una nación prometedora en pocilga y basural.

Ya no me pongo de pie ante el himno, ni ante la bandera. Me opila las glotis pensar que lo hace también, hipócritas, la escoria política que encabeza Felipe Calderón, esa recua de traidores a la más elemental noción de patria. Así, patria en minúsculas, mientras siga siendo el territorio que habitan esos malparidos que se creen dueños de todo. Malditos sean.


lunes, 16 de noviembre de 2009

Empresarios

16 de noviembre de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

Si bien las sociedades pobres no deciden sino en mínimo grado sobre su destino, ¿en qué momento las sociedades económicamente más beneficiadas dejan de acumular bienes porque aceptan que tienen ya suficiente riqueza? Esta pregunta se la hacía hace 35 años E.F. Schumacher en un libro que se volvió célebre, pero que no alteró en casi nada el panorama de su época, Lo pequeño es hermoso. Es cierto, un libro apenas si puede influir en unos cuantos lectores, pero eso no es motivo para dejar de insistir en las cuestiones esenciales o en las que más afectan la vida cotidiana de las personas. La pregunta que formuló el economista alemán puede llevarse aún más lejos en cuanto se vuelve más íntima: “¿Cuánto es para mí suficiente?” O en cuanto se hace más ética: “Cuánto debo poseer para no ofender o dañar aún más a las personas más pobres?” No me parecen preguntas retóricas y en cambio sí cuestiones indispensables de poner en la mesa a la hora de tratar asuntos de economía y democracia.

Lo que más lamentamos de una buena parte de los empresarios es su visión estrecha del mundo y su ambición desmesurada. Si los negocios involucran personas entonces sería razonable conocer la circunstancia en la que estas personas viven. De lo contrario, se corre el riesgo de afectar su economía basándose en el estudio de un solo aspecto de su entorno. Tratarnos como simples consumidores no es distinto a contemplar a los seres humanos como cabezas de ganado. Y al ser cuestionados por su conducta económica, los empresarios responden que ellos son creadores de riqueza y que al invertir en México están poniendo en riesgo su dinero, crean empleos —sin importar la índole o la calidad de estos mismos— y representan el motor para el progreso de las sociedades modernas. Y, sin embargo, los empresarios no han descendido de las naves espaciales para traernos bienestar ni su dinero ha salido de una chistera, sino que están aquí desde siempre. No son, por decir lo menos, una opción novedosa en la sanidad de este país deteriorado por las crisis recurrentes y el aumento constante de las diferencias entre ricos y pobres.

Una pregunta viene a cuento: ¿Por qué quien crea riqueza debe ser necesariamente rico? Quiero creer que una cosa no va unida a la otra. Es posible crear empleos, bienes para la comunidad, empresas eficaces, desarrollo, equilibrios ecológicos y demás sin convertirse en un hombre mucho más rico que el resto de las personas con quienes vive en común. Cuál es si no la equidad el sentido más elemental de la democracia. Es entonces que nos vemos de pronto frente a una situación que no requiere precisamente de un profundo análisis económico, sino sobre todo de una posición ética frente a sociedades cada vez menos equitativas. El ascetismo, la mesura, la relación equilibrada entre el buen vivir y el consumir son prácticas necesarias y posibles en un progreso que busque hacer menos triste la vida de los más pobres. Se me dirá que el ser humano es en esencia un ser que acumula poder y que desea el mayor número de bienes posibles, pero esta clase de respuestas son meras especulaciones, argumentos a modo que no interesan pues su fundamento consiste en una tautología: “esto es como tiene que ser”.

En San Pedro Garza García encuentro justamente el más puro ejemplo de lo que es una comunidad sin futuro y poco civilizada. Las diferencias entre los habitantes de este municipio son tan considerables que cualquier mirada distante podría apostar que se trata incluso de especies humanas distintas. Si el alcalde crea grupos paramilitares con el propósito de defender los castillos feudales y proteger a quienes no han puesto límites a la ostentación, está haciendo uso de un razonamiento perfecto: somos diferentes y por lo tanto requerimos de una estrategia de justicia distinta. Y este alcalde, como representante exclusivo y miembro de esa diferencia, está en su derecho de inventar sus propios medios de justicia. Porque mientras no se dé paso a una nueva generación de empresarios y hombres de negocios más integrados a su comunidad, más discretos en sus ambiciones de poder y menos vulgares en la concepción de su entorno resulta una broma definirse como motor de prosperidad. Y me imagino que en esto último coincide el rector de la UNAM cuando en su reciente discurso invita a imaginarnos y a construir una nueva República.

Análisis: Pacto para ´No´

16 de Noviembre de 2009
Noroeste
Denise Dresser

Una democracia que no logra construir acuerdos. Un sistema político donde los partidos no tiene incentivos para la colaboración.

Las reformas que México necesita no ocurren por la falta de consensos, es lo que se repite como mantra. Hace falta un gran acuerdo nacional, es lo que repite en foro tras foro.

Hace falta un pacto como el de la Mocloa, es lo que se propone en reunión tras reunión.

Ese suele ser el diagnóstico común sobre lo que nos aqueja y lleva a la discusión sobre propuestas encaminadas a construir mayorías legislativas u otras medidas con el objetivo de crear un Gobierno "fuerte".

Pero ante ese diagnóstico y esas recomendaciones me parece que estamos centrando la atención en el problema equivocado.

México no está postrado debido a la falta de acuerdos o la inexistencia del consenso o la ausencia de mayorías.

En México sí hay un acuerdo tácito entre políticos, empresarios, sindicatos, gobernadores y otros beneficiarios del statu quo. Pero es un acuerdo para no cambiar.

Es un pacto para el "no". Para que no haya reformas profundas que afecten intereses históricamente protegidos.

Para que no sea posible disminuir las tajadas del pastel que muchos sectores reciben, en aras de permitir la creación de un pastel más grande para todos.

Basta con examinar as iniciativas presentadas, las reformas votadas, los nombramientos avalados, y las partidas asignadas para constatarlo.

El paquete fiscal, aprobado por mayoría legislativa, no cambia las reglas del juego; tan solo va tras el contribuyente cautivo.

El nombramiento del nuevo titular de la CNDH, aprobado por mayoría, no busca crear contrapesos, sino asegurar que no existan.

La exención de impuestos a nuevos jugadores en telefonía celular, aprobada por mayoría, no busca fomentar la competencia sino hacerle otro favor a Televisa.

La Ley de Egresos, aprobada por mayoría, no busca reorientar el gasto público para desatar el crecimiento económico, sino mantener su uso para fines políticos.

En México todos los días se forman mayorías en el Congreso. Pero son mayorías que logran preservar en lugar de transformar.

Mayorías entre diputados y senadores, forjadas por intereses que quieren seguir protegiendo, incluyendo los suyos.

Por los poderes fácticos a los cuales hay que obedecer. Por los derechos adquiridos que dicen es políticamente suicida combatir.

Por los privilegios sindicales que, con la excepción del SME, el Poder Ejecutivo no está dispuesto a confrontar. Por la presión de cúpulas empresariales que le exigen al Gobierno que actúe, pero les parece inaceptable que lo haga en su contra, como en el tema de la consolidación fiscal o la promoción de la competencia.

Muchos demandan reformas, pero para los bueyes del vecino. Más aún, cuando esas reformas ocurren en su sector, se aprestan a vetarlas.

El País se ha vuelto presa de un pacto fundacional que es muy difícil modificar, porque quienes deberían remodelarlo viven muy bien así.

Los partidos con su presupuesto blindado de 3 mil 012 millones de pesos. Los empresarios con sus altas barreras de entrada a la competencia y sus reguladores capturados y sus diputados comprados y sus amparos y sus ejércitos de contadores para eludir impuestos en el marco de la ley.

Los gobernadores con sus transferencias federales y la capacidad que tienen para gastarlas como se les de la gana.

El PAN temeroso a tocar intereses por temor a que busquen refugio con el PRI. Allí está, visible todos los días: el Pactum Nullus Mutatio.

El pacto rentista, el pacto extractor, el pacto conforme al cual es posible apropiarse de la riqueza de los otros, de los ciudadanos.

Y las élites de este País llevan décadas enriqueciéndose legalmente a través de aquello que los economistas llaman el "rentismo".

El rentismo gubernamental-empresarial-sindical- partidista construido a base de transacciones económicas benéficas para numerosos grupos de interés pero nocivas para millones de consumidores.

El rentismo depredador basado en contratos otorgados a familiares de funcionarios públicos. La protección a monopolios y la claudicación regulatoria.

El control de concesiones públicas por parte de oligarcas disfrazados de "campeones nacionales".

El pago asegurado a trabajadores del sector público al margen de la productividad. El uso del poder de chantaje para capturar al Congreso y frenar las reformas; subvertir a la democracia y obstaculizar el desarrollo de los mercados; perpetuar el poder de las élites y seguir exprimiendo a los ciudadanos.

El problema de México no es la falta de acuerdos, sino la prolongación de un pacto inequitativo que lleva a la concentración de la riqueza en pocas manos; un pacto ineficiente porque inhibe el crecimiento económico acelerado; un pacto autosustentable porque sus beneficiarios no lo quieren alterar; un pacto corporativo que Felipe Calderón, a veces, critica pero cuyo Gobierno no logra reescribir apelando a los ciudadanos.

Y así como durante siglos hubo un consenso en torno a que la tierra era plana, en el País prevalece un consenso para no cambiar.

sábado, 14 de noviembre de 2009

La guerra sucia en la actual poesía mexicana

2009-11-14
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Me llovieron correos que me recordaban que el poema homofóbico publicado (y ya retirado) en la web de Círculo de Poesía, que comenté la semana pasada, no era el único poema bajo hoy circulando.

Ese poema responde a otro, aparecido “desde la redacción” del sitio de Letras Libres, escrito por Daniel Saldaña París, contra Mario Bojórquez et al., a los que se ataca por no ser del DF (“desde el norte erizado de cantinas/ hasta el sur —todo mangos—”); se burla de las compañeras de los escritores (“Y sus musas, adiestradas en labores/ del hogar —como se debe—”); se les acusa (no podía faltar) de ser homosexuales (“su amado es experto en lamer ovos”) y se mofa, de nuevo, de su geografía (“su lírica de salmos sinaloenses”) a lo que, en otro caso, se le suma el “defecto” de ser mujer (“su timbre de poblana asustadiza”).

Este texto en algo es irreprochable: posee el récord Guiness del poema más insípido con más prejuicios.

No es la primera vez que Letras Libres se engalana.

Recordemos aquella famosa reseña infame de Fernando García Ramírez, quien haciéndose al simpático, calificaba a tres autoras, respectivamente, de “la buena, la mala y la fea”. Casos de la crítica cretina.

En Letras Libres ha sido, precisamente, donde la crítica literaria pasó a ser una competencia para ver quién puede tratar más mamonamente libros recientes.

Misoginia, centralismo, homofobia, ninguneo, ya ni siquiera se notan; son el mendrugo de cada día en nuestra literatura clasista, patriarcal y tramposa.

Estas mismas semanas, Gerald Martin, el biógrafo de García Márquez, enumeró los trucos que el director de Letras Libres utiliza para invalidar a otros. Lo puso pinto.

¿De qué es evidencia todo esto? Es un indicador de la degradación de nuestra cultura; aun su altiva República de las Letras tiene como coeficiente intelectual el albur y el cacicazgo.

Se tratan de balas perdidas de pugnas intestinas sobre quién controla el canon casero; quién entra a las antologías, quién y cómo se determina qué es lo mejor de la nueva literatura.

Para quienes no se han dado cuenta: hay guerra sucia en la actual poesía mexicana bajo excusa de premios, venganzas vía reseña, emails anónimos o crípticos ataques. Ya olvidamos que la poesía es una superación de la doxa (lo que cualquiera dice) y la confundimos con invectiva y cartografía.

Instrucciones: escribe algunos versos, ajústalos al gusto canónico y luego busca a tu cuate que hace mapas. Merced a una antología o lista, ¡ya eres poeta! ¿La confirmación? Sigues en la revista. Y como los otros tampoco son poetas, contra ellos inventa tretas. ¡Esas son nuestras letras!

Nuestra poesía tiene de todo, menos poetas.

El naufragio de la poesía mexicana actual consiste, paradójicamente, en que no se sumerge. Flota oronda en las aguas superficiales de la doxa.

Muerte sin fin

2009-11-14
Suplemento Laberinto
Evodio Escalante

A través de la exposición La muerte sin fin de José Gorostiza, el Instituto Nacional de Bellas Artes festeja la publicación de la obra que Octavio Paz llama, entre otras cosas, “drama sin personajes”, donde “el poeta, al mismo tiempo lúcido y exasperado, desea arrancar su máscara a la existencia, para contemplarla en su desnudez”. La muestra, que será inaugurada este domingo, ofrece un recorrido por la vida y obra de Gorostiza, con fotografías y documentos, entre ellos manuscritos y mecanoscritos del archivo de Miguel Capistrán, uno de los más cercanos colaboradores del poeta tabasqueño en los últimos años de su existencia, quien señala: “Setenta años después de haber comenzado a circular, Muerte sin fin prosigue deslumbrando a sus lectores y sobre todo, a sus re-lectores con toda la belleza de sus imágenes, de su música, de su prodigioso lenguaje y todas las implicaciones que conlleva el andamiaje intelectual que soporta esa verdaderamente excepcional creación”.

El gran poema heracliteano de nuestra historia literaria, aquel que escenifica la potencia del trueno y los irremediables estragos de un fuego inteligente que todo lo trastorna y lo lleva a su consumación, es un poema huérfano. Una concurrencia de múltiples causas ha hecho que uno de los textos más esenciales de la tradición mexicana del siglo XX, Muerte sin fin de José Gorostiza, aparezca como un especimen desprotegido y casi surgido de la nada. Hablo de un hecho filológico: No se conservan los borradores del poema, ni los esquemas previos o los esbozos iniciales, como tampoco —más extraño todavía— se ha localizado el manuscrito o mecanoscrito original, aquel que habría servido para ordenar la impresión del poema que realizó la Editorial Cultura de Agustín Loera y Chávez hace setenta años, en 1939. Se sabe que José Gorostiza, entonces en misión diplomática en Roma, encargó a su amigo el también editor y poeta Bernardo Ortiz de Montellano el cuidado de la edición, pero los papeles seminales se han extraviado en el hoyo negro del tiempo. ¿Será acaso que el propio Gorostiza borró cuidadosamente los antecedentes y mandó destruir el documento base? Es imposible saberlo.

Como quiera que haya sido, la inesperada aparición, siete décadas después, de un mecanoscrito de dicho poema se antoja por sí solo un acontecimiento extraordinario. Aunque es en todo y por todo el mismo poema que todos conocemos, iguales versos puestos en idéntica secuencia… en esta versión que para mayor precisión, y para distinguirla como se debe llamaré de aquí en adelante el “Mecanoscrito X”, el poema aparece dividido en veinte cantos, según una secuencia dispuesta en números romanos a los que se acompaña en cada ocasión con un título pertinente. Estos encabezados, puedo suponer, habrían sido eliminados por Gorostiza en aras de la fluidez de su texto, sin descartar que con ello quisiese acercarse un poco a la estructura general de la silva que, como se sabe, se compone de un conjunto corrido de versos predominante, aunque no necesariamente endecasilábicos que no obligan a una separación estrófica. Aunque la versión final del poema tal y como se publicó sí presenta esta separación en estrofas o en cantos, los títulos de cada uno de ellos, en caso de que en verdad este documento haya sido redactado por Gorostiza, habrían sido suprimidos para no estorbar la lectura, y acaso también (conjeturo) para mantener más abierto el problema hermenéutico, con lo que se dejaría lo más difícil de la tarea al solitario lector, obligado a realizar sin mayores apoyos su labor de interpretación. La gran pregunta que queda por resolver es si estos encabezados eran auténticamente de Gorostiza, y corresponden a una versión previa del poema, o bien fueron mecanografiados por una tercera persona de la que no tenemos la menor información. En tanto este asunto se investiga como es debido, yo me inclino en favor de la primera hipótesis, aunque debo anotar en seguida que no es ésta la versión que mejor convence a Martha Gorostiza, la hija del poeta, a cuya confianza y generosidad debo la oportunidad de conocer el documento en cuestión.

Para que se aquilate la presunta importancia de este “Mecanoscrito X”, sin prejuzgar acerca de su autenticidad, asunto que dejo en manos de los especialistas en la materia (grafólogos o expertos en carbono catorce), expongo en seguida lo que sería la estructura de la composición atendiendo a sus explícitos lineamientos: Primera parte. Canto I: El yo individual. (Las cursivas están en el texto) Canto II: Dios. Canto III: El universo. Canto IV: El dolor. Canto V: La conservación del universo. Canto VI: Solipsismo divino. Canto VII: (Pausa) El jardín. (Esta última sección, escrita en versos de arte menor, es una suerte de “intermedio” o de transición a la segunda y última tirada poética).

Segunda parte: Canto VIII: Lo artístico. Canto IX: La mónada. Canto X: La vejez y la muerte. Canto XI: El amor. Canto XII: La destrucción de la forma. Canto XIII: La muerte del lenguaje. Canto XIV: Continúa la muerte del lenguaje. Canto XV: Exterminio del reino animal. Canto XVI: Exterminio del reino vegetal. Canto XVII: Exterminio del reino mineral. Canto XVIII: Desvastación. Canto XIX: El demonio. Canto XX: Colofón. La nada (!)

Me apresuro a señalar dos cosas: El canto XIX (Con su conocido arranque: “¡Tan, tan! ¿Quién es? Es el diablo…”) es el final del poema según el texto que efectivamente se publicó; lo mismo que el “intermedio” antes mencionado, está escrito en versos de arte menor. Lo interesante de esta versión es que se le da la última, o mejor dicho, la penúltima palabra al demonio. Lo que había comenzado con la exaltación del yo individual y con Dios, concluye con el demonio como dueño del tablado poético. Sí, pero según el rigor del “Mecanoscrito X” hay todavía un (a todas luces inesperado) canto adicional, el XX, que no es otra cosa que el colofón… Un “canto” en el que, en sentido estricto, no hay canto alguno. ¡Sorprendente! Después del pertinente encabezado que deja leer “Colofón. La nada”, lo que el lector encuentra es, en efecto, la nada en su despliegue, un angustiante espacio vacío. La referencia inmediata es a los usos de Mallarmé. Aunque agregaría de inmediato que puede discernirse aquí de igual modo un gesto (casi podría decirse: una broma) eminentemente conceptual. Quien haya tenido en manos la edición primera de Editorial Cultura reparará en que en efecto el libro contenía tanto en el cuerpo del mismo como en su pertinente índice, una sección llamada “colofón.” Lo que no imaginamos es que una versión hipotética del mismo anotaría estas tres sílabas tremendas y que más bien pertenecen a la jerga de los filósofos: “La nada…” A lo que seguiría la página en blanco.

Mi asombro de lector surge al comprobar la exactitud de los títulos o encabezados. Encajan impresionantemente bien. Sólo el autor del texto, puedo conjeturar, pudo atinar de este modo. Sólo quien tenía muy trabajada la visión (y la prefiguración) del poema, fue capaz de inventar estos títulos que, por otro lado, orientan de manera firme la lectura y evitan las naturales confusiones de todo lector. Los encabezados, por otra parte, refuerzan la idea de que quien escribió el poema tenía ideas filosóficas muy potentes. “El yo individual”, “La destrucción de la forma”, “La mónada”… El sobrevuelo apunta hacia lo colosal: “Dios”, “El universo”, “La conservación del universo”, “Solipsismo divino”, la destrucción de los tres reinos, y por último, la joya de la corona: “La nada”. Hay dos cantos dedicados todos ellos a la destrucción del lenguaje, antecedidos por “Lo artístico”, un canto que podría ser especialmente estratégico en cuanto que abre la segunda parte del poema y aporta orientaciones para la comprensión global de ésta. En este canto, por lo demás, aparecen con todo su esplendor las ideas estéticas de Gorostiza, o si queremos decirlo en términos más exactos, sus ideas a propósito de la función del arte en la vida de los seres humanos. No me cuesta trabajo confesar, como lo hago aquí, que en mis muchas lecturas del texto me había pasado inadvertida la importancia y la dignidad que otorga Gorostiza a la obra de arte dentro de la estructura total de su composición. No en vano discípulo de Vasconcelos, sin que esto quiera decir que lo repite o que lo imita servilmente, Gorostiza piensa que la tarea del arte es otorgarle al hombre una imagen que le permita erguirse y pararse frente a todos los demás entes del universo en su calidad de criatura única y acaso privilegiada. Gracias al arte el hombre puede volverse consciente, por decirlo así, de su diferencia ontológica. Con intención transcribo esta expresión acuñada hacia esos mismos años por Heidegger.

El arte le proporciona al hombre, ni más ni menos, una “máscara de espejos” que le permite, al fin de un arduo trayecto, reconocerse y tener “una bella, puntual fisonomía.” Esto sugiere un doble movimiento. Por la máscara, el sujeto deviene otro, se aliena, se extraña de sí mismo; pero en tanto ésta es una máscara de espejos, que no hace sino reflejar lo que él mismo es, el sujeto encuentra en ella el instrumento perfecto de su identidad. Todavía mejor, y esto es una ganancia decisiva. Ella le confiere una posición distintiva dentro del universo: “Ya puede estar de pie frente a las cosas.” Hay mucha miga en este verso engañosamente simple. Me explico: ello no puede suceder sin el advenimiento de la imagen propia. Este es el concepto rector. Siempre que se entienda que la referida imagen propia no es meramente una gracia, un accidente o un “don” que viene de la nada: es algo que ha costado trabajo, y que pasa por el dolor, el esfuerzo y la paciencia de lo negativo. Cuando un hombre, un objeto o un ente ingresan por pie propio en la obra de arte experimentan un dolor, un suplicio que es la condición sine qua non de lo que una vez alcanzado ya no podrá perderse. Por eso afirma ahí mismo Gorostiza:


El camino, la barda, los castaños,
para durar el tiempo de una muerte
gratuita y prematura, pero bella,
ingresan por su impulso
en el suplicio de la imagen propia
y en medio del jardín, bajo las nubes,
descarnada lección de poesía,
instalan un infierno alucinante.

A este infierno imaginario, a esta apoteosis del fuego que coloca al hombre en posición erecta y distinguiéndose de todas las demás cosas del universo, en un movimiento típicamente romántico, le sigue el canto de “La mónada”, obvia referencia a las teorías de Leibniz, que cumple aquí una función irónica al destituir y ridiculizar lo que antes había ensalzado. La dignidad del ser erecto que “Ya puede estar de pie frente a las cosas”, se pervierte en seguida en un inútil “Epigrama de espuma que se espiga/ ante un auditorio anestesiado.” El vaso de agua, antes orgulloso y satisfecho de sí, en un llanto de luces se liquida. La ironía romántica ha dado al traste con todo.

Estos encabezados, en lo que tienen de explícitos, sugieren igualmente que Gorostiza pudo tener alguna noticia de los escritos de Heidegger. No quiero decir, por supuesto, que leyó el famoso tratado de El ser y el tiempo, texto que no fue traducido a nuestra lengua sino hasta 1951. Si esto podría ser anacrónico, no lo es suponer que algo supo de una famosa conferencia del filósofo alemán titulada ¿Qué es metafísica? Es interesante observar que fue éste el primer texto que se conoció de Heidegger en español, y que fue traducido prácticamente al mismo tiempo a principios de los años treinta tanto por Xavier Zubiri, para la revista española Cruz y raya, como por el filólogo Raimundo Lida (el maestro de Antonio Alatorre y de Margit Frenk) para la revista argentina Sur. Que yo sepa, el tema filosófico de la nada, que aparece de modo sorprendente en la conclusión del “Mecanoscrito X”, no fue abordado a las claras por nadie más que por Heidegger en la conferencia que acabo de mencionar.

En resumen y para concluir, si este documento no es apócrifo, como estimo que no lo es, tenemos a la mano una poderosa herramienta para emprender renovadas lecturas de ese monumento literario inagotable que es Muerte sin fin.